La Dramaturgia Como Oficio

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LA DRAMATURGIA COMO HERENCIA Nombres notables de la dramaturgia de la ciudad hicieron historia en la Comuna 10, hace más de medio siglo. Ellos comenzaron a labrar su camino teatral a través de puestas en escena que todavía inspiran a los dramaturgos locales, así físicamente ya no estén.

Para poder pensar en cuáles son los dramaturgos que han desarrollado su obra en la Comuna 10 de Medellín, ese pulmón robusto que nos habla de barrios como La Candelaria o Prado Centro; que nos remite al Centro de la ciudad como arteria principal de la cultura; es necesario hacer un flashback, revisar el pasado, pensar en la Medellín de hace medio siglo, que dejó la idea de una aldea rural para transformarse en una urbe. Al final de la década de 1960, una de las épocas en la que se abrió el debate sobre el feminismo, las minorías sexuales, el racismo con movimientos a favor del derecho civil, la libertad de expresión, los de oposición a la guerra o el hippismo como movimiento contracultural, libertario y pacifista, se habló al mundo sobre otras maneras de cohabitarlo; consciencia y percepción que rápidamente entró por los oídos de los creadores de la capital antioqueña, o acontecimientos como el sucedido en París entre junio y mayo de 1968, influyeron en los docentes librepensadores de la Universidad de Antioquia y en sus estudiantes, declarados a pensar de manera distinta, dedicados a temas sociales, revolucionarios, sus ojos se abrieron ante las críticas que podían entrever en los guiones de las obras teatrales. Así, con un público más interesado en la sociedad, en la política y en las artes, en una ciudad que históricamente ha sido más de entretenimiento que de cultura, el camino de la dramaturgia lo labraron varios hombres que debemos recordar. Daniel Grajales Periodista Cultural


RODRIGO SALDARRIAGA INSPIRADOR Y CRÍTICO

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n 1975, Rodrigo Saldarriaga (1950 – 2014) fundó el Pequeño Teatro, centro cultural con 42 años que da cuenta de la importancia de su referenciación al hablar de dramaturgia. Y es que su director, maestro Honoris Causa Universidad de Antioquia, libró su dramaturgia entre el mundo clásico y el moderno, entre su tiempo y los momentos inmemorables, entre la cultura popular y la alta cultura, como una amalgama de su gran conocimiento cultural, político y social. Fue director y actor en más de 50 montajes, entre los que se cuentan sus propias obras. En la larga lista de dramaturgias de Saldarriaga se destacan Los chorros de Tapartó, El ejército de los guerreros, Edipo rey, La venganza de los huérfanos, A Julián Beck y Todo fue. Enriquecido por las artes plásticas y su admiración por la arquitectura, Saldarriaga fue miembro de los equipos de diseño de la sede de Pequeño Teatro con los arquitectos Samuel Ricardo Vélez, Juan José Escobar y Laureano Forero; con este último diseñó y construyó el

Teatro Prado Águila Descalza. Convencido de la importancia de la profesionalización de los actores del país, Saldarriaga fundó la Escuela de Formación de Actores Pequeño Teatro. Escritor de los libros Tercer Timbre y Dramaturgias, se mostró crítico de las realidades del país, así como a ciertos temas de la manera de desarrollar actividades artísticas en la ciudad. Fue candidato a la Gobernación de Antioquia y fue elegido como Representante del Polo democrático Alternativo a la Cámara de Representantes.


FREIDEL, PARA SIEMPRE

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unque nació en Santa Bárbara (Antioquia), en 1961, la vida teatral y el desarrollo de la dramaturgia de José Manuel Freidel hacen que la historia viaje al Centro de Medellín, para recordar la importancia de su contribución al teatro nacional. Empezó a estudiar Derecho, pero prefirió el teatro, por eso en 1976 creó la Corporación Artística de Teatro y Títeres La Fanfarria, junto a Nora Quintero. Algunos lo llamaron "excéntrico", porque sus textos les resultaban demasiado poéticos y casi imposibles de llevar a las tablas. Sin embargo, a Freidel no le importó y llevó a escena más de 39 obras, lo que resultó prolífico en dos décadas de vida teatral. Las arpías, ¡Ay, días Chiqui!, Las tardes de Manuela, El árbol de la casa de las muchachas flor y otros romances y Las burguesas de la calle menor, hablan de un Freidel que se interesó en su dramaturgia por lo marginal y lo sexual, alejándose de la manera tradicional de hacer y escribir teatro que, en aquel entonces, tenía más que ver con otras miradas menos cargadas de la voz del autor. Freidel llevó a escena la historia

de la violencia de los cuarenta contada en su obra Amantina o la historia de un desamor; viajó años atrás interesándose por lo que fue la Guerra de los Mil días e hizo la farsa Los Infortunios de la Bella Otero. Él miró y plasmó el poder teatral de los dolores de las prostitutas, de los transexuales, en su ¡Ay, días Chiqui! Su muerte, a los 39 años, un 28 de septiembre de 1990, también resulta teatral al hacer parte de aquel escenario en el que, como ahora, se vivía una ciudad violenta en la que morían miles; una época que, como ahora, las balas callaban la vida.


GILBERTO MARTÍNEZ HIZO DEL TEATRO SU CASA

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ara la dramaturgia de la ciudad, uno de los hechos trascendentales fue que, en ese territorio de unos 772.887 habitantes según el DANE, donde abundaban todavía las prácticas provincianas, la fuerza religiosa y la mirada conservadora, Gilberto Martínez (1934 – 2017) asumió el cargo de Secretario de Educación Municipal, en 1968, cuando todavía no existía la Secretaría de Cultura, dependencia donde se tomaban decisiones cruciales sobre el arte. Martínez, Médico-cirujano de la Universidad de Antioquia, Profesor Honorario de la Universidad de Antioquia y distinguido como “El Hombre Creador de la Energía” en 1988. Certificado como escritor por la “International Write” Universidad de Colorado. Y un enamorado del Teatro, ejerció su labor teniendo como objetivo “dignificar la escuelita de teatro que existía, que era terriblemente pobre”. Se trataba de la Escuela Municipal de Teatro, que él mismo había fundado junto con Rafael Arango y Rafael de la Calle. Sin embargo, muy a su pesar, la Escuela moriría años después... Pero como hombre de teatro que se respete, este dramaturgo no desfalleció: creó el Teatro Libre, que fue el primer grupo escénico de la ciudad que tuvo sede. Por esos avatares que el artista tiene que vivir entre crear y rogar por el "espectador nuestro de cada noche",


el Teatro Libre se murió, pero no la insistencia de Martínez que continuó y fundó El Tinglado, colectivo que también desapareció. Este maestro también fue impulsor de la creación de la Escuela Popular de Arte EPA, que fue formalizada en 1972, diciendo que en Medellín sí se podía estudiar artes. Así, entre lucha y lucha, Gilberto Martínez creó hace 30 años Casa del Teatro de Medellín, teniendo en sus inicios como primera sede en el centro de la ciudad un lugar ahora habitado por el Teatro Oficina Central de los Sueños en Girardot con El Palo. La Casa del Teatro está ubicada actualmente en Prado Centro, espacio cultural de cita obligada con la gran biblioteca del dramaturgo que lleva su nombre, Biblioteca Gilberto Martínez, la más importante del país en esta especialidad, que da cuenta de sus decenas de premios nacionales e internacionales como actor, director y dramaturgo. Entre sus logros está muchas obras de teatro escritas y dirigidas por él mismo, como Francisca o quisiera morir de amor, El parlamento del caratejo Longas que llegó de la guerra, La guandoca, Nuestros milagros bufos y Tragicomedia de doña Bárbara La Marquesa. Además de compartir sus críticas teatrales con medios como El Mundo y El Colombiano, este dramaturgo publicó los libros Teatro Alquímico (2002), Dramaturgia: tres obras para el Bicentenario (2010) y Apostillas: memoria teatral (2012).


CRISTÓBAL PELÁEZ, LA LLAMA ARDIENTE DEL MATACANDELAS En Bomboná, unos metros abajo de Girardot, el Teatro Matacandelas es el epicentro de la dramaturgia de Cristóbal Peláez, quien es además habitante del sector, siendo uno de los creadores referentes de la escena teatral de la ciudad.

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a primera obra en la carrera de Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas, se llamó ¿Qué cuento es vuestro cuento?, creada en 1979, cuando él tenía 26 años e inició el sueño de sacar adelante este grupo escénico de la ciudad; con sede en el centro de Medellín es considerado por festivales como el de Manizales, uno de los grupos de teatro más importantes en la contemporaneidad cultural colombiana. Aunque ya había hecho otras obras en su juventud temprana, dicha obra se trataba de un montaje más en serio, de una recopilación de autores, de una serie de letras hechas dramaturgia, en la que el entonces joven creador reunía cuentos del poeta León Felipe, de García Márquez (La idea que da vueltas) y del antioqueño Esteban Carlos Mejía (Cuestión de escrúpulos), también había un

relato de un salvadoreño titulado La clave del éxito, que era sobre los emigrantes: "Teníamos cosas de León de Greiff, de Shakespeare, textos míos; en total eran como quince autores; recuerdo que Mario Benedetti estaba ahí”, precisa Peláez. ¿Qué cuento es vuestro cuento? pudo haber sido representada unas 400 veces. Para esta propuesta, la única escenografía era una silla, ya que quería, junto a sus compañeros del Colectivo Teatral Matacandelas, hacer obras versátiles, nada aparatoso. Vinieron después títulos como La comedia facundina y La estatua de Pablo Anchoa, hablando de una etapa inicial en una carrera que, según premios como el Vida y Obra, que le fue concedido en el 2016 por la Alcaldía de Medellín, responde a décadas de experimentación, investigación y lucha a través de las tablas. Ya en 1987, el montaje de La zapatera prodigiosa tuvo para el Colectivo un sonido de éxito, en cuanto el público respondió con total aceptación. Dice el artista de la escena que reivindicó el sueño del grupo, que se sintió querido por la masiva asistencia de los medellinenses. De acuerdo con Peláez, su trabajo reúne temas centrales que dan al espectador esa luz y oscuridad que asemeja el nombre de


"Matacandelas", en cuanto sus obras se interesan en temas que "siempre son el tormento del alma: la incomunicación, los sueños, el misterio, escarbando siempre en el tormento y en el dolor". No cree que deba llamársele dramaturgo, más bien es un autor. "En propiedad no me considero dramaturgo. Soy más bien como dramaturgista, un concepto que se inventaron los españoles para designar a aquel director que hace

teatro desde un punto, que recicla a partir de lo que ya existe. Lo mío casi siempre ha sido diverso, he tenido dramaturgias en el campo de lo infantil, así como dramas o comedias hechas a partir de algún tema, de algún autor, de alguna novela. Soy una especie de compositor de cosas, que parte de personajes hechos, de temas; la labor va desde el escenario, pero también creo una mesa de trabajo; creo a partir de pruebas de escenario, a partir del actor y a partir del no saber", explica Peláez. Sus obras fueron un bálsamo para la ciudad violenta y marcada por flagelos como el del narcotráfico en la Medellín de las décadas de 1980 y 1990. En 1990, cuando el toque de queda no oficial prohibía salir en la noche, Peláez llevó a escena los versos de Fernando Pessoa, presentó O Marinheiro a las 12:00 de la noche, como un poema de resistencia que pasaría a la historia. Lo mismo había hecho con obras de títeres como su versión de Pinocho, llevada a las canchas de la ciudad para que la viera los niños y niñas, aún con el asecho de las mafias en esos territorios. Cajón de muertos, creación desarrollada a partir de un tema de Ciro Mendía; La chica que quería ser Dios, Fiesta, Chorrillo siete vueltas, Las danzas privadas de Jorge Holguín, en la cual trabajó


en la recomposición dramática; Fernando González, velada metafísica, El hada y el cartero, Juegos nocturnos y Hechicerías, son algunos de los títulos que Peláez ha puesto sobre las tablas en sus casi cinco decenios de ejercicio teatral. Cabe apuntar que una de sus obsesiones ha sido el escritor caleño Andrés Caicedo, cuya literatura conoció en 1983, y a quien rindió homenaje con su obra Angelitos empantanados, calificada como un clásico del teatro colombiano por críticos como Sandro Romero Rey, además de puestas en escena como Los diplomas, que reviven a uno de los mitos cruciales en la cultura nacional. La más reciente obra de Peláez es La casa grande. Aquellas aguas trajeron estos lodos, en la que revive, a su manera, la novela de Álvaro Cepeda Samudio, planteando a un país en pleno fin de un conflicto de medio siglo, algunas reflexiones sobre su pasado, su herencia y sus grandes diferencias sociales. Así, Cristóbal Peláez se ha convertido en uno de los más importantes dramaturgos de la ciudad, es la llama ardiente del Matacandelas, que alumbra con su luz, a veces azul, a veces roja, la escena teatral de una ciudad sinigual.

HENRY DÍAZ Y UNA DRAMATURGIA CITADINA Considerado uno de los referentes de la dramaturgia local, Henry Díaz ha desarrollado su carrera como creador teatral en el centro de Medellín, espacio que hasta usa para dar vida a personajes propios de la urbe, como el “carretillero” que colecciona objetos usados.

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ace ya más de medio siglo que Henry Díaz decidió hacer de Medellín su enamorada, su epicentro teatral, su obsesión para llevar a las tablas. Aunque nació en Armenia, Quindío, vive desde hace casi sesenta años en la capital de Antioquia, desde donde se ha dado a conocer en el ámbito nacional e internacional por ser autor de historias con mucho de la realidad citadina, pero también con sueños que tienen que ver con lo rural o lo fantástico. Aunque mucho antes, sin saberlo, ya su imaginación iba alimentándose para poder construir universos maravillosos que luego subiría al escenario; su creación de Medellín comenzó en 1985 con su obra El cumpleaños de Alicia que para algunos críticos es hoy un clásico del teatro colombiano y con la que ganó el Premio Nacional de Dramaturgia otorgado por la Universidad de Antioquia. En esta obra, el maestro Díaz propuso una ciudad compleja, diversa, que


había recorrido de arriba para abajo, cuando se desempeñó como mensajero, porque vivir del arte no fue siempre fácil para él. “He tenido la fortuna de ver crecer a Medellín durante cincuenta años. Toda mi dramaturgia ha sido citadina, ha tenido que ver con Medellín, porque yo amo mucho la ciudad. He escrito cosas bellas, pero también lo que nos duele", confiesa Díaz, quien con un tono sereno cuenta decenas de historias, sonriendo y a veces con lágrimas en sus ojos. Es un ser sensible y reflexivo, pues, si bien la poética es una de las herramientas de su trabajo, aclara que "esa poesía no quiere decir que rimen las palabras, sino

que se le toque el alma a quienes ven las obras”. A finales de la década de 1960, Díaz se dedicó a la lectura, a la exploración teatral desde su propia escuela, ya que, por aquel entonces, la cátedra de teatro no existía. Y precisamente, en 1970, comenzó a impartir cursos de teatro, a formar en expresión corporal, por ejemplo, mientras se puso como meta la creación de la carrera de Teatro en la Universidad de Antioquia. Cabe anotar que Díaz acompañó al maestro Rodrigo Saldarriaga en la creación del Pequeño Teatro, gran referente teatral de la ciudad, en donde presentó inicialmente sus obras.


Díaz viene de esa generación que debió crearlo todo, de esa que habló fuerte y, en su momento, poco pareció entender el público porque de los clásicos que estaba acostumbrado a ver el espectador de aquí, Díaz pasó a hablarle de sus realidades, de sus miedos, de sus errores y aciertos, haciendo hincapié en sus atrocidades, una de ellas la de la mala memoria. La sangre más transparente, Más allá de la ejecución, El cumpleaños de Alicia, Euma de Ilapa, Balám y Jaibaná, Colón perdido y desconocido, El salto y las voces, Krash la escalera rota, Carruaje de viejos con látigo verde, Benkos biohó, rey del Arcabuko y El deseo sin fin, entre otras, le han merecido premios del Ministerio de Cultura y la Alcaldía de Medellín, así como becas y menciones en festivales. Entre sus muchas posturas, se ve a un dramaturgo procurando herir las susceptibilidades del espectador, poniéndolo frente a realidades duras, de las que hace parte, sin alejarse de la comedia inteligente e irónica, dando múltiples ritmos a sus puestas en escena. Habla directo, las acciones de sus personajes son tan precisas que no necesitan palabras como poner en el escenario una carreta y usar el ruido del tráfico de la ciudad como paisaje sonoro, de fondo musical, o como un incómodo ruido provocando en el espectador salir de su zona de confort.

"El día que tenga miedo para decir las cosas en mis obras, apague y nos vamos", dice Díaz, quien no tiene miedo a ser calificado como crítico de la sociedad, como incómodo, porque ese es para él uno de los fines del teatro: incomodar, señalar, decir, gritar. Creador de grupos como Las Puertas Teatro, director del Grupo el Búho de la Universidad, Escuela de Ingenieros de Antioquia, director-fundador del programa Dramaturgia en el Espejo, curador de Antioquia Vive el Teatro y el Festival de Teatro de Cundinamarca, Díaz presenta sus creaciones recientes en espacios como el Ateneo Porfirio Barba Jacob, mientras jóvenes de la Universidad de Antioquia o la Escuela Débora Arango se interesan en estudiar sus textos y hacer montajes de ellos. Mientras tanto, el creador asegura que su obsesión seguirá siendo la ciudad, que Medellín estará en su cabeza para crear más obras, que es un escritor incansable. Seguirá creando con sus maneras, con sus pasos definidos, porque, y así concluye, durante el proceso de escritura de sus obras, “no pienso en nada de la puesta en escena, porque si lo hago no escribo nada. Uno se preocupa por cómo va a mostrar lo que se están imaginando los personajes y ahí sí...”.


BERNARDO ÁNGEL NAVEGA CON SU BARCA DE LOS LOCOS EN EL PARQUE BOLÍVAR El espacio público se convierte en el escenario de La Barca de los Locos, grupo del dramaturgo Bernardo Ángel Saldarriaga, quien en uno de los emblemáticos parques del centro de Medellín entrega al transeúnte décadas de experiencia en escena.

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ntes, los ricos de Medellín vivían en el Parque de Bolívar. Era lo más cosmopolita del siglo pasado habitar allí. Las casas de tapia, esas tradicionales, de corredores grandes y patios enormes, fueron desapareciendo. La imponente Basílica Metropolitana fue testigo, así como la escultura (un monumento de gran formato) de Simón Bolívar. Sin embargo, las artes no se han alejado aun dada toda esa transformación. Y no se trata de San Alejo únicamente, porque en este espacio público de la ciudad, de la Comuna 10, La Barca de los Locos, uno de los colectivos teatrales que surgió en la ciudad en la década de 1970, habita, navega entre las dramaturgias de su director, el dramaturgo Bernardo Ángel Saldarriaga. Realmente, el sueño de tener un colectivo teatral viene de muchos años atrás, así se haya cristalizado en los 70. Ángel Saldarriaga, quien había recibido formación en la Escuela de Arte Dramático del Instituto de Bellas Artes, uno de los pocos centros de formación en artes de la Medellín de entonces, comenzó creando colectivos teatrales como La Pirámide y El Foro, con los que inició su gestión en el mundo cultural. Fue en 1975 cuando fundó La Barca de los Locos. Este grupo surgió de su unión como amigo a Carlos Enrique Márquez, quien durante


dos décadas fue su compañero en escena, hasta el día de su muerte en 1995. Seis años después, la actriz Lucía Agudelo Montoya se incorporó al grupo, y juntos han realizado desde entonces presentaciones en diferentes escenarios internacionales y del país. Entre su repertorio teatral están títulos como La monja, Ni héroes ni mártires, Ángel o demonio, Angus dei, El gallinero, Mujer de Magdala y Actriz de arrabal. Su trayectoria es contada por Ángel Saldarriaga en el libro Transfiguraciones, que repasa sus cuatro decenios de vida artística, de sus búsquedas escénicas y de sus dramaturgias. El teatro de este hombre de Medellín no requiere de artificiosas escenografías más que un palo o cualquier otro pedazo de madera, muchas veces, con el que guían al público en sus historias que transcurren con personajes desconocidos del arrabal o la bohemia, y con personajes de la historia. "La calle me ha quitado muchos miedos, no puedo negarlo, pero también su público, porque uno lo que hace es buscar, entre lo que quieren ver, la manera de que entiendan lo que la obra plantea", asegura el dramaturgo, quien en ese espacio público libra "batallas, combates", con quienes dan serenatas, hacen humor, son comerciantes o

fanáticos religiosos. A veces, Ángel Saldarriaga se siente "una voz perdida en la inmensidad", que parece desconocer lo duro que grita, lo mucho que capta la atención de quienes recorren el parque, de los carros que se estacionan para ver qué es lo que están haciendo "esos locos". Residentes del Parque de Bolívar desde 1985, los maestros de La Barca de los Locos tienen una cita con el público que han formado, que los busca, que los espera, que lleva a sus hijos, y hasta sus nietos, para ver sus obras. "Malcon malo, te dimos de nuestro hálito de vida, tomaste de nuestra leche, te educamos en los sanos principios, eras tan inteligente Malcon, recuerdas cómo aprendías de memoria la Historia Patria, la física, la religión. Malcon, escucha, ¿cuál es el primer principio que fundamenta nuestra sociedad? Malcon, responde, ¿has amado alguna vez?, -Sí, he amado, he pagado, me comporté con las buenas maneras, me inscribí en las tradiciones, agaché la cabeza, aplaudí, me escurrí por los pasillos donde reposan los héroes, sacrifiqué mi rebeldía y mi sangre, alzaba mis manos cuando alguien proclamaba verdades carcomidas: eso es amar según ustedes", reza en su obra El Gallinero, como si hablara con la sociedad. Ángel Saldarriaga cuenta que se retiró del Teatro Popular de Bogotá


y se negó a hacer televisión cuando se presentó esa posibilidad, porque lo veía como una manera de vivir el arte "aberrante", que poco tenía que ver con esos maestros que pasaban por su cabeza: Nerval, Gonzalo Arango, Rimbaud, Baudelaire, Fernando González, Van Gogh; él se había conectado ya con Henry Miller, con Brecht, y había compartido con Mario Yepes las tablas del Taller de Artes para aprender, pero se sintió siempre "incómodo, que no encajaba", ante lo que independizarse fue la solución. Su teatro habla de la muerte, un tema recurrente que reconoce y exalta, con el que reflexiona constantemente, porque "todos somos muerte, no tenemos sino la muerte, todos somos la muerte, ya te veo cadáver, papá", dice, como si diera vueltas en esa imposibilidad de vivir. Él también se pregunta por el sentir, qué es eso de existir y qué consecuencias tiene, en obras que bien pueden mezclar palabras del adagio popular con términos clásicos, que pueden viajar por continentes, teniendo siempre como epicentro, cada semana, a las 6:00 p.m., todos los jueves, una cita en el Parque Bolívar, así él llegue desde las 3:00 p.m., para observar en ese laboratorio escénico de la realidad mucho de lo que nutre sus textos, la gasolina que le permite navegar esa selva de cemento en su Barca de los Locos.

JAIVER JURADO USA LA DRAMATURGIA PARA HABLAR CON EL MUNDO El director del Teatro Oficina Central de los Sueños, ubicado en el centro de Medellín, en Girardot, entre La Playa y Maracaibo, encontró en la dramaturgia una posibilidad de decir cosas al mundo, de conversar con las realidades de la sociedad.

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aiver Jurado asegura que la relación con el teatro inició como una conversación, como una confesión a través de la dramaturgia de lo que tenía para decirle al mundo: “Quería decir cosas al mundo, gritarle que éramos víctimas de una conspiración universal llamada capitalismo, que debíamos anteponernos a las ideologías y buscar la libertad a como diera lugar; eran nobles e ingenuos ideales que siempre recuerdo con cariño”. De esa mirada inicial, contestataria y reflexiva, derivaron las obras que hizo del teatro campesino de Luis Valdés, así como las que partieron de los ideales del maestro Enrique Buenaventura. Luego, al profundizar más en el teatro, el dramaturgo compartió el ideal de “el arte como mensajero de una época, en la que las formas para comunicar habían


cambiado, como cuando te miras en un espejo cóncavo, o escuchas tu voz amplificada con un efecto de distorsión”. Así, con el pasar de sus cuatro decenios de creación teatral, “el arte se convirtió en una pregunta furtiva y letal que deja en uno, o mejor, que la obra traslada a la mente del espectador; ese lugar donde acontece la puesta en escena, mientras nosotros pensamos, o creemos hacer otras cosas”. Desde esa perspectiva, los referentes teatrales han sido fundamentales. Siendo un enamorado de la pintura, un admirador de la moda, un melómano, un hombre de la cultura, lector y sensible a la poesía, dice tener “referentes variados, centrífugos y periféricos”, es decir, no hay una metodología con la cual se case, podría decir que no hay un método específico. “He aprendido a conocer importantes artistas por fuera del teatro, que me han impulsado con vitalidad a expresarme a través de la escena. Conocí a los escritores rusos, a los pintores de muchos movimientos y a los músicos contemporáneos, después conocí a Stanislavski y a Brecht, dos grandes maestros”. Lo impactó, durante mucho tiempo, “la creación colectiva de Enrique Buenaventura y la traducción que de ella hacia El Teatro La Candelaria, desde adentro viví la pasión irrefrenable y la mirada ecléctica de Cristóbal Peláez con su Matacandelas.

Hoy veo una cinta del director Béla Tarr y pienso en Kafka, en Harold Pinter. Veo una pintura de Memo Vélez y veo al fisgón agudo de las almas solitarias; veo a Rulfo, como un cuadro siempre en llamas”. Por estos días, Jaiver Jurado celebra los 20 años de su Teatro Oficina Central de los Sueños, escenario de la Comuna 10 de Medellín desde donde hace realidad sus reflexiones sociales que, si bien abordan múltiples temas, un espectador podría trazar como una de tantas líneas la de la memoria, evidente en obras como Eternidad o Amnesia, que dan ideas del paso del tiempo, de


la trasformación del hombre y de sus sociedades. También, si se quiere, podría encontrarse como común su exploración en la música, por la constante asignación de instrumentos a sus actores, a quienes recomienda tomar cursos para aprender a interpretar, además de personajes, ese hilo conductor que en sus obras es el lado musical. Una característica más serían los homenajes, como el que hizo a Kafka con La metamorfosis, o al pintor neerlandés con su obra Tríptico Van Gogh. “Hay obras que aman los actores y que yo he olvidado; hay otras polémicas y contradictorias por

las cuales guardo un amor secreto y filial; hay montajes parásitos que hice para montar otras obras – después me di cuenta de esta perversión –; hay piezas de teatro que son en realidad una secuencia casi imperceptible, por ejemplo, la trilogía de las ciudades que nunca hice explícita pero que siempre tuve el sueño de hacer y creo que obras como Eternidad, Ensayo y Amnesia cierran ese ciclo”. Premiado con becas de creación o reconocimientos a sus dramaturgias por entidades como el Ministerio de Cultura o la Alcaldía de Medellín, Jurado cree que “siempre la próxima obra deberá ser la más importante, ya que uno pone siempre en escena esa otra vida donde unos personajes mientras hablan se escupen, uno al otro, gotas de sangre y de eso mueren, como diría Brecht, en su extracto para una dramaturgia”. Con su grupo Oficina Central de los Sueños se ha presentado en escenarios nacionales e internacionales, como el Festival de Teatro de Manizales o el Festival Internacional de Teatro (República Dominicana), siendo consciente que en la labor del dramaturgo hay un “esfuerzo titánico de todos juntos, que muchos hombres, en muchas culturas y comunidades de este país, en las ciudades y los campos más apartados, han podido conocer, la belleza, el poder de la naturaleza, los profundos conflictos humanos, el fragor de la poesía y el amor, a través del teatro”, concluye.


LA DRAMATURGIA DE ALBERTO SIERRA HABITA LAS TABLAS DEL CENTRO Además de presentar sus obras en diferentes espacios de la Comuna 10 de Medellín, el dramaturgo Alberto Sierra habita el espacio como formador de actores y recuerda que ha sido en este territorio donde ha pasado los más importantes momentos de su carrera.

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res características son las que el dramaturgo Alberto Sierra encuentra en su producción teatral: un interés por la mujer, reflexiones constantes sobre problemáticas sociales y la creación de obras que permitan ser objeto de estudio de quienes se forman en esta área, al presentar en ellas aspectos claves para enseñar. "La gran mayoría de mis obras están cargadas de las problemáticas de las mujeres, lo que inicialmente no era consciente. Mis obras están plagadas de mujeres, de problemáticas de ellas; hace diez años que me di cuenta de ello y seguí reincidiendo. La segunda característica es el aspecto social, siempre que voy a trabajar una obra siempre tengo como objetivo considerar algo de lo que vive la sociedad, en una obra como Gardel no sólo me inspiraba trabajar en el asunto del tango en Medellín desde el 36, sino en algo que estaba dándose en la ciudad como la venta de órganos, que los medios de comunicación tenían pendiente. En Amor adicto, una problemática

que existía era la adicción al amor, ese cuento de mucha gente, entre ellos los jóvenes, si quedarme solo en el amor, pasando por la pasión, el eros y cómo ello generaba una problemática social", asegura Sierra, quien además ha llevado a las tablas realidades del país como el dolor del Palacio de Justicia. Respecto a presentar en sus dramaturgias un nivel pedagógico, el director de teatro plantea que sus obras intentan "una enseñabilidad, trabajar distintas estructuras dramáticas, que surgen de alguna investigación que esté haciendo. Si estoy trabajando la acción dramática, la obra va a enfatizar en ello, o en los elementos consecutivos del personaje, el espacio–tiempo, van teniendo un énfasis distinto en lo teatral, aunque un espectador normalmente cuando lo lee no ve eso". La metateatralidad, el teatro dentro del teatro, ha sido uno de sus intereses, estuvo durante diez años, de 1994 al 2004, "estudiando a Pirandello, toda la idea del teatro dentro del teatro, me entusiasmó mucho meterme por ese lado". Esto ya no es vida desde que murió Gardel, Me/moría, Holocausto en el Palacio, Náufragos, Desconcierto para único ejecutante, La asamblea de las mujeres, Vengo por el aviso, El puerco y la cigüeñita, su primera obra infantil, en la que trabaja actualmente, hacen parte


de sus títulos, presentados en espacios como el Teatro Ateneo Porfirio Barba Jacob, ubicado en las Torres de Bomboná del Centro de Medellín. "Aunque soy nacido y criado en Itagüí, siempre me enfaticé en Medellín, allí comencé a trabajar desde los 14 años con el maestro Gilberto Martínez, después entré a la Escuela de la Universidad de Antioquia; cuando termina El Tinglado, con el maestro Gilberto, sigo con Casa del Teatro. Fueron 15 años con el maestro, actuando hicimos unas 30 obras, también pude aportar en la dirección", relata Sierra, quien además ha estado vinculado a procesos de formación de actores. Sierra, Maestro en Arte Dramático de la Universidad de Antioquia, especialista en Dramaturgia de la Universidad de Antioquia de Medellín y especialista en Arte y Folklore de la Universidad del Bosque de Bogotá; recibió el

premio nacional de dramaturgia en 1997 con la obra Me/moría. Además, se ha desempeñado como Coordinador Académico del Festival Colombiano de Teatro Ciudad de Medellín y Coordinador de proyectos de Formación Artística con la Corporación Ateneo (2004 - 2011). En 1990, este dramaturgo fundó el grupo Buhardilla Teatro, cuyos procesos de investigación se basan en la indagación poética de los elementos constitutivos del personaje, plataforma que sirve al grupo para elaborar sus puestas en escena. Ha participado en diferentes encuentros y festivales de teatro locales, nacionales e internacionales. Además, es director del grupo Azul Crisálida, de la Universidad Pontificia Bolivariana, en el que los estudiantes de este centro formativo dejan ver todo su talento. "Desde que entré a la EPA, a mi trabajo que inicialmente fue como director, actor y dramaturgo, le sumé el rol de formador de actores. Después, seguí en esa labor de profesionalizar a creadores y actores desde la Universidad de Antioquia, como lo hago ahora en la Débora Arango, en la parte de educación teatral, de proyección artística", precisa Sierra quien se recupera de algunos percances de salud que sufrió recientemente y concluye que su actividad teatral "ha estado y seguirá estando muy ligada al centro de Medellín".


IVÁN ZAPATA ESCRIBE PARA LA ESCENA En el Teatro Popular de Medellín, espacio teatral de la Comuna 10, este hombre del teatro ha desarrollado una importante producción de teatro infantil, así como obras con personajes icónicos, entre los que están Édith Piaf y Débora Arango.

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la hora de definir sus obras teatrales, Iván Zapata, director del Teatro Popular de Medellín – TPM –, asegura que no tienen "una característica definida". Esto tiene que ver con la multiplicidad de lenguajes, de búsquedas, de personajes y enfoques que ha querido explorar durante las más de cuatro décadas que lleva dedicado a hacer teatro en las tablas del T.P.M. de la Comuna 10 de Medellín. Y es que, para este dramaturgo, el escenario es el epicentro de la creación teatral, ante lo que confiesa que "simplemente escribo para la escena, para ser visto y no para ser leído. Como demiurgo intento travestirme en mis personajes para que ellos hagan y hablen lo que la escena requiere. Nunca he podido escribir con premeditación y alevosía".

Entre los títulos de sus obras, Zapata, el primero que menciona es Ese Pérez Pedro, Mención Honorífica ''Concurso Nacional de Textos Teatrales San Juan de Pasto 450 Años, Universidad de Nariño de 1987. Están también Tis, Tis, Tas, Tas... ¿en qué mundo estás?, Doña Pánfaga: La Brújula Esdrújula, Mención de Honor IV Premio Iberoamericano de Dramaturgia Infantil de 1995; Un Silencio Ensordecedor; Finalista Premio Nacional de Dramaturgia para la niñez. Ministerio de Cultura de 1998. También, su producción teatral incluye El Amargo Sabor de las Mandarinas; El homenaje que le hizo a la música de Carlos Gardel en El día que me quieras, de 2010; su unión dramática de Édith Piaf y Débora Arango titulada No me arrepiento de nada, estrenada en 2012 y La Ciudad de los Locos, Beca de Dramaturgia Presupuesto Participativo Municipio de Medellín del 2016. Aunque de profesión se formó como economista, Zapata comenzó en el teatro a los quince años: "En 1974 escribí, dirigí y actué en El rompe huelgas, mi primera obra, teatro de denuncias. Con ella me inicié, me entusiasmé para continuar después incursionando en otras temáticas”. Así, sin saberlo, comenzaría un camino


en el que lleva ya más de cuatro décadas de trabajo, con un legado de 52 textos teatrales escritos, ocho guiones para cine, dos para radio, tres para televisión y 1.500 poemas. Para desarrollar su obra, el TPM ha sido, desde 1979, el espacio propicio. Aunque ahora está ubicado en el sector de las Torres de Bomboná, en una infraestructura recién inaugurada, este colectivo comenzó su sueño en la sala de la casa de Tiberio Montoya (Q.E.P.D), compañero de Zapata, en el barrio

La Milagrosa, donde ocho amigos, quienes tenían el sueño de formar un colectivo teatral, ensayaban. No eran dueños de una sede propia, se presentaban entonces en Bellas Artes (avenida La Playa), y desde entonces definían que su enfoque sería el teatro infantil. Después, el TPM tomó los espacios del Museo de Zea (ahora Casa del Encuentro del Museo de Antioquia) para formar su Escuela de Teatro; luego arrendó una casa en Pascasio Uribe con Pichincha, tuvo rentado el Teatro


Metropolitano y hasta inició las presentaciones del Porfirio Barba Jacob, cuando fue inaugurado. Ahora, con una sala renovada, su escenario reúne décadas de historia teatral, presentando obras recientes y también clásicos del grupo; paralelamente crean nuevas puestas en escena. Para el escenario, Iván Zapata propone una multiplicidad de expresiones, que no son más que la riqueza del teatro, al ser un arte que reúne música, expresión plástica evidente en la escenografía, moda en el vestuario, actuación y literatura, en los textos. Es por eso que, ante un mundo globalizado, plantea que "hoy, cuando se rompen todas las fronteras en la economía y la comunicación, también pasa en el arte, cada vez el artista tiene que ser más integral". Él cree que un actor debe saber bailar, cantar, actuar, pintar, o, por lo menos, entender y sentir las artes, así no sea bueno en todas. Para guiarlos, los dramaturgos, además de entregar sus textos, son quienes, desde su visión, "hacen una mayor interpretación de esos artistas integrales”. Esa postura justifica el tipo de obras que hace el Teatro Popular de Medellín, en las cuales muchas veces la música es el hilo conductor, que se alimenta de vestuarios

coloridos, o vanguardistas.

escenografías

Zapata ve el papel del dramaturgo como una responsabilidad. Piensa que el reto es que la sociedad reflexione, a través de las obras, pero también que los ciudadanos se den cuenta de lo que tienen. Sus referentes, esos dramaturgos a los que admira, son Santiago García, Gilberto Martínez y Enrique Buenaventura, en el caso colombiano. Cree que la dramaturgia nacional es un "movimiento teatral activo que siempre está produciendo obras". Entre los retos de hacer teatro, el dramaturgo precisa que "el público nuestro aún no entiende del teatro, no lo ve aún como una alternativa divertida para su tiempo libre, aún se ve como una cosa aburrida". Piensa que, en esta época de virtualidad, "el teatro puede convertirse en un alimento digno para el alma de los ciudadanos”. CREDITOS: Diseño: Mary Torres Fotográfia: Juan David Duque Corrección de Estilo: Mario Sánchez Vanegas Oraganización: Teatro Oficina Central de los Sueños Fotográfia de Alberto Sierra Cortesía Daniela Valencia Fotografía de Bernando Ángel Blog grupoteatrolabarcadeloslocos




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