Pirata #14

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nĂşmero catorce


EL ECO Por Bryan Klett García

Con la mirada fija en el horizonte, hacia el mar, Ulises pasaba las tardes de fiesta y sobremesa ignorando el rumor de su gente y la insustancial celebración de rapsodias y tambores. A esas horas, cuando el viento se regodeaba danzando entre las palmeras y hacía nota armónica en la boca de una botella, la añoranza y la música de viajes pasados sobrecogían su corazón. Abstraído en las voces míticas que hacían de su nombre un eco, Ulises se lamentaba sumido en la más triste y desesperanzada agonía, pensando que ni siquiera con las clases intensivas de canto, la voz de Penélope podía ser tan afinada como la de sus dulcísimas sirenas.


La Paz, Baja California Sur, MĂŠxico, octubre de 2013

ilustraciones de omar nary


Chaqueta mental con las dos manos Octavio Escalante

Las manos son un solo órgano, un solo sujeto, platican con las yemas de sus dedos, se embarran en lo mismo y lo que una prueba lo siente la otra. Son una pareja de trapecistas, son forzosamente una guitarra o un violín, una extensión de la boca cuando besas o hablas. Besar con las dos manos es besar completamente. En dado caso que se pierda una de ellas, se tiene que desarrollar una habilidad para que el beso no sea torpe y la cintura, la espalda o la cara que está frente a tu cara no sientan tu torpeza. Dos manos son una enredadera que se abre en hojas y peces por un cuerpo, una sola mano es una serpiente que se enrolla en un caduceo buscando a su compañera para completar un símbolo irrecuperable. Un gran libro no cabe en una sola de mis manos, y al momento de abrirlo, aunque lo apoye en la mesa, no puedo abrirlo ampliamente sin sentir que algo falta. Ya que mis manos tienen ansias por ese juego y ese gusto por tocar las cosas, adaptándose a sus formas como el agua que se adapta a las formas por las que baja, no puedo más que sentir esa pequeña y triste felicidad de lo vano, pero suficiente para proporcionarme un deleite que en mis días venideros no consideraré efímero, pues estará en mí, aunque yo –este yo– ya no esté en mí. Hacer el amor con una sola mano es como hacer el amor con la mitad de la boca, con la mitad de la voz, con la mitad del olfato que se acerca con ojos y boca para olerte. Para los que no estamos acostumbrados, hacer el amor con una sola mano es sorprenderse a mitad de camino en una de las piernas, porque se extraña un cuello entre los dedos, unos dedos en los labios o diez uñas tercas marcando la otra piel. En la violencia de un duelo de navaja una mano es cómplice de la otra y entre las dos encajan el cuchillo. De una mano a otra pasa la navaja para sorprender con un golpe que corte o aniquile. Ser acariciado o acariciar


con las dos manos es como acariciar o ser acariciado por dos personas: suben y bajan, llegan por varios caminos, se envuelven como un humo y luego se tensan un momento, después siguen vagando o entran y humedecen. Andan como locas, como hormigas locas, buscando algo por la piel que está en todas partes y en ninguna. Su movimiento parecerá aleatorio pero no lo es; son unas ganas de probarlo todo, de que no quede espacio sin tocar. A veces se descuida un tobillo, una pantorrilla, un triángulo en el hombro, pero la urgencia disimulada de las manos tarde o temprano llega y cubre triángulos y heptágonos y círculos. Nada es aleatorio pero tampoco esquemático. La impaciencia del vientre se vierte en los ajetreos del cerebro y el corazón abre los ojos asustado, vuelve a cerrarlos y nuestras manos no terminan de llenarse. Dejamos que la carne o el cabello manipulen nuestras manos, que las palmas se abran totalmente, que se forme una copa en nuestros dedos o se vuelvan volátiles, para no rasguñarte. Tu cuerpo, pasado un tiempo, se vuelve el molde de las manos que te tocan. Las manos educadas se contraen lentas como serpientes submarinas y se abren suaves para acostarse sobre la espalda de tu arena. Puedes caber entera en unas manos educadas. Nuestras manos comienzan a llenarse de cicatrices con el tiempo. Aparece la línea, la estrella, la red que se endurece en fibras. Olvidamos las heridas y las cicatrices se quedan en nuestras manos. Colocamos una de nuestras manos frente a la mano de ella, y es como recostarse verticalmente, tenuemente, uno contra el otro. Los gitanos nos leen las manos. Ven en ellas vida, amor, amoríos, hijos, muerte, suerte, sal, miedo, torpeza, picardía. Yo veo mi mano y recuerdo tu pecho sostenido por ella, como mango lleno de tibieza y lleno de pulpa. Me tocas con tus manos, bajas de mí y me tocas con tus manos; envuelves con tu palma mi calor y nos absorbes a ambos. Cuando las dunas de tu arena se van, las manos quedan secas y siguen teniendo sed. Otras dunas y otros arroyos empañarán mis dedos, y unas manos sin cara llegarán a tu orilla. Quizá tengo las cifras de tus luces en mis manos, encajadas como espinitas invisibles que apenas siento. Mis manos, que tocaron tu forma, buscan y se salpican, y un sol lento les seca poco a poco el agua que no es suya.


La costa más l ejana

(lyrics) Perla Taddie tinyurl.com/lacostamaslejana Si siempre voy, buscando en el camino el dedo del sol, marcando mi mood entre sol y do y pianísimo. Sigo sintiendo el juego del fino estereotipo de mis viejos –es que vivo. Para pensar bien tengo que callar y hablar bien conmigo misma, atravesando el lleno transparente de mi prisma. Mi familia: la piedra angular pero alejados y sin prisa. Llevo mi ritmo, mi risa no se basa en lo ajeno sino en lo que mi cabeza creo, refuerzo el candado de mis miedos; los tengo… pero prisioneros. Dicen que hay que olvidar, pero yo no puedo, no entiendo cómo se hace eso. Yo corro con el sentimiento, no busco el retorno, voy huyendo y me desplomo como dibujo en el polvo. Soy un cuento triste y monótono, pero el temor lo dejé para los hoscos momentos que necesito acordarme de mi esencia, de mi tristeza como reflejo de mi extinta inocencia. Es cierto, sigo igual pero en otra búsqueda que regularmente encuentro en la música, me estoy aprendiendo a empapar de la vida pero siempre seré una niña perdida. Alagaré con mi existencia al sol, me quemaré por alcanzar un nivel superior, mi pensamiento se desprende aniquilando el error de ser como todos, de ser yo. Ciclo de consecuencias, ciclo de alegrías y dolencias, resultado de una consecuencia superior pero, ¿quién soy yo para que tú me ames como yo amo a Dios? Quiero alejarme de todos y en la oscuridad besar mi entorno, mi espíritu que vuele, mi espíritu que no conozca el me duele, ser libre, ser pasajera en este mundo y sus confines. Ser, ser perdido, ser, ser encontrado, ser el oblicuo en la forma de tu corazón. Son siempre tantos sueños confundidos en ansias, son siempre risas con ganas, labios de nada son siempre hechizos de magia, besos que no se dan y besos que dan sin inercia, sabiduría en celdas, olvidos. De nuevo juego a encontrar qué soy yo. Si no está conmigo el resplandor del obtuso, oscuro lado del amanecer. A lado de mi arena y de mi palmera, a lado de mi sangre y de mis tragedias, está la libertad de mi playa pa´ sentirme liberada; respiro profundo y de nuevo tengo las ganas restauradas… doy un paso y sigo siendo la fuerza sureña de la costa más lejana.


Es desde aquí cuando uno empieza a poner las cosas en claro y a establecer un cierto número de prioridades. Desde aquí uno asimila el calor con el que siempre le despiden las ciudades en las que ha vivido, y la angustia de deshacer las casas que ha habitado metiéndolas por partes en cajas de cartón. Es aquí mismo donde uno recorre desde tan lejos las paredes que le guardaron en invierno, donde vuelve a saborear la quietud de una mesa en la terraza del café del barrio, iluminada tímidamente por unos valientes rayos de sol. Ahora mismo recuerdo sonrisas y cenas compartidas, tardes sola tirada en el edredón rojo y domingos por la mañana cantando a pleno pulmón y bailando con la fregona los Beach Boys. También bailé los Beach Boys bien acompañada. Los dos saltábamos como locos, el mundo era nuestro. Eso creíamos firmemente desde un lugar muy sencillo, mi pequeña habitación. Raquel M.


P a r a f r a s e a n d o a Cernuda

no existe.

Rubén Rivera

Tu frente, como la proa de un barco, mantiene imperturbable su acero pulido en actitud frenética de avance. ¿A dónde vas? El mar es una pregunta cuya respuesta


I m p o s i b l e Ana Rosshandler

Lejos del gris, de la paleta vibrante donde la luz prescinde de los afeites. Lejos, ni siquiera reminiscente. Neutro ramaje, escenario para aves y gusanos al borde de una transfiguraciテウn eminente. テ]gulo donde el aire no rebota. Inconexa saltimbanqui sobre una hipテゥrbole: con un horテウscopo nada relevante ni intriga pendiente. Lejos simplemente.


Curiosidad de la nota roja

Jorge Peredo

21 de octubre de 2013. “Bartolo, puedes creer o no en lo que te voy a decir, sin embargo, antes que nada debes entender que escribo esto con absoluta seriedad: hoy a las cuatro con cinco de la tarde el sol desaparecerá de nuestro cielo. Te recomiendo que aproveches para disfrutar el último día, porque a partir de entonces reinará la noche.Tírate en la playa o recuéstate en el techo, pasea por el parque de la mano de tus hijos o haz el amor a tu mujer en la hamaca que cuelga entre dos árboles en el jardín trasero de tu casa. Lo que digo es que éste es el momento justo para que te regales los placeres que te has negado. Desconéctate y recuerda que por ahora la vida existe afuera. Ya no habrá otra oportunidad; hoy por la tarde el cielo electrocutará pájaros y aviones, los niños se cristalizarán en las escuelas, el gobierno caerá y los perros soltarán el último ladrido. Por favor pon mucha atención a lo que te voy a decir: es el final, el final absoluto del mundo. Así que si pretendes ignorar mis palabras y quedarte en la oficina y para sentirte mejor te metes al baño y absorbes olvido por la nariz, más vale que recuerdes lo siguiente: morirás, tu mujer morirá. P. y S. y Pochi y Güisca van a morir consumidos por lenguas de fuego ultravioleta. Así que el curso de acción que debes seguir es el siguiente: olvida la coca, destierra el reporte de retorno de inversión que muy pronto perderá todo significado, saca el culo gordo de la silla ergonómica en la que apenas cabe y corre a casa con tu familia. Abrázalos, bésalos, así al menos estarán juntos cuando todo acabe”. Ésta es la transcripción exacta de la carta que fue hallada en una de las manos del licenciado Bartolo Balderas, gerente de ventas en Mecorama, quien fue brutalmente asesinado junto con su esposa Silvia y sus hijos P. y S. de 7 y 5 años respectivamente; así como su perro y su gato. Las autoridades se presentaron en la zona del crimen tras recibir una llamada por parte de su secretaria, Matilda N, la cual se inquietó ante el modo súbito en el que abandonó la oficina ya que en 10 años éste jamás había dejado las instalaciones en horas laborables. Las primeras pesquisas indican que la carta fue utilizada como una especie de señuelo para enviarlo a casa a cierta hora del día. Esto demostraría que el responsable tenía conocimiento de la crisis por la que atravesaba la familia de Bartolo, quien se encontraba en tratamiento por abuso de sustancias psicoactivas. Se sospecha de uno de sus subordinados cuya identidad (hasta el momento de la redacción de la presente nota) ha sido mantenida en secreto.


Pausas

La nueve milímetros fue colocada sobre el comedor, a un costado de la sección del aviso oportuno de la última edición de El Peninsular. Eruviel Robles siempre supo que la vida continuaría aunque él no estuviera. Nadie en la ciudad le dedicaría un pensamiento. Con el frío metal de una escuadra automática apretujada a su barbilla, imaginaba el viaje de un proyectil, a toda velocidad, desgarrando carne y tejidos: toda su existencia se concentraba en su dedo índice, listo para detonar y que la pared quedara bañada con los sesos. Sin embargo, no se atrevió. Con la mirada fija en el arma, reconoció el cosquilleo del torrente de sangre que corría en su interior porque se dio cuenta de lo que iba hacer. Llevó el pulgar a la boca para mordisquearlo mientras el sudor le escurría por la sien. Por un momento una húmeda corriente del ventanal lo confortó y le dio la fuerza necesaria para insertar, en su vena, la punta de una jeringa y retornar. Carlos G. Ibarra

La Paz, México, octubre de 2013




Despertó como tantas otras veces lo había hecho después de una borrachera: mano derecha arriba del ombligo, la otra sobre la frente, extendiendo los dedos medio y pulgar a los lados, apretando con fuerza las sienes. Luego las arcadas y la sensación de tener el último tequila todavía en la garganta queriendo salir por donde entró. Afuera lo poco que quedaba de la noche, la lluvia sobre el enorme árbol justo al frente de la habitación, los colores todavía ocultos bajo las sombras, húmedos, esquivos, desquebrajados. El olor del aguacero le recordó entonces en dónde estaba. No, no precisamente el lugar sino (la miseria entonces) con quién estaba. Roberto había estado haciendo su luchita tiempo atrás, una llamadita de vez en cuando, una salida al café, otra a un bar, con compañeros, claro, y luego nada. Aceptó que era un tipo aburrido para ella y lo dejó por la paz. Mejor como amigos, o colegas, o mejor como nada, sin complicaciones. Ni siquiera le pesó aceptar la realidad, se encontraba entumecido todavía por la (quisiera decir larga pero no) breve historia de relaciones infructuosas que lo habían dejado tan seco como el centro de una roca de sal. No existía enemistad, ni siquiera un rencor o un reclamo, ni un hey, ¿por qué no me has buscado ya?, no, no es eso, es que mira, el trabajo y tanto que leer, no me queda tiempo. Y el sudor acumulándose en pequeñísimas gotas bajo la nariz, obligándolo a removerlo con el índice derecho y dejando en evidencia el primer signo de ansiedad. Nada de eso, siempre el saludo cordial en la oficina, las reuniones con los colegas en el café de la mañana, que me voy a mi cubículo, chau, nos vemos luego, y los demás adiós, Roberto, y ella, adiós :) La mano dejó de apretar la frente y las sienes y bajó rápidamente a nariz y boca. ¡Me estoy cagando su puta madre! Aguanta, aguanta, que ya pasará. Pero no, la náusea que ya conocía, y el estómago presionando como un golpecito de tambor. Aguanta, respira, a ver, a dormir de nuevo que nada pasa. Y afuera la lluvia hacía chapuzones en la alberquita del hotel de playa. Plic, plic, plic, plic, de presto a prestissimo los pulsos del agua. Coincidieron en uno de esos días de campo organizados por la empresa; ella llevaba sombrero y gafas de sol. Como si estuviéramos en Ibiza pensó Roberto y después reparó en que nunca había estado en Ibiza, ni siquiera en España, pero suponía que los alemanes así se la pasaban allá: de visera y lentes oscuros. Sabía, después de todo, que les encantaba la isla. Tal vez si


algún día visito Alemania, entonces agarro un avión con ella para allá. Hay que conocer Alemania para disfrutar Ibiza, concluyó. Kristal llegó con ella, se conocen, ¿no? pues cómo no nos vamos a conocer si trabajamos juntos, entonces bailen y él no, no bailo y ella que lo agarra de la mano, anda, sí, así, un paso al frente y el otro para acá, así se hace, ¿ves? ¡Qué bien que sonríes!, y claro que sonreía si estaba con ella, y Kristal que llega con Carmen, baila pues con Carmen que ya está aquí, y entonces que se va y Roberto con la gorda de Carmen bailándole sobre los zapatos y ella y Kristal mirándolos desde lejos pensando en que habían formado una pareja y apostando al número de hijos que iban a tener juntos. Ahora sentía frío, quería apagar el ventilador pero sabía que ese no era el problema, entendía bien que el frío lo traía por dentro, que era su respuesta a la fiebre. O echaba todo afuera pronto o la calentura empezaría a subir y entonces la cosa se complicaría más. Lo había sufrido ya antes, muchas veces en realidad, pero en la tibia comodidad de quien sobrelleva en soledad una cruda de mierda, con un baño propio en el cual arrastrarse en calzones después de vomitar. Sabía bien que el alcohol no le iba bien, que su tolerancia al tequila era ínfima y que siempre pagaba las consecuencias con épicas resacas. Pero esta vez no estaba solo y pensaba en lo absurdo del momento, en la estructura armónica de su podrida pieza de seducción. Pensaba, con el tufo de su aliento, en esa dignidad que sólo la soledad puede brindar. Hola, Roberto, ¿qué vas a hacer en el puente? y él nada, quiero ir a la playa pero no tengo plan. ¿Y Carmen?, ¿qué Carmen?, qué malo. Claro que no tenía plan porque éste había dejado de existir hacía ya muchos meses. Trabajo, casa, un cigarro después de la comida, algo de lectura, algo de trabajo, una puñeta o hasta dos y a dormir. ¿Y tú? también playa, tampoco plan. Pues vamos, y ella, pues sí, nos vamos el viernes después del trabajo. ¿En tu carro o en el mío? en mi carro, te veo a las tres. Y ella, a las cuatro entonces ;) Ahora el cielo clareaba con la misma velocidad con la que Roberto se arrepentía de no haber ido al baño en cuanto abrió los ojos, con el agua todavía sobre las hojas del gran árbol de allá afuera y los colores lentamente regresando a su estado original. De seguro antes ella dormía profundamente y ni siquiera se hubiera dado cuenta de que él era una niñita que no aguantaba unos tequilas sin correr al baño con las nalguitas apretadas y los calzones a medio bajar. Jamás habría notado el escándalo en el inodoro con la pedorrera que acompaña a los enfermos de la cruda. Aquel inodoro, que para acabarla estaba justo al lado de la cama vecina. Inodoro, pensaba entre retortijones, seguramente quien lo bautizó con ese nombre lo hizo carcajeándose después de haber abandonado el aposento. Inodoro… Debí haber ido antes, ahora, con la luz de la mañana, ella notará todos mis movimientos. Luego de cinco horas en el auto llegaron a la playa. Ella parecía relajada a pesar del triste pronóstico del tiempo. Roberto, nervioso, buscaba el hotel


en medio de la obscuridad. Aquí está el cuarto, y sí, es bonito, Kristal había pasado varias noches aquí, qué coincidencia, ¿no? Un sólo cuarto pero dos camas, suficiente, pensaba Roberto, seguro que no le incomoda. Ella pensaba que quería camarones y tequila. Camarones y tequila. Que me pegó durísimo la margarita. Sí, a mi también, ha de ser por el viaje y las prisas; y él, y por estar a nivel del mar, como si eso importara. Y luego otra. Y otras dos. Y la cuenta por favor. Y vámonos al bar que recomienda el mesero, aunque esté lloviendo lo estoy pasando genial, con esa “g” durísima que había aprendido a pronunciar en España. Otras dos, cantinero, y una más para mi amigo el gringo que juega muy bien al billar. El bar cerró y quedaron los dos con sus bebidas en bolsitas para llevar, caminando bajo la lluvia en dirección a la playa desde donde se escuchaba venir una música mezclada con el sonido que hacían las olas bravas de un poco más allá, en las rocas de la bahía. Pidieron otros tragos y bailaron descalzos empapándose los pies con la espuma rebosante que hasta ellos llegaba. Ella reía y Roberto se sentía Brad Pitt sosteniendo su trago, tratando de no derramar demasiado cada que lo empinaba. Perdió la cuenta de los tequilas y se dejó llevar por la noche, mirándola levantar su trago y cantar las canciones que todo mundo conocía, menos él. Pensó entonces que sería conveniente empezar la conquista, ahora que era más guapo que nunca, con su pelo mojado y la camisa medio abierta, ahora que era más él y menos ese de la oficina y los papeles y los libros de poesía inútil para conquistar. La llevó al cuarto del hotel entre risas y chapoteos en los charcos; los dos empapados y felices, con gotas de agua resbalando por su sonrisa. Una vez entrando la tomó suavemente de la cintura, ella ni siquiera lo notó: voy al baño a ducharme con agua calientita. Y Roberto ahí sin saber qué hacer al ver que tan solo emparejaba la puerta. No echó seguro, ni siquiera la terminó de cerrar. Y se quedó ahí, pensando en qué haría Brad Pitt en ese momento, en qué haría cualquiera de los hombres con los que ella hubiera estado en un cuarto de hotel. Desesperado se quitó la camisa empapada y los pantalones dispuesto a entrar tras ella, pero el pánico se lo impidió con un golpe en el pecho y se sentó en la cama a recuperar el aliento mientras la escuchaba cantar dulcemente en la regadera. La suave melodía que venía del fondo de la habitación, la lluvia de la noche, el nivel del mar (como si eso importara), el ruido que hacían los colores al difuminarse, lo empezaron a arrullar y poco a poco, así en calzoncillos, se fue-quedando-dormido. Hola, sí, lo siento mucho, no, no me encuentro muy bien. Tú ándate a pasear a la playa y gracias por no molestarte por lo del baño, ahorita lo limpio. Ah, no, no hay problema si te regresas hoy en bus a casa, no, en serio no te preocupes, entiendo que tengas mucho trabajo, está pesada la oficina. Yo aquí me quedo. Y él, hasta el lunes, sí, hasta el lunes, y ella, adiós. Rodrigo Holguin


_Bashira Khayan

¡Oh, halcón cetrero! atrápame en tus garras y llévame a lo más alto, suéltame un instante como una presa en juego, déjame sentir la libertad de este límpido cielo y dame muerte luego.

Liberación




El templo solo espuma Por Getsemaní Otero

¿Por qué? Sacramento de un final sin corrupción. ¿Por dónde mis dedos segregan el dolor de la ausencia? ¿a fuerza de qué? ¿cuál es la batalla, dónde el marcador y las banderas? ¿dónde la tregua? ¿por qué, pérfida negra? Otra vez siempre, maldigo tu sonrisa; la carcajada que me salva de mí. ¡Como si pudieras estar más maldita! Oscura, ¿de qué vacíos te has llenado? ¿cuál es la puerta? ¿dónde el camino que me lleva al templo? El templo sólo espuma, sólo mierda y silencio de espuma. Cuántas putas preguntas, ¿a fuerza de qué? Maldita sea. Llévate el manto, quítate el velo y ciérrame la boca. Aplastante, aplástalo todo. Anémona dormida. Suicidio de mis días, del rocío. Espiral incansable, rómpeme los huesos, llévate mis mares. No me abandones.



Las cosas

Iván Gaxiola

Es sencillo decir: las cosas así no hay por qué precisar qué nos motiva a pintarnos la piel o perforarnos la lengua: son las cosas Me gusta también decir: esto y aquello así no hay por qué hablar de las cosas.



escalante_octavio@hotmail.com

Octavio Escalante

Omar Nary

Bashira Khayan Bryan Klett García Perla Taddie

Material Pirata

Rodrigo Holguín Raquel M.

issuu.com/materialpirata

Carlos Ibarra Ana Rosshandler

Iván Gaxiola Jorge Peredo Getsemaní Otero Rubén Rivera


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