Claudio Solís
A mí querido Bolsón
El Bolsón, Octubre de 2021
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Los Hornos Mi primer relato es sobre el lugar donde se prepararon los primeros ladrillos para hacer las primeras construcciones en El Bolsón, esto según lo escuchado a Oscar Lauría en Radio Nacional. Se trata del lugar donde cortaban los ladrillos, en lo que es hoy el Barrio Los Hornos. Antiguamente conocido como Colonia Martín Fierro. Había muy pocos pobladores. Había un vecino, Barría, que era quien cortaba los ladrillos. (Aún viven sus familiares en esa chacra) Aclaro que cortar los ladrillos significa hacer la mezcla y moldearlos. Es lo que se llama el adobón. Eran con greda, y no se horneaban. Después con el tiempo hubo hornos. Esos ladrillos los cortaba el vecino Lafquén, por eso se llamaban Los Hornos de Lafquén. Al fondo de mi casa están los vestigios de lo que fueron los hornos de Barría. Los de Lafquén estaban frente a mi casa. Todavía quedan algunos pocos ladrillos tirados que se alcanzan a ver. Después lo de Lafquén perteneció a Leonardo Losada. Más conocido como el Negro Losada.
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Hace 30 años nos fuimos a vivir ahí, eran los primeros vecinos. Tenían vacas lecheras, les comprábamos leche. Era un trato de vecinos. Y ahí nos contaron que cortaban ladrillos, que eso había sido de Lafquén. Después se llamó Barrio Los Hornos por los hornos de ladrillo. Antes a El Bolsón se lo conocía como Valle Nuevo, que en realidad era el Valle del Río Azul, lo que se ve desde el Mirador de Cabeza del Indio. En otro relato escuché que en principio no había habitantes, que los primeros habitantes entraron por El Manso, vinieron desde Chile. Oscar Lauría entrevistó a viejos pobladores, algunos de Lago Puelo. Por ejemplo: se hacían escuelas en El Turbio. E iban a El Turbio a cortar tejuelas. Lauría lo entrevistó a Eguiluz, que se acordaba que había estado haciendo tejuelas con el padre del que fue intendente, Ricardo “Caleuche” García. El hombre estaba haciendo tejuelas y fue alguien a avisarle que estaba por nacer el hijo. No llegó al parto y cuando lo conoció le puso Caleuche (Hay una película de Neuquén donde nombran al Caleuche: “La nave de los locos”)
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Un relato de mi madre Lo que sigue es un relato de mi madre de cuando tenía 5 años. (Ahora tiene 63) Ella se crió con una tía política (tía de la madre). La consideraban una hermana, ella era la menor. (Son parientes, primos segundos o terceros) En una ocasión acompañó a una tía política, que salía con uno de los hermanos. La tuvo que acompañar a hacer un aborto (en ese momento sólo se trató de ir al médico, después con los años supo que el motivo era el aborto). El médico era Venzano. Llegaron, las hizo pasar y ella se sorprendió. Se ve que Venzano, para que se sintieran cómodas, se vestía como mujer: peluca, vestido y tacos. Sería en el año 1962-1963. Mi mamá, de chica, vivía en la chacra de atrás de Venzano, frente a La Anónima nueva. Venzano sentía el olor de las tortas fritas y se acercaba. Pedía a Doña Teresa: no me dá unas tortas fritas?
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Un relato de mi padre Otro relato que me acuerdo: cuando llegó mi papá (nació en 1960, llegó cuando tenía 13 años, en 1973). Consiguió trabajo en el ACA. Se hizo amigo del encargado del ACA, que se llamaba Arturo Obando. Frente al ACA había una casa de comidas. Pertenecía a Armando Rosales, alias “El Gordo” Rosales, muy conocido. Dueño del boliche. Amigo del encargado del ACA y de mi padre. Los invitaba a comer. Cuenta mi padre que cuando empezaron a llegar los primeros hippies iban a comer ahí, era el único lugar. En esos años en el matadero regalaban las achuras. El gordo Rosales iba y buscaba las achuras. Mi padre se acuerda que tenía un gancho para colgar la carne, tenía las achuras en un tarro con agua. El gordo enganchaba un hígado, y lo entraba al negocio. Levantaba el gancho y lo que se arrastraba, se arrastraba. Lo ponía en la mesa y cortaba bifes de hígado. Cuando llegaba los hippies, eran gringos, no hablaban castellano, solo pocas palabras, les cocinaba bifes de hígado. Y les preguntaba si estaban ricos. Y los hippies le decían “mucho bueno, mucho bueno”. Y Rosales iba atrás
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del mostrador y decía “acá van a conocer la carne” (Les vendía hígado por carne) El trato era muy sano, muy respetuoso. Nadie se peleaba con nadie. Yo terminé el secundario en 1998. En la escuela de carpintería.
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Las Mercedes En 1998 mi papá ya había puesto su bicicletería, hacía dos o tres años. En ese ínterin le ayudábamos en las tardes, pero ya no daba la bicicletería para subsistir. Fue por eso que un día, sale de la bicicletería y pasa a comprar a un supermercado que se llamaba supermercado Marca. (Estuvo un par de años). Al entrar a comprar, se encuentra con un amigo de la infancia, de la escuela, de El Maitén. Se pusieron a charlar. Le preguntó qué estaba haciendo, le dijo que laburaba con las bicicletas, pero que no daba para mucho. Entonces el amigo le comenta: por qué no te venís a trabajar conmigo, yo me vine de la costa como encargado a un campo en El Coihue, que es una estancia que se llama Las Mercedes. El padre le pregunta ¿Y a hacer qué?. Lo que sea, limpieza, leña. Sabés trabajar con la motosierra? Respondió que sí. Bueno, te espero. Pasaron un par de días nomás, se encontró con otro amigo que le dijo que también sabía de carpintería. Le dijo, vamos a pegar una vuelta, a ver
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qué pasa. Así que fueron un día. El amigo les explicó los trabajos que había que hacer. Quedaron arreglados para empezar a trabajar. Con el amigo que hacía carpintería se pusieron a hacer cercos, para enmarcar el jardín de la estancia. Habrán trabajado 2 meses. El carpintero tuvo que ir a hacer un trabajo a otro lugar. Como yo ya había terminado la escuela, mi papá me ofreció que fuera a laburar con él, a ver qué pasaba, que había trabajo para hacer. Así que arrancamos, me fui con él a trabajar, al campo. Me fui a vivir con él, porque era lejos y no teníamos movilidad. Trabajábamos 2 semanas y bajábamos al pueblo. (Yo tenía dos hermanos, uno más chico y uno más grande). Y mi mamá había empezado a trabajar en el hogar de ancianos. Bajábamos al pueblo a buscar los víveres, los vicios, a dejar dinero a la familia, y nos volvíamos a trabajar. Empezamos a hacer trabajos de madera, como volteos de rollizos, limpiezas, alambrados. Lo hicimos durante 4 años. Hasta que pudimos juntar un buen lote de madera. Porque en ese tiempo te
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pagaban un poco en plata y un poco con madera. El ahorro venía siendo la madera. Al poder juntar un buen lote de madera, pudimos hablar con un hombre que tenía aserradero, en Epuyén. El hombre se llamaba Juan Carlos Dominguez. Hablamos con él y nos cobró un porcentaje de madera, y el resto lo aserró para nosotros. De ahí contactamos a algunos compradores de madera, hasta que dimos con uno de Bariloche , quien nos compró el lote completo, aserrado, y lo vino a buscar. Al poder cobrar esa madera, pudimos comprar la primer camioneta. Al comprarla, el mismo día, nos fuimos de cacería. Le pusimos combustible y nos fuimos. Fuimos a cazar Guanacos a Comallo. Cazamos guanacos, avestruces, ardillas. Cazamos todo eso, 4 días, y nos volvimos. Trajimos toda la carne, la aprovechamos toda. En ese tiempo no estaba la barrera del SENASA. Con la carne hacíamos facturas, chacinados: chorizos, salames, escabeches. El resto se guardaba en el freezer para ir consumiendo. Después de eso, a los dos o 3 meses volvimos a trabajar a la Estancia Las Mercedes. Y ahí estuvimos 2 años más. Seguimos haciendo trabajos
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de limpieza. Después hicimos un trabajo muy bonito en una cascada que está dentro del campo. Preparamos todo el sendero para bajar a la caída de la cascada, marcado con varas de ciprés, todo a pala y picota. De la laguna salen 3 cascadas. Se arranca desde arriba y se lo marca para bajar. ¿Para qué? Para que los dueños bajen a sacarse fotos abajo. Donde cae el salto de agua, hicimos como un escenario, todo en troncos. Entonces ellos se podían sacar fotos donde caía el agua. Y arriba, donde arranca el salto, hicimos otro escenario, entonces se podían sacar de arriba para abajo. Haberlo vivido es poderlo contar. Lo viví yo. Terminamos ese trabajo y lo cobramos en parte en madera y en parte en dinero. Luego de eso, al encargado se le ocurre armar una estación de recría. Una estación de recría significa tener en cautiverio animales salvajes. Entre esos animales conseguimos dos avestruces guachos, una guanaca guacha, un jabalí que lo criamos desde lechón y dos pumas que fueron decomisados a un hombre de Esquel. Y nosotros tuvimos que
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hacer la jaula con Malla Cima y cemento para los pumas. La jaula tenía 5 x 5 metros. Dentro de la jaula quedó un árbol, para que subieran los pumas (era un peral). Al poco tiempo, le avisan al encargado desde Fauna, que tenían una puma hembra en Puerto Madryn, si la quería, que la fuera a buscar. Entonces coincidió un viaje que tenía que ir a buscar materiales para la construcción en la estancia, se animó a buscarla. Preparamos una jaula y la fuimos a buscar. Al volver, hicimos una jaula pegada a la de los machos. Y dejamos una puerta hecha. Después empezamos a abrir la puerta, para que pudieran socializar y comunicarse. Al poco tiempo la puma entró en celo y se apareó con uno de los pumas machos. Al aparearse, al tiempo, al cumplir el ciclo, tuvo dos cachorros, que estuvieron unos 2 meses. Eso fue en SeptiembreOctubre. Seguimos trabajando en la estancia y para las fiestas, navidad y año nuevo, bajamos al pueblo. El 25, que es navidad, estábamos comiendo un asado en casa y nos llama el encargado de la estancia, que si le podíamos ir a ayudar, por favor, a apagar el fuego, porque se le había prendido fuego el campo. Fue en el año 2002. Así que fuimos a ayudar a apagar el fuego. Perdimos madera
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todos, teníamos madera juntada. Pudimos salvar solo la casa. Se deben haber quemado mil doscientas hectáreas de bosque nativo. El incendio arrancó en el puente de El Pedregoso. Cruzó la ruta y llegó hasta la ruta que va para El Coihue.
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MIS MEMORIAS: somos privilegiados los que podemos acordarnos de cosas al detalle. Lo que vienen a ser los recuerdos, lo que he vivido.
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La primera cancha de carreras de caballos Se corría en paralelo a lo que es el Aeródromo de El Bolsón, para el lado de Barrio Arrayanes. Ahí funcionaba el Club Hípico. De la despensa del Barrio Arrayanes para arriba. Eso era de un italiano, Antonio Masero, que había tenido un restorán en Trelew. (Donde había hecho grabar sus iniciales en los cubiertos del restorán). En El Bolsón producía leche de cabra, en el establecimiento Belvedere, en Mallín Ahogado. Masero llevaba las bicicletas de los peones a la bicicletería de mi padre, le molestaba que el peón llegara tarde. Al llevar las bicicletas a arreglar, mi padre, a quien le gustaba cazar, le preguntó si había liebres en la chacra. Masero le dijo que sí. Conversando, le pidió permiso para matar unas liebres para conservas. Le respondió que sí, sólo tenía que respetar el horario, a partir de tal horario y solo los domingos, a partir de las 5 de la tarde. Íbamos en bicicleta. Desarmábamos la escopeta, la poníamos en la mochila. Había que anunciarse para poder entrar. Había un teléfono. Apretabas un botón y te atendía por teléfono y se levantaba la reja del portón. Era a partir de las 5 de la tarde porque a esa
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hora terminaba de encerrar las cabras. Cazábamos de todo en la chacra. Llevábamos la escopeta y volvíamos con liebres para consumir: escabeche, estofado. Cuando se fue poblando las liebres se terminaron, por los perros. Este hombre no tenía familia. Hace un par de años, antes de fallecer, donó una parte de la chacra a la Iglesia e hizo construir una pequeña parroquia dentro de la chacra. Lo otro lo dejó a cargo a su abogado personal, para que vendiera sus bienes. Para que lo administrara él. El abogado era Luis Espinosa. Al pasar el tiempo, Masero dejó los dos vehículos en la chacra. Uno era un Ford Falcon. El otro una Chevrolet Luv. Como mi papá era bastante conocido del abogado, Luis Espinosa, le preguntó qué había pasado con el Falcon. Le respondió que lo tenía para la venta. Mi hermano menor es fanático del Ford Falcon. A muerte, pelea por un Ford Falcon. El Falcon estaba guardado en el galpón desde hacía 10 años, cuando falleció Masero. Arreglaron un precio con el abogado. Se pusieron de acuerdo y se lo compró.
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Sería un lindo gesto tener el auto de Masero. Lo arregló y lo usó muchos años. En una oportunidad fue hasta el correo en el auto, por un trámite, y se cruza a un hombre que queda mirando el auto y pregunta “¿No lo vendés?” “No lo había pensado, pero no sé, si te interesa…” “Lo estaba buscando, vengo de Esquel y hasta ahora el único Falcon en buenas condiciones es el tuyo, te interesa venderlo”? Mi hermano respondió que iba a ver el precio. Acordaron un precio. Luego fueron a ver al abogado, porque estaba como en una sucesión. Hablaron con el abogado, se pusieron de acuerdo y se lo vendió. El hombre ese mismo día se volvió a Esquel. Y mi hermano se sacó el gusto de tener un Falcon.
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Con respecto a esta escritura, los relatos se pueden mezclar porque son memorias, son muchos recuerdos. De las cosas que yo he podido ver. Tengo recuerdos muy nítidos. No me olvido del lugar, el detalle. A mí me llega la memoria de repente, como que el tiempo no pasó. Como que se detiene el tiempo, como que pasó ayer.
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En la meseta De la época que iba a cazar a la meseta, en Río Chico, yo me acuerdo de cada cruce, cada camino por donde entrar, por donde salir. Una vez que entrás es todo llano. Yo pregunto dónde estamos ubicados y la gente no sabe. Yo me ubicaba porque dentro de esa meseta hay unos mojones chiquitos de cemento que marcan el paralelo uqe divide Chubut de Río Negro. La ruta sube, baja, tiene curvas, no te podés guiar. Desde arriba, para ubicarse hay que usar los monolitos. Si el monolito está en tal lado sé que estoy en Río Negro, y si está en otro es Chubut. Y por la puesta del sol, es una brújula exacta. Un amigo me regaló una brújula y le dije: “para qué la quiero”.
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Invierno. Lo que hacíamos para entretenernos. Aún estando en Las Mercedes, en invierno, en las noches, salíamos a cazar liebres en temporada de caza, que es en invierno. En primavera ya la liebre está por tener cría, entonces es la veda. La veda es la prohibición de la caza de liebres. Todos los animales tienen su distinta temporada de caza. Salíamos en un Jeep con un reflector y un rifle, con algunos compañeros de trabajo. Una de esas noches uno de los compañeros de trabajo era un porteño recién llegado al lugar. Con el reflector, buscando liebres, enfocamos a un zorrino. Al porteño se le ocurre decirle al que manejaba: “uy, qué lindo animalito para hacer un gorrito” Y el que manejaba le dice: “bueno, para agarrarlo sacate la campera, mientras nosotros lo alumbramos, andate por atrás y le tirás la campera encima, y ahí lo agarrás” el porteño hizo eso. Cuanto estaba por tirarle la campera, el zorrino levantó la cola y lo orinó. Igual el hombre se le tiró encima y lo agarró con la campera. Lo cargó atrás en el Jeep, porque el olor era insoportable. Esa noche nos volvimos a la estancia. Y lo dejó enjaulado. Al día siguiente, le
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pregunta al encargado de la estancia cómo podría hacer para que no tenga más olor y poder cuerearlo para hacer el gorrito. El encargado, con mucha picardía, le dice: “para que no tenga más olor, tenés que castrarlo”. El porteño buscó a otro compañero para que lo ayudara. Cuando fueron a agarrarlo lo orinó nuevamente. Lo agarraron y lo castraron. Lo dejaron unos días en la jaula. Al pasar los días fueron a verlo y no estaba más, había escarbado y se había escapado. Pero el olor permanecía en la estancia. Así que, como teníamos un bote a remo en la laguna, el porteño agarró y ató la campera al bote, y la lanzó al agua. Entonces mientras remaba esperaba que la campera se remojara y se le fuese el olor. Cosa que nunca pasó. Nunca se le fue el olor. Otra de las noches salimos a cazar liebres. Mi padre le dispara a una liebre y la liebre cae. Pero cae del otro lado de un canal. Entonces manda a un compañero de trabajo que teníamos, a buscarlo. Y lo alumbraba con el reflector, para que se guiara dónde estaba la liebre tirada. El hombre salta al canal, agarra la liebre, y cuando va a saltar el canal de vuelta, mi papá, que lo venía alumbrando, le
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enfoca la vista y lo encandila. El otro, en vez de saltar, se cayó en el canal. ¡Hacía un frío! “¿qué me hiciste’”, le dijo. “Yo te alumbraba donde estaba la liebre, vos saltaste mal y te caíste” Todos se mataban de risa. ¡Estaba cayendo una helada!
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Estancia El Trueno En otra ocasión, el patrón nos comunica que habían comprado otro campo del otro lado del Lago Epuyén, y que teníamos que ir a hacer una revisión de los trabajos que era necesario hacer para empezar con la limpieza del lugar y refaccionar todo lo otro. Alambres y jardines y otras cosas. Un día nos dispusimos y fuimos hasta Patriada, con el encargado de la estancia. Cruzamos en lancha el lago, y llegamos al casco de la estancia. Comenzamos a caminar hacia el chalet, hacia la casa, para hacer la primera revisión del lugar. Para ver por dónde podíamos comenzar. Al llegar a la casa, me había asombrado por el tipo de construcción en ese lugar. Es un lugar muy inaccesible, sin caminos, su único acceso es por el lago. La casa era muy grande, toda de material, al estilo alemán, porque los dueños eran alemanes. El lugar perteneció a la familia Scheff (creo que ese era el apellido). Al asomarme por una de las ventanas me vi asombrado al mirar las paredes interiores, ya que estaban muy manchadas de sangre, con las marcas de las manos. Ahí fue que le pregunté al encargado de la estancia qué había pasado. El me comenta
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más o menos la historia de lo que él sabía de lo ocurrido en esa casa. No los motivos ni el porqué, pero sí lo ocurrido. Luego de eso recorrimos el resto del predio, para ver los primeros arreglos que había que hacer. En ese momento se empezó a levantar mucho viento, así que el encargado de la estancia nos dice mejor nos volvemos porque se va a picar el lago y no vamos a poder cruzar, venimos otro día en que esté mejor el tiempo. Así que nos regresamos. A la semana siguiente regresamos al lugar, ya con buen tiempo. Al llegar, nos cruzamos con un vecino de la familia que vivía ahí. Charlando con él nos empezó a contar lo ocurrido. Porque fue él quien encontró los cuerpos dentro de la casa. Nos dijo que hacía varios días antes que no lo veía a su amigo. Siempre lo encontraba en el campo y hacía días que no se veían. Entonces como a él le pareció raro, se arrimó hasta la casa, vio los perros atados, todos, sin movimiento, no se veía nada, no se escuchaba nada. Se arrimó a la puerta de enfrente, pero estaba cerrada. Entonces buscó por la puerta de atrás. Al abrir la puerta, estaba abierta. Entró y empezó a ver las manchas de sangre por todos lados. Eso fue lo que más extraño le pareció. Comenzó a nombrar a su amigo y su amigo no le
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respondía para nada. Así que empezó a recorrer la casa. Y le pareció muy extraño ver la mesa servida. Como para un desayuno, las tazas de té servidas, trozos de pastel, como suelen desayunar los alemanes, todo muy ordenado en la mesa. Entonces siguió buscando, recorriendo habitaciones, hasta que se fijó a lo último, en el baño, donde finalmente encontró a su amigo sin vida. Salió del lugar y se dispuso a salir por la costa del lago para dar parte a la policía. Logró hacerlo y la policía cruzó hasta el lugar y se encontró con los dos cuerpos sin vida, tanto el del muchacho como el de la madre. Todo esto es por relato de este hombre a quién se lo conoce con el nombre de Payán Delgado.
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Volviendo a Las Mercedes Luego, al terminar los trabajos que fuimos a realizar a El Trueno, volvimos a Las Mercedes. Realizamos un trabajo más, de jardinería, un jardín enorme que hicimos. Al finalizarlo llamamos al patrón para comentarle que ya estaba terminado el trabajo. A lo que él respondió “Pero, yo no mandé hacer ese trabajo”. Entonces le pedimos al encargado el teléfono del otro dueño, porque eran dos socios, para comunicarle lo ocurrido. El otro dueño respondió exactamente lo mismo. Así que nos quedamos con que hicimos el trabajo y a esperar que viniera alguno de los dos para poder hablar personalmente. Con el pasar de los días, como no venían, nos retiramos del campo. Y nos pusimos a juntar nudos de coihue, para vender a un artesano de la feria. Volvimos a Las Mercedes para ver si había venido alguno de los dos dueños. Al llegar al campo, nos encontramos con uno de ellos. Discusión va, discusión viene, uno de los dueños dice: “Yo no encargué este trabajo así que no lo voy a pagar, porque mi socio no me consultó del trabajo que iba a mandar a realizar”. Este dueño con el que hablamos nos dijo, “Mirá negrito, para que veas que
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no soy una mala persona, te voy a dar este dinero y date por servido”. Este dueño se llama “Carlos Spadone”. En ese momento, por el trabajo que hicimos, el dólar estaba uno a uno, tendríamos que haber cobrado la suma de 4.000 pesos. Y lo que nos dio Spadone en el momento, que tenía en el bolsillo, fueron 1.000 pesos. Se subió a su camioneta y se fue. Así que nos subimos a la nuestra y nos fuimos. Quedamos hablando solos. Ese día habíamos ido a otro campo en el cual nos habían dicho que había nudos de coihue para cortar. Cuando salimos de la tranquera, nos largamos a reír, y dijimos “La verdad que hoy tenemos que hacer de cuenta como que ya juntamos nudos”, y nos volvimos a casa, no juntamos nada. Así que ese día compramos carne y nos hicimos un buen asado para culminar la jornada. Con respecto a los nudos de coihue, juntábamos una chatada y había que llegar a casa y descascararlos, porque con cáscara no los compraban. El comprador era un excelente cliente. Lo nudos tenían que ser de la medida que él nos pedía, ni muy grandes ni muy pequeños.
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Nuestro paso por Lago Puelo Ya desde hace muchos años, mi padre criaba conejos. Fuimos hasta El Radal a ver a una señora para intercambiar algunos conejos. Charlando con la señora, nos dijo que se estaba por mudar para Lago Puelo y nos pidió si le podíamos hacer el flete de las conejeras o de las jaulas, hasta la nueva casa. Al llegar a Puelo, nos preguntó si sabíamos de alguien que construyera en rústico. Y le dijimos que nosotros nos dedicábamos a eso. Así que comenzamos a trabajar en la casa que ella quería reformar. A partir de ahí, nos empezaron a salir más trabajos en cabañas. Y estuvimos cuatro años trabajando en obras rústicas en Lago Puelo. Construimos varias cabañas en ese lapso de tiempo.
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En El Foyel Al culminar los trabajos de las cabañas pudimos comprar una camioneta un poco más nueva. Y nos quedó una plata como para comprar una camioneta más vieja para trabajar en madera (porque la camioneta más nueva no nos iba a servir). De ahí fuimos a visitar a un amigo a la zona de El Foyel. Charlando con él, nos comentó que sus patrones le iban a hacer una cabaña. Entonces quedamos charlados para ultimar detalles porque él quería que nosotros le hiciéramos la cabaña. Al ponernos de acuerdo, comenzamos con el trabajo. Estuvimos unos tres meses, para construir la cabaña, toda en madera. Entonces cobramos el trabajo un poco en plata y un poco en madera, ya que el campo pertenecía a la Dirección de Bosques. Al estar en el lugar trabajando, nos encontramos con un pariente, por parte de mi abuela. Él nos sugirió que le gustaría una casita parecida a la que habíamos hecho, más pequeña, pero similar. Solo que él no contaba con dinero. Y nos ofreció en el momento intercambiar la casa que él quería por un pedazo de chacra. Acordamos el trabajo con él y construimos su casita y nos quedaron dos hectáreas de ganancia, que aún las tengo.
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Habiendo culminado esa parte este amigo, al que primero le hicimos la cabaña, nos comentó que tenía sus hermanos en Ñorquinco. Que andaban precisando maderas. Entonces nos sugirió, ya que teníamos la camioneta grande, de llevar maderas para negociar por animales (corderos, chivitos, y terneros).
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Recorriendo la estepa. En el primer viaje hicimos negocio con el hermano de este amigo. Llevamos cantoneras, lo que normalmente se llama orilla, e intercambiamos por chivitos. Esto fue en temporada de las fiestas, que es cuando están los chivitos para las fiestas. De ahí empezamos a ver a más vecinos cercanos a él que también precisaban el material. Entonces la zona se fue extendiendo a mayor escala. Tanto así que anduve con mi camioneta durante ocho años mínimo, haciendo estos negocios con animales. Luego surgió lo de la barrera sanitaria por la aftosa. Eso nos complicó la situación para poder traer nuestros animales. Entonces terminábamos por esconder nuestra carne, para poderla pasar. Una de las formas de traer nuestra carne era escondiéndola en las puertas de mi camioneta. Las puertas eran re anchas, así que carneábamos los animales, nos quedábamos un día allá en el campo para que la carne se pudiera orear. A la mañana terminábamos el negocio y a última hora de la tarde carneábamos. Para poder enfriar la carne durante la noche. A la mañana siguiente madrugábamos, embolsábamos toda la carne (para no pelear con las chaquetas amarillas) y la guardábamos dentro de las puertas
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de la camioneta. Entonces volvía a El Bolsón, traía mi vidrio y el del acompañante abierto hasta la mitad, porque no lo podía bajar más. Imagínese el tamaño de mi camioneta, que bien doblados, entraban 3 animales por puerta, que sería como auto-robarse lo que uno había ganado. Como ya repetí, esto lo hicimos durante 8 años con este vehículo. En uno de los viajes de vuelta nos comenta un amigo, que había sido chofer de colectivos toda su vida, porqué no conseguíamos uno de los colectivos que estaban dando de baja, por antigüedad del modelo, en la empresa La Golondrina (en ese momento comprar un camión era inaccesible). El mismo nos hace el contacto con el muchacho que tenía el colectivo para la venta. Y fuimos a verlo. Charlando con él le preguntamos cuánto valía su vehículo. Así que le dijimos: “Mirá, con dinero no contamos en este momento, pero si te interesa, tenemos una Ford F100 modelo 93, en muy buen estado. Podemos equiparar valores, y si te sirve, llegamos a algún arreglo”. El hombre dijo: “Dale, me gustaría ver la camioneta y probarla”. Al probarla no le quedaron dudas (la camioneta estaba hermosa, estaba en muy buen estado, sólo había tenido un dueño antes que yo). Al llegar a un acuerdo,
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hicimos como un trueque, un pelo a pelo que se le llama: la camioneta por el colectivo. El hecho es que yo nunca había manejado un vehículo de tal tamaño. Así que fuimos a buscar a este amigo colectivero para que nos diera una mano con el funcionamiento del vehículo y nos dijera si estaba en buen estado. Salimos a dar una vuelta, él manejó un rato, me explicó cómo era el funcionamiento, paró en Radal y me lo entregó para que yo lo manejara. Ahí recién tomé el volante de mi colectivo. No era difícil tampoco, porque era un vehículo que tenía, por ejemplo, dirección hidráulica y varias cosas que me facilitaron el manejo. Entonces él me dijo: “Esto es igual que manejar cualquier vehículo, solo tenés que medir las distancias y acostumbrarte a usar siempre los retrovisores, porque eso es lo que te ayuda a manejar un vehículo de estas dimensiones, cómo frenar, cómo tomar una curva si el camino es muy cerrado”. A partir de ahí, comenzamos a llevar las mismas orillas o cantoneras en el colectivo. Ya podíamos llevar para dos clientes y no para uno solo.
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El Alguacil Al colectivo le puse el nombre “El Alguacil”. Este nombre era el nombre de mi perro. Era un dogo argentino puro de criadero. En honor a él le puse el nombre al vehículo, ya que lo llevaba conmigo siempre, de compañero. En cada control policial, me pedían revisar el interior del vehículo. Yo accedía sin problemas. Y cuando asomaban para subir se encontraban con el perro. Su presencia los intimidaba y no subían a revisar. Con el colectivo seguí haciendo el mismo trabajo que realizaba con mi camioneta, a mayor escala. Tuve que hacerle también bodegas para transportar los animales que seguía negociando. Las bodegas tenían muy buen tamaño. Son como baúles, en el mismo vehículo, atrás. El tamaño era tal que un día llegué a transportar 3 animales que había negociado. Uno de ellos era un ternero, otro un novillo (más grande que el ternero) y un caballo entero, faenados. Las bodegas las disimulé tan bien que no daban pistas de que traía algo porque no tenían nada sobresaliente. Esto lo hice durante unos dos años, ya que luego vendí el colectivo porque ya no me resultaba el
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sistema de transporte porque no podía homologarlo como camión. Luego de este negocio decidí vender mi camioneta y la negocié por un camión, un poco más viejo que mi camioneta. Pero tenía que hacerle muchas reformas. Ya que era naftero y no me rendía por el consumo del combustible en distancias largas. Por ejemplo para medir el consumo me acerqué hasta El Foyel a unos 30 km de El Bolsón, donde tengo la chacra. Para ir me consumió 35 litros de nafta, para volver me quedaban 5 litros. Como es todo cuesta abajo a la vuelta, pude llegar con los 5 litros. Cuando retomé el asfalto comenzó a agarrar velocidad y al pisar los frenos no tenía frenos, me quedé sin frenos. Así que venía cuesta abajo como si fuera un camión chileno. Con la velocidad que agarró llegué sin acelerar, sólo con el motor en marcha, hasta la planta de gas. Ahí recién pude poner el cambio, y con los 5 litros que tenía pude regresar sano y salvo a casa. Al día siguiente empecé a revisar el camión. Al tirarme abajo me dí cuenta que en una de las crucetas me quedaron 2 tuercas nada más. O sea que no se desarmó el camión de pura casualidad. Pocas veces le dí uso al camión.
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En otra ocasión subí hasta la mitad del Piltri, a hacer un flete de madera rolliza. Para descender, ya que es muy empinado, puse la primera baja y me largué, pensaba acompañarlo con los frenos. Nuevamente al pisar los frenos no tenía, así que me tuve que largar a puro cambio. Bajé por el camino de FM Patagonia Andina hasta llegar al asfalto. Recién ahí pude respirar tranquilo. Luego de descargar el flete volví a casa y dije: “Este camión no lo vuelvo a usar”. Al vender el camión lo negocié por una sinfín de aserradero de las más grandes. Pero yo no tenía el espacio para poder instalarla en mi carpintería. Así que decidí vendérsela a mi tío. Que él sí tiene lugar en el campo. Así que con el dinero que le saqué a la máquina, compramos un Ford Falcon con un carrito. Entonces mi padre comenzó a viajar para Ñorquinco otra vez, llevando en el carrito muebles que yo realizaba en mi carpintería. En uno de los viajes se cruzó con un cliente que quería que le hiciéramos un galpón de grandes dimensiones para guardar la lana. Al concretar el negocio al cliente le interesó el Falcon. Así que negociamos la diferencia de valores entre el galpón el Falcon y él nos entregaba una Ford Diesel grande, 250, con la cual
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mi padre siguió haciendo el mismo trabajo, durante un año más o menos. Hasta que se le dio un negocio por un terreno en Ñorquinco, ya que estabámos intentando evitar hacer tantos viajes. Queríamos armar algo ahí para que la gente pudiera ver la variedad de muebles. Él construyó sobre el terreno la casa y comenzó a armar como un local para mantener los muebles a la vista. Y él seguía saliendo por el campo, haciendo los mismos negocios que hacíamos. La gente sabía que, cuando estaba la camioneta, podía arrimarse a ver muebles. Esto fue lo que nos dejó la siembra de clientes que pudimos lograr tanto con la camioneta como con el colectivo “El Alguacil”.
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Ñorquinco Con el correr del tiempo, un día de mucho viento, y por esas cosas que uno no espera, mi padre fue hasta el negocio a buscar algunas cosas. Habrá tardado 10 minutos, no más que eso. Al salir del negocio miró para el lado de la casa, que estaba como a unas 2 cuadras, y vio una columna de humo muy grande. Y pensó: “quién estará quemando con este viento”. Al ir acercándose a la casa se dio cuenta de que lo que se quemaba era su casa. No quedó nada. Era una casa que tenía 6 x 10 metros, toda en ladrillos, con una chimenea hecha de metal. Con el viento, volvió el humo y reavivó unas brasas que quedaron y una de las brasas voló hacia el techo. Se pegó en la madera y comenzó a arder. Así que no pudo más que ver cómo se quemaba, ya que Ñorquinco no cuenta con cuartel de bomberos. Algunos vecinos ayudaron con baldes y con cosas, pero fue imposible. La misma temperatura no dejaba arrimarse. Así que quedó con lo puesto, solo con lo puesto. Recibió ayuda de unos vecinos y amigos que le prestaron alojamiento por unos días. Mientras, comenzó a construir detrás del local, que se encontraba al frente del terreno, una ampliación
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para usar como vivienda. Porque ya, algo desahuciado, dijo: “no voy a construir otra casa”. Por eso es donde actualmente está residiendo, ya que este año logró alquilar el local para una tienda. Así que se abrió la primer tienda de Ñorquinco, que es el furor de Ñorquinco, es la novedad. Yo hice el contacto entre mi padre y unos amigos que ya tienen tienda acá en El Bolsón y que hasta el momento están muy agradecidos por haberles pasado el dato de que en ese pueblo hacía falta una tienda.
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Después de mi accidente Cuatro años atrás tuve la desgracia de sufrir un accidente vehicular y quedé parapléjico. Por suerte mi hermano menor ya había aprendido el oficio de carpintero trabajando junto a mí. Así que hoy sigue él con lo que sería la construcción de muebles que vende mi padre. Claro que es mucho más aplicado que yo y le da mejor terminación a los muebles. Es por ello que seguimos con el mismo negocio. Por ejemplo, cualquier duda que él tiene al fabricar un mueble, viene y me consulta para no equivocarse. Ya que si hay cosa que le molesta es equivocarse en cualquier medida de un mueble. Si bien ahora no puedo llevar la misma vida que disfrutaba (porque disfruté haciendo lo que me gustaba, andando por lugares que me gustaban. Tuve la suerte de conocer lugares muy bonitos, que ojalá muchas personas pudiesen recorrerlos) no me arrepiento de todo lo que he realizado hasta este momento. Esto es parte de mis recuerdos, más o menos de unos 25 años a la fecha.
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Estas memorias quisiera dedicárselas a varias personas, entre ellas A: A mi familia, especialmente a quienes les tengo un muy profundo afecto. A muchos amigos, de los cuales algunos ya no están: Luis Ríos, Daniel Galván, Luis Palma. Y los que todavía conservo como: Oscar Manrique, Daniel Williams, Pancho Bustos, Rogelio Romero, Marcos Yansón. Y en especial a mi primo Carlitos Solís.
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