Bookazine los 100 mejores discos del rock nacional

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Introducción Por Claudio Kleiman

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lista, lo cual también, por supuesto, es discutible. Pero en el arte –y no cabe ninguna duda de que el mejor rock hecho en estas tierras entra en esa categoría– no se trata de ver quién tiene razón, ni tratar de escalar posiciones como en las competencias deportivas. Sí se trata de emocionarse, dejarse conmover, vibrar al compás de la música, sentir cómo los artistas expresan nuestras vivencias, frustraciones y esperanzas, anhelos y compromisos más profundos, a menudo con mayor claridad de la que nosotros mismos somos capaces. Y de eso hay muchísimo. En las obras producidas en 42 años que median entre el disco más antiguo incluido en esta selección (Los Gatos, 1967) y el más reciente (Fuerza natural, de Gustavo Cerati, 2009) podemos ver reflejadas la cultura y la historia de nuestro país, en combustión con la creatividad de varias generaciones. Esta es una música cuyas páginas de consagración ya incluyen –al menos– a padres e hijos, como lo prueba la presencia de Luis Alberto y Dante Spinetta. El rock nacional es una música inclusiva y de espíritu abierto, algo que estaba presente en los albores del movimiento –con esa mezcla de rock, folclore, tango, pop europeo, bossa nova, bolero y otras influencias, presentes en la música de pioneros como Moris y Litto Nebbia– y sigue manifestándose actualmente a través de géneros que van del heavy al pop electrónico, pasando por el hip-hop y el reggae, presentes en mayor o menor medida en esta producción. En definitiva, al margen de que en toda elección siempre hay un ingrediente de gusto personal (cada uno puede hacerse su propia lista; la mía no sería la misma que la que aquí publicamos, definida por una construcción colectiva), lo que tenemos en este ranking es un material de lectura apasionante para cualquier interesado en la historia de nuestra música, que constituye una ventana para recordar el pasado pero también para asomarse a nuevos mundos, en esta inagotable aventura del descubrimiento. Porque, como expresara Spinetta, el poeta mayor del rock nacional, toda la vida tiene música.

o te olvides del tiempo…”, cantaba Javier Martínez, de Manal, en “Elena”, con su particular visión filosófica, que incluía descripción e indagación, en una poesía que podríamos tildar de existencialismo porteño teñido de rock, blues y tango. El tiempo es determinante cuando se acomete una misión tan arriesgada como la de elegir los cien mejores discos del rock nacional. El revolucionario invento de la música grabada permitió congelar para siempre un instante, pero el tiempo le va añadiendo nuevos hitos a la memoria colectiva, a la vez que modifica la percepción que tenemos de las obras y los eventos, desmitificando algunos y elevando otros. Los cien mejores discos del rock nacional que elegimos en 2013 no son los mismos que seleccionamos en 2007, cuando decidimos hacer la producción que sirvió de base a la que presentamos hoy, ampliada y actualizada. En aquella oportunidad festejábamos el noveno aniversario de Rolling Stone y los cuarenta años del rock argentino (el punto de partida está siempre sujeto a discusión; en este caso tomamos como big bang la aparición del simple con “La balsa”, de Los Gatos). Con ese fin, hicimos una encuesta entre músicos, periodistas, productores, representantes, fotógrafos y gente fuertemente relacionada con la historia del rock en Argentina para que eligieran sus diez discos favoritos. Una vez procesados estos resultados, se sumaron las opiniones de los integrantes de la redacción de RS, quienes fueron también encargados de la investigación histórica y los textos. Obviamente, el grueso de la selección realizada en ese momento se mantiene, pero se han agregado algunos discos aparecidos en los años que median entre una y otra publicación, así como otros que fueron omitidos por causas diversas (y aquí volvemos al tema de cómo va mutando el criterio de apreciación de una obra con el transcurso del tiempo). Las nuevas incorporaciones imponen también que algunos álbumes se cayeran de la

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7.

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La era de la boludez Divididos Polygram / Universal 1993

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on el disco anterior, acariciando lo aspero (1991), la dupla Ricardo Mollo-Diego Arnedo había dejado atrás el fantasma de Sumo, estableciendo su sonido y su personalidad. El álbum, además de la solidez instrumental del trío, demostraba su viabilidad comercial, con excelentes ventas y hits como “El 38” y “Ala delta”. El ingreso de Federico Gil Solá en la batería (un argentino que había vivido quince años en San Francisco) fue fundamental para su consolidación, ya que aportó la potencia de un intérprete fogueado en el Primer Mundo, así como una apreciación –que suele aparecer con la distancia–­de la música nacional. Para su tercer álbum, el trío se alió al productor Gustavo Santaolalla, que obró como catalizador de su talento, dando origen a una de las obras más profundas e impactantes del rock latino de los 90: La era de la boludez, un título que definía el falso esplendor de la era menemista. El grupo ya venía ensayando con éxito su particular amalgama de rock, funk y post punk, pero lo que aparece con fuerza aquí es la influencia del folclore, que había comenzado a insinuarse en el disco anterior con “Haciendo cola para nacer”, suerte de baguala de voz y bombo. Santaolalla, pionero de la integración entre rock y música autóctona con Arco Iris, estimuló esta tendencia, alentado por Gil Solá y también Arnedo (cuyo padre fue el prestigioso folclorista Arnedo Gallo). Esa apertura dio origen a temas como “Ortega y Gases”, especie de chacarera con un trabajo descollante de Arnedo en el bajo, “Huelga de amores” y “¿Qué ves?”, principal hit del álbum, en que el grupo superpone un reggae con un ritmo de 6x8, dando origen al “chaca-reggae” (con una notable intervención de Santaolalla en charango). La propuesta alcanza un pico de alto poder emotivo con la versión de “El arriero”, clásico de Atahualpa Yupanqui transformado en una especie de blues hendrixiano por una interpretación memorable de Mollo, que canta en forma desgarradora y ofrece dos de sus mejores solos de guitarra registrados en disco. La potencia de Divididos está en temas con ingredientes funk como “Salir a asustar” y



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19. Pescado 2

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uego del sonido explosivamente rockero de “power trío” en Desatormentándonos, Pescado Rabioso se convierte en cuarteto con la incorporación de Carlos Cutaia en órgano Hammond y teclados varios, a la vez que David Lebón reemplaza a “Bocón” Frascino en el bajo. Estos dos instrumentistas muy completos – ­ David además tocaba guitarra, batería y cantaba– permiten a Spinetta ampliar considerablemente su paleta compositiva, y ensayar una gran variedad de arreglos y texturas. El resultado fue ese monumento del rock argentino llamado Pescado 2, un

álbum doble con dieciocho canciones, realizado por cuatro músicos jóvenes mancomunados espiritualmente y capturados en el pico de su creatividad. La idea de liberación es una constante que recorre el trabajo, tanto en lo individual como en lo social –recordemos que corría el año 1973, y la Argentina vivía una efervescencia militante por el regreso del peronismo–, expresada en letras pobladas de imágenes surrealistas pero a la vez extrañamente familiares, poseedoras de un poder de llegada casi instantáneo. El sonido recorre desde el rock y blues más potentes (“Nena boba”, “¡Hola,

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pequeño ser!”, el hermoso blues menor “Como el viento voy a ver”) hasta canciones casi acústicas con una sensibilidad cercana a Almendra (“Credulidad”), incluyendo también extensas zapadas y elementos de rock progresivo. La edición original incluía un librito de 48 páginas con letras, comentarios, dibujos y poemas, envuelto en un delicioso clima de delirio, bien de la época. El disco culmina con el ambicioso “Cristálida”, un tema de casi nueve minutos, con arreglos orquestales de Carlos Cutaia, compuesto por varios módulos (a la manera del clásico “A Day in the Life” de los Beatles),

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Pescado Rabioso Microfon / Sony Music 1973


18. Superficies de placer Virus CBS / Sony 1987

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n medio de la grabacion de superficies de placer, Federico Moura se enteró que había contraído una enfermedad de la que se sabía poco salvo que era letal: tenía sida. Ocurrió en Río de Janeiro y, a pesar de la terrible noticia, la banda platense siguió adelante por expresa decisión de su cantante. El sexto álbum de Virus había sido pensado como un trabajo climático sin tantos hits y con un acercamiento más decidido a los ritmos latinos. Paradójicamente, el tema de la muerte giraba en varios momentos del disco: “Las cosas se alejan de mí” (en “Ausencia”), “mí-

nimos toques de eternidad, arrebatos de emoción, flecha tendida al azar” (de “Danza narcótica”) o “apocalipsis en mi intimidad” (de, claro, “Apocalipsis”). Superficies… fue lanzado en septiembre de 1987 y, siguiendo el suceso masivo que había representado Locura, en menos de un mes vendió más de 30 mil copias, la adhesión fue instantánea y temas como “Mirada speed”, “Polvos de una relación” y “Superficies de placer” se perfilaron como nuevos clásicos de la banda. La tapa y su exquisita ambigüedad causaron revuelo entre la prensa pacata: se morían por saber a qué género per-

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tenecía la imagen del culito. Nada alteró el rigor artístico de la banda. A veinte años de su edición sería impropio calificar a Superficies… como un disco valiente, porque esa escala ya había sido superada cuando apareció Wadu Wadu. El último álbum de Virus con la voz de Federico pretendía plasmar una obra que describiera la evolución después de siete años de carrera. El resultado mejora con el paso del tiempo e instala de una buena vez un lenguaje más real para empezar a hablar de pop latino, en la perspectiva de este grupo: siempre audaz, siempre con pretensión de actualidad.


foto pescado perotta


93. Sin restricciones Miranda! 2004 PELO MUSIC nada fue igual para miranda! a partir de Sin restricciones. Su público pasó de la franja hipster a un ATP anchísimo de banda donde los privilegiados fueron, efectivamente, los niños. El primer grupo desde los 80 que logró hundir los colmillos en la jugosa yugular del mercado pre-adolescente. De la noche a la mañana habían impuesto un look y la histeria propia de la mejor tradición pop. Más: hacían que padres e hijos se unieran cantando historias de alto octanaje erótico. Fenomenología aparte, Sin restricciones (que opacó el muy buen debut Es mentira) recortó el perfil de Ale Sergi como arquitecto del hit; un tecno-pop dinámico para la era mp3, la mejor videografía desde Babasónicos y la banda de sonido para una telenovela perfecta.

como se hizo

Narigón del siglo Divididos

E 94. Rock de la mujer perdida

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Los Gatos RCA Victor 1970 el quinto album de los gatos es el que los consagra como una banda revolucionaria del rock y el blues en castellano (habiendo dejado atrás el beat). Producto calibrado del cruce de estilos de Nebbia y Pappo, este disco rebautizado por la censura (iba a ser Rock de la mujer podrida) suena denso y melódico, con una zapada proto-stoner (“Invasión”), rock con clase (“Por qué bajamos a la ciudad”) y una banda en estado de gracia (Toth, Fogliatta, Moro). Notable cómo Litto fuerza su rango vocal para seguir el vuelo de un Pappo prematuramente magistral. temas clave : “Réquiem para un hombre feliz”, “Invasión”

n pappo’s blues vol. 1, el guitarrista ya había establecido el formato, adaptando el esquema de power trío inaugurado por Cream y Jimi Hendrix Experience –mezcla de blues y psicodelia– a una sensibilidad urbana que se integraba con naturalidad al rock nacional de comienzos de los 70. Pero luego de un viaje a Inglaterra, donde conoció a “Bonzo” Bonham y “Lemmy” Kilmister, Pappo regresó para ponerle el moño al género que él mismo había creado. En este Vol. 2 todo es perfecto, desde la portada con el dibujo naif de Juan O. Gatti hasta la foto interior con su estampa de guitar hero porteño, la Gibson SG conectada a un Robertone y un único crédito: “Compositor, autor, dirección orquestal e intérprete: Pappo”. En el comienzo, un solo de batería de Luis Gambolini introduce “El tren de las 16”, en que Pappo convierte la simple estructura de un blues de 12 compases en una canción inolvidable, con un recurso simple: la letra continúa a lo largo de dos estrofas, lo que extiende la “vuelta” armónica del tema a 24 compases. Hay riffs memorables (“Tema 1” –que bajo el nombre “Castillo de Piedra” había apa largo de dos estrofas, lo que extiende la “vuelta” armónica del tema a 24 compases. Hay riffs memorables (“Tema 1” –que bajo el nombre “Castillo de Piedra” había apa largo de dos estrofas, lo que extiende la “vuelta” armónica del tema a 24 compases. Hay riffs memorables (“Tema 1” –que bajo el nombre “Castillo de Piedra” había aparecido en Spinettalandia–, “Pobre Juan”), muestras de su genial ingenuidad lírica (“ese monstruoso, que caminando va/ no se da cuenta que no tiene lugar/ y con el tiempo desaparecerá”) y solos improvisados que son libros de texto para generaciones de guitarristas. “Desconfío” se convertiría en el standard del género en Arc. k. gentina. temas cl ave : “Desconfío”, “El tren de las 16”

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foto Soda


a a doble


L o s 100 Mejores Disco s del Ro ck Nacional

El playlist de los 100: guía práctica y De “Jugo de tomate” a “Amigo piedra”, la puerta de entrada a cada álbum del ranking. Una hoja de ruta para recorrer cinco décadas de historia a través de cien canciones inmortales Por Fernando García 1. “Cantata de puentes amarillos” Artaud, Pescado Rabioso

Aquello de “mañana es mejor” se cumple cada vez que se vuelve sobre esta suite electro-acústica; performance del que escucha y una invitación siempre nueva a trepar el Everest spinettiano.

Lorem ipsum dor sit amet, epigrafe a hacer

2. “No soy un extraño” Clics modernos, Charly García

Un tango de verdad, o casi. Armazon tecno-pop y detalles de lujo (Larry Carlton en “guitel”) para tres minutos que se llevan encima para toda la vida. El Charly nuestro de cada día.

3. “Jugo de tomate” Gente con (mucho) swing clasifica a la gente sin swing del no tan swinging Buenos Aires de fines de los 60. Javier Martínez enseña que el camino para el blues local empieza acá, con ese riff rigurosamente indeleble.

4. “Jijiji” Oktubre, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

Elevado a la categoria de himno, este es el soundtrack del “pogo más grande del mundo”. Un viaje al estribillo digno del cine de Hitchcock puntúa uno de los mejores textos de nuestro rock.

5. “Mejor no hablar de ciertas cosas” Divididos por la felicidad, Sumo

El bajo que es acupuntura dura; luca Prodan haciendo eco en la caverna del idioma; free jazz venido del post-punk y un joint venture imposible: letra del Indio Solari, música de Sumo.

lugar donde Divididos dejó de significar “ex Sumo”. El primer revoleo de poncho.

8. “Llegará la paz” Volumen 2, Pappo’s Blues

6. “Muchacha ojos de papel” Almendra, Almendra

Demasiado sofisticada para el fogon, etérea y luminosa para el bajón. Letra-collage arropada por un arreglo de voces que es custodio de una melodía trémula, casi recitada. Canción símbolo de Almendra.

El manual de estilo del power trio expuesto en sus vísceras. La bestia rock pela un sonido que allá llamarían “stoner”, pero que aquí conocimos antes como los blues de Pappo, orgullo de los chicos malos.

9. “De música ligera” Canción animal, Soda Stereo

7. “Que ves” La era de la boludez, Divididos

Chacarera y reggae a un tiempo, con ese fondo ancestral de charango y la cara de Hendrix en los amplificadores, éste es el

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La guitarra diafana de gustavo cerati empuja esta emocionante marcha-pop que hizo temblar los cimientos de River en la despedida de Soda Stereo. Modélica, del rasgueo de la intro al grand finale.

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Manal, Manal


10. “Media Verónica” Alta Suciedad, Andrés Calamaro

Un ejercicio de clasicismo suntuoso y preciso para la “Eleanor Rigby” de Andrés. Una canción de esas que se llaman “perfectas”. Y una sentencia: “La vida es una cárcel con las puertas abiertas”.

11. “Pato trabaja en una carnicería” Treinta minutos de vida, Moris

El uso (abusivo) de “el oso” termino por escolarizarla. La potencia de Moris, su fatal enjundia, está intacta en “Pato…”, la primera fábula crítica hacia la cultura rock desde la propia cultura rock.

12. “Raros peinados nuevos” Piano Bar, Charly García

Con esa insolita cadencia entre robotica y china, García (con G.I.T. y Páez) pone otra vez la época en un camafeo cantando “esos raros peinados nuevos”. Hit raro de un disco acaso incomprendido.

13. “Tumbas de la gloria” El amor después del amor, Fito Páez

En el cenit de su popularidad, Fito trae para el rock el eco de la palabra “Gloria”, tan cara a los himnos fundantes. Ampulosa y cambiante, llena de sorpresas (ese final), “Tumbas…” es dinamita y corazón.

Jessico, Babasónicos

¿Beat latino? ¡si! otra historia emocionante de la fuga sónica del suburbio con un mix de arreglos evocadores que se superponen en capas, creando el sonido más original de los últimos veinte años.

La Biblia, Vox Dei

El rock argentino reescribio la biblia desde Quilmes. Obra conceptual suburbana y cósmica con esta interpretación naturalmente souleada de Soulé & Co. que guarda un último minuto para el asombro.

17. “Viernes 3 AM” La grasa de las capitales, Serú Girán

Gema radiante de un disco corrosivo, con García al piano volviendo sobre la muerte, esa obsesión suya (a pesar de Vida). Un caricia a los que “no pueden más” en la medianoche que vivimos en peligro.

18. “Encuentro en el río musical” Superficies de placer, Virus

“Por los parlantes te ire a buscar”, prometía Federico Moura envuelto en una base aerodinámica que terminaba de plasmar la tremebunda delicadeza de Virus. Lo seguimos esperando… siempre.

La dicha en movimiento, Los Twist

Los Twist inventaron la posmodernidad rockera con gracia, músculo y hits memorables como éste. La frescura, esa sensualidad inocentona y el corte de pelo de Fabiana Cantilo son… todo.

16. “Fizz”

Si el proyecto completo tenia indicios de gesta, ésta es su performance más preciada. Gieco junto a Isabel Parra cantando una cueca de Violeta en el Canal de Beagle. Sencillo y monumental.

24. “Barro tal vez” Kamikaze, Luis Alberto Spinetta

Que Spinetta haya escrito esta zamba a los 15 años siembra de dudas lo que llamamos entendimiento. Cómo es que, tan pronto, se sintió “canción, barro tal vez”. Prodigiosa por donde se la escuche.

25. “Persiana americana” Signos, Soda Stereo

19. “Mi espíritu se fue” Pescado 2, Pescado Rabioso

Entre guitarras acusticas y osciladores, Pescado llega a un lugar indómito del rock argentino, que se pliega sobre su propia atmósfera e irradia esta luz inexplicable…

20. “Represión” Lo mejor de la mejor cancion de los Violadores, y del punk iberoamericano, es su vocación antisocial. “Represión, 24 horas al día” es ese más allá de las botas que dio en llamarse “cívico-militar”.

21. “Siguiendo la luna” El León, Los Fabulosos Cadillacs

15. “Ritmo colocado”

23. “En la frontera” De Ushuaia a la Quiaca, León Gieco

Los Violadores, Los Violadores

14. “Génesis”

esta maravilla modernista y blindada provocan el mismo estado de shock que generaban en vivo. Un grupo mutante sigue los pasos del cantante kamikaze.

El reggae fluye con unos cadillacs que suenan a máquina de rock latino y un Vicentico que empieza a convertirse en el cantante conocido como el rufián melancólico de Boedo.

Con una letra ajena (ganadora de un concurso), Cerati construyó otro de sus trending topics: el erotismo como una forma del desborde. La ingeniería de la canción es minuciosa y obsesiva, como el voyeur.

26. “Yo no quiero volverme tan loco” Yendo de la cama al living, Charly García

Solista al fin, charly radiografio la vida argentina de los tempranísimos 80. “Escucho un tango y un rock y presiento que soy yo”, cantaba aquí, uptempo, con un coro encubierto de Gieco.

27. “Algo ha cambiado” Volumen 1, Pappo’s Blues

Dificil encontrar algo que suene tan violento en el mundo en 1971 como esto. La primera versión de Pappo’s Blues es una granada de mano que revienta en cada surco. La metamorfosis según Norberto.

22. “Estallando desde el óceano”

28. “Los libros de la buena memoria”

Llegando los monos, Sumo

El jardín de los presentes, Invisible

Sumo no sono nunca asi en el estudio. Con

Spinetta cuenta cuatro y va… una inmer-

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