Brecha
3 de octubre de 2014
Y tercero, no hay candidato, no hay funcionario, que desde una perspectiva de izquierda, no se pregunte cómo hacemos para ser efectivos en el discurso sobre el populismo penal, el discurso de la derecha respecto de la seguridad. Y quizás una forma sea la ironía y la risa. La ironía destruye. El intento es dejar en evidencia a esos tipos que utilizan ex profeso y de manera calculada, medida y orientada, al dolor como elemento de aglutinamiento político. Es claramente un proyecto político no racional, sino emocional, que genera un consenso. —Durante su exposición habló sobre el “remplazo de las políticas de promo-
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“Los progresistas solemos desconfiar de palabras que nos suenan feas, como ‘represión’, ‘control’, ‘operativos’, que traen reminiscencias terribles. Pero tenemos que conocer el ámbito que definen esas palabras. Más cuando es la principal demanda social.”
Foto Carina Gómez
Con Martín Appiolaza, asesor de seguridad en Rosario, Santa Fe
“Les tenemos miedo a las palabras” Aunque no sea fácil hacerlo bajo el fuego cruzado de la campaña electoral, el entrevistado propone que es posible pensar las “cuestiones de seguridad” desde la izquierda, superando políticas que describe esquizoides, a condición de enfrentar ciertos temores y de elaborar ciertas “reminiscencias terribles”. Rafael Rey
El mendocino Martín Appiolaza, especialista en seguridad ciudadana y prevención del delito, estuvo la semana pasada en Montevideo, en el marco del Foro Justicia 2014, organizado por el Centro Interdisciplinario de Estudios Judiciales y la Asociación de Funcionarios Judiciales del Uruguay.
Allí dio una conferencia (“Seguridad, política y populismo penal”), donde, “en tono de farsa”, brindó consejos a aquellos candidatos que “quieren ganar fama y votos usando a las víctimas de los delitos”. Según Appiolaza, actual asesor de la Municipalidad de Rosario en temas de seguridad pública, es un buen momento para quienes “piensan que se pueden dejar de lado los argumentos y transformar el miedo en votos”. Sobre este y otros temas conversó con Brecha.
—¿Por qué recurre a la ironía para abordar cuestiones de seguridad? —Me parece que hay que desdramatizar la cuestión. La sobredramatizamos. Y desde la posición de una izquierda democrática, no sólo la dramatizamos sino también nos escondemos detrás del dramatismo, porque les tenemos miedo a las palabras y miedo a las ideas sobre el tema. Y esto se traduce en las gestiones. Por otro lado, la ironía es un elemento de violencia que te lleva a la reflexión.
ción social por las de control social”. La izquierda en los últimos años cambió su discurso, dejó atrás eso de que cuando baje la pobreza va a desaparecer el delito y comenzó a buscar un equilibrio entre las políticas sociales y la mano dura. ¿La solución puede estar en ese equilibrio? —El análisis marxista clásico del determinismo económico se termina encontrando con el discurso de la derecha, de la pobreza como determinante del delito. Y terminan diciendo las mismas cosas. Cuando desde la izquierda más democrática entendemos esto, y hemos estado revirtiendo estos mecanismos, entonces el cuestionamiento pasa a ser: “¿nos hacemos cargo, o dejamos hacer?”. Y vos no podés tener una política progresista en términos de políticas sociales sin acompañarla de una política progresista en términos de control de la violencia y el delito. Hay estudios en nuestros países que muestran el carácter contradictorio entre la inversión social y la violencia institucional, básicamente policial-judicial. El Estado aparece en los sectores populares fragmentado, discontinuo y contradictorio. Ante eso, la violencia interpersonal y la violencia estatal cumplen un rol fundamental. No es un tema que nos pueda ser indiferente. Tenemos que tener una política sobre esto. Ahora, ¿qué le pasa a la izquierda democrática en estos temas? Hay ciertos pruritos. El primero es la tradición más ortodoxa: “cuando generemos igualdad y otras condiciones sociales, la violencia y el delito se van a terminar”. Pero mientras tanto, ¿qué hacemos? ¿Cedemos el control de las instituciones a quienes siempre se ocuparon de esto? O bien no vamos a fondo, y cuando hacemos intervenciones sobre las instituciones de control, básicamente lo hacemos a medias, y si nos sale mal le cortamos la cabeza a los funcionarios; o no hacemos nada y le cedemos esa área a los que tienen el saber empírico. Entonces parcelás y dejás esas instituciones en manos de policías y la ortodoxia judicial. Y eso es un problema, porque entrás en contradicción con otras políticas del Estado. —Una de las “respuestas” del Estado fueron los megaoperativos. El discurso era que la Policía, el Estado, entra en todos los barrios. Pero se da eso de que el Estado siempre llega con la pata policial, mientras continúa ausente en otros aspectos. —En los barrios populares, la primera cara del Estado que ven los pibes es la
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Policía, antes que la maestra. Saben qué es la Policía antes que la maestra o el doctor. Y sobre eso construyen una identidad. Entonces, si es la primera cara del Estado, no nos puede ser indiferente a la hora de construir ciudadanía. —Decía en su charla que “las políticas de seguridad construyen políticas sociales”. —Ahí tomo una definición de las políticas sociales. Hacer políticas sociales es construir ciudadanía. Por lo tanto, la violencia estatal y la decisión de la política criminal sobre qué se persigue y qué no se persigue, a quiénes les quitamos y a quiénes no, también está construyendo tipos de ciudadanía. Lo digo desde una perspectiva de ciudadanía: quiénes son ciudadanos plenos y quiénes no. Vos necesitás una política social armónica. No podés tener políticas contradictorias donde, por un lado, promocionás los derechos de los jóvenes y los niños como actores sociales transformadores, empoderados, politizados y actuando en parlamentos juveniles; y por el otro tenés la política de facto de la comisaría, de detener grupos de jóvenes por averiguación de antecedentes todas las noches, por el solo hecho de ser jóvenes. Entonces, ¿qué juventud estás construyendo, qué ciuda-
“No podés tener políticas contradictorias donde, por un lado, promocionás los derechos de los jóvenes y los niños […] y por el otro tenés la política […] de la comisaría, de detener grupos de jóvenes por averiguación de antecedentes todas las noches, por el solo hecho de ser jóvenes.” danía joven estás construyendo? Tenés un doble discurso, o por lo menos una contradicción. —Habló de estrategias para una política de seguridad progresista. Acá, la izquierda, por ejemplo, ha votado aumentos de penas para los adolescentes; de alguna manera se ha dejado llevar por el discurso de la derecha. ¿Cuáles deberían ser esas estrategias? —La primera es poder formular la política de seguridad. Si vos tenés información, demostrame que un aumento de la pena para adolescentes disminuyó el delito. Si me lo demostrás, yo capaz lo apoyo. Pero si no disminuyó ni la violencia ni el delito, hacete responsable por las decisiones que tomaste como parlamentario. Creo que cada vez más los partidos o las alianzas de gobierno socialdemócratas o progresistas de nuestros países, que no están marcadas tanto por un populismo personalista y cortoplacista como otras, están asumiendo el tema de la seguridad pública. Los partidos se están tomando en serio el tema de la seguridad pública. Yo veo a la presidenta Bachelet, por ejemplo, después de haber tenido una política errática en su primer mandato, construir un gabinete sólido en el tema de la seguridad, planificar y evaluar y programar objetivos a cuatro años. Y poner a los funcionarios de su confianza a cargo de los temas. Funcionarios políticos para los diseños, la evaluación y la gestión de políticas, y funcionarios policiales de su confianza a cargo de la cuestión táctica operativa. Y eso me parece que es construir una política de seguridad y dar respuesta a una demanda ciudadana. Si no la otra forma que ha funcionado en alguno de nuestros países es la delegación. Delegás las responsabilidades en las policías y cuando hay deli-
Asumir las responsabilidades “El ceder, en buena medida, la formulación de políticas a las instituciones policiales, o a los trabajadores policiales, que traen un saber hacer empírico pero no una evaluación y una reflexión de naturaleza estratégica, hace que tengas un discurso desfasado en el tiempo y además contradictorio respecto de las otras políticas. Por eso es muy importante el gobierno político de la seguridad. La autoridad democráticamente electa debe asumir la gestión estratégica de las instituciones de la seguridad pública, y necesita cuadros técnicos-políticos para gestionarlas. La parte táctica operativa les corresponde a los funcionarios que conocen de esto, que son los policías. Y hay que jerarquizar a los policías, reconocerlos, y en todo caso especializarlos y darles formación para su área específica de intervención. Pero las políticas públicas no son la especialización de la policía; definir la política de seguridad para un país no está en los planes de estudio de ningún policía, ni tiene legitimidad para definirla porque no se ha sometido ni siquiera al voto popular. Está en los funcionarios políticos que asumen la responsabilidad, frente a la sociedad, ante la principal demanda social, de darle respuesta al tema.” n tos escandalosos le cortás la cabeza al jefe de la policía. Mientras tanto funciona una lógica de doble pacto; por un lado los funcionarios políticos sostienen a los jefes policiales, dándoles libertad a cambio de que no haya grandes escándalos públicos, y al mismo tiempo, desde las estructuras policiales se regulan la violencia y el delito dentro de márgenes estables, tratando de que no haya grandes escándalos. Ese doble pacto ha funcionado durante mucho tiempo, y esa es la expresión clara del desgobierno político de la seguridad. —Acá se han intentado reformas en la estructura policial que han generado mucha resistencia en la interna de la institución. —Las instituciones corporativizadas siempre se van a resistir a los cambios y a las injerencias de otros. Los argumentos son los que conocemos: los civiles no saben nada de estos temas; mucho menos si son progresistas, y aquí los que saben son otros. Esa legitimidad y ese reconocimiento también hay que ganárselo, me parece, en la sociedad y en la propia Policía. Y si no, también la Policía tiene que someterse a la voluntad popular; la Policía no es una institución que delibere y defina sus propias políticas, sino que es una herramienta de las políticas del Estado, y debe estar sujeta a esas políticas. Pero esto dentro de la Policía no es una posición hegemónica. Hay algunos actores que resisten, porque obviamente ven afectados algunos de sus intereses, pero hay otros actores dentro de la propia Policía, y yo conozco muchos dentro de la Policía uruguaya, muy convencidos de que es necesario modernizar las instituciones, adecuarlas a las nuevas épocas, Los progresistas solemos desconfiar de palabras que nos suenan feas, como “represión”, “control”, “operativos”, que traen reminiscencias terribles. Pero tenemos que conocer el ámbito que definen esas palabras. Más cuando es la principal demanda social. —También hizo mención a “recuperar a las víctimas”. ¿A qué se refería exactamente? —Hace un par de años me asaltaron, en México. Todavía hoy, si voy medio distraído por la calle, y veo a alguien con campera de cuero, con la mano en el bolsillo, como venía el tipo que me encañonó, tiemblo, se me eriza la piel. Como yo hay muchísimas personas que han pasado por este trauma. La pregunta es: ¿esta situación la aborda el sistema de salud? La violencia también está generando gente con discapacidades físicas; ¿la estamos contemplando y la estamos atendiendo? Cuando es un trauma violento, por ejemplo cuando muere alguien, ¿qué pasa con el entorno familiar?, ¿qué pasa con el intento de venganza que puede aparecer? Tenemos que abordarlo y tenemos que tratarlo. En la Municipalidad de Rosario, por ejemplo, estamos tra-
“Hay que generar espacios de discusión, pero no lo que hace la derecha demagógica [con las víctimas], que es ir a buscarlos, congregarlos en algún lugar y transformarlos en militantes desde el dolor y tratando de transformar ese dolor en un odio político.” bajando con un dispositivo de atención a las víctimas de armas de fuego, que aborda a la persona, al grupo que pertenece, generalmente una bandita, un grupito de amigos, y a su familia. Generalmente el grupito es un sustituto o un complemento de la familia, y hay que abordarlo. Y
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lo que encontramos todo el tiempo es que hay conflictos irracionales entre grupos, sostenidos a lo largo del tiempo, broncas. Hay que ir sobre esos conflictos, hay que gestionarlos y hay que mediarlos. Si tomamos ese tipo de medidas, después vamos a tener a mediano y largo plazo una reducción de los enfrentamientos, además de una mejora en la calidad de vida de las personas. Y una disminución en la angustia y en el temor. Pero hay que tomarlo como un tema, y creo que no lo hemos hecho. Desde el progresismo hay como cierto sentimiento de que es un daño inevitable, digamos. Pero posiblemente el daño se puede prevenir, y además se pueden prevenir futuros actos de violencia abordando esos temas. Creo que esa atención hay que priorizarla y hay que tenerla súper en cuenta. Especialmente en grupos de niños, de jóvenes, que sufren condiciones de violencia desde el momento de nacer, que aprenden el lenguaje de la violencia como una forma de resolver los conflictos, de ganar respeto y de conseguir minas. Necesitamos un abordaje para el tema. Hay muchos casos de gente que ha sufrido delitos violentos y construye organizaciones y se moviliza para prevenir, para que a otros no les pase. Es ese principio solidario básico de vivir en sociedad, que de alguna manera ha sido desalentado por el individualismo más extremo, por la violencia, que es eso de “salvate solo”, “la pena la parís vos, la soportás vos en tu hogar”. Hay que generar espacios de discusión, pero no lo que hace la derecha demagógica, que es ir a buscarlos, congregarlos en algún lugar y transformarlos en militantes desde el dolor y tratando de transformar ese dolor en un odio político. n