El yo, la dialéctica y la autoconciencia revolucionaria: Descartes, Hegel y kojeve

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1) Al concluir “pienso, luego existo”, Descartes se persuade de que es cierta la propia existencia, al menos mientras estoy pensando. Este cogito, esta conciencia cartesiana, vendrá a significar todo acto consciente del espíritu (dudar, afirmar, negar, querer, imaginar, sentir) e implicará salir de la Nada, que no es, salir de la negación, para afirmar, por el contrario, que el pensar implica necesariamente el ser, el existir. Contemplar un objeto será para Descartes (prefigurando el giro copernicano que introducirá Kant) pensar que contemplo un objeto, y por ende, lo que se revelará clara y distintamente es la propia existencia del sujeto, del yo. Hegel va a venir a derribar las paredes de este escenario solipsista. El hombre que contempla será absorbido por el objeto que contempla. Lo que se revelará es el objeto contemplado y no el sujeto. Es el Deseo el que puede volver al hombre hacia sí mismo. Y lo hará para dar por resultado que ese Yo que se revela se opone al no-Yo, diferente de sí mismo, al que contemplaba. La dialéctica hegeliana cantará presente. El deseo, entonces, va a empujar al hombre a la acción. Esta acción intentará satisfacer el deseo, y lo hará por la negación, la destrucción o transformación del objeto deseado. Toda acción será entonces “negatriz”. El acento estará puesto entonces en negar la realidad otra, para ser, para poder mantener la propia realidad, sobrevivir. Desear, querer algo, significará pensar que deseo, pensar que quiero. Por el contrario a la postura cartesiana, el ser de este pensar-desear animal va a venir a implicar la supervivencia, mantener la propia existencia, pero en tanto y en cuanto implica la acción tendiente a negar el existir de la realidad-otra, la del no-yo. Y para elevarse de la conciencia animal (aquella que no logra exceder el sentimiento de sí) para desarrollar la autoconciencia, el hombre precisa fijar su Deseo sobre un objeto no-natural, que se eleve por sobre la realidad dada. Y éste no es otro que el Deseo mismo. Para que nazca la autoconciencia, entonces es necesario dirigir el propio deseo hacia otro deseo, desear ese deseo, ser deseado, reconocido por ese otro, en tanto autoconciencia, en tanto ser libre y autónomo, en tanto ser humano. Ese deseo, en tanto acción negadora, será “negatividad-negatriz”. Para que haya autoconciencia se intentará destruir ese otro deseo, ese deseo del otro, ese otro. Habrá que demostrar, como superación del deseo-instinto animal de conservación, que se está dispuesto a morir. A morir como hombre, a arriesgar la vida, a luchar a muerte por el reconocimiento. Por lo tanto, ese deseo, que no es otra cosa que pensar-desear conducirá a negar al otro. Va a implicar su supresión dialéctica. Y como reverso del cogito cartesiano habremos de obtener que la satisfacción de tal deseo humano, la gesta de la autoconciencia, podrá ser formulada del siguiente modo: “pienso, luego tú no eres”.

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2) Allí donde había dos animales conscientes en búsqueda de la autoconciencia, en una lucha a muerte por el reconocimiento del otro, en donde ninguno debía morir, ahora han quedado un Amo y un Esclavo. Éste último, ha preferido -sabiéndose derrotado- aceptar la dominación, la esclavitud, a cambio de conservar su vida. Prefiere vivir como esclavo que morir por la libertad. El Esclavo, que ya estaba sometido al mundo natural, ahora lo está también a un Amo, al que le reconoce haber luchado poniendo en riesgo la vida y haber triunfado. Sabe que su Amo estuvo dispuesto a morir como hombre, lo reconoce como Yo, como hombre libre y autónomo, como realidad objetiva. Y sabe que él mismo no es reconocido como hombre, como autoconciencia, sino como animal, como cosa. El Esclavo trabaja para el amo mediatizando, con su conciencia trabajadora, la relación entre el Amo y las cosas. He aquí la tragedia del Amo: habiendo resultado vencedor, se reconoce a través del reconocimiento del otro, pero no reconoce a ese otro, pues la conciencia por la cual es reconocido no es más que la de un esclavo, una conciencia que no es libre. Este amo puede morir como hombre pero no puede vivir sino como animal. Mientras vive no alcanza la libertad, solo su muerte lo puede realizar. El Amo no puede superar este estadio porque es ocioso, esta actitud resulta un obstáculo existencial y queda petrificado en su dominio. El Esclavo reconoce la libertad del Amo. Le basta liberarse a sí mismo haciéndose reconocer por el Amo para encontrarse en la situación del reconocimiento verdadero, es decir, mutuo. La existencia del Amo está justificada en tanto que transforma –por la Lucha- animales conscientes en Esclavos que devendrán un día hombres libres. Al realizar la experiencia de la angustia de la muerte, el Esclavo hace la experiencia de la negatividad pura, de su humanidad. La angustia mortal revela al Esclavo que el hombre no depende verdaderamente de ninguna de las condiciones particulares de la existencia. La angustia es una condición necesaria pero no suficiente para la liberación. Es el trabajo lo que importa en la servidumbre pues hace que el Esclavo se libere de la Naturaleza, dado que no destruye el objeto sino que lo transforma para el Amo ocioso. Este trabajo hace al Esclavo consciente de su libertad, pero de una libertad abstracta. El esclavo comprende que el Mundo natural es hostil, no se debe ser solidario con el Mundo dado, no se debe pretender “reformarlo” meramente, no se debe ser un conformista. Hay que cambiar sus caracteres esenciales. No es pues la reforma sino la supresión “dialéctica”, vale decir revolucionaria del Mundo, la que puede a la vez liberarlo y satisfacerlo. Sólo el esclavo puede transformar el Mundo que lo forma y lo fija en la servidumbre y crear un Mundo formado por él en el que será libre. Mediante el trabajo, el Esclavo se transforma a sí mismo y genera así las condiciones objetivas nuevas que le permiten retomar la Lucha liberadora para el reconocimiento que rehusó en el comienzo por temor a la muerte. El trabajo servil revela la voluntad no del Amo sino del Esclavo, que triunfa donde el primero fracasa. Es la Conciencia, en un principio dependiente, servidora y servil, la que realiza y revela en última instancia el ideal de la Autoconciencia autónoma, y que expresa así su “verdad”.

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