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Responsabilidad suprema
Este 30 de abril, nos convoca el derecho y el deber más importante que tenemos como ciudadanos en una democracia: El voto para elegir a las autoridades nacionales.
Del resultado de estos comicios dependerá el rumbo que tomará la vida pública de nuestro país en los próximos cinco años y, ante tal acontecimiento, valen la pena algunas reflexiones.
Sincericidios los habremos cometido todos a lo largo de nuestras vidas, esa situación en la que no nos queda más que enfrentar la cruda verdad porque intentar desviarla solo puede resultar en una más vergonzosa evidencia de nuestras falencias.
Fue lo que me ocurrió con uno de los primeros exámenes de la maestría: a solo meses de haber arribado a un país nuevo, el idioma todavía no era precisamente una fortaleza -algo grave para una prueba oral de tú a tú con el catedrático- y la materia que nos convocaba sonaba más que desafiante para alguien que regresaba a la academia después de ya unos cuantos años, Historia de las Doctrinas Políticas.
Atendiendo al detalle que se buscaba en las respuestas ya con las primeras dos preguntas, no me quedó de otra más que sumirme en la más completa honestidad y reconocer ante el profesor que no había podido leer la totalidad de los algo así como 30 libros que teníamos como tarea, pero que no me había perdido ni una sola de sus clases y las había vuelto a escuchar varias veces desde las grabaciones que llevé cada día.
Estaba preparada para que el profesor me enviara a casa, no era grave, porque el sistema educativo allí no deja constancia de un examen que no haya satisfecho las expectativas, simplemente se regresa a la próxima -la bella Italia-. Lejos de eso, el profesor se relaja, se acomoda en su silla de escritorio y me empieza a hacer preguntas sobre la política en Paraguay. Y una de las consultas consistió en explorar mi apreciación sobre la idea de que la democracia pudiera prosperar sin la existencia de partidos políticos, a partir de la experiencia que hayamos tenido en esta parte del globo.
Empiezo a hacer todas las conexiones posibles y me sale una respuesta que en estos momentos es muy interesante de debatir y profundizar: el aparato electoral en Paraguay hace rato que funciona sin que se cumpla el objetivo principal de los partidos políticos, que es promover el pensamiento alrededor de una corriente ideológica y a partir de ello construir propuestas de políticas públicas que conduzcan a un mayor progreso y desarrollo de la nación.
Mi exposición continuó con la triste aceptación de que una importante masa de simpatizantes de los partidos más tradicionales del país, lamentablemente, muchas veces ni siquiera conocen las bases teóricas ni las aspiraciones ideológicas con que han sido fundados. En vez de ello, son movidos más bien por intereses particulares en cuanto a los favores que puedan cobrar una vez que su candidato llegue al poder y/o siguen la inercia del color que sus familias votaron con el correr de las generaciones.
En consecuencia, el papel de los partidos políticos quedó resumido al de una organización que administra el proceso de votación, y dejó a un lado el debate de ideas y la construcción del pensamiento. Esta tarea logística de organizar convocatorias para mostrar la cantidad de adeptos y ubicar apoderados en las mesas de votación queda muy corta para lo que en realidad debería ser el rol de un partido político.
Entonces sí, mi respuesta en el examen fue que en Paraguay se eligen autoridades de manera periódica prácticamente sin el ejercicio intelectual que deberían promover los partidos políticos, por lo que estos podrían ser reemplazados por instituciones con otra denominación sin que ello signifique que se vaya a dejar de contar con representantes provenientes del voto popular.
Contra todo pronóstico, aprobé el examen y hasta con una linda calificación. Evidentemente, aceptar la realidad y, a partir de ello, plantearse respuestas “fuera de la caja” es una muy buena opción.