Julio 2013 – nº21
Querida Martha...antes que nada GRACIAS por hacer lo que estás haciendo.....por todas nosotras. Cuando empieces a leer, te darás cuenta porque lo digo...soy de las veteranas, que pasaron la vida sin salir del closet...salvo contadas ocasiones. Soy casada con hijos, nietos y todavía no me he "curado"....jajaja sigo como en mi adolescencia disfrutando del placer de vestirme de mujer y de disfrutar de mi bisexualidad cuando puedo. Creo que como a casi todas nos pasa...no recordamos bien nuestra primera vez. Lo que si sabíamos que no era lo correcto. Las primeras veces eran vistiéndome con ropa de mi madre o mi hermana...disfrutaba del roce de las sedas las combinaciones..(que antigua no?) Las acompañaba disfrutando de antiguas revistas, las pocas que traían algunas veces artículos sobre travestis....el Ahora, Así, y otras pocas que se animaban a escribir, traían fotos de Coccinelle, me recuerdo de una que escribió de una “Companía de revistas THE GIRLS”, que era brasilera....y algunas más. Con esos datos ya te darás cuenta de mi antigüedad... jajaja. No pasaba de los disfrutes masturbatorios, acompañados de la envidia que me producían. Ya a los 25 tuve mi primer
encuentro con una chica TV.....COMO LO DISFRUTEEEEE......me presto su ropa en el depto y me sentí una diosa...esa chica que se llamaba Claudia estaba en una boite en Bs. As en una cortada cerca de la calle Parera, allí conocía también a Marcela M...las menciono con sus nombres porque hace tanto tiempo....tenía contactos como activo...siempre las admiraba y envidiaba....hasta que que un día....ya de vejeta a los 50, tuve una cita por internet, (gran invento para nosotras que creíamos que estábamos casi solas). Con un hombre que se declaraba activo y pensé veremos que pasa...jaja. Me paso a buscar yo vestida abajo de mi ropa de hombre y fuimos a un hotel. Mientras estacionaba el auto yo entre rápidamente me puse la peluca me saque la ropa y quede con mi vestido largo de Lycra esperándolo. No sabes la cara que puso cuando me vio...Me abrazo, me empezó a besar, (tenia barbita) yo pensé que me produciría rechazo...era mi primera vez....de mujer...no sabes me derretí toda, fue una entrega TOTAT...me sentía mujer como si lo hubiera sido toda la vida...De mas esta decir de que lo complací en todo, como le gustan a los hombres...de esos sabemos...jajaja… después pensé cuando se vaya la calentura?....que
pasara?....nada, me quede a su lado mimándolo, recorriendo su cuerpo a besos....y pensando todo lo que me había perdido en todos estos años. Te aclaro que con mi esposa tengo muy buen sexo y buena onda...sabe de mis "fantasías" aunque no le gustaría verme vestida de mujer...sabe que me gustaría estar con un hombre...creo que ya es bastante...ah sabe que chateo con hombres y me hago pasar por mujer.......creo que logre bastante.....un beso grande y GRACIAS por todo.
Patricia Garcia
Lo que contaré a continuación tiene que ver no solo con mi vida de cross, como se dice ahora, sino también con el mundo secretos de aquellas de otras épocas, de las festicholas que armábamos en el más absoluto secreto a pesar de movilizarnos muchas personas por cada encuentro, que también en otras décadas hubo eventos de la comunidad travesti, que en ese entonces éramos todas de closet. En mis años mozos, cuando tenía veintiún añitos, que era para ese entonces la mayoría de edad para la ley y soltarme sin correr el peligro de involucrar a nadie porque siempre estaba a la caza de algún chongo de forma clandestina y que caiga encanado por corruptor de menores. Para ese entonces ya tenía curtida la piel de estar con tantos tipos, siempre fui la “señorita” para ellos. En esos años, en la década de los cincuenta nosotras las “carrilches, tal como nos llamábamos las que vestíamos con ropa de mujer siempre estábamos a la pesca de los soplanucas (pretendientes) y los dorilches ( novios) que muchas de nosotras teníamos, pero a total escondidas de la mirada ajena, en esos tiempos no solo nos miraban mal , también nos metían en cana por el solo hecho de vestirnos de mujer. Estas fiestas las hacíamos cada tanto, aproximadamente cada dos o tres meses para no levantar la perdíz.
La manera de conocernos era muy escasa, había que ir a algunas fiestas en donde el carrilchaje estábamos presente sabiendo que tipo de fiesta sería, lógicamente todo muy formal pero por debajo de las mesas corría un sin fin de números telefónicos (que no abundaban como ahora) y direcciones de los bulines escritos en servilletas de papel, en donde se producirían los encuentros non sanctos. Por supuesto estaba la recova del bajo en donde pululaban los cabarulos con espectáculos transformistas que de diestras a siniestras eran “visitados” por la cana con los daños colaterales de siempre: encanadas por dos semanas por atentado a la moral pública. Cuando una de las carrilches, en este caso era La Turca que casi siempre tenía la guita, la que organizaba la festichola y que además tenía el lugar perfecto para hacerla: en el conurbano, en donde los cobani de la federal no tenían juridicción y lejos de vecinos mirones y buchones. Casi siempre se hacían en su casona, en la localidad de Adrogué, zona sur. También se organizaban en algunas casas quintas de zona oeste o norte. Nos poníamos de acuerdo para comprar las bebidas y la comida porque había que hacerla completa la cosa. Se pagaba una entrada y con reserva, había que evitar a los ortibas que seguramente nos iban a denunciar, no cualquiera podía participar de esas fiestas.
espectáculos transformistas que de diestras a siniestras eran “visitados” por la cana con los daños colaterales de siempre: encanadas por dos semanas por atentado a la moral pública
Para llegar había que buscar algún soplanuca con auto y con pretensiones de querer cojernos, cuando teníamos esa suerte nos juntábamos varias para viajar con el susodicho, o sino caer al lugar en el tren, y de ahí caminar hasta la casona. La mayoría de nosotras llevábamos paquetes que simulaban ser regalos para la “fiesta familiar” para evitar la requisa policial, en los mismos llevábamos nuestras pilchas de mina, incluyendo peluca y zapatos de tacos altos. En la entrada de la casa nos recibía una chica vestida de mucamita francesa exigiéndonos la entrada a modo de santo y seña, todo un detalle. Inmediatamente nos acompañaba a una habitación en donde nos cambiábamos de ropa y maquillarnos como unas damas, todo eso era una atención de primera. Al entrar al living se suscitaba una leve exclamación y un saludo que consistía en un tímido cabeceo acompañado de una sonrisa de los concurrentes. Una pasaba a través de ellos que me clavaban la mirada con conocidas intenciones. Inmediatamente tenía que saludar a la anfitriona, la misma me presentaba en sociedad para romper el hielo, a la vez me acercaba a las demás chicas para armar grupo y empezar a chamuyar sobre los chongos que estaban listos para el acecho.
Inmediatamente nos acompañaba a una habitación en donde nos cambiábamos de ropa y maquillarnos como unas damas
Como era costumbre se esperaban que vinieran la mayoría de los invitados y así empezar a servir canapés, que eran uno de los servicios del buffet junto a las bebidas y otras cosas para picar mientras se escuchaba de fondo la música para amenizar el evento. Todos los presentes bien trajeados para impresionar a las chicas, y nosotras de punta en blanco, de gala, de largo o de vestidos con faldas anchas con el miriñaque de tules como se usaban en esa época en las fiestas bien cajetillas. Cada vez que se abría la puerta principal todos estábamos a la expectativa de quien podría ser, tal era el clima que se vivía en esas fiestitas. Cuando pintaba la medianoche se brindaba con sidra, porque el champan no daba para esos encuentros, siguiendo las “órdenes” de la anfitriona y que a continuación nos invitaba a bailar y a buscar pareja, a mí me enganchaban para el primer baile los jovatos, que solo le interesaban que se los cojan, eran los panqueques porque se daban vuelta enseguida, de activos a pasivos, por supuesto que como dama solo buscaba chongos con un importante “porte” entre sus piernas, pero para arrancar el bailongo estaba bien y safaba.
solo buscaba chongos con un importante “porte” entre sus piernas, pero para arrancar el bailongo estaba bien y safaba.
El tango se hacía valer en la pista improvisada en el living, según se contaba habían de promedio entre cincuenta a sesenta concurrentes, entre carrilches, soplanucas y dorilches en cada una de estas festicholas. Todo esto se realizaba con la certeza de que no seríamos sorprendidos por la cana ya que la anfitriona conocía todo el ambiente policial y era de cuidado. Todo era entre los muros de la casona y ahí todo bien. Mientras bailábamos nunca faltaba el manoseo en el culo por parte del compañero de baile, manoseo que era correspondido metiéndole la mano al bulto para “avivar” la pasión, siempre y cuando la idea era la de ir directamente “al asunto” a posteriori al bailongo. También bailábamos entre nosotras. Para calentar a los mirones nos refregábamos los culos al ritmo del cha cha cha entre las chicas y ahí nomás se armaba el trencito acoplándose los chongos y por supuesto les apoyábamos los culos a sus bultos mientras dábamos vueltas alrededor del salón, igual al carnaval carioca de las fiestas actuales. Siempre aparecían las transformistas para hacer sus actuaciones, la envidia que les teníamos ya que eran unas divas que se hacían desear, vestían como reinas y se maquillaban a la perfección; eran de los cabarutes del bajo, en
También bailábamos entre nosotras
donde nos conocíamos y hacíamos sociales entre las travestis de Buenos Aires. Una condición de los bailes era que cuando se tocaban los lentos, eso era signo de que no había vuelta atrás con el chongo de turno, siempre se elegía al chongo antes de que empezara la música lenta y bailar pegados y no clavarse con el feo de la noche; por eso nos quedábamos sentadas esperando a ser invitadas a bailar y tener la posibilidad de elegir con quien hacerlo . Habíamos inventado un código : si queríamos bailar, las piernas las tendríamos tapadas con la falda y si queríamos bailar y culear después, mostrábamos las piernas levantado el vestido dejando al descubierto los broches de las portaligas para que los chongos nos vieran las intenciones sin decir nada, bailábamos un ratito y directamente había que ir para el “averno”, una suerte de reservados con sillones que se encontraba en el sótano de la casona, arreglado y acondicionado como un bulo con luces rojas y cortinados de tules para la ocasión. Nada que envidiarle a esos boliches que se ubican en los subsuelos porque prácticamente si se armaba cachenge con la policía quedaríamos bien escondidos en el bunker improvisado hasta que se fueran. Había una suerte de falsa pared que tapaba el acceso al “averno” que por suerte nunca se necesitó usar.
nos quedábamos sentadas esperando a ser invitadas a bailar y tener la posibilidad de elegir con quien hacerlo
Ahí se culeaba delante de todos, de paso los mirones se calentaban para motivarse y agarrar a la primera que se les atrevía. La regla era que primero había que mamársela antes de dejarse coger y siempre con un potecito de vaselina, que nosotras siempre traíamos en las carteras junto a los cosméticos y los forros. También se empezaron a armar en otras fiestas los casamientos, una suerte de actuación venida en broma en donde se simulaba una ceremonia religiosa, cosa que se empezó a copiar de otras festicholas de similares características. Estas consistían en una ceremonia religiosa con cura (siempre era un chongo disfrazado con una sotana) y la novia que era siempre una de nosotras con vestido de blanco y todo lo demás. Una vez me tocó a mí ser la novia de uno de estos falsos casamientos. La anfitriona me prestó un vestido de novia para mi “gran noche de boda”, como era delgada no tuve problemas en ponérmelo, la producción era completa: desde los zapatos blancos, la ropa interior, medias de seda blancas con las correspondientes portaligas y bombacha blanca de seda. También me coronaron con un velo de tul. Prácticamente tenía todo lo que una fiesta de casamiento debía tener, con la diferencia que estábamos las maricas de entonces, con marcha nupcial y toda esa comparsa de plumas que
acompañaba al cortejo. Mientras entraba por el medio del salón al son de la marcha nupcial me esperaba en una suerte de altar improvisado mi “novio” al lado del cura para oficiar la ceremonia. Después del bailongo nosotros los “novios” bajábamos al sótano en donde había preparada una cama matrimonial finamente arreglada con almohadones de seda y sábanas de raso todo de rosado. Enseguida y apenas bajaban todos los invitados comenzábamos nuestra “actuación” que consistía en entrar al escenario improvisado. Mi novio me levantaba en sus brazos y decía: - ¡al fin solos! – había un silencio expectante por parte de los invitados.
Luego hacíamos toda la pantomima de besarnos y manosearnos (cosa que hacíamos en serio) hasta quedar él desnudo y yo sin el vestido de novia, tan solo con la ropa interior más una enagua para hacerla más fina y realista la cosa, tal cual sucedía en una noche de bodas. Luego la parte más caliente que era de mamársela y luego la culeada que me propinaba delante de todos los concurrentes. Todo esto era para generar el clima entre la mariconada y calentarse; mejor que una película pornográfica, era en vivo. Me acababa dentro. Lo mejor era después de este remedo de noche de bodas porque yo invitaba a los soplanucas a los gritos: -¡¡¡quiero más machos, quiero porongas!!!recostada sobre la cama mientras les mostraba mi culo para ofrecérselos a quien quisiera culearme, no tardaban en propinarme sus cojidas. En esa “noche de boda” conté a ocho los que me sometieron a una culeada exquisita, sin contar las mamadas. Ahí la mayoría se retiraban a los sillones que estaban al costado del sótano y comenzaba la faena sexual entre todos. Toda una orgía se generaba en esa casona de Adrogué. El soplanucas que me llevaba en su coche, era un ejecutivo de una fábricas de medias de nylon (muy conocida la marca), lo que puedo batir es que nunca me faltaron medias por varios años a
cambio de entregar mi honra, que por su puesto ya la había tirado mucho antes , pero eso no importaba en ese ambiente. Con el tiempo todas esas festicholas fueron desapareciendo y solo quedaba juntarse algunas en los bulines de alguna carrilche que vivía sola. Yo iba a uno del barrio de Caballito, desde afuera era una casa normal, había que sacar turno como un telo. Lo bueno era que estaba muy bien equipado, con música funcional, una suerte de frigobar, que en realidad era una heladera Siam común y silvestre y una gran cama matrimonial en caso de que pintara una partuza, que siempre había. Como nunca nos retiramos de nuestras “actividades” , las que quedamos de aquellas fiestitas seguíamos organizando alguna que otra reunión en casa de alguna de nosotras, con la participación obligada de algunos dorilches para no perder el brillo de aquella época dorada de las travestis de closet. Margarita
Rizar tus pestañas es el primer paso para una mirada impactante, pero hacerlo de manera equivocada puede dejarte, literal, sin vellitos. Para que eso no te pase te dejamos algunos trucos para usar correctamente un rizador de pestañas manual. Este aparatito consiste en una función mecánica que ejerce presión entre el metal y tus pestañas. Si vas a optar por este método, te recomendamos hacerte de un buen rizador, con colchoncitos suaves para proteger el cabello y un buen soporte en el mango para que no tengas que presionar demasiado ya que pueden romperse. Pros Es muy económico y se utiliza en todo el mundo. Contras Si no se utiliza correctamente puede dejarte sin pestañas. Otra cosa es que pueden quedarte cuadradas, dando una apariencia poco natural.
El truco Coloca las pestañas dentro de la ranura. Hunde el rizador lo más que puedas dentro de tu ojo, como si quisieras sacarlo, y luego levanta la mano hacia tu frente antes de hacer presión. Esto hace que el efecto empiece en la línea de las pestañas y se curven de manera natural. Presiona varias veces tratando de ir desde la raíz hacia la punta.
Los Picapiedr as