FOCO
Jorge Bergoglio cumple dos años como papa Francisco.
El papa 24
del mundo
Foto Getty Images
POR Margite Torres Luego de la elección de Jorge Bergoglio como nuevo papa, hace dos años, fuimos testigos de un fenómeno que hoy toma el nombre de “efecto Francisco”: en pocas semanas brotó, desde todos los rincones del mundo, una simpatía y afecto inesperados hacia el nuevo representante de la iglesia católica, despertando el fervor y la curiosidad por parte de católicos y no católicos. Pasaron los meses y el fenómeno aumentaba. En diez meses de pontificado el papa Francisco ha atraído al Vaticano al triple de fieles que su predecesor Benedicto XVI durante todo un año. Según el Vaticano, más de 6,6 millones de fieles se congregaron en las audiencias generales, celebraciones litúrgicas y Ángelus del domingo, después de su elección. Hace unos meses reunió a siete millones de personas en su última misa en Manila (Filipinas), con motivo de su gira por Asia; convirtiéndose en el evento más grande de la historia de los papas. El récord mundial lo tenía hasta ahora San Juan Pablo II, quien juntó en 1995, también en Manila, al menos a cuatro millones de jóvenes con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Ha revolucionado las redes sociales: su cuenta en Twitter (@pontifex) ha sobrepasado los 15 millones de seguidores. Al día de hoy, su fama entre los católicos estadounidenses es comparable a los niveles que logró el papa San Juan Pablo II el siglo pasado, y ha superado el máximo nivel que llegó a alcanzar el papa Benedicto XVI. Y es que Jorge Mario Bergoglio llegó no solo para figurar en las portadas de Time, New Yorker, Rolling Stone y The Advocate, sino para limpiar la casa “desde dentro”. Les lavó los pies a prisioneros musulmanes, se arrodilló ante pastores pentecostales y les pidió su bendición. Sorprendió a todos negándose a vivir en el Palacio Vaticano, dejando de lado todo tipo de lujo. Ha hecho un llamado a establecer una tregua en las guerras culturales, se ha negado a juzgar a los homosexuales y no se avergüenza de pedir que oren por él. No utiliza coches blindados, se mezcla con la gente, improvisa en sus discursos, rompe protocolos. Es sencillo, auténtico, cercano y no deja de clamar por una Iglesia más humana y menos indiferente. Es de aquellos que no teme pisar las playas donde los inmigrantes mueren, que llama por teléfono a las víctimas de abusos sexuales cometidos por la Iglesia o que destituye a obispos derrochones. Pero también es verdad que algunas veces habla mucho y por eso se le atribuyen cosas que no ha dicho. Hace poco fue amenazado de muerte por el grupo terrorista ISIS y remeció a quienes lo escuchaban cuando dijo que sentía que su pontificado “durará poco tiempo, unos dos o tres años”, y que “no excluye su dimisión si no le alcanzan las fuerzas para cumplir con sus responsabilidades”. Tal vez sea así, pero en estos dos años ha demostrado ser una figura creíble, que defiende la verdad a su manera y que ha vuelto a poner en valor lo más profundo de la fe católica, convirtiéndose en el “papa del mundo”.