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El ciclista (Francisco Morales Domínguez

Francisco Morales Domínguez

Novelista y guionista cinematográfico además de poeta. Ha realizado media docena de cortometrajes, entre los que destacan El reloj y El hotel en los que ejerció como director, guionista, actor y productor. Ha publicado, entre otras, El acantilado. En 2015 Ediciones Aguere coedita junto con Escritura entre las nubes su poemario Cuando te miro. En 2016 Escritura entre las Nubes publica su novela juvenil Edad de rebeldía. En diciembre de 2017 ve la luz su segundo poemario: Dime que sí. En 2020 publica una reedición corregida y revisada de su novela policíaca El acantilado.

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El ciclista

Contaba con dieciséis años y gozaba ya de una notable trayectoria con un equipo de ciclismo de una pequeña ciudad agrícola. Desde niño ayudaba a sus padres trabajando en el campo, aunque su pasión era la bici. En muchos momentos soñaba despierto, viéndose a sí mismo como un as del ciclismo. Aún conservaba cara de niño y un cabello lánguido, vaporoso, que le daba un aire flotante, casi aéreo, en contraste con sus musculosas piernas, que parecían agarrarle bien a la tierra. Ganó una carrera en la feria del lugar. Un avispado ojeador de promesas se fijó en él y fue llenándole la cabeza de pájaros ante un futuro prometedor en el mundo del deporte a dos ruedas. Acabó creyéndose esas promesas y envenenándose de soberbia.

Tras su fichaje, se fue a vivir a la ciudad donde, no sin pocas dificultades, volvió a sobresalir entre sus compañeros. Su éxito se consolidaba a nivel local: medallas y contratos de publicidad de empresas lugareñas. En poco tiempo ya estaba en el equipo sénior; sin embargo, la diosa de la fortuna empezó a darle la espalda. En el equipo profesional, a la joven promesa llamada a dirigir el conjunto, lo vieron con malos ojos y pronto le hicieron la cama. Empezó de gregario y no veía mejoras en su puesto, chupaba más rueda de lo normal y siempre se tenía que sacrificar por los demás sin sentir a cambio algún gesto de apoyo o agradecimiento. Solo la falsa promesa de triunfos y el dinero que iba a ganar le hacían continuar. Tan lejos quedaba ya su vida en su pequeña ciudad. A veces pensaba si valía la pena haber dejado su anterior vida por la que llevaba ahora. Siempre intentaba justificarse para no pensar demasiado. Lo que sí tuvo claro fue que sería más competitivo, se esforzaría más para que el entrenador se fijara en él. Sin embargo, fue peor el remedio que la enfermedad: sus compañeros empezaron a verle claramente como un enemigo, los veteranos no toleraron la osadía y le provocaban, le llamaban pueblerino, subnormal, analfabeto... No tardaron en llegar las agresiones físicas: pincharle las ruedas, dejarle hojillas de afeitar en sus zapatillas. Y así, día tras día, su sueño se desmoronaba. Y como a cucharadas iba tomando la ingratitud que sentía la vida le iba devolviendo. Pronto empezaron las inexplicables lesiones musculares que lo llevaron al ostracismo. El joven no sabía qué hacer, pero el equipo ya tenía la decisión tomada: expulsión y rescisión de contrato. El joven cayó en depresión, su ilusión de ser ciclista profesional se había esfumado. Un día se encontró con un amigo de la infancia a quien hacía mucho que no veía. Este estaba enfermo y le confesó: «Mi tabla de salvación está siendo el karma yoga. Podrías probarlo tú también. Serás tú mismo quien te pongas tu propia disciplina…, aunque antes necesitarás la orientación de un maestro». Pensó que podría ser buena idea. No tenía nada que perder y, según le había contado su amigo, podía darle algo que necesitaba: seguridad en sí mismo. Con el yoga podría trabajar la parte física, mental y espiritual. Las posturas (asanas) le fortalecerían los músculos, dándole flexibilidad al cuerpo. Cuando su cuerpo se volviera más flexible, la mente también. Se sintió tan liberado con el yoga que decidió viajar hasta la India. Allí un yogui le dijo que todo estaba en la mente. Sus lesiones, poco a poco,

se curarían si tomaba unas yerbas, practicaba la meditación y llevaba una alimentación ovolactovegetariana que le harían sentir una gran energía y salud, y le mantendría altas las defensas. Y así fue. Se sentía como nuevo. Tres meses después, volvió a su pueblo. Allí hizo carreras notables para sus registros. Quiso volver a su equipo, pero este no lo aceptó. Aun así, no se amilanó y fue a otro conjunto en el que realizó unas pruebas, se tragó su orgullo y, como si fuera un novato, por primera vez logró pasar la prueba. Fue fichado por el equipo que competía en la liga profesional de ciclismo, pero de menor presupuesto. Poco a poco, entró en la competición siendo un gregario al que todos admiraban por su sencillez. Practicaba el compañerismo y la camaradería, y lo trataron como uno más. Atrás quedaron los fantasmas del pasado. Llegó el día en que tuvo la suerte de participar en una importante carrera que logró ganar. Ahora, por fin, su trayectoria había dado sus frutos, gracias a haber recuperado la seguridad en sí mismo. Su humildad le había llevado al triunfo y, justo en este punto, su anterior equipo lo quiso contratar, pero él rechazó la oferta, simplemente porque ahora era feliz.

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