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El Carmen

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Glosario

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Es de noche y todo está oscuro. Imagínese el aire frío de los Cerros de Escazú bajando por las calles de tierra, meciendo las copas de los árboles de poró y metiéndose en las casas alumbradas con una candela, o tal vez una canfinera. Son los años sesenta y aún no ha llegado la electricidad. Todo es silencio. La gente se duerme temprano -como las gallinas-, tal vez porque están cansados de subir a pie las tremendas cuestas del barrio -no hay carro que suba hasta las casitas dispersas, y el bus llega hasta El Descanso-; o tal vez porque se levantan antes de que salga el sol. Todo duerme. Menos el perro que le “late” a la oscuridad. Así reconstruyo -con un poquito de imaginación-, un barrio entre montañas y cultivos; un barrio que antes de llamarse Carmen, se llamaba Chiverral, como cuenta la vecina Talía Jiménez Agüero:

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“Acá se producía mucho chiverre en zocolas, que eran unos terrenos que se quemaban y después se sembraba chiverre y cubases. Entonces eso era muy particular y muy llamativo de aquí, y diay los viejillos de aquel tiempo le pusieron Chiverral. Pero como la iglesia se llama El Carmen, un sacerdote y la municipalidad decidieron que fuera Barrio El Carmen”.

Hace más de medio siglo, El Carmen era un caserío rural con varias casitas dispersas entre cafetales. Además de que aún no había electricidad, la calle era de tierra y piedra; las familias básicamente se autoabastecían y se repartían las labores según los roles tradicionales entre mujeres y hombres, inclusive desde temprana edad: las primeras solían encargarse de las labores del hogar y la crianza de las hijas e hijos; mientras que los segundos trabajaban la tierra.

Así narra Cecilia Carranza su infancia en el barrio:

“La casita de nosotros era muy humilde, la cerca era de pichona. Era mucho campo y teníamos gallinas, chanchos, conejos… hasta una vaca teníamos, y mi tata tenía un caballo. Un carro casi no se veía, se veían animales y carretas. La calle era de piedra y barro, uno se crió descalzo. Mi papá era agricultor, sembraba maíz y frijol, y tenía una finquita de café. Cuando era la época de coger los frijoles, él los ponía a secar en el patio para el tiempo de agosto. Después nos poníamos a pelar frijoles y escogerlos, unos eran verdes y otros los ponían a secar para aporriarlos. Con la basurilla de los frijoles, hacíamos montañitas y nos tirábamos y jugábamos escondido. Mamita hacía oficio, era ama de casa. Hacía tortillas, chorriadas, cosposas, hacía pan y bizcocho. Ella era una gran señora, buena para la cocina. Cuando hacían turnos, arreglaba gallinas y ella iba a trabajar a los turnos. Yo ya a los siete años me levantaba a prender el fuego y a quebrar el maíz. Todos los días me levantaba a las cuatro de la mañana a quebrarle el maíz a mi mamá, para que ella echara las tortillas”.

Me cuentan doña Margarita y la vecina Lorena Agüero que de las cosas más características del barrio en esos tiempos, era ver a mujeres y hombres subiendo en las espaldas la comida que bajaban a traer desde San José. Como el bus no subía hasta El Carmen, debían caminar un par de kilómetros con la carga a cuestas a partir de un lugar conocido como El Descanso:

“A veces se caía uno en la calle, porque era muy resbalosa. La otra hermana mía y yo íbamos hasta San José a traer la comida y subíamos ahí vieeeera… nos apíabamos del bus en El Descanso, porque el bus llegaba hasta San Antonio. Ahí nos poníamos la carga al hombro, yo con un saco de manta y mi hermana con una bolsa de mecate. Y ahí subíamos hasta que llegábamos a la casa, viera…Tendría yo unos 25 años cuando eso, y

ahora tengo 75, figúrese…” Margarita Sandí Sandí.

“Los viejillos venían con los sacos de comida, subían caminando, sacos blancos de manta. Yo me acuerdo cuando subía ese señor Layoberto, el que tocaba marimba, con

lo saquitos de comida, y olían a café cuando pasaba a la par de uno”. Lorena Agüero Sandí. Pero también a veces tocaba bajar la cuesta hasta Escazú centro, descalzos y cuidando de no resbalarse o pegar en alguna piedra:

“Antes usted cogía esta calle para arriba y eran cafetales, palos de aguacate y se acabó. La calle eran de piedras y tierra ¡y uno sin zapatos se tropezaba todo, vieras! Un domingo bajamos a misa de seis a Escazú, y sin zapatos. Iba yo tarde, corre y corre, y le voy dando a una piedra con el dedo grande del pie… Seguí, no me devolví. Cuando

llego a Escazú, me asomo y veo esa bomba de sangre dentro de la uña”. Margarita Sandí Sandí. A pesar de las dificultades de vida que pudieran entreverse en estos relatos, las mujeres con las que conversé –como Lore y Ceci- recuerdan su infancia y juventud con cariño. Así como con mucho cariño recuerdan los turnos -fiestas populares para recaudar fondos para la escuela o la iglesia- y sus días en la escuela de la comunidad, que según dicen, empezó siendo un galerón de piso de tierra allá por el año de 1969.

“Jugábamos de jackses, de cromos… A veces si no teníamos jackses, lo hacíamos con piedritas pequeñas que sacábamos del río. Jugábamos quedó, escondido… En la escuela jugábamos subibaja en una tabla que poníamos en una piedra, a veces se nos soltaba la tabla y vieras qué porrazos. Cuando yo tenía 11 años, fui a 5to grado en esta escuela. Yo empecé en la escuela de San Antonio y terminé ahí también, pero hubo un año en el que yo quise estar en esta escuela, que por cierto el lote lo donó el abuelito de Margarita, y me divertí como nunca en la vida lo había hecho. Jugué montones. Y vieras que el piso era de tierra, imaginate cómo terminábamos, llenos de polvo. Todos los chiquillos íbamos descalzos

y los asientos eran como unas mesas largas”. Lorena Agüero Sandí.

“Me acuerdo que en el patio de nosotros, todas las tardes venían un montón de chiquillos a jugar bola, mecate o a jugar bolinchas. Era tan lindo… A mí me gustaba mucho jugar bolinchas y escondido. Se oían ese montón de chiquillos en la calle jugando, pero ya a las seis de la tarde a uno no lo dejaban salir porque no había electricidad. Y en la escuela, son los recuerdos más lindos que tengo yo, jugábamos cromos, rabito

conejo…¡cómo me gustaba jugar jackses!” Cecilia Carranza Gómez. Lo curioso es que, a pesar de que la electricidad llegó a la comunidad a inicios de los años setenta, se siguió usando el fogón en el comedor escolar por varios años más, así como se siguió cocinando en leña las comidas de los turnos. Tal vez por costumbre, o tal vez porque es un secreto a voces que la comida hecha en leña tiene un sabor muy especial.

“Cuando yo llegué a este barrio, todavía se cocinaba con leña, la misma gente que tenía su finquita, vendía su leñita. El café, que se poda y se corta, todo eso lo hacían leña y se agarraba para cocinar”.

Melipina Chinchilla Quesada

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