El poder de una nariz

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L A VOZ S O L I DA R I A

EL PODER DE UNA NARIZ Desde 2007, la Fundación Alegrañatas, a través de payasos de hospital, lleva alegría, ternura y esperanza a personas en situación de internación. TEXTO: MARÍA MULLEN

¿QUIÉN DICE QUE LA MAGIA NO EXISTE? Cada semana, por los pasillos y habitaciones del Hospital de Vicente López B. Houssay y del Hospital CEMIC de Saavedra, muchos son testigos de sucesos que bien podrían asemejarse a ella. La nariz roja identifica a sus protagonistas: Colorete, Corcho, Arisca, Inflación, Petardo, Suave, Positiva, Cinturón... y la lista continúa. Ya son más de sesenta en la cuadrilla, siempre uniformados con pelucas, corbatas de muchos colores, gorros, maquillaje, anteojos y otros accesorios a tono. De a grupos reducidos -no más de tres por habitación- visitan pacientes de todas las edades y son capaces de generar emociones positivas donde antes reinaban el desánimo, la apatía o la tristeza. Se los conoce como Alegrañatas: payasos de hospital. Superhéroes reales que con su labor voluntaria rinden un verdadero homenaje a cuatro poderes profundamente humanos: el respeto, la picardía, la empatía y la ternura. Los Alegrañatas dejan todo en la “cancha”. Dejan todo en ese partido que se juega frente a un paciente postrado en la cama de hospital. Y así, de un momento a otro, los ojos apagados de una anciana vuelven a brillar mientras recuerda el primer beso con su marido; el rostro de un adolescente se

inunda de luz cuando, vencido, larga la sonrisa que se resistía a entregar; los brazos de una chiquita dejan los de su madre para imitar el vuelo de un avión. Sí. Eso es magia. De la buena. EL QUE BUSCA ENCUENTRA Podría decirse que Hernán Espantoso Rodríguez tiene cuarenta y siete años, aunque cuando se viste de clown siempre vuelve a ser niño, como todos los Alegrañatas. Es el mayor de diez hermanos y su andar por la vida se vio acompañado de una gran búsqueda personal. “Ya desde chico -cuenta- mamá me captó bien y me educó muy libre. Fui unos años a un colegio Waldorf y en la secundaria, a un colegio del Estado. Me costaba, siempre fui disperso. En cuarto año le dije a mi viejo ‘hasta acá llegué’ y me puse a trabajar en lo que encontrara, siempre buscando gente que me inspirara. Me encantaba escuchar a los adultos y conectar con sus emociones”. De chico siempre obstervaba a las personas mientras iban en sus autos. “Me llamaba la atención las caras serias, como aburridas. Siempre que podía, buscaba la oportunidad, sobre todo con los chicos, de hacerles alguna mueca por la ventana para hacerlos reír”. >>

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