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Ă?ndice
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Capítulo 1.
Prólogo Lorem ipsum Bus et litaspid explam fugiae vol
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volorpo ribusa voluptatium fugiat lia nos excea seque num dolorep ernatum quoditibea quatect ectatem antisi optiossit qui te modis que seque volorum dolupti ntempore quiatis itiassinum aut voluptatae et, ullo eos earunt aut as moluptae volupta sperspe num quistrum aruptatet ullorepudis sa dolorrorpor simagnimus ius. Idusam qui dolliquamet vid quid unt a perum, veliquist, cus. Tus, quis renim quiam simusan ditatus, iundi con preped ea nullescilit aped quae nonseque dion et, consequi doloribuscid es maxime nim non rereseq uatecae. Nequidis aceptia ne quostiunti necta pre offictur sunt facest inciustrum voluptur? Mincto quam liquiam ressi dolore et antempedis veles qui dit latis quod et, officius, commolum nos quae eius ut et ommoluptati temque odiatem porposa pellent omnihitamus et modiorpUdam et rem rem quia dolo to to dem faccabore corehendist vel im facilliti ad ea veruptas vella consed modis apedis simus cus nia nonsedio. Ita dolo miligni consed moluptatur? Abo. Ucidendam, ut quid ut plique pla arum, comnisi tatque volor se dus sita sequatur apissit magnim dolorenis volupti to berecat ecerum eiciisi metur? Quis apis volendelibus exerore am, nam cumquam faccupitia apiet essinisquam velesse arumque nonestis velecest, tem est, quam nonse reictib eruptur? Ilias sum quo berecte quiae vidunt id maxim quia quid ma nos aut omnim volupta vernatur, unt eribusc iaeped quibus ea ilia corere Ut verum rem fugitiamet lique officte molupta tistius apercimusam erissit aceria que simperum quiderferepe ligent, vollaut atesequod modipitas aperibus moles aperuptate voluptat. Voluptat re laut eostrum, sum ius sedipsam eiunt ex eumqui sum qui blature ceribus andigenis a voloribearum acesedi cipsuntem ad ut fugia cus miliquo quam fugiani mporeribus eatis qui denihicias utae volecti custore sed enitae quamenis arum dolorata con et desequate pa pos exeritaspere evenim dus doluptas molorehendae nitam raturit dolorero ipsum siminiti nonseditatur molupta ne porionseque imodit laboren daesero berunt voluptatiur aut voluptas dit, conse pedit qui di blabo. Et oditas cusae cuptaspit quas eatem fuga. Uptatiat excepro quiaerios secus moloriae provide omni anis milisqui doluptassi dolupient velitas accab il im aut exped quid quiamus dignamus et es plabo. Ilit, explis sin expe nos apelliquo inullorro volupta perita imus, omnit quia doloratem sit renimag nihillab iunt etur, consequid eum, volecerio. Et utatque sitatiis volupta tendae pla nobitatem quati tem id esciis et officiaes ex elitioriorro volupta tiatiorum incia natur aut unt et quisque nuscid quatis dolore as alibus audae voluptatur soluptam voluptatem dis doluptatur audam aut labo. Parciust, sint quiaerum derorionet endamuscid mod eos ipid molore volorumqui ad millabo. Nequam dessunt vellora epudam volupta volesen digenientus magnati oritenet doloreic temquae cus ne veles estium ea conem faceseq uaepuditiis eaquiaectur, eatur si ulla quam a vit quatisquo molo temque magnatia debisimagnis ipis nonsequ aectur, volesti sitaque recture scipis peri volupid ut magnatem asim harunt odite nimint, quae parum quam assimus autate niscienit autest dolorerfero voluptae prese re nobit magniminctur min nos aditius nusdand iatibuscium entem sam re culland ebitius aliqui demqui blaboria si sunt enis derupta tectaec epudit, quatium am, nihit adignim autempo rerunt. Ur, ide resero es nobis asita iliciis dollacc usaestecto occate ne doluptaquate qui blam, asincipsae eicimosamet veliquia vel ipsum fugit, numquae prepudam inimust, consenis int liquodi taspereptat.
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Capítulo 1.
Una
comuna
saludable Una comisión para que la vida sonría. Un bono sacado de los sueños de alimentación. Una mujer con corazón para todos.
Una comisión para que la vida sonría La Comisión de Salud de la Comuna 8 se empeña en que todos los proyectos del área que se priorizan a través del Programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo sean los que realmente necesite la comunidad. Además de atender los deberes que les demanda la vida personal —que no son pocos si se tiene en cuenta que casi todas son mujeres adultas— a los 41 delegados que integran la Comisión de Salud y Protección Social de la Comuna 8 los acompaña el propósito común de que la vida de los habitantes de este territorio mejore, desde la prevención y la atención en salud. Es una tarea que les copa buena parte de su tiempo y que les significa haberse ganado todo el cariño de la gente de la comunidad. “Nosotros acá en la comuna hacemos un trabajo todo el año, primero para conseguir la plata y, luego, para vigilar que se ejecute bien ejecutada porque de lo contrario no hay plata que alcance”, explica la líder de la Comisión, Concepción Duque, la mujer que se encarga de garantizar la cohesión y articulación del trabajo, que tiene representantes en todos los sectores que hay en la comuna. Luego de varios años de trabajo constante los logros de la Comisión son evidentes a pesar de que velar por la salud no es un reto sencillo si se tiene en cuenta que en esta zona, ubicada al centro oriente de Medellín, las necesidades de la población son el pan de cada día. Según la encuesta de Calidad de Vida 2016, una de cada diez personas de la comuna no está afiliada al sistema de seguridad social, seis de cada diez hogares presentan algún nivel de inseguridad alimentaria y solo el 14 % de los habitantes practica alguna actividad deportiva. Las anteriores razones hacen que a los delegados les desvele cualquier tipo de calamidad que conozcan por parte de un vecino: un niño que no puede sonreír porque tiene algún problema con su dentadura; el embarazo adolescente; una familia a la que no le llegó a tiempo el bono alimentario, aunque a veces en la mesa de alguno de la comisión también pueda faltar el pan; un abuelo con problemas para caminar o comer bien porque no tiene dinero para comprarse unos lentes, un bastón o una prótesis dental, y la salud mental de las personas en situación de discapacidad, así como de sus cuidadores, porque la experiencia les ha dicho que son personas que tienden a aislarse de los demás y necesitan mucho apoyo.
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Beneficios Pese a que las necesidades abundan, uno de las premisas del grupo es que los beneficios lleguen a todos los barrios y no se concentren en pocas personas. “Cada uno de los miembros que integramos la comisión está encargado de un sector específico, entonces eso ayuda a que lo que se habla y se hace se multiplique en todos lados, y podamos llegar a cada uno de los barrios”, destaca Lady Valencia, representante de un club de vida del barrio El Pinal y una de las integrantes más activas de la comisión. Para llegar a conocer cuáles son las angustias de salud de los vecinos se requiere, además de tiempo, invertir un poco del alma en una tarea que no recibe más recompensa que el eterno agradecimiento. Y también hace falta que esas ganas de ayudar se acompañen de una alta dosis de disciplina y constancia. Es la misma que los 41 delegados imprimen en las tareas que se emprenden con base en el Plan de Desarrollo de la Comuna y desde que, como ellas mismas concuerdan, a través del programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo se hicieron elegir, con votaciones altas, para representar a sus sectores. Lo anterior hace que la Comisión de Salud y Protección Social de la Comuna 8 tenga fama de ser de las más juiciosas de Medellín; reconocimiento en el que coinciden funcionarios de la Alcaldía de Medellín, los supervisores de los proyectos en los que perticipan, los contratistas y la misma comunidad. “La comuna ha tenido muchas cosas asertivas a través de la comisión porque desde una oficina no se puede ver a quién le hace falta qué. En cambio nosotros “Convertirme sí”, explica María Isabel Arango, durante uno de en una líder desatacada, los encuentros del grupo en el Parque Biblioteca poder hablar por el barrio y por La Ladera, donde se reúnen religiosamente cada las personas, conseguir beneficios semana.
para mis vecinos y gestionar para que lleguen los proyectos hasta los lugares más necesitados me hace muy feliz”.
Integrante de la Comisión de Salud y Protección Social, Silvia Sepúlveda.
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Los programas En este espacio, que alberga también la biblioteca León de Greiff, se sientan mucho por estos días a departir sobre cómo le han cambiado la vida a la gente. Una de las mayores satisfacciones que aluden es que a pesar de que en principio algunas dudaran de lo que podrían lograr hoy las cosas se ven. En el mismo sentido se expresa Juan Carlos Rúa Restrepo, un luchador del barrio Villa Lilliam, abanderado de la gestión para atender a las personas con discapacidad, para quienes han logrado ayudas como actividad física especializada, el curso de una técnica laboral, diplomados en salud y hasta sillas de ruedas, cuya carencia mantenía enclaustradas a muchas personas con movilidad reducida dentro de sus viviendas. “Para mí la alegría de la comunidad es mi alegría, me siento orgulloso de poder ayudar a las personas y de contribuir a mi barrio de una manera positiva”, dice. Otro logro importante es la consecución de ayudas para el programa de ortodoncia preventiva en los colegios, para niños entre 5 y 10 años. Con este programa se logró mejorar su salud mental, bajo el entendido de que muchos de estos pequeños habían sido víctimas de matoneo por parte de algunos compañeros. “Este proyecto generó impacto no solo en el tema de salud, sino también en cuanto a la escolaridad, porque los niños mejoraron su rendimiento académico gracias a que ya no les daba pena abrir la boca. Empezamos con 280 niños y hoy son como 600 los impactados”, explica la líder de la Comisión de Salud y Protección Social. De igual forma, se desataca el trabajo con los adultos mayores en toda la comuna, pero especialmente en el barrio La Sierra. Allí María Campuzano, fundadora del barrio e integrante de la comisión, tiene un grupo de 73 adultos mayores que, como ella lo indica, son como sus bebés. “¿Qué se busca en La Sierra? Salud, porque estamos muy escasos de salud, porque hay veces que la gente no tiene ni siquiera un pasaje para llevar un niño o un adulto donde el médico. Muchos se nos morían en las casas, porque en realidad la situación económica era muy difícil. Ya con este proyecto la gente lo buscaba era a uno, ya había una líder, una reconocida en el barrio con la que podían contar, no era nada más porque yo tenía experiencia sino porque buscaba personas con más experiencia que mi persona. En mi barrio, y en general en la Comuna 8, se beneficia a muchas personas porque el seguro no “arropa” todo: prótesis dental para adulto mayor, salud visual, vacunas para adulto mayor y para los niños”, destaca Campuzano. Otras personas ven a la comisión como una familia, que les ayuda a complementar otras actividades, como el desarrollo comunitario en temas psicosociales o el desempeño de los grupos de adulto mayor, del que casi todas hacen parte.
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En la comuna también vive Gloria Maldonado, y también es parte de la Comisión de Salud. Su trabajo es uno de los más difíciles, por la delicadeza del tema: el suicidio en jóvenes. Ella lo grafica de otra manera: “Tengo un proceso con cuatro familias desde Solidaridad por Colombia, que se trata de unos talleres de acompañamiento psicosocial a familias donde los jóvenes se cortan las manos. Hemos realizado este trabajo y vemos realmente el progreso y la mejoría en las familias”. Salvar vidas, nada más y nada menos. Una tarea que bien podría calificarse de divina, pero que aquí en la comuna también es cosa de seres humanos que entregan su vida para alimentar el presente y el futuro de otros. Silvia Sepúlveda, del Barrio Enciso, es otra mujer infaltable en el desarrollo del trabajo de la comisión. Ella considera que gracias a que es delegada ha podido trabajar por su comunidad. “Convertirme en una líder desatacada, poder hablar por el barrio y por las personas, conseguir beneficios para mis vecinos y gestionar para que lleguen los proyectos hasta los lugares más necesitados me hace muy feliz”. Muchas de ellas aspiran a terminar sus días contribuyendo al desarrollo de la salud de los habitantes de Villa Hermosa, que es el nombre de la Comuna 8. Hoy, cuando el manejo del presupuesto participativo ha tenido un cambio y las comisiones desaparecen, el grupo espera seguir cohesionado, no en vano es la única Comisión de Salud y Protección Social con un código de ética, como solo ocurre en aquellas organizaciones que se toman el trabajo tan a pecho, que es poco lo que les queda a sus miembros para la vida personal.
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“La comuna ha tenido muchas cosas asertivas a través de la comisión porque desde una oficina no se puede ver a quién le hace falta qué. Nosotros sí”. Integrante de la Comisión de Salud y Protección Social, María Isabel Arango.
En la comuna también vive Gloria Maldonado, y también es parte de la Comisión de Salud. Su trabajo es uno de los más difíciles, por la delicadeza del tema: el suicidio en jóvenes. Ella lo grafica de otra manera: “Tengo un proceso con cuatro familias desde Solidaridad por Colombia, que se trata de unos talleres de acompañamiento psicosocial a familias donde los jóvenes se cortan las manos. Hemos realizado este trabajo y vemos realmente el progreso y la mejoría en las familias”. Salvar vidas, nada más y nada menos. Una tarea que bien podría calificarse de divina, pero que aquí en la comuna también es cosa de seres humanos que entregan su vida para alimentar el presente y el futuro de otros. Silvia Sepúlveda, del Barrio Enciso, es otra mujer infaltable en el desarrollo del trabajo de la comisión. Ella considera que gracias a que es delegada ha podido trabajar por su comunidad. “Convertirme en una líder desatacada, poder hablar por el barrio y por las personas, conseguir beneficios para mis vecinos y gestionar para que lleguen los proyectos hasta los lugares más necesitados me hace muy feliz”. Muchas de ellas aspiran a terminar sus días contribuyendo al desarrollo de la salud de los habitantes de Villa Hermosa, que es el nombre de la Comuna 8. Hoy, cuando el manejo del presupuesto participativo ha tenido un cambio y las comisiones desaparecen, el grupo espera seguir cohesionado, no en vano es la única Comisión de Salud y Protección Social con un código de ética, como solo ocurre en aquellas organizaciones que se toman el trabajo tan a pecho, que es poco lo que les queda a sus miembros para la vida personal.
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Delegada por cuatro años Al frente de la Comisión de Salud y Protección Social de la Comuna 8 hay una mujer empoderada y vehemente. Se llama Concepción Duque, una trabajadora social jubilada del Municipio que solo le quita tiempo al trabajo comunitario para pasar algunas horas con su única nieta. Ella no ahorra suelas de los zapatos para recorrer la comuna en búsqueda de las necesidades que le cuentan sus compañeros y encontrar la manera de que estas sean resueltas. Tampoco tiene pelos en la lengua para denunciar cualquier anomalía en el desarrollo de los proyectos que la comisión priorizó en beneficio de la comunidad. Y es quien acaba de ser elegida, con el 75 % de los votos, por un período de cuatro años, como la representante del sector salud en la comuna; una labor que espera seguir liderando de la mano de sus compañeras de la comisión.
Principales programas promovidos por la Comisión Entre los programas que la Comisión de Salud y Protección Social de la Comuna 8 ha gestionado con la Alcaldía de Medellín se destacan los siguientes: • Programa de dotación de lentes. • Ortodoncia preventiva para niños. • Prevención del embarazo adolescente. • Trabajo con personas en situación de discapacidad. • Bono alimentario. • Prótesis dentales. • Talleres de manualidades.
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Espacios accesibles para disfrutar del ocio Una de las tantas actividades que realiza la Comisión de Salud con la población son las salidas recreativas. Unas actividades para que la comunidad asista a talleres vivenciales, pero también, que puedan acceder a espacios de ocio y diversión necesarios. El sitio elegido en los últimos años para este encuentro es la Hostería Antioquia Tropical Club, un sitio de recreación que fue elegido por los líderes de la comuna, por sus instalaciones accesibles para las personas con discapacidad. Amparo Domínguez, directora administrativa del establecimiento, expresa la satisfacción por servir de epicentro de estos encuentros. Dice que desde el lugar se esmeran por tener seguridad ya accesibilidad para el disfrute de toda la población y resalta la menara como se combinan en el lugar las actividades académicas y recreativas que permite el goce de quienes asisten a las salidas.
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Un bono sacado de los sueños de alimentación Tres días antes de enterarse de que había sido beneficiaria del Bono Alimentario, Maury Ivone Ruiz, habitante de Villa Liliam, soñó que en su plato había arroz y un pedazo grande de carne. Mientras cuenta la anécdota vuelve a saborear la carne en el recuerdo, dice que era jugosa y sobretodo grande, tal como la que llevó entre los tres costales de mercado que alcanzó a comprar gracias al subsidio de 208 mil pesos entregados por la Secretaría de Inclusión Social y priorizados por la Comisión de Salud con recursos del Presupuesto Participativo de su comuna. El beneficio busca garantizar la seguridad alimentaria de las familias como las de Maury, con algún grado de vulnerabilidad y que en la zona alcanzó a cobijar a 443 hogares. Antes de recibir el bono, Maury y su esposo asistieron a una charla de educación en el segundo piso de la Placita de Flórez y en el primer piso, en los locales marcados como parte del convenio, canjeó el pedazo de papel que le entregaron por los alimentos para ella y su familia. Maury dice que en su hogar, conformado por seis personas, mientras su hijo y su esposo trabajen, pueden mercar al menos quincenalmente. Lo grave es cuando alguno de los dos no tiene empleo. Entonces ella es quien debe llevar la comida a la casa. Pero Maury tampoco tiene un ingreso fijo y de su rebusque vendiendo productos por catálogo o haciendo aseo en casas ajenas, sólo le alcanza para comprar los alimentos del diario. En parte por ese rebusque y en parte por la charla recibida dentro del programa del Bono Alimentario, Maury aprendió a distribuir el dinero equitativamente para los alimentos.
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Siguiendo las instrucciones, muy a su pesar, no compró toda la carne que ella quisiera, pero ajustó con otros tipos de proteínas y granos. Con eso, dice ella y lo confirman las profesionales que le dictaron el taller, es suficiente para tener una alimentación balanceada. Para acceder al beneficio es necesario hacer una inscripción previa y recibir una visita domiciliaria en la que se aplica una encuesta para medir la escala de desnutrición de la familia y verificar como almacenan sus alimentos. Después de ese filtro, de las 1.523 familias postuladas, se seleccionaron los beneficiados finales, quienes deben seguir un proceso direccionado por la Secretaría de Equidad, en el que se les enseña sobre alimentación. La idea es que el recurso se distribuya equitativamente entre los grupos alimenticios, haciendo especial énfasis en frutas, verduras y carnes magras. Además, se dictan charlas sobre convivencia, esperando que se haga una formación integral que se replique desde los hogares.
Mejor alimentación A pesar de tener tres costales llenos de mercado y una bolsa grande en la mano. Maury sabe que no será suficiente para sobrevivir todo el mes. “Toca ayudarse, pero es mucha ganancia, es algo con lo que uno no contaba”, dice agradecida. Cuenta, entre risas que denotan algo de vergüenza, que a pesar de tener lo suficiente, no intentará preparar ninguna receta exótica, porque así garantiza que sus hijos y su nieta se coman todo lo que ella cocinará. Por eso, sabe de antemano que lo recibido se irá en sopas, seco, jugo y eso sí, ahora sí tendrán varios tipos de proteína animal. “Es que nosotros no comemos carne sino una o dos veces por semana”, confiesa, al tiempo que agrega que ahora al menos hay huevo, atún o pollo y sobretodo, dejará de imaginarse en sus sueños la carne, ahora si podrá tener una buena alimentación.
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Una mujer con corazón para todos Ana Velásquez siempre será recordada en la Comuna 8 por su capacidad de amar a los demás a través de un trabajo comunitario que realizó con denuedo y entrega hasta el fin de sus días. Siempre alegre, fiestera, cariñosa, activa, preocupada por todos… olvidar a una persona con esas características cuando tiene que ver con la vida de tantos no es un asunto sencillo para una comunidad que se acostumbró a sus indulgencias. Es precisamente por lo mismo que en la Comisión de Salud y Protección Social de la comuna todavía suena en cada encuentro, y con mucha nostalgia, el nombre de doña Ana Velásquez; una mujer que pasó los últimos años de su vida dedicada al servicio social por su comunidad desde su papel de delegada de la comisión, como líder del grupo de adulto mayor Rosas de Oriente y desde la parroquia de su sector Enciso El Pinal. “Ella era súper buena líder y peleaba por todos nosotros. Decía que ella era la gallina y nosotros los pollitos. Peleaba por vacunas, por uniformes, por prótesis, por todo”, destaca María Aracelly Castaño Osorio, que fue una de sus compañeras más cercanas en Rosas de Oriente debido a que cuando ingresó al grupo tuvo el infortunio de quedarse viuda. De esa época difícil d su vida, cuenta que la líder la supo consolar con todo el cariño que jamás se hubiese imaginado de una persona recién conocía. Pero María Aracelly no fue la única persona que recibió el efecto desinteresado de Ana. Lo recibieron por igual los cerca de 80 miembros activos de su grupo de adulto mayor, que a cambio de sus preocupaciones porque todos pudieran acceder a programas y ayudas de la Alcaldía le correspondían con mucho respeto. Para ellos, fue una líder persistente y una excelente delegada de la Comisión de Salud.
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Además del fruto de la gestión con la Alcaldía de Medellín y el dinero recaudado en las diversas actividades que desarrollaban juntos, los miembros del club también tuvieron una vida más feliz durante los casi diez años que doña Ana fue la representante del club, eso por cuenta de que los 80 conocieron casi todas las ciudades de la Costa Atlántica de Colombia y recorrieron muchas de las fincas de La Pintada y Santa Fe de Antioquia. “Ella siempre encontraba la forma de llevar gratis a los que no tenían el dinero para dar la cuota que recogemos. Si por ella fuera, no le cobraba nada a nadie”, explica María Luz Uribe, a quien le tocó, por la última, asumir la complicada tarea de liderar el grupo cuando Ana faltó. Es un compromiso, dice, al que apenas se está terminando de acomodar. Del buen corazón de doña Ana también disfrutaron los beneficiarios de las obras sociales impulsados por la parroquia, en donde también desarrolló un trabajo comunitario tan destacado que el párroco fue una de las personas que más lamentó su partida. Y aunque hablaba poco de su vida personal, lo que sus compañeras saben es que su gran corazón también cobijaba a todos los miembros de su familia. Al esposo que partió antes que ella y por el que lloraba cuando sonaba la popular canción El Cristo de la pared, que habla del abandono que siente el alma cuando la muerte se lleva el amor de la vida. Y a sus dos hijos y su nieto, especialmente a Fabio, su eterno compañero de vida.
“Ella siempre encontraba la forma de llevar gratis a los que no tenían el dinero para dar la cuota que recogemos. Si por ella fuera, no le cobraba nada a nadie”. María Luz Uribe, líder del grupo de adulto mayor Rosas de Oriente
El adiós de doña Ana sucedió en 2015, cuando el destino y su Dios, según lo que ella misma profesaba, quiso que partiera de este mundo luego de padecer con una enfermedad que le arrebató la vida muy pronto. Su memoria, sin embargo, está intacta en el pensamiento de su grupo Rosas de Oriente, en la parroquia de su barrio y en la Comisión de Salud. Entre la comunidad de la Comuna 8 siempre será recordada como una mujer entusiasta que supo dar su corazón para que todos tuvieran una vida mejor.
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Capítulo 2.
Años que
se llenan de
vida El sueño de los años dorados. Reportaje gráfico. Marta Inés Ochoa, una élite bañada en oro.
El sueño de los años dorados Los grupos de adulto mayor de la Comuna 8 son esencialmente espacios en los que sus cientos de integrantes encuentran alicientes para hacer su vida más feliz. Los días transcurren entre la música, el baile, las charlas, la gimnasia, la educación, la actividad social, la nostalgia y la alegría. Monserrate, el emblemático cerro oriental de Bogotá, a 3.152 metros de altura sobre el nivel del mar, está caliente, impregnado de sol Caribe, de olor a Borojó y río Atrato. Sinuoso se desliza el tantán de una tambora que obliga a contonear el cuerpo de los presentes. Son la cumbia, el currulao y el bambuco huilense la causa del calor y el ambiente festivo. En el centro de las miradas un grupo de mujeres casi octogenarias se mueve rítmico y sonriente, seductor, no del deseo, sino de la admiración. Los aplausos se alargan, intentan llegar hasta cada una de ellas en señal de agradecimiento por ese rato de alegría y, por qué no, de destreza y dignidad. Alguien, con un hilo de voz pregunta: “¿De dónde vienen ustedes? “¡De Medellín!, ¡de la Comuna 8!”, responde otra voz en medio del jolgorio. Son las integrantes del club Años Dorados, de la Comuna 8. Están allí porque invirtieron las ganancias de un premio en una gira nacional de danzas que incluyó, además de Monserrate, a Villavicencio, Zipaquirá, pueblos de Boyacá y algunos municipios de Antioquia. “Con el proceso de danzas nos ganamos un premio de la Alcaldía. Una suma de cuarenta millones de pesos, los cuales no entregaban en efectivo sino en especie, es decir, había que realizar actividades para invertir el dinero. A partir de la consecución de ese premio nos apoyó el Inder en la realización de una gira nacional para representar la ciudad con nuestro grupo de danzas, en esos viajes gastamos el dinero”, relata Maritza Niño, coordinadora de este club creado desde los años 90 en lo que se conoce como el barrio Caicedo.
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Estas mujeres —y al menos dos hombres, tan maduros como ellas— son apenas una pequeña muestra de lo que se cuece en la comuna a favor de las personas de la tercera edad, casi siempre por iniciativa de la misma comunidad que se inspira en estos espacios para darles sentido a sus vidas.
Siempre activos Los lunes, martes y jueves de cada semana se reúnen para hablar de distintos temas de formación e información. Los miércoles son para bailar. En esas reuniones también planean y determinan agendas de excursiones, bingos y actividades de integración. Del Inder reciben apoyo y acompañamiento para actividades físicas, tan necesarias y útiles cuando los años entran en montonera.
“Nos destacamos por ser muy activos. Donde nos inviten a realizar actividades tratamos de asistir siempre muy motivados y participamos activamente” Gladys Bernal, integrante Espigas Doradas.
Este uso del tiempo diario se ha convertido en un rito para estos adultos mayores. “Las personas se mantienen muy contentas, incluso cuando no viene algún profesor, lo que hacen es reunirse a conversar en el salón. Por ejemplo, durante el año 2015 no teníamos delegado por el barrio, así que yo gestionaba tanto para la comunidad como para el grupo”, enfatiza Gladys, que también participa activamente en la coordinación de intercambio de experiencias y proyectos con otros clubes de tercera edad en la Comuna 8, donde hay 41 grupos registrados. Este intercambio se hace a través de la Mesa Gerontológica. Casi todas hacen parte de la Comisión de Salud y Protección Social. A través de ella se puede conocer de primera mano el listado de necesidades que surgen naturalmente, pero también por las necesidades del entorno, en una población que sigue creciendo en tiempo pero que no se rinde en su anhelo de envejecer con dignidad y buena calidad de vida. Vacunas, prótesis, bastón, lentes, caminadores, mercados para la gente más vulnerable. Todo lo han gestionado y casi todo lo han conseguido. La lucha persiste.
La historia de la lideresa Nubia Villegas tiene un ingrediente muy particular. Llegó a la Comisión de Salud de “trampolín”. Un reemplazo terminó por ponerle en frente un camino que hoy es su vocación. “Me di cuenta que nos iban a dar gafas para los adultos del barrio, identifiqué las personas que necesitaban las gafas, las prótesis y demás necesidades que se podían cubrir desde la comisión y de esta manera empezamos a llevar los beneficios a nuestro grupo y nuestro barrio. En las elecciones siguientes me presenté como delegada y obtuve sesenta votos”.
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Solidaridad A estas mujeres líderes las une un interés que va más allá del protagonismo simple o del “hacer algo”. Se trata de la motivación, del amor por el trabajo social, de la entrega por el otro. En una palabra: la solidaridad. Un valor algo perdido en las sociedades modernas pero que en la Comuna 8 se rescata como pilar de convivencia. Es lo que representa Patricia López, quien vive en el barrio Enciso y desde hace ocho años es integrante del club Senderos de Vida. “Tengo un grupo en el barrio que era de la Fundación San Vicente, donde daban mercados, ayudas para la gente. Yo me enteré de ese grupo y me metí, yo dije: “Aquí no hay que dar pescado, aquí hay que enseñar a pescar”. A partir de esto formé mi grupo al que pertenecen treinta y seis personas, cuando sabemos que tienen verdaderas necesidades les ayudamos con ropa, mercado, en fin; pertenezco a varios grupos religiosos y sociales del barrio, a mi grupo pertenecen personas que no solo son del barrio sino también de otros sectores”. Nadie les enseñó eso. Nadie les dijo que a través de la solidaridad muchos pueblos se consolidaron como naciones. Ellas lo aprendieron del día a día, de las afugias de su propia pobreza, de las miradas de sus vecinos.
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Reportaje gráfico La única opción que no contemplan los adultos mayores que integran la Comuna 8 de Medellín es quedarse quietos. Es una manera de ganarle a la monotonía y hacer que sus años, hinchados de experiencia y el transcurrir del tiempo, se sigan llenando de vida. En el trabajo comunitario o en otro tipo de actividades como los bingos, las integraciones, las manualidades, la gimnasia y el baile transcurren las horas de los que se calculan son alrededor de 41 grupos de tercera edad en el territorio, ese conglomerado junta, por lo menos unas dos mil personas que inspiran a las generaciones venideras.
El club de vida Abuelos Alegres, con origen en el barrio El Pinal, tiene alrededor de 89 miembros activos y fue fundado hace 25 años. El club de vida Abuelos Alegres, con origen en el barrio El Pinal, tiene alrededor de 89 miembros activos y fue fundado hace 25 años.
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La gimnasia semanal es la actividad preferida por los grupos de adulto mayor de la comuna. En la foto aparecen los integrantes de Las Paisas, previo a una de sus clases.
El bingo es una actividad de ocio que practican muchos de los clubes de la comuna. Los fondos que recaudan de esta actividad son reinvertidos en el grupo. En la foto aparecen integrantes del club de vida de Los Mangos mientras comparten este momento de solaz
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El club de vida Flores de Armonía, que también pertenece al barrio El Pinal, lleva 8 años practicando la actividad de la gimnasia. El grupo cuenta con 38 integrantes.
Este grupo de mujeres llamado Caritas Felices entrena, sin falta, dos veces a la semana en su sede del barrio Villa Hermosa. El club de vida fue constituido hace 15 años.
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Tres veces por semana se encuentran para compartir sus actividades los 40 integrantes del grupo de la tercera edad Divino Niño Jesús de Praga, del barrio Enciso. Sus encuentros son religiosos desde hace más de 13 años.
Los encuentros de los grupos de la tercera edad también incluyen espacios que promueven la salud mental. En la foto, integrantes del club Reinas y Reyes de La Villa durante una jornada de capacitación con la Alcaldía de Medellín.
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Acompañarse, compartir y estar alegres es la consigna de los integrantes de los clubes de vida de la comuna. Así también son las integrantes de Rosas de Oriente, integrado por 80 personas entusiastas que se encuentran tres veces por semana a desarrollar diferentes actividades.
Entrenan tarde y noche, pero también se encuentran para contar sus historias y compartir de toda la experiencia que los años les han dado. El club Senderos de Vida abre sus puertas a 90 personas del barrio Los Mangos.
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Marta Inés Ochoa, una élite bañada en oro Esta mujer a sus 80 años entrena diariamente para representar a la Comuna en Los Juegos Nacionales de Deportistas Élite. Tiene 32 medallas y espera ir por más. Martha Inés Ochoa no sólo habla de sus triunfos como deportistas. Por el contrario, los demuestra. Antes de empezar a narrar su historia, saca un par de tarros de lata en los que guarda sus tesoros. Para más seguridad, el relato lo acompaña de un álbum en el que se pueden ver las mejores imágenes de los nueve torneos en los que ha participado. Competencias a las que asiste sagradamente cada año, desde el 2008, fecha en la que entró a ‘las mayores’.
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medallas conseguidas todas en los Juegos Nacionales de Deportistas Élite Mayores.
Entre las fotos, resalta una del primer año. Esa vez, siendo primípara, se llevó la presea de oro en natación, pese a que ni siquiera sabía las reglas del juego: “una amiga con la que fui me dijo que eso era nada más pasar la piscina de un lado a otro. Y (me dije) ¡pues, yo lo hago!”, recuerda.
“Suena el pito y me tiré. Llegué de primera, le saqué tres cuerpos a la segunda, pero no era así de fácil; el muchacho me decía, señora tiene que devolverse y no puede parar, cuando me devolví volví a llegar de primera. Al final dijeron que como era novata me la valían y así quedé campeona”, cuenta Martha entre sonrisas llenas de orgullo. Pero no todo en su carrera ha sido así de improvisado como esa competencia. Antes de llegar hasta donde está ahora, han pasado más de 38 años desde el día que empezó su rutina diaria de ejercicios, experiencia que reluce anualmente cuando compite en los nacionales.
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“Yo empecé hace muchos años a hacer deporte, porque me quedé viuda y lo único que podía hacer era caminar”, Para ese entonces, caminaba tres veces a la semana durante 45 minutos, y así, poco a poco le empezó a quedar corta la actividad. Fue en ese entonces cuando llegó a vivir al barrio Sucre, allí empezó a combinar su rutina con la natación y con cuanto deporte nuevo conocía. Nancy Osorio, su hija menor, recuerda que Martha ni siquiera sabía nadar, pero con un grupo de la tercera edad aprendió y se encarretó. Entrenaba en la piscina de la ladera, que era administrada por una caja de compensación familiar y debía pagar para usarla. Situación que cambió cuando el Inder llegó al espacio, lo cual facilitó el entrenamiento para ella y los otros 22 deportistas mayores de la zona. Martha dice que ella es su propio monitor. De una profesora que tuvo, cuando asistía a entrenamientos en el sector de La Tinaja, aprendió a medirse el pulso. Así ella sabe cuándo se puede exigir más. Por iniciativa suya, entrena con un cronómetro en mano. Por eso sabe que se demora 35 segundos en atravesar de lado a lado una piscina semiolímpica. Esto es en promedio, 12 segundos más que la mejor marca femenina en el mundo. Con la diferencia que la deportista que ostenta el record, la sueca Sarah Sjöström, tiene 24 años. Martha Inés, 80.
Triunfos y experiencias Para Martha, la edad no ha sido impedimento para practicar deporte. Dice ella, y lo confirma su hija, que cada que asiste a controles médicos le aseguran que está bien de todo y hasta ahora ningún galeno le ha recomendado que le baje al ritmo del ejercicio.
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Actualmente nada tres veces a la semana y asiste al gimnasio de la Alcaldía de Medellín otros dos días, pero eso sí camina diario. También atiende su negocio, ubicado en el centro de la ciudad, cerca de la Alpujarra. “Mucha gente me dice: estás muy vieja, por qué no cerrás (el negocio) y te vas para la casa. Yo les digo que no, que al irme para la casa me voy a enfermar”. De los cinco hijos que tuvo, ninguno le heredó el amor por el deporte, aunque ella intentaba sacarlos los domingos de caminata hasta Santa Elena, era un rito que pocos de ellos seguían. Ahora sus hijos son el apoyo y quienes están pendientes de que ella tenga todo lo necesario para seguir practicando el deporte. “Es que ir a las competencias no es gratis. Te soy sincera, hay gente que me dice, martica vení tomémonos un tinto, entonces yo les digo: no, yo te lo cobro y me lo tomo más tarde, y voy y meto la moneda a la alcancía porque yo tengo que pagar todo para la competencia”. Cuando se le pregunta por qué es lo mejor que le ha dado el deporte, dice que el orgullo de salir adelante gracias a la disciplina. Según ella, estar tan concentrada en hacer ejercicio, la alejó de vicios y malos hábitos. “A mí me tocó trabajar para levantar a mis hijos, ahora todos son profesionales, ellos estaban muy pequeños cuando enviudé, y yo tenía que madrugar para poder hacer deporte, mandar a mis hijos a estudiar y conseguir el sustento, entonces nunca pude trasnochar”, cuenta orgullosa y vuelve a mostrar sus medallas las que confirman que es una deportista bañada en oro.
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CapĂtulo 3.
Capacidades que tejen
comunidad En la Comuna 8 no hay barreras para ser capaces. En la 8 hablamos de capacidades. Ejemplos de superaciĂłn.
En la Comuna 8 no hay barreras Bajo el liderazgo de la Comisión de Salud, y con el aporte de diferentes organizaciones, en la Comuna 8 se trabaja para lograr la autonomía de la población con discapacidad. Según el Ministerio de Salud y Protección Social, en Medellín hay 60.161 habitantes con discapacidad. En cálculos rápidos, por cada 10 habitantes de la ciudad, hay dos con algún tipo de discapacidad. En la Comuna 8, la dinámica es similar al resto de la ciudad. Allí un 1.6% de la población tiene una condición diferencial, siendo las discapacidades cognitivas las de mayor prevalencia. Sobre esta base trabajan diferentes organizaciones y personas independientes, quienes entendieron la necesidad de fortalecer la autonomía de quienes tienen capacidades diferentes. Haciendo a la comuna, un territorio en el que se demuestra que no hay barreras para ser capaces.
Deporte para superar los límites El Inder de Medellín es una de las muchas entidades que ofrecen programas y servicios a las personas con discapacidad e incluye a padres de familia, cuidadores o acompañantes con actividades que ayudan a potenciar su desarrollo a través de la actividad física, la recreación y el deporte Deporte para superar los límites tiene dos componentes: actividad física regular 3 veces a la semana, con sesiones de una hora y semilleros de 11 disciplinas deportivas diferentes. La inscripción es gratuita y hay actividades en la mayoría de espacios deportivos administrados por el Inder de Medellín en la Comuna 8.
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En la 8 hablamos de capacidades Las personas con discapacidad de la Comuna 8, han mejorado su calidad de vida gracias a la participación en programas diseñados especialmente para ellos.
Leidy Tatiana Ospina Agudelo tiene 31 años y un diagnóstico médico extenso: problemas de movilidad, de habla y discapacidad cognitiva leve. Sin embargo, esto no ha sido impedimento para que ella participe en todos los procesos de formación inclusivos que se ofertan en la Comuna 8. Nidia Agudelo, madre de Leidy Tatiana, hace el recuento de los grupos en los que está inscrita la mujer. Sólo en las instalaciones del Parque Biblioteca La Ladera, Leidy Tatiana toma clases de sistemas, de cuidado de mascotas, asiste a las actividades de Deportes sin Límites que oferta el Inder de Medellín y su favorito, Estilos de Vida Saludables, en el cual aprende a comunicarse con otras personas. Según Nidia, ella le enseñó desde niña a valerse por sí misma. Por eso, a pesar de su discapacidad, Leidy Tatiana es responsable de labores de hogar. Lo que ella no pudo enseñarle, fue el lenguaje de señas pues ni ella misma lo sabía. Por eso semanalmente asisten juntas a las clases en las que distintos formadores le enseñan a ambas a comunicarse. Jorge Jiménez, es educador especial y uno de los profesionales que atienden los 8 grupos de Estilos de Vida Saludable que existen en la comuna. Según el profesional, el objetivo de los grupos, entre ellos al que asisten Leidy y Nidia, es trabajar en la formación de habilidades que permitan mejorar la comunicación y la autonomía de quienes tienen algún tipo de discapacidad.
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Los talleres tienen una intensidad horaria de dos horas semanales, dictados en puntos estratégicos para facilitar el acceso de la comunidad. En ellos se fomenta buenos hábitos de vida y el aprendizaje del lenguaje de señas colombianas, en un proceso acorde a la etapa evolutiva de los participantes.
Lengua de señas colombianas La lengua de señas es la forma de comunicación natural de las personas sordas. Está basada en movimientos de las manos, boca, cuerpo y hasta expresiones faciales. Si bien hay algunas señas universales, cada país tiene un propio código que en nuestro caso se conoce como Lengua de Señas Colombianas, que es el que se enseña oficialmente para permitir la comunicación entre la población hablante y sorda.
Jorge pone a Leidy Tatiana como ejemplo. Ella ya ha adquirido el lenguaje de señas, lo mismo que su madre, lo cual les permite tener mayor comunicación entre ellas, además fomentar la autonomía de la joven. Nidia por su parte resalta que en esos espacios le han dado importancia a su rol como cuidadora y le han facilitado su labor. Ahora, dice la mujer y lo refuerza el profesor, Leidy tiene mejor estilo de vida, está mejor en la parte física y también en la psicológica y lo que más valoran, se sabe relacionar.
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Ejemplos de superación El liderazgo de las personas con discapacidad ha permitido mayor inclusión en la comuna. Los partícipes de este proceso señalan que la formación es la solución para la autonomía económica y social. Al otro lado de la Comuna, en el barrio Las Estancias, Juan Carlos Rúa Restrepo se destaca entre la población con discapacidad por su liderazgo social. Juan Carlos lleva 14 años al frente de los procesos para quienes como él, tienen algún tipo de discapacidad y por eso como pocos conoce los logros y dificultades de la población. Juan Carlos cuenta que ha superado casi todos los problemas de la vida: Estuvo en situación de calle, fue drogadicto, tomó las armas. Pero, lo más importante de todo, es que hace 25 años cambió su vida.
“Es necesario fomentar la participación para lograr más educación y emprendimiento entre las personas con discapacidad” Luz Beatriz Atehortúa. Dinamizadora de Lectura de la Red de Bibliotecas de Medellín.
“Estuve en una silla de ruedas, Dios me puso a caminar. Estuve muy jorobado en la espalda, Dios ha hecho un proceso en mi vida”, dice con orgullo antes de empezar a hablar de los procesos sociales de los que ha hecho parte como líder en su comunidad. El que más le enorgullece de todos, fue el trabajo que se desarrolló hasta el 2016 con un grupo de 60 personas que lograron formación para el trabajo con el Instituto Técnico Metropolitano, ITM. Si bien el proceso no siguió, y cuenta que se cambió el enfoque por las clases de formación de habilidades, se logró que muchas personas salieran de sus casas y tuvieran mejor relación con el entorno. “Robinsón no salía a la calle, se mantenía encerrado en la casa y ahora sale”, cuenta y enumera otros casos exitosos, por la lista pasan Luis Ángel, Edisón, Wendy, Jessica… y en todos, asegura que han logrado tener interacción social.
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“Es que antes los padres no dejaban salir de las casas a las personas con discapacidad, primero por el orden público, después por que les daba pena, pero ese objetivo se ha logrado” señala Juan Carlos. De otro lado, también habla de las dificultades por superar en su sector: falta de espacios óptimos para las capacitaciones, dificultad para la generación de ingresos, pocos espacios para la formación académica, y sigue. Pero también recalca las habilidades, por ejemplo, que quienes se formaron con el ITM, gracias a un proceso desarrollado en 2016, lograron iniciar un emprendimiento con artesanías. Entonces el hombre también propone soluciones, dice que superando los problemas para el acceso a la educación, también se resolvería la falta de ingresos. Para él, el emprendimiento de las personas con discapacidad, sería la forma de mejorar la vida de este tipo de población.
Habilidades sociales y para la vida Luz Beatriz Atehortúa, al igual que muchas personas en la Comuna, trabaja por mejorar las habilidades sociales de las personas con discapacidad. Es licenciada en educación infantil, consultora en psicopedagoga, promotora de lectura y voluntaria en procesos de inclusión social. Desde su cargo, como promotora de lectura en el Parque Biblioteca La Ladera, Luz enseña a las personas con discapacidad el lenguaje de señas, braille y hasta Jaws, una aplicación que le permite leer a quienes no pueden ver. “Es muy importante que tengan una forma de comunicación para mejorar su calidad de vida” explica Luz Beatriz. Por ejemplo, herramientas que les permitan solicitar citas médicas de manera virtual, que conozcan sus derechos y que les facilite el ingreso a la formación académica. La profesional además explica la necesidad de que la comunidad general se involucre en estos procesos, pues, asegura que poco se logra si una persona con discapacidad aprende lenguaje de señas, pero las personas en su entorno no.
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Porro al ritmo de inclusión Durante los últimos dos años Sonia Estrada y Fausto Hernán Sepúlveda, han logrado unir en sus clases de baile a la población con y sin discapacidad, son un ejemplo de la verdadera inclusión. Sonia Estrada es una apasionada por el baile, especialmente por el porro y como impulsora de este género musical, conocía de primera fuente que en toda la comuna, y especialmente en el sector de Enciso, no había espacios para aprender a bailar ritmos tropicales. “Somos un sitio con tradición del porro, pero se está perdiendo porque los adultos ya son adultos, y no hay niños que bailen, por eso surgió la inquietud de crear estos grupos para enseñarles”, señala la mujer. Además estaba la necesidad de en entregar opciones a los niños que estaban en situación de vulnerabilidad. Así fue como empezaron el proceso que lleva ya un año y que de a poco se convirtió en el espacio para desarrollar habilidades en la población con discapacidad.
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La clase de Sonia es todo un ejemplo de inclusión. En un mismo salón se reúnen 35 bailarines, adultos y niños, personas con y sin discapacidad, y todos, al mismo ritmo, bailan los ritmos de salón. Al principio, cuenta Sonia, tímidamente empezaba a ir de una persona con discapacidad, después dos, luego tres… hasta que se dieron cuenta del gran potencial que tenían para la inclusión. Ahora, dice, cuando están dedicados al baile, todos sus alumnos son iguales. Entre los alumnos se destaca Óscar Darío Domínguez Gómez, un hombre de 39 años, con discapacidad intelectural pero con muchos años de trayectoria en baile. “Son tres días a la semana. Venimos a bailar, nos enseñan movimientos, ritmo, el compás”, señala Óscar quien asegura además que cada que sale a una fiesta se tiene confianza y saca a cualquiera a bailar.
“En la clase todos son iguales. Todos llevan el mismo ritmo, todos siguen las instrucciones, acá no hay limitaciones”, Sonia Estrada, profesora de baile.
El trabajo de Sonia, como muchos en esta comunidad, es voluntariado. De reunir niños a bailar en la calle pasaron a hacer eventos y lograron comprar dos bafles para los dos grupos que lideran en el 13 de Noviembre y el de La Ladera. El sueño es formar una gran compañía de baile con grupos de todos los barrios. Pero eso sí, uno en el que las personas con discapacidad hagan parte porque son conscientes del potencial. Ya le tiene nombre a ese sueño, se llamará Compañía de Baile Color Tropical y desde ya se imaginan las presentaciones en teatros. Dice que con eso van a sacar a todos los niños adelante. “A ellos (personas con discapacidad) nadie los tiene en cuenta, nosotros no los miramos diferente porque son muy inteligentes, tienen todas las capacidades para bailar”, dice Sonia y agrega que con la tarea se les brinda alegría y opciones de entretenimiento.
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Inspiración que se refleja en el trabajo Fausto Hernán Sepúlveda, profesor de baile en el grupo de Sonia, cuenta que cuando estaba niño, el primer profesor que le enseñó baile era un hombre sordo. Fue hace 33 años, cuando él sólo tenía 15 años, y seguía, al igual que su profesor, la vibración de la música para bailar. El profesor, además de baile, le enseñó un poco de lengua de señas. Aprendió tantas habilidades que ahora es las replica entre sus alumnos a quienes reprende, enseña y les tiene tanto aprecio porque para él lo más importante es las capacidades existentes, no las que hacen falta.
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CapĂtulo 4.
La
JAL Entre el cemento y el alma
Entre el cemento y el alma 18 barrios, 567 hectáreas, 171 mil almas. ¿A alguien le quedan dudas del universo de voces y expectativas que se apila en la Comuna 8 de Medellín? Para la Junta Administradora Local ese universo significa un trabajo sin pretensiones, con generosidad. Son las tres de la tarde y es la hora de un sol campante recostado sobre las cumbres centro orientales de Medellín. Sofocante y terco recuerda en su salida lenta que el clima ha cambiado para todos. En el parque biblioteca La Ladera, pleno corazón de la Comuna 8, está Aurelio Tobón, un nombre que no dice mucho comparado con su remoquete de Mimao, con el que abrevia protocolos de presentación entre las gentes de la comuna. De niño, Mimao sufrió poliomielitis, de la que salió caminando erguido gracias a un milagro que ni él ni la ciencia pudieron explicar jamás. Con una educación secundaria atascada en las últimas de cambio, Aurelio, el Mimao, terminó dedicado a la albañilería y al trabajo obrero, con el que afinó su curiosidad por las causas sociales en su barrio de siempre, en su comuna querida. Funge como edil desde hace más de diez años, después de toda una vida dedicada a la movilización social de sus vecinos en causas distintas como el deporte, la política partidista, el alcantarillado y acueducto, muros de contención, escaleras, andenes, gimnasios, parques deportivos, mejoramiento de vivienda, entre un largo listado de gestiones que pasan además por la convivencia entre combos rivales de la zona. Si de unir las historias de vida de los seis miembros de la Junta Administradora Local, JAL, de la Comuna 8 se tratara, entonces el cordel común sería: vocación. Ahí está Ignacio Arango, un hombre formado en parte por la filosofía y, en todo, por los negocios internacionales. Su aterrizaje en la JAL fue atemperado por el descubrimiento, cualquier día, de la inutilidad de hacer lo que no gusta. Esa modorra emocional lo condujo a un año sabático inmerso en los vaivenes de la comunidad en algún municipio lejano de la capital antioqueña. El viaje social decantó luego en su cuadra, en su barrio y, por supuesto, también en la 8.
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Ember Higuita es abogado. Vivaz y comprometido, le debe su destino actual a la política con la que jugó de niño y de adulto asumió en serio. De hecho, todos los integrantes de la JAL resultan electos por el voto y la política. Así lo determina la ley. Ember “saboreó” primero los bemoles de la Junta de Acción Comunal. En ese entonces la JAL le resultaba un poco repulsiva, distante, por autónoma y “engreída”. Pero el bicho de ser edil le picó, se metió en la contienda y salió elegido. Ahora le gusta. Más si compara y deduce que su poder sobrepasa al de cualquier concejal de la ciudad. ¿De dónde concluye eso? De sus obligaciones y las tareas cumplidas: control político a las inversiones públicas en su comuna, cabildos abiertos con la comunidad para definir y redefinir proyectos, acompañamiento a las organizaciones de base, articulación con la estructura administrativa del municipio, etcétera. Alveiro Echeverry es otro de los seis ediles. Nacido y criado en el barrio Caicedo, tiene en su memoria un largo trecho de historia vivida y nunca repetida. Primero se enlistó en la labor social de la mano de algunas organizaciones no gubernamentales, ONG, que prestaban su servicio intentando mediar en la violencia del narcotráfico y el paramilitarismo que por mucho tiempo azotó a la comuna. Su primer trabajo con la JAL lo dedicó a asesorar lo que él llama “organizaciones de base” de la comuna. Esas hazañas son de 1995. Desde esa época, y salvo con un receso entre el 2001 y 2003, Alveiro ha recorrido toda la trayectoria de la Junta Administradora Local, comprometido con temas de seguridad. “Me dediqué mucho al trabajo en los barrios más vulnerables que tenemos en la comuna, estamos hablando de Villa Tina, Santa Lucía, las Estancias, La Sierra, Villa Turbay, Villa Lilliam parte alta…me centré mucho en esos barrios porque conocía la dinámica, el contexto social y tenía unos nexos muy fuertes a nivel afectivo”, concluye.
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Gestión social Más que la gestión de obras de infraestructura y programas de formación ciudadana, la JAL esgrime como argumento superior de existencia y victoria el empeño y la voluntad con la que trabaja por la comunidad. Tras medio siglo de existencia en la vida jurídica del país, las JAL ocuparon poco a poco el espacio de los “buenos componedores”. Ese puente entre lo deseado por la comunidad y lo posible de las administraciones municipales. Es un juego democrático, en el que la voz del ciudadano busca traducirse en tangibles para los alcaldes. Y la Comuna 8 es demostración de eso con inversiones millonarias en adecuación física para sus habitantes.
“Cuando se es miembro de la JAL hay que entender que el trabajo en equipo es lo que funciona y el enseñarles a las comunidades que esa es la mejor manera de trabajar para apoyar el desarrollo”. Aurelio Tobón, presidente de la JAL de la Comuna 8.
Pero hay algo que late igual en el corazón de las JAL, menos perceptible que un andén o un servicio domiciliario. Se trata de esa cosa livianita, refrescante —más que apropiada para el solazo de la tarde— que deambula entre costado y costado del abdomen, que corre ligera a asomarse a los labios en forma de sonrisa y que ilumina los ojos como luna llena en valle desierto. Esa satisfacción del deber cumplido que describe, entre tímido y arrogante, el propio Mimao: “… entender que el trabajo en equipo es lo que funciona y el enseñarles a las comunidades que esa es la mejor
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Capítulo 5.
Formador de
formadores Asocomunal, la organización de las organizaciones. Una Policía que previene llega más que a tiempo
Asocomunal, la organización de las organizaciones Hablar de la historia de las organizaciones comunales de Villa Hermosa, es relatar la historia misma de la Comuna. Hacía la década de los 40 empezó el poblamiento de la ladera Centro Oriental de Medellín, fruto de la presión urbanística que había en la ciudad y con la urbanización, también llegaron las necesidades conjuntas. La figura que funcionó para el momento, como solución a esas necesidades, fue la de Centros Cívicos. Desde ellos, establecidos en cada uno de las zonas donde se concentraba la población de la comuna, los vecinos se unían para recolectar recursos y aportar mano de obra para hacer las mejoras que necesitaba el territorio. Bajo esta misma figura se continuo el trabajo las dos décadas siguientes, con la diferencia de que en este lapso de tiempo la Comuna 8 fue el principal receptor de la migración hacia Medellín. La fórmula es simple: a más población, más se requerían vías de acceso, zonas de recreación, redes de acueducto y alcantarillado. Pero también, a más población, más organización comunitaria para logarlo.
Cambió la figura pero no el liderazgo Hacia la década de los 60, un mandato nacional obligó a los Comités Cívicos a trasmutar en las Juntas de Administración Comunal tal como hoy las conocemos. Los primeros regidos por la Sociedad de Mejoras Públicas y los segundos por la Administración Municipal. Aunque cambió el modelo, los liderazgos continuaron. Según se lee en la investigación titulada De Centros Cívicos a Juntas de Acción Comunal. El cambio de modelo de gestión y participación barrial en Medellín en la segunda mitad del siglo XX1 , las antiguas Juntas Cívicas empezaron a convertirse en juntas y los mismos líderes que venían impulsando el desarrollo de la población, fueron los elegidos en la mayoría de los casos. Moreno Orozco, Juan Carlos. (2014). De Centros Cívicos a Juntas de Acción Comunal. El cambio de modelo de gestión y participación barrial en Medellín en la segunda mitad del siglo XX. Estudios Políticos, 45, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, pp. 185–203.
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El modelo, según la misma investigación, cambió también la forma de relacionamiento entre los líderes comunitarios y los estatutos de poder. Así fue como cada junta empezó a hacer parte un entramado político y a obtener por medio de esas relaciones electorales los recursos para sus obras. Amantina Rengifo, actual presidente de la Asocomual, recuerda los sin sabores que dejó en el imaginario común los auxilios parlamentarios. Unos subsidios entregados para el funcionamiento de las juntas, que además estaban ligados a los procesos electorales de la ciudad y del país. “Cada político tenía su junta y si no ganaba, pues no aprobaban proyectos en la zona”, agrega José Gabriel Marulanda, actual presidente de la Junta de Acción Comunal de 13 de Noviembre, quien vivió de cerca ese proceso. Acabados los auxilios parlamentarios, y ya con un modelo de financiación de obras por medio del Plan de Ordenamiento Territorial, bajo el cual la Administración comenzó a gestionar los proyectos necesarios en los barrios, dice Amantina y respalda José Gabriel, las Juntas quedaron con una mala imagen que hasta ahora tratan de resarcir con trabajo y esfuerzo.
Más cambios para los cambios Ya con un nuevo modelo, las Juntas de Acción Comunal se dieron cuenta de que no tenían apoyo. “La Secretaría de Desarrollo venía y nos pedía informes, miraba las planillas y nada más”, se queja Amantina Rengifo. Además, los entonces 22 presidentes de las Juntas existentes en la Comuna 8, empezaron a analizar otra situación: tenían dentro de la estructura organizativa unos delegados para Asocomunal, pero no había Asocomunal y así fue como comenzó el trabajo para crearla.
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Sobre ese proceso, Amantina recuerda que era casi un trabajo clandestino. Sólo los líderes comprometidos se reunían para recibir asesorías jurídicas, los sábados y domingos. Todo en medio de las realidades que vivía toda la Comuna y la ciudad en general: existencia de grupos de Milicias, inicio de la toma de grupos paramilitares… entre otras, que terminaron por influir en las organizaciones y por ende, a incidir en Asocomunal. Para el 2005, después de muchas asesorías, reuniones, encuentros, los presidentes de las Juntas de Acción Comunal se comprometieron a crear la organización de las organizaciones pero entonces otros factores por poco terminan por acabar con el sueño.
Una lucha femenina Recuerda Amantina Rengifo que fueron las mujeres quienes más impulsaron ese proyecto, pero a muchas el impulso les llegó hasta mitad de camino. “les decían que eso no era para mujeres”, cuenta la líder. O muchas decían que no podían salir y dejar la casa sola. Como anécdota, María Jael Sánchez, otra de las fundadoras de Asocomunal, cuenta que el día de la creación, faltaba quorúm, por eso buscaron a las tres personas (todas mujeres) que no habían asistido.
“El ser líder comunal es algo que se lleva dentro de uno mismo. Uno puede aumentar el liderazgo a medida que va trabajando, pero esto primero lo lleva uno en la sangre para aguantar tantas cosas” Amantina Rengifo
Una de las faltantes contó que el esposo la había dejado encerrada. No la dejó salir porque no estaba de acuerdo con que descuidara su casa por dedicarse a la organización comunal. Al final una mentira la sacó de la casa y se sublevó, a juzgar por el hecho de que siguió en el tema de participación comunitaria y al día de hoy sigue siendo una de las líderes. En esa primera elección, siguiendo el mismo esquema de los liderazgos comunales de aquel entonces, el presidente y vicepresidente eran hombres y sólo la secretaria fue una mujer, pese a que ellas eran mayoría. Ahora, explica la Presidente de la organización, los papeles cambiaron. Las mujeres retomaron su liderazgo y no sólo Amantina es la cabeza de la organización, sino que en la junta hay una predominancia femenina.
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Función de Asocomunal Angelino Suserquia, Presidente de la Junta de Acción Comunal de Sol de Oriente, explica que Asocomunal es la organización que reúne a todas las Juntas de Acción Comunal de la zona. Para él, el principal trabajo de la entidad, es capacitar y apoyar el trabajo de los líderes comunales, entregarles herramientas para poder ejercer sus funciones dentro de las Juntas. Amantina Rengifo, asegura que ese fue el gran logro, reunir a todos los presidentes de las juntas, que en la actualidad suman 33, para hacer que todos trabajen por la misma causa. “Funcionamos con la misma pirámide organizacional que tienen las juntas: presidente, vicepresidente, secretario” explica Amantina. Pero, a diferencia de las primeras, en ésta hay comisiones que además son el canal de comunicación con la administración municipal.
3 barrios, de 36 existentes en la 8, no tienen en la actualidad Juntas de Acción Comunal, estos son: Sucre, San AntonioLa Torre y Las Mirlas, las dos últimas por problemas de orden público.
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Otro de los puntos claves para Asocomunal son las unidades productivas, que permiten ejecutar proyectos o hacer intervenciones, logrando recursos para el sostenimiento de las mismas. En parte por ser una organización de segundo nivel, que tiene injerencia en toda la comuna. En parte por la falta de recursos para sostenimiento. En otra parte porque los espacios asignados por la Administración eran poco adecuados para sus necesidades. El caso es que Asocomunal nunca tuvo sede propia.
Situación que cambió en el 2017 con un espacio en el Colegio Fe y Alegría. Institución que desde hace cinco años no tiene ocupación por parte de la Secretaría y estaba empezando a ser vendida por lotes por los grupos armados para la invasión de familias extranjeras presentes en el territorio. Ahora los integrantes de Asocomunal están a la espera de que oficialmente se les entregue el espacio en comodato. Aseguran que es un punto central, de fácil acceso desde todos los sitios de la comuna y cumple con los requerimientos.
También como mediadores Al hablar de los logros de Asocomunal, los líderes afirman categóricamente que esta organización ha servido para legitimar la presencia institucional en la Comuna. Pues, gracias a su trabajo, los proyectos para el desarrollo han sido una realidad, y además, han sido mediadores con los sectores armados. “En épocas de violencia, nosotros eramos los únicos que íbamos y les decíamos a los armados que eso que estaban haciendo no era así”, dice Amantina Rengifo, quien asegura que incluso fueron mediadores en pactos de no agresión entre combos.
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Una Policía que previene llega más que a tiempo Las estrategias comunitarias, adelantadas por la Policía Nacional en la Comuna 8 benefician a 4 mil personas, aproximadamente, cada año. Sus acciones se enfocan en la educación y la prevención, son el componente más cercano a los vecinos. Curarse mientras se esté en salud, poner la lupa a los problemas sociales y llegar con soluciones antes de que ocurra el daño. Esta labor tan primordial es la que adelanta el Proceso de Prevención y Educación Ciudadana de la Policía Nacional, lo que anteriormente se conocía como Policía Comunitaria. Wilson Alarcón, Luis Sosa y Kevin Ramos son los patrulleros a cargo de esta labor en la Comuna 8. Aunque es de aclarar que los más de cien efectivos de la Estación Villa Hermosa atienden y apoyan estas acciones con las comunidades, son estos tres policías los que van calle arriba y calle abajo hablando con la gente, recibiendo las solicitudes de ayuda social y siendo el puente más cercano entre la institución y los habitantes de la ladera centro-oriental de Medellín. Alarcón trabaja de lleno en el programa y en la comuna desde hace 3 años. Define estas estrategias de la Policía Nacional como la implementación de los procesos de capacitación de cara a los vecinos y a las sociedades, que requieren asistencia para su desarrollo. Con diferentes metodologías, los patrulleros dan a conocer la Ley 1098, o Código de Infancia y Adolescencia, y la Ley 1801, o Código Nacional de Policía y Convivencia. Son varias las tareas que se adelantan en los barrios.
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La importancia de lo social De todos estos programan se benefician anualmente unas 4 mil personas, a las cuales les llegan alguno de los procesos. Alarcón resume los logros en: número creciente de jóvenes que participan y dinamizan los procesos; alianzas entre la comunidad, las instituciones y la policía para el bien común y el desarrollo social; aceptación y credibilidad de estos programas sociales por parte de los vecinos, que cada vez más acuden a buscarlos para la realización de las diferentes actividades; y las comunidades buscan sus conocimientos para replicarlos en el resto de su territorio. “Se ha dado un reconocimiento a la Policía Nacional en esa parte social”, puntualiza Alarcón, quien destaca la legitimidad fuerte y consolidada de esta iniciativa.
En el año, unos
4 mil habitantes
de la Comuna 8 se benefician con los programas sociales de la Policía Nacional.
Esto, para los patrulleros, ha sido lo más valioso de este proceso: ver la respuesta de la comunidad y el reconocimiento de la presencia institucional en los espacios y encuentros de la Comuna, la misma que califica como receptiva ante los procesos que se dirigen hacia su desarrollo y que lograron ver en la Policía Nacional un actor fundamental, cercano en lo social, como un vecino más, como un promotor educativo y cultural y un generador de desarrollo. “Tenemos un radio de acción desde Llanaditas hasta La Sierra, desde Caicedo hasta el Batallón Bomboná en Villa Hermosa. Llevamos el tema de educación al ciudadano en cada punto en que nos encontramos”, el subintendente Wilson Alarcón resume así la gran labor diaria de su institución en la Comuna 8, con acciones pensadas y ejecutadas desde su componente comunitario.
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CapĂtulo 6.
Reconstruyendo
la memoria La 8, historia de una planificaciĂłn y apropiaciĂłn del territorio. Transporte, la historia del desarrollo comunitario. Atractivos y servicios de la Comuna 8. 52
La 8, historia de una planificación y apropiación del territorio La distribución de los barrios, adecuación de espacios, construcción de viviendas y en general, toda la planificación de los barrios que conforman la comuna son el reflejo de la manera como sus habitantes se integran al territorio. Si hay algo que reconocen quienes han hecho parte de los procesos de planeación territorial en la ciudad, es que en pocas comunas como Villa Hermosa, la población tiene tanta apropiación de su territorio y están tan comprometidos con la planificación territorial. Según Françoise Coupé, exintegrante del Concejo Municipal de Planeación de Medellín, la apropiación de hoy es el resultado de la historia misma del territorio: barrios sin planificación durante su urbanización, dejando como resultado vacíos en su urbanismo, los cuales, con el compromiso de sus líderes, se están supliendo. Para entender este proceso es preciso volver al inicio. En los documentos oficiales de la Alcaldía de Medellín, se lee que esta comuna fue urbanizada en su gran mayoría durante las décadas del 50 y 80. Iniciando por el costado Norte de la ladera: Llanaditas y Los Mangos, continuando por el Oriente: Villatina, y posteriormente, en los años 2.000, la parte alta: Golondrinas y 13 de noviembre. Estos territorios se dividen en tres estratos socioeconómicos, los cuales, según Carlos Velásquez, integrante de la Mesa de Vivienda de la Comuna, corresponden a su modelo de construcción: invasión, loteo y urbanización, siendo las invasiones los estratos socioeconómicos 1, loteo el 2 y urbanización el 3. Françoise Cupé explica que esa división además está muy marcada en el territorio. Los barrios de la parte baja de mayor estratificación y disminuye a medida que se alza la pendiente de la ladera. La investigadora social, explica esa división desde el ejemplo de Villatina, un barrio que cuando ella lo conoció, en los años 60, comenzaba su poblamiento fruto de una urbanización ilegal, y de alguna forma, permitida por el estado que no puso freno a este proceso. Estos urbanizadores privados lotearon los terrenos y fueron quienes planificaron las vías y otros espacios comunes.
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Así como la Administración omitió hacer control sobre la parte media, los urbanizadores fueron permisivos con la parte alta. En los sitios en los que no era viable la construcción de vías de acceso se toleró la invasión de territorios y así se crearon los barrios del borde de ladera, en donde nadie, ni urbanizadores ni planificadores, ordenaron el territorio. “No es lo mismo construir mi casa de frente a una calle, o las escaleras que dan acceso al sector, que hacerlo de espaldas”, dice Françoise y agrega que esos referentes fueron necesarios para la planificación del territorio actual.
Villatina, experiencia que marcó la planificación territorial La tragedia de Villatina, ocurrida en septiembre de 1987, marcó para siempre la vida de la Comuna. No sólo por la pérdida de más de 500 vidas, sino porque esa experiencia fue el punto de quiebre que hizo entender a la Administración Municipal y a la misma comunidad, que se necesitaba planificar el territorio. Como parte de la solución, entidades estatales construyeron barrios como Limonar 1 y 2 y Villa Café, entre otros, en zonas externas a la Comuna, que sirvieron para reubicar a la población en alto riesgo. Dentro de ella, comenzaron a fortalecerse las organizaciones comunales que hicieron el trabajo de planificación en el territorio, en conjunto con entidades estatales. A la par con el desarrollo de planes de mitigación del riesgo, como el ocurrido en el barrio 13 de noviembre, que permitió superar los problemas estructurales, y de paso, ayudar a la consolidación del territorio.
Nuevo siglo, nuevos retos Pese a que la Comuna 8 fue la principal receptora de los procesos migratorios que vivió Medellín, el inicio del siglo XXI significó un cambio para el territorio pues se intensificó una ola de urbanizaciones ilegales e invasiones, como respuesta al recrudecimiento del conflicto armado en el campo.
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Según el análisis de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, Codhes, entre los años 2.000 y 2.002, el país alcanzó las cifras más críticas de desplazamiento. Sólo en el primer año del nuevo siglo unas 308 mil personas salieron de sus hogares, siendo Antioquia el departamento con la cifra más alta de desplazados, alcanzando a 35.184 víctimas, muchas de las cuales fueron a parar a la Comuna 8. En respuesta a este fenómeno, durante la primera década del siglo, en la parte más alta de la Comuna 8, la cual todavía tenía espacios libres, terminó la urbanización. Al punto que hoy, en el imaginario colectivo de los habitantes, se habla de 36 barrios, pese a que en planeación municipal sólo estén reconocidos la mitad. Es decir, 18 barrios, fueron construidos como parte de ese reciente proceso de urbanización. Pero también la infraestructura cambió gracias a la intervención municipal. El nuevo siglo también significó que la ciudad mirara hacia la ladera centro oriental y se construyeran allí nuevos referentes de infraestructura como dos Unidades de Vida Articulada, Uvas, la intervención del Jardín Circunvalar con dos caminos: De la vida y Ruta de Campeones, y en la actualidad la Linea H de Metrocable, del sistema Metro de Medellín.
Empoderamiento de las comunidades Como respuesta a esos nuevos retos, la falta de servicios públicos y condiciones de habitabilidad necesarias, la comunidad además formó líneas organizativas para pensar y planear el territorio desde ellos y para ellos. De ese trabajo surge la idea como la que recalca Francouise Coupé, sobre como pocas comunas de la ciudad tienen organizaciones tan fuertes y tan apropiadas del territorio. Carlos Velásquez, integrante de la Mesa de Vivienda, una de las mesas que se crearon para planificar el territorio, es enfático en decir que en cualquier otro lado de la ciudad los líderes siguen pensando en su cuadra. En cambio, en la 8, los habitantes piensan en todo el territorio y como una acción afecta positiva o negativamente todo el entorno.
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Las percepciones de Coupé y de Velásquez están respaldadas en números. En mayo de 2014, cuando se votó para incluir los proyectos del Plan de Desarrollo Local en el Plan de Ordenamiento Territorial, la comunidad movilizó a más de 2.400 personas, una cifra similar a la obtenida en las votaciones del 2016. En voz de algunos líderes, esa visión que tiene la comunidad, no siempre concuerda con los planes que para la comuna se designan como parte de la planificación del territorio. Lo cual se explica algunos reclamos sobre las recientes intervenciones oficiales recientes en el territorio. Sin embargo, líderes, comunidades y planificadores concuerdan en que se necesita una concertación entre todos para seguir construyendo una comuna que dignifique los derechos de quienes la habitan. Ahí está el reto para los próximos años.
Referentes que marcan territorio Dentro de todo ese proceso de construcción, el asunto religioso fue decisivo para la planificación y zonificación de la Comuna. Tal como explica Diego Andrés Ríos, uno de los integrantes del equipo de socialización del Plan de Ordenamiento Territorial, muchas de las parroquias sirvieron como referente visual, pero también como integradoras de territorio. Diego cita como ejemplo el templo de la Sagrada Familia en Villa Hermosa, en comparación con la del barrio Las Estancias, que se construyó por etapas y no alcanza el aspecto monumental que sí tiene la primera. “De ahí para adelante se han creado muchas (iglesias), pero ninguna con la sensación de lo iconográfico”, puntualiza Diego.
En los grandes núcleos de población, se construyeron las parroquias. Las cuales dependiendo de su tamaño y antigüedad, también son muestra de los contrastes propios del territorio.
Esas iglesias y sus construcciones también marcaron las dinámicas de poblamiento de los núcleos poblaciones que han mutando, al punto que el Plan de Desarrollo Local de 2008, en esta comuna, reconoce que una es la zonificación establecida por la administración y otra como la sienten y viven sus habitantes.
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Diego explica que esos núcleos cambian. Un punto como La Estrechura, que es la vía de acceso al sector oriental de la Comuna, hace 60 años pertenecía al barrio Las Perlas, hace 40 a Las Estancias, y hoy es conocido como parte de Caicedo. En ese mismo sentido Diego pronostica que en los próximos años, la parte alta vaya a terminar por llamarse sólo Villa Sierra, como resultado del nombre que se le dio a la nueva estación del Metro Cable, que integra a los barrios Villa Liliam y la Sierra.
Transporte, la historia del desarrollo comunitario Siete empresas de transporte público colectivo están autorizadas por la Secretaría de Movilidad para cubrir las rutas de la Comuna 8. De ellas, 5 corresponden a cooperativas legalizadas en el 2003 y aunque sus historias tienen singularidades, el factor común es que el servicio es el resultado de la urbanización de los barrios. En la foto que cuelga de la pared de su oficina, Juan Gonzalo Merino luce de cinco años, está parado sobre un bus de Transportes Villa Hermosa y sobre sus hombros se ve el cerro Pan de Azúcar verde, sin urbanizar. Por aquel entonces, la empresa de la que era afiliado su padre, era la única autorizada por la Secretaría de Movilidad de Medellín para cubrir la ruta desde Villa Hermosa hasta el centro de la ciudad. La ruta, la única ruta posible, era desde el barrio Gaitán, pasando por el parque de Villa Hermosa, hasta el Pedrero, la plaza de mercado de la época. Justo en el final de la ruta estaba también la Estación Cisneros del Ferrocarril y allí mismo llegaban todos los buses municipales e intermunicipales en la década del 50.
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La razón del recorrido no puede ser más lógica. Era lo que había y lo que se necesitaba. Explica Juan Gonzalo Merino que las personas en los barrios necesitaban llegar al centro y los buses sólo podían llegar hasta donde había vía, por eso el trazado era una simple correlación de posibilidad y necesidad, tal como hoy. Merino explica que Flota Villa Hermosa empezó como todas las demás empresas de transporte público colectivo de pasajeros: con uno o dos vehículos, y a medida que se necesitaba más frecuencia fueron agregando más buses. Ellos particularmente comenzaron con un híbrido entre bus escalera, con carrocería en madera y con cuatro bancas. A los pocos años, aumentaron a ocho bancas, y antes de empezar la década de 1970, con la llegada de la industria siderúrgica, mutaron a buses construidos en lámina. En 1971, hubo un cambio en la autorización del servicio y los mismos dueños de buses afiliados a Flota Villa Hermosa, crearon la Flota Nueva Villa, que actualmente tiene cuatro rutas y moviliza diariamente unas 25 mil personas.
Vías y rutas, una simbiosis Cuenta Juan Gonzalo Merino que hasta donde la comunidad hacía sus vías, llegaba la ruta. Por ejemplo en el inicio de operaciones, no existía Mon y Velarde, la vía que pasa por el frente de la Clínica El Rosario en el barrio Los Ángeles, por eso los buses subían por Sucre o Ecuador, dando la vuelta por San Martín. “Después nos hicieron más vías, y por eso vamos allá, si hoy en día nos ponen vía hasta Santa Elena hasta allá llegamos” dice refiriéndose a todo el gremio transportador. Según explica, en los barrios con alguna planeación, el trazado de las vías se hizo pensando en el servicio. Cosa contraria en las zonas de invasión en donde los comités de vecinos ampliaron las vías esperando únicamente que entrara un carro pequeño.
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Con la urbanización de Enciso, llegó a la comuna la empresa Copatra. Y en la parte baja de Caicedo, operaba exclusivamente Flota la V, del barrio La Milagrosa. Pero a medida que se construían más y más barrios en la ladera, con vías de difícil acceso para los vehículos grandes, aparecieron unas cooperativas para suplir la necesidad de transporte.
“Esas curvitas de las rutas, no son capricho del transportador, son hechas a la necesidad de las comunidades. De las cuadrillas que construyeron y de la gestión de los habitantes para hacer sus propias vías” Juan Gonzalo Merino “Llegaron Cotransmalla, Contransi, Cotrascovi y otras, que fueron legalizadas en el 2003, pero ellos hablan de hasta 30 años de servicio”, explica Juan Gonzalo que todo con el concurso de las comunidades, en todos los casos, a medida que se construyen vías se extiende la ruta o se abren otras nuevas. Ahora no son los únicos. En la actualidad en la Comuna 8 también existe nuevos medios de transporte los cuales, como en los anteriores casos, fueron creados atendiendo las necesidades de los habitantes. Es el caso de la Línea H del Metro Cable, que entró en operación en el 2016 y el Tranvía de Ayacucho el cual tiene su estación terminal en el territorio. Se calcula que en la ciudad unas 850 mil personas se movilicen diariamente en transporte público colectivo, incluyendo los masivos: Metro, Metrocables, Tranvía y Metroplús, de esos al menos 240 personas son de la zona centro-oriental de Medellín. Juan Gonzalo Merino es enfático en decir que para todos hay espacio. Por eso seguirán creciendo. El transporte al fin de cuentas, es la respuesta a las necesidades de los habitantes.
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Atractivos y servicios de la Comuna 8
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CapĂtulo 7.
Memoria
imborrable Jairo Maya, un lĂder inolvidable
Jairo Maya, un líder inolvidable “Le cabía toda la comuna en su corazón, siempre clamaba por la organización, era un tejedor en medio de lo inhóspito del contexto, soñaba con redes, con mesas que facilitaran una construcción i democrática del territorio”, Gerardo Pérez H . A Jairo Maya no le alcanzó la vida para realizar todos los planes que tenía la Comuna 8, pero es posible que a la comuna si le alcance el recuerdo de Jairo, para continuar con su legado de transformación integral. El 23 de marzo de 2016, con tan solo 40 años, un infartó al corazón apagó la vida de este líder, pero no con sus ideas. Esas mismas que hoy son realidades en cada uno de los rincones de cada uno de los 36 barrios, en donde se han implementado las propuestas de mejoramiento integral y reconocimiento de los derechos de sus habitantes. Jairo tenía toda la comuna en la cabeza. Conocía como pocos las realidades de lo que ocurría en cada esquina, en cada sector. Él era el encargado de conciliar y articular el trabajo de todas las organizaciones sociales en pro de un mismo objetivo. Quizá por eso, personas como Carlos Velásquez, integrante de la Comisión de Vivienda, no dudan en llamarlo como el Papá de la 8. No hay un consenso sobre cómo empezó el liderazgo de este hombre de tez morena, risa fácil, mirada crítica. Lo que sí recuerda José Gabriel Marulanda, es que ese espíritu de rebeldía ya lo empezaba a demostrar desde los años de formación en el Liceo de la Universidad de Antioquia. José Gabriel, compañero de estudio y vecino de Jairo, dice que quizá desde esa formación adquirieron el sentido crítico y el impulso social. Este hombre recuerda que desde ese entonces Jairo era rebelde, pero una rebeldía desde la palabra, una rebeldía que se resistía a aceptar las injusticias.
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http://alponiente.com/a-jairo-maya/
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“Él decía que teníamos que empoderar a la gente”, cuenta José Gabriel. En ese proceso de formación de líderes, abanderó causas tan importantes como pedirle a los grupos armados que se hicieran a un lado para permitir el progreso de la comunidad. “Casi se lo llevan, pero siguió trabajando, aun así no le alcanzó el tiempo para todo lo que tenía que hacer”, lamenta José Gabriel. Los logros de él, eran los logros de la Comuna en pleno. Fue el primero en hablar del Plan de Desarrollo que fue aprobado para la comuna en el 2007 y 2013, el impulsor de una política pública de transformación integral de barrios y fue el articulador del Plan de Desarrollo. “Él siempre estaba pensando a futuro. Nosotros hacíamos el plan de trajo anual y él ya estaba pensando en varios años a futuro”, asegura Carlos Velásquez, quien, al igual que José Gabriel, también lo describe como un gran rebelde. “no de tomar las armas, porque él era muy crítico de las guerrillas, pero si un rebelde en la vía del dialogo la concertación”
El amigo, el maestro Gisela Quintero, líder de la Mesa de Desplazados, confiesa que la primera vez que vio a Jairo Maya no le causó buena impresión. Ella estaba recién llegada a Pinares de Oriente, y justo al frente de lo que sería su casa, se celebró una elección de presupuesto participativo la cual él lideraba. “Fue un domingo a las 4:30 de la tarde”, Gisela recuerda la hora y hasta la ropa que él llevaba puesta: unos mochos (pantalones cortos) azules, camiseta de la Junta Administradora Local, JAL, cachucha. Pero lo que más conserva de aquel día fue la manera como la encaró cuando se le presentó, y le preguntó el por qué estaba viviendo en un terreno de invasión. Era un hombre parco de entrada, dice Gisela. Aun así, días después y con más confianza, comenzó la amistad. “Le conté mi vida, de donde venía, por qué estaba acá y él empezó a moldearme, siempre estuvo para acompañarme, cuando hacía algo mal hecho me decía eso no se debe hacer” dice la mujer, quien además, bajo su batuta, organizó la primera Junta de Acción Comunal de Pinares de Oriente.
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Al igual que esa primera vez, Gisela aprendió a conocer en su mirada su estado de ánimo. Sabía cuándo llegaba a su casa respirando fuerte y con las cejas arqueadas, que tenía alguna dificultad. Gisela también sabía que Jairo era impulsivo, por eso fue que dejó abandonado un cargo de oficina en la Alcaldía, “un día a mitad de semana él decidió que no era lo suyo y simplemente salió a volver a caminar la comuna”, relata. Carlos Velásquez, reconoce también que no era el hombre más saludable. Comía grasas en exceso, fumaba, no hacía ejercicio. Pero compensaba su falta de cuidado con su ser, caminando como pocos la comuna. “Cada reunión de él era en la calle, y siempre estaba para los recorridos con universidades, con ONG, con organizaciones”, asegura Carlos. Carlos y Gisela, quienes hacían parte del Comité de Gestión del Plan de Desarrollo, aprendieron a conocerlo tanto, que conocían que el ánimo de Jairo siempre estaba alto, aún pese a los embates de la enfermedad. También sabían que las injusticias lo molestaban, por eso luchaba cada que llegaba un proyecto que no tenía una verdadera articulación con la comunidad y se tomaba todo problema como propio. Ambos lo acompañaron cuando le dio un preinfarto, un año antes de su muerte y cuando tuvo un ataque de fiebre en plena reunión, ocho días antes. Recibieron sus concejos y los planes que él tenía para los próximos años. También estuvieron para acompañar a su esposa y su familia cuando partió de este mundo y son dos de las tantas personas que continuarán el legado de este líder. Dicen por ahí que no muere a quien se recuerda, por eso Jairo Maya, vivirá eternamente en los recuerdos imborrables.
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CapĂtulo 8.
De grilletes
a libros La ladera pasado y presente, de grilletes a libros. Villa Esperanza es una sobreviviente.
La ladera pasado y presente, de grilletes a libros La Cárcel Celular de Varones La Ladera fue todo para el barrio que lleva el mismo nombre: sitio de referencia, fortín, lugar de temor, fuente de economía y hasta los llevó a la pantalla grande cuando se filmó allí parte de “Bajo el Cielo Antioqueño”. Fue en 1921 cuando el arquitecto belga Agustín Goovaerts inició la construcción del sitio de reclusión para los delincuentes de la época en la ladera Centro Oriental de la ciudad, en un espacio que empezaba a poblarse y que todavía conservaba las mangas de pastoreo y cultivos. El terreno donde fue construida la cárcel fue adquirido desde 1914 por la Gobernación de Antioquia, entidad que asignó al afamado arquitecto Goovaets, el responsable de la edificación de otros sitios emblemáticos de la ciudad como el Palacio de la Gobernación de Antioquia, para que adecuara una casa existente para reclusión de los presos. Martha Ligia Jaramillo, recuerda que su vivienda, ubicada al pie de la colina, colindando con la cárcel, era de las pocas que existían. Desde el balcón, esta mujer, que para aquél entonces tenía un poco más de 10 años, observaba los movimientos de las garitas de los guardianes que era lo único que sobresalía de la construcción. Si bien la cárcel comenzó a construirse en el año 21, fue hasta finales de 1923 que inició su operación, aún sin terminar las obras. El primer director del establecimiento fue el señor Julio Viana, quien era el responsable de las penas alternas que cumplían los condenados: obras de construcción externas, entre ellas el Estadio Atanasio Girardot; y trabajos al interior del penal como elaboración de materias primas. Óscar Alzate, habitante del sector, era asiduo visitante de la Cárcel y recuerda cómo era la vida al interior de las barandas. Él entraba a llevar el material que enviaba su padre, dueño de uno de los primeros depósitos de la zona, para que los internos fabricaran bloques de concreto que servirían para construir la mayoría de las casas que urbanizaron la comuna. Martha por su parte, nunca pasó de los puntos de guardia y sus recuerdos son lo que vio desde la parte alta de los patios. “Yo subía, entraba a la cárcel por la parte de atrás, después de un tiempo me hice novia de uno de los guardias y entraba a hacerle la visita”.
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Ambos, integrantes de la Oraloteca, un grupo que pretende reconstruir la memoria histórica de los barrios circundantes al Parque Biblioteca La Ladera, recuerdan el hacinamiento y los problemas que trajo para los barrios cercanos la construcción. En los registros oficiales hay cifras que comprueban la percepción de estos vecinos: fue construida para albergar a 800 personas y llegó a tener 3.400 internos. Los problemas allí también eran a la orden del día. Martha por ejemplo recuerda como más de una vez su casa terminó siendo escenario de batallas por recuperar a los internos que se fugaban de la cárcel, también recuerda el barrio se hacía inseguro cada que había una pelea de esas que solía presentarse al interior de la Ladera, con heridos y muertos. Ofelia Ruíz, habitante del sector de Cocondo, del barrio La Ladera y una de las participantes de la Oraloteca, también rememora esos problemas. Recuerda por ejemplo, la vez apareció un interno recién escapado, en la sala de su casa amenazando a su madre. Dice que hasta allá legaron los guardas a recapturarlo pero la tranquilidad se fue para siempre en su hogar con esa situación. “La inseguridad por acá era tremenda, uno no podía dejar nada mal puesto porque se desaparecía”, cuenta Ofelia, quien vio poblar los sectores vecinos con personal cercano a la cárcel, los guardias, los familiares de los presos, quienes hacían los alimentos, todo tenía que ver con la cárcel.
“Me encantaba quedarme hablando con ellos. A muchos los conocía desde la calle”, dice Óscar, quien además recuerda que varios de los presos al salir se quedaban viviendo en el barrio.
Martha por ejemplo, después de tanto entrar de ‘contrabando’ a la cárcel, fue una de las tantas personas del sector que terminaron encontrando su fuente de empleo en La Ladera, luego de que fuera contratada para laborar en la cocina del penal. Ella cuenta que llevaba poco tiempo laborando cuando anunciaron el traslado del sitio de reclusión. “A todos los vecinos nos reunieron y nos dijeron que se acababa La Ladera, que lo hacían por protegernos, porque como ya había tantas casas esto se había vuelto peligroso para nosotros”, recuerda Martha quien en 1976, vio partir la cárcel, los internos, los guardas, entre ellos el que era su novio, rumbo a Bellavista.
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“Nos hicieron encerrar, nadie podía salir de las casas. Vinieron por ellos en volquetas, en camiones, hasta en el carro de la basura se llevaron a esa gente”, recuerda Martha sobre el día del traslado.
Nuevos aires para el sector. El abandono de la Cárcel La Ladera no significó un decrecimiento de la población de los barrios vecinos. Al contrario. La salida de la cárcel fue el impulso para que se terminara de urbanizar la zona. Ya para la década de 1960 se habían construido las urbanizaciones y barrios Mónaco, Departamental, Villa Alejandra, Alcazar de Sucre, Mirador de Bostón y Villa Barcelona en La Ladera. La mayoría de ellas dirigidas a los empleados oficiales de la Alcaldía y Gobernación. En la zona, también se instalaron algunos proyectos de vivienda para familias de bajos recursos auspiciados por fundaciones de origen católico y en general, est sector fue un sitio de expansión urbanística. El terreno que dejó libre la cárcel, incluso fue utilizado por algunas personas para urbanizar allí sus casas, al menos los terrenos destinados a cultivos, y en lo que era propiamente La Ladera, la Administración Municipal construyó varias canchas de fútbol, una placa polideportiva y una piscina para el disfrute de la comunidad.
“En Manrique había un inspector al que le decíamos el treintazo, ese cuando lo cogía a uno de noche en la calle o por lo que fuera, lo mandaba a pagar 30 días a la ladera”. Óscar Alzate.
Volver al pasado y encontrar el presente Con la intensión de renovar el urbanismo, y volver a convertir a La Ladera en punto de encuentro de la comunidad. Pero esta vez, en vez de rejas y grilletes, alrededor de los libros, en 2006 comenzó la construcción del Parque Biblioteca León de Greiff.
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Para su construcción, el arquitecto barranquillero Giancarlo Mazzanti, integró los vestigios de la antigua edificación, con el nuevo edificio, de tres espacios y el cual cuenta con todas las garantías de accesibilidad para las personas con discapacidad. La obra fue inaugurada el 17 de febrero de 2007, en el espacio que antes fuera el casino de los guardas de La Ladera. Y aún se conserva el arco de entrada a la antigua cárcel, el mismo que se puede ver en la “bajo el cielo Antioqueño”, a manera de ejemplo de cómo el pasado y el presente se unen en el mismo lugar. Ya para la década de 1960 se habían construido las urbanizaciones y barrios Mónaco, Departamental, Villa Alejandra, Alcazar de Sucre, Mirador de Bostón y Villa Barcelona en La Ladera. La mayoría de ellas dirigidas a los empleados oficiales de la Alcaldía y Gobernación.
¿Qué es la Oraloteca? En palabras simples la Oraloteca es un equipo, conformado por 12 personas, quienes pretenden recuperar la memoria histórica del territorio. Sin embargo Juan Camilo Rave Pareja, articulador del grupo, asegura que va más allá, para él la Oraloteca es todo un fenómeno social.
En la zona, también se instalaron algunos proyectos de vivienda para familias de bajos recursos auspiciados por fundaciones de origen católico y en general, est sector fue un sitio de expansión urbanística. El terreno que dejó libre la cárcel, incluso fue utilizado por algunas personas para urbanizar allí sus casas, al menos los terrenos destinados a cultivos, y en lo que era propiamente La Ladera, la Administración Municipal construyó varias canchas de fútbol, una placa polideportiva y una piscina para el disfrute de la comunidad. Debido a que la mayoría de los integrantes del grupo son habitantes de los barrios La Ladera y Enciso, estos dos han sido los sectores con mayor reconstrucción de memoria. Un trabajo que incluso fue premiado por el Ministerio de Cultura, entidad que financio una exposición fotográfica sobre la historia los barrios mencionados. Según Juan Camilo Rave, lo más interesante del trabajo realizado por este grupo de personas, es que “no es una memoria desde la añoranza, sino que permite construir futuro, tener información que les permita tomar decisiones acertadas”, resalta. De la Oraloteca han salido historias de personajes famosos para la comuna. Como por ejemplo la de la Señorita Ángela, una familiar del Coronel Pedro Justo Berrio, quien fuera la profesora de la mayoría de los habitantes de la zona hace unas cuatro décadas.
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Además, otros trabajos sobre los territorios, como por ejemplo las prácticas colectivas alrededor de aspectos patrimoniales y ambientales de los habitantes de la Comuna 8 con el Cerro Pan de Azúcar. O de la Porrovía, una calle ubicada cerca al local conocido como El Viejo París, y que sirve para estudiar las prácticas colectivas de cultura entre los habitantes de Enciso y su relación el Porro. Fruto del trabajo de la Oraloteca, en la actualidad existen dos archivos de consulta que pueden ser consultados por todos los habitantes de la ciudad. El primero, físico, está en la Sala Mi Barrio de La Ladera, en donde constantemente realizan exposiciones y existe un compendio de imágenes e historias rescatadas. El segundo, digital, está alojado dentro de la Página del Sistema Público de Bibliotecas de Medellín, y que es alimentado periódicamente con el material resultante de las investigaciones.
Servicios del Parque Biblioteca La Ladera La oferta, segmentada por los grupos poblacionales, busca satisfacer las necesidades de educación, recreación y ocio de los habitantes de la Comuna 8 de Medellín.
En total son 31 actividades realizadas de manera semanal, quincenal y mensual a las que oferta dentro de su programación el Parque Biblioteca La Ladera para el disfrute de la comunidad.
Para los adultos mayores, en la actualidad se tienen cuatro espacios: ¡A que te cojo ratón!, desde donde se enseña uso básico de computadores; NavegandoANDO, un acercamiento a la navegación en internet y uso de cuentas en redes sociales, Tecnología a la mano, enfocada a la creación y publicación de información y por último Sembrando vida, un espacio que pretende dinamizar la memoria individual y colectiva en torno a las plantas, la alimentación y la cotidianidad de un colectivo de mujeres del barrio La Sierra permitiendo el intercambio de saberes, el encuentro y la resignificación de sus propios contextos. Para los niños y jóvenes, en el Parque Biblioteca se tienen espacios como Juegos literarios, el Club literario Infantil El Olimpo, El Club de Lectura Juvenil, Nativos Dgitales en donde se incentiva la apropiación de la tecnología, el Club Soliluna en el que además de literatura se involucra al cine y el arte en general, el Semillero de participación ciudadana para el fortalecimiento de competencias ciudadanas, un espacio para la familia llamado Pasitos lectores y una vez por trimestre las Vacaciones Creativas.
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Las personas con discapacidad tienen el espacio llamado: Otras formas de leer y escribir, en el cual se disponen de herramientas tecnológicas para hacer acercamientos a la literatura. “Solo tienes que mirar con los oídos, escuchar con las manos, comprender y hablar con todo el cuerpo”, dice el eslogan del grupo. Entretanto la población en general puede acceder a espacios como: El desvare digital, para resolver las dudas sobre tecnología; Electivas de cultura digital, en donde se enseña el uso de programas y aplicaciones; Laboratorio de experimentación de radio; el Servicio de Información Local, en el que se realizan acciones para la identificación y recolección de la memoria de las comunas 8, 9 y 10; la Hora del cuento, que se desplaza tres veces por semana hacia el territorio; Lectoescritura para apasionados, un espacio para aprender a leer y a escribir; Talleres de cuento, escritura, de diálogos ciudadanos, la Oraloteca, agenda artística y cultural, talleres creativos y hasta un Costurero que sirve como espacio de encuentro y diálogo para la dinamización de la memoria local. Los horarios y dinámicas de cada uno de estos grupos pueden consultarse directamente en el Parque Biblioteca León de Greiff o en la página http://reddebibliotecas.org.co/bibliotecas/pb-la-ladera
Miguel, el sembrador Tres perros, un gato y cientos de plantas fueron la última compañía de Miguel Antonio Rojas, un destacado líder del barrio La Ladera fallecido recientemente, pero al que sus compañeros y amigos se resisten a olvidar. A Miguel, oriundo de Bogotá, pero habitante desde niño de la comuna, era común verlo invirtiendo sus días en cualquiera de las actividades que escogió para servirle a la gente de La Ladera. Este vecino del parque biblioteca que lleva el mismo nombre del barrio un día podía encontrarse ayudando a resolver una eventualidad o planeando cómo actuar ante estas con sus amigos de la Defensa Civil, para la que trabajó por años en la prevención y atención de desastres.
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En la misma semana también se le podía observar repartiendo la comunión a los enfermos o ayudando en la iglesia; gracias a su condición de diácono, de católico ferviente y entregado a las causas de los pobres. En otras ocasiones, Miguel andaba sirviendo como mediador o gestor a través de las propuestas que hacía como miembro de la Junta de Acción Comunal de La Ladera, de la que fue un miembro activo hasta un poco antes de la enfermedad que aceleró el fin de su paso por este mundo y que le arrebató un líder memorable a este sector de Medellín. Sus vecinos y compañeros lo recuerdan como una persona inteligente, propositiva, buen dibujante, trabajador y solidario. También era un amante de la naturaleza, de los animales y, especialmente de las plantas, de las que quedaron cientos sembradas como una representación de la vida que se apaga pero que reverdece. Sí, la vida reverdece en otros cuando se sabe sembrar. Miguel Antonio era también un sembrador de buenas acciones. La semilla germinada de aquello que sembró en el corazón de los demás lo hace memorable en la comuna.
Villa Esperanza es una sobreviviente Es lo último que se pierde, a veces es lo único que se tiene, pero también es el impulso para lograr sacar la cabeza. Por eso es que los primeros que llegaron le llamaron Villa Esperanza a ese pedazo de tierra que, aunque tiene dueño, quieren que se les entregue para salir adelante. Esta es una invasión en La Ladera, que ha logrado sobrevivir a los años y a las dificultades. Ahora cuenta su historia, porque también es parte de este tejido de relatos que llamamos Comuna 8. Cada vez que un colombiano relata cómo sucedió su desplazamiento, pareciera que el cuento se repitiera mil y una noches… bueno, tristemente por ahí ya pasamos hace mucho rato. En 2017, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, hizo saber que Colombia es el país con mayor número de desplazados internos en el mundo. Aunque la flecha tiende a ir hacia abajo desde 2010, persiste el fenómeno en algunas zonas del mapa, al igual que la lista de desplazados sin retorno ni soluciones. Así pues, tenemos que el país del Sagrado Corazón tiene, registradas, 7 millones 400 mil víctimas de este flagelo.
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A diez minutos, a buen paso, del Parque Biblioteca La Ladera se narran esos cuentos de las “Mil y una noches” que parecen repetidos en formas, amenazas, disparos y huidas. Se escuchan cuando se pregunta por el cómo llegaron a la invasión, porque los inicios también parecen los mismos. Te los cuenta Gloria Lopera, que salió de Ituango con su hijo; también se oyen en la casa de Luz Amparo Torres, que dejó a Peque a sus espaldas cuando huyó con sus cuatro niños; en la de Marisela Montoya, cuyo desarraigo tiene su historia en Santo Domingo; y en la de Arelis Muriel, quien también migró con su familia y sus penas desde Santa Fe de Antioquia; el mismo inicio se escucha en todas, en las cerca de 150 viviendas que conforman a Villa Esperanza. Arelis cuenta cómo comenzó a poblarse el lote, de propiedad privada, impulsado por las angustias de no tener un lugar para vivir. “En vista de la situación, iniciamos una construcción en tablas… Ni siquiera todo en tablas sino con cobijas, con costales. Vinimos para acá porque tuvimos mucha necesidad. Uno desplazado no tiene muchas oportunidades”, relata. Así se fue llenando el espacio, con historias y razones similares. Han pasado por desalojos pero también por conversaciones y consideraciones por ser población desplazada, y ahí se han ido quedando más de ocho años. Unos prefieren seguir con su refugio de maderos: “Yo soy una de las que me da miedo invertir”, anota Gloria Lopera. Otros como Marisela Montoya le fueron metiendo mano y ahorros a su vivienda. “El 70 % de las casas ya son en material, las que hay en tablas son muy poquitas —refiere la vecina, quien no pierde las esperanzas de ver el sueño de la legalización como una realidad—. Si a mí me dicen: ‘Marisela, usted me va a pagar este lotecito en 30 años, de a 20 o 30 mil pesos, yo lo hago, yo salgo y me consigo bolis y los vendo con tal de tener a mis hijos estables y saber que nadie me va a sacar de ahí”. Es el sentir general, la legalización que les traería el mínimo vital. Pero el ser invasión y los años que lleva el asunto sin resolverse imponen situaciones que le impiden a la Administración pública dar permisos en el territorio. Por ejemplo, no tienen direcciones ni servicios públicos. La comunidad asegura que las epidemias pululan entre los casi 400 niños que habitan el sector y en cada Navidad son más los regalos que deben conseguir, pidiendo donaciones, por el aumento de embarazos. Los vecinos comentan además que el acceso a la salud es limitado y que se han sentido sujetos de discriminación en múltiples oportunidades, hasta presentar una hoja de vida solicitando un empleo es traumático. Por otro lado, la energía se consigue de contrabando, por lo cual se han originado incendios.
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La Esperanza no viene sola De manos atadas para muchas cosas en este caso, pero aun así, el Municipio ha logrado llevar calidad de vida. Por años se han visto beneficiados por la Alcaldía de Medellín, mediante el Parque Biblioteca La Ladera. Este sitio tan cercano se ha convertido en el dinamizador de su bienestar. Los niños encuentran computador y conexión a internet para hacer las tareas, también recreación y deportes. Para los adultos también es un espacio familiar, donde hay cultura, educación y participación en procesos comunitarios. “Por medio de La Ladera me di cuenta de que la Alcaldía estaba promocionando técnicas y acá fue donde me hice inscribir, me presenté a una convocatoria y pasé. Estoy estudiando asesoría comercial, yo me gané el puesto, de mil personas pasamos 30. También acá hay terapias de psicología, asesoramiento de abogados, de manipulación de alimentos, hay ofertas laborales si usted necesita trabajo, también diferentes técnicas para estudiar, usted se presenta y si pasa le dan la oportunidad. A mí me ha parecido que de parte de la Alcaldía, en educación, hay mucho apoyo. Yo pienso que uno debe de ser víctima en el momento, pero si se le presentan las posibilidades de salir adelante uno deja de serlo y aprovecha, y que eso le sirva a uno como una fortaleza para superarse”, apunta Marisela.
“Por eso le pusimos Villa Esperanza. Un día nos pusimos a hablar y dijimos: pongámoslo Villa Esperanza, porque esta es la esperanza de nosotros”. Arelis Muriel, vecina de Villa Esperanza. La vecina y líder solicita que se les ayude con una oportunidad para estabilizarse y establecerse, “que nos miren como las personas que somos, no como los que llegamos a invadir, sino que somos personas que necesitamos un derecho”, puntualiza Marisela Montoya. Aducen que todo colombiano tiene derecho a una vivienda digna. “Que no nos la regalen, que nos digan: ‘le vamos a dar esta vivienda y vaya pagando con cuoticas de 100 o 200 mil pesos’. Yo creo que las personas aprovechan las oportunidades, más uno que tiene hijos, que sabe que lo primordial para una madre es un hijo y quiere luchar para ese bienestar”, concluye.
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Historia de Luz Amparo
“A mí me mataron todos los tíos, más o menos 13 personas de la familia, también todos los vecinos, eso fue impresionante —este es el inicio de la historia de Luz Amparo Torres, quien continúa su lucha por la vida en Villa Esperanza—. A mi mamá la violaron, a mi hermanita la violaron, a mi papá lo aporrearon, a mis hermanos los amordazaron. Entonces uno dice que me tengo que ir”.
Es parte de los vecinos que arrastran sus historias hasta las ciudades a marchas forzadas, tratando de salvar la vida. “Por allá es muy bueno para vivir, pero se siente el temor de volver. Uno no quisiera salir del campo. Yo siempre he pensado que es la parte más estable para vivir, pero sin violencia. Pero si uno tiene la posibilidad de estudiar acá, así sea cada ocho días, es la mejor forma”. Lamentablemente, la historia de Luz Amparo es similar a la de sus vecinos, en cada una de ellas un pedazo del país agoniza.
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CapĂtulo 9.
Monumento a una
tragedia Un camposanto para la memoria
Un camposanto para la memoria Hace 30 años, la Comuna 8 fue escenario de una de las más grandes tragedias de América Latina. Aunque el dolor aún queda en Villatina, esos 25 mil metros cúbicos de tierra no sepultaron la fe de los sobrevivientes. La Corporación Camposanto 2787 se dio a la tarea de recuperar la memoria y el espacio físico para transformarlo en vida. Con el liderazgo de Joaquín Calle, quien perdió a su familia en la tragedia de Villatina, los habitantes del barrio, que tienen recuerdos y dolores de esa época, podan el pasto y siembran flores nuevas en el camposanto, un lugar que es sagrado para los vecinos. Tanto lo es que los cuidados son diarios y la defensa del mismo también, pues muchas veces intentaron establecer invasiones en el terreno pero la comunidad, que perdió un pedazo de sí misma en este derrumbe, no lo ha permitido. Lo llaman el parque cementerio, porque debajo aun están, por lo menos, los cuerpos de 200 personas que no pudieron ser rescatadas. Joaquín, al frente de la Corporación Camposanto 2787, se dio a la tarea de recuperar la memoria y hacer de este un lugar de vida, es por eso que trabajó de la mano de la Alcaldía para hacer de este espacio un Ecoparque, que se llenó de niños y adultos que dinamizan proyectos culturales y artísticos. En este lugar sagrado se conmemoró la muerte de las víctimas en la tragedia ocurrida hace 30 años. Con un acto litúrgico, la comunidad recordó lo sucedido aquel día, para sanar dolores y mirar los cambios que se lograron tras una de las tragedias más recordadas y lamentadas de la ciudad.
Ese 27 de septiembre Era un domingo, las casas estaban llenas con las familias, vecinos y niños celebrando las primeras comuniones de sus pequeños. El estruendo lo sintieron todos pasadas las 2:00 de la tarde. María Escudero dice que se sintió como el descargue de piedras de una volqueta gigante, Joaquín Calle recuerda una explosión que dejó el cielo en bruma, lo mismo comenta Sandra Catalina Vera, quien asegura que la polvareda llenó el ambiente. En un segundo la vida cambió para más de dos mil personas.
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Cuando el Pan de Azúcar lanzó su rugido, expulsó sus entrañas al aire, tierra y rocas taparon de inmediato la montaña, con todo lo que estaba en pie. Joaquín tenía 14 años y estaba en la cancha de fútbol cuando ocurrió lo impensable; corrió falda arriba para comprobar que sus padres, tres de sus hermanos y su sobrino fallecieron. “Perdí a toda mi familia”, cuenta. Sandra Catalina solo tenía 10, el derrumbe terminaba a una cuadra de su casa. “Corrí tanto tanto que llegué a Buenos Aires, muy abajo”, recuerda. María estaba en el matrimonio de su hermano, que ese día se había casado: “donde hubiéramos estado en la casa hubiéramos perdido a toda la familia”. Hugo Alexander Díaz Marín, ahora gerente de Maná, tenía 11 años en esa época. Ese día no quiso quedarse en las fiestas, se fue con su mamá para Bello, a casa de su madrina. Cuando la tragedia ya era noticia en toda la ciudad, fueron de inmediato a la loma donde estaba su casa. El transporte solo llegaba hasta el sector de Buenos Aires, en la misma comuna, desde donde vieron lo ocurrido. “Cuando vimos la mancha de tierra pensamos que nuestra casa había quedado sepultada -aunque no fue así, lo visto por el chico fue inolvidableFue muy traumático, vi cómo sacaban los cuerpos”, eran sus vecinos, la gente que vio toda la vida al crecer, los niños que fueron sus compañeros de juegos. Es que muchos quedaron sepultados por la montaña. María Inés recuerda a Joaquín Calle, el padre del ahora líder social. “Era una persona muy buena, también estaba Carlos Duque, estaba Alfredo que en ese tiempo nos arreglaba la radio, la licuadora, la plancha… fue muy duro”.
Los días que siguieron Fueron más de 1.700 damnificados. La familia de Hugo Alexander fue una de estas, aunque su casa no fue afectada por el derrumbe, sí debieron ser evacuados porque quedó en alto riesgo. Los reubicaron en Bello, en una casa en la que aún vive su madre. La montaña lanzó 25 mil metros cúbicos en unas 270 viviendas. Esta tragedia dejó 562 personas fallecidas, según los registros oficiales, aunque los habitantes que recuerdan a sus vecinos y familiares hablan de 700.
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Ante la imposibilidad del rescate, el 2 de octubre, una semana después, el cardenal Alfonso López Trujillo declaró camposanto la zona. Por esos días llegó la institucionalidad al barrio. Cuenta María Inés que por primera vez vieron al Instituto de Bienestar Familiar, restaurantes comunitarios, guarderías, los ojos del Estado y de la comunidad internacional ya estaban en esa loma de centro-oriente de Medellín.
El dolor y la esperanza Pasaron los años y la maleza creció en el camposanto. Muchas veces intentaron invadir el terreno, pero, como dice Sandra Catalina, “esto ya es sagrado”, así que los mismos vecinos no lo permitieron. Ellos y Joaquín, quien fundó la Corporación nacida en 2004 que se dio a la tarea de salvaguardar la memoria histórica de la tragedia ocurrida hace 30 años. “Yo hice parte de una de las catástrofes más grandes que ha sucedido en la ciudad de Medellín y catalogada en su tiempo como una de las 10 más grandes de América Latina. Estamos reconstruyendo la memoria histórica en nuestro país pero hay algunas memorias que están enterradas; una de estas es la catástrofe de Villatina -explica el líder-. Recuperamos más de 13 mil metros cuadrados, senderos; sembramos jardincitos, árboles; construimos un monumento a la vida, donde hay dos brazos fuertes saliendo del lodo, de la tierra, alzando un bebé, un hombre, que con la fuerza de su voluntad, transforma el devenir catastrófico de su entorno y en medio de la muerte enaltece la vida. Ese fue el primer trabajo que nosotros hicimos”. Ese ejercicio de memoria es ayudado también por Jaime Mejía, quien trabajaba en el 87 como conductor de las Empresas Varias, como parte de su labor debió subir al lugar de la tragedia. Al ver la mancha de tierra y lo que cubría se conmovió tanto que tuvo que poner sus sentimientos en canción. Los gritos, el desespero arrastrando tierra para sacar personas, los cuerpos de ancianos y niños, el dolor que vio esa tarde no se le olvida. “Para que recordemos y la gente conozca cómo fue la tragedia”, para eso es que dice Jaime que sirven sus letras.
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Cada año, la comunidad conmemora con una eucaristía por los que fallecieron en esa tierra. “Cada año vengo, sin falta”, dice Sandra Catalina. Hugo Alexander rescata la importancia de la memoria: “Recordar siempre será importante. Por eso traje a mis hijos. Es rememorar aquello que fue, en qué sirvió eso que pasó para la construcción de sentido a la vida y la oportunidad de pensar qué puede hacer uno por tantas personas que hoy no tienen la posibilidad de tener las garantías que uno tiene”, comenta el hoy gerente de Maná, a quien hace años marcó esta tragedia y le dio impulso para estudiar y trabajar por la comunidad más necesitada. Dice Sandra Catalina que todo el país conoció y ahora recuerda a Villatina por el derrumbe que tapó el barrio lo que en su momento trajo ayudas. Mucho se ha especulado acerca de las causas que ocasionaron la tragedia, algunos dicen que fueron aguas subterráneas que empujaron rocas y otros que una caleta de explosivos del M19 fue la causante, lo cierto es que lo que lamentan en el barrio es que tuvo que suceder esta tragedia para que la institucionalidad y las ayudas internacionales hayan llegado hasta la vulnerable zona. Sin embargo, después de las caídas, todos nos levantamos más fuertes. Así se levantó Villatina, siendo capaz de convertir la muerte en vida.
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CapĂtulo 10.
RecuperaciĂłn de un
territorio La otra cara de La Sierra. Alonso le pone el tumbao a Villa Turbay.
La otra cara de La Sierra Sus habitantes cargan con el estigma del documental. Ahora, quieren hacer saber que sus orígenes fueron tranquilos, que pese a lo sufrido esto acabó y ahora tienen programas sociales y disfrutan del metrocable y de calma. La gente de La Sierra se ve con otra cara y quiere que así los reconozcan en la ciudad. El camión subía la cuesta y antes de llegar se volcó. Cada por material tuvo que ser subido en hombros por la loma para que ese mismo día se construyera la casa. Así de sufrida fue su llegada a La Sierra, pero fue lo único, ni las dificultades de los primeros días apaciguaron su ánimo. Ella, una de las fundadoras, cuenta que el barrio surgió en un entorno tranquilo, casi que olía a campo, que los días difíciles llegaron después pero que ya se fueron, y ojalá para nunca más volver. “Mi nombre es María Campuzano, de La Sierra, hace 38 vivo acá, donde hemos pasado por cosas muy horribles por el conflicto pero desde hace algunos años ha cambiado la situación”, así comienza a contar la historia propia y la de su barrio, que es la misma. Nació en Supía, Caldas, pero creció en Santa Cruz y en el Efe Gómez, en Medellín. Separada dos veces y con diez hijos, es una de las matronas y fundadoras de estas tierras altas de la ladera centro-oriental de Medellín. Estaba en su primer matrimonio y era madre de cinco hijos, vivía en Machado con la suegra pero los problemas no paraban. La idea de subirse a la falda de La Sierra fue, paradójicamente, de una niña que cuidaba su hija. La vio llorando y le sugirió que comprara un lote en esta invasión, pues su familia había hecho lo propio. Los padres de la niña los convencieron de adquirir una “hoja de vida”, que para los lotes altos costaba 5 mil pesos, “era mucho en esa época”, comenta María. Los domingos, cuenta la fundadora, el punto de encuentro era el “cuadradero” del Teatro Granada, llegaban con palas y picas, subían en los buses a hacer los banqueos. Ramón Gómez, su esposo en aquellos días, decidió renunciar al trabajo y con la liquidación comprar los materiales para la construcción de su casa.
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“Fuimos por la liquidación de mi esposo y con ese dinero compramos dos colchones, madera, canecas y otras cositas, contratamos un camión y allí llevamos el mercado y todo lo necesario para organizarnos en nuestro nuevo espacio. Cuando ya llegamos a los rieles, ya para coger la loma, se volteó el carro. En él llevábamos mucha cosa: teja de barro, madera, no llevamos ni puertas ni ventanas porque decidimos que esas las hacíamos nosotros, y como era tan pesado, el carro no resistió y se le levantaron las llantas, así que a nosotros nos tocó llegar en el bus y subir cosa por cosa hasta el sitio de la casa”, recuerda María.
Esa primera noche durmieron a la intemperie, prácticamente. “Esa noche cayó una tempestad y una borrasca tremenda. Llegó un señor que vivía por allá abajo y nos ofreció posada porque nos vio en una situación de alto riesgo y con los niños, cogimos entonces las colchonetas y nos fuimos para donde este señor. Con la borrasca se nos fue el mercado, la ropa de los niños y otras cosas que habíamos dejado allí, fue algo horrible”, relata.
Se bajaron de esa altura a suelo más firme, donde la familia tuvo un nuevo comienzo. A los ocho días ya María vendía Moresco para las personas que subían a banquear, cocinaban en leña, el agua tenía que cargarse, llenaban frascos de vidrio con petróleo y con una mecha se alumbraban y se llenaron de hollín narices y orejas, según cuenta María, que define a los miembros de su familia como los primeros “sobrevivientes” por las condiciones tan duras en las que llegaron. Con ánimo y trabajo lograron establecerse. Los nuevos vecinos se llenaban del mismo espíritu de ver que mejoraban cada vez más, digamos que fueron la esperanza para muchos que lograron establecerse en la loma. “Lo más duro, inicialmente, era que todas las personas me buscaban a mí, y de alguna manera me admiraban porque lograba sobrevivir con todos esos niños, sin luz, sin agua, sin alcantarillado. Tocaba ubicar un lugar para hacer las necesidades. Para el agua nos tocaba recoger por la noche de una fuente que había muy cristalina que quedaba muy lejos, pero que tocaba recoger en la noche que se asentaba antes de que fueran a hacer banqueos o a mover tierra”, narra la protagonista de la historia.
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Inventando en la marcha Ramón encontró un pozo que surtía, con mangueras, algunas casas con agua. Mientras que la vivienda de María fue la primera que tuvo alcantarillado, perforando el tubo que venía de la casa de los “gringos”, ahora Hogares Claret. Así que fue la más visitada en aquellos tiempos. Hasta reinados organizaron para acopiar fondos para la tubería. Fueron 65 mil pesos los que se recogieron en aquella oportunidad y cada sábado continuaron con actividades, hasta que lograron ampliar la red y que el alcantarillado llegara a más hogares. También juntaron piedras y construyeron los lavaderos para evitar la subida hasta la quebrada. “Eran unas piedras tipo batea y pusimos una caneca para mantenerla llena de agua. Las lámparas de petróleo fueron las primeras luminarias de La Sierra porque para comprar una vela debían bajar hasta Villa Liliam. Un domingo, cuenta la fundadora, los hombres se pusieron de acuerdo para ir a buscar luz, caminaron hasta Los Salados y contaron los metros de alambre que necesitarían. “Alumbraba más una cusca de cigarrillo que el bombillo que pusieron. Sin embargo, estábamos felices de tener un pequeño destello de luz, pero era muy malo porque hasta tocaba pedirle a los vecinos que apagaran para que se pudiera encender en otro lado y así”, hace memoria y comenta de varios incendios y que hasta electrocutados hubo en la anhelada búsqueda.
“Para mí, la experiencia vivida en los inicios del barrio no fue mala, fue una vida muy bonita porque era como vivir en el campo”. María Campuzano, fundadora del barrio La Sierra.
Luego empezamos a sembrar, yo metí cidra, cebolla, plátano, de todo, y todo pegaba. “Todos éramos muy pobres pero nos servíamos los unos a los otros, comíamos de lo que hacía el uno o el otro —menciona la relatora—. Se fue creciendo la familia y se fue fundando el barrio” y se conformó una junta de acción comunal, gracias a que María movió ánimos y voluntades. “Nos unimos con la gente para trabajar por mejorar las condiciones”, dice.
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Llegó más gente, ya tenían tubería, mejoraron las casas, la JAC se dio a conocer y gestionaron un transformador para la luz. “Para mí, la experiencia vivida en los inicios del barrio no fue mala, fue una vida muy bonita porque era como vivir en el campo”, indica María Campuzano, fundadora de La Sierra. Ahora tienen los servicios públicos, títulos y la institucionalidad está presente en la zona. Quieren que la ciudad deje atrás el documental, emitido en 2005, y conozca las nuevas realidades del barrio. Ya ha pasado mucho tiempo y el estigma no se ha ido, hasta poner en una hoja de vida que se es de La Sierra es un riesgo. Ellos, los vecinos, han sido los más perjudicados por la violencia vivida en esta esquina de la Comuna 8, ya no quieren que se les revictimice más. Ahora se ve el metrocable pasando sobre los techos, los niños en las calles, los adultos mayores rumbo al club de vida de María y los cafetales sembrados por quienes quieren salir adelante. Esa sería la fotografía que los habitantes de La Sierra quieren que Medellín conserve de ellos, un pedazo de campo humilde y tranquilo en la urbe, tal y como comenzó.
Alonso le pone el tumbao a Villa Turbay Star Dance exhibe el talento nato para el baile de muchas jóvenes de Villa Turbay. Al ritmo de la danza y con la compañía de Alonso Rivas, esta población de la Comuna 8 se ha transformado. La única explicación para que sucedan coincidencias que no parecen ni remotas es reconocer lo caprichoso que suele ser el destino. En el barrio Villa Turbay, territorio apostado en una de las montañas más altas de Medellín y de cuya derivación nació el reconocido barrio La Sierra, la predestinación dibujó el rumbo de un hombre como el líder natural de la movida dancística en un sector.
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Lo antojadizo es que este nació lejos de esa montaña empinada —a la que le resta trechos en una moto de bajo cilindraje—, de niño nunca demostró un especial amor por el baile, como sí por la poesía, y a sus veinte años una descarga eléctrica le arrebató la pierna derecha. Se llama Alonso Rivas y él mismo se hace y se responde la pregunta de cómo fue que se encariñó con aquello de la dancística en un territorio ajeno, al punto, de que gran parte de su trabajo hoy consista en el liderazgo de un proceso por el que es reconocido en toda la comuna y por el que han pasado ya varias generaciones, gracias a que el grupo también tiene un semillero. “Creo que esto viene de mi raíz afro que se caracteriza por el amplio gusto por el baile. Eso me permitió transmitirles ese gusto a los chicos de la comuna, motivarlos a realizar el proceso y mantenerse hasta el momento”, explica intentando recapitular aquella época en que surgió todo lo de los grupos de baile en Villa Turbay.
El líder La historia de Alonso es esta. Nació afro, como ya lo dijo, en una vereda de Nóvita, un municipio minero del Chocó, por donde surca el río Tamaná. Muy pequeño, apenas de dos años, lo trajeron a Medellín, a raíz de la separación de sus padres, pero las cosas se pusieron difíciles por el orden público y cuando cumplió los cinco su mamá prefirió devolverlo al departamento chocoano, donde terminaron de criarlo los padrinos. El futuro se proyectaba allá, donde ya Rivas andaba encarretado con la poesía y la decoración de salones parra fiestas, antes de obtener su grado como bachiller, pero el accidente de la pierna truncó ese propósito y la familia acordó que lo mejor era que su recuperación se diera en Medellín, donde podía tener mayor acceso a los servicios de salud y que poco a poco su vida fuera volviendo a la normalidad. Pero volvamos a la danza. Sin pierna derecha, pero con muchas ganas de terminar el bachillerato empezado, arrancó su proceso de alfabetización con la Junta de Acción Comunal, y leer sobre lo que hacían y reconocer a los líderes en los territorios le hizo comprender que cuando las personas se organizaban podían realizar acciones en beneficio de todos.
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Son Latin Girls La inquietud de este hombre, cuyas rastas al hombro, estatura mediana y una sonrisa distraída en su pinta de entrenador deportivo le mantienen el semblante juvenil, era que al barrio le faltaban espacios de participación. Había como un deseo de que los jóvenes encontraran otras formas de entretenerse y alejarse de la violencia que azotaba en general a la comuna. En esa época corría el 2007, y en la televisión había una telenovela que promovía la creación de grupos artísticos. Se llamaba Patito Feo y fue de allí de donde el profesor empírico sacó la inspiración y convencer a la Junta de Acción Comunal para que organizaran un concurso de baile en la cancha de Los Niches, que era la única que existía hasta entonces en Villa Turbay. “La experiencia fue muy bonita, hubo mucha acogida y acompañamiento por parte de la comunidad, tanto que ese día todos se volcaron en torno al evento, hubo mucho disfrute. En el evento participaron seis grupos artísticos, de los cuales cada grupo tenía alrededor de diez integrantes, eran solamente mujeres”, recuerda de esa rido una década, aunque el entusiasmo está entero. De la iniciativa nació un grupo llamado las Son Latin Girls, que contó con el apoyo de la misma Junta de Acción Comunal que le había enseñado el camino de participación a este líder. Los ensayos se hacían sin falta tres veces a la semana y en los encuentros los jóvenes departían sobre tendencias del baile en las redes sociales y en las series de televisión. La constancia hizo que el grupo empezara a tener un reconocimiento y la oportunidad de presentarse en diversas zonas de la ciudad, así como contacto con otros clubes juveniles con los mismos intereses. En esos ires y venires se encontraron con la Corporación Manos a la Paz y se presentaron a un proyecto de la Alcaldía de Medellín que impulsó los grupos de baile a través del programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo, PP. “Fuimos beneficiarios de fortalecimiento en la parte artística, en vestuarios y equipo de sonido para ensayar porque hasta entonces solo contábamos con un DVD y un televisor”, destaca Rivas, para quien esta
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oportunidad abrió el espacio para conseguir que más chicos pudiesen hacer parte del proyecto y formar semilleros, de manera que cuando los unos fueran cerrando el ciclo con el grupo ya vinieran formándose los artistas que los iban a reemplazar.
Star Dance A Son Latin Girls le llegó un momento de declive del que pudieron salir bien librados gracias a que esa misma crisis unió a los que no querían dejar morir la idea: John, Jarlem, Yurley y Jéferson, los compañeros infaltables de Alonso. “Decidimos abrir convocatoria para nuevos chicos que se vincularon y en ese mismo momento recibimos un fortalecimiento desde PP, que nos permitió adquirir conocimientos en danza folclórica. Nosotros trabajamos el tema dancístico como algo abierto desde lo folclórico, donde incluimos géneros como la salsa, merengue, bachata, fusionamos y mezclamos todos esos ritmos y mantenemos un estilo abierto, de esta manera conformamos un grupo artístico nuevo con los chicos nuevos que traían nuevas ideas y pensamos en darle un nuevo nombre al proceso”, explica Alonso. Desde ese momento, que ya era el año 2012, nació Star Dance, que tiene un rumbo definido y un sentido para todos como un proceso que es capaz de mejorar vidas y arrebatarle momentos a la violencia, procurar convivencia, compañerismo, liderazgo y expresar sentires de una manera positiva. En la actualidad son unos 15 jóvenes y entrenan sin falta los lunes, miércoles y viernes, de 7:00 p.m. a 9:00 p.m. Desde el proceso formativo hemos realizado gestión cultural para la comunidad, hemos aportado a temas como el autocuidado, hemos contribuido a mejorar las condiciones del barrio, con respecto a actividades sociales de convivencia y participación”, especifica Rivas. Y las vidas de las integrantes del grupo también han cambiado. Algunas terminaron el colegio y se desplazaron a vivir a otros lugares para continuar la universidad o enfocarse en sus trabajos, otros se organizaron con sus familias; todas buscaron su proyecto personal.
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“Lo más importante es que lo que aprendieron en nuestro proceso les ha servido para la vida, dicho por ellas mismas. Las mismas personas se acercan a nosotros a recordarnos que gracias a los valores inculcados en el grupo han podido tomar decisiones acertadas en sus vidas. En el grupo también se les ha dado la oportunidad de vincularse laboralmente con lo que les gusta hacer, lo cual ha cambiado la vida de ellas”, destaca el líder. Lo que también ha evolucionado estos años es la participación comunitaria, aunque los líderes creen que siempre puede ser mejor. En la comuna también hay más esperanza y mejoramientos en infraestructura, la educación y las adecuaciones de escenarios para el deporte. Aportes que van sumando en un territorio que, poco a poco y por encima de la adversidad de las condiciones sociales, se sigue reconstruyendo cada día en liderazgos como los de Alonso. Rivas, que anda feliz con la estación de metrocable Villa Sierra, dice que esta es una oportunidad de que la ciudad y el mundo tengan contacto con ese territorio empinado en esa montaña que vio nacer La Sierra y al que él y su grupo le siguen poniendo el tumbao.
El deporte y la participación comunitaria Además de la danza, Alonso Rivas también apoya varios procesos deportivos en Villa Turbay. Es una actividad que ejerce, junto con un amigo inseparable que se llama James, desde que se integró a la Junta de Acción Comunal como el representante de deportes.
Como representante de la JAC de su barrio, Alonso también ha hecho parte de colectivos artísticos de la comuna, como Red Arte, Comuna 8, en los que ha podido tener una visión de liderazgo que le ha servido para seguir acompañando las danzas.
El nombre de Uniendo Fronteras surgió a partir de que observamos que había un conflicto entre los diferentes barrios y nosotros pensábamos que queremos trabajar con jóvenes de diferentes barrios sin restringir la participación, estamos haciendo algo para generarles oportunidad a todo el que viva en la comuna, sin importar que venga de La Sierra, La Lilliam, Las Estancias, Esfuerzos de Paz. Entre los procesos se destaca el que ha promovido el fútbol de salón entre jóvenes mujeres y niños y del que salió el Club Deportivo Uniendo Fronteras, del que también participan sus vecinos del barrio Las Estancias.
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Capítulo 11.
Una apuesta por la
paz Y empezó a llegar la vida. “¡Qué bueno uno morirse de viejo!”
Y empezó a llegar la vida Un grupo de excombatientes de grupos ilegales logró convertir un morro con basuras y guarida de malhechores en el cerro de Los Valores, ubicado en la Comuna 8 de Medellín. Los procesos de sana convivencia generados allí cambiaron las dinámicas de todos los habitantes aledaños al lugar. Cuando el Metrocable recién emprende el vuelo en la estación Oriente se divisa a la derecha un cerro con cultivos y plantas florecidas en un terreno intervenido. Ahora no es una pendiente sino que presenta escalones llenos de matas de varias clases. Ese cerro, bautizado como el de Los Valores, tomó ese nombre porque años atrás de él salían balas en búsqueda de muerte, pero ahora nacen las flores en señal de una nueva forma de vivir. Muchas actividades tienen asiento allí, como el cultivar en una huerta. Y quienes siembran y cuidan son habitantes del sector. Si alguien quisiera llegar por nomenclatura la dirección es la calle 54 entre las carreras 10 y 11, barrio Las Estancias, Comuna 8. En esos años de violencia desaforada en esta ciudad, a finales del siglo XX y comienzos de este XXI, este lugar servía de trinchera de la delincuencia, incluso fue una frontera invisible, uno de esos lugares que marca una barrera y los de cada lado no pueden transitar al frente, so pena muchas veces de perder la vida. Así era el cerro de Los Valores, aunque en honor a su bonito nombre, en ese entonces el lugar no había sido bautizado.
Nacían los problemas José Joaquín Calle es uno de esos hombres que se desvela por trabajar por las comunidades. Su ocupación es ejercer como director de la Corporación Camposanto, la misma que ha cambiado la apropiación social de varios espacios de la comuna. Y uno de los lugares que más regocijo genera no solo a él sino a sus compañeros de labores y a los habitantes del barrio es el Proyecto Integral de Medioambiente, que tiene precisamente como escenario el cerro de Los Valores y está conformado por varios componentes ambientales. “Esto era un basurero, un botadero de escombros, una trinchera —cuenta José Joaquín— Ahora tenemos aquí muchos componentes: aula ambiental, huerta agroecológica y comunitaria, vivero, mantenimiento de zonas verdes y mariposario al aire libre”.
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Dice que hasta el 2004 este era un lugar oscuro, debido al accionar violento de grupos armados. Unos eran del sector de La Cañada, otros de La Sierra, también del 8 de Marzo. “Aquí se escondían muchachos armados a disparar de un morro al otro”. Este sector, por naturaleza uno de los más bonitos del Valle de Aburrá, queda muy cerca de donde la carretera serpentea en búsqueda del corregimiento de Santa Elena y más cerca aún de la quebrada de ese mismo nombre y que entre piedras se abre camino hasta llegar al río Medellín. Ese lugar, décadas atrás sitio de juego de inquietos muchachos que caminaban por las mangas de arriba de Buenos Aires y La Toma, se empezó a llenar de barrios después de la mitad del siglo XX, en su mayoría de personas llegadas de otras regiones de Antioquia y Colombia. Pero también llegaron grupos que cambiaron la historia del sector, y de la ciudad, para siempre: células guerrilleras del M-19 en la década de los años 80, casi a la par se formaron grupos de sicarios y bandas criminales, les siguieron milicias populares y autodefensas (Bloque Cacique Nutibara, Bloque Metro, Héroes de Granada…). El morro era considerado de alto riesgo de deslizamiento, además era el lugar hasta donde llegaba el accionar de muchos de esos grupos armados ilegales, eso motivó a que en ese espacio preciso, que hoy se llama cerro de Los Valores, no se asentaran viviendas. Aledaños al cerro están los barrios San Antonio, Los Charcos, Esfuerzos de Paz número 1 y número 2, Las Estancias, Villa Lilliam parte alta y parte baja, y al otro lado de la quebrada Santa Elena está la Comuna 9, con barrios como el 8 de Marzo. “El radio de acción del cerro de Los Valores viene siendo el patio de las casas que están alrededor de él y de dos comunas”, resume José Joaquín.
El cambio De regreso a 2004, cuando se desmovilizaron las autodefensas, algunos exintegrantes del Bloque Héroes de Granada, en una clara señal de que no seguirían en sus antiguas andanzas, crearon la Corporación Camposanto, y la Comuna 8 fue el sector que empezaría a verse beneficiada de su cambio de actuar. Como una muestra de reintegración a la vida civil, se dieron a recuperar espacios que estaban en procesos de subutilización, o que eran sinónimos de violencia hasta ese momento. Entre sus principales trabajos estuvo el
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rescate de la memoria histórica del terreno sobre el que, el 27 de septiembre de 1987, hubo un deslizamiento de tierra que dejó más de 1.700 damnificados y provocó la muerte de 500 personas. Varias víctimas quedaron sepultadas en el lugar, que fue declarado camposanto por el entonces cardenal Alfonso López Trujillo solo cinco días después de la tragedia, el 2 de octubre. De esta tarea salió el nombre de la Corporación, que inició con sesenta desmovilizados, de los cuales siguen comprometidos seis, según las cuentas que saca Luis Eduardo Arias García, uno de los fundadores. rescate de la memoria histórica del terreno sobre el que, el 27 de septiembre de 1987, hubo un deslizamiento de tierra que dejó más de 1.700 damnificados y provocó la muerte de 500 personas. Varias víctimas quedaron sepultadas en el lugar, que fue declarado camposanto por el entonces cardenal Alfonso López Trujillo solo cinco días después de la tragedia, el 2 de octubre. De esta tarea salió el nombre de la Corporación, que inició con sesenta desmovilizados, de los cuales siguen comprometidos seis, según las cuentas que saca Luis Eduardo Arias García, uno de los fundadores. Ese grupo inicial comenzó con actividades sencillas, por ejemplo, quitar la basura y maleza en el cerro. “Empezamos con la recuperación física. Este era un espacio que había sido olvidado por la sociedad y el Estado —relata José Joaquín—. Tenía un estigma violento y empezamos a generar espacios con el fin de que la comunidad llegara al sitio”. La gente del barrio empezó a notar esos cambios. Pasaban por allí los transeúntes y miraban que el antiguo basurero tenía ya matas bonitas, florecidas. La gente detenía su marcha y le decía a José Joaquín, o a quien estuviera allí trabajando, “ay, si ustedes vieran los valores que se están recuperando con este trabajo” y espontáneamente surgió una propuesta de los vecinos: “pónganle a ese morro el de Los Valores”. Los de la corporación lo aceptaron, pues le dieron mucho sentido al nombre por su carga histórica y hasta filosófica. Y así bautizaron al morro. Ahora, en Google Maps o en cualquier aplicación de ubicación espacial aparece así: el cerro de Los Valores. Otro gran logro de la comunidad. Los vecinos comprendieron que había un cambio en sus integrantes y se acercaron a ellos. Los excombatientes sintieron que ahora les hablaban no por miedo sino por agradecimiento por su trabajo. “Anteriormente nos saludaban porque teníamos un arma en la cintura. Luego fue porque estábamos siendo personas, estábamos haciendo las cosas bien”. Similar fue el trato recibido por parte de la Policía. Anteriormente, cuando arribaban los agentes al sector, de inmediato los requisaban, ahora llegan y los felicitan.
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Lo vivido llevó a la reflexión a los integrantes de la corporación y lo resumieron en tres objetivos: amarse a uno mismo como persona, el buen trato a los demás y el buen recuerdo después de la muerte. El cerro es una muestra viva de cómo cambió la vida de algunos excombatientes. Ese lugar oscuro se convirtió poco a poco en un lugar de luz. Empezaron a llegar animales: mariposas como la monarca, pájaros como guacharacas, canarios, azulejos… pasan ardillas y han visto ¡hasta serpientes! El lugar atrajo también a otros seres vivos. En el cerro empezaron a sembrar otras plantas y verduras: begonias, cebollina, poleo, carey, margarita amarilla, margarita blanca, lechuga, cebolla, repollo, zanahoria… La gente, al ver en el cerro productos que les servía de alimento, empezó a preguntar: “¿me venden una cebollita?”, o “vea, ¿usted vende esas maticas?”, o preguntaban por el bulto de abono. Esto generó una idea: comercializar esos productos. El objetivo ahora es vender en los mercados campesinos, en toldos en la salida de la iglesia… Buscar otra forma de financiación con un aporte a los demás.
A aprender Los excombatientes se dieron cuenta de que necesitaban aprender conceptos para una labor verdaderamente productiva con la comunidad. Ante esto, aprendieron de liderazgo, administración y temas afines. Buscaron personas que los guiaran en esos conceptos y aprendieron a aplicarlos en sus labores. “Comenzamos a construir con hechos y eso fue un blindaje —recalca José Joaquín, que pese a la violencia, que no se ha marchado del todo, continúan en su cuento, con sus matas y con su propuesta de vida—. Seguimos sembrando plantas y conocemos la paz perfecta, la paz perfecta es la total ausencia de conflictos y problemas a pesar de que vivamos rodeados de ellos”. Ahora, a los programas y servicios que tienen en el cerro quieren agregarle una vivienda. Ya proyectaron su compra. Servirá de sede para actividades como las navideñas y para canalizar allí los programas y aportes que han gestionado con instituciones públicas. De la oscuridad a la luz, de sentir volar balas a ver el vuelo de los pájaros. Esos cambios los propició un grupo de trabajo que supo que las transformaciones positivas son posibles cuando se quiere. El cerro de Los Valores es prueba de ello.
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Reconocimientos internacionales El cerro de Los Valores ha gozado de varios reconocimientos, por ejemplo, de la Administración Municipal con Medellín un Jardín de Flores, esto por generar espacios subutilizados y convertirlos en lugares agradables para la comunidad. Recibió también una distinción por parte de Empresas Públicas de Medellín y allí han ubicado alumbrados navideños.
El Concejo de Medellín le otorgó en 2002 la Orden Juan del Corral, categoría Oro, por su labor comunitaria. Igualmente, del municipio de Navolato, en Sinaloa (México), los invitaron a exponer su experiencia en suelo mexicano, pero Migración Colombia no les permitió salir de Colombia. Aun así, expusieron vía Skype y recibieron un reconocimiento.
De la comunidad para la corporación María Concepción Londoño es una de las personas que se sintió atraída por el trabajo de la Corporación Camposanto y, especialmente, de lo realizado en el cerro de Los Valores. Ella llegó hace tres años luego de voltear por Antioquia. Salió primero de Urabá por culpa del conflicto armado y buscó otra vida en otros municipios. Empezó a colaborar con la huerta agroecológica comunitaria y se enamoró de esa labor.
Yo pensaba ya no seguir con la tierra”, dijo María, “pero mire, el único día que yo no vengo es el domingo y cuando tengo que ir al médico. Pero siempre me gusta madrugar, a más tardar estoy aquí a las 8 de la mañana, regando mis semilleros
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En Urabá, especialmente en Apartadó, trabajaba en las bananeras con su esposo, tuvo finca y se dedicaban a varios cultivos. Cuando enviudó se vio obligada a venirse para Medellín, trabajó después varios años en fincas de Santa Rosa de Osos, Titiribí y Barbosa. Llegó después a vivir en la casa de una hija en el barrio Esfuerzos de Paz, en la Comuna 8 de Medellín. Allí le dijeron que para mantenerla contenta la iban a meter a ayudar en la huerta del cerro de Los Valores. “Vamos allí para que la anoten, a usted que le gusta tanto fregar con la tierra”, le dijo la hija y así ocurrió.
Proceso de manejo de residuos sólidos Uno de los componentes ambientales en el cerro de Los Valores es el tema del manejo de residuos sólidos y orgánicos. De las más de 17 mil viviendas en la comuna 8, la Corporación hace un buen trabajo de separación en la fuente con 300. Unos gestores recuperadores, que son del cerro de Los Valores, visitan un día a la semana cada casa para recoger lo que esas viviendas separaron. A la comunidad se les enseña a separar en la fuente y a reciclar, reutilizar y reusar. Son tres R para poner en práctica.
“De esas 300 viviendas, al mes podemos recoger tonelada y media de manejo de residuos orgánicos, podemos recoger dos toneladas de material de residuos sólidos como es cartón, vidrio, chatarra…”, cuenta José Joaquín Calle.
El residuo orgánico se convierte en abono, con el abono siembran plantas y las plantas dan frutos… “Del reciclaje comenzó a salir el cerro de Los Valores, un proyecto que debería estar en la montaña, en lo rural, y nosotros lo tenemos aquí en el barrio”. Lo reciclable ayuda a autosostener 1 o 2 trabajadores de los 12 que tiene la Corporación. “Nosotros no estamos hablando de paz, nosotros no estamos hablando de medio ambiente, nosotros lo estamos construyendo realmente con nuestras propias manos”, resume el líder social.
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“¡Qué bueno uno morirse de viejo!” Esto es lo que dice José Joaquín Calle en su tercera vida, después de morir y renacer, de pasar de la tragedia a la oscuridad de la guerra y, felizmente, a la siembra de la paz en el cerro de Los Valores. Su historia es de resiliencia, de segundas y terceras oportunidades, y lo que dice, en últimas, es que sí se puede, que lo mejor que le puede pasar al ser humano es que La Parca aplace su visita a los días de la vejez. No parecía real, lo vio como en una película. Desde la cancha de fútbol, Joaquín escuchó el estallido y vio como 25 mil metros de tierra se desprendían de la montaña y borraban de la ladera casas y familias, incluida la suya. Eran las 2:25 de la tarde, ese día los vecinos celebraban primeras comuniones y un clásico entre el Atlético Nacional y el Deportivo Independiente Medellín. Ese domingo, 27 de septiembre de 1987, el Pan de Azúcar rugió, se resquebrajó, vomitó sus entrañas de tierra y rocas, dejando 1.700 damnificados y más de 500 personas fallecidas, según los registros de la época; aunque las cuentas de los vecinos señalan que sus muertos pudieron ser más de 700. A esa mancha café, que dejó el exceso de la montaña, subió el niño de 14 años para darse cuenta de que se había quedado solo. El cerro sepultó a sus padres, a su sobrino, a un hermano y a dos hermanas, quienes nunca pudieron ser halladas. Quedaron enterradas en la montaña, como muchos otros. Por esto es que la cifra de víctimas jamás se precisó y uno de los siete cerros tutelares de la ciudad fue declarado camposanto por la Arquidiócesis de Medellín. Sobrevivieron sus otros tres hermanos, los niños heridos fueron sacados del lodo por los socorristas. Ya no se distinguía ni siquiera el lugar donde había estado en pie su casa unas horas antes, en el predio que su papá había comprado unos pocos años atrás, cuando la familia decidió empacar atavíos en maletas y cajas, para pasar de Los Charcos a la parte alta de Villatina para mejorar la vida.
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Lo que haya sucedido, aguas estancadas o detonación de material explosivo del M19, lo que haya sido viró el destino del niño. Lo cierto es que, después de bajar de esa montaña de tierra desprendida y de cuerpos mutilados, no volvió a ser el mismo. Sus hermanos sobrevivientes cogieron el camino que pudieron y él comenzó a rodar como las piedras. “No fui cobijado por un Estado, por un Bienestar Familiar. Lastimosamente, terminé amparado por grupos armados”, cuenta 30 años después José Joaquín Calle, hoy excombatiente, representante legal de la Corporación Camposanto 2787 y líder de los programas sociales y medioambientales que tienen como escenario el cerro de Los Valores; trabajo que ha merecido reconocimientos desde lo local hasta lo internacional, pero sobre todo la admiración y apoyo de los vecinos de la Comuna 8, que vieron el proceso de cambio en el protagonista de esta historia. De ahí en adelante el hogar pasó a ser un recuerdo, vivió en un albergue y en la calle. Fue reclutado por el ex Bloque Cacique Nutibara. Se crió en la guerra, un segundo deslizamiento según cuenta, porque esta también fue capaz de sepultar familia y amigos, no importaba nada ni nadie ni vida ni muerte. “Lo que dicen los sabios: no hay nada más peligroso que la conciencia de un delincuente, porque no tiene. En esa época uno se quería morir y uno ya sin padres, a uno ya no le importaba la vida, a uno ya no le importaba si uno tenía un hijo, si tenía un hermano, nada… uno era ciego, a uno no le importaba era nada”, relata Joaquín sus días de oscuridad. En 2003 se desmovilizó el grupo armado, lo que se convirtió en la oportunidad de hacer un alto y hacer una reingeniería de él mismo. “Empecé a reflexionar y a pensar, cuando me desmovilicé, y ya comencé a valorar lo que era la vida, un hijo, a los hermanos, la familia, los seres queridos que estaban alrededor… Empecé a mirar otra vida, que era distinta. Empecé a pensar: ¡qué bueno uno morirse de viejo! porque anteriormente no”, dice que era agresivo, andaba siempre armado y sin tranquilidad, eso era imposible de sostener por más tiempo. La última vez que empuñó un arma fue para la entregarla en el acto de desmovilización. Ese día comenzó lo realmente retador, vivir honestamente y demostrar a la comunidad, la misma que lo había visto armado, que el cambio era en serio. Dentro del grupo de desmovilizados era recurrente el tema del cómo ganar la confianza de la aporreada comunidad. “Vamos a barrer las calles, que la comunidad nos empiece a ver que ya no estamos con las armas, que ya no estamos con el camuflado o con las botas, sino que había que demostrar, porque ya la sociedad nos estaba
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dando la oportunidad de resocializarnos como personas —cuenta de los primeros impulsos—. Entonces, la idea nace de recuperar confianza y de demostrarle a la comunidad que realmente sí queríamos aportarle a un proceso de paz, que realmente sí queríamos cambiar como personas, que queríamos estar en nuestra sociedad y esto ha sido un ejemplo de eso”. Y en 2004 nació la Corporación Camposanto para recuperar la memoria histórica de Villatina, la idea era que no se olvidara una de las tragedias más grandes y dolorosas en el país de; además, el terreno quedó “cubierto de maleza y olvido”, en palabras de Joaquín, estaba abandonado y descuidado, tenía gran riesgo de convertirse en una invasión. También nació para rescatar y entregar a la comunidad un espacio de oscuridad que por años fue referente de guerra, de ser trinchera pasó a ser una propuesta de paz. “Éramos 40 o 50. Esto ha sido un camino con mucho sacrificio y mucho sudor, nadie construye un proyecto social así con las uñas quebradas, es muy difícil sin recursos. Veníamos de un proceso de paz, dentro de un un programa de la Alcaldía de Medellín, la Oficina de Paz y Reconciliación, que tenía como objeto los jóvenes de manera individual, entonces muchos terminaron estudiando, trabajando, pero otros desafortunadamente desandaron el camino y terminaron en una cárcel o en el cementerio. Aquí siguen con nosotros 10 compañeros que han aguantado ese camino, de mucho sacrificio y mucho sudor, pero por lo menos hemos construido una entidad que es tangible, que se ve”.
“Es bueno también lo que la gente empieza a pensar de uno, ya como diferente a lo que anteriormente pensaba”. José Joaquín Calle, director de la Corporación Campo Santo. En su oficina, cerro adentro, Joaquín muestra uno a uno los reconocimientos recibidos por el trabajo realizado en la Corporación, en la que no solo están los reinsertados, pues la comunidad fue sumándose a ellos. “Ahora él se gana el respeto porque él también sabe respetar”, es lo que dice María Concepción Londoño, una vecina que lleva a Los Valores sus manos, esfuerzos y conocimientos del campo. Como ella, la gente fue dejando el miedo y la desconfianza, se comenzaron a acercar a comprar vegetales, a conversar, a proponer, así, sin querer queriendo, también a trabajar.
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“La felicidad y la alegría es el patrimonio de oro del vidente y del sabio. Así como el vidente ve las grandes maravillas de este mundo, asimismo sabe el sabio distinguir entre el bien y el mal y saben qué hay más allá de la muerte y asimismo obran para no apartarse del camino recto. Nosotros ya estamos ahí, nosotros ya sabemos qué es el respeto, que lo respeten a uno. Ya sabemos que es mejor la técnica no resistencia, hacerse uno el loquito. Cuando dos tigres se enfrentan el uno aparece herido y el otro aparece muerto. Y yo no quiero estar ni herido ni muerto, entonces mejor me hago el loco por aquí sembrando maticas y haciéndome el loquito —dice Joaquín—. Entonces es algo que no tiene precio. No tiene precio estar tomando aguapanelita, estar hablando con María, con ustedes aquí tranquilo, a estar uno con manjares y por allá todo escondido a toda hora”. Esta tercera vida eligió vivirla así, sin sobresaltos y con una filosofía de no agresión, pues ahora, más que cultivador o líder social y medioambiental, se ve a sí mismo como un constructor de paz de oficio.
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CapĂtulo 12.
La casa
tomada
Desde La Casa de la Cultura del barrio Las Estancias se pretende acercar la cultura, como un concepto de convivencia, a todos los habitantes de La Comuna. La casa de la Cultura del barrio Las Estancias es el centro de todo. Primero lo fue de la violencia común, luego el punto más álgido del enfrentamiento entre dos bandas criminales, más tarde el epicentro del conflicto entre colectivos artísticos y el estado. Ahora lo único que quieren sus ocupantes es que vuelva a ser simplemente el centro en donde se desarrolla la cultura para la Comuna 8. La edificación, construida hace un poco más de 20 años en la Carrera 52ª con la calle 12, en el mismo sector que está el Colegio Vida para Todos, y que por su ubicación desde el principio se pensó como el mejor escenario para el encuentro entre los grupos artísticos.
“Los procesos culturares son transformadores, nos permiten conocer diferentes pensamientos, ideologías, la diversidad del ser humano, nos ayuda a abrir la mente” Gustavo Sucerquia, Ámbito Ecológico. Dice Kelly Valencia, integrante de la Corporación de Arte C8, que el primer error que se cometió, fue poner una construcción sola, sin ningún recurso para dinamizar los procesos que desde allí sea desarrollaban. Inicialmente fueron los propios grupos artísticos quienes asumieron los costos del sostenimiento de la casa, lo que poco a poco, terminó por afectar las finanzas y poner en riesgo la continuidad de los procesos. Pocos de los artistas que hoy quedan, recuerdan muy bien ese proceso. Sin embargo entre sus relatos concuerdan que se llegó un punto en el que la presidencia de la Junta de Acción Comunal asumió el control, pero ellos tampoco pudieron con los gastos. Así, entre una y otra cosa, la casa se fue quedando sin habitantes y recursos para pagar los servicios públicos. Además un comandante de un grupo armado de la zona se quedó en la casa como único dueño. Dice Mónica Villegas, líder cultural, que entre tantos problemas, la mejor solución que encontraron fue ceder el segundo piso para que funcionara allí la Inspección de Policía, con eso los armados se quedaron sin casa, pero también se quedaron por fuera los grupos culturales.
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En el 2008, los nuevos ocupantes cerraron las puertas de la casa a cualquier proceso que fuera de la comunidad. Entonces a todos quienes tenían una relación con el lugar, les tocó desplazarse para otros sectores o suspender sus actividades. Jovany Moreno, integrante del colectivo AK 47, un grupo cuyo lema es disparar arte en el territorio, dice que en el mejor momento del proceso llegaron a reunir hasta 80 personas alrededor del hip hop, break dance y clases de canto. Después, si bien no se acabó todo eso, si se hizo más complejo la continuidad por la falta de espacios. Así, sin sede, perdiendo el impulso que traían los colectivos existentes, quienes a pesar de todo no perdieron la fe de recuperar el espacio que por derecho les pertenecía. “¡Era una casa de la cultura que no tenía cultura!” se queja Kelly Valencia, quien para la época pertenecía al grupo Díafora, uno de los impulsores en el proceso de recuperación del espacio. Primero agotaron todas las instancias legales. Dicen ellos que duraron más de dos años intercambiando correspondencia con la Administración Municipal, quien no les daba una razón sobre su espacio, mientras tanto, seguían sin sitio de encuentro. Hasta que en agosto de 2010, se llenaron de fuerzas, reunieron la comunidad e hicieron una toma que duró 12 horas, con participación de los grupos más representativos de la zona, entre ellos Zona 8, Ak 47, Nuestra Comuna, Diáfora y hasta grupos de las comunas 9 y 10, quienes recuperaron el espacio para ellos.
Otra toma Como dicen por ahí, con una batalla no se gana la guerra. Así se demostró en La Casa de la Cultura pues después de recuperar el espacio se instaló allí la Red de Música de la Comuna 8, y otra vez los grupos independientes volvieron a quedarse por fuera. Sólo desde febrero de 2016, bajo otro esquema de organización, la Casa de la Cultura volvió a albergar a sus ocupantes naturales. Esta vez la Administración Municipal administra el espacio, pero con el objetivo de que vuelva a ser de puertas abiertas para todos.
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Alejandro Marín, coordinador de la Casa de la Cultura de las Estancias, desde este espacio se dispone de la oferta de la Secretaría de Cultura. El primer año fue un proceso de adecuación de espacios y ya en el 2017, comienzan los programas para que la casa vuelva a ser habitada. “Queremos ser un puente, más que llegar con una oferta, lo cual es valioso, queremos que desde acá se fortalezcan los procesos que ya hay” asegura el director. En esa línea algunos de los cursos que desde allí se dictan para las comunidades, fueron contratados con los artistas locales. Ahora la gran apuesta es terminar la construcción. Pese a que la comunidad por medio de las Jornadas de Vida priorizó recursos para su adecuación, pues al momento de recuperar la casa esta estaba inhabitable, todavía faltan dos espacios para que esta pueda prestar el servicio al cien por ciento. La gran ventaja, es que a diferencia de las otras casas de la cultura, esta podrá disponer de programación en horario nocturno, lo cual se facilita con la vigilancia 24 horas que dispone la alcaldía, en este horario se espera que los jóvenes sean quienes se “tomen” de nuevo la casa, ¡que vuelva a ser la Casa tomada del arte y la cultura en Las Estancias!
Nuevas formas de habitar la cultura Gustavo Sucerquia, representante de la Corporación Ámbito Ecológico, es uno de quienes llegaron a la Casa de la Cultura con su oferta ambiental y de investigación, como una de las nuevas formas de habitar la casa. Alejandro Marín, Coordinador de la Casa de la Cultura, dice que la idea es que se entienda la cultura desde el concepto antropológico, es decir, todas las formas de convivencia y no sólo desde lo artístico.
Gustavo, quien inició como gestor ambiental hace un par años y ahora incursiona en el emprendimiento, encontró en la casa un espacio para articularse con los demás actores juveniles de la zona.
Por eso la casa es de puertas abiertas para todos, tengan o no tengan inclinaciones artísticas, que sea la excusa para compartir. Además, del trabajo de articulación de los colectivos, salen varias propuestas como descentralizar el trabajo que desde allí se hace, para facilitar el acceso de todos los habitantes de la Comuna 8.
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Capítulo 13.
Reconocimiento de
derechos La mesa que“oye” a la Comuna 8
La mesa que“oye” a la Comuna 8 Hubo una famosa mesa redonda que se hizo popular en la literatura del Rey Arturo y en la que el monarca discutía con sus caballeros los temas más importantes para la seguridad del reino. En la Comuna 8 de Medellín, muchos de sus temas, sensibles para la seguridad de sus habitantes, llegan a la mesa de Derechos Humanos. Al frente de la Mesa de Derechos Humanos de la Comuna 8 está Liliana Pinzón, una mujer de edad mediana y que carga consigo una historia de persecución y destierro intraurbano. Llegó a la comuna huyendo del acoso de violencia en la Comuna 13. “Salimos como locos, allá quedó todo, perro, casita de perro, quedó ropa, quedó muebles, quedó de todo”. La mesa, que recibe apoyo de la Alcaldía de Medellín para el diseño y desarrollo de diversos proyectos inherentes a la formación de sus miembros y comunidad en atención de derechos humanos, funciona desde hace unos años. Sus comienzos fueron tan tímidos como las primeras denuncias, pero con tantas ganas de hacer algo por las víctimas que aún se mantiene. Eventos como amenazas, violaciones y otros que atentan contra la dignidad y la vida de los habitantes de esta zona centro oriental de la ciudad comenzaron a hacer parte de la cotidianidad de la mesa y el accionar de sus miembros. Cuenta Liliana que esos hechos se atienden de manera confidencial. La labor de sus integrantes, además de escuchar y solidarizarse con las víctimas, es determinar las rutas pertinentes para su atención de manera eficaz. Para la mesa nada ha sido fácil. Hacerse de la confianza de los habitantes de la comuna ha requerido un trabajo constante, pertinaz. ¿Cómo podría ser fácil convertirse de un momento para otro en el “confesionario social” de una comunidad que lidia contra fenómenos tan disímiles, nacidos en la entraña misma de la compleja volubilidad de la convivencia?
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Trabajo coordinado Hoy en día se trabaja sobre tres ejes principales: violencia basada en género, en diversidad y en seguridad humana. Esta última dio paso al tema de la discapacidad porque “hemos visto que ese tema es muy importante. En el tema de discapacidad, el comité se queda cortico para toda la población”, concluye Liliana con gesto de preocupación. Con esa voluntad y fe de peregrino, esta mujer, junto a Adriana, Alexánder, Jhon, Gloria, Elizabeth, Mauricio y Claudia, ponen cara a problemáticas de niñez e infancia, población LGTBI, violencia intrafamiliar, entre otras igualmente descollantes en esta comunidad vibrante y ansiosa de mejorar su calidad de vida. Las problemáticas inherentes a las mujeres también son un componente de peso en el trabajo. Al respecto narra Liliana: “yo lo estoy liderando, porque a mí me apasiona el tema de mujeres, porque siempre lo he trabajado, y porque siempre lo decíamos desde el inicio, antes de pensarnos en la mesa, lo decíamos con Jairo Maya, que si yo iba a estar en la mesa, iba a estar apoyando el tema del sentir de las mujeres”.
“A mí me apasiona el tema de mujeres, porque siempre lo he trabajado, y porque siempre lo decíamos desde el inicio, antes de pensarnos en la mesa, lo decíamos con Jairo Maya, que si yo iba a estar en la mesa, iba a estar apoyando el tema del sentir de las mujeres”. Liliana Pinzón, líder de la Mesa de Derechos Humanos de la Comuna 8. ¿Y cómo no abocar ese frente si se tiene en cuenta la cantidad de mujeres cabeza de familia, desplazadas, miembros de diversos grupos sociales y étnicos que habitan el territorio y que son parte activa de la evolución psicosocial de este territorio? Con la colaboración institucional la mesa ha logrado un nivel importante de empoderamiento en la estructura barrial. La comunidad se siente acompañada aún en medio de las dificultades que implica acudir a la ayuda de organismos autónomos como la Fiscalía General de la Nación que, como otras instituciones, adolece en
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ocasiones de trámites burocráticos que no compensan la ansiedad y la angustia de quienes han sido víctimas de la vulneración de sus derechos. Por ejemplo, esta anécdota que involucra a una mujer víctima de violencia sexual: “Estuve un viernes a las 3:30 de la tarde. Llegamos al bunker, se hizo la denuncia pero no se pudo tramitar bien porque después de esa hora solo atienden los casos de hurto de mayor cuantía y homicidios”. Esas vicisitudes no quebrantan el ánimo, la gana, el optimismo de quienes trabajan en la Mesa de Derechos Humanos. Todos ellos están “curtidos” de sinsabores y tropiezos. Saben y hoy disfrutan aún más su labor cuando de ella devienen tantas satisfacciones. Contar con la gratitud, muchas veces silenciosa de las personas, sus vecinos, que buscan su ayuda, es la mejor recompensa para tanto esfuerzo y dedicación.
Capacitarse para ayudar Entre las inquietudes del grupo no solo está el ayudar a mejorar el tejido social de su entorno, sino también el hacerlo mejor. Por eso se preparan. Por estas fechas, casi al final de año, están actualizando sus saberes en derechos humanos. “Vamos a aprender todo el tema de derechos, hemos visto dos módulos. El primer módulo fue netamente comunitario. Lo estamos haciendo con Uniremintong, esta técnica es de todos los días, de lunes a viernes, de 5 a 10 de la noche, nos vamos a graduar como técnicas laborales en paz y derechos humanos”, destaca Liliana. Las capacitaciones también han cobijado a la comunidad, entiendo que solo si se conocen los derechos se pueden hacer respetar. Con Presupuesto Participativo se adelantaron cursos de formación en derechos humanos y se logró impactar a por lo menos 400 chicos y jóvenes de distintas entidades educativas del sector, sensibilizados en esos problemas que son de bulto pero que nadie pretende ocultar, como la prostitución infantil y adolescente, la violencia intrafamiliar, etcétera. En octubre de 2017 arrancaron los talleres para capacitar a adultos, adultos mayores, jóvenes y niños en las mismas temáticas de vulneración de derechos. Seis talleristas asumieron el reto de capacitar cada uno a 45 personas, todo con el ánimo de multiplicar las voces que quieren ponerle fin a ese entramado de violencia en su comunidad. Esta es una historia que apenas comienza. Pero es sin duda la historia que escriben un puñado de hombres y mujeres dedicados día y noche a la cicatrización de las heridas abiertas por la intolerancia en el corazón de una comunidad que, pese a la adversidad, y como en la mesa redonda del Rey Arturo, puede decir con franqueza y experiencia “las hazañas por sí solas carecen de sentido si no sirven a un fin elevado”. Ese fin elevado es una mejor convivencia para la comuna. La Mesa de Derechos Humanos está ahí, oyendo su palpitar incesante.
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CapĂtulo 14.
Defensa del
territorio Aportes de la Mesa de Vivienda a la defensa del territorio
Aportes de la Mesa de Vivienda a la defensa del territorio La mesa de vivienda, más que una organización, es un movimiento comunal que aporta sus conocimientos para el fortalecimiento de las organizaciones que trabajan por un mejoramiento integral del territorio. La Mesa de Vivienda de la Comuna 8 nació en febrero de 2011 como resultado del proceso de discusión del Plan de Desarrollo Local. “Estábamos muy niños”, confiesa Carlos Velásquez, líder del movimiento, quien recuerda que para aquel entonces su única preocupación era acceder a los servicios públicos. Previa a la creación, el primer ensayo fue la mesa interbarrial de desconectados, una organización que pese a que tenía un radio de acción municipal, convocó especialmente a los líderes de los barrios altos de la Comuna 8, en donde la falta de agua potable, energía y alcantarillado, era más dramática. El trabajo de la Mesa de vivienda ha crecido exponencialmente. De las 7 personas que hicieron parte de la primera reunión, pasaron a convocar a más de 2.200 habitantes de la Comuna en uno de los procesos de votaciones. También, de trabajar por servicios públicos, pasaron a hacer parte de una movilización que busca un mejoramiento integral de barrios. Dice Carlos Velásquez que si bien el trabajo ha mutado, la esencia es la misma. Según él la formulación del primer plan de trabajo se hizo concienzudamente, con líneas estratégicas, una apuesta política y planes de articulación con otras organizaciones de la ciudad. Para ese momento, el gran interés estaba concentrado en visibilizar la problemática. El objetivo siempre fueron los servicios públicos, pero gracias a la asesoría recibida por la academia, y fruto del trabajo que ellos mismos realizaban, se dieron cuenta que las necesidades eran aún más grandes. “Para qué zapatos si no hay casa”, explica Carlos refiriéndose a como se dieron cuenta que no podían alcanzar los servicios públicos si no habían casas en donde llevarlos. Entonces analizaron que la solución era hacer parte del Plan de Ordenamiento Territorial. Después, de discutir el Plan de Desarrollo, y lograr que sus propuestas hicieran parte del plan de ciudad, se pasó al modelo actual: mejoramiento integral de barrios.
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La mesa no entrega subsidios, ni hace proyectos de infraestructura, sin embargo su poder de movilización ayudó a poner el tema en agenda y movilizar voluntades que al final consiguieron que sea una política pública. No fue fácil llegar hasta ahí. El primer borrador del Plan de Ordenamiento Territorial en 2016 no contemplaba ninguna acción en el borde, sin embargo, cuando se aprobó a final de ese mismo año, ya estaban en él algunas de las propuestas de la mesa. Ahora tienen un plan de trabajo a corto y mediano plazo con dos ejes centrales: concertación y garantías de permanencia en el territorio. Con trabajo en vivienda, entorno, mitigación de riesgos y un componente socioeconómco que permita generación de ingresos, seguridad alimentaria y convivencia. Todo, con base en el Conpes 3064, que es el que habla de los barrios en Colombia. Ahora tienen estudios reales sobre el territorio, invirtieron más de 3 mil millones de pesos mediante las Jornadas de Vida, para actualizar el mapa de riesgo de la Comuna y lo más importante de todo, según ellos mismos: se logró que la gente hable y se apropie de su territorio.
“De servicios pasamos a vivienda, de vivienda a ordenamiento territorial, y cuando empezamos a articulamos con universidades nos dimos cuenta que había un tratamiento que los cubría y era el mejoramiento integral de barrios, a eso es a lo que le apuntamos” Carlos Velásquez.
El movimiento A diferencia de cualquier organización comunal, la Mesa de Vivienda funciona como un movimiento social. Cada 15 días, o dependiendo de las coyunturas, los integrantes se reúnen de manera voluntaria, no hay junta directiva, ni líneas de mando, sino que cada uno de ellos aporta sus ideas para el trabajo.
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El ejemplo que tienen de este trabajo fue el realizado en 1992 en el barrio 13 de Noviembre, cuando la gran mayoría del terreno estaba en zona de alto riesgo y hoy, 25 años después, esta zona puede ser intervenida con obras de ciudad como Metrocable, y la mayoría del territorio salió del riesgo.
Ejemplos de éxito en mitigamiento Según cálculos del Banco Mundial, por cada peso invertido para la mitigación del riesgo, las ciudades se ahorran 7 pesos en atención de emergencias. Bajo esta teoría, los integrantes de la Mesa de Vivienda, ponen en la agenda pública propuestas para que la Administración Municipal cambie el modelo de intervención en los bordes de la ciudad, más orientados a la mitigación que a la atención.
Aunque los logros son muchos, todavía espera conseguir que legalidad para gran parte de las viviendas existentes en la zona, así como obras para mitigación de riesgo. Por encima de todos los logros conseguidos en los 6 años de trabajo, todavía les preocupa barrios como El Faro, que siguen estando exentos de los planes de ciudad. Por eso, lejos de cantar victoria, los integrantes de la Mesa de Vivienda aseguran que todavía falta mucho por lograr y como en el principio, se mantienen en la búsqueda de que todos los habitantes de la Comuna logren disfrutar de los servicios públicos y de entornos libres de riesgo y dignos para sus habitantes.
10 mil
viviendas en la Comuna 8 están en riesgo
El cambio según los estudios de la Mesa, se atribuye a una intervención decidida del estado, que se dedicó a hacer obras para la mitigación. En cambio, sienten que en las últimas construcciones, en vez de prevenir, los están dejando aún más expuestos a las tragedias.
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CapĂtulo 15.
Historia de
resistencias y
transformaciones Resistencia, apuesta y nuevos arraigos en la ciudad
Resistencia, apuesta y nuevos arraigos en la ciudad Para la Mesa de Desplazados de la Comuna 8, el principal objetivo es demostrar que las víctimas del conflicto armado no requieren asistencialismo, sino ser vistas desde una condición diferencial, pero con capacidad para aportar a la construcción de un nuevo territorio. Cuando María Gisela Quintero llegó a Medellín, desplazada por el conflicto armado, descubrió varias cosas: qué tenía derechos, que había sido vulnerada en ellos, pero sobretodo, que tenía mucho para aportar en la reconstrucción del tejido social. Así empezó el trabajo que realiza junto a otras 25 personas en la Mesa de Victimas de la Comuna 8, quienes gracias al trabajo mancomunado, han logrado una nueva apropiación y planeación del territorio desde el enfoque diferencial. El camino no fue recto. Gisela cuenta que llegó a la ciudad en octubre del año 2.000 con el dolor y frustración propias de quienes han sido víctimas de hechos violentos y no han pasado por un proceso de reparación psicosocial que les ayude a salir adelante. Durante los primeros cinco años de su estancia en la ciudad, esta mujer trató de salir adelante sola, sin buscar ayudas estatales, sin ningún apoyo. Sólo después de ese tiempo, cuando llegó a Pinares de Oriente, un barrio de invasión, fue que entendió que no podía cambiar su pasado pero sí su futuro.
“Los desplazados fuimos los arquitectos de nuestros barrios, fuimos quienes planificamos, por eso tenemos que ser incluidos en los proyectos que visionan sobre nuestros territorios” Gisela Quintero, Mesa de Desplazados.
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18 de los 36 barrios que tiene la comuna, no están legalizados, estas fueron las zonas de construcción por medio de invasión y que concentran la población desplazada.
Su caso, se repite cientos de veces entre sus vecinos, un barrio que está compuesto en un 90%, por víctimas de la violencia, llegados a Medellín en busca de un nuevo comienzo y con necesidades de reparación, justicia y acompañamiento psicosocial como los tuvo Gisela en su momento. “Cuando la ciudad nos cerró sus puertas, el cerro Pan de Azúcar nos las abrió” explica Gisela sobre la incidencia de la comuna como receptora de desplazados, dice que para quienes participaron en la planificación, el cerro además tomó el significado desde la apropiación del territorio.
Cuando comenzó la construcción de Pinares de Oriente, el territorio no tenía ninguna de las condiciones mínimas de habitabilidad. No había calles, agua potable, energía, tampoco organización social, ni nada que les hiciera más fácil su vida en la ciudad. Cada familia luchaba por su propio bienestar, sin pensar en comunidad, hasta que una noticia los unió: llegó una orden de desalojo para las casi 200 viviendas que existían en la invasión, y entonces descubrieron que necesitaban organizarse para luchar. Fue ahí cuando Gisela comenzó a hacer parte de los procesos organizativos fruto de las discusiones del Plan de Ordenamiento Territorial y reunió a un grupo de personas con la misma historia de ella, para pensar el desarrollo del barrio y la comuna con un enfoque diferencial. Ahora son unas 25 personas, líderes de los barrios Pinares, La Torre y el Pacífico, quienes se articulan con la Mesa de Vivienda en el trabajo que es replicado en cada una de las comunidades.
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Para ellos, lo más importante no es reconocerse como desplazados para recibir subsidios, sino, para entender que desde cada una de sus experiencias pueden aportar a la construcción de un tejido social.
Líneas de trabajo La Mesa de Desplazados es una plataforma que tiene dos líneas de trabajo: seguridad Alimentaria y Unidades productivas, las cuales son la excusa para hablar de memoria, reparación psicosocial y derechos humanos. En la actualidad, ocupan la Casa Vivero, un espacio que está rodeado por 40 eco huertas que hacen parte de la línea de seguridad alimentaria, y que busca que las personas cultiven sus propios alimentos. Además, sirve para que quienes hoy habitan los territorios, apliquen en las huertas sus conocimientos del campo y tengan algo en que entretenerse como una especie de terapia ocupacional. En la segunda línea, unidades productivas, se pretende fortalecer las ideas de negocio de quienes han sido víctimas de desplazamiento para lograr la sustentabilidad económica de las familias.
Esta casa fue el símbolo de la violencia en este sector de la Comuna 8, pues fue el lugar de operación de los grupos armados, luego fue la sede de la fuerza pública y después, se convirtió en lo que es ahora, un símbolo de encuentro para las víctimas.
Casa vivero La Casa Vivero Jairo Maya es el espacio de encuentro de la Mesa de Vivienda. Desde allí se gestan las acciones políticas de los integrantes de la mesa, quienes ponen en marcha ideas como las ecohuertas o la planificación del territorio.
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CapĂtulo 16.
Pasaporte a la
ciudadanĂa Llanaditas o el ADN de un milagro
Llanaditas o el ADN de un milagro Hace más de 53 años nació el sector de Llanaditas en la Comuna 8 de Medellín. Sus calles, escuelas y hasta la iglesia las construyeron en sus inicios, gracias a bingos, bazares y empanadas. El agua potable fue posible apenas hace dos años. Llanaditas, un barrio compuesto por cuatro sectores —Golondrinas, Altos de la Torre, Pacífico y El Faro— es un enorme conjunto de casas coloridas y calles empinadas en el centro oriente de la ciudad, flanqueado por el 13 de Noviembre, La Ladera, Los Mangos y, más al oriente, por el corregimiento Santa Elena de Medellín. Su vida ha sido marcada por las vicisitudes que se puedan enumerar en toda sociedad nacida de la pobreza: marginación, violencia, desempleo, pero también, en este caso, de imaginación, voluntad y trabajo duro. Esta es una comunidad todavía inacabada, en construcción. Los primeros chorros de agua potable aparecieron en 2016 después de una lucha titánica de sus líderes contra las convenciones burocráticas de la ciudad. En esa lucha estuvo presente Javier Benítez mientras se consolidaba como líder de Altos de La Torre, un lugar al que llegó a pasear y en el que se quedó viviendo al ver que quizás podría ayudar a resolver tantos problemas. “La necesidad de ese momento era el agua. Había familias enteras, de hasta 8, quizás más, sin agua. Y nosotros los líderes, a veces a las 11, 12 de la noche, tratando de llevar el agua, acompañando al fontanero decíamos: ‘que a esa gente que en el día no le pudo llegar, que de pronto esta noche aumenta un poquito. Y, bueno, vamos a llevarla allí que ese sector lleva casi una semana sin agua’. En sí el tema era complicadito”. Hasta ese entonces, las travesías sobre la montaña porque el chorro de agua subiera por los acueductos hechizos se originaban en La Castro, una pequeña quebrada que baja desde el cerro Pan de Azúcar, de la que aprendieron a abastecerse pioneros como Ángel Bedoya, pero que en su curso normal no alcanzaba siempre para tantos. Sin embargo, de tanto anhelarla por décadas el agua potable llegó a Llanaditas.
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“Llegó para 150 familias más o menos. Llegó como en octubre. Mire que uno se vuelve incrédulo. El agua fue llegando por sectores, a pesar de que había las redes, comenzó por aquí por Llanaditas y ya se fue yendo”, recuerda el líder del asentamiento Pacífico, Dairo Urán, de ese día en que el milagro del agua potable al fin se le dio a la comunidad. Terminaba así ese largo y tortuoso periplo de las gentes entre el agua veredal, el fogón donde se hervía y las visitas al médico obligadas por los malestares provocados por el agua impura. “Claro, muchas enfermedades de la piel, diarrea, los niños se mantenían con gastroenteritis y nos tocaba ir hasta el primer centro de salud que hubo en Buenos Aires, hasta allá nos tocaba ir “. Quien habla es Cecilia Ramírez Blandón, una mujer que de sus 65 años ha vivido 61 en el sector de Llanaditas. Llegó cuando todo allí era tierra libre, con no más de 15 construcciones rústicas e improvisadas y en el aire un halo de miedo susurrante. Según el hoy presidente de la Junta de Acción Comunal de Llanaditas, Antonio Marulanda, que también arribó muy niño al sector, había días en que no se podía ni ir a la escuela. “Había situaciones como que el agua llegaba sucia porque mataron a una persona allá y la tiraron a la quebrada… En alguna oportunidad la guerrilla voló una parte del oleoducto en Rionegro, cerca de la quebrada, y parte de eso cayó en ella y hubo muchísima comunidad afectada, intoxicados, bueno, una cantidad de situaciones”.
Los ires y venires por el agua Un recorrido por la zona conduce hasta al asentamiento Pacífico, habitado por decenas de familias provenientes de Uramita y Dabeiba, poblaciones norteñas adportas a la entrada del Urabá antioqueño. Comenzaron a llegar en 1995 y los primeros halaron a los segundos y estos a los demás. En su mayoría gentes desplazadas por el conflicto interno colombiano que por esos años, a mediados de los 90, adquiría ribetes de catástrofe
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para miles de campesinos atrapados entre el fuego cruzado de las balas oficiales, la guerrilla y los paramilitares. Dairo Urán también llegó a este lugar en 2004. No es desplazado por la guerra. A él lo desplazó la falta de dinero. No tuvo cómo pagar el arriendo de la pieza que alquilaba en el sector 13 de Noviembre y su alternativa fue montar un albergue en el descampado. Estuvo presente cuando la administración municipal de la época quiso desalojar el lugar infructuosamente. El conflicto condujo a un proyecto de reubicación en Sabaneta, al sur de la ciudad, pero también se hundió porque la comunidad le dijo no a una reubicación que no beneficiaba a la totalidad. “Todos en la cama o todos en el suelo” fue la consigna que llevó al traste el ofrecimiento oficial. Esa lucha les demostró que estaban organizados y utilizaron esa estructuración para darle forma a su terruño. Para Dairo esa época sigue fresca en su memoria:“había muchos convites, entonces el barrio se organizaba en aseo, en las vías; a pesar de que eran muy ordinarias pero se trataba de hacerlas lo mejor posible”. Las épocas de cambio para buena parte de estos sectores vinieron de la mano de la Unión Europea, después de un trasego repleto de altibajos con organizaciones no gubernamentales, con amagos de organización sin consistencia. Y con un problema de fondo que reclamaba acciones urgentes y profundas. Se trataba del asistencialismo al que estaba acostumbrada la gente y que le restaba voluntad de entrega y trabajo. “Entonces la unión Europea empezó a formar. Tenía una parte jurídica y empezó a organizarnos, y como no podíamos llamarnos ni junta de vivienda ni acción comunal, entonces nos empezamos a llamar un Comité Impulsor, y lo organizamos así las personas que queríamos ver el progreso, la transformación del barrio”, comenta Dairo. Esa nueva organización comunitaria los condujo al acceso a presupuesto oficial para emprender proyectos de desarrollo, pero para eso tuvieron que contar con la ayuda de la única JAC
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que tenía personería jurídica en el sector, la de Llanaditas. Pacífico había perdido la suya por mala administración. El proyecto más importante fue precisamente el del acueducto y alcantarillado, que nació de la terquedad y la obstinación de los líderes de Llanaditas, cuando recién empezaba a formulación del Plan de Desarrollo del alcalde Alonso Salazar, en 2008. Aunque la respuesta general era que no se podía, líderes como Jairo Maya y Antonio Marulanda movilizaron a Llanaditas hasta los espacios de socialización del plan y durante las discusiones en la plenaria del Concejo de Medellín, donde no se tuvo más remedio que aprobar $10 mil millones para las primeras obras, ante el clamor de los 2 mil habitantes que habían logrado movilizar hasta La Alpujarra. “Lógicamente 10 mil millones de pesos era muchísima, muchísima plata, pero no era suficiente para poder cumplir la demanda que tenía esta comunidad. Pero después empezó otra lucha porque el alcalde dijo que no se podía, que porque era zona de alto riesgo, que los estudios habían arrojado que no se podía invertir plata acá y que la plata no la iban a invertir. Entonces otra vez nos fuimos para el Concejo y logramos que Planeación Municipal levantara ese concepto a Llanaditas y ya al siguiente año empezaron las obras”, relata Marulanda. Otro logro del barrio y sus líderes fue que la construcción de la obra se pudo hacer a través de las cuatro Juntas de Acción Comunal que, guiadas por EPM, contrataron todo el personal. El destino adereza anhelos, y el arribo del agua le dio una voltereta total a esta comunidad, empezando por los zapatos: “al colocar el agua se transforma todo el entorno, ya no caminábamos por el barro. Por ejemplo, las muchachas tenían que salir con dos pares de zapatos. Caminaban primero con unos del barro y cuando llegaban ya al cuadradero se cambiaban, los metían a la bolsita y ya ahí se colocaban los elegantes, o los tacones. Por la tarde el mismo proceso, inclusive por allá decían: ‘por ahí vienen los patiamarillos’. Los
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que no se cambiaban los zapatos. Y había mucha gente que se enojaba por eso”. Es Dairo narrando una imagen que recrea con sarcástico patetismo esa época dura. Mientras tanto, Javier Benítez complementa con cara de satisfacción aquel episodio mayúsculo: “el cambio es muy bueno, tras de que trajo la obra de mitigación, trajo senderos, trajo más parques. Aunque era difícil solicitar un muro ahí, porque solo era para proteger redes. Sin embargo, a través de la junta se buscó recursos para que se mejorara el entorno de la vivienda, el frente, mejorar la entrada”. Y, sin duda, Cecilia Ramírez es la más indicada para lapidar emocionalmente lo que significó el agua potable para esta comunidad. “Uno abrir la llave y poder tomar el agua. Imagínese, yo desde niña sin agua potable y a los 60 años venir a tener agua potable. Eso es algo inolvidable. Sacar uno su agüita potable para hacer sus jugos, su baño rico, eso es súper rico”. Pero no todos los habitantes tendrían agua potable pronto. Una disposición gubernamental que estableció una zona alta como reserva natural y denominada como “cota 2.000” impide que las empresas públicas lleven el agua hasta los hogares que están por encima de esta.
Y la luz se hizo Si el agua fue una maratón a campo traviesa, la energía un parto. Al comienzo era como vivir recién en la posguerra europea, rezando para que el único y titilante filamento de la bombilla no se apagara en medio del caos y la oscuridad, cuando es peor. “La primera energía llegaba a una pila pública y de ahí dividía equitativamente y a cada uno le llegaba el recibo. Entonces, cuando era así, la gente que tenía las areperías no pagaba por el servicio, entonces como quien dice, uno pagaba, lo que él gastaba”,
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anota Dairo. Como es normal, un problema que se torna colectivo en poco tiempo comienza a engendrar genialidades: “Por allá surgió una idea loca de cologar un breque, ahí había dos cosas, si usted prendía un fogón en alto y prendía un foco se disparaba. Y si usted se descuidaba se le quemaba el cable, y si se le quemaba el cable, EPM no le ponía más, por descuidado, porque así es que le decían a uno”. En Altos de la Torre los esfuerzos también fueron mayúsculos y se dieron de manera paulatina y esporádica, porque la empresa de servicios públicos desinstalaba las conexiones hechizas y no podía recibir las solicitudes para abastecerles del servicio legal porque el sector se consideraba en una zona de alto riesgo. “Cuando fue el tema de la energía fue complicado. Fue traer dos cuerdas desde abajo, desde donde cruzaban las redes por ahí a 500 metros, más o menos, y de ahí subir una cuerda. Y si se compraba un cable, al otro día encontrabas un poco de pegados. Luego llegaba Empresas Públicas y cero energía, se quedó todo el mundo apagado. Y vuelva a empezar aquello. Cuando apagaban, volver al otro día a conectarnos, como se pudiera, y apuéstele y hágale, y entonces llegar al punto de cobrar una multa a la persona”, dice el líder Benítez.
Después de muchos ires y venires, de tire y afloje con la Administración Municipal, de las visitas al Concejo y de los concejales a la comunidad, llegó por fin la solución salomónica: la energía prepago. Eso ocurrió por allá entre el 2012 y el 2013. Cada quien escoge cuánta energía puede pagar. El proceso de aprendizaje para una comunidad acostumbrada, en buena parte, a obtener servicios públicos gratis —o a escoger entre arroz y zapatos en un supermercado — fue dispendioso. “Una vez en mi casa me gasté 40 mil. Me pregunté: ‘¿qué está pasando?’ y me comencé a dar cuenta que se estaban estirando el pelo. Lo que es la estirada del pelo y prender un fogón eléctrico
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cuenta. Eso parece Juan Pablo Montoya corriendo así: ¡fast!, rápido y listo. Ya se generó cultura. Mire que se generó eso, por el lado de uno se logró el mínimo vital”. Dairo refiere como mínimo vital la prerrogativa que les dio la administración como un derecho básico en uno de sus servicios públicos, la menor cantidad permitida en agua para estas comunidades vulnerables. De esa manera los usuarios pagan aquel monto que sobrepase el mínimo vital. Agua y energía, en pleno siglo XXI, son dos logros titánicos para una población que llegó a la Comuna 8 con las manos vacías y sin sueños. En Llanaditas ahora se aprestan para otra campaña de largo aliento, el gas docimiciliario.
Servicios públicos para todos Como ocurre en varias zonas de Medellín, en el sector de Llanaditas, y en el resto de la comuna, todavía hay familias sin agua y otros servicios públicos domiciliarios. Para mitigar esta condición, la Administración Municipal planea abastecer con acueducto y alcantarillado a un total de 40.200 hogares hasta 2019. La inversión destinada es cercana a los $250 mil millones.
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Llanaditas, territorio de paz Aunque nadie les da el crédito merecido, los habitantes de Llanaditas, donde viven unas 30 mil personas, tienen a su haber algo impensable hace algunos años y que se relaciona con la convivencia en el sector. Su índice de homicidios se redujo a mínimas expresiones, gracias a un largo y también espinoso proceso de pacificación liderado por sus habitantes de la mano de la iglesia y la Alcaldía de Medellín. En la década de los 90 dos grupos armados se disputaban a tiros de revólver y fusil el territorio. Algunos líderes se decidieron a buscar la tranquilidad de su comunidad y comenzaron a hacer los contactos. La iglesia católica se empleó a fondo en el asunto y la Alcaldía creó las llamadas “Mesas de paz y convivencia”, a través de las cuales se pudo firmar un acuerdo de cese al fuego.
“Fue un jueves 20 de agosto, 10 de la mañana. Ahí logramos concertar con ellos en una mesa. Así como los diálogos de paz que se firmaron en la Habana. Los habíamos llamado y fueron llegando encapuchados, porque eran muchachos de acá de la comunidad”, recuerda Antonio Marulanda líder cívico de Llanaditas y hoy presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio. Lo hecho ya suma 15 años de tranquilidad frente a las confrontaciones de grupos armados. Hoy, esos jóvenes que antes imponían su voluntad por la fuerza, hacen parte del colectivo de ciudadanos que pugnan por una comunidad más justa, y lo hacen desde sus puestos de trabajo y con ayuda para sus vecinos.
Entre 2016 y 2017, más de diez mil familias de la ciudad, y unas 700 de la comuna, han obtenido el servicio de acueducto y alcantarillado a través del programa Unidos por el agua de la Alcaldía de Medellín.
Llanaditas y sus cuatro sectores aún tiene problemas, pero cada vez son menos y los conflictos tienen más debate que pelea. Aquellas enseñanzas de los invasores pioneros son cartilla para los nuevos. Por ejemplo, en El Faro, la comunidad sigue echando mano de los convites para hacerse a un alcantarillado. Sí. Empanadas, bingos, bazares y todo lo que sirva para mantener la fe en alto. Todo lo que ayude para que algún día toda esta lucha descanse en paz.
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Capítulo 17.
Liderazgos que salvan
vidas Gestión comunitaria para la prevención y atención de desastres
Gestión comunitaria para la prevención y atención de desastres La red de atención de emergencias en la Comuna 8 de Medellín está conformada por 10 comités de riesgo. Un trabajo articulado de voluntarios que son conscientes de los desafíos del territorio y que desde su liderazgo buscan salvaguardar la vida de ellos y sus vecinos. Parada desde la ventana de la sede de la Junta de Acción Comunal de Villatina, Luz Yamile García comienza a enumerar las veces que el Comité de Gestión del Riesgo de la Comuna ha atendido emergencias. No son pocas. En cuanto pone su mirada en algún punto cardinal, vienen a su memoria las historias de deslizamientos, incendios, inundaciones, pero también de rescates, de vida sobre la muerte. Luz Yamile, la coordinadora del comité en la Comuna 8, asegura que es un trabajo dispendioso, sobretodo de educación. Según ella, también es una labor con buenos resultados, tanto que ahora las personas al menos son conscientes de los riesgos y como prevenirlos. La red de prevención nació en 1982, como una iniciativa de las madres comunitarias del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, quienes preocupadas por cómo reaccionar ante una emergencia en la que se vieran involucrados los niños de sus hogares comunitarios, pidieron capacitaciones y conformaron el primer comité. Fue tan buena la acogida que pronto otras personas se interesaron en las capacitaciones y así terminaron por agruparse 42 personas de la mayoría de barrios de la zona, con un radio de acción comunal y quienes recibían capacitación sobre primeros auxilios, pero también sobre prevención por parte de la Cruz Roja Colombiana. “No teníamos sede, nos reuníamos en las casas, en el parque al lado de la Acción Comunal y cuando lo que ahora es la Uva la Ilusión era un bosque de pinos, allá entrenábamos” recuerda Yamile, quien también hizo parte de ese proceso inicial.
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Así fue como encontraron un espacio en la sede social del barrio y desde entonces han recibido asesoría y capacitación de la mayoría de universidades de Medellín: el Ces, la Universidad de Antioquia, el Colegio Mayor, la Universidad Pontificia Bolivariana y varias entidades contratadas por la Alcaldía de Medellín para fortalecer el trabajo de los voluntarios. Como una forma de retribuir lo aprendido el Comité además conformó semilleros, con menores de edad, quienes se reúnen semanalmente para continuar la capacitación y quizá, fruto de ese trabajo, sean las futuras generaciones comprometidas con la vida.
Lecciones de salvan vidas Son muchas las emergencias en las que el Comité ha participado de manera voluntaria para apoyar a las labores de rescate de los Bomberos de Medellín. Y si bien, dice Yamile García, que de cada uno de los desastres hay recuerdos, varios se quedaron marcados en la memoria y les sirven para trabajar en la prevención. Por ejemplo, la primera emergencia que atendió el Comité fue el gran incendio en el sector de La Mano de Dios. “llegamos con bomberos, no tuvimos pérdidas humanas, pero nos tocó dañar puertas, porque gente encerada con candado y cadenas”, recuerda Yamile. Yamile agrega que además de las dificultades propias de una conflagración, debían luchar por evacuar a las personas, quienes se devolvían para sus casas a tratar de rescatar sus pertenencias. “Es duro porque es decirle: señora es mejor que se le queme su cama, su televisor, su nevera, a que se queme usted o su niño”. Después de esa eventualidad, lo siguiente que hizo el Comité fue recibir capacitación para el manejo de personas con crisis nerviosas. Una habilidad que sacan a flote cada que ocurre otra y otra emergencia.
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Además, cada que tienen oportunidad, dictan capacitaciones sobre la importancia de no dejar niños ni adultos mayores encerrados en las casas. Lo aprendieron con lágrimas de un incendio en el que tres menores murieron porque quedaron atrapados en una vivienda. “En cada reunión les decimos que si van a salir, dejen los niños con los vecinos, pero no encerrados y que cuando sepamos que eso ocurre vamos a poner la denuncia”, sentencia Yamile, quien en más de una ocasión ha terminado regañando a los vecinos por su descuido que puede cobrar vidas.
Historias que se repiten Otro momento que recuerdan fue un deslizamiento en Altos de la Torre, cuando un alud tapó una vivienda. Allá llegaron ellos como comité primero que los Bomberos y lograron sacar con vida a las dos personas que quedaron atrapadas. El Comité en pleno incluso hizo seguimiento a la reubicación de la que salió beneficiada la dueña de la vivienda. Pero, como ocurre tantas veces en la zona, ese terreno fue ocupado por otra familia que también resultó afectada por un nuevo deslizamiento. Según la líder, casos como esos son frecuentes. Incluso señala al sector de Buenavista, el cual después de un incendio en 1995 fue objeto de una reubicación masiva pero volvió a ser invadido, repitiendo la historia. “Si no hacen algo en el terreno, eso lo vuelven a invadir” sentencia Yamile. Fruto del trabajo del comité, que se artícula desde Asocomunal con la gestión ambiental, el grupo de voluntarios han participado de la atención de desastres de ciudad, en especial uno en San Javier y un incendio en Moravia. Fruto de ese trabajo de capacitación y atención en el 2008 recibieron un premio como el mejor grupo de su tipo en la ciudad.
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Un cambio en el modelo Si bien al inicio el Comité tenía un enfoque más de atención de emergencias, con un cambio en el Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres, Dagrd, entidad que da los lineamientos a las organizaciones de este tipo, su enfoque ahora es más desde la prevención. Ahora no pueden entrar y atender en las emergencias por ese cambio, situación que según dicen los integrantes del Comité, desmotiva, sin embargo siguen en pie de lucha y disponibles cada que se necesite. De los 15 sub comités existentes en la Comuna 8, ahora son sólo 10 activos (Villa Turbay, Villatina, La Planta, Pinal del Cerro, El Pinal, Los Magos, La Torre, Llanaditas, Sucre y La Libertad), los cuales están unidos en una red que gestiona recursos por medio de presupuesto participativo para monitorear y gestionar el riesgo, con equipos y dotación que facilitan la labor. Ahora además trabajan en temas ambientales desde Asocomunal, entidad que agrupa a las Juntas de Acción Comuna y que agrupó los dos temas en uno sólo, entendido que gran parte de las eventualidades son causadas por la mano del hombre y desde esos dos aspectos continúan con la gestión comunitaria que salva vidas en el territorio.
Nuevos liderazgos ante los nuevos desafíos Adriana Álvarez tiene 15 años de edad y desde los 7 pertenece al semillero del Comité de Riesgo de Villatina. Sabe que al terminar el colegio estudiará salud ocupacional y desde ahora practica en su colegio enseñando a sus compañeros sobre planes de mitigación y prevención del riesgo. A su corta edad tiene presente datos como que en el Código de Policía los primeros respondientes en una eventualidad son los ciudadanos, por eso ella conoce la ruta de atención y la pone en práctica cada que hay una emergencia. “Y la gente también sabe, por ejemplo, cuando hay un accidente de tránsito, ya nadie trata de levantar a la persona, sino que llaman al 123” puntualiza.
Como ella son otros 22 niños y jóvenes, desde los 9 años de edad, que conforman el semillero en el cual se capacitan sobre mitigación, son la siguiente generación de personas comprometidas para salvar vidas en su territorio.
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CapĂtulo 18.
Volver a
empezar La lucha de los hijos de la tierra en el cemento
La lucha de los hijos de la tierra en el cemento La comunidad indígena, asentada en la ladera centro-oriental de Medellín, saca adelante proyectos productivos, lucha por no perder su identidad pero a la vez trabaja en la resiliencia y sueña con un resguardo en la ciudad. El resguardo Jaikerazabi, cerca de la Serranía de Abibe, en Mutatá, fue el primer hogar de Hilda Domicó, una líder inserta en un proceso que ha logrado unir a los indígenas que han llegado desarraigados de sus territorios de origen, casi todos arrojados a la ciudad por el desplazamiento. El resguardo Jaikerazabi, cerca de la Serranía de Abibe, en Mutatá, fue el primer hogar de Hilda Domicó, una líder inserta en un proceso que ha logrado unir a los indígenas que han llegado desarraigados de sus territorios de origen, casi todos arrojados a la ciudad por el desplazamiento. Se calcula que son 400 las personas que habitan en las laderas de la Comuna 8 y que provienen de diez pueblos étnicos. Fue creciendo la migración y, en esa misma proporción, el interés por crear condiciones dignas para esta población. Puede decirse que el inicio de esta historia arrancó por los días en que Hilda llegó a la ciudad, en 2006, y comenzó a ser parte del proceso del Plan de Desarrollo Local. Cuenta que los líderes se encontraron en las mismas preocupaciones; por los campesinos desplazados, por las víctimas del conflicto, por los afros, por las mujeres. En ese proceso identificaron la necesidad de crear una mesa indígena, para la cual ella fue la delegada. “Jairo Maya, con su mirada diversa, alentó a que todos fuéramos sujetos de derecho”, recuerda la líder. Indígenas sin territorio y víctimas del desplazamiento forzado fue el punto de arranque para pensar en soluciones. Estas laderas comenzaron a recibir población indígena, con mayor afluencia, en la última década. Además de la importancia de la tierra para la subsistencia y la creación de su mundo, las familias llegaban sin saber trabajar en nada más que no fuera el campo y, muchas veces, sin comprender el castellano. Después de las comunas 10 y 2, la 8 es una de las que más recibe a miembros de esta población.
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Un arcoíris Desde su llegada, se detectó que se necesitaba un trabajo de observación y de integración con esta comunidad. La preocupación por la subsistencia, el desarraigo, el reconocimiento como indígenas en la ciudad, la posibilidad de acceso a las ofertas institucionales y la resiliencia dieron paso, en el 2013, al surgimiento de Eumara. Esta es una organización social que se ha pensado desde la unidad como indígenas y desde la diversidad como pueblos, de ahí su nombre. “Euma significa arcoíris”, explica Hilda. El primer paso fue reconocer los saberes ancestrales del colectivo. Allí comenzaron a sumar talentos: las tejedoras, los artesanos, las contadoras de historias, los médicos tradicionales, los artistas. Esto, con varios propósitos: preservar la identidad como etnia y fortalecer la adaptación al nuevo espacio por medio de la productividad. Se crearon unidades de emprendimiento en tejidos en chaquira y semillas, bordados, confecciones, tallas en madera, fabricación de calzado. Están en la elaboración de un catálogo y en capacitaciones para crear la marca. El acompañamiento ha venido de diferentes instituciones como la Alcaldía de Medellín, la Universidad Pontificia Bolivariana y, desde el inicio, de las Misioneras de la Madre Laura. Asimismo, se ha contado con la participación de la empresa privada. Andan de feria en feria y han participado en procesos importantes en la ciudad. Uno que siempre nombran es Crisálidas, emprendiendo sueño que se describe asimismo como “una marca desarrollada por la Unidad Municipal de Atención y Reparación a las Víctimas, UMARV, como estrategia para potenciar e impulsar la comercialización de diferentes productos y servicios desarrollados por la población víctima, como parte del proceso de atención y acompañamiento. Es una estrategia sombrilla que busca reconocer y posicionar las marcas propias de cada unidad productiva, implementada desde los contextos urbano, campesino e indígena”.
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Teniendo siempre presente que es una solución para su subsistencia pero que también es un renacer en su propio ser, como lo dice la hermana Ana Ruth Peña, de las Lauritas que apoyan el proceso: “La cultura ni se vende ni se compra, es un reconocimiento a su saber”. Ellas también apoyan el plan de vida de la comunidad, desde lo que ellos plantean, desde su forma de ver la vida, desde su espiritualidad. Precisamente, con este tema trabajan los sábados con 52 niños de la comunidad. Así, otras entidades regalan sus conocimientos en emprendimiento, aprovechamiento financiero y construcción de página web. Uno de los profesionales que se quiso sumar a este proyecto es Juan Fernando Puerta, comunicador social y periodista, dedicado a la comunicación para el desarrollo. “Estoy en este colectivo hace dos años, en un proceso de querer colaborar y aprender. Es ayudarles a adaptarse a una realidad con dignidad, sin que pierdan su identidad”, dice el facilitador del grupo, quien considera que la resiliencia debe trabajarse de la mano con el respeto a la cultura del otro.
Arraigo y resiliencia Cuenta Hilda que este ha sido un proceso en el que poco a poco han logrado que las instituciones los escuchen. Y al que se han ido sumando acciones en pro de la mejora de la calidad de vida de esta población étnica en la ciudad. “Cada vez que nacen niños en la ciudad tiende a desaparecer el arraigo cultural, no es lo mismo crecer en el territorio indígena, de origen, a estar en la ciudad”, dice la líder que por eso se trabaja en los saberes ancestrales, en sus historias, en la visión que tienen del mundo, en el arraigo en la naturaleza, en el dialecto indígena, en los tejidos, en la simbología, en la música, en la danza. Pero al mismo tiempo, deben procurar la adaptación al nuevo entorno. En esto deben tener en cuenta los esfuerzos en la alfabetización de niños y adultos para el desempeño en la ciudad. “Se habla de inclusión y reconocimiento de la diversidad pero no existe. Para nosotros sigue siendo todo un doble esfuerzo, porque si luchamos para no perder nuestra cultura, por otro lado tenemos que luchar para reconocer esa realidad que existe en el entorno”, anota Hilda Domicó.
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Un resguardo en la urbe La creación de un resguardo en la ciudad es uno de los proyectos que es apoyado por la Misión de las Lauritas, que consideran ayudaría a recuperar la vida de esta población. “Es urgente ubicar un terreno donde ir construyendo esas viviendas en torno a la parcela o al cuidado de la naturaleza, donde se siembre desde las plantas aromáticas y se vaya haciendo la reconstrucción ancestral de toda la botánica y la alimentación y la fauna que gira alrededor de ellos. Para nosotras es más fácil el acompañamiento en los territorios de origen, por las mismas causas que expresa Hilda, y especialmente por la carencia de tierra; porque toda su cosmovisión gira en torno a la misma y es ahí donde construyen territorio, es decir, la institucionalidad indígena, la cultura, la organización, la política, el aspecto social, todo se desarrolla a partir de la tierra y aquí se ven vetados todos esos aspectos”, indica la hermana. Este es el sueño por el que luchan en estos momentos. Este resguardo, más una sede “donde las familias puedan realizar su ejercicio integral y comunicación con la tierra de origen, que como desplazados se dificulta más”, complementa Hilda.
Una esperanza Eumara es la posibilidad de una nueva vida para personas como Heber Velásquez, quien hace 5 meses salió desplazado de Cáceres y, luego, de Santo Domingo por la misma razón. Se asentó en la falda de la 8 con su esposa y sus cuatro hijos. Vio la cara amarga de la ciudad, el ya no tener la tierra fue lo más duro para este indígena chamí, quien hizo casa en la parte alta de Las Golondrinas. “Hasta el momento lo veo bien, el grupo va muy bien, la hermana nos ha apoyado mucho, el señor don Fernando, para mí es excelente. Vea que ya estamos cogiendo otra vez el ritmo del trabajo de la artesanía, que lo teníamos también muy abandonado, estamos recuperando las danzas, yo como médico tradicional estoy tratando de recoger esos conocimientos también y ahí vamos”, cuenta. María Carupia también fue desplazada tres veces. Por primera vez, hace 20 años, en el resguardo en Pavarandó Grande, en Mutatá; por segunda vez en el casco urbano y por tercera en la ciudad, en la Comuna 13. Su último refugio fue la Comuna 8, donde hoy intenta reconstruir todo lo que perdió en sus huidas forzadas.
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Sabe de medicina tradicional y sabe de tejidos. “Yo participo en todas las ferias de la ciudad. Estoy siempre tejiendo porque de eso me sostengo”. Dice que es capaz de sacar cuatro collares elaborados en la semana, que los puede vender en 35 mil pesos, pero lo injusto del asunto es que a veces no le dan más de 5 mil. Cosa distinta sucede con la comercialización en las ferias apoyadas por la institucionalidad. Por esto, tiene sembradas sus esperanzas en la marca de Eumara y en el resguardo que sueñan.
Una antioqueña de oro A los 22 años, la Comuna 8 fue su refugio y la posibilidad de comenzar una nueva vida. Dice que en cualquier camino la vocación se da a la tarea de perseguirte. No conocía a nadie pero fue frecuentando el Parque Biblioteca La Ladera donde un día recibió la invitación a participar de una reunión con la comunidad. “En ese entonces yo no tenía conocimiento de que en la Comuna 8 vivían indígenas. Cuando estuvimos allí fui conociendo a personas interesantes que ejercían el liderazgo desde los diferentes procesos colectivos”, y una cosa llevó a la otra. A partir de la observación de las necesidades de las comunidades nació la idea de crear la mesa indígena, de la cual fue delegada ante el proceso de formulación del Plan de Desarrollo Local. Su trabajo en Urabá y en Medellín hizo que la postularan al Premio Nobel de la Paz, luego al Mérito Femenino. “Desde ahí yo arranco con un proceso de reconocerme en el camino del liderazgo”, cuenta que con cada reconocimiento se comprometía más con la causa social y el desarrollo de su comunidad y en reafirmarse en su vocación de servicio, lo que no siempre fue fácil, pues el desplazamiento forzado la
“Soy desplazada del Urabá, aquí somos varios vecinos”, dice Hilda Domicó cuando comienza a narrar su propia historia. En su tierra era docente y líder de Derechos Humanos, salió como muchos otros, desplazada por la violencia que se instauró hace tanto tiempo en el país.
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había dejado con las manos vacías. Por eso volver a trabajar con las comunidades fue un segundo aliento para seguir adelante. Ese pensamiento la llevó a ganar el premio Antioqueña de Oro, otorgado por la Gobernación. Su camino ha sido de triunfos, siempre al lado de su gente. “Tuve el aval de mi comunidad y del movimiento de mujeres en la ciudad”, dice de la postulación a este reconocimiento.
“En ese entonces yo no tenía conocimiento de que en la Comuna 8 vivían indígenas. Cuando estuvimos allí fui conociendo a personas interesantes que ejercían el liderazgo desde los diferentes procesos colectivos”. Hilda Domicó, líder indígena de la Comuna 8.
Ha trabajado con instituciones del orden local, regional y nacional. Recuerda con especial cariño el programa que apoyó con la Organización Indígena de Antioquia, OIA, llamado Territorios Étnicos con Bienestar, que busca el fortalecimiento y reivindicación en resguardos de los desplazados. Reconoce en la Comuna de Villa Hermosa y en sus líderes unos grandes maestros que la han llevado a trabajar arduamente por su comunidad y a destacarse en la labor.
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CapĂtulo 19.
Reconocer la
diversidad
Defensa de los derechos de la poblaciĂłn Lgbti
Defensa de los derechos de la población Lgbti El proceso de concertación, para aprender a convivir con la diferencia, también significó cambios en las formas de relaciones en la comuna. Después de unos años de cese de actividades, los integrantes trabajan por reconstruir el movimiento y continuar en el trabajo por la defensa de derechos de sus integrantes. Si algo entendió la población de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales en la Comuna 8, es que a grandes dificultades, grandes soluciones. Por eso, como respuesta a las agresiones que venían sufriendo por asuntos de género, decidieron en vez de ocultarse, salir y reclamar como suyos los derechos de utilizar el espacio público. Antonio Marulanda, fundador del movimiento, recuerda que en el 2007 varios hechos los impulsaron a trabajar por ellos mismos. Entre las agresiones que más recuerdan, está una a un grupo de estudiantes del colegio Joaquín Vallejo, quienes tuvieron que desescolarizarse, además de varios ataques en vía pública, que tenían como fin la humillación por ser diferentes. Eran épocas difíciles en las que se castigaba ser diferente. Antonio, además recuerda que esos hechos, hicieron que sintieran miedo de salir a la luz pública. Por eso se reunieron y conformaron la mesa en medio de un acto público como apuesta para reclamar sus derechos. El movimiento inicial se concentró en Llanaditas, y hasta allá llegaban jóvenes de toda la comuna quienes se reunían en la cancha del barrio, incluso en el colegio que fue escenario de las agresiones. “El único fin era visibilizarnos, decirles: estamos aquí”, recuerda Antonio. “Sentíamos miedo, pero también una alegría muy grande por saber que había personas como uno, que podíamos salir a la calle”, expresa Rubén Darío Alzate, una de las casi 70 personas que hicieron parte del lanzamiento oficial, un acto multitudinario que contó con acompañamiento de la Policía, Secretaría de Gobierno, y del que salió el primer pacto de no agresión que se realizó en toda la comuna.
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El proceso creció, cada vez más gente quería llegar, pero era complejo el desplazamiento. Razón por la cual decidieron comenzar a hacer reuniones descentralizadas y talleres en los que no sólo participara la población lgbti, sino sus familias y la comunidad en general. “Fue un proceso de formación de liderazgo” asegura Antonio. El mismo reconoce que inicialmente tenía miedo de ser juzgado, pero entendió que al contrario, identificarse como gay, no afectó todo su trabajo. Fueron tantos los cambios que se gestaron, que hasta un día los llamó el párroco de Llanaditas para ofrecer el espacio como parte de las solución a la convivencia, el cual se selló en un acto religioso al que asistieron las parejas y en el que entendieron que eran iguales ante los ojos de Dios. “Fue una misa súper bonita. Nos dijeron que la iglesia sólo pide respeto, que se valoren como personas, que valoren su cuerpo”, recuerda Antonio, quien reconoce este evento como una de las luchas ganadas de la población.
Al otro lado de la montaña Mientras en Llanaditas y los barrios más cercanos, se contaban los triunfos y se notaba el cambio en la forma de convivencia. Al otro lado de la montaña, en los barrios Esfuerzos de Paz 1 y 2, la situación era diferente. Jhon Restrepo, quien para aquel entonces era líder juvenil, y uno de los fundadores de la Mesa Lgbti, cuenta que allí se ejercieron otras presiones desde los grupos armados, que afectaron aún más la autonomía y el libre desarrollo de la personalidad de la población. Sin embargo, a menor ritmo, también comenzó a cosechar frutos. En especial la construcción de un espacio en el que los jóvenes podían reconocerse con el otro, un proceso de formación en autoestima, de cuidado del cuerpo y en general, de construcción de un proyecto de vida reconociendo la diferencia.
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“Acá no había pares. Cuando uno está en la etapa de reconocimiento lo primero que necesita es eso, para identificarse a sí mismo”, señala Antonio quien además reconoce que eran un grupo de niños y niñas asumiendo unas responsabilidades de vocería y formación, cuando ellos mismos estaban en ese proceso. Pero a la par con que iban ganando espacios, comenzaban las amenazas de los grupos armados. Comenzaron las violaciones correctivas. Una que recuerdan con especial dolor a una persona transgénero y amenazas de muerte a todos los líderes. John, quien para ese momento había asumido la vocería de la mesa, cuenta que comenzaron los ataques que ellos no identificaban porque no entendían muy bien que su apuesta política por el respeto a la diferencia también atacaba las estructuras armadas. “Es que nosotros no éramos violentos, no participábamos en política, no entendíamos porqué los ataques”, señala el líder y reflexiona sobre cómo sin darse cuenta estaban generando cambios en el contexto. Un día por ejemplo, lideraron un encuentro con todas las organizaciones comunales para borrar un mural en el que se hacía tributo a un jefe paramilitar. “Nosotros decidimos que no lo queríamos y fuimos y pintamos una bandera y cada organización pintó en su espacio”, recuerda. Al otro encontraron el mural destruido, pero sólo lo que era alusivo al movimiento Lgbti, los demás mensajes estaban intactos, y al gran mensaje colectivo que decía “Insistir, persistir y resistir, porque la única opción no es la guerra”, le tacharon el No. Dejando un mensaje claro sobre lo que se vendría para ellos.
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Nueva etapa de la organización Ahora, con más reflexión, Jhon reconoce que esos ataques eran respuesta a su trabajo. “Cuando nosotros le decíamos a una mujer que puede ser mujer de muchas maneras, no sólo teniendo hijos o siendo la pareja del líder del combo, estábamos en contra de la propuesta de los armados”. Jhon agrega, “Cuando le decimos a un hombre que no tiene que ser rudo, que no tiene que coger un arma para ser hombre, independientemente si es gay o no, eso también iba en contra de ellos”, por eso nos veían como amenaza. Las presiones se hicieron tan fuertes que en el 2014, la mayoría de los 33 integrantes de la mesa tuvieron que desplazarse. Jhon por ejemplo estuvo dos años por fuera de la Comuna y quienes quedaron fueron coartados por el miedo.
El daño que no fue sólo a los líderes, sino a la población lgbti porque los crímenes de odio no tienen fin la persona, sino implantar una norma
Al regreso sólo quedaban ocho líderes dispuestos a continuar el trabajo. Y significó un retroceso para muchos. “La guerra nos enclosetó”, afirma Jhon, quien hoy continúa liderando el movimiento pero desde la posición de víctimas en busca de reparación. “Somos la primera organización lgbti, reconocida como víctima, entendiendo que no fueron agresiones individuales, sino al movimiento, por eso estamos construyedo insumos sobre cómo debe ser la reparación” En la actualidad están a la espera de una nueva sede para la Casa Diversa, el epicentro de los procesos, la cual ahora está en el barrio Esfuerzos de Paz pero que esperan trasladar para el 13 de Noviembre, buscando estar en un punto más neutral para toda la comuna. Con la reparación, buscan acciones transformativas, que les ayuden a continuar el trabajo de transformación de imaginarios tal como lo venían haciendo antes de los ataques al movimiento. Todos continúan soñando una comuna en la que la diferencia tenga su espacio.
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Capítulo 20.
Nuevos
arraigos El territorio de los Córdoba y los Ibargüen
El territorio de los Córdoba y los Ibargüen Artemio Córdoba y su tío Carlos Ibargüen son cofundadores del asentamiento Unión de Cristo, en la Comuna 8 de Medellín. Su historia resume el trasego de las comunidades afro que llegaron del Chocó y Urabá huyendo de la violencia y la pobreza que invadió sus vidas. Antes, mucho antes del tiempo en que Artemio Córdoba pusiera pie en tierra de Unión de Cristo su vida era un sortilegio en medio de la orgía de horror que llevaron “los paras” a Apartadó. Trabajaba en una finca bananera (Urabá concentra el 80 % de la industria bananera del país). Artemio sobrevivía a la pobreza que nunca lo abandonó, pero era feliz. Eso antes de las balas y el exterminio contra las organizaciones sociales y obreras de la zona. Cuando el miedo empezó a ser pulmón y la muerte un destino sin escalas, Artemio empacó unas pocas pertenencias,tomó a su mujer y a sus dos hijas pequeñas y se embarcó en un bus rumbo a Medellín. En esta ciudad deambuló de barrio en barrio, pagaba una pieza lo suficientemente cara como para darse cuenta de su propia desesperación, hasta que alguien le recordó que aquí tenía un tío del que no sabía prácticamente nada, pero que era su único lazo con el pasado y su puente con el futuro. Decidió llamarlo. Así encontró a Carlos Ibargüen, su compañero en la gesta de conquista que emprendieron en un terreno baldío cicatrizado por una cañada entre los barrios Villa Lillian, La Sierra y Las Estancias. Era 1996. Carlos Ibargüen llevaba un poco más de tiempo en Medellín. Un día le puso techo, piso y puerta a su huida. Corrió desde su natal Chocó acosado por los sueños rotos —su negocio pesquero naufragó debido a las envidias, los “rezos” y un homicidio que le explicó a la justicia pero no lo suficiente a su conciencia—. Su desembarco fue en lo que hoy se conoce como Unión de Cristo. Allí plantó bandera y su entusiasmo, junto al de Artemio, fue el faro que guió, sin pérdida, a cientos de hombres y mujeres afro.
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El poblamiento Familias enteras descendieron desde las montañas negras de Colombia, desde cientos de caseríos ribereños ahora ocupados por hordas armadas empeñadas en convertir los ríos en autopistas del crimen. Acudieron al llamado de Carlos y Artemio —la sangre tira dicen los negros— y se fundieron en un abrazo de esperanza —de ahí el nombre del asentamiento, Unión de Cristo— y entre todos paulatinamente le fueron dando forma a un enjambre de vigas, latas, plástico y cuanto material sirviera para guarecerse de la lluvia y el sol, y sobre todo, del espanto de la guerra. La conquista de Artemio y su tío Carlos fue un proceso largo, como apunta este último: “como todo esto por acá estaba vacío, la gente fue llegando y se fue creciendo, yo hasta hice unas piecitas que le alquilaba barato a la gente mientras se organizaban; con esa misma platica me iba haciendo a otros plásticos para hacer más. Ya más adelante hice una piecita para un bailadero y allí llegaba gente de todas partes”. El bailadero se conoce como el Chococito. Es la discoteca del lugar, donde se dispersan las preocupaciones del día a día y en donde se ha engendrado buena parte de una asombrosa historia de crecimiento social del asentamiento. Agrupados en la Junta de Acción Comunal, los residentes de Unión de Cristo abanderados por Carlos y Artemio, lograron llevar servicios públicos a una concentración humana que vivió mucho tiempo en condiciones paupérrimas. “Hoy contamos con agua, alcantarillado, energía, teléfono y parabólica. Al principio, para el tema del agua se había hecho un proyecto de acueducto comunitario y eso cada rato se rompía la tubería y se quedaba el barrio hasta tres días sin agua. Luego se gestionó desde el municipio y se logró el acueducto ya de agua potable. Con la energía la gente era muy reacia a conectarse al
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proyecto de energía prepago, sin embargo la gente se fue conectando y hoy en día casi todas las casas cuentan con su conexión eléctrica de EPM”, explica Córdoba. La educación básica ha ganado un terreno importante. Hoy en día la cobertura es total para los niños del asentamiento. Estudian en la institución Gabriel García Márquez y varias guarderías. Eso ha permitido que sus madres puedan salir a trabajar para ayudar en el sostenimiento de sus hogares.
La educación para el empleo también ha llegado a las mujeres. Por ejemplo, cuenta Artemio, ya 36 de ellas recibieron capacitación en aseo hospitalario. Otras en peluquería, manipulación de alimentos, supermercados, etc. Incluso hay algunas que ya tienen título universitario. El problema es que hasta hoy muy pocas han podido engancharse. De hecho, el desempleo es uno de los grandes problemas por resolver en Unión de Cristo. Muchos de los hombres del asentamiento saben bastante de la excavación de pilas —ese procedimiento que la ingeniería usa para sostener las paredes en las que se empotra la estructura de las edificaciones— y les gusta porque lo pagan bien. Pero igual que para las mujeres, las oportunidades son pocas.
La cultura La cultura ha sido uno de las bastiones importantes de esta comunidad para mantener vivas sus raíces negras, para seguir atados al cordón umbilical de sus ancestros. La Junta de Acción Comunal gestionó la consecusión de instrumentos musicales para los niños y jóvenes que descubren y recrean los ritmos de su raza. Pero hacen falta instructores. En eso trabajan, en conseguir convenios que le permita continuidad a esta labor de formación cultural indispensable para no caer en la nostalgia de la distancia y el desarraigo.
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“Somos puro afro, sabemos que no somos de aquí, que nos tenemos que apoyar y vivir nuestras costumbres entre todos, desde niños. Cuando se sacan grupos para Navidad llegan todos los niños que tienen talentos”, enfatiza Artemio. Unión de Cristo es hoy un sector reconocido y respetado en la comuna. Su gente participó en un proyecto abierto por Planeación Municipal para insertarlo en el Plan de Ordenamiento Territorial que se llamó Barrio Sostenible y que buscaba aportar al mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes, optimización de la vivienda, legalización, reconocimiento y titularización, construcción de edificios para ubicar a llí a las familias que estuviesen en alto riesgo de desastre natural,vías de acceso, entre otros aditamentos. Un censo realizado durante un año sirvió de insumo para el proyecto. Unión de Cristo sigue esperando la concreción de todas esas obras.
“Somos puro afro, sabemos que no somos de aquí, que nos tenemos que apoyar y vivir nuestras costumbres entre todos, desde niños. Cuando se sacan grupos para Navidad llegan todos los niños que tienen talentos”. Artemio Córdoba, presidente de la Junta de Acción Comunal de Unión de Cristo.
Mientras esperan, Artemio sonríe junto a su tío Carlos Ibargüen, al contar esta historia de trabajo duro y constante para darle vida y color a sus esperanzas. Sabe que lo hecho aquí ya ha marcado la vida de mucha gente y para él eso es suficiente. Dice despacio, hablando de sus hijas, “Yo les di formación de que trabajaran y lucharan por sus propias casas, que no esperen herencias ni nada por fuera, que luchen y trabajen para conseguir sus logros y sacar adelante a sus hijos”. Una amplia sonrisa, franca y sonora, asoma en la cara de Artemio Córdoba, el gran conquistador de Unión de Cristo.
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CapĂtulo 21.
Vocaciones
productivas Emprendimientos que mejoran la economĂa. La receta social de la empanada.
Emprendimientos que mejoran la economía Al año, el Centro de Desarrollo Empresarial Zonal, Cedezo, brinda al menos mil consultas de capacitación y acompañamiento a los emprendedores de la zona. No existe un censo sobre cuántas unidades productivas hay en la Comuna 8. Sin embargo, a juzgar por la cantidad de consultas de acompañamiento y asesoría que se brindan desde el Centro de Desarrollo Zonal, Cedezo, ubicado en el Parque Biblioteca La Ladera, en la zona, la economía se mueve desde esas pequeñas iniciativas de negocio. Claudia Cardona, directora del Cedezo, explica que mensualmente atiende unas cien consultas en promedio, de quienes inician están vinculados a los procesos de fortalecimiento empresarial que ofrece la Secretaría de Desarrollo Económico. “Nosotros consideramos que es una empresa desde que empiece a vender”, puntualiza la directora quien afirma que es igual para el punto de venta de empanadas que para las unidades de producción en grande, lo más importante es que generen recursos. Cuando los nuevos empresarios llegan por primera vez al Cedezo, lo primero que reciben es una asesoría sobre como el fortalecimiento empresarial ofrecido desde allí puede ayudarlos a crecer. Con el acompañamiento de los profesionales se realiza un modelo de negocios en el que el usuario termina plasmando su plan de vida, algo que va más allá de una opción de rebusque, haciendo que sean conscientes de sus fortalezas y debilidades. El primer paso, es el modelo básico de negocio, que incluye plan financiero, flujo de caja, plan de negocios. Después, dependiendo de las necesidades y el crecimiento, se les brinda asesoría más especializada. “Si llegan con un producto les decimos te falta imagen, te falta diseño. Hágalo usted y nosotros lo apoyamos y si requiere algo más especializado lo asesoramos”, explica Claudia. En una fase más avanzada, se realizan alianzas con instituciones educativas o con empresas para encontrar conexión entre los productos y servicios ofrecidos en la Comuna, con futuros compradores en la ciudad.
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No todos los emprendimientos permanecen en el tiempo. Sin embargo desde el Cedezo se les hace un acompañamiento buscando evitar el cierre de los
Comisión de Economía Un trabajo similar realiza la Comisión de Economía. Si bien su trabajo se centra en un promedio de 200 emprendimientos anuales, desde esta organización, ligada al programa de presupuesto participativo, se busca también fortalecer los emprendimientos y buscar su supervivencia en el tiempo. En datos de la Comisión de Economía, en la Comuna 8 priman los emprendimientos del sector de moda y calzado, seguido por el de alimentos. Por lo cual los proyectos que buscan el fortalecimiento se centran en estas ramas de la economía. En años anteriores, la comisión priorizaba recursos que se distribuían equitativamente entre todos los emprendimientos. Sin embargo, comenzaron a notar que muchos se colaban únicamente para recibir los recursos pero que no continuaban con su emprendimiento cuando se acababa el recurso económico. Así fue como lograron convencer a las autoridades municipales que en vez de muchas micro inyecciones de capital, se hicieran unos pocos peros de gran valor, para que se alcance a implementar verdaderos cambios en las empresas. “El recurso es muy poco, por eso es mejor que esté bien distribuido”. Cuenta Mónica Villegas, integrante de la Comisión. El proceso es dividido en tres etapas: creación, fortalecimiento y formación y la intensión es que se designen los recursos por medio de un concurso de méritos. Durante el 2017, la comisión ha atendido a cinco empresas en proceso de fortalecimiento, y al menos cien están en el proceso de formación en el Sena. Y la principal lucha de la comisión es contra la informalidad.
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Legalidad y emprendimientos Redes que forman los emprendimientos. En la actualidad hay dos redes de colaboración entre los emprendedores del sector de alimentos. En ambas se busca adquirir insumos para la producción, al por mayor y con menores precios, haciendo que crezca la economía barrial.
Desde la comisión, además, están preocupados por la producción en maquilas. Con ellas el reto es que cumpla con las reglas generales de propiedad intelectual, las cuales protegen a las marcas y diseños.
La receta social de la empanada Fritos y Congelados Luzma es una microempresa de la Comuna 8 que genera empleo de calidad para varias mujeres del barrio Las Estancias. En esta zona funciona la fábrica en la que se amasan y arman empanadas desde hace más de una década. Un axioma viejísimo de la economía local tiene la respuesta para los buenos y los malos tiempos: “cuando la cosa está mal, venda empandas. Y cuando la cosa está bien, pues venda empandas”. Esa fórmula le quedó sonando a Luz Marina Castaño cuando, recién cumplidos los 50 años, se le ocurrió que la combinación de su talento culinario y su gracia para los negocios podrían encajar en su deseo de producir empanadas. Así nació Asados y Congelados Luzma, una microempresa que abastece las mesas, comercios o empresas de El Poblado, el barrio más pudiente de Medellín, con las más de seis mil empanadas, pasteles de pollo y otras delicias que las mujeres de la fábrica preparan a diario en su sede del barrio Las Estancias, un modesto y emblemático sector de la Comuna 8. “Un día pensé que sería muy bueno hacer empanadas para vender y empecé a hacerlo. Yo le iba ofreciendo a las empresas y así iba cogiendo clientela. Pero resulta que cuando ya estaban exigiendo registro Invima se me presentó el problema de que ya no les iba a poder vender más. Entonces toda preocupada me fui a ver si en el Cedezo de La Ladera me daban un préstamo para sacar el Invima y comprar unos congeladores”, cuenta Luzma.
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En el Cedezo le explicaron que su misión no era hacer préstamos, pero sí estaban para asesorar y acompañar emprendimientos como el suyo. En principio le recomendaron buscar un crédito con el Banco de las Oportunidades, pero a ella no le convenció esa opción porque el monto que le prestaban era insuficiente para resolver los problemas de su empresa. La otra opción que le dieron fue presentarse al concurso Antójate de Antioquia, que hacía la Gobernación de Antioquia, y hasta le dieron el formulario para que lo llenara a ver si era seleccionada. Aunque lo recibió con escepticismo, Luz Marina diligenció el formulario y mandó a su hija en un taxi hasta el centro para que lo radicara. Y de ahí sigue una historia que ella resume así: “a los días me llamaron para que llevara las muestras. Y luego me llamaron para que fuera al Palacio de Exposiciones. Ahí hicieron un evento y cuando estaba ahí me fueron llamando para entregarme una placa grande de vidrio por las empanadas y, luego, me volvieron a llamar para darme otra placa por los pasteles de pollo”. Las placas de vidrio que refiere Luzma se las otorgaron porque la exquisitez de sus fritos convirtieron el negocio en uno de los emprendimientos seleccionados para recibir el apoyo técnico y económico que contemplaba el concurso. Para entonces corría el año 2007. Gracias al apoyo referido, la microempresa obtuvo el registro Invima por diez años y para 100 productos que usen la misma materia prima. También le diseñaron el logo y el empaque, y recibió asesoría para el manejo de la producción y las ventas. La fábrica es una pequeña casa del barrio, adaptada para los equipos que se requieren en la producción y en la que reinan el aseo y la asepsia, pero en la que sobran risas y, sobre todo, el buen humor y amabilidad de la dueña. Allí se quedó porque el estrato de la zona le ayuda a que los servicios públicos no le incrementen los costos de producción. Y también se quedó porque se siente en su entorno. “Desde que uno no tenga problemas con la gente se trabaja tranquilo”.
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Aunque la marca está codificada para vender en los almacenes de cadena, Luz Marina prefiere no hacerlo porque las condiciones que estos gigantes le ponen desfavorecen la estabilidad de su empresa y del necesario empleo que genera. Es otro principio lamentable de la economía de mercado: el pez gordo se come al más pequeño. “No me gusta porque ellos lo quiebran a uno, que le toca reponer todas las averías; que si rompen una bolsa, eso lo asume uno. Y todos los días lo llaman a uno a que lleve 10 paquetes a almacenes distintos. Cuando uno llega le toca esperar que descarguen los camiones más grandes y uno espere y espere para que le reciban 10 paquetes de empanadas. No, prefiero vender así. De El Poblado me compran mucho las señoras y los clientes empresariales”.
“A veces me toca conseguir gente extra porque el negocio ha crecido mucho. Y, vea, aquí estoy esperando para renovar el Invima en el 2018”. Luz Marina Castaño, propietaria de Fritos y Congelados Luzma. Con esa clientela, Fritos y Congelados Luzma es una empresa sólida y organizada. No necesita de peces tan gordos para sacarle provecho a sus empanadas. En la actualidad tiene la capacidad de sostener el empleo formal, con todas las prestaciones de ley, de seis mujeres que son las coequiperas en lo de hacer y armar empanadas, arepitas, pasteles de pollo y otras delicias que se venden, fritas o congeladas, entre decenas de clientes que cada día esperan, sin falta, el pedido que llega de manos del hijo de Luzma, que es el único hombre que trabaja en este emprendimiento. Y como Luzma no es mujer de esperar que las cosas le caigan del cielo, dice: “un prestamito y listo”; ella sabe que la receta social de la empanada le da para pagarlo y, también, para seguir generando empleo en su comuna.
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Capítulo 22.
Instrumentos
de paz Transformando vidas a través de la música
Este no es solo el título de la historia que apresuramos a contarles en estas páginas, se lo copiamos a una crónica viva, escrita en los barrios de la ciudad por más de una década, es la filosofía que además la guía. La Escuela de Música de Villatina se gestó por el empuje de esa comunidad encaramada en las lomas centro-orientales, nació como parte de la Red que se dedicó a cambiar vidas en momentos difíciles en estas montañas y creció arrebatándole niños a la guerra. Por la que antes era una de las fronteras invisibles más visibles de la Comuna 8, la falda por la que se descuelga la calle 52A, se ven subiendo y bajando niños con instrumentos al hombro. Eso es lo mejor, se podría decir que lo más significativo. Entran y salen chicos de la Escuela de Música de Villatina, dedicada a las cuerdas frotadas y que hace parte de las 27 que arman ese modelo pedagógico y social llamado Red de Escuelas de Música de Medellín. De historias está llena esta casa de las oportunidades, es más, se ha construido de estas. Para muestra algunos botones. Cuando tenía 10 años llegó Walter Ramírez, un chico de mamá empoderada, que quería que su hijo se formara, en un arte y en la vida, de la mejor manera. Salía de su casa en Villatina para aprender en las cuerdas de la escuela, con tal juicio que logró sobrepasar a su instrumento, comenta el actual director, Álvaro Acosta, que con un violín de 200 mil pesos ha logrado ganar becas y viajar a las salas de Estados Unidos, Argentina, Venezuela y casi toda Europa; pero el compañero que estaría a la altura de su interpretación cuesta unos 12 millones de pesos. Aun así, está comenzando su segunda década de vida y ya tiene las manos llenas de logros. Otro ejemplo de vida es Anderson Buriticá, un chico que se deshizo de una gran timidez bajando desde su casa a las aulas de la escuela, donde se le pegaron las notas para toda la vida, aunque no fue la música su elección profesional, en este espacio se propuso cumplir metas. Ahora es odontólogo y chelista, por un lado el sueño y por el otro la pasión, por eso saca tiempo para el consultorio pero también para el instrumento, enseñando a otros más jóvenes lo aprendido en Villatina.
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Cuentan sus historias, cada vez que se les pide, en Proyectos de Vida, un espacio creado por la escuela para los alumnos, con el propósito de evidenciar el poder transformador de la música. El maestro Acosta se refiere a todos estos muchachos como personas juiciosas, que han salido adelante a base de disciplina y ganas: “Les ha tocado sufrir muchas cosas a lo largo de su infancia y de su juventud y por eso hacemos este tipo de eventos, para que los chicos vean que uno sí puede”. Esto lo constata Diana Patricia Palacio, quien siendo madre de familia comenzó a tocar puertas para que la escuela fuese una realidad y ahora es la encargada del área administrativa, para ella los cambios son reales y tangibles, los ha visto a lo largo de 14 años. “Todo esto ha provocado un giro de 180 grados en las familias, porque imagínese, pasaron de no tener esperanza de un futuro mejor a tener ahora unos chicos tan destacados”, dice. No solo eso, resalta la formación que, como personas, reciben los niños y jóvenes, indiferentemente si siguen la carrera de música o no. Ejemplo de esto es su hija, por la que Diana comenzó la búsqueda del arte en su comuna. “Esto le ha ayudado mucho a ella para ser una buena persona, disciplinada, una niña que también le ha gustado estudiar, que tiene buenos principios; porque yo pienso que la música transforma de una manera especial, los chicos son diferentes, los niños de aquí hacen lazos, son calmados, buenos estudiantes, disciplinados”, agrega Diana. A lo que añade el maestro Acosta: “Nos propusimos entregarle gente valiosa a la comunidad, no pretendemos que salgan músicos todos, pero sí que salgan con una visión diferente de la vida”, esta es su definición del propósito de la Red de Escuelas de Música de Medellín.
La música la puso la gente Y así ha sido. Pero ¿cómo comenzó este cuento? Para buscar el inicio de esta historia, hay que fisgonear en los recuerdos guardados desde hace 15 años. Cuando se encuentra, se concluye que la música la puso la gente. El punto de arranque fue el convencimiento que Diana Patricia tenía en que cuando se quiere se puede, que no es retórica. “Soy habitante de la Comuna 8, barrio Villatina, nacida y criada en esta comuna, soy enfermera de profesión, también hice algo de administración de empresas y soy apoyo administrativo aquí en la Escuela de Música. Y el cómo llegué… esa es una historia muy linda”.
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Resulta que Diana estaba buscando clases para su niña de 6 años y, preguntando por allá y por acá, conoció la Red y la Escuela de La Milagrosa, la más cercana en ese entonces. Como sirve hasta para remedio, como dicen las tías, se convirtió en una de las madres de apoyo en lo que ella describe como una especie de asociación de padres de familia. En una de esas reuniones se enteró de que se abrirían nuevas escuelas en otros sectores, lo que estaba que ni mandado a hacer para su barrio, pues muchos pequeños no podían bajar hasta el vecino por falta de pasajes, incluso a ellas las ganas de aprender, el amor por el proyecto y lo amañadas que estaban las hacían caminar cuadras y cuadras por las lomas de la centro-oriental para llegar a la casa de las cuerdas más próxima. “Me pareció un proyecto muy lindo, porque las clases menos favorecidas no tenían acceso a la música, o al menos a este tipo de música. La gente de nuestras comunas no conocía qué era un violín, qué era un violonchelo, qué era un contrabajo. Y, además, yo veía estos niños tan disciplinados, como tan bonitos”, anota Diana.
“Nos propusimos entregarle gente valiosa a la comunidad, no pretendemos que salgan músicos todos, pero sí que salgan con una visión diferente de la vida”. Álvaro Acosta, director de la Escuela de Música de Villatina. Tocó las puertas de los líderes y se le abrieron las de la Junta Administradora Local. Con una carta se fue por los colegios sumando alumnos y escribiendo estratos. “En esa época, me parece que había como 2.000 mil y punta de niños, entre los colegios que habían alrededor. Eso fue más o menos como en 2002 que se empezó la gestión… o antecitos”, trata de precisar la narradora. Población del barrio, número de niños escolarizados, la necesidad de oferta institucional, los riesgos sociales en los que crecían los chicos, eran los datos que tenía la carta que llevaba en sus manos para La Alpujarra. El tema comenzó a moverse y la comunidad también, hasta que la petición llegó al escritorio de la gerente de la Fundación Amadeus, que manejaba el programa. No solo recibió el sí de la institución sino también de la Alcaldía y una oferta para trabajar en la escuela que se abriría. “Más o menos a los ocho meses volvió y me llamó, me dijo: ‘Listo, ya está la Escuela de Música, vaya buscando un lugar dónde montarla’. Yo no sabía qué hacer, entonces fui donde el cura párroco de esa época y le dije: ‘Juan David, llegó este proyecto para el barrio, mirá yo estoy preocupada porque yo no sé qué hacer’. Me dijo: ‘Tranquila, no te preocupés que si nos toca desocupar la casa cural lo hacemos, con tal de que el programa no se tenga que ir para ninguna parte’”.
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La historia siguió sumando voluntades. Un mes después, la capilla fue la sala para el primer concierto, uno ofrecido por los niños de la Red para invitar y animar a los chicos de la zona. “¿Quieres estudiar música gratis?” se leía en los carteles colgados en la fachada de la casa de Diana, cuyo andén fue el punto de inscripción. Era diciembre, así que las planillas se llenaron con los nombres de 380 pequeños que pasaban las vacaciones en las calles del barrio. Cuenta Diana que se llenaron esos renglones sin que el padre, los vecinos y ella misma supieran dónde iban a meter a niños, profesores e instrumentos. “La Escuela como tal empezó el 19 de diciembre con las inscripciones, ya para enero nos llamaron y nos dijeron que nos habían prestado la sede de acción comunal del barrio San Antonio, ya teníamos un lugar pero no teníamos nada más”. Para febrero, de la lista decembrina, 200 niños seguían animados y se matricularon. “Yo los llamo mi primera camada, porque eran niños que venían de barrios muy vulnerables, de familias muy disfuncionales, con unas problemáticas sociales tremendas y la gran mayoría de ellos son ahora profesionales, en música o en otras carreras, o tecnólogos, tienen sus empleos, incluso, muchos ya tienen sus hogares. Son niños que se salvaron de la guerra que había en esa época. Este programa es un salvador de vidas y eso es una cosa hermosísima”.
Violines, violas, violonchelos y contrabajos comenzaron a verse bajar de los camiones. El día que llegaron los instrumentos fue una fiesta para el barrio, los equipos de sonido competían por ser escuchados y la comunidad se reunió en la sede para celebrar. Con instrumentos en mano y profesores al lado, comenzó el desfile de chicos todo el día. A los cinco meses, de las clases comenzaron las invitaciones a los conciertos. El primero fue en la iglesia, luego llegaron a las juntas de acción comunal, a los hogares infantiles, a la biblioteca. Como querían que la cosa rindiera más, con ayuda de los líderes comunitarios adquirieron otros instrumentos con Presupuesto Participativo. Como no tenían sede, fueron también muchos los hogares de paso que lograron conseguir, la escuela tuvo que empacar maletas en varias ocasiones al no tener casa propia.
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La escuela en su niñez En estos ires y venires, Vilma Villota recibió las aulas en 2007, por un año estuvo al frente de la dirección y otros tantos en las cuerdas al lado de sus alumnos. Ella vivió la niñez de la escuela, la alimentó, la orientó y la animó a crecer y asumió el reto en épocas difíciles. “Cuando llegué, me pareció curioso cuando les puse a hacer un ejercicio, una escala. Para que escucharan los ponía a cerrar los ojos, porque al hacerlo los oídos se abren más. Y no lo podían hacer y eran niños pequeños, me parecía muy raro. Sí, pienso que el contexto era muy fuerte para ellos, cerrar los ojos era estar expuestos y vulnerables. Ese proceso tan bonito, tan sutil, se fue dando hasta que los chicos, en ese ejercicio, fueron interiorizando cosas. Esas son las pequeñas transformaciones que va haciendo la música en sus vidas”, recuerda la maestra Villota.
“La Red Escuelas de Música ha sido un proyecto transformador que ha ayudado a cambiar la realidad de Medellín, la realidad social”. Vilma Villota, ex directora y docente de la Escuela de Música de Villatina. Asegura que encontró en el barrio un lugar muy especial, con gente muy amable y amorosa, abierta, cálida. “Al interior de la Red tenemos un programa que se llama Muestras Pedagógicas y siempre Villatina se ha destacado. Siendo poquitos se evidenciaba la unión, la ayuda, los chicos grandes siempre en ese gesto de retribuir lo que aquí han aprendido. Entonces la gente en Villatina, nuestros alumnos, siempre se han caracterizado por eso, por ser unas excelentes personas”. Donde estuvieran, cerca de la iglesia o más abajito, los chicos iban dispuestos y felices a poner manos, barbillas, ojos, concentración y corazón en los instrumentos. Con los años llegaron más conciertos, en el barrio, en la comuna, en la ciudad y en el área metropolitana, algunos no conocían los municipios cercanos, otros ni siquiera sabían del frío de Santa Elena, aunque queda detrás de la montaña en la que se sostiene su comuna. Así que era doble fiesta cada vez que subían al escenario.
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Saca las cuentas el maestro Acosta, empieza recordando los llamados Hermanamientos, la suma de los instrumentos, músicos y notas entre varias escuelas de la Red; también el de Bellas Artes, invitados a una temporada organizada por el Ministerio de Cultura; han llenado de notas la Catedral Metropolitana con el Coro Metropolitano y el difícil órgano; han estado en ceremonias de ordenación de obispos; y en la inauguración del tranvía y del metrocable, donde casi que pierden el concierto por una falla ocurrida en el sistema mientras estaban en las cabinas colgadas sobre la comuna. Y es que, así como la música no es solo música para ellos sino una pedagogía, un concierto tampoco es solo un concierto sino una experiencia de vida, una oportunidad para conocer el mundo. En esa oportunidad, por ejemplo, interpretaron el Himno de Francia, con minuciosidad sacaron cada nota y hasta aprendieron su letra, en uno de los idiomas más retadores. Al final quedó el visto más que bueno del embajador de Francia y de todos los asistentes, una mente más abierta a las nuevas experiencias y la estrenada del metrocable. “Sí, eso ha sido lo bonito en Villatina, porque cualquier experiencia, cualquier actividad se vive desde la sorpresa, ellos tienen el valor de sorprenderse todavía”, añade Villota a lo expuesto por el director. El maestro Álvaro Acosta, quien tiene la dirección desde hace dos años, recibió la escuela con 46 estudiantes, las constantes mudanzas y los espacios pequeños impedían que la cobertura en la población fuera más amplia. Sin embargo, estos números fueron creciendo, especialmente cuando pudieron hacerse a un lugar en la Casa de la Cultura de Las Estancias, donde encontraron acomodo en 2016, cuando la Alcaldía se los asignó. Primero 64, luego 108 y este año 182 estudiantes. Así como suma, restan. Cuenta Acosta que la deserción, que ha sido de un 60 por ciento en la Red, se ha disminuido en un 20 por ciento con el paso de los años y de los esfuerzos, y en lo referente a la escuela, se ha pasado de un 70 %, a un 10 y luego a un 5 %. “Eso se debe, creo yo, al buen trato de los estudiantes, tú te quedas donde te tratan bien”, cuenta el director que se ha creado un ambiente en el que se protege y se da independencia, en el que no solo se enseña de música sino de la vida, puede decirse que encuentran una segunda escuela y un refugio.
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Un ciclo permanente En estos ires y venires, Vilma Villota recibió las aulas en 2007, por un año estuvo al frente de la dirección y otros tantos en las cuerdas al lado de sus alumnos. Ella vivió la niñez de la escuela, la alimentó, la orientó y la animó a crecer y asumió el reto en épocas difíciles. “Cuando llegué, me pareció curioso cuando les puse a hacer un ejercicio, una escala. Para que escucharan los ponía a cerrar los ojos, porque al hacerlo los oídos se abren más. Y no lo podían hacer y eran niños pequeños, me parecía muy raro. Sí, pienso que el contexto era muy fuerte para ellos, cerrar los ojos era estar expuestos y vulnerables. Ese proceso tan bonito, tan sutil, se fue dando hasta que los chicos, en ese ejercicio, fueron interiorizando cosas. Esas son las pequeñas transformaciones que va haciendo la música en sus vidas”, recuerda la maestra Villota. Durante años, la Escuela ha tenido que sortear los contextos de los chicos para evitar que renuncien a su instrumento, se han enfrentado y hasta aliviado el hambre, las tristezas y la soledad con que llegan a las aulas. Pero hasta eso cambia. Cuenta Álvaro Acosta que muchas dinámicas familiares comienzan a transformarse con la Escuela, por ejemplo, los padres que antes tenían tan solos a sus hijos comienzan a preocuparse más por ellos.
“Este programa es un salvador de vidas”. Diana Patricia Osorio, equipo administrativo y promotora de la Escuela de Música de Villatina. Es difícil saber la cantidad exacta de vidas que se han tocado, cuentan los directores en Las Estancias que la Red puede manejar entre cuatro o cinco mil estudiantes anualmente, así que las cuentas se complican. Pero los números son lo de menos, el llegar a las emociones y a las conciencias es lo de más. “Aquí, los chicos piensan en estudiar, en salir adelante, ven el ejemplo de los profesores que es lo más importante, que un formador sea un ejemplo de vida”, esta es la importancia de los docentes, en palabras del maestro Acosta. De esto se han nutrido muchos chicos y es el éxito de la Red también. Esto, a su vez, le ha dado continuidad a un proceso sostenido por años gracias a las buenas prácticas y por los resultados tangibles de un proceso social que busca transformar vidas, el mismo que vio Hasbleidy Toro cuando era estudiante de la Red y por eso ahora pasó a ser profesora de la misma.
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Atraída por el violín, llegó a la Red a los 15 años. Su escuela fue la Alfonso López. “Creo que la elección de una carrera profesional o de cualquier cosa que a uno le guste tiene que ver con los afectos, con las cosas que le apasionan o de alguien que sea un modelo en la casa, en mi caso fue mi hermano mayor, él siempre hablaba del violín”, relata el inicio de su experiencia la ahora maestra. Una vez adentro, conoció el sonido de la viola y cambió de amor, este resultó ser más duradero, creció cinco años en la Red y luego siguió en el ITM y en la Universidad de Antioquia. La trajo de nuevo el río, no sin antes entrenarla como profesora en la Casa de la Cultura de Guarne. Necesitaban docentes de viola, que escasean, pues el instrumento no es muy conocido. Así que las razones para regresar ya sumaban en una lista larga. “Es una muy buena experiencia porque es volver al programa del que uno salió, es en cierto modo devolver mucho de lo que uno se llevó de acá y pues la decisión de estudiar música tiene que ver totalmente con la Red. Para mí no tiene sentido tocar un instrumento y volverme como una máquina de notas, para eso ya hay personas altamente calificadas en Europa, e incluso aquí se empieza a ver eso; pero lo que a mí me interesa de la música es lo humano que deben tener esta y todas las artes, eso es lo que le da sentido a mi carrera, una carrera que está ligada a la vida. Para mí la música es un medio, no puede ser el fin porque deja de tener sentido. Y, en ese orden de ideas, la Red es totalmente coherente, está apuntando a dar sentido a la sociedad, a cosas pequeñas pero que son muy importantes”, enfatiza. Para la alumna, que ahora es profesora, lo valioso de la música en la Red es que tiene contexto, que es en sus aulas, en los barrios, donde se sabe qué es lo que el país necesita y es también desde ahí que se puede hacer algo. Por eso eligió la pedagogía, para retornar lo que a ella se le brindó.
Esto es un asunto de amor Como un sube y baja, el metrocable que cuelga sobre Las Estancias se ve por la ventana del aula en la que Hasbleidy hace repetir a su alumna Daniela Ardila posturas, movimientos y notas aprendidas hace años, ahora le toca el turno a esta joven de 19 años ejercitarse en sacar música de las cuerdas.
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“Ingresé a la Red porque siempre me ha gustado mucho la música, pero no había encontrado el lugar adecuado —cuenta que buscando, preguntando y hurgando en su comuna un día se encontró de frente con el letrero de la Escuela de Música de Villatina—. Es lo que uno siempre había estaba buscando”. Bien juiciosa comenzó clases, caminaba desde Villa Lilliam parte baja hasta la Escuela, para dedicarle sus tardes al aprendizaje de la viola. Dice que halló más que música, este espacio le dio amigos, formación humana y nuevas perspectivas de la vida. “Pertenecer aquí a la escuela es mucha enseñanza y también mucha disciplina, es un estudio constante, porque no solo es el instrumento”, destaca. Al inicio solo podía practicar en las cuerdas prestadas de la escuela, pero luego de dos años pudo comprar el primer instrumento que podía llevar a casa para entrenarse en los ratos libres, 100 mil pesos costó la herencia de una de sus compañeras. Un tiempito después y con 380 mil, ahorrados por sus padres, mejoró el instrumento. Le dura y le durará, dice, esta pasión por la música. Aunque a veces es difícil, no abandona ni posturas ni movimientos ni notas. Cuenta que alterna sus estudios artísticos con la enfermería en el Censa. “Uno empieza con un día, dos días y luego toda la semana. Es como el amor, se pone el amor y uno le dedica todo el tiempo”. En la Escuela mueven y acomodan horarios y clases para que ningún estudiante se vaya por estudiar su carrera, al contrario, los animan a seguir y en este momento, cuenta Álvaro Acosta, es la escuela que más estudiantes ha tenido y tiene estudiando en las universidades. Es que ha sido y será una casa de oportunidades para el desarrollo cultural y social de Medellín, donde la música es un instrumento en sí misma para transformar vidas. Por esto mismo es que la primera línea de esta historia no es solo un título sino una crónica viva.
Por dentro de la caja de música La Escuela de Música de Villatina se dedica a las cuerdas de la viola, el violín, el violonchelo y el contrabajo, con la orientación de profesores por especialidad. Tiene clase de iniciación musical, pre-semillero, semillero, pre-orquesta y orquesta, pero también tiene dos coros, juvenil y pre-juvenil. La llenan de vida mañana y tarde chicos entre los 7 y los 20 años de edad.
Respeto por una propuesta de paz En la Escuela han tenido que parar clases por balaceras y fronteras invisibles, es verdad. Que en momentos de violencia deben ir uniformados con la camiseta de la Red también es cierto. Pero la aceptación del proyecto, como propuesta de paz y formación humana y artística, ha sido favorable y respetada en toda la comuna.
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La escuela también se ha tenido que acomodar a estas situaciones. “Se hizo un trabajo diferente con los chicos, se les decía: vengan una vez a la semana si pueden, vengan cuando puedan, si no pueden llamen tranquilos que nosotros no los retiramos del programa”, dice el director, Álvaro Acosta, que las cosas han mejorado.
Vilma Villota agrega que no podría asegurar que se le está arrebatando chicos a la violencia, pero lo cierto es que ha sucedido un cambio: “Lo que sí es muy visible es que desde que está la Escuela el panorama ha cambiado en el sentido de que ya se ven niños con sus instrumentos yendo a recibir clases de música”.
El violín de Mariana
A los 13 años, Mariana Gómez Arboleda no se imagina separada del violín. Ella creció en las lomas de Villa Lilliam y desde pequeña, cuenta Omaira, la mamá, que bajaban a veces a llenarse los oídos y el alma con la música de la Sinfónica en los conciertos que regalaba para la ciudad, otras tantas la elección eran las letras en las bibliotecas cercanas o lejanas, algunas otras la diversión era con las artes plásticas. De todos modos, siempre sus vidas se ligaban a la cultura. Cursa octavo grado en la Institución Educativa Gabriel García Márquez y hace tres años apoyó por primera vez la barbilla en un violín. “Suena muy bonito, la melodía es muy linda —explica Mariana el porqué de su elección, que se le convirtió en pasión—. Yo estoy acá desde que abren hasta que cierran”. Con esta exageración trata de dibujar para el lector de estas líneas el tiempo invertido en las cuerdas y el arco. “Cuando llueve, no ve la hora de que escampe para ir a ensayar”, le complementa la madre. Va hasta cuando no hay clase, todos los días que tiene la semana, Mariana llega a la escuela para practicar con los amigos del semillero. La piragua, El pescador, La múcura, son algunas de las canciones que “Siento mucha satisfacción, siento que le estoy ya salen de esa caja de música dando lo mejor, que está en un espacio que le brinda que ella alimenta. Le gusta tranquilidad, sabiduría y buena educación”, dice la engolosinarse con Beethoven, orgullosa mamá. cuando los más grandes de la escuela lo interpretan en los conciertos.
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CapĂtulo 23.
Notas de
vida Notas que transforman vidas
El arte es la excusa de los jóvenes de la Comuna para salir de las dinámicas de la violencia y desigualdades. En medio de las dificultades propias de la comunidad, resalta el talento para la música. Si bien el adagio popular dice que un niño que toque un instrumento, jamás empuñará un arma. En la Comuna 8 decidieron darle la vuelta y hablar de la música como transformadora de realidades. Aunque la esencia es la misma. En el fondo el cambio de discurso tiene asidero en las organizaciones culturales. Ellos dicen que decidieron dejar de hablar de que le están “robando jóvenes a la guerra”, porque se volvió un discurso muy populista, y hasta bélico desde la misma forma. En cambio, independientemente de qué realidad estén viviendo los 36 barrios de la zona. Si hay conflicto entre bandas, o no, lo que más buscan los impulsores del arte, es ofrecer alternativas de vida a todos los habitantes y en especial a los niños y jóvenes. Kelly Valencia, gestora cultural de la Corporación Cultural C8, dice que el arte les cambia el panorama a los jóvenes. A través de las organizaciones articuladas y la participación en espacios culturales, se abre el mundo para ellos y encuentran que hay otras alternativas de vida.
“Dicen que pequeñas personas, haciendo pequeñas cosas pueden lograr grandes cambios y a eso le apostamos”. Jovanny Moreno, AK47. Igual piensa Jovanny Moreno, integrante de Ak 47, un grupo de hip hop cuyo eslogan es “disparando letras” y que trabaja desde hace 15 años con semilleros de rap, break dance y grafiti, dice que todos los grupos quieren que los procesos crezcan, que tengan impacto, por eso trabajan para tener cambios. En el caso de AK47, por ejemplo, entendieron que si un niño se atrasa en una materia en el colegio, lo primero que hacen los papás es sacarlos del proceso por eso, por eso, además del trabajo que hacen con ellos en canto, baile o dibujo, se esfuerzan por apoyarlos en la parte académica y así van cambiando vidas. “Muchos de estos jóvenes viven solos. Los papás en semana están trabajando y los domingos pasando el guayabo”, nosotros buscamos ser el lugar en donde ellos pasen las tardes y los articuladores con ellos y sus familias.
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Stivar Gonzáles, integrante de la Corporación Zona 8, va más allá. Dice que desde el arte se rompen fronteras, las físicas, y las mentales al visibilizar los procesos que se están realizando en otros barrios y sectores. Ejemplo de esto, cuenta Kelly Valencia, es el evento que hacen cada año simultáneamente en cinco sectores de la comuna. Y que en épocas más complejas sirvieron para derribar los límites entre barrios. Hablando desde las individualidades, son muchos los talentos que resaltan en la comuna y en géneros tan diferentes, como lo es el territorio y los grupos poblacionales que allí habitan, lo cual imposibilita presentarles la historia de cada uno de ellos. Sin embargo quisimos hacer un recuento de algunos de ellos para mostrar que la Comuna 8, tiene talento para música y como cada uno de ellos, desde sus particularidades, aportan a la convivencia, a la transformación social, utilizando el arte como medio transformador.
Jorge es un sobreviviente del rap En una calle del barrio Las Estancias los pasos tropiezan con un “caspete”. Quien lo atiende es El Mocho, como le dicen a Jorge Iván Henao en su barrio y en el mundo artístico, un hombre enamorado del hip-hop, militante de sí mismo y la voz del rap que hizo visible a la juventud marginada de Medellín. Un pedacito de Nueva York en el barrio Caicedo La Toma. La rebelión negra de la postindustria estadounidense. O si lo prefiere en su descripción menos romántica y más patética, el rap es el arte de pelearle un pulso a la miseria en buses urbanos y esquinas desencantadas, entonado por jóvenes que bracean a mar abierto entre la posibilidad de lograr un sueño o ceder a la tentación del crimen. El Mocho es uno de tantos que le hicieron el quite a la delincuencia, aferrados al salvavidas de la música. El break dance, hermano de sangre del rap, fue su
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cuerda trenzada: “lo conocí en el 83 y se me pareció mucho al kung-fu, son movimientos muy parecidos, sino que los hacen con música. Entonces yo pensaba ‘me gusta más eso que pelear’”.
La juventud y el barrio Con 48 años a cuestas, Jorge Iván, desde que tiene memoria, carga también con su remoquete. El Mocho es un legado de la genética, mal de “fábrica”, lo mismo a lo que él atribuye la diferencia, delgada pero sustancial, entre el destino de su hermano y el suyo. “Yo lo tuve mucho tiempo bailando, pero a él le gustaba mucho la guerra y se murieron todos los que estaban en el combo de él menos él y todavía sigue haciendo daños. Yo lo quiero mucho pero dejémoslo por allá lejos, porque él nos ha hecho mucho daño. Yo fui la oveja gris y él la oveja negra de la casa. Nos metió en muchos problemas, inclusive nos hacían atentados en la casa, eso cogieron la casa a bala varias veces, circunstancias de la vida y malas decisiones de mi hermano. Hoy en día no puede venir a Medellín, pero está vivo que es mucho decir para todo lo que hizo. Y no pagó cárcel ni nada, es que la ley en Colombia sí no. Es para los de malas”. Por surrealista que pueda parecer, la vida de El Mocho siempre estuvo flanqueada por el riesgo de romper la norma. Pareciera que el destino se empeñara en ponerle cáscaras bajo el zapato, pero su paso siempre fue más largo. Corría presurosa la década de los ochenta y se le ocurrió que el fenómeno negro de los Estados Unidos cabía perfecto en el imaginario de los chicos de su barrio, en la Comuna 8. “En el 84 me ayudó a montar la escuelita un negro al que le dieron a Medellín como casa por cárcel. A él lo cogieron vendiendo drogas en Nueva York, él fue detenido allá y le dijeron: ‘o se queda acá pagando “canazo” o lo mandamos para Colombia’; pues como era oriundo de acá, obviamente él prefirió venirse para Medallo. Se vino para acá y él vivía en Laureles, en un inicio, yo lo conocí por casualidad, y resultó que él era un profesional del break dance y yo estaba gomoso por aprender eso y hasta el barrio me lo traje. Y montamos una croup que se llamó la DTA Break Dance, que sus siglas son Don’t Trust Anyone (no confiamos en nadie)”.
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Eran los tiempos de esos movimientos que combinaban la agilidad con la robótica, el neón intentando revelar un rostro bajo una capucha y la actitud era desafiante en los ojos de chicos hundidos en desarraigo y dudas. Tiempos de sismo urbano y tribus rebeldes. Y rebeldía era lo que sobraba. Jorge Iván recuerda que buscó en las bibliotecas los argumentos académicos para cubrir con cierta sofisticación crítica lo que en realidad era el desprecio natural de su generación contra la institucionalidad, la autoridad y todo cuanto oliera a paternalismo emocional.
Nosotros nos íbamos mucho para la Piloto a leer libros de socialismo, de marxismo, de leninismo y todas esas maricadas, entonces éramos muy radicales y decíamos: ‘A nosotros nos gusta el break dance pero no como competencia sino como vehículo de expresión. Y estamos en contra de la competencia y de que nos utilicen como un boom publicitario’
Se acababa el bachillerato y El Mocho y sus amigos seguían bailando y en el discurso contestatario a través del rap, hasta que la convulsión de los nuevos tiempos trajo la muerte como una consecuencia casi predecible: “algunos comenzaron una carrera universitaria, a otros los mataron porque se enredaron en el combo por las circunstancias de la vida, la falta de oportunidades, un montón de cosas que pasan y a mí me siguió gustando la música”.
El movimiento hip-hop Y se fue con su música, no a otra parte sino a otro nivel. En 1992 crea su primer grupo de rap oficial, lo llamó Alianza Hip Hop. De esa experiencia se desprendió el Movimiento Metropolitano del Rap, Colombia Rap Cartel y todo ello decantó en un monumental y ambicioso congreso del rap que reunió a sus representantes a nivel nacional. Tierra de Hombres, ONG suiza, les dio el apoyo para el evento. Entonces el rap que era un movimiento que subvertía el orden establecido —o preestablecido— en algunas ideologías radicales y comenzó a sonar en el radar del paramilitarismo que por esos días irrumpió con fuerza bruta en las calles de la Comuna 8 de Medellín y en buena parte del país. No bien hubo terminado un congreso de hip-hop en Medellín, se conoce del asesinato de varios jóvenes de Urabá y Buenaventura que habían participado y que caen baleados al regresar a sus regiones. El susto fue monumental. Todo el trabajo previo de Jorge y su gente por canalizar un movimiento nacional del rap con focos de muchachada en diversas regiones, se desmorona por físico miedo. La desbandada fue total. Apenas sí hubo tiempo de mantener el oxígeno a través de células, grupos muy pequeños que resistían el embate de la intolerancia.
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La táctica entonces fue ponerle algo de color al rayón diagonal generado por las denuncias y críticas anti institucionales que hacían los raperos “entonces decidimos montar una discoteca como para bajarle la temperatura a los foros y a las reuniones que teníamos porque eran muy políticas, y así fue que nació la primera discoteca de rap de Medellín, que se llamó la Hip-Hop Place, que funcionó un montón de años”. La discoteca quedaba en la zona de la Avenida 33, en la bodega de una fábrica de hilos, cerca de la Estación Exposiciones. En este espacio se reunían los chicos a ver cine, a hacer conciertos y a jugar fútbol en la calle. “De lunes a viernes estaban las puertas abiertas para los pelaos que entrenaban break y los fines de semana era la fiesta con DJ, que apenas estaban apareciendo. Muchos comenzaron en esa discoteca a mostrar lo que estaban haciendo, hoy en día hay muchos de esos DJ que están viajando por todo el mundo haciendo electrónica, pero comenzaron en la discoteca”, remata el rapero y no puede ocultar cierto gesto de orgullo.
“Algunos comenzaron una carrera universitaria, a otros los mataron porque se enredaron en el combo por las circunstancias de la vida, la falta de oportunidades, un montón de cosas que pasan y a míme siguió gustando la música”. Jorge Iván Henao, El Mocho, rapero de la Comuna 8.
La escuela Con las alertas encendidas y el pánico en los bolsillos, el rap siguió su camino. Hubo otros muertos, como Quintana, símbolo y ejemplo de muchos de esos jóvenes en aquella época. La persecución contra los raperos obró como cirugía mental y más temprano que tarde El Mocho mutó de la izquierda académica a la metafísica popular. Otros se radicalizaron aún más y pagaron con sangre la osadía. En esa transición hacia un humanismo menos retador, Jorge caló con sus huesos en el corazón de Bonn, en Alemania.
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Una organización lo llevó como muestra del hiphop criollo y lo paseó además por Suiza, Holanda y Francia. La gira fue pagada por la Unión Internacional de Juventudes Socialistas, IUSY. “Yo que no conocía ni la costa, no conocía ni el mar de aquí y dizque en Europa bailando break”. A la postre, en Colombia, mientras conocía Europa —también fue a los Estados Unidos llevado por un organismo mexicano de apoyo al hip-hop— sus escuelas de formación de raperos y bailarines seguían creciendo. Llegaron a sumar más de 200 miembros solo en Medellín, donde además ya estaban en escena algunas corporaciones comunitarias que veían esta práctica como una manera de reorientar el oscuro futuro de muchos jóvenes en la ciudad. Con el tiempo logró entender el asunto desde una arista diferente cuando se percató de la ausencia de ayuda estatal para sus proyectos de transformación a través de la música. “Pensábamos en sacar una personería jurídica, pero luego dijimos: ‘pa qué hijueputas si nosotros no somos gestores ni vamos a ir a negociar con el Estado a decirle que le vamos a salvar a todos los de las esquinas para que nos den plata. Hagámoslo por amor y ya’. De ahí salieron muchas escuelas y mucha gente vivaracha que hoy en día tiene mucho dinero de cuenta de la gestión y que se mantienen en Europa y que tienen una súper corporación de rap, vendiendo la idea de que le roban jóvenes a las esquinas”, recuenta Jorge, con cierto desdén por la idea mercantil con la que otros desdibujaron el origen de las escuelas del rap en Medellín. Con el paso de los años y la mutación ideológica en movimiento, las cosas comenzaron a aplacarse en términos de muerte y barbarie. Ahora las guerras del rap fueron otras. Nada menos que contra la industria de la música. Aquí le cabe, sin duda, un mea culpa a los promotores del hip-hop como Jorge. Se les fue la mano en orgullo y determinaron que no necesitaban la industria para ser grandes en el universo artístico. Pero la realidad les dio una bofetada y les mostró que sin industria no hay paraíso. “En el Congreso Nacional dijimos: ‘no vamos a ser parte de la industria musical comercial y lo vamos a hacer con nuestros propios medios’. Pero cómo si nosotros no teníamos medios, los medios son del Estado y así se mete a la industria. Entonces un artista que no haga parte de la industria no va a sonar en una emisora y nos fuimos en contra corriente hasta el día de hoy”.
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Y lo perdieron todo cuando la oportunidad estaba servida. Como ironía, ven hoy desde sus casas cómo antiguos compañeros de andanzas gozan de riqueza y prestigio, saltando del hip-hop a uno de sus hijos no reconocidos, el reguetón. “J-Balvin comenzó con nosotros en el estudio de Laberinto —que es uno de los grupos de rap más reputados en Colombia—, en Robledo El Diamante, en sus inicios, y pues él se fue por la plata y, mire, hoy en día es un multimillonario que se hizo rico diciéndoles a las chicas que ‘eso en cuatro no se ve’”. Lamento o crítica, suena a decepción. Lo cierto es que el hip-hop no da dinero para sus exponentes actuales, y sin embargo El Mocho insiste en apoyar chicos que lo practican, aunque él mismo sea hoy por hoy un pesimista declarado del oficio. De sus producciones musicales, regala más copias que las que puede vender. Pero no abdica a su reino como el pionero del rap. Rodeado pero no vencido, es un terco irredento, un sobreviviente de sus propios terremotos.
Jeferson, cultiva la semilla del baile en las nuevas generaciones Dese hace 12 en el sector de Las Golondrinas se gesta un Movimiento Urbano que ofrece arte a los jóvenes del sector. Son dos grupos, uno profesional y un semillero, los cuales trabajan el canto, baile y teatro como alternativas a los más pequeños. Hace 13 años, en la sala de una casa esquinera del barrio Las Golondrinas, 9 amigos empezaron a gestar un Movimiento Urbano que sin pensarlo, se terminaría por convertir en la alternativa artística para la educación de los niños de la zona. Cuenta Jeferson Montoya, director del colectivo artístico, que inicialmente se reunieron un grupo de amigos, cada uno con diferentes vertientes de arte, quienes pensaron que el baile y la música era una opción de vida para ellos.
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Al inicio, no pensaron en que ese impulso pudiera replicarse por los barrios de la comuna. Simplemente era su excusa para reunirse a bailar y crear. Con el tiempo de esos 9 gestores sólo quedaron 4, pero la semilla ya estaba sembrada entre los vecinos. Por esa época una idea rondaba en la cabeza de los artistas, y es que sus ensayos cada vez tenían más público aunque ellos no lo habían planeado así. En la reja de la entrada a la casa en la que ensayaban los niños se agrupaban para verlos bailar, entonces decidieron que necesitaban recursos para formar un semillero en el que todos esos niños pudieran participar Buscando alternativas llegaron a un concurso de televisión nacional y con el premio crearon hace 6 años el semillero de Movimiento Urbano, en el que en promedio participan 35 niños en clases de baile, canto y artes escénicas. “Yo lo que he aprendido es en la calle, yo no sé mucho de teatro, pero vimos que era una necesidad y por eso nos metimos también en el teatro”, confiesa Jeferson, quien incluso contrató un profesor para que atendiera a los niños del semilleros, quienes desde entonces, reciben clases sin ningún costo para ellos. Sin embargo se llegó la época de las vacas flacas para el grupo y tuvieron que parar el proceso, pero desde el 2013, quien se encarga de liderar el grupo es el propio Jeferson. “Este es el regalo que le hago a la vida, son dos días míos que aporto para ellos”, asegura Jeferson, quien aclara que no reciben ningún apoyo para continuar con la labor. Por temporadas llegan recursos destinados a la comuna para fortalecimiento de proyectos, y la Fundación Las Golondrinas les facilita el espacio, así sobrevive el grupo, quienes sagradamente, se reúnen los martes y jueves desde las 4 de la tarde hasta las 8 de la noche. Al verlos ensayar se nota la camaradería que hay entre todos, son un grupo diverso, entre los 9 y los 19 años, sin embargo todos tienen su papel en la coreografía. Jeferson además, agrega que son una familia. Han compuesto varias canciones y hasta han montado varios musicales. Las canciones, todas con mensajes alusivos a la alegría y a la vida, los musicales en cambio muestran reflexiones sobre lo que viven en el día a día en el barrio.
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La última obra que presentaron fue una tragedia, del tipo Romeo y Julieta, en la que dos estudiantes quienes viven en dos barrios separados por una frontera invisible y pertenecientes a dos barras de equipo diferente, mueren tratando de defender su amor, pero dejan en mensaje entre los vecinos, quienes recapacitan y dejan los odios. Dependiendo del talento y la dedicación de los integrantes del semillero, algunos de ellos pasan a formar el grupo de profesionales, quienes tienen presentaciones en diferentes ciudades. De vez en cuando, dependiendo de la demanda, el grupo de semillero también es contratado para hacer presentaciones, en esos casos, el dinero recibido, no se entrega a los estudiantes, sino que con ese recurso salen todos a cine o a un parque de diversiones. Los cambios en la vida de los alumnos son notorios, sin mencionar nombres Jeferson cuenta de una niña de 14 años que era depresiva, incluso estaba en tratamiento psiquiátrico, pero que en el semillero aprendió a reír. Hoy es una niña feliz. Los pequeños artistas ahora son señalados, pero como un ejemplo positivo. Por eso todos aseguran que vale la pena la dedicación. Son todo un Movimiento Urbano que representa a la Comuna 8.
Dificultades Anualmente, a final de año, el semillero Movimiento Latino prepara una presentación exclusivamente para los padres de familia. Con eso buscan que los acudientes de los niños comprendan la importancia del proceso que se lleva a cabo. Según dice Jeferson, uno de los principales problemas que afrontan es que cuando los niños son castigados, se les impide asistir a los talleres. Con lo cual no sólo les atrasan el proceso, sino que se dejan en las casas expuestos a contenidos nocivos en la televisión o internet.
8 horas
semanales entrenan los integrantes del semillero de Movimiento Urbano.
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Esteban y Carlos Vélez, nuevos talentos que se forman desde la comuna Con apenas 4 años de vivir en el barrio La Ladera. Este par de jóvenes resaltan por su talento en el rap. Ahora ellos quieren integrar a todos los artistas de la zona para lograr proyección comunal. Esteban y Carlos Vélez son el vivo ejemplo del talento que se forma en la Comuna. Nacieron en Puerto Nare, en el Magdalena Medio Antioqueño, pero fue el barrio La Ladera, el que les ha brindado la plataforma para dar a conocer su trabajo musical. Esteban y Carlos son muy parecidos en muchos sentidos. Son gemelos y por eso comparten los rasgos físicos, pero también su gusto por el rap, el estilo para vestir, el interés por las nuevas tecnologías, el deseo de transmitir mensajes positivos y hasta escogieron la misma carrera, la de delineantes de arquitectura, como su futuro laboral. El talento por la música lo descubrieron cuando tenían sólo 12 años de edad y eran estudiantes de bachillerato de Puerto Nare. Cuenta Esteban que eran tímidos, “no éramos de los que hacíamos presentaciones, en las exposiciones se nos cortaba la voz”. Por aquella época, tuvieron el primer computador y con el internet también llegó un nuevo mundo musical. Empezaron a escuchar grupos internacionales que cantaban rap y a desarrollar su gusto especial por este género. Aún no se decidían por escribir canciones, ni mucho menos grabar. El impulso lo tomaron de varios compañeros de colegio quienes empezaron a grabar reggaetón en el único estudio que había en el municipio y desde ahí empezó en pleno su carrera musical.
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“Nos cobraban 50 mil pesos por canción”, recuerda Carlos, quien dice que por la falta de recursos, empezaron a grabar sólo una vez al mes, pero con la idea de ser unos raperos reconocidos.
Ambos recuerdan que recibían burlas de sus compañeros de clase. La calidad no era tan buena como ellos quisieran, sin embargo así abrieron su canal de YouTube y empezaron a ganar seguidores. Buscando otras alternativas, ubicaron a un productor en La Dorada, Caldas, quien les grabó 10 canciones durante una semana. Fue su primer trabajo musical en grande, ahí sus compañeros de clase comenzaron a admirar su talento, el cual dio sus frutos cuando ya estaban viviendo en Medellín.
A la ciudad llegaron hace 4 años. Ya habían terminado el bachillerato y era hora de tomar nuevos rumbos. Además también querían crecer en su carrera musical. Desde La Ladera, el barrio en donde vive su tía, quien los acogió en su casa, comenzaron a buscar estudios de grabación. Inicialmente encontraron uno en Villa Hermosa que les sirvió para continuar lo que venían haciendo. Pero ya en Medellín tenían la oportunidad de asistir a eventos de este género, conocer otros artistas, y entender que querían cambiar un poco su estilo pasando de romántico a un estilo más positivo: “de amor propio, de amor por la vida” resume Esteban. Ambos tienen sus propios canales en YouTube desde donde ganan seguidores. Cada uno es el primer crítico y apoyo para el otro y cada uno, por separado, encontró la forma de seguir produciendo. Han realizado varias presentaciones en la ciudad. Incluso, recién llegados a la Comuna, lograron producir un trabajo en colaboración con un artista mexicano y se han presentado en el Parque Biblioteca La Ladera. Pensando en todos los problemas que han tenido para dar a conocer su música, ahora planean un festival que reúna las mejores propuestas artísticas de la Comuna 8 para mostrase y demostrar que desde este lado de la ciudad lo que sobra es talento para la música.
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Siempre en alto (letra) Señor Búho (Esteban Vélez y Karen Gómez) Has sentido el peso de tus frustraciones a la espalda, A mí me pasa cada mañana al pisar fuera de casa Pero nada más, nada me parará, Ya verás que no hay meta imposible si la pudiste soñar
De las que no puedo escapar No encuentro paz Ya podrás imaginar el dolor que me abraza Pero mi frente siempre en alto estará
Yo quiero volar más allá Salirme de este círculo, no disimular Pensar, actuar, con esto crear estímulos Poder abrir las mentes de estos robots que caminan Con la mirada agachada como si faltase autoestima
Has sentido el corazón hecho pedazos Le has temido al amor tras sufrir múltiples fracasos Has bajado tus brazos con la intención de no luchar Tranquilo hermano que yo me he sentido igual Pero qué más da
Quiero crear más rimas De esas que se contaminan Que se propagan por do quier Explotando como minas
Esta vida se pasa de dura En el pecho tengo suturas y en el alma mil fracturas En cada intento mi tristeza se desnuda Dejando al descubierto versos que sirven de ayuda
Imagina que tan grandes sean tus sueños igual cuesta, Así que pelea con ganas y no te sigues estar en la cresta Por acá apesta
Pero no es suficiente, la mirada no miente Tus ojos te delatan, aunque creas que eres valiente Puedes llorar, no está prohibido, Lo prohibido es caerse y luego darse por vencido Y así no, así no va este juego Aquí te caes y te levantas para intentarlo de nuevo
Y es la trivia del incompetente Hay mucho quien estreche tu mano Y no quien te levante siempre Por eso atente y resiste cada golpe Pues existe quien te juzgue sin saber lo que detrás se esconde Pero no hay lío, tú fluye como los ríos Yo me río de quien de mí se ríe Y como persona no ha crecido Respira y deja que la lluvia te lave Y si no salen las tristezas, déjalas que con el tiempo caen Coro Aquí me encuentro igual que tu Entre miedos y tormentas
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Coro Aquí me encuentro igual que tu Entre miedos y tormentas De las que no puedo escapar No encuentro paz Ya podrás imaginar el dolor que me abraza Pero mi frente siempre en alto estará Puede que la vida te golpee en varias ocasiones pero busca la cima Trata de estar siempre en alto
CapĂtulo 24.
La cultura como
alternativa Historia de los procesos culturales liderados por la Mesa de Cultura
Para Alonso Argüello la vida misma es el teatro. Por eso, cual si su vida se tratara de un argumento escénico, ha protagonizado varios actos en los cuales el arte termina triunfando en la Comuna 8 de Medellín, gracias a la unión de los colectivos agrupados en la Mesa de Cultura que él dirige. Alonso no es de Medellín, ni siquiera se hizo líder en Villa Hermosa. Nació en Chinacota, Norte de Santander y emigró a la capital antioqueña en 1993 para estudiar arte dramático en la Universidad de Antioquia, de ahí surgió la Corporación Cultural Teatro Abierto, la cual fue la razón por la cual, este artista terminó convertido en líder cultural en la Comuna 8. “Dentro del mismo proceso fueron surgiendo proyectos que me permitieron conocer las dinámicas territoriales y comunitarias”, cuenta Alonso, quien desde la docencia y la gestión de la Corporación, comenzó a participar en los procesos de planeación local con el objetivo de convertir el arte en un vehículo de trabajo social.
Segundo acto Hasta ese punto de la historia, todo se había desarrollado en otros escenarios de la ciudad. Alonso incluso fue delegado de Presupuesto Participativo en la Comuna 5, creó la Red Cultural en la misma comunidad y de alguna manera se formó como líder allí. Pero la Corporación Cultural Teatro Abierto necesitaba crecer, estar más cerca del Centro de la ciudad en donde se desarrollan la mayoría de proyectos de su tipo. Por eso se instalaron en la Comuna 8 y comenzó el otro capítulo, esta vez, como mediador para que los colectivos existentes se unieran para buscar fortalecimiento conjunto. Con el conocimiento que tenía de Presupuesto Participativo, Alonso comenzó a asistir a las reuniones de la comuna y a la par, comenzó a comprender que en aquella zona de la ciudad, que ya empezaba a ser la suya, el arte y la cultura no se articulaba del todo bien con los recursos. Eso sí, Argüello aclara que la realidad distaba de los supuestos del papel, pues en la Ocho incluso existía un plan cultural y una mesa de arte y cultura, pero dispersa y desintegrada. Por eso en el año 2010 comenzó
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La tarea no fue compleja, a pesar de que trabajaban de manera independiente, el proceso cultural y artístico era muy fuerte, incluso algunos que tenían experiencia en trabajo comunitario, quienes aceptaron el reto de conformar la Mesa de Arte y Cultura.
Tercer acto: el presente Desde la Mesa, con la articulación de los grupos, se logró la articulación del trabajo con los programas de planeación local. Además, concertaron la Agenda Cultural de la Comuna, que tiene tanto un sentido social como artístico y que cada año oferta entre 10 y 11 eventos apoyados por Presupuesto Participativo a toda la comunidad. Y Aunque esta forma de financiación es importante, entendieron que no pueden depender del PP para continuar su trabajo y por eso ahora se presentan a los programas de estímulos y otros que permiten la formación y creación artística. Además, fortalecieron el componente de comunicaciones, en especial el periódico Visión 8, que tiene un enfoque artístico y se convirtió en la herramienta de comunicación alternativa que sirve para divulgar los procesos realizados en el territorio.
“Como uno de los objetivos de la Corporación tenemos que el arte sirva para transformar realidades, para hacer reflexiones de territorio, el arte como componente importante en la formación humana integral”. Por fuera del Presupuesto Participativo, además la mesa está en proceso de ciudad y se incentiva la participación en convocatorias con recursos ordinarios de la Alcaldía de Medellín o del Ministerio de Cultura, las cuales permiten fortalecer los procesos de cada uno de los colectivos y grupos existentes. Los integrantes de la mesa reconocen que aún faltan por superar algunas dificultades, como por ejemplo la fragmentación de los procesos y el difícil acceso hasta ciertos puntos de la comuna, situación que se ha resuelto en parte con la creación de nodos.
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Otro aspecto en el que siguen trabajando es en la formación de públicos, con lo cual se le daría más valor al tema cultural dentro de los procesos sociales de la Comuna y por supuesto, que impacte en la financiación de los mismos.
Agenda cultural de la Comuna 8, singularidades que forman colectividad Si algo caracteriza a la Comuna 8 de Medellín es el porro, este género musical, nacido en otra parte del territorio nacional, encontró en el sector de Enciso, su epicentro en Antioquia. Por eso uno de los eventos artísticos que más importancia tienen en el territorio es la Porrovía que se realiza cada año en el mes de octubre y que consiste en una programación que incluye grupos de música, baile y concursos alrededor del porro. Otro de los eventos con mayor recordación es el Circo al Parque, el cual se realiza anualmente en La Ladera, sitio en donde se instala una carpa en la que se presentan obras de este formato. Anualmente también se realiza un concurso de murales, con una temática diferente cada año y que en el 2017 consistió en un homenaje a la memoria. En Cross Over, se encuentran diferentes géneros musicales como el tanto, el género urbano, el rock, la danza urbana, la danza folclórica, el teatro, el reggaetón y cualquier género presente en la Comuna tiene espacio en este evento. Entre los eventos se destacan el Festival de danza árabe, teatro para la formación en derechos y desde la muestra audiovisual llamada Rodando, se lleva el cine a las zonas de periferia donde se tiene poco acceso a ello. Además tienen eventos especiales los grupos de representación de la población afrodescendiente y Lgbti, quienes trabajan desde sus enfoques diferenciales. Y por último, una vez al año, todos esos procesos se encuentran en el gran Carnaval de la Comuna 8, el cual hace un recorrido por el sector de Villa Hermosa, con un desfile de comparsas y que sirve para integrar a todos los artistas, colectivos y organizaciones que trabajan por el arte y la cultura en la comuna.
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