Las desventuras de cleo cap1

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LAS DESVENTURAS DE CLEO

INMA PÉREZ ORTOLÁ

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“Que mentalidad tan pobre hay que tener para decir que los animales son máquinas carentes de sentimientos y entendimiento”. Voltaire.

“Un animal no puede defenderse; si tú estás disfrutando con su dolor, disfrutando con la tortura, te gusta ver cómo está sufriendo ese animal… Entonces no eres un ser humano, “eres un monstruo”. José Saramago. Premio Nobel de Literatura 1998.

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Este libro está dedicado a todos aquellos animales cuya felicidad les fue arrebatada por la crueldad y el egoísmo de “humanos” insensibles que jamás fueron capaces de mirarles a los ojos.

Mi más sincero agradecimiento a todas las personas que estáis apoyando el proyecto Cleo, especialmente a Susana Parra.

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INTRODUCCIÓN En algún momento de nuestra vida a todos puede apetecernos tener una mascota, sobre todo a los niños. Sin embargo, no debes olvidar que los animales de compañía no son mercancía, ni un objeto de temporada del que puedas prescindir cuando te canses de él. Son seres vivos que al igual que tú, tienen hambre, sed, frío, calor y… ¡sentimientos! Pueden vivir muchos años, necesitan unos cuidados y sobre todo cariño. No los trates como si fueran cosas; no lo son. Si decides tener un animal, sé responsable y respetuoso con él; su felicidad y su carácter dependen de ti. Pero si no eres capaz de amar a un perro o gato como a un miembro más de tu familia, o no estás preparado para educarlo convenientemente, no lo tengas. Nadie te está obligando a tenerlo. Los etólogos consideran que la conducta de un perro se forma dependiendo del entorno y la educación que recibe. Está comprobado que detrás de cada perro agresivo se esconde un dueño 6


irresponsable. Por todo ello, hubo una gran polémica cuando se desarrolló por Ley, una lista de “razas potencialmente peligrosas”; que muchos educadores caninos consideran como una forma de demonizar a ciertas razas de perros, por sus características físicas. La pregunta es: ¿perros peligrosos o dueños peligrosos? En los años 70 culpaban a los Dobermans, en los 80 a los Pastores Alemanes, en los 90 a los Rottweilers. Ahora culpan a los Pitbulls… ¿Cuándo culparán a los humanos? Estudios dicen que las personas que son violentas con los animales y maltratan a sus mascotas, rara vez se detienen ahí. En ocasiones, alguien que pega a un perro en la calle, está descargando sus frustraciones en un ser indefenso, pudiendo golpear también a sus hijos o a su familia. Incluso tú puedes ser la próxima víctima. Sin embargo, existe una notable diferencia en este tipo de violencia; Él no puede pedir ayuda, pero tú sí. ¡Tú tienes que ser su voz! No te quedes impasible y denuncia actos de crueldad y abandono animal. 7


Por otra parte, antes de comprar piensa en adoptar. Hay muchas mascotas en los refugios que necesitan un hogar, tan bonitos, inteligente y cariñosos como uno de pura raza. Lo cierto es que hay demasiados perros y gatos, de raza pura o mestiza y nueve de cada diez animales abandonados nunca encontrarán un hogar. ¿Sabías que cada vez que tú compras un animal, otro muere en la calle? Ese perro o gato que se ve vagabundeando en la calle, no eligió vivir así. Su único delito fue haber nacido y un ser “humano” irresponsable e insensible le condenó a cumplir el peor de los castigos; el abandono. Si no te vas a hacer cargo de los cachorros que tu mascota engendra, ¡esteriliza! La esterilización no va a cambiar la personalidad básica de tu perro o gato y reduce el riesgo de incidencia de un número de problemas de salud cuyos tratamientos son complicados y caros. Además, cada camada nacida contribuye con los miles de perros y gatos indeseados que mueren por todo el país, día tras día, en perreras, refugios de animales y en la calle. Una esterilización dura media 8


hora y el sufrimiento de un animal abandonado es para toda la vida. Si nació en la calle no fue culpa suya. No lo mires con desprecio, ni lo maltrates. Ellos nos dan su amor incondicional a cambio de muy poco. Así mismo, desempeñan una gran labor en la sociedad y, ciertamente, son una inestimable ayuda moral para mucha gente. Tenga o no pedigrí, jamás te traicionará, estará junto a ti en los y malos momentos y permanecerá siempre fiel a tu lado durante toda la vida. No le importa lo qué eres o cómo eres, simplemente te quiere. Eso es más de lo que pueden prometerte muchos humanos y menos aún cumplir. Reflexiona durante unos instantes y responde honestamente; ¿de cuantas personas puedes decir lo mismo? Ahora bien, si aún así eres capaz de abandonarlo a sabiendas de que, con toda probabilidad, terminará muerto, sufriendo una lenta agonía antes de su inmerecido final, envenenado, apaleado, torturado o atropellado, mientras espera tu regreso; sinceramente, ¿eres capaz de querer a alguien de verdad? 9


No puedo exigirte que ames a los animales, pero sí que los respetes. La mayoría de estos animales no correrán la misma suerte de Cleo, la protagonista de esta historia. Espero que este libro que he escrito con todo mi cariño por y para Ellos sea de tu agrado y, sobre todo, que te ayude a querer y respetar a los animales como se merecen. No olvides que Ellos también tienen su corazoncito que siente y sufre como el tuyo. Inma Pérez.

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1. ABANDONO INESPERADO.

En el rincón más alejado del espacio que mediaba entre el asiento trasero y el resto del interior del desvencijado auto, se medio distinguía un pequeño bulto blanquecino agitarse repetida y convulsivamente. El sol se había alejado por el oeste y descendía lentamente por la línea del horizonte. En cuestión de unos minutos se habría ocultado y todo estaría a oscuras. Las sombras se dispusieron gradualmente a abandonar todos los rincones, para dar paso a una negrura tan espesa como una manta y envolver la tenue luz del habitáculo. Aquello no le provocó pánico, al menos de momento, pero extendió una fina lámina de pesimismo sobre su mente y le rodeó el corazón con un aire de pastoso temor. Era 11


la primera vez que afrontaba en soledad una situación de ese tipo y en cierto modo, resultaba lógico su recelo. Pasaron tres días y tres noches antes de que fuera advertida la presencia del cachorro en aquel coche abandonado en medio de montañas de chatarra. Justo antes de que el mundo se precipitara ante aquella incomprensible pesadilla vivía feliz junto a su mamá y los que creía su familia. Personas que cuidarían siempre de ella a cambio de su obediencia y amor incondicional. Pero de pronto, surgió algo que confirió un giro insospechado a la situación. — Te dije hace días que te deshicieras del cachorro —sentenció el hombre—, ya tenemos suficientes perros y ésta sobra. — Pero padre —dijo el joven en tono cauteloso—, mire que bonita es… Estoy seguro de que será una gran cazadora. — No es más que una simple mestiza —la miró de reojo con desdén—. Si al menos fuese de raza como su madre… 12


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Las facciones del hombre se mantenían escrupulosamente compuestas en aquel rostro arrugado y prematuramente envejecido por el duro trabajo que, día tras día, desempeñaba al aire libre. De toscos modales y sentimientos inescrutables, desde muy temprana edad había aprendido a ganarse el sustento en las tierras que, con los años, pasaron a ser de su propiedad y seguía cultivando. La única afición que le era conocida por los vecinos de aquel pequeño pueblo de la geografía valenciana, era su devoción por la caza. Todos los domingos y festivos, salvo escasas excepciones, salía de cacería con los amigos y sus dos hembras, de raza pointer, excelentemente adiestradas para desempeñar su cometido. Se sentía plenamente satisfecho de ellas, sobre todo de Nina, y las alimentaba convenientemente. Sin embargo, para él los perros sólo eran una herramienta elemental carente de sentimientos indispensable para su distracción favorita de la cual, si cuando por algún motivo dejaba de serle útil, prescindía sin más preámbulos. No sentía el menor remordimiento en arrojar al animal a un pozo o colgarlo de un árbol 14


para que muriera ahorcado y, en el mejor de los casos, abandonarlo a su propia suerte justificándose en que sabría cuidarse solo. Algunos de sus amigos y compañeros de caza ya le habían advertido de su inadecuado proceder; sobre todo aquel día que aún estando una de las hembras en celo la sacó de cacería a la montaña. — Haces mal Pepe —le reprendieron—. Hoy deberías de haber dejado a Nina en casa. Despista a los machos y si te descuidas te la pueden preñar. — Pues si la preñan ya parirá… Acto seguido, degeneró en unas sonoras carcajadas que sólo se interrumpieron bruscamente por un acceso de tos. Recogió el habano del suelo y tras limpiarse, con el dorso de la mano, la lustrosa baba que se había acomodado en su barbilla lo encendió de nuevo. Se dio la vuelta en redondo y, sin más comentarios, emprendió la marcha alejándose del grupo en evitación de causar algún conflicto por el inconveniente pasajero de Nina. Dado por zanjado el asunto se internó en el monte centrándose tan sólo en su objetivo. 15


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Ni tan siquiera se percató de que en una de las ocasiones en las que los animales salieron corriendo en busca de la presa, Nina tardó un poco más en regresar que Linda. En ese momento, su único interés era la hermosa liebre que Linda portaba en la boca y depositó a sus pies con evidente alegría por haber complacido a su amo. Como cada día, esperaba esa caricia que nunca llegaba. A lo sumo, recibía algún manotazo en el hocico o una patada en el trasero acompañada de una estridente voz que identificada de mando: ¡atrás! Sin embargo, le gustaba pensar que ese era el modo habitual que tenía su amo para demostrarle gratitud por la labor que desempeñaba. Entonces se retiraba unos pasos y retomaba su posición de alerta esperando, de un momento a otro, ese sonido infernal que la aterraba atravesar sus oídos como una puñalada. Su tormento no era la palpitación de una vieja magulladura, sino el agudo dolor de una herida abierta. Pero era consciente de que debía controlar su temor y hasta el momento lo estaba consiguiendo; lo cual ya constituía de por sí un gran alivio. Luego, saldría corriendo a buscar la pieza. 17


A pesar de todo, siempre obedecía sin una protesta. Ni siquiera un leve aullido o un lamento. Sabía que si lo hacía sólo atraería dolor. Esa ineludible certeza se había instalado con fuerza desde el primer día que presenció la andanada de golpes propinados a Nina por el amo. Tuvo la osadía de reclamar, en un par de ocasiones, su bien merecida recompensa y como pago a su audacia fue sometida a base de palos. De aquello hacía más tiempo del que le gustaba recordar y aunque trataba de negar aquellas terribles imágenes e incluso la idea aún más terrible que acechaba tras ellas, no lograba olvidar el rostro denudado por el terror de Nina y sus ojos angustiados de pesadumbre y sufrimiento, tratando de escabullirse a trompicones del tropel de golpes. Esos aullidos de dolor precedieron a varias noches insomnes a causa de los gemidos de su hermana. Recostada en una esquina del cobertizo donde vivían, apenas podía moverse. Tenía una pata lacerada que evitaba poner en el suelo porque al hacerlo, el hueso chasqueaba y le daba punzadas de dolor; una herida abierta en la espaldilla que 18


sangraba y lamía constantemente y todos los huesos doloridos. Sin ningún cuidado veterinario tardó varias semanas en estar recuperada totalmente. Pese a su temperamento nervioso, ella siempre había sabido controlar sus instintos y prefería sustentar el pensamiento de que el líder de la manada, como consideraba al amo humano, las quería a su manera y creía que siempre cuidaría de ellas por ser sus fieles compañeras. No se le ocurrió pensar, ni por un momento, que algún día pudiese decidir poner fin a sus días de vida. Un nuevo estallido reverberó salvajemente en su cabeza, devolviéndola bruscamente a la realidad del momento. Tardó un segundo en reaccionar antes de salir a toda velocidad en busca de la pieza abatida, pero antes de que pudiera intervenir Nina se le adelantó. Absorta en sus pensamientos no había reparado en su llegada y ni siquiera estaba segura de dónde había caído la pieza. Sintió que había fallado y regresó con la frustración adicional de no haber sido capaz de capturarla. — Linda parece estar cansada —se escuchó una voz masculina perteneciente a un joven de treinta o 19


treinta o cinco años de elevada estatura y porte agradable—. Quizá deberías apartarla una temporada de la caza y dejarla reposar —hizo una breve pausa y añadió—. Las fuerzas demasiado y eso no es bueno. — Tal vez tengas razón Javier —convino el hombre y, apoyando el cañón de la escopeta en el suelo, asintió con gesto vago. Su mente distorsionó por completo el verdadero contexto de aquel comentario. Luego, sin mediar palabra, introdujo la mano en el bolsillo de la camisa y sacó un puro. Lo miró como si de algo nuevo se tratara y mordisqueó un extremo. Escupió rápida y fugazmente en dos ocasiones y lo encendió. Aspiró profundamente el humo y clavó la mirada en Linda. Su rostro empezó a revestirse de atributos detestables tras una nube de humo que remontaba ante sus ojos. — Ya está Pepe debatiendo el futuro del animal —rió un tercero que acababa de llegar. Pablo era un sujeto corpulento y piel bronceada, con una profunda red de arrugas en el contorno de los ojos y la boca—. Seguro que ha cometido algún fallo o está 20


perdiendo facultades… — A mí me gusta hacer las cosas bien hechas —intervino Pedro, el cuarto componente del grupo de porte arrogante, con gafas de montura negra y poblado mostacho cuyo cometido era ocultar sus feos y desordenados dientes amarillentos, en tanto propinaba sonoros palmetazos, a modo de caricias, en el escuálido lomo de uno de sus galgos—. Lo mejor es ir al Ayuntamiento y ellos se encargan de avisar para que vengan a recogerlo y lo lleven a la perrera. — No creo que ese sea un adecuado modo de proceder —empezó diciendo Javier, en tono cauteloso, acometido por una sensación de vacío en el estomago que iba ascendiendo hasta la garganta—, lo propio en estos casos es… El restallar de un trueno invalidó el resto del comentario y dejó en suspenso la conversación. El cielo se cubrió repentinamente de nubarrones plomizos y antes de que pudieran darse cuenta, llegó una lluvia de enormes gotas hasta el suelo. Los cuatro hombres corrieron a guarecerse en el refugio. 21


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La puerta se cerró de golpe tras ellos y la jauría quedó a la intemperie. Todos arremolinados trataban de cobijarse inútilmente bajo el escaso voladizo que sobresalía del techo, de la cortina de agua que arremetía con furia sobre sus cansados y famélicos cuerpos. Mientras, en el interior de la cabaña, los hombres reían y bromeaban sobre el imprevisto acaecido. Ajenos a lo que estaba ocurriendo en el exterior, por mutuo acuerdo no verbalizado, cada cual desempeñaba una tarea. El único tema de conversación discurría en torno a las piezas capturadas y quien tenía mejor o peor puntería. Todos estaban entretenidos a excepción de Javier que se mantenía al margen del coloquio y observaba la escena con desagrado. Sabía que en el mundo había personas, de hecho demasiadas, cuyos sentimientos hacia los animales estaban entumecidos o incluso carecían de ellos y que la mayoría vivían en un estado mental creado por ellos mismos para acallar su conciencia, parecido al daltonismo. Siempre había experimentado sentimientos opuestos hacia ellas, 23


pero albergaba la esperanza de poder enriquecer aquellas mentalidades incapaces de discernir la verdadera realidad de su propia utopía. Los animales no eran máquinas carentes de sentimientos y sufrimiento como ellos se obstinaban en afirmar. Cada día le costaba más reprimirse y se sentía profundamente atribulado por no poder manifestar sus pensamientos. Sabía que para conseguir su objetivo debía ser prudente y actuar con cautela, de lo contrario podría provocar una controversia y los que saldrían perdiendo serían los animales. El fuego comenzaba a crepitar en la chimenea de ancha campana y envolvía la estancia con un parpadeo de luces y sombras. Afuera, la naturaleza se había impuesto con increíble ferocidad y había aniquilado aquel soleado día estival para dar paso a una repentina oscuridad. — Ir haciendo sitio en la mesa —dijo Pedro señalando con el pulgar la paella que cocinaba en el fuego de la chimenea y se puso en cuclillas para observarla más de cerca— que esto ya casi está. — ¡Ya era hora! —respondió Pepe apartando con el dorso de la mano los utensilios y restos de 24


comida que había sobre la mesa. Luego cogió el vaso de vino y apuró su contenido de un sólo trago. En tanto, Pablo se apresuraba por retirar los desperdicios y meterlos en una bolsa de plástico. Javier, se ocupaba de que el cubo volviera a bajar por la polea del pozo en busca de una nueva carga de agua repleta de microbios para limpiar los utensilios que iban a utilizar. — ¡Pues haberla hecho tú! —protestó Pedro y añadió en tono socarrón—. Tú la cuestión es criticar si no, no te quedas tranquilo... — Seguro que me hubiese salido más buena que a ti. Ya sabes que te supero cocinando paellas —rió al tiempo que llenaba los vasos de vino — ¡Toma y calla viejo regañón! —le tendió un vaso. — Mira que te arreo… —bromeó balanceando la espumadera de largo mango, como si fuera un arma, sin variar su postura —. Ven aquí si te atreves valiente —soltó una carcajada que fue secundada por el resto. Todos ellos eran gente de buen apetito y en poco tiempo comenzó a dejarse ver el fondo de la paellera. Los agujeros que las activas cucharas iban 25


haciendo en el arroz parecían bocas de volcanes y el vino corría a raudales por sus gargantas. Así mismo, coincidían en que el mejor momento del día era ese y algunas veces, en cierto modo, utilizaban la caza como pretexto para escabullirse de sus casas. Comían y bebían cuanto les apetecía sin nadie que les impusiera limitaciones. Hablaban de lo que les gustaba y se expresaban como querían sin ningún tipo de control que limitara o suavizara su ordinaria y malsonante verborrea. Allí se sentían libres de cualquier tipo de atadura y se mostraban tal cual eran en realidad. En más de una ocasión les había sorprendido la noche inmersos en la francachela y hasta incluso, alguna que otra vez, más de uno había pernoctado allí ante la imposibilidad de mantener el equilibrio al ponerse en pie a causa de su estado de embriaguez. Con el tiempo habían adquirido una innata práctica en el ejercicio de engullir ingentes cantidades de alcohol, pero aún así eran notables las borracheras que cogían algunos. Un tenue golpe seco, que pasó desapercibido, se escuchó tímidamente sobre el cristal de una ventana. 26


Luego otro y a continuación una salva de repiques golpeaban los cristales de las ventanas. — ¡Ssst…! —chistó Javier de pronto al tiempo que alzaba las manos a la altura de los hombros, con las palmas de las manos abiertas, y las bajaba de nuevo como indicación para que callaran— ¿Habéis oído?— se levantó. — Parece granizo —manifestó una lengua enredada antes de continuar bañándose en vino. El resto bajo el volumen del tono de voz y continuó hablando como si nada. Un grisáceo fulgor enmarcaba la ventana en cuyos cristales golpeaban multitud de piedras de granizo del tamaño de un garbanzo. Sin mediar palabra, Javier enfiló con paso rápido y decidido en dirección a la puerta, pero antes de que pudiera abrirla una mano le agarró por el brazo derecho justo por debajo del codo y se lo oprimió con fuerza impidiéndole cualquier movimiento. Tenía una fuerza prodigiosa. — ¿Qué vas a hacer? —preguntó Pedro anticipándose a su pensamiento. Las palabras del hombre flotaban en una onda 27


que olía a batido de huevo podrido y leche agria. — ¿Qué va a ser? —respondió el joven luchando controlar el tono de su voz— ¡Abrir a los perros para que entren! — ¡¿Te has vuelto loco?! —gruñó Pepe apoyando la espalda sobre el respaldo de la silla y estirándola cuanto podía— ¡Si entran lo pondrán todo perdido! —exclamó con una nueva voz que arrastraba las sílabas. Ignorando por completo este último comentario, Javier dirigió una breve mirada amenazante a la mugrienta y velluda mano que aún permanecía agarrada a su brazo como una garra. Luego, sin variar su postura, miró a los ojos de su propietario. Los parpados de Pedro estaban entornados y no eran más que unas estrechas ranuras, detrás de las gafas de montura negra. Sus rostros adquirieron una expresión que recordaba a la típica escena, de una de esas películas del Oeste, donde los pistoleros se enfrentaban a un duelo a muerte y sólo se escuchaba la música mezclada con el estridente sonido de un grajo para dar paso a un tenso silencio. 28


Pedro le aguantó la mirada unos instantes, con los labios contraídos y arrugados. El resto guardó silencio y permaneció a la expectativa del duelo ocular. Tenía intención de hablar pero, en el último momento, las palabras murieron en su garganta. Se mordió el tembloroso labio inferior, le dirigió una última mirada y sin responder al comentario de Javier, optó por regresar a su asiento donde masculló, con voz casi inaudible, algunos improperios y juramentos. El resto se limitó a increparle con gestos para que callara y olvidara el asunto. Aunque ninguno de los presente comprendía y mucho menos compartía las atenciones y cuidados que Javier prodigaba a los animales, nadie añadió ningún comentario al respecto. Habían ido a divertirse y no estaban dispuestos a terminar el día con un altercado que, con toda probabilidad, no conduciría a ninguna parte. En el peor de los casos, los que saldrían perjudicados serían ellos. La cabaña era de su competencia y tenía la llave. Así mismo, la decisión de quién podía ir y quién no era suya. En virtud de todas las 29


consideraciones, lo más prudente era callar. Al fin y al cabo, rara era la vez que les acompañaba y cuando lo hacía, a juzgar por su comportamiento, daba la impresión de ir para controlarles. De vez en cuando, se escuchaba alguna detonación de su escopeta, pero jamás había acertado un disparo o al menos era lo que aseguraba. En su momento, prefirieron no darle más importancia que la justa y no profundizar más en el tema. Además, siempre habían mantenido una cordial amistad, sobre todo fuera de ese entorno, y no era cuestión de echarla a perder por una bobada. Por otra parte era muy discreto y se podía confiar plenamente en él, lo cual no era una virtud demasiado extendida entre la gente en estos días. Lo mejor y más sensato era dar por zanjado el tema y continuar con su particular fiesta como si nada hubiese pasado. Atenazados por el pánico, que dadas las circunstancias era perfectamente comprensible, los perros fueron entrando lentamente obedeciendo las instrucciones de Javier. Había algo diferente en el tono de voz de aquel humano que les transmitía seguridad. Aún así, fueron desfilando cabizbajos y 30


con la cola entre las patas ante el temor de ser castigados por acceder al lugar prohibido. La única que se resistió fue Nina. Hecha un ovillo en el encharcado y frío suelo de cemento permanecía pasiva tiritando de un modo instintivo. Resultaba obvio que no tenía la menor intención de moverse. El joven se acercó a ella con cuidado para no asustarla más de lo que ya estaba y la tranquilizó un poco acariciándole la cabeza. Al cogerla en volandas notó como su empapado cuerpo se estremecía. Al igual que el resto de la manada, estaba calada hasta los huesos. Entonces sus miradas se cruzaron y pudo ver una expresión de inconmensurable ternura y agradecimiento en sus ojos. Con suma delicadeza, la depositó en el suelo junto a sus congéneres presos de un temblor incontrolable a consecuencia del frío y de un terror indescriptible. Eran conscientes de que estaban trasgrediendo el límite impuesto por sus amos y temían ser reprendidos duramente. Sirviéndose de una toalla, que siempre guardaba en la cabaña para cualquier emergencia, fue frotando, por turnos, a todos los perros para eliminar el exceso de agua que habían almacenado 31


sus cuerpos y evitarles una inminente hipotermia. Luego, con dulces palabras y gestos, los fue acomodando al lado de la lumbre. Los acobardados animales obedecieron sin rechistar y, en esta ocasión, incluso Nina hizo lo propio. Luego, sacó un par de cubos de agua del pozo y recogió los restos de comida sobrante. Siempre llevaban comida suficiente para abastecer a un regimiento y había de sobra para alimentar a los animales. Cuando les hubo puesto comida y agua suficiente para todos, se acercó a la mesa y se sirvió un vaso de vino. Cogió una silla y se sentó cerca de la chimenea junto a la jauría. Sus ropas estaban húmedas y tenía frío. En tanto, el resto permanecía ajeno a todos sus movimientos mientras seguía comiendo y bebiendo desmesuradamente. Deteniéndose, de vez en cuando, para soltar algún sonoro eructo continuado de una palabrota malsonante y luego frotarse con ambas manos sus abultadas panzas. Parecía como si todo su peso se hubiese concentrado en sus abdómenes y se sintieran orgullosos de ello. Dando por finalizado el ritual con unánimes y sonoras 32


risotadas. Hacía rato que la considerable cantidad de alcohol que habían ingerido y seguían ingiriendo, comenzaba a tomar las riendas de su voluntad. La primera furia de la tormenta ya había pasado y la lluvia había cesado, pero los reflejos intermitentes de los rayos aún centelleaban en un cielo donde comenzaba a caer la noche. Una pálida luna creciente se mantenía recostada sobre las cumbres, convirtiendo a los árboles en enormes sombras negras que se balanceaban con el viento y daban al cerro una belleza casi fantasmal. Por mutuo acuerdo decidieron dar por terminado el festín y regresar a sus respectivas casas.

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