INVISIBLE, de Matías Sapegno

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INVISIBLE. Microrrelatos y algunas fotos Š Matías Sapegno, 2015 msapegno@gmail.com www.pobresideas.blogspot.com A mis viejos y mis hermanas Nu y Eve


Trenzas Dice que aprendió de chico mirando a otros. Hoooras miraba. Después empezó a probar con los restos de tientos que dejaban tirados. Así empezó a trenzar. "Hasta que un día me dieron medio cuero y fue una felicidad”.


Ellos El papá se fue cuando él era chiquito. Cada uno hizo lo que pudo con su vida. Ahora se encontraron. Si los mirás bien, el papá parece que se achicó, y el hijo es enorme.


leer y escribir Te cuento otra. El pibe quiere aprender a leer y escribir. No tiene 5 años, tiene como 19 o 20. Le esquivó a la escuela y nadie se calentó mucho. No es que ahora esté buscando laburo. Se puso de novio. Quiere usar el wasap pero el mensaje de audio no le va porque los amigos lo escuchan y lo cargan. Quiere privacidad. Un plan de alfabetización que entienda su necesidad.



Dedo Me gustaría que esto sonara como un relato de Sam Shepard. Una historia simple en un lugar seco y con el sol a pleno. Una liebre corriendo. Una chica hace dedo. Con un perro. ¿Algún conductor levantó a alguien que estuviera con un perro haciendo dedo? No hay registro en los archivos del viajero pobre. Ella lo hacía. Y uno paró. En una camioneta vieja. El muchacho amable hizo marcha atrás para que ella no tuviera que caminar. Y mató al perro. Los dos lloraron todo el viaje hasta llegar a destino.


Actitud Un gitanito hace malabares en un semĂĄforo con tres cascotes que encontrĂł ahĂ­ mismo, al lado de la ruta, esperando las monedas. Actitud.



Lo dicho El hombre esperaba el colectivo, cabeceando a ver si venía. Tenía un brazo en cabestrillo, con una cintita blanca nomás. En sus manos unos papeles. Hablaba por celular: -Pero a usté no le va a dar el tiempo de vida para verlo. Usté lo va a ver de arriba eso...


Obediencia El barquito chocó contra algo y empezó a inclinarse en el agua fría. Todos pónganse los salvavidas y quédense quietos. No hubo más órdenes. No es fácil romper siglos de obediencia. Los desobedientes se salvaron.


Olas El señor Arévalo llegó al parque acuático para celebrar el octavo cumpleaños de su hijo. El mismo hombre que repartía los gorros y las antiparras hacía de guardavidas. Padre e hijo se pusieron la malla y al agua. Cuando prendieron la máquina de hacer olas, el señor Arévalo fue hacia ese sector, dejando al niño con su mamá. Minutos más tarde flotaba boca abajo. Primero su esposa pensó que aguantaba la respiración pero, al ver que ya era demasiado, empezó a pedir auxilio. El responsable del parque informó que encontraron rastros de comida en las vías orales del señor Arévalo.



Desde el puente El muchacho tiene desde hace un tiempo una pierna ortopédica. Así no es fácil manejar una moto, pero se puede. El otro día unos cortaban un puente. Él llevaba a la mujer, que está embarazada, para un control en el hospital. Necesitaba pasar. Los muchachos no entendieron, le dieron una piña y lo tiraron del puente. Un corte en el cuero cabelludo y la ortopédica rota. Sin ayuda, llegó hasta el hospital. Huevos.


Rojo Sem谩foro rojo en el cruce de la 5 y circunvalaci贸n. El de al lado se hurguetea la nariz como buscando el cerebro. Piensa. Un proyecto de idea lo ronda. Dale con el dedo, hasta lo pone como si fuera un gancho para arriba. La vista perdida al frente. Parece que la idea ya viene. Meta con el dedito. Verde. El ensayo de idea se esfuma. Fin del placer.


Pecera Los miraba a través de la vidriera de un café. El flaco gesticulaba, revoleaba un brazo para acá, el otro para allá. Hacía montoncito con las manos y se las apuntaba al pecho. Sus labios no paraban. Ella escuchaba, seria, con la cabeza inclinada. Lo miraba fijo sin decir nada. Muy fijo. Era como ver una pecera. Alguien iba a ser devorado.



Gris Estaba triste como un aeropuerto de provincia, siempre esperando una intensidad que no llega.


Campo -¿Vamos unos días al campo? -Pero sin armas-, pedí. -Okey. ¿Me querés decir entonces qué hago manejando con una sola mano la camioneta, la remera con sangre seca, lágrimas de barro, empapado de sudor y con un chumbo entre las piernas?


Voyeur Quise espiar por la cerradura de tu cabeza pero estaba la llave puesta del lado de adentro.



Miedo Hay algo que te puede dar m谩s miedo que encontrar a un hombre parado al lado de tu cama en mitad de la noche. Es descubrir a un perro que no es tuyo merodeando en la habitaci贸n.


Está todo pago Pedí la cuenta para irme. Ya pagó la señora, me dijo el mozo. Quise saludarla. Ella apenas hizo un movimiento con la guadaña.


Cae Uno cae de un 7º piso y alguien, en vez de espantarse al verlo, intenta dibujarlo, sabiendo que cualquier otro gesto será inútil, que el hombre caerá y no podrá escaparse de la muerte. Sería improbable que se salve... hay casos en los diarios de personas que caen desde un décimo piso arriba de un auto y se salvan, pero por eso son noticia, un caso en cientos. Ese no se salva, piensa el dibujante, y solo hace un movimiento con la cabeza al ver pasar al cuerpo ante sus ojos, quizá entre los pisos 5º al 2º, en el recorrido de esas cuatro plantas él cree que podrá captar ese movimiento, esa posición, y baja la vista... y dibuja.



te acordás Era un día de mucho sol. La más chica de sus hijas manoteó un ramito de panaderos y dijo: ¿Hacemos como cuando éramos chicas? Y ella no supo qué hacer.


Guerra Las espadas de madera entrechocaban y los escudos de cartón sonaban plaf plaf cuando los golpeaban. El de 6 años le dijo al de 5: Si cruzáis esta línea, os mataré. El de 5 la cruzó. Bueno, pero la próxima no la cruces, ¿sí?


Son dos Esta historia es como la de John Ward y Juan López, pero distinta. Bajo el suelo de Moscú, en las líneas de subterráneos, Sergei se sube a la cola de los subtes, del lado de afuera, y viaja así colgado de una estación a otra. Después subirá el video a youtube. En las afueras de Santa Isabel, oeste pampeano, muchas noches Marcelo va a la ruta de entrada al pueblo con sus amigos y se acuesta en el asfalto, a ver quién aguanta más tiempo así tirado mientras se acerca un camión. Tiene que ser un camión. Los dos dicen, en su idioma, que es mejor que la droga. Hoy será la última vez que lo hagan. No será el destino, solo casualidad. A ellos también les tocó en suerte una época extraña. No una guerra, sino el pánico de pensar que todos los días, de acá a la eternidad, serían más o menos iguales.



Tonomac Encontró la Tonomac en la piecita del fondo. Andaba. Empezó a jugar con el dial en la onda corta, como cuando era chico y a la noche se quedaba escuchando. En esa época le gustaba imaginarse a los dueños de esas voces que le hablaban desde miles de kilómetros. El estudio de la radio siempre se le aparecía en su mente como un lugar en semipenumbra, con unos foquitos naranjas que le daban calidez al ambiente, que seguro tenía alfombra. Ahora, con la Tonomac en sus manos, navegaba con el dial por frituras más o menos ruidosas cuando detectó a uno que hablaba en algo así como alemán, después a uno en inglés, otro en español y, de pronto, alguien se impuso en algún idioma asiático. Era un tono perentorio, como quien tiene poco tiempo para decir algo. Esa persona estaba en problemas. Fue hasta el escritorio para ver en internet si había pasado alguna catástrofe en China, Japón o Corea, pero no, no había ocurrido ningún tsunami ni terremoto ni atentado en las últimas horas. La voz seguía. Pegó la oreja al parlante... com-chi com-chi... pangyo, ¡pang-yo!, era lo que más alcanzaba a distinguir entre la débil sintonía y las otras voces -esas sí calmadas- que venían y se iban. Y recordó. Lo mismo había escuchado una noche, hacía tanto, en la soledad de su pieza oscura. Aquella vez sintió, lo sintió en el pecho y en la garganta, que la voz pedía ayuda. Y ahora seguía.


Líneas Estoy un poquito preocupado. Nada grave. En el Parque de María Luisa, Madrid, una gitana leyó las líneas de mi mano derecha. Me dijo que tendría dos hijos, un niño y una niña. Y que moriría de viejo, tranquilo y rodeado de mi gente querida. Acaba de nacer mi tercer hijo.


Siento No sĂŠ si lo que escucho es el ventilador del cpu o el detector de mierda del que hablaba Hemingway como herramienta imprescindible para los escritores. Suena muy fuerte, ya me imagino...



Cambio Un amigo me escribe un mail de España y me cuenta las cosas que se cuentan: hijos, trabajo y alguna guarangada. "¿Y vos? contate algo interesante...", me puso. Me la puso. Vacío mental, pánico, las manos suspendidas sobre el teclado como dos arañas voladoras ¿Qué contar? Paseé al perro, corté el pasto (lo que además sería mentira), llevé la bici a arreglar. Tendría que haber ocurrido un cambio en mi vida para que tuviera algo interesante para contar. Pero uno nunca cambia, como dijo Peña. Ni aunque te mudes, ni haciéndote una transfusión completa de sangre, ni siquiera -mirá lo que te digocambiando de sexo, uno no cambia, uno -hablo de UNO- siempre aparece, emerge, sale. Quizá volviéndote loco, ahí si podés cambiar y ser otro... u otros. Ya sé lo que voy a hacer. Voy a matar.


King Una vez estaba en una librería y se armó una conversación entre el vendedor, un cliente y yo, que era otro cliente. Salió el tema de Stephen King. Yo me las daba de superado de ese tipo de literatura y el otro cliente, pelado, un poco gordo, dijo: -King tiene unas descripciones impresionantes. En una novela describe los sentimientos de una nena que se queda sola en un bosque... (hizo una pausa y lo dijo mientras sus ojos se fijaban en una estantería tan lejana, y las cejas se le ponían rectas, horizontales sobre los ojos que ya eran dos bolitas de vidrio) Y para alguien que de chiquito estuvo perdido en el monte, solo y de noche, eso te conmueve... No dijo nada más y yo me fui, en silencio.


Oca Ejecutadas todas las desilusiones, toca poner el cuerpo apenas, o los dientes. Como si en el juego de la oca la prenda te manda diez casilleros para atrĂĄs, igual tenĂŠs que volver a tirar. Pero ojo, esta vez sin expectativas. Que salga lo que salga.



Puelén Pasa el diariero por mi calle y es tan viejo y achacoso que los pedales le mueven las piernas, no al revés. Mi vecino lo llama, le compra y le dice a los gritos: ¡Gracias, hasta mañana! ¡Y no tome la cerveza muy helada! ¡O haga como en Puelén! ¡En Puelén toman la cerveza natural!

Para quien no lo sabe, Puelén queda en el culo del mundo. ¿Cómo sabe mi vecino sobre la temperatura de la cerveza? ¿Él tomó cerveza en Puelén?¿No hay heladeras o es cuestión de gustos?¿Por qué le daba ese consejo? ¿El diariero será de beber? Tengo una imagen de paisanos pobres sentados sobre cajones de cerveza, pero no sé si me la contó o la imaginé. No sé, son tantas preguntas.


Feria A ver, quĂŠ puedo darte. Tengo cuadernos llenos de cosas, mil dudas y libros. Toda esta mediocridad, estas ganas. Tengo esta panza pero dos piernas. Un mate viejo y otras botellas. Tengo una bici, lo pedaleado. Aquel viaje que fui tan solo. Tiempo perdido, tiempo pensado. Malos humores. Es lo que tengo.


Pile 多Y si la peque単a te pide que te retires del trabajo para armar la pile?



Velas De pronto empezรกs a sentir un vientito y te entusiasmรกs pensando que, finalmente, las velas se van a hinchar.


Tesoros El sol de la tardecita pasaba a través de las botellas rotas y puntiagudas que un vecino había puesto en su tapial para disuadir chorros. Ella, que algunas cosas todavía no sabe, dijo: Mirá pá, una pared con piedras preciosas.


Dolores Se imaginaba con la nariz rota, el dolor de la cara, pero lo más fuerte era la intuición de que dentro suyo algo se podía desacomodar, una estantería iba a quedar torcida... pasado el furor de la adrenalina y la sensación de sentirse físicamente hombre, sabía que vendrían un dolor y la idea de haber traicionado algo sagrado ¿Creía en Dios? Ni siquiera tenía claro si escribirlo con mayúscula.



No hay que No hay que tomar cerveza en el cine. Había entrado con la vejiga llena pero no me pude resistir al vaso de plástico de litro. Me lo tomé en la primera media hora de la peli y para no reventar en público fui al baño. Acá viene lo difícil. Contar ese ambiente, ese clima. Parecía como esos circos de fenómenos que nos muestra Hollywood. Un sesentón morocho estaba sentado en una de las mesas y guiñaba un ojo, el derecho, sin ninguna intención aparente. Me miraba fijo y titilaba el ojo. En la vereda una mujer melenuda iba de un lado a otro, rengueando exageradamente. Por el hall caminaba un flaco pelado, mirando hacia arriba. Rezaba, o recitaba un murmullo repetitivo. Yo no sabía si entrar al baño. Tuve miedo, no sé de qué. De que todos entraran y me encontraran en una situación vulnerable. Pero no daba más. Fui, hice mirando por sobre mi hombro y salí. No había nadie. Hasta se me ocurrió que podía ser una conspiración. Volví a la sala, sabiendo con amargura que ya no me iba a sorprender.


Amable Qué me contás del restorán que había en el club, que en la puerta tenía el cartel “Venga con pantalón de gimnasia para comer a morir”. Pero abajo advertía “Zapatos obligatorios”. ¿Entonces? Y… los tipos iban así, de pantalón de gimnasia y mocasines. El jogging tiene una cintura más amable y no castradora como la de un pantalón de vestir con cinturón.


Agujeros Como la fascinación que despiertan los agujeros en un bolsillo del pantalón, al que uno vuelve una y otra vez para comprobar el avance de su tamaño, haciendo un reconocimiento de los bordes con la yema de dos dedos. Y la piel fría de este lado encontrándose con la piel tibia del otro lado, sin exageraciones. Con esa sensación de cosa despareja respecto del otro bolsillo, el sano, adonde ahora van a parar las llaves y monedas y lápices. El bolsillo del agujero ya no sirve, solo es para darle espacio al agujero, que uno irá agrandando por culpa de la curiosidad de ver cómo va creciendo, de forma imparable, inexorable, como un agujero negro en el cosmos.



Moto Estábamos en la estación de servicio y del otro lado de los surtidores estacionó un sueño. Un hombre en una motocross, vestido con todo el equipo de competición, radiante. Al lado suyo una copia en miniatura, un chico más chico que yo, vestido igual que el hombre y en su propia motito. Estaban cargando nafta para pasar la tarde descubriendo caminos y saltando lomas, mientras con papá íbamos al supermercado. Ahí elegí. Mi vida sería de aventura y no aburrida como la de él.


Alguien Alguien que no llora por nada, llora mientras cava el pozo para enterrar a su perra. Y le entra paz en el pecho en el lugar que van dejando las lรกgrimas.


Capucha Qué gran arma puede ser ir con la capucha del buzo puesta. Te toman por loquito o chorro, y los dos provocan miedo. Es el arma fundamental, la capacidad para causar miedo. Ser creíble en el daño que podrías causar. Entonces empezó a andar así, por el gusto de dar miedo, y mirando con mala cara a las señoras que cuando se cruzaban con él agarraban la cartera más fuerte y forzaban una expresión de tranquilidad o indiferencia. Pero no, no son indiferentes, van cagadas en las patas, y él se las cruza con la capucha puesta y las manos en los bolsillos, donde puede llevar cualquier cosa.


El pibe del video Antes iba a un videoclub donde el pibe que atendía se mimetizaba con las pelis que iba viendo. Tenía una etapa de películas de guerreros japoneses y hacía todo despacio y te daba el dvd así, leeento, y andaba como pensativo. Después se miraba todas las de Bruce Willis y el tipo se rapaba y hasta se ponía una curita en la cara y te miraba así, como de costado y entrecerrando los ojos cuando devolvías una peli dos días tarde. Me cambié de video cuando se apareció con una máscara de arquero de hockey sobre hielo.



Fútbol Un día veníamos de tomar un helado en el centro, en el Renault 12, papá, mamá, las nenas, yo. Y en la radio una locutora preguntaba de qué cuadro eran los oyentes. No sé si para hacerme el gracioso, el rebelde o solo porque no lo pensé, dije que era hincha de un club que no era el de papá. Papá puso una cara como si le hubieran dicho “le robaron a la abuela” o “te rayaron todo el auto”. Estacionó. “Bajáte”, dijo. Mamá lo miró con espanto. “Bajáte”, repitió. No esperé la tercera porque sabía que no iba a haber. Bajé y me quedé en esa vereda de baldosas tipo vainilla, marrón clarito, el color que desde entonces asocio con la desolación. Había mucho sol y calor. Si me hago el poeta podría decir que parecía una isla. El auto arrancó. Vi a mamá que le hablaba a papá moviendo mucho un brazo y a mis hermanas mirándome por el vidrio de atrás. ¿Cuánto tiempo fue? Imposible darle una medida. El R12 volvió a aparecer por la otra esquina. “Boludo, ¡te asustaste! Dale, subí”. Quisiera poner que me costó años abandonar esa vereda, pero parecería un cuento.


Creo Escucho While my guitar gently weeps y creo que esto puede ser la felicidad, aunque no entienda lo que dice. Y siento que voy a ser grande, un coloso, porque haré los doce trabajos y dejaré la piel, y sacaré el corazón al aire con sus suspiros y emanaciones, latiendo en una mano, con venas violetas palpitando, y la sangre que causa repulsión pero que es lo que somos y fluimos y contenemos. Sangre que nos espanta pero es como nuestros ojos, también somos eso. Y creo que puedo, y en este momento podría levantar mil kilos mientras mis sienes laten al ritmo de la guitarra de Santana.


ahogo Quiero hablar del nudito en la garganta. A la noche, soñar un lindo sueño te puede absolver de todo pero al despertar, a los pocos minutos nomás, puede volver a aparecer ante la primera señal del mundo exterior: una radio prendida, un bocinazo en la calle, el olor a cloaca que viene del lavadero. Podría escribir sobre la epopeya que vive un hombre común de unos 40 años al luchar por librarse de ese nudito, por tener libre la garganta para respirar, para tragar. Para gritar.



Cosas de uno -¿Y a usted qué lo conmueve, don? El gaucho afinó los ojos y los clavó en el horizonte. -Mire... ¿Ve esas nubes grandes de allá? ¿Ve que de este lao están oscuras, azules casi negras y del otro lao, donde se está escondiendo el sol, todavía se ven rojas y luminosas? Eso me conmueve. La puta si me conmueve. Un lao es luz, esperanza, ¡las cosas lindas de la vida! El otro lao mete miedo porque no se sabe qué puede traer, qué se yo. Si presta atención al otro lao, el iluminado por el sol, uno piensa que en algún lao está amaneciendo... pero si mira deste otro lao, se puede esperar cuallllquier cosa. De aquel lao es la mano de un amigo, deste... una que le puede hacer mucho daño. Es como uno, ¿vió?


Bares Lo que le desespera a Juan es descubrir qué verdad encierran esos bares, porque sabe que algo hay. Y sospecha que tiene que ver con la soledad. Intuye que son hombres enfermos de soledad, como Varguitas. "Che, ¿qué pasa con Varguitas que hace rato que no aparece?", preguntó Juan y el dueño bajó la cabeza y apoyó la frente en una mano. "Ah, la puta, me la mandé", pensó Juan. "Varguitas se murió hace dos semanas". Juan cuenta que Varguitas vivo le había contado cómo había perdido a su familia por chupar... y cómo la había encontrado, por chupar también. Ginebra pareja. Como todos, iba al bar porque esa era su familia, con sus ritos y códigos y costumbres. Juan dice lo no dicho: en esos bares nunca hay una mujer. Nunca. Y me contó que cuando ya hace rato que está sentado en una mesa, piensa en animarse, encarar a alguno y hacerle la pregunta que lo desespera: ¡¿Loco, te espera alguien?! Y encierra toda la vida.


Encuentro Nos habíamos prometido una cerveza para este año, que ya termina. Nos hubiéramos saludado, sentado y comentado la pavada de último momento. La charla recién se hubiera puesto interesante a la tercera cerveza, o a la cuarta. Ya no quiero tomar tanto. Ni esperar.



Rachas Nos viene como una modorra, un letargo, un pensar que ĂŠsto es hasta acĂĄ, que lo mejor no pudo ser. Y sĂ­.


Huellas Las pequeñas pasaron bailando, cruzando en diagonal el salón mientras sus zapatillas de baile se iban ensuciando con el polvo que cubría el piso. Cuando desaparecieron, alguien vio esas extrañas huellas y se asustó. No sabía de qué eran y se imaginó que podían ser de un bicho raro, baboso y con doble fila de dientes. Otros se acercaron y opinaron. Hasta que el hombre del sombrero apareció y dijo: Yo sé leer huellas, déjenme ver. Pero estaba improvisando. Como todos nosotros.


Escudos, defensas y parapetos Para un comerciante su escudo puede ser el mostrador de su local, sin el cual se siente vulnerable. Hasta desearía llevarlo con tiradores a todos lados para no tener que enfrentarse con nadie sin que medie esa estructura de madera. Para un tímido una defensa pueden ser sus anteojos, muralla líquida entre dos miradas ¿Ya dije que un verdadero deporte extremo es sostenerle la mirada a alguien? Pero el más insólito que conocí (hablando de escudos) fue el que usaba un loquito que caminaba por las veredas y los subtes de Buenos Aires. Usaba una tarjeta telefónica. Atrás de ese cartoncito plastificado, él se asomaba mientras caminaba, mirando a uno y otro lado, fisgoneando, seguro de su escondite mínimo que colocaba a la altura de la nariz.



El Barón Ese hombre había fotografiado muchas cosas, pero nunca había visto algo como Haití después del terremoto. En las calles había una onda expansiva de zapatos. ¿De dónde salieron tantos zapatos? Gurreir Romario, de 20 años, pasó tres días atrapado en una burbuja de cemento, rodeado de muertos. ¿Por qué el Barón de la Muerte no se lo llevó? El Barón de la Muerte es un esqueleto con esmoquin, sombrero de copa y lentes negros. Su color es el violeta. El fotógrafo le preguntó a Gurreir Romario si había visto al Barón. El chico le contestó: - Lo tuve tres días fumando frente a mí, diciendo mira pendejo, tú te vienes conmigo. No te creas que te vas a salvar. Te vienes con tus amigos muertos. Tú vienes. Aunque hecha pedazos, lo salvó su remera violeta.



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