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“El sentido de la vida se contagia” El 26 de agosto se celebra el día nacional de la solidaridad. Un diálogo con el Padre Jose María “Pepe” Di Paola, desde la villa La Cárcova donde vive, revela un testimonio radical de entrega a los más pobres y un modelo de auténtico liderazgo. ¿Cómo es la historia de este cura villero tan cercano al Papa Francisco y a la gente? Texto y fotos: María Mullen
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n mate?”, ofrece el Padre Jose María Di Paola. “Pepe”, como lo conocemos todos. Despacito, deja caer el agua caliente sobre la yerba. Habla desde una pequeña oficina, vecina a la Parroquia Nuestra Sra. del Milagro, en Villa La Cárcova, partido de San Martín, provincia de Buenos Aires. La puerta del cubículo permanece siempre abierta. Son las nueve de la mañana y varios se han sentado a conversar con Pepe antes que yo. Se escuchan risas de niños en el patio. Desde febrero de 2013, luego de dos años en Santiago del Estero, Pepe se instaló allí, a ocho cuadras de la parroquia, en una casilla frente al contaminado río Reconquista. Un río de agua negra que serpentea autos oxidados y montañas de basura, tal como lo hace el Riachuelo en la villa 21-24 de Barracas. En aquella otra villa, el Padre vivió 13 años acompañando especialmente a los jóvenes con adicciones. Desarrolló proyectos de todo tipo, hasta que fue amenazado de muerte. El Papa Francisco, en ese entonces el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, fue quien expuso su situación a la prensa y Pepe se transformó en el cura villero más solicitado por los medios y admirado por la sociedad en general. “Es un hombre de Dios que me hace mucho bien al alma y a mi vida espiritual”, ha dicho Bergoglio. Ya se ha publicado un libro contando la vida de este cura, y su labor fue reconocida en distintas partes del mundo. Sin embargo, él vive en la villa como uno más. Sin agua potable, con una electricidad que va y viene, y ese murmullo constante y lejano de la autopista del Buen Ayre. Arranca el mate y una estatuilla de San Francisco de Asís nos contempla desde el escritorio, al lado de un crucifijo. En una biblioteca distintas fotos encierran momentos y personajes memorables de la vida de Pepe; el Padre Mujica, una visita a la tumba con el cuerpo incorrupto de San Juan Bosco, una reunión con amigos, una comunión, entre otras. Colgada de la pared, brilla una gran remera de Huracán firmada por el Papa. En una atmósfera de confianza y cercanía, comienza el diálogo. ¿Cómo recordás tu infancia y tu vida familiar? Mi infancia fue muy feliz. Nací en Burzaco, crecí en el barrio de Caballito. El jardín de infantes y el colegio lo viví rodeado de familia y amigos; mi casa era el lugar de encuentro, una casa abierta. ¡Y eso que era un departamento chico! Mi vieja nos enseñó muchos valores al igual que mi viejo. Cuando le faltaba comida a una viejita del barrio, mamá cocinaba para nosotros y para ella también. Hoy sigue conservando esos gestos. Aprendí mucho de ese espíritu de sacrificio y de un constante pensar en el otro. Hoy, con mi hermano y mi hermana, somos muy unidos. Creo que cada uno, en el lugar en el que está y a su manera, trata de llevar adelante los ideales y valores que aprendimos en casa. Hubo un sacerdote, el Padre Perrupato, muy inspirador para tu vocación ¿Por qué? El Padre Perrupato era el capellán del colegio Dámaso Centeno, al
que yo iba. Él nos reunía, nos hablaba de igual a igual, nos llevaba de campamento… generaba un ambiente de crecimiento muy sano fuera de lo escolar, donde uno elegía participar. Yo tenía una vocación de servicio y unos valores religiosos muy inculcados, y al ver estos mismos valores encarnados en su persona, quise hacer lo que él hacía. Nosotros, los curas villeros, decimos que el sentido de la vida se contagia, no se enseña. Mi mamá estaba desesperada cuando le conté que quería ser sacerdote. Nadie en mi familia había sido y aunque ella era muy católica, el desconocimiento le generaba miedo. Pensaba que en el seminario le iban a cambiar a su hijo. Sólo cuando fue viendo que yo era el mismo, que estaba feliz haciendo lo que yo realmente quería, se tranquilizó. En la villa uno puede ser testigo de muchos valores, pero también de lo más oscuro del hombre. ¿Cómo hacés para conservar la fe y no abandonar todo, frente a situaciones de violencia, abusos, muerte e injusticia…? Uno ha sido testigo de cosas horribles. Testigo en el sentido de saber que han pasado. Y sí; uno se enoja. Pero si te enojás con alguien es porque creés en alguien; de lo contrario, no te enojarías. Esperás de ese alguien otra cosa. Pero Dios no se enoja con nosotros. Sí espera que hagamos algo. Ha pasado que me maten chicos del grupo juvenil y, en el velorio, sentir mucha bronca, indignación…Pero, al mismo tiempo, rodeando ese cajón hay otros jóvenes y familias que lloran y que te necesitan. Es todo un desafío. Dios está un poco más allá, con una mirada más amplia que la nuestra. La Madre Teresa decía que ayudando a una persona ayudo a la humanidad entera. Tengo que saber que no puedo arreglar todo, pero que de mí depende que en esta villa los chicos tengan un lugar. A mí me toca acá, y si no lo hago, estaré en deuda con Dios. No podré quejarme de tantas cosas malas que pasan si no provoco ninguna buena. Me parece que ser fiel en estas cosas tan pequeñas, tan simples, y de generar espacios donde la gente pueda ser recibida, pueda crecer y desarrollar sus capacidades… está al alcance de todos. Es lo que cada uno tiene que hacer. En tu vida cotidiana ¿dónde encontrás tu fuente de paz y confianza para seguir adelante? En la relación con Dios. Es lo único que te puede dar ese cable a la paz, a una palabra serena y concreta que puede orientar a otro, que puede dar sentido a las cosas y ánimo para seguir el camino que estás haciendo. También en la oración de la gente. Algún rosario en comunidad, una peregrinación… muchos momentos. ¿Qué momentos te generan mayor gozo? La pastoral me da alegría. ¡Así como me da dolores de cabeza! Este patio, por ejemplo, hace tres meses estaba vacío. Hoy está lleno de chicos. Hoy muchos jóvenes juegan al vóley, tienen su reunión, van a misionar... Hemos armado un grupo de 60 hombres que ahora
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comparten su vida y su amistad. Hemos organizado una maratón por la paz la semana pasada de la que participaron 400 vecinos y niños del barrio… Si bien como sacerdote estoy muy solo, y tengo a mi cargo de todas estas villas, es una alegría muy grande lo que se está generando. La gente puede encontrarse con Dios y con una iglesia abierta, una iglesia que es su casa. Varias veces dijiste que no te gustan las iglesias cerradas… Me indigna una iglesia con las puertas cerradas. Estamos procurando en este semestre que todas las capillas de la misión diocesana queden abiertas todo el día; pero abiertas con actividades, ¡no abiertas al “cuete”! No es fácil, pero en estos meses hemos abierto tres capillas y estamos reconstruyendo una, lo que conforma una red de casi ocho capillas. Necesitamos voluntarios que quieran armar actividades deportivas, recreativas, talleres, enseñar algún oficio, algo para las mujeres, apoyo escolar…Cada capilla debe ser un centro de prevención de la violencia y de las adicciones, contagiando ganas de aprender, de vincularse, de darse a los demás.
“La medicina china usa metáforas; no quiere decir que esté hablando de cosas que no existen”. Ipsum voloremque Tu santo de la juventud era San Francisco de Asís, y el Papa, muy cercano a vos, eligió este santo para su nombre ¿Qué admirabas de él? La historia de Francisco de Asís me gustó mucho sobre todo en el origen de mi vocación; el día que me ordené elegí para mi ornamento y para mis tarjetas el rostro de San Francisco. Me impactó mucho su entrega, su amor por los pobres, el dar su vida por completo. También su encuentro con Dios en el contacto con la naturaleza. Con los años me sentí más identificado con Don Bosco, porque su vida tenía más que ver con la mía en cuanto a su labor con niños y jóvenes. De hecho, a esta misión diocesana la bautizamos con su nombre. Pero el espíritu de San Francisco me marcó y lo busco transmitir. ¿Cómo viviste la elección de Bergoglio como Papa? ¿Creés que la iglesia necesita una espiritualidad inspirada en San Francisco? Cuando Bergoglio fue elegido Papa para mí fue una sorpresa. Todavía no me acostumbro. Era un obispo con el que yo charlaba mucho, compartía mates, discutía, pensaba proyectos para la vil-
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la…Y de repente es Papa. Para quienes lo conocemos su figura es creíble; lo que predicó lo vivió en su austeridad en su simplicidad, en su apoyo a una iglesia cercana a la gente. Creo que la Iglesia necesitaba un giro espiritual y a alguien que se lo diera con seriedad. Un giro espiritual que significara volver a las fuentes en un estilo de vida cristiano. Estamos una sociedad en la que vivimos justificando lo que no hacemos. ‘No hago esto porque los curas son pedófilos’, ‘no hago esto porque las monjas son tal cosa…’, cuando en verdad la mayoría de los curas están laburando y la mayoría de las monjas son tipas entregadas. Hace falta poner en practica la palabra de Dios y la sabiduría de la Iglesia que tiene 2000 años. En vez de estar fijándose en los malos ejemplos que hay, hay que procurar mirar los miles de ejemplos de hombres y mujeres santos de la iglesia que sirven de inspiración para hacer las cosas. En tu trayectoria tenés una fuerte experiencia acompañando a personas adictas a las drogas. ¿De qué se trata el modelo del Hogar de Cristo y los centros barriales de recuperación? El modelo nació del contacto con la realidad. El tema de las drogas empezó a ser muy crudo y pudimos generar un ámbito de encuentro para que el chico/a que quería recuperarse no tuviera que demorase en una burocracia de papeles para comenzar ese camino. En este modelo, el mismo barrio se hace cargo de la recuperación de sus jóvenes. La situación que vivíamos en Barracas era tan difícil que yo “partí” una parroquia en dos y en un sector hicimos, en 2008, el primer centro barrial que llamamos Hogar de Cristo. Cuando un chico/a nos dice “quiero recuperarme”, ese mismo día empieza un tratamiento. Contamos con una granja como lugar de desintoxicación y camino espiritual, pero los Centros Barriales son la base de todo. Están allí cuando la persona viene a pedir auxilio, cuando está internada, y cuando sale de la internación. Luego surgieron mil cosas más; las cooperativas, las casas amigables, las escuelas de oficios, la primaria y secundaria para los chicos…Se trata de abordar la vida total del pibe; no solamente ‘él y la sustancia’, sino ‘él y la realidad, y la sustancia’. Contagiar el sentido de la vida. Primero, que la persona que se sienta querida y aceptada, luego dejar la sustancia y armar un proyecto para su vida.
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Limpiando los baños Uno podría conversar horas con el Padre Pepe, pero el tiempo se acaba. “Pepe labura 20 horas por día, no sé cómo hace”, me dice un voluntario, Francisco, mientras me acompaña a recorrer la villa. Entre sus historias me comparte una muy significativa que resume su admiración por el liderazgo y la humanidad del Padre Pepe. “Una vez estábamos con un grupo en Entre Ríos, a punto de salir a misionar -cuenta-. Sólo había dos baños en la casa, por lo que Pepe asignó distintos grupos y horarios para la limpieza. Todos nos fuimos. Al rato, yo volví a buscar algo y me encuentro a Pepe solo, arrodillado frente al inodoro, limpiando el baño. Le dije que dejara de hacerlo, ¡que yo lo limpiaba! Me contestó: ‘Bueno, andá a buscar un balde que lo hacemos juntos’. Para mí eso es un líder”.
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