Relatos del breve Amor (2015)

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© Jose A. Tudares 2015 © Más Allá De Lo Literal, 2015 2da Edición

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RELATOS DEL BREVE AMOR Por Jose A. Tudares



Siempre acabamos llegando a donde nos esperan. LIBRO DE LOS ITINERARIOS


Experiencias, vivencias y finalmente, un relato que narra, cuenta e invita a compartir un rato ameno con la imaginación, de quien lee estas palabras. La brevedad sirve como medida, para establecer que todo sucederá en un periodo corto, en un lapso reducido, es la frontera que establece el tiempo. Y finalmente, el amor, como factor inquietante, explosivo, desmedido, por el cual tantas palabras se han escrito. Estudiado por la ciencia, de inexacta definición. Partiendo desde la heterogeneidad, los Relatos del Breve Amor nos invitan a un viaje narrativo, donde no es necesario exponer identidades, ya que todo gira en torno a la cotidianidad con la que afrontamos situaciones que nos exponen sentimentalmente. Relatos como DESPERTAR nos brindan la esencialidad que existe en la intimidad de iniciar un día en la vida de una pareja. Mientras que INVITACIÓN A VOLAR narra la experiencia de besar, en la fortuna de pertenecer a unos labios correspondidos. Así como también podremos encontrar otras versiones del amor, en POR AMOR, donde las palabras van dirigidas a las heridas que permanecen en la memoria del desamor. El romanticismo y la lujuria no se escapan, EN BLANCO Y NEGRO, cuenta cómo se vive un reencuentro apasionado, en corazones separados. Para la eternidad, EL COLORIDO OTOÑO EN EL QUE TE CONOCÍ, recuerdos de los amores que nacen naturalmente. Relatos del Breve Amor, invita al lector a vivir apasionadamente cada uno de los momentos que son cuidadosamente narrados, desde el anonimato.


DESPERTAR

Despertar, como la esencia de lo cotidiano. Es domingo, y aun el sol no ha echado sus raíces. Dispersos, dos cuerpos perdidos en la oscuridad de una habitación complaciente. La luz no logra penetrar los espacios vacíos. Pero existe vida. Extraviada entre la seda, dos cuerpos desnudos se acechan. Lejos de conocer su uso horario. Liberados de la esclavitud de las manecillas del tiempo. Regados y mezclados como un reloj de arena en el desierto. Las temperaturas no soportan la distancia del roce de lo invisible. Tentados a la gravedad de dos polos que se atraen lentamente. En un encuentro planificado por voces ausentes de sentido. Beso a beso, se van descubriendo los laberintos del deseo. La tentación de romper las leyes del juego previo. La cercanía de lo eterno. Liberados, bajo el dialogo del contacto. Las manos lograban escribir relatos de libertad en aquellos torsos desnudos. Poesía visual, de probar el néctar de la eternidad. Mojar los labios en el elixir de la espontaneidad, y dejarse llevar. Era el vals de la lujuria. Ahogados en el sexo, se podía


explicar la vida en un solo segmento. Poder dominar el cuerpo que suele dominarte. Estaba pisoteando todo ego… Ser el arquitecto de tus más íntimos deseos. Explorar la distancia entre tus senos. Anunciar mi encuentro en tu cuello. Regalarme tus labios como premio. Escuchar tus suspiros hechos versos. Usar tu cuerpo como un lienzo. Alimentar tus secretos. Dominar cada uno de tus sueños. Seduciéndonos. Hasta exprimir cada gota de éxtasis que se encontraba en tu cuerpo. Hundidos en la creación de nuestras mayores fantasías.

Nos encontramos, para perdernos. Nos perdemos, para despertar. La esencia de lo cotidiano.


EN BLANCO Y NEGRO

Noche grisácea. La oscuridad se apodero de cada rincón de aquella habitación tallada en roble y cuero negro. Poca luz, tenue, daba tono a la ausencia, estábamos en la Chicago de los sesentas. El whisky bailaba en mi vaso al ritmo de un saxofón que se hacía cargo del ambiente, mientras yo jugueteaba con mi otra mano con un habano Romeo y Julieta edición especial, el tabaco estaba impregnado en mis labios expectantes. Rechinaba la silla y mi corazón se inquietaba. Los vicios se consumen el tiempo, en la espera más larga. El reloj y sus manecillas marcaban las 8:30 p.m., y se lo tomaban con más calma, con la tranquilidad de quien no trabaja mañana. Mis ojos en guardia, recorrían cada espacio de la habitación que por la oscuridad parecía vacía. Un estante de viejos libros me recordaban las viejas historias que me apasionaban. Por la ventana pude observar como dormía desde temprano la ciudad que de día vivía enfurecida. El silencio en mí, ya no era calma. Repetí el ciclo de los vicios. Tome un sorbo de


whisky, saboreé el habano y vigile que el tiempo no se me haya escapado de las manos. Volví en memoria, para revivir las historias de lujuria que escribimos en el sofá que estaba al cruzar la habitación. El amor se reinvento en él, durante muchas noches. Y parecía ser tan ordinario. Me recordó que la pasión vive libre, al igual que el sexo; pero crea la dependencia. Mi reflexiva mente me repetía una vez más, una lista de cosas que atentan contra mi independencia. La música, la letra, el sexo, los vicios, tú. Repentinamente se rompe mi frio mental, suena al contacto una puerta de madera. Sin eco, se paraliza mi reflexión. Lentamente, como si no hubiese esperado aquel momento, recorrí la habitación. Arregle mi camisa arrugada y me peine en vano con la mano. Hasta llegar a la puerta de la expectativa. La abrí, con seguridad, para poder verte frente a mí. Cara a cara. Practique previamente para olvidar tu nombre, pero no pude evitar recorrer tu silueta con la mirada. Ninguna espera había sido tan grata. Te invite a pasar cordialmente, con actitud política y respetuosa. Mientras tu cuerpo me seducía de expectativa. Guiándome directamente al sofá de las fantasías. Sin necesidad de pronunciar una palabra, te serví del vino blanco que te gustaba, un Chardonnay que se volvía loco por estar en tus labios (al igual que yo). Te ofrecí un cigarro, pero lo rechazaste, supongo que tantos vicios juntos podía terminar matándonos. Finalmente llegue a tu lado, solo para contemplarte mientras te relajabas y me buscabas con tu mirada. Ni la oscuridad impedía que me encontraras. Hasta ese momento, nuestro encuentro era tan silencioso que parecía elaborado. Con aquel saxofón indetenible, cualquier cosa podía ser posible. Tu cuerpo portaba un vestido floreado. Tus piernas perfectamente cruzadas eran un puente para la imaginación, que subía lentamente por tu


cintura y llegaba a tu escote, en donde me había ahogado un millón de veces. Aquellos que siendo un par en el promedio, me habían adoptado en más de una noche larga. En tu cuello, empecé siempre y en tus labios quería terminar siempre. Mirándote a los ojos quedaba desnudo, en evidencia. No podía ocultar la verdad. En aquella grisácea noche, lo único que nos separaba era una frase, y tu encendiste la noche con estas palabras: “Déjame en evidencia, como lo hizo contigo tu mirada”. Las pasiones alimentadas por vicios terminan en el éxtasis. Dos cuerpos con cargas opuestas no pueden resistirse a la atracción.

Aquel sofá, el de las fantasías, escribió un nuevo relato. Por una noche más, reinventamos el color.


INVITACIÓN A VOLAR

La presión en el pecho duro solo unos segundos, acompañada de un breve vuelco en el estómago. “20 minutos de despegue” dijeron, y voluntariamente empecé a recrear algún sueño. El silencio se apodero del ambiente, en donde reinan los suspiros. Tacto a tacto, se agudizan los sentidos. El tiempo pierde fuerza y poco a poco se entrega a su condena. “Libertad Eterna” se podía leer en las paredes de aquella celda, decorada en un degradado azul. Y en el suelo, una alfombra de sueños, en cadena perpetua. La altura suele empañar la mente y asfixiar el razonamiento. Innecesario en aquel momento. La invitación a volar no había expirado. El “jetlag” haría estragos con aquel corazón entregado. Finalmente, se anuncia el aterrizaje de un vuelo inesperado. “5 minutos más” pedía, como un niño evitando ir a la escuela. Su vuelo ha arribado.


Nuestras miradas se penetraron, para estar seguros de que habíamos aterrizado. Pero aun nuestros labios no se habían separado. Como dos reos, respetamos nuestra condena. Una vez más, nuestros ojos se cerraron. Nuevamente despegamos, en un viaje sin fronteras.

POR AMOR El aire se encontraba sensible a la respiración, que se ejecutaba pausadamente, a veces intervenida brevemente por un suspiro que cedía la memoria. Los recuerdos eran proyectados en los pétalos de una flor de pigmentos rosa, que dócilmente descansaba en sus manos. Una flor silvestre, sencilla y coloquial que parecía conservarse por medio de los sentimientos que en ella se resguardaban. ¡Como latía aquel corazón! Bombeando sangre apresuradamente.


Aquel estado eufórico, de adrenalina y miel que corría por sus venas, él lo había bautizado, como estado “Enamorado”. Una anomalía que el sentía, y lo hacía vibrar en éxtasis. Se abre una coyuntura de silencio, generada entre suspiros. Aprovecho brevemente la coyuntura, para advertirles que el denominado amor nos seduce y nos arrastrara rápidamente a un vórtice de sentimientos, que puede iniciarse en pareja, pero no necesariamente debe concluir así. El amor, como un torbellino de procedencia desconocida, causa y despierta la curiosidad al ser vivo. La mezcla de adrenalina con deseo crea un coctel que embriaga incluso al corazón más sobrio. A pequeñas o grandes escalas, el amor todo lo tolera, generando el descubrimiento de nuevas fronteras. La exploración de la vida y sus diferentes etapas, que nos dictan lecciones de orgullo, alegría, desgracia y a veces nos reviven, cuando sentimos que el corazón está al borde del acantilado. Se cierra la coyuntura silenciosa. El protagonista de nuestro relato acaba de cerrar su mano. Con fuerza, y sin arrepentimiento. Aplastando cada recuerdo, cada memoria, cada sentimiento resguardado en la delicada flor, que por tanto tiempo había conservado. Ahora, todo ha quedado compacto en lo que bautizo, como “desecho”. No existía rencor alguno, solo crecimiento. Como un escritor satisfecho, cerró aquel libro con una reflexión, precedida por un punto, final: El amor propio también es lección de vida. De ahora en adelante, celebraría la proclamación de un nuevo estado, al que denomino: “Libertad”.


EL COLORIDO OTOÑO EN EL QUE TE CONOCÍ

Jamás olvidare el colorido otoño en el que te conocí: Recuerdo perfectamente como las hojas decoloraban la naturaleza por aquellos días. Solía encontrarme conmigo mismo en la parte trasera de la inmensa casa en la que vivía junto a mi familia. La juventud me permitía disfrutar de las bondades de la naturaleza. Trepaba los arboles más altos, en la búsqueda de nuevas aventuras. Aquellos, eran los días en los que la felicidad tenía un precio muy bajo, y los problemas solo eran cuestión de valentía. Para mí, era una bendición vivir en el campo, alejado de la perturbadora ciudad. Para otros, era como si yo no perteneciera a la realidad. La verdad es que poco me preocupaba. ¿Acaso ellos podían vivir el placer del descubrimiento? Porque si algo tenía el campo, era eso. Todos los días podías descubrir algo nuevo, una invención de la naturaleza, una nueva historia que contar. Así mismo fue como te encontré, o quizás me encontraste. Lo cierto es que aquella soleada tarde del equinoccio, pactamos la eternidad bajo la sombra del árbol más grande que pudimos encontrar. Prácticamente bajo la ausencia de las palabras. Algo que sorprende, considerando que tan solo tenías 14 años y a esa edad, las ideas se disparan solas. Yo te llevaba dos cortos años de diferencia, sin que fuese algo relevante, solo para las estadísticas. De baja estatura y delgado cuerpo. Recuerdo que el lazo que juntaba tu cabello y el vestido color turquesa, hacían destacar tu inocencia. Dejaban en evidencia tu corta edad y también tu sed de vida. Suspiraba con cada una de tus demostraciones de energía. Parecía que te beneficiabas de todo lo que hacías. Con desconocimiento y curiosidad. Me lance tras de ti justo cuando empezaste a escalar con habilidad un viejo y osado árbol, que conectaba nuestras casas. Un árbol repleto de


flores amarillas. Subiendo por sus desnudas ramas, hasta llegar a lo más alto. Te seguí como siempre, hasta el final. La historia apenas comenzaba. Frecuentaron nuestros encuentros inocentes. Tardamos hasta 4 tardes en dirigirnos la palabra. Cuando lo hicimos, preguntamos lo necesario. No quería tu nombre, ni tu edad. Quería saber: ¿Qué era lo que te desvivía? ¿De dónde provenía esa energía? Que a mi inocencia seducía. Poco a poco nos fuimos descubriendo uno al otro. Me jacto de decir que logre vivir todas las estaciones del año a tu lado. Ajenos al resto del mundo. Preocupados por el marchitar y el florecer de la naturaleza. Eso era lo que nos movía. Nos identificamos con cada momento. Madurábamos y crecíamos juntos. Florecían los problemas, marchitamos las diferencias. Sembramos amor y cosechamos eternidad. La vida no era perfecta, era sencilla. Casi todo lo que sabía, lo había aprendido a tu lado. Realmente no sabíamos si hacíamos bien las cosas o si estábamos equivocados. No nos importaba. La madurez nos llevó a buscarnos en otros lados. Y así fue como descubrí tus labios. Experimentando. También aprendí a estar en ti. Explorándote. En el amor y en el deseo. Descubrimos la Luna y su reflejo. Nos superaban las ganas de tenernos. Canalizamos la juventud y nuestras energías, las invertimos en nuestros descubrimientos. Fueron noches largas, días cortos. Los más intensos y dulces sentimientos que el placer ha conocido en su inocencia. Dos jóvenes que parecían jugar a la vida. En un mundo tallado a la medida. No había factores que nos afectaran. Parecía que el resto del


mundo nos ignoraba o que nosotros simplemente éramos ajenos a lo que pasaba. Así fue, durante mucho tiempo… El punto de inflexión llego, cuando cumplí los 25 años. Me había enamorado del campo, al igual que tú. Sin embargo, los tiempos habían cambiado, al igual que las prioridades. Las dificultades familiares hicieron cambiar las reglas del juego perfecto, y en un dramático giro, te perdí en un atardecer. Tu familia había decidido cambiar la vida rural por el concreto. Arrastrando mi corazón hasta tu dolorosa partida. Me ahogue durante mucho tiempo en la desolación de lo inexplicable. La pérdida de lo que había sido durante mucho tiempo, mi esencia. No encontraba respuesta. Las circunstancias me llevaron a buscarte por un largo rato. Estuve tras tus pistas. Cartas iban y venían. Me contabas de tus aventuras, de tu nuevo estilo de vida. Pero poco a poco notaba como te desvanecías en vanidades que antes no existían. Tus prioridades te fueron llevando por diferentes caminos y dificultades. Mientras, yo seguía mi herencia familiar. Seguí amando el sol de las tardes y el frio invierno. Mantuve intacta mi inocencia espiritual. Así quería vivir el resto de mis años. Solo me hacía falta tenerte a mi lado. Así fue como dejaron de llegar tus palabras. Mi corazón se rehusó a intentar amar de nuevo, mucho menos bajo esas circunstancias, el amor estaba perdido. Me entregue eternamente a escribir historias de finales felices, para llenar mi vacío. Irremediable. La madurez ya se reflejaba en mi piel, así como en mis energías. Mi espíritu estaba intacto, pero aquellas fuerzas que me movían, ya no eran las mismas. Empezaba a olvidar lo que siempre recordaba como valioso. Estaba cediendo espacio. El tiempo no me estuvo perdonando. 50 años pasaron. Malagradecido seria, si dijera que fueron en vano.


A mis 75 años me causaba impacto la monotonía con la que me tocaba afrontar los días. No me podía exigir mucho yo mismo, generalmente terminaba decepcionado. Ya solo me dedicaba a ver como el atardecer se consumía, y eso era lo que más disfrutaba. Así como ver crecer el sol todos los días. Esa era mi nueva razón de vida. Sin embargo, no puedo olvidar el último latido de mi envejecido corazón. Llego en otoño, donde todo empezó. Sentado en el porche de mi vieja casa, la brisa sobaba mis arrugas. Mis brazos cansados reposaban, mientras que mis rodillas siempre hacían lo que podían, ya no eran las mismas. Para mi grata sorpresa, ese día me reencontraría con la vida. No ignoro los detalles. Aunque la vista ya me fallaba. En una siesta prolongada, me despertó una presencia “extraña”. Mis ojos risueños se vieron en dificultades, no daban crédito a lo que venía caminando de frente. Era la más dulce sonrisa. Desde lejos se reconocía… Me costó afrontar la realidad. Como pude, reaccione, y me levante para verme jovial. Aunque fuese un intento en vano. Y no fue hasta que te tuve de frente, que me empezaron a temblar las rodillas. Aquello podían ser los signos de un corazón paralizado. Se había detenido el tiempo, en el espacio. Todo se resumía en el profundo abrazo en el que nos embarcamos. Una espera muy prolongada se convertía en las horas más cortas de mi vida. Una vez más, bajo los criterios de la juventud, nos preguntamos lo esencial, yo quería saberlo todo de ti, ¿Qué era lo que te movía? ¿De dónde provenía toda tu energía?, así transcurrió uno de mis últimos suspiros. Mi única petición. Que me llevaras al viejo árbol. Así lo hicimos. Nos acostamos con delicadeza, como lo exigía nuestros cuerpos ancianos. No habías cambiado mucho. Seguías con la inocencia de siempre. Incluso, recuerdo que a tu cabello lo juntaba una cinta floreada,


a pesar del grisáceo de tus canas. Aquello era la vida devolviéndome algunos años que perdí a tu lado. Boca arriba, podíamos ver el esqueleto del viejo árbol. Recordamos tantos besos, que tu mano y mi mano se juntaron. Solo para saber que seguíamos lado a lado. Todo en mi mente estaba fresco. Al igual que aquellas horas del atardecer. Como siempre, nos despedimos del sol. A pesar de tantos años que habían pasado, mi corazón y mis pulmones se llenaban de juventud. Estaba en el éxtasis de la vejez. Aquel momento, aquella tarde, me recordaron algo:

El amor nunca estuvo perdido, estaba esperándonos. Aquella tarde cerro el último capítulo de mi vida. Uno que jamás olvidare: El colorido otoño en el que te conocí.


Viajamos sobre el amor, a la eternidad de los recuerdos. La memoria de momentos que se inmortalizaron en corazones latientes, llenos de vida. Abierto a cualquier interpretaci贸n, el amor es eso. Es la libertad de crear, sentir y expresar que todo pasa en un momento. Que la brevedad en el amor, es la eternidad de vivir. Mientras sigan existiendo corazones valientes, los Relatos del Breve Amor se seguir谩n escribiendo.

Jose A. Tudares


Jose Andres Tudares (Venezuela, 1989). M.Cs. En Gerencia Empresarial y Lcdo. En Contaduría Pública. Egresado de la Universidad Dr. Rafael Belloso Chacín. Escritor y editor independiente.

@jtudares

Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional. josetudares.wordpress.com Más Allá De Lo Literal


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