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Prólogo
No es sol que usurpe
“No es sol que usurpe / colores / frescura / despertares”. Esto leo en el primer poema de este libro de César Bisso, un poeta que no ha sido abandonado por el paisaje, lo que es fundamental en estos tiempos -para mí-, donde el paisaje del agua, la campaña no hollada aún, o el urbano de cementos, hierros e iniquidades, están expuestos a los mismos extirpadores que, generalmente, por el eterno espíritu mercantilista, o por ser niveladores por la base, a lo largo de la historia del arte han terminado –muchos de ellos- en asesinos de su condición de poetas o escritores.
Este poeta trae, para mí, desde el fondo y la corona de sus islas, que lo engalanaron de paisaje –el eterno paisaje para los inocentes- en poemas donde se lee: “¿tendría la eternidad rumbo de aguas estancadas?”. Y esto se lo pregunta para el caso que hubiera “diluvio, caos, sacramento”. Todo esto compromete a nuestra imaginación y a nuestro sueño, cuando creemos, primordialmente, en el agua, y tratamos de bajar y subir por “el río eterno”. Mejor lo dice Bisso: “Heráclito / deslinda armonía y agua. / Lo que anhela cambia. Y lo que no / es muerte”.
Encuentro valor poético –vital- cuando expresa: “Isla quieta / sola y bella dama”. En esta isla no hay deseo que no pueda encontrar, y de pronto, un “caballo en soledad toca el alba”, el poeta pregunta quién será el dios de la isla, y sigue caminando por la noche -¿y por qué no por el amanecer del sueño?-. Esta pregunta que me hago me la confirma cuando describe el “verde montaraz / detrás / del albardón”. Y más adelante, en su caminar-navegar, donde el poeta inquiere: “¿importa medir / lo que no tiene espacio ni tiempo?”.
Continuemos el recorrido de sus islas. En la pre-primavera descubre que por la escarcha “las ramas vuelven a ser pájaros”, y en primavera hay quien “abanica la orilla”. Qué verdadera imagen de amor. Y luego reaparece la eternidad al decir “la eternidad / se echa / donde el árbol / no alcanza / su propia sombra”. Me pregunto si en vez de que la isla espere “su último destello” para ocultar “su cadáver” ¿esa isla- “mujer”, no es la que está echada allí donde al árbol le es imposible ver reflejados su follaje y su alma?.
Y después de todas sus miradas, recibimos la donación de unos haikus azules y otros movimientos entre los que “el río no regresa / para que no lo olvide”. 2
No se puede olvidar lo que es donación permanente, como el caso de este excelente libro, donde César Bisso demuestra estar muy lejos de los bajos plafones de los impostadores “redactores de poesía”.
Francisco Madariaga Buenos Aires, agosto de 1998
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Miradas
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Yo escribo porque me alza la naturaleza Francisco Madariaga
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Al alba
La mirada no eterniza esfuma lo vivido irrumpe el devenir. No es muerte que pese olvido que borre memoria perdida. No advierte lejana la duda pr贸xima la angustia improbable el acontecer. No es sol que usurpe colores frescura despertares. No abandona el paisaje delimita la belleza sustituye el agua.
Sencillamente no quiere llegar tarde a la felicidad de lo inesperado.
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Interior
Dejo el mundo afuera. El agua emblandece el barro y mendiga sed. Convenciones de juncos agarbados. Desorden del viento. La belleza está allí: silenciosa, cauta.
El ojo usurpa restos del alba. Ningún pájaro es vuelo que libera si escala su propia altura. Sólo el agua va. El ojo permanece.
Tomo al mundo por el ojo y nada oculto tras la maleza. Lo que está afuera, inmóvil, goza desde el misterio de la mirada. Dura al intento y mientras intenta anima.
No hay otro lenguaje. Cielo. Agua. Isla.
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Ser
Devenir incesante mudanza de la belleza bĂşsqueda temblorosa del vacĂo sonido asible y oculto espiral de luz, fugitiva sombra violencia de lejanas lluvias libertad sin remedio.
El rĂo es un ojo que no olvida.
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No saber
El río persigue lo que no fue dado. ¿Bastarían credo, mirada, diálogo, ascender al espacio de inmortal verdor? De haber diluvio, sacramento, caos en el cielo y en la tierra ¿tendría la eternidad rumbo de aguas estancadas?
Están brotando los ojos en medio de la isla. Alrededores de espuma. La serpiente ignora y desliza fuego de cometa terrenal. El destino no existe en su veneno ni en mis palabras. Miro el río. Estremece no saber lo que da.
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Eternidad
Heráclito desanda rumbo de sí mismo por el río eterno.
No hay pie para la anchura del sol. La contemplación ilumina orillas que parten sin regreso.
Nada es anterior a la mirada. La calandria no vuelve. La emoción no recupera el último instante.
Heráclito deslinda armonía y agua. Lo que anhelo cambia. Y lo que no es muerte.
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Sola
Isla en medio de mí mansa como manos de agua mira tan adentro y me atraviesa.
Isla quieta sola y bella dama penumbra silvestre voz de luna sobre el río abrigo de hojas silencio brote del asombro.
Sí una isla en medio de mí muy adentro.
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Escuchar
Retumba una voz en la otra orilla. Sube se escurre entre árboles.
¿Pueden las hojas oírla?
El viento responde: despojos del ocaso.
El ojo aclara: sólo silencio que respira.
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Vía Láctea
De tanto cielo alcanzo una estrella. No es todo. Luz y sombra arrastran la última hoja.
Vértigo celeste suspendido. Cuatro puntos cardinales extrañan la brisa que no llega. Fulgura una estrella y entre tanto cielo la noche fluye, lánguida, tibia.
¿Hay deseo que en la isla no se halle?
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Fugaz
Rojo gestaci贸n de la noche.
Ocre horizonte sin borde.
Azul descenso del silencio.
Verde culminaci贸n del goce.
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Galope
Las crines arden entre viento y arcilla. Bajo sudada pelambre el mĂşsculo resiste la terquedad. De pronto, relincho vertical eriza el verde.
Caballo en soledad toca el alba.
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Enigma
Pregunto a la isla: ¿quién es tu dios? ¿blasfema el sauce? ¿adora el ceibo? ¿revelan las aguas el saber perdido? ¿eres sólo eternidad que resplandece?
Si nombro las cosas, aliento otra duda. Entonces miro. Y callo. En el silencio comienzo a construir mi fortaleza.
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Claroscuro
Ausente el horizonte la sombra vibra sobre el rĂo. Esparce halos de silencio.
Ojos cerrados alumbran dentro de mĂ.
Miro como un pez desde la remota obscuridad del sueĂąo.
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Lectura Un pájaro es una hoja más del árbol D.H.Lawrence Las palabras descubren dones, maldicen, aman. Y como pájaros no pesan en el cielo de los árboles.
Entre mis ojos el poema. Una hoja más que vuela.
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Cazador
No hay filo que avive el degüello ni corazón entrampado.
Isla adentro, riego de sol.
Asestada de luz la víctima.
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Naturaleza viva
El hechizo de la isla no cesa. Azul inalterado roza cielo y espuma. El aura compulsa sudores de รกrboles. Los grillos acopian esplendores. La serpiente desanda los barrancos. Camalotes. Ceibo. Espinillos. Verde montaraz detrรกs del albardรณn.
Nada se parece al Hombre.
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Frontera
Allí el agua refugia olores y tierra sin memoria.
Allí tiempo en soledad y sombra animal sobre la piedra hendida.
Allí justificarás el fuego alcanzarás el límite.
Allí aún es posible mirar.
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BĂşsqueda
Hoja por hoja, en cada gota regreso algo de ti.
No es sencillo atribuir la pĂŠrdida de lo bello (lo misteriosamente amado) al ingrato desahogo del desposeimiento.
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Pájaros I El colibrí no vuela alto. Suspendido en vacío de luz vibra de raíz a rama: lo frágil, lo infinito ¿significa el pasaje de una flor a otra? II Muda la golondrina más allá de nubes, viento, luna. Desliza sus alas y resiste: ¿cerca? ¿lejos? ¿importa medir lo que no tiene espacio ni tiempo?
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Rito de agosto
La Ăşltima escarcha anida en horcaduras para que las ramas vuelvan a ser pĂĄjaros.
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Primavera
Oros abanican la orilla.
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Casida de la siesta
ExhalaciĂłn de la fiebre colmillos hincados en la rama plural zarandeo de cigarras.
Ah preĂąez de la tarde sonido interior del ĂĄrbol azul desmayo.
Puro silencio, isla en llamas.
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Asombro
Murallones de greda el agua avanza. Pared贸n de nubes el sol penetra. Mara帽a abroquelada y el viento pasa.
Nada se pierde si ojos y latido no son los mismos ante cada revelaci贸n.
驴Todo es posible a este lado del horizonte?
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ÂżDĂłnde?
La eternidad se echa donde el ĂĄrbol no alcanza su propia sombra.
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Reiteración del paisaje
Este día debo callar y sólo mirar adonde nadie. Espiar de reojo a torpes gorriones sobre la hierba.
Desde el río temprano alumbrar las grietas y por ellas descender hasta que toquen los flojos dedos el sol más profundo.
Este día extraña mi origen.
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Sólo cielo
Certeza de luz guía el canto. La noche está cerca. Música de alas sube sin prisa, retorna rocío sobre verdes terrazas. Cierro los ojos. ¿Quién llama? Océano de pájaros rompe en olas contra los árboles.
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Dolor
Desmayo del crepúsculo:
entre cornamusas de siriríes* el ojo imperturbable que asesina.
*Siriríes: patos de la isla
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Sin regreso
Camalotes a la deriva no perseguidos por los pĂĄjaros sino silenciosos como ataĂşdes condenados a la desmesurada obscuridad.
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La noche
Te busco hundida en la llovizna. No tienes rostro para que otra mirada te alcance. Sólo ojos, infinitos ojos de criaturas en vigilia.
Bajo el árbol sudoroso de la orilla escondes el secreto: ¿habitarte es matar tu sueño o soñar mi muerte?
Pestañean las hojas como pájaros.
De golpe llega el alba. Ya no llueve. Una delgada lengua en arcoiris lame la orilla.
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Para no morir
Escribo con el agua sobre la piedra azul del sueĂąo.
Hacia la nada voy ausente, a la deriva.
El rĂo se deja oir invocando otras voces que muerden la carne viva del ocaso.
Orilla del infierno: queda sola la palabra y se arrastra como hoja hacia la boca de la muerte.
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Crecida
Voy hacia la luz más alta del río. Llevo en otros ojos horizontes que flotan sin amarras. Transito el sendero de los pájaros. Abajo, undante tumba sin orillas.
La tierra se ha perdido. Nada sublima este paisaje moribundo sobre un cielo caído de repente.
Presiento el destino del vuelo. Se esfuma el árbol. La mirada. Pero no arrojo corazón ni osamenta.
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Isla
Mujer fluvial y desolada espera el Ăşltimo destello y oculta su cadĂĄver.
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Deseo
Que me atraviese un país azul: rústico inmemorial con aguas animosas cielos chapoteando la oquedad y criaturas bienaventuradas.
Un país sin alturas: enteramente llano donde el horizonte cabalgue por doradas lejanías y el silencio culmine mi mirada.
Un país donde no conozca la promesa ni el consuelo.
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Haikus azules
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驴S贸lo esto es cierto, s贸lo esto? Juan L. Ortiz
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I Taz贸n de luz. Pertinaz mansedumbre. Isla en soledad.
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II S贸lo silencio. Deshabitar el r铆o Absorber la sed.
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III Dos ojos lanzan pu単aladas al agua. Y no se matan.
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IV Hay tanto cielo que duele estar abajo. El ojo alivia.
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V Trama nocturna. La víctima descubre que no está sola.
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VI La vĂctima huye. Triste queda la muerte entrampillada.
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VII (sol) Un candelabro que ningĂşn viento apaga anilla el cielo.
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VIII Rumbo de sol. Espejo a la deriva donde nadie ve.
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IX Las hojas vuelan al borde de la tierra. Lรกgrimas de รกrbol.
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X (estrellas) Hinca la noche espolones de nรกcar para no morir.
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XI En luna ciega ilumina el camino quien lo desanda.
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XII (relĂĄmpago) Sombrero de agua. Desde la tela pĂşrpura posa la lluvia.
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XIII Tras la tormenta s贸lo p谩jaros vuelan. Magia del cielo.
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XIV ÂżQuiĂŠn reconoce en medio del silencio la voz del agua?
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XV Es la soledad una isla adormecida muy dentro de mĂ.
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Movimientos
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Nada vuelve... Se alej贸 el r铆o para siempre Vicente Huidobro
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Impromptu
El rĂo no regresa para que no lo olvide.
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Adagio
El pez remonta aguas contra destino del rĂo.
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Romanza
La isla se echa como sombra en celo resignada al desvelo del ĂĄrbol al esplendor del rocĂo a la voracidad de la noche.
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Andante
Aún más allá de la luz hay tiempo para mirar.
Evasión fugaz la muerte.
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Allegro moderato
Navegante silencio invoca el tardĂo enigma:
Âżmuere esto, todo esto si niego la mirada?
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Allegro vivace
Nada vuelve a los ojos tal como es.
¿Qué más queda? ¿La palabra? ¿El sueño? ¿El ir a la muerte por donde nadie? ¿Acaso lo perdido?
Isla adentro a pura luz me llama. Miro. Aguardo.
La isla naufraga en mi silencio.
¿Qué más queda? ¿la voz desnuda? ¿el aura suspendido? ¿un nuevo asombro? ¿otro despertar?
Sólo la mirada halla lo inesperado.
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ISLA ADENTRO CĂŠsar Bisso Ediciones Culturales Santafesinas Santa Fe Argentina 1999
Biblioteca Nautilus www.pajarodemimbre.blogspot.com Los textos fueron tomados de la biblioteca virtual www.poeticas.com.ar Sin fines comerciales.
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