Cuento

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11:55 POR MARIANA CABRERA

La he seguido ya durante un tiempo. No lo tomen a mal, pero es que me encanta verla. Hay algo tan interesante en su ser, algo que me atrae como pocas personas lo hacen. Claro que observarla no es lo único que hago. Yo también tengo otras cosas qué hacer, otras personas por conocer. Pero para serles sincero, en mi lista de prioridades, ella va primero. Pero no quiero hablar de mí, el importante no soy yo: es ella. Está en sus veintitantos, pero la vida la ha desgastado un poco más. Tiene el cabello largo, de un café casi negro, que se aclara con la luz del sol. Sus ojos son claros, con una luz que se ha ido apagando con los años. Ella es belleza. Es calidez y tranquilidad. Si la conocieran, entenderían mi obsesión. Ya nos hemos encontrado un par de veces. Pero aún no he logrado que se quede conmigo. Al último momento se me escapa de las manos y me quedo otra vez esperándola, buscándola, queriéndola. Hemos pasado algunas noches juntos. Nada prolongado, una noche o dos. En esas noches la he sentido tan cerca… Aunque ella siempre es tan distante. Siempre tratando de alejarse de mí. No entiendo por qué me huye tanto. Yo le puedo ofrecer paz, felicidad, le puedo quitar el dolor. Aun así se aleja. Se aleja y aun así, la sigo. Está sentada en la mesa del balcón con una amiga. Yo estoy unas cuantas mesas atrás. Tan cerca como para escuchar lo que dicen sin que se dé cuenta de que estoy aquí. “Tuve una mala noche” le dice. La amiga la consuela, le da palabras de aliento, le dice que todo va a estar bien. Pero sus palabras solo causan lo inevitable y de pronto las lágrimas le corren el maquillaje. Tuve una mala noche. Anoche que la fui a visitar a su casa, que estuve parado en la puerta de su cuarto porque no me atreví a entrar. Eso soy para ella. Una mala noche. Cuando ella para mí lo es todo. Cuando es la única persona que ha logrado cautivarme así. La amiga escucha sus quejas, sus lamentos, sus dolores. Se ve una sonrisa luchando con el llanto pero no es lo suficientemente fuerte. Me pone triste verla llorar. Y me pone más triste aún saber que yo soy la causa. Soy yo el que llena su mente de dudas. Pero aunque no me guste hacerla sufrir así, no puedo dejarla ir. No quiero. No puedo. Creo que se dio cuenta de que estoy aquí. Lo puedo notar en su expresión. Al parecer, su amiga también lo nota, porque paga la cuenta y se prepara para irse del café. Yo no quería


que me viera. Sé los problemas que le causo. Pensé que estaba tomando la distancia correcta, pero me equivoqué. Aun así la sigo hasta la casa de su amiga, quien le presta su cama y le prepara un té. Después de pasar un rato viéndola por la ventana, decido que es mejor irme. Que hoy no quiere verme, que hoy no será el día. Pero presiento que ese día no está tan lejos. Después de un par de semanas, la vine a visitar otra vez. Está más callada que de costumbre, pero aun así disfruto estar con ella. La visita es corta, pero la siento más cerca de mí. Creo que está empezando a aceptarme. Suena el teléfono y ella se apresura a contestarlo. Por como habla, supongo que es la amiga del café. Escuché que me mencionaron ya un par de veces. La conversación se pone un poco tensa al nombrarme, pero no hay lágrimas en su rostro esta vez. Poco a poco nos hemos estado viendo más. La visito dos o tres veces por semana. A veces incluso me quedo a pasar la noche con ella. Todavía la siento un poco asustada, insegura de estar conmigo. Pero hemos estado más unidos que nunca y, por ahora, con eso es suficiente. No soy el único que la visita. Gente a la que yo nunca había visto viene a hablar con ella. Le trae flores, comida, regalos y demás. Aunque me molesta tener que compartirla con ellos, es comprensible. Desde que está conmigo, se ha distanciado de ellos. Y así tiene que ser. Entre más se acerque a mí, más lejos estará de los demás. Conforme pasan los días, compartimos más tiempo. Puedo sentir cómo poco a poco se va desprendiendo de lo que la rodea. Puedo ver cómo su mirada se va vaciando, dejando espacio sólo para mí. Podrá parecer que la relación es algo asfixiante, o que soy egoísta, pero así es como debe ser. Aunque no es mi intención ser tan posesivo, no puedo evitarlo. Y ella sabe que es cierto, y lo comprende. Sabe que muy pronto seremos solo ella y yo. Hoy vinieron sus padres. Hubo muchos abrazos. Y muchas lágrimas. Ya estoy acostumbrado. Mi presencia suele entristecer a la gente, e incluso se quedan tristes cuando me voy. A pesar de todo fue una visita agradable, muy emotiva. Llena de “estamos orgullosos” y “siempre vas a estar en nuestros corazones”. Decidí dejarlos solos porque era lo más adecuado por hacer. Después de todo, es su hija y ellos la aman también. Casi tanto como yo la amo. Casi, pero no igual. Para pasar el tiempo, fui a dar unas vueltas por el parque. Cuando regresé a su casa la encontré dormida en el sillón, con la televisión encendida y la cafetera puesta. Abrió los ojos un momento y me vio. Había una luz en esos ojos claros que hace mucho no miraba. Podría decir que iluminaron la habitación. La profundidad de su mirada me mostraba aceptación, me decía que era hora de que estuviéramos juntos. Este era el momento que estuve esperando, al fin estaba dispuesta a venir conmigo. A dejar todo atrás para ser solo nosotros dos. Así que aproveché la oportunidad.


La invité a una cita, ella y yo, justo ahora. Sin pensarlo dos veces, aceptó. La tomé de la mano y salimos de su casa. Bajo la luz de la luna se miraba tan completa, tan perfecta. Como si los años nunca la hubieran desgastado. Como si la vida no la hubiera hecho sufrir. La besé. Me besó. Y nos besamos como si fuera la primera, y la última vez. Juntos, empezamos a caminar, alejándonos de su hogar. A lo lejos todavía se escuchaban los ruidos de su casa, las voces de la televisión, y hasta se sentía el olor a quemado del café. Fue después que se escucharon los gritos. Las ambulancias. Los llantos. Y la extraña voz que decía “Hora estimada de muerte, 11:55 p.m.”.


11:55 Un cuento por Mariana Cabrera

Edici贸n: Mariana Cabrera Iv谩n Ortiz Licda. Silvia de Buratti

Ilustraciones: Portada Mariana Cabrera Ilustraci贸n Final Iv谩n Ortiz



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