APARTAMENTOS DE LA 46 Empezar a conocer la naturaleza humana
Morice 01/03/2015
El tiempo de la bonanza del narcotrĂĄfico en Colombia, hubo de encontrarme en un pequeĂąo hotel, donde muchos personajes dejaron historias por doquier.
Tabla de Contenido Dedicatoria..................................................................... 2 Apartamento No. 100 - Teresas ....................................... 3 Apartamento No. 101 – Juan ..........................................13 Apartamento No. 102 – Lucia .........................................15 Apartamento No. 202 – Isabel ........................................17 Apartamento No. 204 – Las paredes tienen oídos ...........20 Apartamento No. 303 – John el Gringo ...........................23 Apartamento No. 304 - Familia en crisis.........................25 Apartamento No. 401 – Amelia ......................................27 Apartamento No. 403 – Rafael .......................................30 Apartamento No. 501 – Adriana .....................................32 Apartamento No. 502 – Carolina ....................................34
Dedicatoria A todas las personas que pasaron por mi vida dejando huella por su amistad, apoyo y solidaridad en esos tiempos difíciles. A ellas que un día olvidé por seguir en la búsqueda de mis sueños. Unos se cumplieron, otros se perdieron, muchos se olvidaron…. Pero valió la pena, valió el esfuerzo.
Apartamento No. 100 -
T
eresas
Eran años difíciles, los años del almuerzo con gaseosa y pan, los años en que tenemos las ganas, las fuerzas, la pasión, pero falta el trabajo y el dinero para subsistir, no para vivir, para sobrevivir. La época en que nos encontramos cientos de provincianos en la gran ciudad, todos, buscadores de sueños, ilusiones y esperanzas, la incesante búsqueda del reconocimiento para salir del olvido, de lograr un lugar o una posición en el mundo para descubrir qué podía existir más allá de la necesidad y la absoluta pobreza. Algunos teníamos sueños grandes, en ese momento quizá inalcanzables, una carrera, un buen trabajo, buen dinero. Otros simplemente anhelaban conseguir un trabajo estable que cada mes o cada quincena les diera un sustento básico, suficiente apenas para la cerveza, para la rumba de fin de semana, para la conquista de mujeres fáciles y para vivir siempre al día. Pero había un objetivo común, algo que nos unía siempre, luchar para que la ciudad no nos ganara la batalla y nos obsequiara los tiquetes de regreso a nuestro pueblo natal, nuestro inicio, nuestro punto de partida. Hacerlo significaba la derrota, volver a pelear por las pocas oportunidades, que finalmente eran escasas: un puesto en el gobierno local, un empleo en un almacén o si estábamos de suerte, un nombramiento para ir educar los pequeños de las veredas lejanas de la zona urbana. El regreso significaba para mí el fracaso, las miradas escrutadoras de la gente diciendo para sus adentros, no lo logró, no tuvo fortaleza para resistir la ciudad, es un perdedor; y si, hubo muchos momentos en que la idea de regresar era la única opción, pero hasta para eso fui terco, para dejarme ganar de las adversidades; regresaron muchos, nos quedamos algunos, triunfaron pocos.
Eran los años 80, la época de oro del narcotráfico en Colombia. Los dólares corrían por doquier, los lujos y excesos no se ocultaban, al contrario se lucían. Quien estaba en el negocio era el dueño del poder, tenía los mejores autos, inmuebles, y gozaba la vida a su antojo. Compraban periodistas, políticos, futbolistas, mujeres prepago que venían de la televisión y el periodismo. No había mayores controles, podían andar todavía tranquilos en cualquier lugar, sin la presión de autoridad alguna. Fue a mediados de esta década cuando llegaba yo a la gran ciudad, cargado solo de sueños e ilusiones porque los bolsillos estaban vacíos. Solo venia cargado del amor y la esperanza que depositaron mis queridos viejos, el único apoyo incondicional, pero era suficiente para intentarlo todos los días en que amanecíamos sin saber cuál iba a ser nuestro alimento. El Colegio te enseñaba muchas cosas, literatura, matemáticas, Ciencias, pero no te preparaba para ninguna actividad con la que pudieras ganarte la vida, no te da herramientas para que seas útil para llenar alguna plaza de trabajo en la Ciudad. Pero para mí, cada día que amanecía era un día de esperanza, de inquietudes y de esfuerzos. Recorría la gran ciudad, desconocida entonces, enviando solitudes a sitios que publicaban los periódicos, restaurantes, bares, fábricas e industrias, cualquiera era un objetivo esperanzador, la comida no podía esperar, el pago de la habitación no podía esperar. El primer trabajo fue en la mensajería en una agencia de viajes, entregando tiquetes de vuelo, cobrando, y registrando compras en las aerolíneas. Fue el primer trabajo sí, pero también fue la bienvenida a la realidad laboral, donde los patronos siempre buscan explotar sus trabajadores, negando algunas condiciones que por derecho deben tener; fue cuestión de poco tiempo para que llegara a descubrir que después de los gastos de transporte y alimentación, era más lo que gastaba que lo que me quedaba en mis bolsillos. Luego vinieron otros trabajos, entregando recuerdo, revistas y
periódicos. Entregaba un periódico llamado “Voz Comunista” a domicilio, y esto implicaba tenía que ir a sitios donde se establecía la clase popular y revolucionaria de esos tiempos, el barrio Policarpa, en pleno centro de la Ciudad. Luego llegaron otros trabajos: cepillando por ejemplo sillas plásticas para darles un acabado perfecto luego de haber salido de los moldes, trabajo agotador de horas enteras recibiendo los olores y el polvillo de la labor que hacía que nuestro cuerpo experimentara un desgaste con el transcurso de los días, tanto que perdía uno el apetito, malo y bueno a la vez, cuando los recursos eran pocos. Todavía recuerdo el estado de mis manos después de un día de trabajo, al sacar los guantes veía unas manos blancas, arrugadas, la piel podía caerse fácilmente. Eran los tiempos de las famosas bolsas de empleo, donde te ubicaban en empresas quedándose ellas con parte de tu salario de empleado, adicional al dinero que implicaba el registro inicial para entrar al proceso. Luego vinieron más, Cursos de inglés por hipnopedia, ventas por catálogo y atención en restaurantes. Afortunadamente fui hombre porque había muchas más ofertas para las mujeres, no muy santas con toda seguridad. Bueno, contarles mi vida es tema de otro día, lo cierto es que todas estas cosas me dieron la experiencia para conocer la ciudad, la naturaleza humana y el medio en que se iría a desarrollar los años venideros.
Camino, miro, pienso, lucho, sueño Deambulo en la ciudad despierta, Día a día del mundo soy el dueño, día a golpe la lucha más intensa.
Fue para estos años cuando al Hotel llegaba, bueno, este era una mezcla de Hotel y Motel, pero para ese entonces no encontraba ni sabía la diferencia, excepto por el tiempo que las personas se alojaban allí y porque habían allí algunos apartamentos que estaban rentados por meses a personas adultas y familias. Era un edificio de 6 niveles, blanco por fuera, ventanas grandes, cortinas pesadas de color café, daba su puerta principal sobre la avenida trece de gran tráfico y concurrencia estudiantil; era moderno para su época. Al lado derecho del Hotel estaba un gran parqueadero y al lado izquierdo un teatro que al cabo de unos años cerró sus puertas; el cine casero lo quebró. Al frente del Hotel había dos o tres sitios de rumba, uno de mala muerte, y muy cerca, varias universidades, supermercado, restaurantes y un lote baldío casa de indigentes y ladrones. El primer nivel estaba destinado en su totalidad para fines comerciales, por este local comercial pasaron diversos negocios en el transcurso de los años, venta de vehículos, compraventas, venta de elementos ortopédicos, hasta un restaurante. Accedíamos al segundo nivel o recepción por unas escaleras laterales al local comercial e iniciaban desde una puerta que se podía abrir desde arriba, y llegaba luego de unos quince pasos a una segunda puerta en el segundo nivel, que algo de seguridad brindaba sin ser lo más eficiente. En el segundo nivel encontrabas una sala de espera, y el cubículo de la recepción donde registrábamos los visitantes y recibíamos las llamadas de todos los apartamentos. Mi labor inicialmente era un reemplazo los fines de semana, sábados y domingos en la noche. Dos noches de trabajo y cinco días en el rebusque para el sustento diario. No puedo desconocer que este trabajo fue una experiencia enriquecedora porque conocí mucha gente, gustos, temperamentos, que ayudan a conocerte a ti mismo porque pones en juego tus ideas, tu fortaleza y los principios con los que creces en la provincia al lado de tu gente.
No puedo proseguir sin referirme a las personas que me acompañaron en este pequeño mundo dentro de la gran ciudad. Roberto, mi mentor para llegar a este trabajo, hombre de casi dos metros de estatura, afable, cordial pero exigente. No fue sino hasta años después que me entere que había muerto en su finca de manera extraña; apareció sentado debajo de un árbol, como si descansara. Nunca supe las circunstancias de su muerte. Teresa, alrededor de cuarenta años, aunque mostraba unos sesenta, consecuencia tal vez, de su vida, una vida dura para sacar adelante sus hijos y soportar un esposo que nunca fue digno de su familia. Teresa era amable, trabajadora, muy servicial. Nunca la veías de mal genio, siempre llegando puntual a su trabajo, no se recibían quejas de absolutamente ningún huésped o personal administrativo. A Teresa la acompañaba su hija Rosario, de unos diez y nueve o veinte años, irradiaba juventud, alegría, fuerza. Se hacía respetar de quien fuera y su gran debilidad era en cada pago gastar casi todo su salario en ropa y zapatos que lucía elegante después de cada quincena; muy diligente igual que su madre, con sueños y esperanzas igual que todos, pero sin esa pizca de suerte que a veces la vida tiene que darnos para dar el próximo paso. Eventualmente las acompañaba María del Pilar, la segunda hija de Teresa, de alrededor de quince años, hermosa, belleza propia de sus años con la picardía y la rebeldía que caracteriza esta etapa de la vida. No se ruborizaba por nada, era yo más bien, quien tres o cuatro años mayor me ruborizaba ante la coquetería, atenciones o comentarios que no dejaba de lanzar cada vez que nos visitaba. De ellas perdí todo rastro, y hoy, casi treinta años después, me pregunto qué habrá sido de sus vidas. Vivirá Teresa?, con quien se habrán casado Rosario y Pilar, tendrán una buena vida?. Es triste cuando en el camino de nuestras vidas perdemos u olvidamos tantas personas buenas, a las que seguramente hoy daríamos un abrazo inmenso por tanta y tanta amistad y apoyo desinteresado de aquellos días.
Los dueños del hotel, era una pareja de esposos, de origen caleño ellos. Muy elegantes, el siempre de gabán, ella siempre de abrigo. Eran amables con todos a pesar de su dinero y posición. Se desplazaban en la ciudad y alrededores en sus modernos vehículos BMW y Mercedes, y por algún tiempo tuvieron para ellos uno de los dos pent-houses del quinto piso. No eran muy frecuentes sus visitas, tenían otros negocios e inversiones. Tabernas, edificios, negocios que no identificábamos eran parte de su portafolio, pero lo único cierto y que por temas de conversación sabíamos, estaban inmersos en el lucrativo negocio del lavado de dinero y relacionados. Llamare a la dueña, Sofía, realmente no recuerdo su nombre real, toda una señora, de tez blanca, hermosa para sus años Sofía tenía un hermano, de contextura grande y pesada que también los apoyaba en sus negocios. A él lo conocimos más, pues era más constante en sus visitas al Hotel y se quedaba varios días allí. Andrés era su nombre, tuvo una buena vida, pero también una mala muerte. En uno de sus repetidos viajes de diversión al centro de veranero más cercano a la capital, Melgar, cuando estaba de regreso y conduciendo su hermoso vehículo BMW a las velocidades que estas hermosas naves pueden levantar, y tal vez, por exceso de confianza o alguna distracción, termino debajo y detrás de un vehículo pesado de veintidós Llantas que se encontraba detenido en el camino a la salida de una curva. Ya imaginaran el resultado, frenado en seco, el vehículo sigue moviéndose hacia adelante por inercia dejando sus llantas una huella de veinte metros en el piso, se estrella contra la gran mole allí estacionada, la parte superior del BMW desaparece y con ella la cabeza y la vida de Andrés. Fue una muerte terrible, pero rápida. Después de Roberto el administrador con quien empecé laborando los primeros meses y de su retiro, vino Edgar, amante de la salsa, administrador de empresas, su primer trabajo, de
genio variable. Unos días muy amable, otros días temperamental y exigiendo demasiado a todos. Incorporando su juventud e ideas a la nueva administración, pero a veces encontrándose con problemas que lo sobrepasaban. Podría nombrar otros como el contador Eduardo, su hermano Oswaldo que hacia la misma labor mía pero de día y los demás días de la semana y las personas que laboraban también de noche de los cuales de uno en particular de forma detallada narrare algunas situaciones más adelante. Al ingresar al segundo nivel, te encontrabas de frente con el cubículo de la recepción con un pequeño espacio cerrado detrás para guardar elementos adicionales. Allí detrás, era donde se guardaban las cosas que quedaban en los apartamentos: Ropa, zapatos, libros y revistas eróticas, Allí empecé a leer libros que dejaban los huéspedes: La rebelión de las Masas, Ensayos de escritores latinoamericanos, la historia de O y el marqués de Zade. También algún huésped dejo un gran libro que exponía la vida y las pinturas del maestro Colombo-Español Alejandro Obregón; Sus pinturas resaltaba la crítica política y social y sobre todo la violencia: Águilas y caballos, mujeres desnudas violadas, y más, todo dentro de un expresionismo abstracto. Al lado izquierdo encontrabas el apartamento ciento uno y las escaleras para los pisos superiores, y al lado derecho de las escaleras un pequeño cuarto donde guardaban elementos de aseo. El ascensor se encontraba al lado izquierdo de la recepción en la parte central del edificio y enseguida, ya dirigiéndonos a la derecha a un corredor angosto que llevaba al apartamento ciento dos, se encontraba la cocina que incluía gabinetes independientes de guardar ropa o elementos de aseo y la zona de planchado. Al final del corredor refería anteriormente se encontraba la habitación ciento dos y una zona de ropas. Frente a la habitación ciento dos y a continuación de la cocina se encontraba la oficina de administración, un pequeño espacio de tres por tres metros
desde donde se gestionaba todo lo referente a compras, pagos, solución de problemas y demás. Era un lugar agradable, bien dotado y distribuido. La administración era solamente un escritorio, sus sillas y una pequeña biblioteca, donde reposaba un pequeño equipo de sonido que le daba vida a los espacios comunes con música estilizada, pero en las noches con música romántica que era mi predilecta. Junto al pequeño equipo, había dos botellas de Wiski, una tipo sello negro y otra tipo sello rojo que estaban dispuestas para venderse por copas a los clientes o visitantes que así lo requirieran y que pudieran pagarlas. Me voy a detener en este momento para no dejar pasar un pequeño secreto. En cerca de tres o cuatro oportunidades durante el tiempo en que estuve en el hotel, me deje llevar por la tentación y disfrutaba de un par de copas de Wiski, algunas veces no fue un par simplemente, o al menos no lo recuerdo, solo recordaba que amanecía con un fuerte dolor de cabeza y en sitios no aptos para dormir. La vez que más recuerdo, fue cuando en una de estos excesos de licor, me dormí profundamente, tanto que un huésped, afortunadamente de confianza, tuvo que bajar y abrir la puerta principal ante la insistencia de otro huésped que tarde llegaba, porque yo no veía ni escuchaba, estaba demasiado ebrio. Podrán pensar que iba a dormir en vez de trabajar, en parte es cierto, porque mi labor en las noches era casi nula a partir de la media noche, salvo uno o dos huéspedes que llegaban al amanecer luego de disfrutar alguna rumba particular en un sitio cercano del hotel. Entonces, luego de leer, ver televisión, organizar cuentas y documentos, armaba con un par de cobijas una cama improvisada en la parte interna de la cocina, y solo me despertaba el llamado de algún huésped solicitando algún elemento o Teresa que llegaba puntual a su turno en las mañanas.
No faltaba que llegaran personas extrañas a tocar a las puertas del hotel. Un día llegó un personaje con un televisor de catorce pulgadas y ofreciéndolo a precios irrisorios, negocio que yo no podía realizar porque ni tenía el dinero, ni me daba confianza porque seguramente era robado de algún establecimiento cercano. En otras oportunidades llegaban vendiendo relojes finos, cadenas de oro, o simplemente para pedir limosna o revisar que tal era la seguridad interna. Lo único que de estas ventas improvisadas llegue a comprar fue una cadena de oro, bueno, eso era lo que decía el vendedor, y que luego de un par de semanas, se iba transformando en una cadena de cobre al desaparecer su color dorado. Las jóvenes de dos restaurantes cercanos también llegaban a dejar el domicilio de algún huésped que quería cenar. En el hotel no se brindaba servicio de restaurante directamente a los huéspedes, simplemente le dábamos la carta de un par de restaurantes y pedíamos el domicilio, eso sí, con un incremento sobre el precio original. Recuerdo mucho a Julia Teresa, trabajaba en el restaurante más cercano, y con la que hicimos una bella amistad. Julia Teresa era hermosa, venia de un lejano pueblo del llano, tenía a flor de piel la inocencia y la juventud, y por esas cosas del destino nuestra amistad no llego a fructificar en algo más, a pesar salimos y compartimos en repetidas ocasiones. Creo que era porque ya yo estaba saliendo con alguien más, alguien que a la vez de darle sentido y emoción a mi vida, también le daba tiempo después un duro golpe a mi corazón. Julia Teresa como muchas otras personas de entonces desapareció de mi vida cuando abandone meses después el Hotel. Como inicialmente les había referido, solo trabajaba los fines de semana, de tal manera que el resto de la semana no tenía trabajo y debía andar en el rebusque para conseguir al menos lo del alimento diario, por lo que a veces, solo algunas, pedía un domicilio adicional que
guardaba para el día lunes en que yo estaba cesante. Dicen que quitarle al que tiene no es pecado, tal vez delito sí, pero quien haya pasado por situaciones similares es el único que puede comprender lo que es la necesidad apremiante de un buen bocado de comida, cuando solo tienes para un pedazo de pan. Empecé a afinar el oído o más bien, a mis oídos llegaban sonidos que internamente yo traducía en imágenes de eventos que sucedían de las puertas de las habitaciones hacia adentro. Peleas, insultos, gritos de placer, quejidos y llanto. Mi despedida del hotel fue una despedida normal, no hubo gracias, llanto, ni nada parecido. Las únicas que lo sintieron de verdad fueron las Teresas y Rosario, pero ya era el tiempo de partir, había que dar un paso más en la carrera de la vida. Todo se dio porque ingrese a la Universidad Nacional un mes de Enero y sin tener opción me dejaron clases los días lunes desde las siete de la mañana, – entregaba turno justo a las siete en el hotel y tenía diez minutos para recorrer veinte calles y cruzar el campus universitario hasta el edificio de Ingeniería–, en la universidad en el año ochenta y siete. Siempre llegaba tarde, y el profesor de Física, no me permitía el ingreso de ningún alumno luego de diez minutos de iniciada la clase. Estos retrasos y pérdidas de clases hicieron que académicamente no fuera un buen semestre. Un mal comienzo para una exigencia que más tarde pagaría caro. Fueron buenos años, experiencias vividas que aún recuerdo tanto tiempo después. He aquí algunas historias,
Apartamento No. 101 – Juan Nunca había salido del país, los lugares y ciudades los conocía por el colegio en las clases de Geografía e historia. En esta habitación empecé a conocer personajes que venían de una ciudad de Perú llamada Iquitos, que en el mapa aparece cercano a la frontera con la Amazonía. Juan fue quien realizo el contrato de arrendamiento con el hotel. Típico cholo, de contextura baja, mestizo, pelo liso y delgado. Era alegre por naturaleza, hablador ininteligible y rumbero. Con ellos llego la vida nocturna agitada y desenfrenada, la música cumbia con mezcla de ritmos indígenas a través de grupos que hasta ese momento me eran completamente desconocidos. Llegaron haciendo mucho ruido, mostrando orgullosamente lujos y dinero, que de forma anticipada sabíamos que no era de buen origen. Uno de los que los acompañaba era Ricardo, otro peruano que había sido recientemente operado en el hospital militar luego de que en un accidente de tránsito grave, un automóvil le pasara por encima de su pierna derecha destruyéndole varios huesos. Esto lo obligó a utilizar muletas y permanecer con una estructura externa unidad a la pierna; estructura compuesta de una placa de metal, clavos, alambres, y varillas para sujetar los huesos juntos, nada agradable para la vista en realidad. Al principio los pagos eran anticipados de uno y varios meses, estaban en la plenitud de la bonanza marimbera. Aguardiente, Wiski, prostitutas y parranda era el programa diario en la habitación. Las mujeres no tenían reparos en mostrar sus cualidades, su profesión les había quitada la vergüenza y virtud. La rumba empezaba a eso de las nueve de la noche y se prolongaba hasta la madrugada, bailaban sin cesar, a veces solamente los mismos hombres haciendo ruedo al estilo de una
danza indígena. El baile terminaba pero empezaba la fiesta con las mujeres, uno tras otro, una tras otra, en el sofá, la alfombra, la cama o donde fuera, todo un ambiente denso de humo de cigarrillo y lujuria. Afortunadamente nunca me invitaron a sus fiestas, era yo, todavía, un joven inexperto que fácilmente hubiera caído preso de tentaciones, vida y dinero fácil. No puedo olvidar la expresión en la cara de la señora Teresa cuando una noche solicitaron les llevara unas almohadas y se encontró con varias mujeres desnudas en pleno derroche de sus atributos. Salió con una expresión de incredulidad y pena ajena, tanto que en adelante era yo quien entregaba los pedidos en esta habitación. Es difícil describir lo terrible que era para la señora Teresa y Rosario realizar la limpieza el día posterior a las faenas que estos personajes realizaban. Con el transcurso de los meses empezaron a atrasarse en los pagos, hablaban de cargamentos que habían sido incautados o que no habían podido llegar a su destino, hablaban de darles más plazo para pagar. Llegaron a deber casi un año completo por concepto de la renta del apartamento por lo que por decisión del administrador empezamos a limitarle servicios, y les fueron confiscados sus pasaportes como garantía de pago. Pero esto no valió, un día desaparecieron sin dejar rastro alguno y sin llevarse nada más que lo que tenían puesto. Fueron detenidos con algún cargamento? Se devolvieron a su país de forma clandestina? Nunca nadie lo supo. Lo poco que dejaron se guardó en el pequeño cuarto detrás de la recepción. Ropa, zapatos, revistas playboy y pent-house, era parte del botín de guerra que quedo para el hotel luego de la despedida de estos personajes pero que no compensó en nada lo que habían quedado debiendo después de tanto tiempo y de dejar un apartamento completamente acabado y lleno de malas energías.
Apartamento No. 102 – Lucia Las habitaciones al lado de la recepción generalmente nadie las desea ocupar. Unos por el ruido externo, otros por la cercanía con el personal administrativo y de servicios, otros porque no se sienten libres de expresar su euforia, alegría o emoción al saber que hay personas que los puedan escuchar. Era el caso de la habitación ciento dos, era la que casi siempre permanecía libre y solo cuando no había más opciones era tomada por los huéspedes. Estas habitaciones o aparta estudios como se les quiera llamar, consistían de una cama doble con un par de mesas de noche, un espacio de estudio, closet o placar, y un baño grande al que se llegaba por un pequeño corredor interno. Esta habitación la tomaba generalmente hombres solos, en el día, pero acompañados en las noches. Por aquí paso un piloto amigo de la familia del hotel, bueno, más que amigo seguramente era parte de la nómina, y quien se encargaba de hacer los vuelos para sacar el polvo blanco a través de rutas anónimas. Gustaba mucho de hacerse acompañar de mujeres obesas, eran su obsesión, que al lado de él, uno sesenta de estatura y contextura delgada, parecían una pareja sacada de un programa cómico de televisión. También pasaron señores homosexuales que se hacían acompañar en las noches de amigos complacientes que lo atendían a cambio de algún pago. Pero igual, me decían, lo que pase de las puertas de los apartamentos hacia adentro no es de tu incumbencia, con tal que no molesten a sus vecinos ni hagan daños al mobiliario. Pero esta habitación, fue por mucho tiempo la morada de Lucia, una muchacha joven y atractiva de origen caleño, cabello largo, contextura delgada, morena, y que por comentarios supimos tiempo después, era una protegida o tal vez amante del dueño del hotel, aunque para ser justos, nunca lo vimos con ella en su
habitación. Era bonita y no dudaba en vestirse para resaltar sus atributos. Allí decidieron alojarla, no trabajaba, solo permanecía allí todos los días y de vez en cuando salía a dar algunas vueltas a los sitios de rumba de la ciudad. Al principio todo era normal, como un huésped más, pero con el paso de los días empezó a generar confianza dentro del personal administrativo, sobre todo en Mario, mi compañero de trabajo que me recibía el turno en el día los fines de semana. Mario era casado, tenía una bella mujer, aunque estaba bastante pasada de kilos que la hacían estar en tratamientos rigurosos. Él era buen mozo, estatura media, ojos verdes, realmente tenía su atractivo, y terminó flirteando con Lucia, aun a costa de su puesto y quizá su integridad. En sus turnos antes de finalizar labores, descuidaba su trabajo para irle a hacer compañía cuando ella estaba necesitada de alguien a su lado. A veces suplicaba y rogaba lo dejaran entrar. Estaba al ritmo de los caprichos de Lucia solo cuando ella así lo quisiera, o cuando su constante autocomplacencia, que se escuchaba desde fuera, no era suficiente para calmar sus apetitos íntimos. Mario se arriesgaba demasiado, por Lucia nunca tuvo problemas, pero si los tuvo con otra huésped, pero será tema de otro relato cuando subamos a ese apartamento. Lucia se convirtió finalmente en una carga para el edificio y ya no tuvo quien la protegiera y defendiera, cuando la situación para los dueños del hotel se volvió complicada al estar más expuestos por sus negocios secretos. Un día, le llego a su apartamento el tiquete de regreso a la Ciudad de Cali. El administrador, obligo a Lucia hiciera sus maletas, le pidió un Taxi para el terminal, lloró, suplicó, pero era tarde. Aquí la vemos otra vez rumbo a su ciudad de origen luego de unas largas vacaciones. Ahora sí, tenía que empezar a trabajar y ganarse su sustento porque la belleza cansa cuando no tienes más que dar y Mario, bueno Mario tuvo sus horas agradables pero estaba a punto de terminar su cuarto de hora también cuando intento hacer lo mismo con otra huésped días después.
Apartamento No. 202 – Isabel El apartamento siempre permanecía solo por meses y meses. Estaba rentado a la señora Isabel, quien venía una o dos veces al año. No sabía cuál era el propósito de estar pagando un apartamento sin tener necesidad o hacer uso de él, pero bueno, cada uno maneja su dinero e intimidades como los quiera manejar. En ese entonces pensábamos era el sitio que ella tenía para estar sola o con alguien diferente a su propio esposo en tiempos de confusión y soledad. Cuando la veíamos, la identificábamos como una señora de unos sesenta años, con toda la frustración que nos da los sueños no cumplidos, de mal genio siempre y un carácter explosivo. Edgar, el administrador supo de su furia un día en que ella le hizo un reclamo porque desde su ventana veía constantemente al frente, en un lote abandonado, a gamines o gente de la calle haciendo el amor, y él le dijo que no era su problema. Solo basto que le dijera eso para que ella en un arranque de ira lo cogiera a paraguazos en la cabeza de tal manera que obligó a Edgar a esconderse en su oficina de administración. Este apartamento se convirtió en el recurso del hotel para rentarlo cuando no había disponibilidad en ningún otro lugar. Era un riesgo, claro está, que de un momento a otro llegara la dueña a su apartamento y lo encontrara ocupado por alguien más, pero lo utilizábamos cuando de salir de apuros necesitábamos. Por ingenuidad talvez, caí un par de veces, cuando llegaba un personaje que decía ser amigo del dueño, nunca supe si era cierto, pero que necesitaba a toda costa le rentara un apartamento por un par de horas, y yo como decía tal vez por ingenuidad o por temor que fuera cierto y le dieran quejas al dueño lo permitía sin ningún atenuante. Hombre de mundo,
vividor quizá, sin dinero creo yo, porque nunca nos dio un solo peso por los favores recibidos. En este lugar, se dio uno de los acontecimientos más bonitos que recuerde yo en mi vida. Una noche decidí traer a mi novia de entonces para que me acompañara mientras yo trabajaba, y para salir al día siguiente a un viaje a un sitio cercano para departir el día juntos. Este apartamento fue su refugio esa noche, en donde pudimos vivir un romance inocente, sin intimidad, a pesar éramos libres de hacerlo. No puedo negar que lo intentamos, pero el miedo pudo más que cualquier sentimiento de amor o pasión en esa noche, saber que estábamos en un sitio que no era nuestro, que podía llegar la dueña en cualquier momento, que llamaran a la recepción, todo se conjugaba. Bien dicen que los momentos de inocencia en nuestra juventud nos dejan marcados para toda la vida, pues vale más una caricia, el tomar una mano, cuando el sentimiento es puro y no hay mentiras de por medio. Ella fue mi tercera novia quizá, pero marco mucho el rumbo de mi pensamiento hacia las mujeres en adelante en mi vida. Era una mezcla de inocencia y riesgo, de picardía e ingenuidad, de experiencia porque sabía más cosas que yo y curiosidad de querer conocer y tragarse el mundo a sus diez y siete años solamente. Era una bomba de tiempo en las manos porque en cualquier momento podía explorar, y exploto tiempo después, en eventos que nos obligaron a separarnos y truncar algo que pudo ser hermoso para los dos el resto de nuestra vida, porque aun hoy día la sigo recordando en medio de la nostalgia y las huellas del tiempo.
Ya no escucho su canción, entonada con amor, ya no suspiro por sus ojos, brillaban con pasión, ya no siento su cuerpo, se apagó cual resplandor. Ya no amo su ternura, ya su aliento se esfumo, no me cobijan sus cabellos, cual cuerdas del laúd, se apagaron sus palabras, su silencio mi ataúd.
Apartamento No. 204 – Las paredes tienen oídos La llamábamos el apartamento de la perversión. Nombre dado porque ellos siempre pedían la misma habitación y desarrollaron una historia oscura y perversa. Eran varios personajes de raíces costeñas, con tendencia homosexual descubierta tiempo después. Llegaban y permanecían dos semanas y luego se marchaban. Regresaban un mes después y así iban y venían siempre. Vestían bien, tal vez un poco más elegante de lo normal, siempre muy perfumados. Tenía entonces el concepto que un homosexual era de actitudes bien femeninas, pero con ellos no era así. A simple vista eran personas normales, que pasaban desapercibidas en medio de otras personas, siempre de bigote y bien peinados, muy masculinos, nadie que los viera podría decir que tenían una orientación sexual diferente a la de otros hombres y se convirtieran en otros durante la noche. Como lo supe?, una noche, seguramente después de algunos tragos uno de ellos llego al hotel a pedir la llave del apartamento. Yo sin ninguna malicia se las entregue y cuando estaba cerca, mientras con la derecha recibía las llaves, ponía la izquierda sobre mi preciado instrumento. Tal fue mi sorpresa que salte como dos metros atrás casi golpeándome contra la pared. Luego de salir del shock le recrimine su actitud. –Soy un varón le dije-, pero su respuesta me dejo más perplejo y sin nada que decir mientras tomaba rumbo al ascensor. – Si eso lo sé, por eso lo hago -. Ya a partir de entonces, empecé a comprender más detalles, pero a ser más cauteloso en mi relación con ellos. Hoy comprendo que incluso en la sexualidad de una pareja normal, siempre buscamos explorar muchas cosas cuando la pareja así lo permite, y hemos
llegado hoy día a ver parejas que comparten con una tercera persona de forma consentida y abierta, que visitan sitios para tener sexo compartido con otras parejas o que manejan doble vida cuando la relación se torna cansada y aburrida. Entonces cómo no verlo en parejas del mismo sexo, imagino yo, -aunque a partir de esos años empecé a tener aversión hacia los homosexuales- que su sexualidad es mucho más compleja por no decirlo de otra manera, o simplemente es más repulsiva desde el punto de vista de una persona heterosexual. Que pude percibir por medio de lo que entraba y salía de ese apartamento?, jóvenes y adolescentes, todos hombres, travestis, fisiculturistas, señores, viejos, llegaban hacerles compañía o satisfacerles los gustos. También ingresaban instrumentos que daban mucho para hacer volar la imaginación: Látigos, cadenas, instrumentos metálicos, ropa extraña y más. Pero fue una visita la que me dejo realmente impactado. Una noche uno de ellos ingreso con un par de perros que sin conocer de razas podría decir que eran doberman, de color negro, grandes, imponentes. Al principio no sabía para que pudieran ser, de hecho no tuve el pensamiento de negarles el ingreso con ellos, pero la imaginación vuela y ella me llevo a pensar que era para una de sus faenas sexuales donde los perros hacían parte de la relación, en otras palabras practicaban la zoofilia. La situación se tornó pesada y terrible para Teresa y Rosario quienes tenían que hacer el aseo en esta habitación todos los días. Encontraban preservativos, líquidos y fluidos corporales por todos lados, incluyendo lo que parecía ser sangre y no aguantando más elevaron su queja formal a la administración. Los huéspedes vecinos también estaban alarmados por los ruidos constantes que salían de este apartamento. Quejas de dolor, de euforia, llanto, peleas y golpes. Todo esto llevo a que el administrador les pidiera el apartamento, no sin antes, ellos
armar un sábado en la noche su último espectáculo, que termino con todos tras las rejas por veinticuatro horas, una despedida muy singular. Esa noche, llegaron más personas de lo normal. Gritos y algarabía llenaban la calmada noche, irrumpiendo el sueño de los vecinos quienes cansados por la situación no tuvieron más remedio que pedirme que llamáramos a la policía para que controlara sus desmanes al no hacer caso a mis repetidos llamados. Cuando llegaron dos uniformados, subimos a la habitación, golpeamos la puerta, pero al no recibir respuesta y seguía la algarabía y desorden, abrimos con la llave alterna que manejamos en recepción. Cuando logramos entrar, encontramos un espectáculo que talvez jamás habíamos visto nunca en nuestra vida. Tres hombres desnudos, dos de ellos sobre la cama en tórrido romance, y un tercero estaba atado de ambas manos colgado de una cuerda desde el mimo techo con un cuarto hombre a su lado vestido con prendas de color negro practicando el sadismo. Finalmente un último hombre vestido de mujer, gran peluca roja, ligueros, y maquillaje que daba el aspecto de una muñeca de terror, simplemente bebiendo y fumando. Así finaliza la historia, al negarse a terminar el espectáculo fueron trasladados esposados, vestidos claro está, a la estación más cercana donde tuvieron que terminar la noche y el día siguiente completo, presa de los insultos y golpes del resto de reclusos.
Apartamento No. 303 – John el Gringo John había conocido a Rubiela en Pereira, departamento de Risaralda en uno de sus viajes morral al hombro recorriendo Colombia años antes. Llego de Estados Unidos como llegan muchos americanos, detrás de mujeres hermosas, conocer nuevos sitios y sobre todo, buscando libertad para consumar su vicio, el polvo blanco. En esos años en muchas ciudades de Colombia, sobre todo en Bogotá, existían sitios donde libremente podían consumir y compartir. Rubiela era de familia acomodada en Pereira, niña de buenos modales pero con mucha rebeldía. John tenía casi treinta años cuando en uno de sus viajes decidió sacar a Rubiela de Pereira para llevarla a vivir a Bogotá en el Hotel. Fueron años de fuerte consumo de Cocaína, a John le enviaban dinero de Estados Unidos, su familia era pudiente y tenía como hacerlo. John decía estaba haciendo negocios e inversiones en Colombia para que le enviaran sin problema más dinero. El tiempo les pasó la cuenta, empezaron a enfermar de a poco, al lado de la cama cuando subía yo ocasionalmente encontraba decenas de medicamentos que le ayudaban a sobrellevar la enfermedad. Desde perforaciones del tabique nasal, problemas cardiacos hasta problemas psicológicos, delirios y paranoia. Hacia el mundo exterior eran una pareja normal, no tenían problemas con nadie, y poco se les veía. No se exponían cuando consumían, siempre era un asunto privado y nadie tenía porque saber que pasaba dentro de su apartamento. Pero esta vida nunca es fácil, más cuando Rubiela también se trajo a su hermano para que los acompañara en el hotel, y cuando John tuvo que empezar a relacionarse con nuevos traficantes que le conseguían
el polvo blanco, la situación se estaba tornando cada vez más pesada. Los antiguos contactos fueron encarcelados, empezaban las represalias, las bombas, la guerra contra los carteles, se había perdido la confianza en el negocio. Nadie confiaba en nadie, cualquiera era un delator, cualquiera era un policía encubierto. Todo se complicó cuando se quedaron sin dinero, y el envío desde estados unidos se retrasaba, ya la familia estaba cansada de no ver el dinero invertido, de no ver los proyectos en que habían confiado a través de John. Pero John no podía esperar, Rubiela ni su hermano podían esperar, la dependencia era fuerte, la ansiedad era mayor. La necesidad se hizo tan fuerte que tuvieron que conseguirla por medio de personas de mala reputación quienes le entregaron varias dosis para una semana con la condición al final de la semana tenían que pagarle el doble del precio normal de venta. Pero ni el tiempo ni el dinero se pudieron de acuerdo, llego el fin de semana y no hubo como pagar la deuda, y esta tenía que ser pagada fuera como fuera. El costo fue grande, Rubiela perdió a su hermano, quien fue vilmente asesinado con un tiro de gracia cuando hacia compras en la salida del supermercado Carulla a dos cuadras del Hotel. Era una advertencia. Que paso con John y Rubiela, simple, tuvieron que huir, dejaron el hotel un día y nunca volvieron. Cuentan algunos que se devolvieron a Pereira, pero por la muerte del hermano de Rubiela no fueron bienvenidos, más cuando estaban sin dinero. Otros cuentan que empezaron a pedir dinero para la droga, a veces robaban por ello y terminaron años después en la calle del cartucho el sector de mendicidad y Vicio más peligroso de Bogotá. Otros cuentan que John se regresó para Estados Unidos con Rubiela, en fin, cualquiera hubiera sido el final, no fue un final feliz para su historia.
Apartamento No. 304 -
Familia en crisis
Era una familia bonita compuesta del padre, la madre y tres hijos. El padre, Joaquín, un señor de unos cincuenta años ya, la madre, Rosa María, unos años menos. Una hija de doce años que estudiaba la secundaria, un hijo de dieciocho que estaba pagando servicio militar en el batallón guardia presidencial en el centro de la ciudad y el hermano mayor. Inicialmente rentaron un apartamento del quinto nivel que tenía dos habitaciones, pero la situación empezó a tornarse dura, el padre por su edad lo sacaron del trabajo en que estaba, la madre no trabajaba, el hijo en el servicio militar no devengaba nada y el hijo mayor se las arreglaba trabajando aquí y allá para lograr el sustento. No puedo saber porque llegaron al Hotel, puedo tal vez suponer, que se quedaron sin casa por ejemplo, que el banco se las remato porque no pudieron seguir pagando, lo cierto, es que sus vidas fueron víctimas del terrible sistema bancario y laboral del país en esos momentos. Las deudas los agobiaban, la renta ya no podían pagarla. Se bajaron a este apartamento en donde solo tenían una habitación para los cinco. El padre, la madre y la pequeña hija en la cama doble y en el piso los dos varones. Fue tan crítica la situación que un día, luego de dos o tres meses sin poder pagar la renta del apartamento, el administrador decide un día, cuando no se encontraba ningún miembro de la familia, cambiar la cerradura de la puerta de entrada, para que al regresar, no pudieran ingresar. No puedo imaginarme la angustia que pudieron sentir los dos padres ante esta situación. Que hacer, a quien acudir. A veces cuando me encuentro en el periódico con noticias de padres que inducen al suicido a sus hijos y luego ellos mismos lo hacen, pienso en ellos, que aunque no llegaron a estos extremos, por sus cabezas pudieron pasar este tipo de opciones
ante la alternativa de no tener nada en la vida. Esa noche fue tan terrible para ellos como para mí. Me enfrentaba a las suplicas de padre y madre para que los dejara ingresar a su apartamento, pero a la vez, si yo lo hacía, estaría en la calle junto con ellos al día siguiente. Como ayudarles, que hacer en esa situación?. Finalmente ante ninguna solución, decidieron los cinco, antes que pasar la noche en la calle, ubicarse en las escaleras para de alguna forma así fuera todos sentados tratar de dormir y esperar el día siguiente, para dilucidar alguna esperanza, algún hilo al que pudieran asirse y encontrar la salida a su miserable vida. Por mi cabeza pasaban muchas cosas, me recordaba mi propia vida que si no fuera por este trabajo, estaría tal vez en la misma situación. Así que hice lo único que podía hacer sin comprometerme, les preste a cada uno de los mayores una cobija para que no pasaran frio, y acomode en la cocina a la madre y a la niña haciendo dos camas improvisadas iguales a las que yo armaba para mi todas las noches. No supe cuál fue el desenlace posterior, lo cierto es que se fueron al día siguiente. Espero que la vida haya sido más indulgente con ellos y hayan podido superar tan terrible situación.
Todo llega, todo pasa, se acaban las cosas bellas, miras pasar la vida, solo, sentado en una acera. El mundo se te va de las manos, dejando huellas, recuerdos que se pierden, se cansan de la espera.
Apartamento No. 401 – Amelia En este apartamento muchas veces lo rentamos a unos señores que venían de Costa Rica, incursionando en el mercado de las ventas de productos de uso cosmético o del hogar a través de un novedoso método. Hacían capacitaciones constantemente y el hotel era su lugar de paso cada vez que venían a Colombia. Lo mejor de todo, eran las propinas que dejaban y en dólares, cinco o diez dólares cada vez que se marchaban. Saber que este método fue el origen de las famosas pirámides que aun hoy día existen en nuestro medio, unas exitosas, otras acabando con los sueños de miles de personas. Pero no fue sino hasta que llego Amelia y con ella una nueva historia. Amelia era una mujer de unos treinta y cinco años de edad, santandereana, de temperamento fuerte, llego un día al hotel con su marido para pasar unas cortas vacaciones en la ciudad, pero un día, no había pasado un mes, se encontró sola. Su marido, tal vez ya lo tenía planeado previamente, se marchó y la dejo sola. Nunca más ella supo de él. Podríamos pensar que su relación era difícil, que él se cansó de ella, que él quería libertad o explorar nuevos mundos y relaciones, que el matrimonio no era para él, o que simplemente ella era una mujer difícil para compartir el resto de sus vidas; así que luego de no más de un año de matrimonio se marchó lejos abandonándolo todo incluso a su propia familia. Amelia intento sobrevivir sola los días siguientes, no tenía donde regresar, nunca tuvieron una casa propia, no tenían hijos, sus padres habían fallecido años atrás, no había dinero, no sabía trabajar, ni tenía un oficio u arte. Qué hacer entonces. Por casualidades de la vida, de esas que llegan justo el momento indicado, cuando no ves la salida, apareció su solución. En uno de
los apartamentos del segundo nivel estaban alojados un par de estudiantes de universidad, a los que sus padres pagaban su mantenimiento, gastos de alojamiento y demás. Helbert y Carlos eran sus nombres. Helbert no era alto pero si obeso, un poco jorobado, caminaba casi agachado, Carlos delgado y pequeño pero era atractivo. Los dos compartían la misma carrera de Economía en una universidad a dos cuadras del Hotel y estaban alrededor del séptimo semestre, es decir a menos de dos años de terminar sus carreras y volver a sus ciudades de Origen. Semanalmente terminaban las reuniones sociales que iniciaban en la universidad en el apartamento, licor, música, amigos y amigas cerraban las madrugadas. Se ponían de acuerdo cuando uno de ellos quería llevar a una amiga al apartamento le avisaba al otro para que no se apareciera hasta que él otro así se lo dijera, o a veces, pudo pasar, compartían la misma amiga. Como es natural, entre los huéspedes se empiezan a ver todos los días, a saludarse y de vez en cuando conversar en la sala de recepción. Amelia tenía su atractivo a pesar que por su idiosincrasia era de carácter fuerte y seco. Y en uno de esos fines de semana Helbert invito a Amelia a una de sus reuniones y ella sin ningún tipo de preámbulo le acepto. De allí en adelante fue una relación que se hizo fuerte día a día, el en su apartamento, ella en el suyo, pero lo que vino después es que Helbert compadecido de la situación de Amelia la empezó a apoyar más, compartiendo los recursos que su padre le enviaba para la universidad con ella para que pudiera pagar la renta y tener su alimentación diaria. Este par de temperamentos se fusionaron y explotaron. Ella empezó a presionarlo cada vez más para que vivieran juntos, el a cobrar sus favores por la ayuda que le estaba brindando, ella quería algo serio, algo más que sexo, y finalmente en una noche de tragos pasó. Ella lo encuentra con otra niña de la universidad en su apartamento, se recriminan mutuamente, el argumentando que puede hacer lo que quiere, ella que no porque ya están
comprometidos, el que no quiere volver a verla nunca más, ella que él no la va a dejar jamás, que antes muerta. La pelea se va a los golpes, el administrador intercede pero se lleva también un par de ellos, así que decide retirarse; llamamos la policía pero fue demasiado tarde. Un fuerte empujón de Helbert a Amelia la envía contra el borde de la cama. Queda inconsciente, su cabeza sangra a borbotones y con mucho esfuerzo la trasladamos en el carro policial para que le presten atención médica. Luego de dos días en coma fallece en el hospital Militar. El diagnostico, trauma craneoencefálico y muerte cerebral. Helbert rumbo para la cárcel, ocho años, frustrando su carrera profesional y la esperanza de sus padres y Amelia para el cementerio terminando una vida amarga y sin sentido sin nadie quien la fuera llorar en su tumba.
Temblorosas sus manos se aferraban a la vida Su voz apagada, la sangre brotaba, ella gemía Su cuerpo no respondió más, la vida se perdía Una vida triste, sin doliente, siempre vacía
Apartamento No. 403 – Rafael Rafael rentó el apartamento un mes de Abril. Inicialmente era un hombre solo, pero luego se hizo acompañar de una mujer con la que compartía este espacio y quien siempre adulaba mi voz cada vez que yo le respondía al teléfono. No crea fuera su esposa, era solo su mujer de compañía. Hombre alto, con lentes, huellas de acné de la juventud en su rostro, daba la impresión de ser un buen tipo, amable y cordial. Tenía el alrededor de cincuenta años y se registró como un arquitecto venia de otra ciudad a trabajar en la gran Capital. Siempre mantenía buen dinero para todas sus fiestas e invitaciones a sus amigos y amigas, fiestas que eran comunes los fines de semana. Era un hombre de ambiente, en su apartamento era normal que siempre hubiera música y rumba con amigos y amigas que invitaba. Solo una vez me causó curiosidad cuando llego, algo ebrio y acompañado de dos lindas mujeres dispuesto a hacer su propia fiesta privada con dos por el precio de una sola. Nunca dio una mala impresión respecto a su vida fuera del apartamento, pero nos tenía reservada una sorpresa. Cierta noche, un poco antes de medianoche, timbraron a la puerta del Hotel, y como ya les había comentado al subir habían dos puertas para el ingreso. La primera había que abrirla porque a pesar que no podíamos saber quién llegaba, tampoco podíamos negarnos porque podía ser un potencial cliente o huésped. Luego se encontraban con la segunda que era de acceso a la recepción. En esta puerta, la noche de este relato aparecieron cerca de 10 hombres armados con armas automáticas, mini-uzi, creo yo, siendo desconocedor de este tema. Al principio tuve bastante temor porque estaban apuntando sus armas para que yo abriera de forma rápida, pero alguien, de forma más prudente quizá, me mostro a la distancia su brazalete. Pertenecían a un comando de
asalto del DAS, antigua división de inteligencia del gobierno. Luego de dejarlos pasar, se ubicaron de forma estratégica. Dos a la entrada, dos en las escaleras, uno más me reconvino que ni siquiera tocara el conmutador telefónico, y a la vez me preguntaba por el número del apartamento del señor Rafael. El resto estaban listos para ingresar al ascensor apenas les dieran la orden. Fueron momentos de pánico, temor, curiosidad y tantas cosas más que se nos pasan por la cabeza en cuestión de segundos. Apenas tuvieron el número del apartamento y de reconvenirme de nuevo de no llamar a Rafael a prevenirlo; subieron raudos a iniciar su operación. Fue cuestión de unos 10 minutos, llegan al apartamento, golpean, dicen que son del servicio del hotel, y apenas la mujer abre la puerta, lo que siguió fueron sonidos fuertes, gritos, y golpes en las puertas. Para permitir de par en par el ingreso a todos los que hacían parte de la operación, uno de ellos retiene a la mujer sosteniéndola bruscamente contra el piso, mientras los demás ingresan al interior de la habitación, armas en manos, y sin disparar un solo tiro, sometieron a Rafael en su propia cama, quien se encontraba en ropa de dormir, esposándolo y solo dándole tiempo para colocarse un pantalón, una camisa y sus zapatos para salir. Todavía tengo la imagen en mi cabeza, cuando sale Rafael esposado, acompañado a lado y lado de un miembro del DAS, y vuelve su cabeza hacia mi indicando un gesto desolador, un gesto de -yo no sé qué está pasando aquí-. No fue sino hasta el día siguiente nos enteramos en el Hotel que Rafael hacia parte, presuntamente, de una banda organizada de secuestradores, que tenían retenido a una persona, en un sitio cercano al hotel. Si le ha ido bien en su reclusión pensaría que hoy día ya debe estar libre, pero sin saber que pueda ser de su triste vida. Adiós mujeres, adiós parranda, adiós vida fácil.
Apartamento No. 501 – Adriana Adriana era una mujer de mil batallas. Su vida había transcurrido en tres matrimonios, del cual había quedado un hijo varón de catorce años en su última relación. De pensamiento abierto hacia la vida, hacia la relaciones de pareja, hacia el sexo, y todo lo que en esos tiempos todavía era un tabú para quienes empezábamos a vivir. Nunca supe cuándo ni porque llego al Hotel, pero un día empezó a hablar conmigo, a contarme su vida, su pensamiento. Me contaba que a su hijo lo estaba educando para que fuera todo un hombre en la vida, que heredara su pensamiento, que fuera de mente abierta, sin temores y sin frustraciones. Ya a sus catorce años recibía de su madre periódicamente regalos como preservativos, para que tuviera sus primeras relaciones sin ningún tipo de miedo ni recato. Extrovertida, a pesar de sus cuarenta y siete años, eso calculaba yo, era una mujer todavía hermosa, delgada, bonitas facciones, en excelente forma gracias a sus visitas al gimnasio. También empecé a contarle mi vida, de querer llegar al matrimonio sin tener relaciones previas, - ingenuo de mi parte cuando la contraparte, es decir mi novia, no tenía el mismo pensamiento-, de mi familia y muchas otras cosas que por la confianza que me daba, permitía yo pudiera hablar un poco más de la cuenta. Muy a pesar de todo esto, ella se aprovechaba de mi ingenuidad e inocencia y no faltaba que me llamara para que le llevara alguna cosa, excusa por cierto, a su apartamento, y cuando llegaba, la encontraba en ropa interior, dejando ver sus atributos y esperando ver también mi tímida reacción. Muchos años después cuando mi pensamiento iba cambiando, la recordaba y me sonreía de mi penosa actitud. Adriana estaba saliendo con un ciclista del equipo juvenil nacional, que estaba representando al país en diversas carreras
internacionales en centro y sur américa. Tenía talvez mi misma edad, y estaba perdidamente enamorado de ella. Le llevaba regalos y obsequios cada vez que le hacia la visita que era casi todos los días en que no estaba en competencias. Era una relación diferente, dieciocho contra cuarenta y siete, inocencia contra experiencia, fogosidad contra sabiduría, Fuerza contra ternura. Con Adriana conocí la música de María Martha Serra Lima, me invitaba y la escuchábamos cuando mi tiempo lo permitía., ella al calor de un vino, yo al calor de mi timidez e ingenuidad. Canciones hermosas: “Contigo aprendí”, “Cuando un amigo se va”, “De nuevo sola” y tantas otras que llenaron mi corazón en las horas de soledad por las que paso mi vida años después. Aún conservo dentro de las cosas viejas aquel casete o cinta de color blanco, hoy ya un blanco pálido por los años y las copas bebí en su nombre y que me grabo Adriana como recuerdo de su hermosa amistad y enseñanza. De Adriana un día, nunca más volví a saber. Solo me quedo su bonito recuerdo y su forma de pensar y ver la vida. Ojala hubiera cambiando mi pensamiento mucho más, porque seguramente habría superado tantos problemas de inseguridad, identidad o principios que me costaron muchas tristezas en mi vida.. A esa mujer hermosa, de manos pálidas, De corazón alegre y madurez altanera. La de noches fugaces, siempre cálidas, que un día partió sin un adiós siquiera
Apartamento No. 502 – Carolina Carolina era una hermosa mujer, con cara y cuerpo de reina de belleza. No, que digo, de reina de belleza no, las reinas tienen cuerpos que indican que no se alimentan bien y andan sacrificándolo todo por su régimen especial y parecen maniquíes a los que se les ve fácilmente los huesos. No, no tenía cuerpo de reina de belleza, tenía cuerpo de mujer hermosa, lleno, abundante por donde se le viera, media uno con ochenta, cabello largo que le llegaba a la cintura, una cara perfecta, ojos azules, cadera grande, y sobre todo un caminar cadencioso y regular que detenía cualquier actividad que se desarrollara a su alrededor para ser contemplada toda. Carolina se había casado dos años antes con Rodolfo, piloto de una aerolínea privada. Gozaban de buen lujo y dinero y por ello habían rentado el pent-house que se componía de dos niveles en el quinto nivel. Abajo una sala, una habitación y arriba otra habitación con su baño privado. Rodolfo tenía porte de fisiculturista, era rubio, de hombros anchos, nalgas levantadas y brazos y piernas anchas. Eran tal para cual, hacían una pareja sensacional por donde lo miráramos. Rodolfo viajaba constantemente por lo que Carolina permanecía la mayor parte del tiempo sola en su apartamento. Vivía el día sin afanes, lo tenía todo. Pero aquí entra en escena Mario, mi compañero del que había hablado inicialmente. Mario se creía tenia dotes de don Juan porque le resultaba fácil cada rato como probarse. Cada vez que llegaba Carolina por sus llaves, el intentaba a toda costa que ella lo notara, que lo viera, que lo tuviera en cuenta para lo que necesitara. -En que puedo ayudarte?, subo tus cosas al apartamento?, Está todo bien en tu servicio?. Día tras día Mario insistía, pero ella era toda una señora, nunca le dio una esperanza, nunca le dio un motivo, ella
siempre era con todos igual, seria y distante. Unas simples buenas noches y nada más. Pero Mario no se daba por vencido, si había conquistado a Lucia del apartamento ciento dos, siendo la protegida del dueño del hotel, como no podría hacerlo con Carolina que era un huésped más. Y bueno, paso lo que tenía que pasar, y como la canción de Rubén Blades, ella se lo cuenta a su marido quien sin pensarlo dos veces, permite que ella lo invite a su apartamento una noche en la que se creyera que estuviera volando. Mario se pone a tono con un par de Wiskis para entrar en calor y perder los nervios, “Mario sube todo perfumado, con la camisa que su mujer le ha planchado”, toca la puerta, ella abre, le pregunta que necesita, él le suplica que lo deje pasar que es el mejor amante del mundo, y ella, bueno, tal como estaba planeado, lo deja seguir hasta la sala del primer piso del pent-house. Se sientan los dos, el sigue con sus adulaciones, buscando a toda costa llevarla a la cama, que hubiera sido un premio sin igual para el resto de su vida, y a los diez minutos seguramente ya cansado del Juego, aparece Rodolfo con sus dos metros de estatura, imponente y en su mano derecha una pistola calibre nueve milímetros con capacidad de diez y seis tiros en el cargador, uno más en la recamara. Hermosa, de colección y plateada a sus lados. Ya podrán imaginar la cara de Mario cuando ve a Rodolfo, los dos wiskis se le van al piso, su rostro pasa de un rosado a un pálido hueso, se levanta apurado tratando de correr hacia la puerta, pero Rodolfo se interpone en su camino. Lo obliga a arrodillarse, le dice que ese es su ultimo día, que lo va a matar por meterse con su esposa, Mario suplica, llora, dice que no lo vuelve hacer, que tiene dos hijos, que es un malentendido, pero en segundos que para Mario fueron eternos, Rodolfo le apunta a la cabeza y dispara. Esta historia debía tener un final trágico, pero Rodolfo tenía otra intención, el arma estaba descargada, completamente, sin un solo tiro y solo se escuchó el
chasquido al oprimir el gatillo de la pistola. Mario que seguía rezando y recordando su mujer y sus hijos, tuvo su segunda oportunidad. Rodolfo lo golpea con el arma y seguidamente lo insta a que se levante y se marche rápidamente, no sin antes advertirle que la próxima vez será en serio. Realmente no hubo próxima vez, Mario al siguiente día envió la renuncia al administrador argumentado problemas personales y de salud, aunque un ojo morado no era para tanto, y nunca más volví a saber de él desde ese día en el hotel .
Que sería del mundo sin placeres, Que sería del mundo sin mujeres. Tal vez un mejor mundo pero triste, tal vez un lugar donde nada existe.