Cronista Oficial del Real Sitio y Villa de Aranjuez
LAS CARRERAS DE CABALLOS EN EL REAL HIPÓDROMO DE LEGAMAREJO
Desde siglos atrás existe constancia de un cierto interés por las carreras de caballo en España, tanto por parte del Estado, como gracias a las voluntades individuales de entusiastas aficionados a este deporte, y más concretamente por los círculos de la nobleza y aristocracia. De este modo, existen referencias a Enrique II de Castilla, quien dictó algunas reglas para el registro de los caballos que se introdujeron en el Reino de España, prohibiéndose sacar del mismo clandestinamente equinos, bajo pena de severas sanciones. A pesar de ser Felipe II un rey más proclive al medio ambiente ordenado: jardines, parterres, ordenamiento de paseos abigarrados de arboleda, etcétera, también tuvo en el mundo del equino aquella preocupación, impidiendo con Reales mandatos que se trasladasen caballos de Andalucía para Castilla, y formándose incluso una comisión para ocuparse de la conservación de la cría caballar. En semejante línea se desenvolvió estas proclamas reales durante los reinados de Felipe III y Felipe IV. Es en el primer decenio del siglo XX, cuando se empieza a tomar en consideración
en
España
la
utilidad y alcance de las carreras de caballos. Se estudiaron los modelos
francés
e
inglés,
comenzándose a dar los primeros pasos hacia la creación de una Sociedad de Fomento, análoga al “Jockey Club” inglés y la “Societe Encouragement” francés. Cuando ya se había puesto en marcha un circuito importante en el mundo de las carreras de caballos en España, como era el de las capitales de Sevilla, Granada, Barcelona, Santander, San Sebastián y Madrid, el rey Alfonso XIII, entusiasta aficionado en esta disciplina deportiva, ordenaba construir en su Real Casa de Aranjuez