Palmira Circular

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Historia esencial de Palmira entre 1900 y 1980 narrada desde sus espacios culturales 1

Mauricio Cappelli


Palmira Círcular

Historia esencial de Palmira entre 1900 y 1980 narrada desde sus espacios culturales ISBN: 978 - 958 48 9488 - 5 Registro Nacional Derechos de Autor 10 - 898 - 130 or:

PALMIRA VISUAL Proyecto ganador del Programa Municipal de Concertación en Cultura 2020 Material de consulta para la divulgación de la historia y del patrimonio cultural de Palmira INVESTIGACIÓN, ESCRITURA Y DIAGRAMACIÓN Mauricio Cappelli, 2020 Óscar Escobar García Alcalde de Palmira Camilia Gómez Cotta Secretaría de Cultura Alonso García Secretaría de EDUCACIÓN PORTADA Red de Acción Co Creativa l RACC Kevin Fonseca Laverde l Colombia Pedro Norberto Ramírez l México Fotografías

Archivo Fotográfico de Palmira Archivo Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero Archivo familiar de Jorge Terreros

visita @cappelliediciones


A los primeros abuelos, a nuestros hijos para que se encuentren (otra vez) a intercambiarse en las palabras



“Las inmensas distancias que separan las estrellas son providenciales. Los seres y los mundos estĂĄn en cuarentena, unos frente a los otros. La cuarentena se levanta solo para aquellos con el autoconocimiento y juicio suficiente como para haber viajado de forma segura de estrella a estrellaâ€?. Carl Sagan


Plaza central de Palmira, 1897 l Manuel María Buenaventura Archivo Fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

Los textos DE LA PRESENTE EDICIÓN fueron escritos entre 2010 y 2018 y hacen parte de las publicaciones de cappelliediciones en torno al desarrollo cultural de Palmira. A la compilación y estudio de la bibliografía señalada al final de la edición, se incorporó además la información obtenida en las entrevistas que realicé entre 2004 y 2014 a personalidades de la ciudad, quienes vivieron y protagonizaron los hechos descritos. A ellos mi gratitud. Alfredo Caicedo Carvajal Manuel Vivas Paredes Jaime Bejarano Guillermo Barney Materón Libardo Valencia Quintero Rubén Zarante Mangones Adalberto Figueroa P. Jaime Agudelo Mario Daza Orlando Bonilla Dora Alexandra Pinto Luis Alfonso Durán Federico Botero Ángel Giovanni Saa Abrahám Roa Palomino Phanor Terán Rodrigo Posada Correa Agradecimientos especiales a Alfonso Terreros Cuevas Fotografía de la página 4: Plaza central de Palmira, 1897 l Manuel María Buenaventura


C O N T E N I D O (haz click en los capítulos) INTRODUCCIÓN 8 EL PARQUE DE BOLÍVAR 14 LA CATEDRAL NUESTRA SEÑORA DEL PALMAR

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LA VIRGEN DE NUESTRA SEÑORA DEL PALMAR

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EL CENTENARIO DE PALMIRA, 1924 28 EL RÍO PALMIRA Y EL ACUEDUCTO 36 LA CULTURA DEL RÍO PALMIRA, SUS PUENTES Y EL ENTAMBORADO

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EL COLEGIO DE CÁRDENAS y la educación pública en Palmira

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LA PLAZA DE MERCADO Y EL BARRIO LAS DELICIAS

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LA GRANJA EXPERIMENTAL AGRÍCOLA 66 LA FACULTAD DE AGRONOMÍA Y LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA LAS FIESTAS NACIONALES DE LA AGRICULTURA

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INDUSTRIAS METÁLICAS DE PALMIRA 80 LOS CAFÉS TRADICIONALES 84 PALMIRA, CAPITAL MUNDIAL DE LA BICICLETA

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LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DE PALMIRA Y MARIELA DEL NILO “LA FIEBRE DE LA CAÑA” Y EL TEATRO OBRERO DE PALMIRA

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LA CASA DE LA CULTURA

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PALABRA CIRCULAR 117


I nt r od u cci ó n

Plaza central de Palmira, 1897 Manuel María Buenaventura Archivo Fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero


En 1880 el alemán Friedrich Von Scherck visitó la villa de Palmira y nos dejó esta estampa: “las ciudades hermanas de Palmira y Cali (con 7 y 10 mil habitantes) son los centros comerciales del Cauca central”. Un año después, el viajero Federico Aguilar ratifica la opinión del germano: “allí desaparece el quietismo tradicional, allí no se ven tantos hombres ociosos, como en las demás ciudades del Cauca… en Palmira hay comercio y movimiento, y sin Palmira el Valle fuera un panteón de momias, fumantes y bostezantes”. En los años de tantos ajustes sociales y políticos, en la llamada Regeneración, resultaba paradójico que los hacendados del Cauca, movidos aún por su fuerza esclavista e influenciados con las electrizantes realidades capitalistas de Estados Unidos, hubiesen logrado estar de acuerdo para que el Gran Cauca pudiera expresarse a través de caminos, molinos centrifugados para los trapiches, puentes, barcos a vapor, líneas férreas, y todo ello en medio de las guerras civiles que asfixiaban a la sociedad, ya asfixiada por la colonización mental y la camándula. Esta perspectiva

de inversión, incluso en los peores momentos, le sirvió de aliento a la misma Palmira; le permitió crecer no solo en lo tecnológico, sino comercialmente al obtener financiación en los mercados locales y extranjeros. Ya el siglo veinte se aproximaba y la molienda de las decenas de trapiches y del ingenio más grande de la región inspiraba las nuevas realidades. En el Cauca, los caminos de hierro se habían reactivado después de estar atrancados a la altura del kilómetro 20, en la provincia de Córdoba, en Buenaventura; en 1882 el ingeniero Cubano Francisco Javier Cisneros hizo entrega del primer tramo del Ferrocarril del Pacífico, resumiendo en dos horas un viaje que era de quince. Poco después, vigorosas humaredas harían que la gente se apretara en las orillas del río Caucayaco (así lo llamaban los nativos) que miraban llegar los barcos a vapor de la Compañía de Navegación, un proyecto que inició el gobierno de Trujillo y que se consolidó años después


por inversionistas caleños, bugueños y palmiranos, reunidos en torno a la visión del austriaco Carlos Howard Simmons, quien había promovido la navegación fluvial desde 1885. Desde 1890 los aventureros Manuel María Buenaventura y Luciano Rivera y Garrido habían visitado a Palmira y plasmado con sus cámaras fotográficas la realidad de una villa de buenos modales coloniales y que aprendía a moverse a la usanza de la arquitectura republicana. Entre una fotografía y otra, se revelaba toda la urbe y toda la sociedad mestiza, inspirada en la molienda. Pero quizás el hecho más inspirador ocurrió en 1897, cuando Santiago Eder emprendió el más grande proyecto agroindustrial del suroccidente colombiano: la importación e instalación de un ingenio a vapor hecho en Glasgow, Escocia. Mil doscientas mulas y seiscientos bueyes fueron necesarios para trasladar, pieza por pieza, el aparato desde la estación de San José hasta la Quebrada Valor, en el Cauca. Eder supo que una región y una nueva sociedad no podían esconderse en los prejuicios ajenos y en las adversidades geográficas y se ocupó de hacer visible su talento en la toma de decisiones, impuso su ingenio en el aletargado estado de ánimo de una región que no entendía aún el nuevo poder de la filosofía del dinero. Eder había conocido la generosidad de una tierra que esperó con paciencia ser invocada a través de la tradición de colonizar, extraer y generar riqueza. Tan admirable como es que se haya hecho ese transporte del ingenio por un camino imposible, con todos los riesgos logísticos, fue, y sigue siendo, que esa apuesta por una región se efectuó en medio de las tensiones de un país acostumbrado a cambiar de nombre y de constitución con cada cañonazo político, metido ahora hasta el cuello en la energúmena Guerra de los Mil Días. 10


Transporte del ingenio Manuelita, 1897 Archivo Fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

El recorrido de ese transporte a lomo de bestias fue el primer documental fotográfico registrado en la historia de la región, es el primer ímpetu visual que tenemos acerca de cómo entró el siglo veinte en nuestra actitud, de cómo se movía nuestra geografía social y hacía dónde se dirigía con el fenómeno de la molienda y su consecuente interculturalidad. Todavía incipiente en infraestructura y modales, Palmira recibiría durante los siguientes treinta años una presencia que dinamizó su mentalidad social y cultural. Palmira fue creciendo, entonces, en infraestructura y en inversiones, fue expandiendo su espíritu con su memorioso e imparable mestizaje de ideas y de voluntades. Un ingenio azucarero, y sus caminos de polvo, nos hacía creer y soñar en grande, un Parque de Bolívar, con verjas importadas de Europa, se convertía en un digno epicentro social y cultural, la Compañía de Luz y Electricidad unía las conversaciones en los patios, nos hacía productivos, la llegada del tren entusiasmaba a los visitantes y a los comerciantes y una catedral se alzaba

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Plaza cental de Palmira, 1897 Manuel María Buenaventura l Archivo Fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

como símbolo de tenacidad, civismo y amor propio, todo lo que nos llevó a reafirmarnos, incluso en contra de los raizales prejuicios de ser solo de buenos apellidos, como una sociedad anfitriona, pujante y divergente. Todo el Valle del Cauca vivía ese esplendor en infraestructura; edificios hermosos aparecían en el Parque de Caicedo y Buenaventura se abría a lo desconocido con sus muelles… Bogotá al fin sentía que en esta región pasaba algo. Los hechos progresistas que ocurrieron en Palmira en las décadas siguientes construirían la narrativa de un carácter que iba expresando nuestras mejores tradiciones. La cultura, representada en la noción del civismo

o de lo cívico, era la esencia que exponía y motivaba la dinámica social. Los espacios culturales surgidos en Palmira entre 1900 y 1980 nos ayudan hoy a narrar la historia de nuestra ciudad como una sucesión de realidades, cuyos imaginarios fueron enriqueciendo un sentido de identidad, un arraigo natural por lo nuestro. Algunos de esos espacios han desaparecido, otros se han transformado, y quizás la apropiación que permanece de esa memoria en nuestros actos no solo esté limitada por los conceptos que hemos heredado de una generación a otra, sino en cómo usar esa memoria para crecer como una ciudadanía de nociones compartidas, capaz de visionar nuevas voluntades.


Palmira Circular no es solo una síntesis de nuestros mejores hechos históricos, sino que intenta mostrarnos cómo están unidos los unos con los otros. No es una narrativa de lo que nos define, sino que expresa en qué logramos estar de acuerdo, en cómo nos mantuvimos inspirados. Poder ver esa totalidad, más allá de la añoranza y la academia, es en realidad el propósito de cada quien en la identidad. Incluso si las nuevas generaciones no tuviesen nada qué decir, será porque esa identidad que hemos perdido de tanto buscarla ha cumplido en secreto su labor de irnos transformando. La experiencia de la historia, su lenguaje discreto, también se trata de ir narrando edades al mismo tiempo que las dejamos atrás, sin hacerle daño a nuestra memoria, sin menospreciar nuestro presente. ¿No es esa la naturaleza de la vida para todas las criaturas? Y la cultura también es una criatura viva, porque su biología funcional es la que nos brinda autoconocimiento, es la que nos lleva de la mano. ¿A dónde nos llevará este gran viaje interior que nos ocurre al mismo tiempo desde todas las edades y generaciones? ¿qué

ocurrirá con nuestra cultura después de dialogar con el hermano mayor Covid 19? Si la cultura es un laboratorio vivo que testimonia nuestras supervivencias, si su labor vital no es entretenernos sino transmitir la información de todas las épocas y convertirla en conocimiento, ¿cómo volver a hacer fuego con una simple conversación, con dos simples piedras? Yo, que soy un caminante en las palabras, les propongo esta pausa: los espacios públicos más importantes para un ciudadano son la memoria y el lenguaje. Viajar de una época a la otra requiere que entre todos aportemos a la revisión de lo que se entiende como cultura e invirtamos en una educación que nos transforme, en ejercicios de comunidad, en ciudadanos culturales conscientes de nuestro patrimonio y capaces de observarnos desde nuestros usos y costumbres. Pensemos que a donde vayamos en este gran viaje por la historia, solo podremos cumplir con nuestros regresos en el tiempo a través de la lucidez de la gratitud, con la acogedora sensación de que esa historia la hacemos entre todos, incluso cuando se nos esconden las palabras. Mauricio Cappelli


E L PAR Q U E D E B O LÍ VAR

Obelisco en homenaje a la Paz, Parque de Bolívar, 1915 Foto Imperio l L.A. Velásquez Archivo fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

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En 1902 don Epifanio López, líder cívico de Palmira, presentó al Concejo Municipal de la ciudad la idea de crear un parque principal que estuviese a la altura de la Plaza de Caicedo de Cali. Palmira necesitaba de un espacio de encuentro ciudadano porque la Guerra de los Mil Días había traído recelo entre los hacendados que habían tomado partido por uno y otro bando. Hubo consenso por la idea, pero no presupuesto. ¿Por dónde comenzar? En diciembre de 1902, don Manuel Santos Durán financió la construcción en el centro de la antigua plaza de mercado de Palmira de un obelisco de madera que sirviese como tótem, digamos, para inaugurar las primeras Fiestas de la Paz que celebraran un año de culminada la Guerra de los Mil Días. Esas fiestas contaron con la presencia de los soldados del batallón Calibío, de Cali, por solicitud del general palmirano Camilo Arana.

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Con el entusiasmo cívico creciente que plasmó la experiencia, el proyecto de construcción del parque tomó relevancia política; el ingeniero Vicente Aragón Lemos fue el encargado de ejecutar las obras que se extendieron hasta 1912, cuando finalmente se entregó a la sociedad palmirana un parque jardín estilo francés con todo el amor propio posible: jardines sembrados por las señoras de la cofradía del Señor Sacramentado, bancas de cemento firmadas por los donantes y verjas forjadas importadas de Europa. Fue el propio don Vicente quien convocó a los ciudadanos para que aportaran de su peculio cinco metros cúbicos de piedra para empedrar las antiguas calles doce y trece, hoy calles 30 y 31.


Poceta de las garzas, Parque Jardín de Bolívar, 1920 aprox. Jorge Terreros

¿Qué faltaba? En abril de 1912, el Concejo Municipal de Palmira firmó el Acuerdo N° 9, con el cual la Junta de Mejoras y Ornato creaba la figura del Jardinero del Parque de Bolívar. Un personaje que, según su reglamento, debía: “velar por la conservación de las puertas y muebles que constituyen el parque, cerrar las puertas y candados a las diez de la noche y abrirlas a las seis de la mañana, impedir que se aten animales a la verja, dar parte a la autoridad cuando algún individuo dañe los bienes y ver que se imponga la multa del caso, cuidar que los árboles y plantas no sean mutilados ni destruidos, reclamar a la autoridad cuando sea necesario el contingente de presos para las labores de aseo, combatir los hormigueros, e impedir, una vez retirada la pila, que entren aguadores a recoger agua de la caja y que los muchachos arrojen piedras o ahuyenten a los pajaritos, que constituyen el mejor adorno del sitio”. 16


Coches tradicionales de Palmira, Parque de Bolívar, 1920. Vista hacia el norte, actual carrera 29 Jorge Terreros

En 1919, don Leopoldo Ramos trajo desde Cali las primeras victorias para mejorar la movilidad de la ciudad, después de que los zorreros de la capital del Valle comenzaran a quedarse sin trabajo al entrar en circulación los buses de la flota Gris San Fernando. Según la tradición oral, fue el propio don Leopoldo quien instruyó a los aurigas (cocheros) en las mañas de hacer andar con zurriago a los nobles animales, formando la flota cagajón movida con “gasolina miados y acelerador perrero”.

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Quiosco de la Retreta, Parque de Bolívar, 1920. Jorge Terreros

En 1922 la Junta de Mejoras y Ornato de Palmira le encargó al arquitecto César L. Cadena la construcción de un quiosco en la esquina sur oriental del Parque de Bolívar para que la ciudad se pusiera a ritmo de retreta. Allí se darían cita las familias para disfrutar los vals, cuadrillas, bambucos, polcas, pasillos, chotas, pasodobles y cumbias, que tocaban las bandas de don Félix M. Nieto, Berlamiro Rengifo y Agustín Payán, cuando lo más tradicional eran las improvisadas fiestas de casa que se hacían los viernes, conocidas como “los bailes domiciliarios de cuota”, donde, según los abuelos, “se bailaba hasta las seis de la tarde y lo único que había para tomar era coca cola y limonada”.

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Parque de Bolívar, 1920. Vista hacia el sur. Al fondo la antigua Casa de Gobierno Jorge Terreros

El 13 de septiembre de 1928, el Concejo Municipal autorizó la pavimentación de las antiguas calles empedradas del Parque de Bolívar como parte final del proyecto de construcción del sistema de acueducto y alcantarillado de la zona céntrica. Ya para esa época eran famosas las retretas del parque, cuando el centro de la ciudad animaba la visita de caleños y bugueños y la región adquiría cada vez más un mayor protagonismo comercial, industrial y cultural. Ya era tradición que los fotógrafos aficionados retrataran a las familias en las bancas, en las pocetas de las garzas y usando como adorno la estatua de un niño con sombrilla que hacía pipí, realizada por el escultor Rafael Palomino Hernández. Pronto el epicentro de Palmira albergaría el espíritu de una ciudad collage que se ofrecía como capital de las oportunidades y que sería llamada por el monseñor Rigolesi, emisario del Vaticano, como “la Chicago de Colombia”.

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C AT E D RAL N U E S T RA S E ร O RA D E L PAL M AR

Catedral de Palmira en construcciรณn, 1918 Jorge Terreros

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El 19 de octubre de 1913, el Padre Guillermo Becerra Cabal presidió una reunión de notables en el antiguo palacio consistorial para exponer su proyecto de construir un templo más grande en honor a la Virgen del Palmar. El 26 de octubre de ese año la idea es ratificada y los miembros de la junta de notables determinan por plebiscito la demolición de la antigua capilla y el recaudo de los primeros ochocientos pesos oro para la obra. El 23 de noviembre el mobiliario del templo es trasladado a la capilla de la comunidad de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, acondicionado como parroquia provisional y el 3 de diciembre se inicia la demolición de los muros de la antigua iglesia. El 16 de enero del año siguiente se coloca la primera piedra del nuevo templo siguiendo el diseño que realizara el Hermano Silvestre, oriundo de Estrasburgo, Francia, perteneciente a la comunidad redentorista y cuyo nombre verdadero era José Augusto Bindner.

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Catedral de Palmira en construcción, 1919 Jorge Terreros

La firma de ingenieros de Cali Borrero y Ospina B., una sociedad conformada por Rafael Borrero Vergara y Francisco Ospina, egresados de la Universidad Nacional, y que entre otras obras habían construido el teatro municipal de Cali, se encargaron de las obras civiles. Leoncio Lorza fue el maestro supervisor. Uno de los detalles más interesantes de la construcción fue el que propuso el padre Guillermo Becerra Cabal al institucionalizar el “impuesto del huevo”, que consistió en la solicitud que le hiciese a los palmiranos de que cada domingo realizaran un aporte económico y de un panal de huevos. El aporte económico era para invertir en los gastos de la obra, mientras los huevos eran usados para preparar la mezcla y pegar los ladrillos, porque en ese entonces el cemento no existía, sino el cal y canto. 22


Catedral de Palmira en construcción, 1919 Jorge Terreros

El 5 de febrero de 1929, finalmente, se realizó la bendición del nuevo epicentro religioso de Palmira. El excelentísimo señor Maximiliano Crespo, monseñor de Popayán, nombró al Presbítero José Manuel Salcedo párroco de la catedral. El 7 de febrero, la obra en óleo de la Virgen de El Palmar regresó a “su casa” precedida de una imponente procesión. Las nuevas obras muralistas de la Virgen de El Palmar y de los cuatro evangelistas, pintadas en el domo principal, estuvieron a cargo del artista italiano Mauricio Ramelli. Las obras del viacrucis fueron hechas por Luis Peña Negri. Entre 1940 y 1952 se termina de construir la torre principal de la catedral.

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La Virgen de Nuestra Señora del Palmar Uno de los feudos importantes de Llanogrande era la hacienda Malagana del Palmar o “de la Palma”, ubicada en el Bolo y cuya capilla había sido construida alrededor de 1680. Uno de los elementos de culto de esta capilla era la obra pictórica de la Virgen del Palmar que se ubicaba en la naveta o incensario. Ya no como estrategia (o doctrina) de evangelización, el culto a esta virgen comenzaba a acentuar la religión católica en la región del Cauca como un sino cultural de hegemonía. Para ese entonces, las distinciones sociales de clase en la sociedad de Llanogrande estaban encarnadas en las feligresías sacramentadas, que eran, digámoslo así, los primeros clubes sociales de la época. Para 1723 la capilla de la hacienda El Palmar, que tenía su propia feligresía, fue erigida parroquia con el nombre de Nuestra Señora de El Palmar. Su hacienda vecina más importante era San Antonio de Loreto. Según la revisión documental que realizó el historiador Gustavo Arboleda, el 30 de junio de 1723 el entonces obispo de la diócesis de Popayán, don Juan Gómez Frías, le concedió licencia a don Gaspar de Oviedo, cura de la capilla de El Palmar, para que llevase la imagen del Señor Sacramentado a su capilla el 22 de octubre de 1724. Ese icono lo hizo acompañar de la ya considerada patrona del caserío, la Virgen de El Palmar, cuyo lienzo había sido encontrado abandonado en la casa del cura y vicario de Llanogrande, don Juan Varona Fernández. No se conocen detalles de quién fue el artista que realizó la obra ni cuándo la hizo o si fue aquí en Llanogrande y por encargo de los dueños de la hacienda de El Palmar o si fue importada; tampoco existen estudios que determinen el vínculo de la imagen a las tradiciones de la localidad de El Palmar de Vejer, en Cádiz, España; en todo caso, llegó hasta nosotros cumpliendo un viaje, un destino común. 24


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El destino de la Virgen de Nuestra Señora del Palmar ha sido el de mostrarnos con sus peregrinajes una ruta de encuentro y el de representar, desde la interculturalidad y como un punto cronológico intermedio, los sucesos históricos de nuestro origen: la instalación de la encomienda de San Jerónimo de los Ingenios, en Amaime, (1560); la delimitación geográfica del Acuerdo de Ocache que nos dio una identidad territorial entre los ríos Bolo y Sabaletas (1573); la terminación de la derivada del río Nima (1680); la instauración de la Cofradía Sacramentada de Llanogrande y el regreso de la Virgen a su casa (1724); la organización de los lotes de la hacienda El Palmar (1773); la declaración en cabildo abierto que hicieron los líderes cívicos de la época para nombrarnos como Villa (1813) y el reconocimiento de nuestro ascenso jurídico territorial, como Cantón de Provincia (1824). Es decir, Palmira tiene mucho más de 247 años (según la fecha aprobada por Acuerdo Municipal de 1995 y que denota el 17 de junio 1773 como una fecha esencial). Pero no es así, y mi argumento es este: Para 1722 se instauró en la capilla de El palmar el primer libro de registro de bautismos, en el cual se lee: “libro de bautismos del caserío de Llanogrande”. Por lo tanto Llanogrande ya existía en el imaginario y en la identidad local como territorio de donde se proviene, de donde “se nace” y que determinan por lógica las afirmaciones de terruño ¡yo soy de aquí, yo soy de Llanogrande! En ese entonces las relaciones de consanguinidad expresaban la expansión y complejidad de las relaciones sociales que iban surgiendo entre las haciendas, mientras la dinámica de las mismas las hacía visibles desde la perspectiva de la productividad. Llanogrande ya existía como un caserío que había cumplido con ciertas edades y características que le permitieron ir concentrando las actividades sociales y empresariales de las haciendas y caseríos vecinos; evidentemente, los dos principales hechos eran que Llanogrande ya había elaborado un nombre gracias a la industria agrícola y minera y porque era una intersección natural o cruce de caminos: hacia el sur, Popayán; hacia el norte, Buga y Cartago; y hacia el occidente, Cali. Por ello, los eventos de venta y de legalización de lotes 26


Virgen del palmar, Mauricio Ramelli, 1930 Fotografía Mauricio Cappelli

ocurrida en 1773 significan solo una mejora en la lógica administrativa y territorial que ya existía. Y mejora no significa origen. Dejar por fuera de la historia el significativo hecho del regreso de la Virgen de Nuestra Señora del Palmar a “su casa”, nuestra patrona, nos coloca en la posición de no saber o de no querer asombrarnos con la estética histórica, con la belleza conceptual de los hechos que antecedieron nuestro origen. Pensemos que la Catedral de Palmira es el cuerpo de una esencia que hoy hacemos visible desde la mirada de la arquitectura o el patrimonio; pero lo realmente importante de ese cuerpo es a quién alberga, a la Virgen, que es el alma, la puerta de entrada que anima los cíclicos regresos a nuestra identidad. Con la siguiente frase me propongo integrar y comprometer a las nuevas generaciones en las necesarias reflexiones que debemos afrontar como ciudadanos: ¿quién eres tú, Virgen del Palmar, y por qué nos elegiste? 27


E L C E N T E N AR I O D E PAL M IRA , 1 9 2 4

Carroza en el desfile de la Batalla de las flores, 1920 aprox. Jorge Terreros 28


A las cinco de la mañana del miércoles 25 de junio de 1924, los soldados del regimiento de caballería Cabal N° 3 y la policía municipal hicieron la primera tanda de disparos en el Parque de Bolívar, anunciando que un siglo antes el General Francisco de Paula Santander hubiese elevado a cantón las tierras de Llanogrande. El tricolor nacional se repetía en las fachadas. En la Casa de Gobierno se habían reunido hasta último momento los miembros de la junta organizadora ultimando los detalles de las exposiciones artísticas, industriales, agrícolas y pecuarias que engalanarían a Palmira. El alcalde Eduardo Bueno, el doctor Domingo Irurita, presidente del Concejo Municipal y los cívicos Lisandro Navia Carvajal, José María Escobar, Olimpo Zapata, Carlos Becerra, Vicente Aragón, Adriano Hurtado, Emilio Concha y Rómulo Bueno precedían la junta y recibían los visitantes que venían de todo el país. El día anterior, el presidente y poeta Guillermo Valencia había arribado de Bogotá en el tren de las dos.

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A las diez de la mañana del 25 de junio, y desde la antigua Calle Rivera Escobar (hoy carrera 34), partió el desfile de apertura de las Fiestas de El Centenario, un arroyo de entusiasmo encabezado por el alcalde, el gobernador y la Junta Organizadora, seguida por la banda municipal, los estudiantes de las escuelas públicas, los soldados y policías y varias victorias adornadas con cintillas y coronas de flores. Desde los balcones, la gente saludaba y arrojaba manotadas de papelillo y guirnaldas. El desfile se detuvo enfrente de la casa de don Lisandro Figueroa, donde el gobernador del departamento inauguró oficialmente las fiestas de El centenario. Al caer la tarde, se realizó la caminata con antorchas que culminó con una misa frente a la Casa de Gobierno a las siete de la noche. En las hosterías Oasis, Cosmopolita, Pacifico, Pereira, María Victoria y Londres no quedaba lugares disponibles.

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Carroza en los carnavales de Palmira, 1924 Jorge Terreros

Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, se celebró en la cancha de Santa Bárbara el partido de fútbol entre el Antiguo Club Santander y el Villegas de Buga. En la noche, los pudientes se citaron en el Teatro Martínez para presenciar la velada lírica organizada por Ramón Barona en honor a Palmira y en la que Ricardo Nieto dio a conocer su obra Cantos de la noche. Se escucharon también las voces de Jorge Ulloa, Guillermo Valencia, Luis Carlos Velasco Madriñán y Julio César Arce. Fue en esa velada cuando se dio a conocer la letra del himno a Palmira, un poema escrito por Francisco Barona Rivera y cuya música compuso el maestro Solom Espinosa.

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Batalla de las flores, carro de los gitanos 1924 Jorge Terreros


El 28 de junio, a las tres de la tarde, comenzó el desfile de la Batalla de las flores, una cabalgada popular acompañada por autos y comparsas de victorias adornadas con adornos florales que los campesinos traían de las haciendas para embellecer a las señoritas representantes de las familias tradicionales. El primero de julio, otra vez en el domicilio de don Lisandro Figueroa, se realizaron las premiaciones de las muestras de exposición que clausuraron El centenario, el encuentro cultural más relevante de Palmira en esa época. En 2024 Palmira cumplirá su segundo centenario. ¿Conocemos los antecedentes? ¿En las instituciones educativas de Palmira se les enseña a los estudiantes la sucesión de hechos que expresan la transformaciones que hemos tenido desde que fuimos la Otra banda, luego Llanogrande, luego la Villa de Palmira y finalmente Palmira? ¿Qué orígenes compartimos a quiénes vienen a visitarnos, a quienes vienen a quedarse?

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Desfile del Centenario 1924 Jorge Terreros


E L RÍ O PAL M I RA

Puente del Centenario sobre el río Palmira, 1920 aprox. Jorge Terreros

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Desde el surgimiento de las primeras haciendas en la Otra banda, el abastecimiento de agua en las mismas fue uno de los grandes retos de adaptación de la sociedad criolla a sus paisajes geográficos. No se conocen documentos que narren quiénes tuvieron la iniciativa ni cuánto tardó en hacerse el trazado de la derivada del Rio Nima a través del extenso valle de bosques y de humedales donde surgían lentamente las haciendas y caseríos de la incipiente Llanogrande, pero las primeras descripciones surgen desde 1680, cuando los ríos se expresaban como límites en las narraciones de las escrituras. En 1850 el expedicionario Honton describió el río Palmira como “una mísera quebrada fangosa”, por la pobrísima fuerza de su cauce. Sus aguas eran prenda de arrebato por parte de los hacendados, pues tener el agua era tener el poder, era el principal argumento de productividad de las haciendas, y sin agua, las ruedas de Pelton no tenían cabida en el desarrollo tecnológico y económico de la región.

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Vista hacia el oriente de Palmira desde el puente del Centenario, 1920 aprox. Jorge Terreros


En el libro Palmira Histórica, editado por Tulio Raffo, se narra que en 1859 el gobernador de la Provincia de Palmira, don Nicomedes Conto, ordenó “una ampliación y rectificación del cauce del río, con reformas de calicanto en la bocatoma”; y continúa: “en las administraciones de David Peña y Juan Conde se construyó un acueducto de calicanto que penetraba por la calle real hasta la plaza principal donde se instaló una pila o surtidor. Luego se construyeron ramificaciones por varias calles y se instalaron surtidores en las plazuelas y sitios de mayor afluencia”. Para inicios del siglo veinte, el abastecimiento de agua en Palmira seguía siendo un tema de orden público. El 20 de octubre de 1903 el Concejo Municipal emitió el Acuerdo Nº 35 con el cual se tomaban medidas para mejorar y controlar la distribución de las aguas: Sus artículos expresan: “primero: se crea dos fontaneros con el objeto de que hagan venir agua diariamente en cantidad suficiente del río Nima a la población; segundo: el fontanero número uno tendrá la obligación de permanecer en la toma del río Palmira durante el día, con el objeto de echar el agua e impedir que de las haciendas la quiten; tercero: el fontanero número dos permanecerá en la toma del acueducto que queda en los terrenos de la hacienda San José, de propiedad del señor Apolinar Sierra y recorrerá desde este punto hacía arriba, hasta donde estime conveniente”.

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Excursión en las montañas de Palmira, visita a la acequia de la Planta eléctrica, 1920 Jorge Terreros 40


El 20 de diciembre de ese mismo año, los ediles emitieron el Acuerdo Nº 39, complementando con decisiones de infraestructura las medidas anteriores: “auméntese las aguas de la ciudad de Palmira con las aguas del río Aguaclara y en mayor volumen con las aguas del río Nima… para tal efecto prolónguese el trincho que existe en la toma del río Nima..., la prolongación se hará de piedra en forma de bayano, de un espesor doble del construido hasta ahora”. En ese Acuerdo se determinó además construir una variante del zanjón Romero con filtros y un pozo de decantación en la hacienda La estrella -hoy Bosque Municipalpara potabilizar el agua que corría por los canales de piedra que atravesaban a Palmira hasta cinco pilas ubicadas en la parroquia de la iglesia La Trinidad, la plaza principal, la escuela de las Hermanas Bethlemitas, el cementerio central y la antigua carnicería. Aquella plaza en referencia era la plaza de mercado que comenzaba a transformarse en el Parque de Bolívar. Para ese entonces, la población de Palmira se acercaba a veinticinco mil personas. 41

A partir de 1907 el Concejo Municipal emprendió las deliberaciones del proyecto que le brindaría a Palmira un salto decisivo en su desarrollo, la construcción de una estación hidroeléctrica en la zona rural. Fue solo hasta 1913 cuando el Acuerdo Nº 20 dio origen a una compañía anónima nacional para dotar a la ciudad de “una planta de luz, calor y energía eléctrica para uso público y privado de los habitantes del distrito de Palmira”. La compañía quedaba autorizada a cobrar “una tarifa máxima de setenta centavos oro por cada lámpara de tungsteno de 32 bujías, con el compromiso de suministrar energía a la ciudad de seis de la tarde a seis de la mañana a través de 32 lámparas, cuyos sitios de instalación serían asignados previamente por el Concejo Municipal”. La familia Eder hizo parte determinante de esa gestión, proponiéndole a Palmira estar al día con las condiciones adecuadas para recibir la prometida era industrial.


Excursión en las montañas de Palmira, 1924 Jorge Terreros

Como contraprestación por la inversión, el contrato exoneraba a las empresas inversionistas de los impuestos municipales durante treinta años. El primero de febrero de 1916, las calles del antiguo caserío de Llanogrande se iluminaron con la primera bombilla de la Compañía de Luz Eléctrica de Palmira, dirigida por don Carlos Becerra Cabal. Cien años después, muy pocos palmiranos conocen dónde se encuentran las bocatomas de la Planta Eléctrica; para más seña, muy pocos palmiranos saben que el río Palmira es una derivada del río Nima. 42


El suministro de energía trajo consigo otra exigencia: mejorar el sistema de alcantarillado de la ciudad. Un pueblo de enfermos, insalubre, no era un pueblo productivo. El 12 de marzo de 1913, los delegados por Palmira José María Rivera Escobar, Vicente García Córdoba y José Arizabaleta presentaron en la Asamblea Departamental un informe que expresaba la difícil situación en la prestación de servicios públicos: “... la ciudad de Palmira carece de agua suficiente para atender sus necesidades en general…, una mínima parte es la que beneficia a sus habitantes para sus distintos usos, porque las otras se distribuyen desde su cabecera a las distintas haciendas para mover las ruedas hidráulicas de sus establecimientos de azúcar. Por lo anterior, la ciudad de Palmira necesita, debido a la densidad de su población, a su situación topográfica y por estar situada sobre terreno de agricultura sumamente húmeda, un acueducto metálico como único medio para la distribución y salubridad de sus aguas”. Con esos argumentos, la Asamblea Departamental emitió una ordenanza “por la cual se destina una partida para el acueducto metálico público de la ciudad de Palmira”. En 1919 el Concejo Municipal de Palmira emitió un Acuerdo que expresaba las condiciones para que una empresa financiara la construcción de un acueducto público, con el cual se le diera un manejo moderno al tema del abastecimiento de agua. Este pliego exoneraba de impuestos durante veinticinco años a dicha empresa que hiciera presencia con su músculo económico.

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El acueducto de Palmira y la empresa Vallejo Steel Works

Antigua Avenida Santander (hoy carrera 28) Vista hacia el norte, 1920 Jorge Terreros

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Don Vicente Vallejo era el dueño de la empresa metalmecánica Vallejo Steel Works, fundada en La Habana, Cuba. Atendiendo la oferta de Palmira, don Alfonso cierra puertas en la isla y reinstala la empresa en Palmira el 26 de marzo de 1928, teniendo como socios a su hermano José María y a los inversionistas minoritarios Alfonso Cabal, Jesús María Raffo B. y Leonardo Tafúr Garcés. La empresa se instaló en un lote de cuatro mil metros cuadrados aledaño a la antigua estación y bodegas del ferrocarril. El primer gerente de la empresa fue don Jesús María Raffo B., y su administrador don Luis Carlos Prado, quien tuvo a cargo la dirección de cincuenta obreros, en su mayoría sin especialización técnica. El objetivo contractual de la empresa, en cuanto a la construcción del acueducto, fue la de proveer la tubería necesaria para mejorar la conducción de las aguas del río Nima desde las bocatomas de Barrancas, construidas años antes, y distribuirlas en el centro de la ciudad. El acueducto fue instalado entre las antiguas calles once, doce y trece (hoy calles 29 a la 31) abarcando el Parque de Bolívar hasta la Iglesia La Trinidad y la Avenida Rivera Escobar, hoy la carrera 34, en la Estación del Tren. El sistema de acueducto y alcantarillado de Palmira fue inaugurado el primero de octubre de 1929.

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LA CULTURA DEL RÍO PALMIRA, SUS PUENTES Y EL ENTAMBORADO Con el transcurso de las décadas, el contacto cotidiano con el río Palmira fue generando en la población imaginarios y costumbres. Para 1920 ya eran muy tradicionales los paseos de fiambre a charco azul, que quedaba aledaño al actual Club Campestre, al charco del burro, en el actual Parque Lineal y al charco del centenario, donde circulaban, dicen, “las benditas aguas tibias” de las monjas que regentaban la escuela que llevaba el mismo nombre. En esa época los varones usaban para nadar chingues y se amarraban en la cintura cordones rezados “para evitar maleficios”; las señoritas, por su parte, usaban largas parumas que sólo dejaban desnudos los tobillos. A orillas del río Palmira crecían también árboles y plantas cuyos usos se arraigaron en los asuntos domésticos. En las ramas de los guácimos las señoras colocaban sus velas el día de la virgen y usaban su tronco para hacer cercas, la pulpa del fruto del chambimbe era usado para lavar la ropa de color negro y sacar los piojos, el fruto del arbusto de pulsiga, “que soltaba una baba azul”, se usaba para lavar la ropa blanca, la hoja de “cola de caballo” se usaba para aliviar los riñones, la hoja del matarratón para calmar las fiebres, la pepa de la archucha para las amígdalas y las paperas, el fruto del caraño como condimento para agriar la chicha, el almidón del biyuyo para que los niños pegaran sus cometas, las hojas del arbusto de Júpiter para alimentar a los cuyes, el fruto de la piñuela como purgante cuando escaseaba la hoja de paico y su espinoso matorral se usaba para separar los patios vecinos.

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Construcción del acueducto de Palmira, 1922 aprox. Jorge Terreros

Otro lenguaje de ciudad que heredamos del río Palmira fue el de la distinción de las clases sociales, los “ricos” vivían del lado sur de la orilla del río, mientras los “pobres” tenían sus barrios en la orilla norte. Poco a poco la arquitectura y la necesidad de movilidad hicieron que la vistosidad de los puentes surgiera en el paisaje como un tránsito de pueblo a ciudad moderna. El primer puente del que se tenga referencia en Palmira fue el que ordenó construir el cabildo con la ordenanza del 16 de abril de 1871, que decretaba: “conceder permiso al señor José R. García para la construcción de un puente de madera sobre cimiento de cal y ladrillo en el paso denominado Paula Cárdenas, sobre el río de esta ciudad”.

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Con el tiempo se unieron las orillas con diversos puentes. El puente de pasoancho, que era un paso peatonal de treinta metros ubicado en patio bonito, en la actual carrera 19 entre calles 33 y 31, por donde pasaban los vaqueros de Chinche que bajaban con su ganado camino al matadero y donde don Vicente hacía lavar sus carriolas que transportaban a los campesinos que bajaban con sus cosechas de cebolla desde Tenjo. En la carrera 21 estaba el puente de Las Uribes, llamado así porque en la esquina vivían las hermanas Uribes. El puente de zinc, cuyo techo era de zinc, estaba en la carrera 25, donde hoy se encuentra el monumento a las bicicletas y era conocido también como el puente de los cotumbos, apodo de la familia de galleros que vivía enfrente. Una cuadra después, en la 26, estaba el puente del Centenario, uno de los tres puentes principales de Palmira, donado por el Ingenio La Manuelita al conmemorarse el Centenario de la Independencia de Colombia en 1910, fue construido en ladrillo con un modelo de arcos románicos y se conoció como el paso de las Quintero o el paso de los Calero. El segundo puente importante era el Puente de La Factoría, cuya construcción inició en 1856 el ciudadano francés Agustín Ledoux, por encargo del alcalde Sixto María Sánchez para unir el barrio Loreto con el centro y fue culminado años después por orden del presbítero José Joaquín Ledesma; contiguo a él quedaban la herrería de 48


Antiguo Puente de La Factoría, 1924 La casa a la izquierda perteneció a Ricardo Nieto Jorge Terreros

don Saulón Rada, la casa del poeta Ricardo Nieto Hurtado y el charco del recoveco, donde los estudiantes del Colegio Libertad, narraban los abuelos, hacían desafiantes concursos de clavados. En la cuadra siguiente, en la carrera 29, contiguo al Colegio San José de don Aparicio Salamanca, estaba el puente de Palacé o puente de la República, inaugurado en enero de 1916; según don Lázaro Giraldo, “el guardián del río”, en la década del cincuenta el puente sirvió como punto de encuentro de la policía “montada”, que no usaba caballos sino burros, entrenados para delatar con rebuznos a las parejas que se ocultaban en los matorrales a orillas del río Palmira.

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Construcción del entamborado del río Palmira, cerca a la Emilia, 1958 Archivo fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

En la cuadra siguiente, en la actual carrera 30, se encontraba el paso del apretadero -hoy la clínica Palmira- donde funcionó una improvisada plaza de toros y donde se asentaban las ciudades de hierro y los circos. Muy cerca estaba el charco la peña, donde cuentan, don Primitivo Payán nadaba por las mañanas después de que su mayordomo lo amarraba con lazos para que no se lo llevara la corriente. En la cuadra siguiente estaba el paso de las Hoyos, contiguo al rancho de “Camoca”, quien vivía atormentado por las cruces que los muchachos le pintaban en el piso y por la frase que le repetían: “¡Camoca, te vas a morir parado!”

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En la carrera 32 estaba la residencia de don Víctor Játiva, el mejor tabalartalero que ha tenido Palmira, y en la carrera 33 se encontraba el paso de don Julián Cuevas, el mejor sobador que tenía la villa, especialista en la preparación de ungüentos de sal marina y yodo para curar el coto. En la carrera 35, en el barrio La Emilia, estaba el puente de la Bruja, donde los borrachos, dicen, amanecían encerrados en jaulas de bejucos; cerca vivía la señora María Labruja, de origen español. El puente fue volado con dinamita junto al busto del general Rojas Pinilla por orden de Manuel Vivas Paredes, alcalde conservador en 1956. Para 1945 la cuenca del río Nima seguía sufriendo un progresivo deterioro por cuenta de la tala de árboles: no fue invento sólo de los paisas trepar monte para tumbar los bosques y bajar leña en mula para venderla como combustible para las cocinas de las casas y las calderas de los ingenios y trapiches. El vertimiento constante de las aguas negras y de basuras contribuyó también a la contaminación del río Palmira y pronto se desató la crisis sanitaria por las enfermedades que colmaban la zona urbana. En noviembre de 1945 el médico Héctor Pedraza, Jefe del Departamento de Protección Infantil y Materna, de la Dirección Nacional de Salubridad, realizó en Palmira un estudio sanitario y epidemiológico denotando los factores de contaminación que habían determinado un brote de poliomielitis en cerca de 50 niños y niñas menores de 3 años. Sus directrices fueron tácitas respecto a las condiciones del agua: “1. se impone construir el alcantarillado en los barrios donde falta. y 2. debe canalizarse el río Palmira el cual se ha convertido hoy en día en aguas negras…”. El 7 de octubre de 1946 el Concejo Municipal preparó un proyecto ordenando: “la construcción del alcantarillado del río de la ciudad en una extensión de diecisiete cuadras, desde la carrera 15 hasta el puente de la bruja, conforme los estudios y planos que ordene el concejo”.

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Tres años después, los planos fueron culminados por el ingeniero Luis Eduardo Caicedo Aguilar, pero la falta de presupuesto y las desavenencias políticas desalentaron la iniciativa. Solo hasta 1954 se emprendió la ejecución de la obra en la alcaldía de Álvaro Domínguez Vallecilla. El primer paso fue realizar los estudios de los predios afectados, teniendo en cuenta la ley civil regente: “los terrenos correspondientes desde la línea del río hasta diez metros pertenecen al municipio”. Lo siguiente fue construir un cause paralelo para desviar las aguas del río Palmira. La historia y la lógica dicen que hay una diferencia muy grande entre construir un alcantarillado y entamborar un río. La obra, en todo caso, estuvo a cargo de los secretarios de obras del municipio, Rudesindo Correa y Flavio Domínguez, en compañía de los ingenieros Luis Eduardo Caicedo Aguilar y Hernando Bueno Figueroa. Las cuadrillas de obreros trabajaron simultáneamente en tres tramos: el primero, desde la antigua carrera octava, hoy carrera 26, esquina de la propiedad de don Bridolfo Olaya, hasta

Vista de Palmira hacia el oriente, 1924 fotografía tomada desde el Puente de La Factoría Jorge Terreros

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la carrera 33, frente a la propiedad de don Víctor Játiva, construido en forma ovoide, con un ancho de metro y medio, usando ladrillos cocidos moldeados con formaletas de madera, esterilla y guadua. La segunda etapa abarcó el tramo comprendido desde el puente de las Uribes hasta la sede del Cuerpo de Bomberos Voluntarios y se efectuó en concreto reforzado con canales en forma de V. La tercera etapa comprendió desde la carrera 33 hasta el puente de la brujas, construido con bateas de concreto y arcos de ladrillo. Para prevenir inundaciones, el diseño del proyecto incluyó la instalación de recolectores de aguas negras con dimensiones de 2.50 metros de ancho por 1.70 metros de alto. Pero el sistema no tenía como objetivo recuperar ambientalmente el río, sino ocultar su contaminación. El paso siguiente fue entamborarlo. La obra la inició en 1958 la empresa de don Carlos Velasco Guerrero; el transporte de la tierra necesaria se contrató con la agencia ValDo Ltda., fundada por don Saulo Valencia, comerciante de vehículos y don Álvaro Domínguez Vallecilla, exalcalde, quien para 1958 era gerente del Banco Popular. En el relleno participaron cerca de quinientos hombres. Parte de la tierra utilizada se la compró el municipio de Palmira a don Alfredo Morris, propietario de una hacienda que tenía tierra arcillosa en La Buitrera; la otra parte provino de un lote que el municipio compró en la zona oriental de la ciudad, un espacio donde se construiría el lago artificial del Bosque Municipal, inaugurado el 8 de marzo de 1958 por el Personero Federico Botero Ángel. El alcalde titular, Guillermo Barney Materón, había huido de la ciudad ocho días antes por amenazas contra su vida por parte de los “pájaros”.

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Vista de Palmira hacia el oriente, 1924 Jorge Terreros

Según Federico Botero, la idea original del doctor Álvaro Domínguez Vallecilla era construir una vía peatonal cuyos entremos serían el Bosque Municipal y un parque nuevo en la hacienda Santa Bárbara, frente al actual Centro Comercial Llanogrande. Esa vía peatonal es hoy el Parque lineal, cuyo plan de arborización terminó en 1965 Federico Botero Ángel, como alcalde de Palmira. Casi trescientos años después de un esfuerzo enorme de personas de muchas épocas de abastecer de agua a una región construyendo un río artificial cuyas orillas crearon manifestaciones de identidad, mucho más ricas que cualquier índice de progreso, se decidió y ejecutó su entamborado, su asfixia técnica, para convertirlo en un efectivo cauce de aguas residuales. 54


EL COLEGIO DE CÁRDENAS Y LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN PALMIRA Desde 1865 los representantes del Estado del Cauca Adriano Scarpetta, Francisco González, Manuel Antonio Scarpetta, Joaquín Rojas, Juan de Dios Olave, José María Moriones, Antonio Belalcázar, Gabriel Scarpetta y Zoilo Rivera, habían gestionado ante el gobierno que el histórico edificio de La Factoría fuese cedido para fines educativos. En marzo de 1866 el representante caucano don Manuel Antonio Scarpetta presentó y defendió ante el Congreso esa solicitud, la cual fue sancionada el 23 de mayo de 1866 como ley, ratificada por Tomás Cipriano de Mosquera. Los esfuerzos siguientes se centraron en la adecuación de la estructura del edificio: se mejoró el tramo occidental donde funcionaba desde hacia cuatro años una escuela primaria de niñas, y el tramo oriental, donde funcionaría el colegio de varones. El 5 de febrero de 1868, finalmente, se reabrieron las puertas del Colegio Público inaugurado por Juan Nepomuceno Nieto, ahora con el nombre de Colegio La Libertad. El primer rector del Colegio fue el señor Francisco Antonio Cruz, quien quedó a cargo de las cuatro ramas elementales de la enseñanza: “el español, en su parte gramatical y filosófica, retórica y poética, el francés, la aritmética, en su parte científica y práctica, y la teneduría de libros”. Alcides Isaacs regentó las cátedras de español y francés; el señor Evaristo de la Cadena la de aritmética; Joaquín Naranjo, las de latín y filosofía, y Pedro P. Gaitán, la de Contabilidad mercantil. La enseñanza religiosa no fue incluida, pues en ese momento la República de los Estados Unidos de Colombia se encontraba cimentada en las políticas del liberalismo radical que vetaba la doctrina católica. 55


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Construcción de la nueva sede de la escuela modelo, 1924 Jorge Terreros

Poco tiempo después se instalaron en Palmira dos nuevas instituciones educativas gracias a las gestiones del padre Rafael D. Aguilera y Calero. La primera, el Colegio de las Madres Bethlemitas, en 1888, regentada por la madre Encarnación, y cuya sede se ubicó en el sitio actual, un lote que había pertenecido al padre Pedro Antonio Holguín, canónigo de Popayán y antecesor de Aguilera en el curato de Palmira. La segunda, fue el Colegio de los Hermanos de María o Hermanos Maristas, que se instaló en Palmira en 1892. Dos años después, el municipio de Palmira celebró un contrato con la Comunidad de los Hermanos Maristas para que administrara la Escuela primaria que funcionaba en la Factoría, mientras el Colegio Público de Varones pasó a tener el nombre de Liceo Palmira. En 1904, y luego de superada la Guerra de los Mil Días, el gobierno conservador celebró un nuevo contrato con la Comunidad de los Hermanos de María, en cabeza del Hermano César Prado, para que regentara la escuela primaria que se ubicó por breve tiempo en la casona que fue sede de la Comunidad de las Hermanas Vicentinas, sitio que hoy ocupa el Colegio San Vicente de Paúl.


Colegio de Cárdenas, 1933 Jorge Terreros

Posteriormente la escuela se trasladó a la casona contigua a la iglesia La Trinidad, hoy Casa de la Cultura. A partir de ese momento, el Liceo Palmira pasó a ser administrado por el Departamento del Cauca, y sus directores y profesores fueron nuevamente personalidades de la vida pública y privada, entre ellos José María Villegas, Ricardo Nieto y José R. García. En 1918 comenzó la construcción de la nueva sede del colegio, ubicada en la Avenida Santander con calle 18. El edificio de estilo republicano lo ordenó a construir el gobierno departamental. El 13 de febrero de 1929, el departamento del Valle del Cauca, a través de la Ordenanza N° 2, propuesta por los conservadores Julio César Arce, Luis Navia Carvajal y Jorge Ulloa, decretó que el Liceo Palmira cambiara su nombre por el de Colegio de Cárdenas, honrando la memoria de don Pedro Vicente Cárdenas Manrique, abogado, académico, político, humanista, auditor militar y líder progresista, hijo de don Pedro Simón Cárdenas, uno de los terratenientes que participó en el movimiento independista de Llanogrande, el 5 de diciembre de 1813. 57


LA PLAZA DE MERCADO DE PALMIRA Y EL BARRIO LAS DELICIAS Desde 1868 un espacio común entre los pobladores de los caseríos de las antiguas haciendas El palmar y San Antonio de Loreto comenzó a tener el uso de lugar de encuentro para el comercio de bienes de pan coger en Palmira. Con el paso de las décadas, ese espacio recreó el imaginario de Plaza de Mercado. Los días sábado, muy de mañana, la gente venida del campo alzaba sus toldos y templaban sus esteras en los polvorientos peladeros para negociar sus cosechas, descalzos y vistiendo sus zamarras y sombreros de copa alta y ala ancha. Hacia 1880 y en el lugar vecino a la plaza de mercado se encontraba El apretadero, otro espacio común de comercio donde, según se narra en el libro Reminiscencias de Palmira, de Alejandro Reyes “ya existía una carnicería”. Terminada la Guerra de los Mil Días, las jornadas de comercio de mercado se trasladaron a ese sitio, al apretadero, porque el centro de la villa ya expresaba otras dinámicas sociales e iniciaba su transformación para convertirse en el Parque de Bolívar. Como dato interesante, la limpieza del apretadero y de la plaza de mercado era realizada por los presos del municipio, después de que terminadas las jornadas de comercio o “las venteruelas”, como llamaban los primeros abuelos al acto de comprar y de vender hortalizas y verduras. El 5 de mayo de 1904 el Concejo Municipal de Palmira emitió el Acuerdo N° 4, con el cual se donaba a la ciudad un lote ubicado entre las actuales calles 27 y 28 y carreras 25 y 26, para que se construyeran unas amplias Galerías. 58


Antiguas galerías de Palmira , 1925 Jorge Terreros

En los libros de Palmira histórica, de Tulio Raffo, y en las Reminiscencias de Palmira, de Alejandro Reyes, se narran los detalles del hecho y del espacio mismo. “La primera parte de esa obra fue inaugurada el 24 de enero de 1907 con una pomposa ceremonia que tuvo como padrinos a Julio Caicedo Prado y a María de Jesús Sánchez de Zapata. Tenía estructura metálica y pisos de cemento y piedra y era administrada por el señor Olimpo Zapata, uno de los socios que invirtieron quince mil pesos para el proyecto. En 1910 se inauguró la segunda parte de la obra con una inversión adicional de diecisiete mil pesos, con la cual se ampliaron los pabellones de veintiséis piezas, cada una con puertas a la calle, espaciosas bodegas, un salón para las carnes, cuatro enormes patios y una pesebrera que podía albergar hasta quinientas bestias”. Desde entonces las Galerías se convirtieron en el sitio habitual de mercado y a la vez en el centro de uno de los barrios más antiguos de la villa de las Palmas: el barrio Las Delicias. Todo ese sector, se decía, fue desde sus inicios un sitio residencial, sano y habitado por familias tradicionales que desde su llegada se dispusieron para el progreso propio y el de la ciudad.

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Antiguas galerías de Palmira , 1925 Jorge Terreros

Esas familias tradicionales fueron los Montes, los Sarmientos, los Escobares, los Herreras, los Jaramillos, los Olayas, los Adarves, los Durán, los Ordóñez, los Astudillos, los Valencia, los Radas, los Lassos, los Sandoval, y otras. “Antiguamente solo había cinco casas por manzana, lo demás eran peladeros y mangones de higuerillo y piñuela. Antes existía entre los vecinos una familiaridad y un espíritu de solidaridad muy arraigado”, decía don Manuel Vivas Paredes. Para 1920 la Villa de las Palmas daba grandes pasos hacia el progreso, ello debido a la aparición de nuevas empresas y a la inmigración de personas venidas de otras ciudades que dinamizaron el comercio local. Uno de esos comerciantes que se arraigó en Las Delicias fue don Antonio J. Sandoval, oriundo del Cauca Grande, quien fundó la fábrica de velas más antigua de la ciudad: Velas Sandoval. Los primeros abuelos lo contaban así: “por esa época comenzaron a abrirse en el barrio las puertas de varias tiendas, como la de doña Rita, que quedaba en la calle 25 con carrera 25; las misceláneas de don Hernando y la de don Ricardo Piedrahita llamada “Aquí me quedo”, la tienda de misia Nativa, la preferida de los niños porque 60


ella siempre regalaba un dulce de leche; la de don Alejandro y Rosalía, un par de abuelos que se querían a morir, y la de don Ricardo Vivas, que tenía el nombre más simpático que un negocio pudiese tener, “El tropezón”, pues decía mi bisabuela que a las cinco de la tarde todo el mundo “caía ahí””. Más adelante se hicieron famosos otros negocios, como la Panadería el Lobo, que surtía de pan a medio Valle del Cauca, los helados de Luis Lele, uno de los primero en vender helados en Palmira, la carnicería de los Ballesteros y la de don Jorge Cadena, herederos del oficio de sus padres, quienes de niños iban a la Estación del tren a ver llegar las reses que los campesinos arreaban por las antiguas y empolvadas calles, camino al matadero. También fueron famosas las sastrerías de don Peregrino Vásquez, la de don Luis Carlos Alvarado y la de don Vicente Echandía, artesanos que confeccionaban los trajes para la gente adinerada, y las zapaterías de don Luis Salazar y la del viejo Rigolai, la más importante de Palmira en aquella época; gozó también de gran prestigio la fábrica de hielo de don Álvaro Gordillo, que una abuela rememora con mucha lucidez (la de la infancia) porque contaba que el hielo se usaba cuando no había neveras y que “una vez llegó mi papá con un cubo a la casa y yo me quedé mirando esa piedra de agua y luego me fui a jugar con las amigas y cuando regresé me puse a llorar porque la piedra estaba más pequeñita”. En ese tiempo los sitios preferidos de los muchachos para ir a jugar eran el río Salado y las pesebreras de don Abel Jaramillo, que quedaban en la actual carrera 24 con calle 26. Fue don Abel, decían, un tipo honorable, buena gente y dueño de las victorias que deambulaban en Palmira, cuando había más victorias que carros. Esas pesebreras fueron el sitio donde los comerciantes y campesinos, venidos de toda parte, guardaban sus bestias el fin de semana. De esas pesebreras para abajo, las viejas casas eran herrerías. Para ese entonces el barrio Las Delicias crecía junto a otros barrios de Palmira, como San Pedro, El Obrero y La Emilia, donde ya construían sus viviendas los trabajadores de los ingenios y trapiches, entre ellos los abuelos y los padres de aquella generación de los años cincuenta que duplicó la población en Palmira con su mestizaje caucano, nariñense, tolimense y antioqueño. 61


A principios de los años cuarenta el barrio estrenó la magia del cine cuando se abrieron los teatros El Delicias y El Bolívar, de propiedad de don “Chepe” Materón. Eran teatros para trabajadores y gente humilde, pues el Materón, en el Parque de Bolívar, y el Martínez de don Gustavo Martínez eran los sitios de encuentro para la clase media y alta. Era la época cuando la Villa de las Palmas llegó a tener hasta siete teatros y los fines de semana personas de otras ciudades, como Buga y Cali, venían a ver los estrenos; los niños entraban a las vespertinas a las dos de la tarde y salían corriendo para no perderse el estreno de las cuatro en el otro teatro. En 1946, a don Primitivo Martínez, un tipo huraño pero muy entregado a Palmira, regaló los lotes para que se construyera un nuevo barrio, el barrio El Recreo, aledaño a Las Delicias, y donaría también los terrenos donde se construyó el Club de Leones, avecindado a la iglesia de las Hermanas Sanclementinas, hoy Colegio San José del Ávila. Dos años después, el 2 de agosto de 1948, ocurrió el incendio de las Galerías, cuando se prendieron en una llamarada consumiéndose en la madrugada casi la manzana entera. Esa noche todos estaban en sus casas porque regía el toque de queda establecido por los liberales que lloraban aún la muerte del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, quien había visitado a Palmira en febrero del mismo año, en plena campaña de su candidatura presidencial. Para darle solución el espacio en común para el comercio del mercado campesino, el Concejo Municipal propuso acciones para crear una plaza de mercado provisional en la antigua casona donde funcionaba el tránsito, donde hoy se alza el Palacio de Justicia. Dos años después se ordenó construir unas nuevas Galerías con estructura metálica, un espacio que fue inaugurado el 20 de diciembre de 1953 y cuya donación (de la estructura) realizó la empresa Manuelita S.A., teniendo en cuenta un diseño de hangar (para los aviones) que hizo importar de Panamá y que había quedado sin usarse durante la Segunda Guerra Mundial. 62


Barrio Las Delicias en día de mercado, 1925 Jorge Terreros

Uno de los sitios de mayor tradición en el barrio Las Delicias eran, por supuesto, los graneros, como el de la familia Escobar y el granero de don Antidio Salas, los mayoristas más grandes de la época dorada de la agricultura en Palmira. Los hombres, campesinos y obreros de las fábricas, tenían sus espacios en el barrio para “sus asuntos”, como decían las abuelas. Esos espacios eran los cafés, donde se hacían negocios comerciales desde las seis de la mañana. En Las delicias estaban los cafés Andaluz, de don Oscar Acosta, quien organizaba presentaciones con varias estrellas de la canción como Tito Cortez, Luis Ángel Mera, Daniel Santos y el Caballero Gaucho; los cafés La Bastilla, el Piel Roja, El Comercio y los Aces del tango, frecuentados por amantes de la música popular, los negociantes de panela, azúcar, fríjol, sorgo y los empresarios adictos a los juegos de billar pull y cartas. El Café Las Delicias, dicen, se hizo popular porque allí los hombres se daban trompadas entre amigos, al darse cuenta que alguno de ellos se había acostado con la hermana. Las usanzas de las mujeres, en cambio, era permanecer en sus hogares haciendo sus quehaceres y cuidando que los hijos no se cayeran de los árboles del patio, que en realidad eran extensos mangones. Los fines de semana lo común para la mujer era salir a mercar que era como un paseo en el que iban de esquina en esquina comprando lo de la semana: la libra 63


de tomate donde misia Anastasia, los veinte pesos de cebolla donde misia Camila, el plátano donde doña Esperanza, la carne donde don Mario, las papas donde misia Esneda y las yerbas donde doña Domitila o doña Aura en el segundo piso de la galería, donde atendían señoras como de cien años expertas en cosas para la buena suerte, como la ruda, el romero, la hierbabuena y el eucalipto, y menjurjes de sietesencias y jabones que se usaban para espantarle las mozas a los maridos. Era en la galería central donde las abuelas compraban las matas de sábila con sus lenguas dentadas, que antaño era tan común verlas colgadas en los ante portones de las casas. Fue así, haciendo mercado, que los fines de semana los niños de aquella generación aprendieron a saber del mundo dejándose llevar de la mano de sus abuelas o de sus mamás, pensando que cada vez que ellas se metían las manos en sus vestidos y sacaban sus billetes de dos pesos, era porque tenían los monederos en algún lugar secreto, entre el brasier y el corazón. Otros de los lugares prósperos y de tradición para el comercio en Las Delicias fueron la Pesquera de don Porfirio Calvache, un pastuso que empezó con la mamá vendiendo pescado en las esquinas y que se creció tanto que ya los sábados llegaban siete, ocho, nueve camiones venidos de la costa que parqueaban en su local para distribuir luego en toda la ciudad; la venta de petróleo de don Tulio López, el dueño del pasaje y que un día, de puro agradecido, le dio por construir un parque para el barrio, el Parque Las Delicias, un lugar que él mismo madrugaba a limpiar manteniéndolo adornado con matas y bancas. También estaba El molino de arroz Palmira, la Trilladora La Especial y la Panadería Flor del Valle, donde las mamás mandaban a comprar el pandeyuca para la casa, tan rico como el de la receta de doña Susana Maquilón; el mondongo de Las Navas, la avena de la Frigorífica y la cuajada del negro Riverside, que era en lo gastronómico lo más famoso de Palmira en aquella época. También gozaron de mucho prestigio las señoras a quienes les 64


Plaza de mercado de Palmira, 1960 Archivo Biblioteca Jorge Garcés Borrero

decían “Las bastantes”, quienes en diciembre vendían natilla, pandebono, hojaldras, suspiritos y dulces de panela; los sifones de don Gabriel Herrera, la fritanga de Los arrieros, “donde los enguayabados iban a embolatar el tufo” y los sancochos de pajarilla “levanta muertos” que vendía doña Rafaela, en el segundo piso de la galería. Eran los tiempos cuando no había ladrones y los hombres podían amanecer borrachos en los andenes con la plata en el bolsillo que con esa misma plata amanecían. Desde entonces Las Galerías de Palmira se convirtieron en el sitio de encuentro tradicional para el intercambio de energía entre la zona rural de montaña y la zona urbana. En las décadas siguientes, los fenómenos comerciales como la concentración del comercio por parte los grandes productores mayoristas y la aparición de las grandes superficies, y los fenómenos sociales como la violencia en el campo y su consecuente desarraigo, menguaron el esplendor de las galerías como uno de los espacios referentes de nuestra historia, que denotaron los imaginarios más expresivos de nuestras tradiciones agrícolas. Hoy en día es más económico traer papa de Nariño que producirla en nuestros propios páramos. Hoy el antiguo barrio Las Delicias prácticamente ha desaparecido. 65


LA GRANJA EXPERIMENTAL AGRÍCOLA DE PALMIRA

Edificio administrativo de la Granja experimental agrícola de Palmira, 1940 Archivo fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

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El 22 de noviembre de 1907 el concejo municipal de Palmira dictó el Acuerdo N° 82, ordenando que “en la ciudad de Palmira se fundará una estación agronómica para pastos, materiales fibrosos, frutas y razas mejoradas de animales, a establecerse en la hacienda El Papayal, en el paraje el Edén”, un predio que pertenecía a don José María Rivera Escobar. En los años siguientes, el reconocido médico caleño Evaristo García, egresado de la Universidad Nacional de Colombia en Febrero de 1872, y quien hizo estudios en París y Londres e investigaciones sobre lepra, beriberi y paludismo, presentó la idea de crear un centro de investigaciones la Asamblea del Valle del Cauca, donde no tuvo acogida. Fue solo hasta 1926 cuando el gobierno nacional dispuso a través de la Ley 41: “fundar una granja experimental en cada uno de los departamentos”. Ese mismo año, Carlos Holguín Lloreda, diputado a la Asamblea, aprobó la Ordenanza Nº 21 que creaba en el Valle del Cauca la Secretaria de Industrias, nombrando a Ciro Molina Garcés como primer titular. Los primeros logros de Ciro fueron difundir el informe de la Misión Manchester, dirigida por Arnold Pearse, acerca de las ventajas del Valle del Cauca para el cultivo de algodón, y crear la Imprenta Departamental del Valle, como parte esencial de divulgar los avances en materia científica. Desde ese momento, y junto a Demetrio García Vásquez, hijo de Evaristo García, Ciro se empecinó en poner en marcha la Estación Agrícola Experimental. El primer reto fue la adquisición del predio, un lote de la antigua Hacienda Santa Bárbara, de propiedad de Francisco Rivera Escobar, de 417 fanegadas, comprado con recursos departamentales y nacionales, a través de escritura pública N° 253 del 21 de diciembre de 1928.

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Como antecedente, en 1909 se había creado en Tucumán, Argentina, la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Culombres, y en 1910, los productores de Puerto Rico se unieron para crear su propia Estación Experimental Agrícola, especializada en cultivos de caña de azúcar. La tradición de estos centros de investigación comenzó por la necesidad de Inglaterra de aprovechar la ciencia y la tecnología como modelos de producción, teniendo en cuenta las favorables condiciones de mercado generadas por la Revolución Industrial. Los países latinoamericanos buscaron “expertos agrícolas” y hombres de ciencia para desarrollar sus instituciones de investigación y mejorar su productividad agrícola como estrategia de competitividad, enmarcada en la apertura liberal. Estado Unidos logró que esa transferencia de tecnología significara presencia y control político en los países centroamericanos y suramericanos, donde fue exponencial la importación de bienes de consumo y de materias primas agrícolas y mineras. En 1875 los estadounidenses fundaron la primera estación siguiendo el modelo europeo que concebía el cultivo experimental como unidad de estudio. En 1927, ejecutivos de Bogotá habían realizado gestiones para traer la Misión Lemostierre y fundar una facultad de agronomía en Cundinamarca. Sin embargo, Carlos Holguín Lloreda, Gobernador del Valle del Cauca, y Ciro Molina Garcés, se adelantaron y gestionaron para el Valle del Cauca la Misión Chardón, de Puerto Rico, liderada por el doctor Carlos E. Chardón. El objetivo era estudiar los problemas agrícolas, económicos y sociales derivados del sistema

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Tractores de la Colonia de Japoneses, 1942 Archivo fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

productivo de la región y dar respuesta a la grave crisis del sector debido a plagas y a la exigua tecnificación. Para contrarrestarla, el gobierno había decretado la Ley de emergencia que dio vía libre a la importación masiva de alimentos que amenazaba la industria agropecuaria. La misión arribó en abril de 1929 y sus estudios coincidieron con la llegada de las primeras familias de japoneses a la colonia agrícola instalada en Corinto, promovida por Ciro Molina Garcés. Meses después, el informe que el científico puertorriqueño rindió a la Asamblea Departamental del Valle del Cauca puede resumirse en las siguientes palabras: ¡Señores, qué pasa, por qué con toda la riqueza de estas tierras no se han desarrollado!” El primer director de la Granja Experimental Agrícola fue el ingeniero agrónomo Carlos Durán Castro, quien realizó el programa de investigación, dotó a la institución de los primeros equipos de laboratorio y motivó con mucho fervor la divulgación científica en revistas y magazines. Las primeras semillas que se estudiaron en la Granja Experimental Agrícola de Palmira fueron de caña 69


dulce (POJ-2878), enviadas por el científico puertorriqueño para reemplazar las tradicionales Creole y Otahiti. Le siguieron estudios de arroz, fríjol, soya; los estudios de frutales fueron iniciados por el agrónomo boliviano Manuel Jesús Rivera, quien adoptó nuevas variedades que darían origen a la fruticultura nacional. En 1930 comenzó la construcción del edificio industrial de dos plantas a cargo del ingeniero civil Antonio Lozano, donde se instalaron las máquinas seleccionadoras de semillas, las desmotadoras de algodón, las bodegas de almacenamiento y las oficinas administrativas. Se alzaron además de tres casas de estilo chalet inglés (¿por qué inglés?) para el director y dos de sus técnicos, llamadas Bolívar, Sucre y Córdoba. Años más tarde, se construyeron nuevas casas, llamadas Ricaute, Giradot, Santander y Caldas, construidas por el arquitecto bogotano Roberto Sicard Calvo. El primero de julio de 1938, La Granja Experimental Agrícola pasa a ser propiedad de la nación adscrita al DIA, El Departamento de Investigación Agrícola, del Ministerio de Agricultura. Se intensifican los estudios de caña, arroz y frutas tropicales. En 1943 el DIA crea el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, con los programas de investigación en ciencias y medicina veterinaria, y se amplían las investigaciones en maíz y cacao. Durante su gestión en la Granja Experimental Agrícola y como jefe del Departamento de Agricultura y Ganadería del Valle del Cauca, Carlos Durán Castro, al igual que Ciro Molina Garcés, defendieron su tesis de iniciar en Colombia un programa de seguridad alimentaria a través del estudio de los productos agropecuarios más relevantes, teniendo en cuenta el medio ambiente y el mejoramiento de las condiciones económicas de los campesinos colombianos.

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Antigua Calle del Comercio de Palmira Jorge Terreros

Para 1955 la Granja Experimental de Palmira era como el “Club Social” de la ciudad donde se daban cita las personalidades políticas y de la investigación más connotadas a nivel nacional e internacional. En 1929 Ciro Molina Garcés había escrito un texto para explicar los alcances de la Misión Chardón. El último párrafo dice: “Sólo podrá llegar al triunfo la Secretaria de Industrias del Departamento, si cuenta, como hasta hoy, con el concurso de todos; cuando cada ciudadano se convenza de que realiza en ello un deber patrio. Un continuo esfuerzo, a despecho de todas las incomprensiones, debe llevarnos a producir todos nuestros alimentos y luego producirlos para la república. Un pueblo que no produce su comida no es un pueblo libre, y son los agricultores los que están llamados a completar la obra de nuestros próceres”. Actualmente, ni la formación ni la divulgación de la investigación científica en Palmira incluyen en su completa dimensión los saberes de las culturas nativas de Colombia. A pesar de que contamos con uno de los centros de investigación más importantes del mundo (CIAT) el campo palmirano es uno de los más abandonados del país. 71


LA FACULTAD DE AGRONOMÍA Y LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Facultad de Agronomía, Universidad Nacional de Colombia, sede Palmira, 1952 Archivo fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero 72


Desde 1913, la Asamblea departamental del Valle del Cauca había propuesto a través de la Ordenanza N° 28 del 18 de abril la fundación de una Escuela Normal de Agricultura Tropical y de Veterinaria. Una de las mayores influencias en la investigación en esa época eran las que se hacían con los cultivos de caucho, el “oro blanco”, en Brasil. Manaos era el epicentro de inversión, al igual que los llanos orientales colombianos. En 1931, el senador Demetrio García Vásquez, lideró la aprobación de la Ley 132 del 9 de diciembre, que enunciaba la creación en el Valle del Cauca de una Escuela de Agricultura Tropical y del Consejo Nacional de Agricultura, una entidad encargada de fomentar los servicios de investigación, enseñanza y divulgación científica. Esta idea solo pudo realizarse hasta 1934, cuando Demetrio García Vásquez, ya elegido Secretario de Agricultura del Valle del Cauca, emitió el Decreto N° 262 con el cual se creó en Cali la Escuela Superior de Agricultura Tropical con un plan de estudios de cuatro años. El doctor Luis Felipe Rosales era el gobernador. Su visión fue: “Superar el pesimismo, las rutinas ancestrales empíricas, la tendencia de la juventud a estudiar la superficial y anacrónica instrucción literaria y la decadencia universitaria de índole libresca atiborrada de médicos y de abogados, aleros de la mendicidad pública”.

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Primera sede de la Escuela de Agricultura Tropical, 1934 Archivo fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

Esta escuela inició actividades el 5 de noviembre de 1934 en una casa ubicada en la avenida sexta donde funcionaban los laboratorios del departamento. Ocho alumnos, bajo la dirección del doctor Ignacio Vidal y Guitart, profesor catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, en España, emprendieron el plan de estudios que se aprobó siguiendo los lineamientos de la Escuela de Vicosa, de Brasil, y estableciendo como obligatoriedad los trabajos prácticos en cada una de las materias en las distintas granjas del departamento. Los profesores que acompañaron a Ignacio fueron: Jaime Villegas, Manuel J. Lenis, Belisario Lozada, Mario

Caicedo y Guillermo Rentería que a la vez era el jefe de disciplina. El 23 de febrero de 1939, la Escuela de Agricultura Tropical graduó los primeros cinco alumnos con el título de agrónomo, uno de ellos fue el palmirano Adalberto Figueroa Potes, hijo de Gentil Figueroa Cáceres y de Ernestina Potes, nacido el 7 de marzo de 1914, el más destacado por sus logros académicos. Entre 1940 y 1942 se graduarían 23 profesionales.

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Entrada principal a la Universidad Nacional de Colombia, sede Palmira, 1952 Tractor donado por la Colonia de Japoneses Archivo fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

En 1944 la Asamblea Departamental del Valle del Cauca emitió la Ordenanza N° 62 del 23 de junio, con la cual dispuso el cambio de nombre de la Escuela de Agricultura Tropical por el de Facultad de Agronomía, y ordenó la construcción de una nueva sede en Palmira. En 1946 la facultad fue adscrita a la Universidad Nacional de Colombia. A ella se vincularían las fundaciones Rockefeller, Guggenheim, Kellogs y el Michigan State College, con aportes destinados a la construcción de los bloques del campus y a los laboratorios. Estas obras se realizaron entre 1948 a 1953. Desde esa fecha comenzaron las becas y los programas de investigación.

Entre los planes de extensión, la Facultad de Agronomía creó los clubes 4C: “Cabeza, corazón para el campo colombiano”, y los Clubes 4S: “Saber, salud, servicio y sentir”, grupos de profesionales y estudiantes que visitaban las zonas rurales de influencia para dar asistencia a los campesinos; enseñaban desde cómo hacer una huerta casera hasta cómo inseminar una vaca. “Cuando se escuchaban dos cohetes era porque venían los agrónomos, y cuando se escuchaban tres, era porque venían los veterinarios”, explicaba Adalberto Figueroa. En poco tiempo, la facultad se convirtió en una de las instituciones más prestigiosas de educación superior en América latina. 75


LAS FIESTAS NACIONALES DE LA AGRICULTURA Para potenciar el auge productivo de la región, y siendo Palmira la ciudad protagonista en materia agrícola del país, el gobierno nacional le otorgó a la villa de las Palmas, mediante la Ley 51, el aval para realizar las Fiestas Nacionales de la Agricultura. La Junta Organizadora del evento fue nombrada por el Concejo Municipal de Palmira a través del Acuerdo Nº 8 de febrero 8 de 1940. No obstante, los antecedentes de estas celebraciones tuvieron su origen muchos años atrás. En 1898 el Concejo Municipal de Palmira emitió el Acuerdo N° 160 del 2 de marzo, dando vida a la primera Feria Pecuaria precedida por el doctor Cipriano María Duarte en la hacienda de la familia Herrera Prado. En su Junta Organizadora participaron Narciso Cabal, Luis Felipe Rosales, Carlos Belden y Francisco Rivera Escobar. Según el cronista Alejandro Reyes, en su libro Reminiscencias de Palmira, el principal objetivo de las ferias, más allá del asunto económico, fue permitir que los liberales pudieran reunirse en secreto a tratar sus posturas políticas, en referencia a la difícil situación de gobernabilidad del país y tramar el apoyo a las fuerzas revolucionarias del Cauca que tomarían parte en la Guerra de los Mil Días.

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En 1916, y para celebrar el término de las obras del Ferrocarril del Pacífico, el Concejo Municipal de Palmira emitió el Acuerdo N° 41 del 21 de Julio con el cual creó la Cámara Agrícola Provincial de Palmira, conformada, entre otros, por Domingo Irurita, Carlos Becerra Cabal, Carlos E. Cifuentes y Ernesto Holguín, encargados de organizar unas exposiciones agrícolas, artísticas, industriales y pecuarias que conmemoraron la llegada oficial del tren a Palmira, el 7 de agosto de 1917.

Afiche de las Fiestas Nacionales de la Agricultura, 1965 Archivo fotográfico Revista Acontecimientos

Esas ferias premiaron a los expositores en todas las categorías. En interpretación artística se premiaron las mejores composiciones musicales en piano, violín y flauta, y en pintura y bordados de seda; en la exposición de artes se premió lo mejor en joyas de oro, plata y bronce, y en calzado y obras talladas en madera y alfarería; en la exposición industrial se premió lo mejor en cigarrillos, bebidas fermentadas, sombreros de iraca, fósforos, velas y jabones; en la exposición agrícola se premió lo mejor en café, tabaco, cacao y azúcar, en las categorías de ingenios hidráulicos e ingenios de vapor; y la exposición pecuaria premió los mejores ejemplares de semovientes, caballos y yeguas de silla, reproducción y tiro.

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Visita de ejecutivos de Bogotá a Palmira, 1964 Archivo fotográfico familia Barney Materón

En 1935 el presidente del concejo municipal de Palmira, doctor Francisco Rivera Escobar, impulsó con el secretario del recinto, señor Gregorio Hernández Saavedra, la creación de las Ferias del Dulce a través del acuerdo N° 51 del 16 de agosto, que dice: “Declárese el 24 de junio de cada año fiesta cívica municipal para la celebración de las Ferias del Dulce, con el fin de enaltecer la patriótica y tesonera labor de las industrias del ramo de este municipio”. En 1937 el Concejo Municipal impulsó la creación de las Fiestas Mensuales del Ganado. Tres años después se realizaron las Fiestas Nacionales de la Agricultura, reinauguradas en 1958 por el propio presidente de la república, Alberto Lleras Camargo, quien desde el balcón del antiguo Club Cauca expresó a todo pulmón: “¡Así es que quería ver a Colombia, carajo!”

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Reapertura de las Fiestas Nacionales de la Agricultura, 1958 De izquierda a derecha: Guillermo Barney Materón, alcalde de Palmira, y Alberto Lleras Camargo, presidente de Colombia. Archivo fotográfico familia Barney Materón

Las Ferias Nacionales de la Agricultura fueron el evento que año tras año le revelaron al país y al mundo las riquezas y fortalezas de Palmira, posicionada en un privilegiado renglón de la industria y la economía del país como la Capital Agrícola de Colombia, una identidad que promovió don Jaime Bejarano desde su emisora Armonías del Palmar. Las calles se abrían dando paso al majestuoso desfile de maquinaria y a la variedad de productos que simbolizaban la fertilidad y generosidad de nuestras tierras y el carácter de la investigación científica, concebida al servicio de la sociedad por líderes como Guillermo Barney Materón.

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INDUSTRIAS METร LICAS DE PALMIRA

Ejecutivos y oficinistas de Industrias Metรกlicas de Palmira, 1960 Archivo fotogrรกfico Familia Agudelo

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En 1931 la Vallejo Steel Works cambió su razón social y adquirió el nombre de Industrias Nacionales Vallejo S.A., en la que los hermanos Vallejo continuaron como accionistas mayoritarios, en compañía de otros socios como la familia Carvajal, Henry James Eder, Pablo Borrero y Leonardo Tafúr Garcés, socios que invirtieron en la ampliación de las instalaciones y en la adquisición de nuevas máquinas, como dobladoras de tubo, soldadores de punto, rizadoras de alambre y otras de tecnología avanzada para la época. Estas inversiones se realizaron con el fin de aprovechar el expansivo mercado de obras públicas y privadas de la región, especialmente del sector agrícola, que emprendía su auge gracias a los ingenios y a los inmigrantes japoneses, que en la década de los años cuarenta ayudaron a que la región diera el salto de la yunta de bueyes al tractor. En la década del cuarenta, Industrias Nacionales Vallejo cambia nuevamente su razón social y nace Industrias Metálicas de Palmira; es cuando los directivos invierten en nueva maquinaria con el fin de satisfacer la creciente demanda nacional y extranjera, aprovechando el déficit productivo de materiales de acero por parte de los países involucrados en la Segunda Guerra mundial. Con estas inversiones, la empresa aumentó su fuerza laboral a ciento cincuenta personas e incursionó en la fabricación de otros productos como catres de hierro, cercas ornamentales para jardines y parques, mallas y tejidos de alambre, puertas, postes angulares de hierro, y distintos muebles de acero como sillas, mesas y butacas, que pasaron a ocupar un renglón importante en la demanda nacional. En 1951 los directivos de Industrias Metálicas de Palmira importan de Estados Unidos nuevas máquinas moldeadoras e inyectoras para los procesos de extrusión que le permiten introducir innovaciones en los diferentes modelos y dar al renglón de muebles metálicos una nueva proyección. 81


Oficina principal de IMP en en el centro de Palmira, 1965 Archivo fotográfico Revista Acontecimientos,

En 1956 la empresa adquiere la máquina Yoder para la fabricación de tubería elíptica, cuadrada y redonda suficiente para satisfacer la gran demanda que había de este material. Con esas inversiones los resultados no se hicieron esperar. A mediados de los años cincuenta IMP era la empresa líder en la industria metalmecánica en toda Colombia. Para 1960 las instalaciones de la planta no daban a vasto con la producción. Es cuando los socios emprenden la construcción de una nueva sede para satisfacer las exigencias de crecimiento. Un año después, con troqueladoras, fresadoras y matrices al hombro, los directivos y obreros de IMP se trasladaron a la nueva y moderna fábrica, construida en un lote de 32.000 metros cuadrados ubicado en la zona sur de la ciudad, contigua a la Facultad de Agronomía. Dicha ampliación permitió dinamizar las secciones de metalmecánica, carpintería, tubería, cromado, niquelado y pintura, incrementándose a su vez la necesidad de personal. Para ese entonces, la empresa ofrecía a sus clientes una extensa gama de productos que reunían calidad, precio y diseño, en sus principales líneas de muebles metálicos y de madera para el hogar y la oficina, y una línea institucional que atendía contratos específicos de dotación 82


mobiliaria para hoteles, hospitales, colegios, cafeterías y teatros, además de una variedad de materiales para construcción. Las referencias comprendían sillas, mesas, escritorios, bifes, armarios, archivadores y camas, fabricadas con diseños exclusivos, gracias a las matrices realizadas por el nuevo gerente de la empresa, el ingeniero James Maurice Koon. Eran muebles fabricados con óptimos procesos industriales que convertían el acero, la madera, el plástico, la fibra de vidrio, el vinilo, el mimbre y el cuero, en completas y variadas líneas mobiliarias que integraban estructura funcional, belleza y armonía. Por eso no había casa, oficina, ni establecimiento comercial en el Valle del Cauca que no tuviese al menos una mesa cuadrada y una silla plegable AC4 fabricada en IMP. Con ese estándar de calidad y variedad, IMP alcanzó pronto prestigio en el mercado internacional, ubicando con éxito sus productos en países como Panamá, Ecuador, Venezuela, Costa Rica, Estados Unidos y Japón. También fueron de gran demanda los muebles cuya cojinería era fabricada con un novedoso proceso de poliuretano premoldeado en frío y forrada en lonaflex, seda custom y kordobán, éste último material tan popular que las mujeres de Palmira andaban todas pinchadas con bolsos tejidos con los retales que regalaba la empresa. En 1962 la American Management Asociation nombró a IMP como una de las cuatro mejores plantas construidas en Sudamérica, dedicándole un especial artículo en la revista International Management en su edición de agosto de ese mismo año. Para ese entonces IMP tenía cerca de mil cuatrocientos operarios. Su influencia dio origen a la diversificación de la industria del mueble en la ciudad y a la dinamización de la empresa metalmecánica en la región. Actualmente, las instalaciones abandonadas de IMP sirven como espacio para la realización de videos musicales y como set para fotográfia y danza contemporánea. Casi cuarenta años después de cerrada la empresa, ninguna otra, de la misma dimensión y prestigio, se ha instalado en Palmira. 83


LOS CAFÉS TRADICIONALES El café más antiguo del que se tenga noticia en Palmira es el Café Cantante, fundado a principios del siglo veinte por el maestro Solóm Espinosa. Aparecieron luego el Café Bar Central, de don Emilio Concha, fundado en 1918; el Café Mónaco, de don Alberto Mejía, ubicado en los bajos del antiguo Club Cauca; el Café Latino, de don Rafael González R., fundado en 1928; y el Café Bolívar, de don José E. Salazar, abierto en 1933, ubicado en la casona de la esquina de la calle 30 con carrera 29, donde funcionó después el Café Molino Rojo, frecuentado por los hacendados y comerciantes de ganado que lo llamaban “el café perrero”. En la década del cuarenta aparecieron el Café Bogotá, de propiedad de los hermanos Quevedo, también restaurante; el Café Colombia, ubicado en la casa de don Lisandro Figueroa, hoy una sede de un local comercial, donde se reunían los muchachos de corbatín del Cárdenas y los de corbata del Champagnat para pistiar a las señoritas que salían de los colegios para armar planes de “cocacoliar” en el Salón Palmira. Fueron muy populares los cafés del barrio Las Delicias, cuando era un barrio prestante. El más antiguo, el Café Imperial, fundado por don Honorio Herrera, especializado en ofrecer toda la variedad de juegos de azar y donde un japonés, dicen, perdió al póker el carro, la finca y hasta la mujer. Estaba el Café Comercio en la carrera 26 con calle 27, donde se jugaba billar pool, 24 y naipe; el Café Asti, que era frecuentado por los “chulabitas” que armaban balaceras; el Café Piel Roja, donde iban los bohemios comerciantes de cebolla; el Aces del tango, el Café Delicias y el Café Chile, de don Jesús López, quien tenía una tortuga gigante como mascota y un novedoso poster de una gallada de perros que jugaban billar. 84


Casona tradicional de Palmira, 1965 Archivo fotográfico familia Barney Materón

Fueron también concurridos el Café Centenario, de don Lucindo Velasco, en el barrio Uribe, el Café Popular, de la familia Bedoya y el Café Andaluz, de don Vicente Agredo, el preferido por los estudiantes de la Facultad de Agronomía, porque allí trabajaban las más hermosas coperas y se presentaban cantantes como Tito Cortés, Olimpo Cárdenas y Daniel Santos. En aquella época los cafés eran los sitios de interacción cultural por excelencia. Alrededor de un tinto se hacían los negocios más importantes, se especulaba, se tramaba, se bebía. Los hombres leían el periódico y se hacían embetunar mientras cuadraban los viajes de panela y la carga de algodón. Para todos había algo de ese porvenir de antaño, confiable, porque todo se hacía con negocios de palabra en una época donde importaba mucho si se era liberal o conservador y no obstante predominaba el señorío y el don de gente. 85


Los hombres vestían camisas de puño y cuello almidonado, calzonarias y zapatos tres coronas y olían a agua florida de Murray, a Old Spice de Shulton o a alhucema mentolada que usaban después de afeitarse. Entraban con sus cabelleras engominadas con aceite de aguacate yemail, glostora o agua de lechuga, imitando el peinado de Gardel y fumaban cigarrillos Sol, conocidos como los “patialzados” (porque la cajetilla tenía la figura del diablo levantando un pie) y Camel y Piel Roja, que venían en cadetes de 144 unidades, o Pierrot, llamados “los viuditos”, por el color oscuro de su papelillo. Uno de los cafés más importantes para 1950 fue el Café Lux. José Félix Restrepo Franco era el dueño. Había llegado a Palmira de pantalón corto proveniente de Amagá, Antioquia, para vender mercancías en una carretilla. El primer negocio que abrió fue el Café Félix erre, ubicado en la calle 28 entre las carreras 26 y 27, frente al antiguo Café París; más tarde se asoció con don Jaime Mejía para administrar el Café Bastilla; en el 53 le alquiló a don Saulo Torres el Café Palmira y el Salón Palmira, los más prestigiosos; y en el 55 le compró a don Daniel Arango el Café Alcázar, ubicado en el edificio Ricardo Suárez, que reabrió con el nombre de Café Lux. Quienes iban a ese café lo hacían especialmente por el comercio, en sus mesas se citaban los martes los empresarios y hacendados locales con los antioqueños, tolimenses, costeños y bogotanos para mover sus chequeras y comprar y vender cualquier cantidad de productos agrícolas, en la que solía ser la despensa más grande del suroccidente colombiano.

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Calles del centro de Palmira, 1960 Archivo fotográfico de Palmira

A la derecha del Café Lux estaba el hotel de doña Rosario López. Al frente estaba el restaurante El Dorado y diagonal el consultorio del doctor Iván Botero Vallejo, donde los estudiantes de los colegios iban a sacarse radiografías de sus pulmones para descartar la tuberculosis y poder matricularse. En la esquina de la 30 se ubicaba la droguería San Jorge, de Daniel Paz, y la droguería Mundo, de don Cayetano Caicedo. Los fines de semana se organizaban en el café espectáculos con artistas de renombre como Luis Ángel Mera, Víctor Lerma y Jhonny Pinillos y su café se colmaba con los seguidores de la música de Matilde Díaz, Toña “la negra”, Leo Marini, Ortiz Tirado, Mojica, Magaldi, Hugo Romani: que entraba a echar chistes malos, y muchos de los japoneses que ya protagonizaban la revolución agrícola en Palmira. 87


PALMIRA, CAPITAL MUNDIAL DE LAS BICICLETAS, 1960 Hacia 1910 Palmira se convertía en la segunda ciudad del departamento por la construcción de importantes obras civiles, al surgimiento de nuevas empresas agroindustriales y al comercio de materiales y bienes que traían los barcos a vapor de la Compañía de Navegación del Río Cauca y la Compañía Fluvial de Transportes, que atracaban en Puerto Yumbo. Uno de esos nuevos comerciantes era don Tulio Raffo, propietario de la Casa Comercial Tulio Raffo, quien importaba artículos como máquinas Singer y bicicletas de Europa. Los primeros almacenes de venta de bicicletas en Palmira fueron La Ferretería Central, de don Rodolfo de Roux y el Almacén Ruiz, ubicado diagonal al actual Banco de Colombia, negocios que aparecieron alrededor de 1912. Uno de los aspectos que comenzó a dinamizar el uso de la bicicleta fueron las competencias de ciclismo. El 14 de abril de 1926 se inició en la ciudad la construcción del acueducto y alcantarillado, obras que se inauguraron el primero de octubre de 1929; para el acontecimiento, la alcaldía ideó como actividad conmemorativa una competencia cívica de ciclismo, un circuito de seis giros partiendo del Parque de Bolívar hasta la parroquia de La Trinidad, bajando por la antigua calle doce y retornando hacia el centro por la Avenida Rivera Escobar. El ganador del circuito fue el adolescente Jaime Bejarano, un vendedor de periódicos; el segundo fue Gabriel Revéis Pizarro, quien sería Ministro de Defensa de Colombia en el gobierno de Guillermo Valencia, y el tercero fue Antonio Palomino, fundador de una funeraria.

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Grupo de ciclistas recreativos de Palmira, 1950 aprox Archivo Biblioteca Centenario de Cali

Para la década de 1930 la economía de Palmira y de la región se diversificaban debido a la apertura del Ingenio Central Azucarero, fundado por don Modesto Cabal Galindo, y el Ingenio Río Paila, fundado por don Hernando Caicedo Caicedo. La aparición de la Granja Experimental Agrícola y la apertura de la Escuela Superior de agricultura Tropical colocaron en primer plano el papel de la investigación científica en el crecimiento de la productividad. Esas circunstancias y el empuje que le brindó a Palmira el ingenio La Manuelita desde principios de siglo le permitieron a la región no sólo incrementar su molienda, sino mostrarse a nivel nacional como un oportuno escenario de inversiones. Las ciudades y haciendas vallecaucanas se entreveraban en caminos y las necesidades de mano de obra ampliaban los horizontes de realización social. En ese nuevo panorama, el automóvil era apenas un lujo de las familias pudientes y el transporte público, en el caso de Palmira, era cubierto por las tradicionales victorias de don Abel Jaramillo. Todavía eran extrañas las bicicletas austriacas Brenavor y las húngaras Husqvarna que llegaban en tren desde Buenaventura. 89


Palmirana montando en bicicleta, 1946 Fotografía archivo famiila Figueroa González

Durante la década del treinta, las competencias de ciclismo siguieron motivando el uso de las bicicletas; parecía existir cierta necesidad de expresar gallardía a través de ellas. En 1930 Antonio J. Sandoval, un joven microempresario, salió triunfante en la primera carrera intermunicipal que partió de Palmira hasta el parque central de Pradera. En 1935, Adolfo Parra, Jorge E. Motoa, Ovidio Montaño, Jaime Bejarano y otras dos personas, partieron en bicicleta hacia Medellín en una aventura que tardó siete días; en el Valle de Aburrá fueron recibidos por el propio alcalde, el doctor Canuto Toro, en la estación del tren de Alpujarra. Hacia 1935 surgieron dos nuevas empresas, el Ingenio Mayagüez, de don Nicanor Hurtado y el Ingenio María Luisa, de don Ignacio Posada. En los años siguientes engrosaron la lista Oriente S.A., de la Sociedad Heliodoro Villegas y Francisco Chavarro; Santa Rosa, de don Hernando Becerra Navia; San José, de la familia Sierra; Belén, de la familia Chavarro; Pajonales, de don Harold Eder; San Carlos, de don Carlos Sarmiento; 90


Papayal, de Narciso Díaz y José María Rivera; Pichichí, de don Modesto Cabal Galindo; La Esperanza, de los hermanos Salcedo; Meléndez, de los Garcés Giraldo; San Fernando, de los Cabal Pombo, y El Porvenir, de los señores Gregorio Fishman, Jorge Michonic y Moisés Seinjet. Esos ingenios se sumaron a los más de trescientos trapiches paneleros, al desarrollo técnico agrícola promovido por los japoneses y al surgimiento de la industria metalmecánica. Estas circunstancias y la topografía amable de la región permitieron que la bicicleta fuera la mejor opción para la clase obrera y por ello las empresas comenzaron a financiarlas. A las cuatro de la mañana se llenaban las calles con los trabajadores que pedaleaban hacia las fábricas y a los cultivos llevando sus fiambres envueltos con hojas de plátano y sus zumbos llenos de agua de panela. La bicicleta comenzó así a crear culturas: en ellas iba la gente a conseguir los plátanos a la galería, a comprar el kumis en “la mancha roja” y a buscar por los peladeros cerca al cementerio las hojas de archucho que pedía la abuela para hervírselas al enfermo de amígdalas o las hojas de pringamoza que se ponían debajo de los colchones donde dormían los niños que se orinaban en la cama; en ellas se repartía la leche y se amarraban en la parrilla las gallinas del almuerzo y los muchachos iban en gallada a los charcos del río Palmira y a comer melado a los trapiches. La bicicleta era algo así como un lenguaje común que unía las costumbres del viejo con el nuevo continente, pues buena parte de la reactivación económica de los países europeos durante la postguerra fue a través de la industria y la producción de bienes. Inglaterra exportó a todo el mundo sus bicicletas Philips y Raleith. Otras marcas populares fueron Hércules, Regina, Boteechia, Humbert, Gorechy, Stooky, Casanave, Rugiere, Peugeot, Hofmark, Monark y Automoto, fabricadas en Alemania, Italia y Hungría. Aquellos modelos incluían las lámparas de dínamo, que funcionaban al pedalear. 91


En 1952 don Harold Eder, gerente de La Manuelita S.A., hizo construir para los corteros y operarios del ingenio la primera ciclo ruta de Colombia, un tramo vial que iba desde la calle 42 hasta la nueva sede El Rosario, integrando así al concepto de productividad el transporte, al tiempo que atendía los altos índices de accidentalidad y muerte en la carretera. Para 1950 era tanto el auge de la bicicleta en Palmira que comenzaron a aparecer locales de alquiler. Los más entusiastas negociantes fueron Aldemar Ayala, en el Parque Obrero; Pastora Ospina, en el barrio Uribe; don Jesús Durán y don Luis Parra, en el Parque de Bolívar; don Ignacio “nacho” Beltrán, frente a la iglesia La Trinidad; Abel Ramírez, en la galería Las Delicias; y don Hernán Lora, frente a la iglesia Los Carmelos. Aquellos tratos reflejaban otra escala de valores, sin facturas ni garantías se rentaba una bicicleta durante una hora por cincuenta centavos. También se alquilaron triciclos. El primero en hacerlo fue don José Ovidio Arana en el Parque Joaquín Lasso (Parque Obrero) donde quedaban las terrazas Roma y Brasilia. Los fines de semana los niños de las familias hacían competencias dándole vueltas al parque. Pronto esas carreras se extendieron al Parque de Bolívar y motivaron certámenes infantiles en Cartago, Roldanillo y Cali, donde los niños palmiranos, patrocinados por la Policía Vial, imitaban a sus ídolos Jorge Luque, “el águila negra”, al negro Lucumí, de Puerto Tejada, a “galo” Chiriboga y a Jaime Perdomo, el primer palmirano que corrió la vuelta a Colombia, junto a Ramón Hoyos, en 1951. Fue tanta la afición por la competencia nacional que los rectores de las escuelas se veían obligados a declarar el día libre para que los estudiantes pudieran salir a ver pasar a los ciclistas que eran recibidos como héroes. Los niños esperaban la caravana con vasos de agua que les arrojaban a los ciclistas para refrescarlos y corrían detrás de los camiones patrocinadores que arrojaban chocolatinas y bolsitas de café.

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Celebración del día Internacional de la Bicicleta, 1981 Fotografía Giovanni Saa.

En 1948 don Fernando Abreu fundó con varios bomberos voluntarios de Palmira el Club Olímpico, con el cual comenzó en firme el ciclismo competitivo en la región. Allí iniciaron Walter Daza de la Cruz, Enrique Sánchez, Oscar Salinas y los hermanos Clavijo, oriundos del corregimiento de El Bolo. En 1950 nació el Club Halcones, fundado por doña “chava”; su sede fue la latonería El progreso, ubicada en el barrio Las Delicias, y lo integraban Eduardo Guzmán “pipilín”, “calancho” Cabal, Jaime Perdomo y otros que entrenaban yendo hasta Tienda Nueva y Potrerillo o haciendo “la vuelta al cielo”, un circuito entre Palmira, Pradera, Florida y Candelaria. Las competencias cortas se realizaban en la vía destapada que iba desde la hacienda San José hasta Aguaclara y las largas, conocidas como “dobles”, se hacían desde Palmira hasta Buga, Pradera, Popayán y Zarzal. También se hacían circuitos alrededor del Parque de Bolívar patrocinados por el almacén El Balín de propiedad de Ricardo Arenas y Hernando Castaño. Para entonces, el palmirano Oscar Salinas “la voz callada del Valle del Cauca”, participaba con éxito en la vuelta a Colombia.

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Vista panorámica de Palmira hacia el occidente, 1925 Jorge Terreros

En 1960 se realizaron en Tuluá los primeros Juegos Departamentales en los que Palmira participó con un equipo de ciclismo entrenado por el español Orencio Machado, quien vino a Colombia gracias a las gestiones de Efraín Forero. Dos años después, Palmira fue sede de la segunda versión de los juegos y el español fue nuevamente el entrenador junto a su asistente, el palmirano Luis Mejía. En aquella ocasión la prueba de velocidad se corrió a lo largo de la calle 42 hasta el Club Campestre, un trayecto conocido popularmente como el velódromo “primero de mayo”. Las pruebas de persecución se realizaron en el Parque Joaquín Lasso, donde el palmirano Alirio Ortiz obtuvo para la ciudad la primera medalla de oro ciclística en esas competencias. Palmira fue durante mucho tiempo conocida como la capital mundial de las bicicletas, una percepción irracional y emotiva que nosotros mismos creamos para denotar lo importante que era su uso para nosotros, porque había muchas de ellas en las calles y en 94


las fábricas. Era la compañera ideal de ciudadanos silvestres y de una sociedad cuya cotidianidad estaba hecha de agradables estampas fotográficas. Pero la bicicleta como objeto no era el milagro, era la calidad humana de quien iba en ella lo que lograba que una ciudad reaccionara recreando sus metáforas y su entorno. En otras palabras, la bicicleta hablaba de nuestra lucidez como sociedad. Era la aliada de una población mayoritariamente inmigrante que en pocos años transformó a Palmira en una ciudad anfitriona y pujante, fértil para todos los impulsos. Los trapiches paneleros, los cultivos de algodón, millo y frijol, las empresas familiares de muebles, una veintena de cafés y varios teatros explicaban un fenómeno de optimismo creciente y de férrea pertenecía y civismo que, paradójicamente, provenía de muchos acentos, de muchos rincones del país y del exterior. Esa particular identidad mestiza bien la supo expresar el periodista Eduardo Luna y Sepúlveda, quien en sus Tardes Vallecaucanas de Radio Luna acuñó la frase: “Palmira, emporio agrícola del Valle del Cauca; Palmira, 25 grados bajo la sombra y 500 mil habitantes: 250 mil japoneses en Suzuki y 250 mil negros en bicicleta”. Las bicicletas denotaron nuestro carácter obrero y un ritmo popular de la vida que hablaba más de personas que de habitantes, más de convivencia que de cultura, porque la cultura ciudadana no existía como teoría o como eslogan; la cultura era un comportamiento colectivo y ejemplar. Cuando los palmiranos reconozcan ese patrimonio y valoren sus expresiones originales, podrán ver en el uso de la bicicleta la apropiación de un interés colectivo, la motivación de narrarnos ante el mundo como una sociedad cambiante, generadora de espacios y de encuentros. Cada idea valiente y progresista que dio origen a la historia cultural de Palmira ocurrió en individuos así, singulares; en hechos así, entusiastas y colectivos. 95


La Biblioteca Municipal y MARIELA DEL NILO los primeros Festivales Nacionales de Arte En 1962 el alcalde de Palmira, el doctor Armando Hurtado Bedoya y los miembros del Concejo, apoyaron a la poeta Mariela del Nilo en su idea de abrir una biblioteca pública en la sede de la Sociedad de Industriales y Obreros, SIO, donde funcionaba el teatro del mismo nombre que conformaba uno de los escenarios del circuito Molvalle, de don Pedro Sotero Campo. Era una casona ubicada en la esquina de carrera 27, contigua al histórico edificio La Factoría que ocupaba la Escuela Pública de Varones Guillermo León Valencia. Frente a ella, el Parque Lineal comenzaba a embellecerse prometiendo ser el espacio público más concurrido de la ciudad. La Biblioteca Municipal de Palmira respondía al clamor de una sociedad que con sobrados argumentos sobresalía en el ámbito agroindustrial y económico, pero que en lo cultural necesitaba fortalecer las expresiones existentes. En las décadas anteriores, los sitios de encuentro artístico en Palmira habían sido el antiguo Club Cauca, el teatro Materón, de don “Chepe” Materón y el teatro Martínez, de don Gustavo Martínez. Hasta principios de los años cincuenta, los eventos más sobresalientes ocurridos en la villa habían sido las zarzuelas, las tertulias, los recitales poéticos y los encuentros de las bandas municipales. La figura más representativa en poesía, luego de la muerte del bardo Nieto, era Julio César Arce. En artes plásticas, prevalecían las influencias de los costumbristas Ramón Barona, Rafael Palomino Antonio Palomino y Eduardo Terreros. Y en teatro, se destacaba la labor del grupo que lideraba el médico liberal socialista, Rubén Zaránte Mangones, oriundo de Córdoba; su sitio de encuentro eran las instalaciones del Teatro Rienzi.

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Mariela del Nilo y Juan Lozano, 1960 Fotografía Revista Acontecimientos

Con enormes objetivos en materia cultural, la Biblioteca Municipal de Palmira abrió entonces sus puertas. La directora no podía ser otra que Mariela del Nilo. Además de su inteligencia y diplomacia, reunía dos virtudes que cualquier gestor cultural debe tener: pensar en grande y ser honesto. Meses después de fundada la Biblioteca Municipal, arribó a la Villa de las Palmas un grupo de artistas ecuatorianos. Entre ellos estaba el actor Luis Alfredo Andrade, oriundo de la provincia de Santo Domingo de los Colorados. ¿Su propuesta? Un monólogo intitulado Las manos de Eurídice, del escritor brasilero Pedro Bloch. Un montaje que de inmediato causó impacto en los palmiranos. Con ese éxito, a Luis Alfredo le sucedió lo que a muchos: se enamoró de Palmira. Su primer proyecto fue el de convocar a los actores de la villa y fundar la Agrupación de Teatro Experimental de Palmira, ATEP, integrado por Italo Arnaldo López, Esaú López Bermúdez, Imelda de López, Guido Arce, Edgar Forero, Evelio Fernández, Enrique Caicedo Carvajal, Carmenza Zuluaga, Nelly Botero, Diego Calderón Jaramillo e Ismael Camacho Arango. Mariela del Nilo, directora de la Biblioteca Municipal, acogió el grupo. El primer montaje del colectivo fue la obra El Dios de la Selva, del escritor Jorge Vera. 97


Motivados por ese furor y teniendo como propósito sacar del anonimato la cultura de Palmira, Mariela del Nilo y Luis Alfredo Andrade emprendieron en 1963 la realización del Primer Festival Nacional de Arte de Palmira. A su proyecto se integraron el médico Rubén Zaránte Mangones y el maestro Apolinar Altamirano con su grupo de Danzas de Palmira; éste había regresado a la ciudad en 1957, luego de pertenecer a la escuela de Manuel Zapata Oliveilla, en Cartagena, de trabajar en teatro con Enrique Buenaventura en el Instituto Popular de Cultura y de estudiar danzas africanas al lado del maestro Teófilo Potes. Este primer festival tuvo un gran éxito y las tres versiones siguientes contaron con la financiación de la gobernación del Valle del Cauca. La principal característica de esos primeros festivales fue su altísima calidad; vino a Palmira lo más relevante de la cultura del país: exposiciones, conferencias y presentaciones que lograron dos objetivos fundamentales: acercar la cultura a los palmiranos y revelar los talentos que en las distintas expresiones artísticas tenía la ciudad. En esos festivales fueron significativos los encuentros de poetas, como Juan Lozano y Lozano, Manuel Zapata Oliveilla, Carlos Castro Saavedra, Oscar Echeverri Mejía, Félix Rafán Gómez, Jorge Artel, Hugo Salazar Valdéz, Gonzalo Arango, Carlos Villafañe, Mario Sol, conocido como “el juglar de América” y Helcias Martán Góngora, llamado “el poeta de las algas marineras”. Fueron importantes las conferencias dictadas por los periodistas Eutiquio Leal, Lino Gil Jaramillo e Inés de Montaña, columnistas de los diarios El Tiempo y El Espectador, y por los críticos José Penem, Jorge Ucros, Armando Correa y el Premio Lenín de Paz, Jorge Zalamea, quien visitó la Villa de las Palmas en dos oportunidades; una de sus conferencias fue organizada en la antigua fuente de soda Capri, lo que no gustó a un sector del gobierno tradicional que saboteó el evento cortando la energía en toda la manzana. Pero más inspirado, Zalamea dio su conferencia gracias a las velas que consiguió el público.

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Antigua Biblioteca Municipal en la Factoría, 1975 Archivo Revista Acontecimientos

El otro gran aporte de aquellos festivales fueron las artes escénicas, que contó con la participación del grupo Teusaca, de la Universidad Santiago de Cali, dirigido por Danilo Tenorio, y el grupo ATEP, con obras escritas por el palmirano Ismael Camacho, como La Muerte repentina, y montajes como El amable señor Viveros, Dónde está la señal de la cruz, El Fiscal, y El canto del cisne y Petición de mano, de Antón Chejov, obras clásicas de la literatura universal. También el cine tuvo una importante figuración. Jorge García, Juan Porras, “el gordo” Bedoya y Hernán González, estudiantes de la Facultad de Agronomía, trajeron por primera vez a Palmira la nueva ola del cine independiente, al presentar en la Biblioteca Municipal y en el Teatro Rienzi obras como Los Primos, Los cuatrocientos golpes, La guardia perdida y la controvertida cinta Morir en Madrid, de Frédéric Rossif, vetada en ese entonces por el presidente de Colombia, Guillermo León Valencia. Estos jóvenes habían fundado en el antiguo Teatro Paraíso el Cine Club Palmira, catalogado por los críticos de cine de los diarios El Espectador, el Tiempo y la revista Guiones, de Bogotá, como el mejor del país. 99


La “Fiebre de la caña” y el teatro obrero en Palmira En los sesentas, el mundo era una suerte de porcelana tambaleándose en el borde de la mesa; los gruñidos ideológicos de la Segunda Guerra mundial y de la Guerra fría colmaban de zozobra el clima político y los países de segundo orden y tercermundistas contemplaban con los nervios de punta cómo Estados Unidos y Rusia jugaban al más fuerte con sus dedos puestos en los botones rojos. Con el triunfo de la Revolución Cubana, las clases obreras y estudiantiles latinoamericanas acogieron con hervor las ideas socialistas, buscando oponerse a los gobiernos de tradición capitalista y de derecha. Por ese entonces, la Villa de las Palmas era la ciudad agroindustrial más importante del país y el fenómeno socioeconómico más relevante que se extendía por todo el Valle del Cauca era la revolución verde o “la fiebre de la caña”. Los ingenios robustecían su capacidad de molienda y otros surgían para competir por la exigente demanda de azúcar de Estados Unidos, luego de que Fidel Castro le entregara a los rusos la diversidad y capacidad agrícola de Cuba. El auge fue tal que para mediados de los setenta un campesino corriente devengaba seis pesos diarios de jornal, mientras un cortero ganaba doce; tenían dos o tres mujeres, vestían trajes de Indulana de lana de ovejo, rumbeaban en Juanchito y sonreían con dientes de oro.

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Antigua Estación de los Ferrocarriles del Pacífico, 1952 Desde 2008 alberga las oficinas de la Secretaria de Cultura de Palmira, Fotografía Gumercindo Cuellar Archivo Fotográfico Biblioteca Jorge Garcés Borrero

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Esas circunstancias aumentaron el talle de la Villa de las Palmas; surgieron barrios como La Emilia, El Placer, Zamorano y Coronado. Palmira crecía en población e infraestructura, crecía nuestro protagonismo académico y científico con Instituciones como la Universidad Nacional y el ICA, crecíamos en teatros, escuelas, burdeles, y nuestra clase política era diligente y protagonista del desarrollo del país -los concejales no cobraban sueldo- y los estudiantes bachilleres estaban comprometidos con la cultura y el conocimiento, y el Cuerpo de Bomberos Voluntarios era nuestro más alto símbolo de civismo y estaba integrado por todos los ciudadanos. Éramos pujantes, decididos e inconformes. Luego del importante impulso de los primeros festivales de arte organizados por Mariela del Nilo, uno de los grupos que mantuvo su dinamismo fue el de danzas que dirigía Apolinar Altamirano. Tambores de Colombia replicaba en todo el país nuestra diversidad folclórica; en 1968, obtuvo en Bogotá el primer puesto en el Festival Nacional de Danzas. Sus integrantes ensayaban en la sede de la Federación de Trabajadores del Valle, Fedetav. Uno de los líderes de ese sindicato era Joaquín Sinisterra, quien consiente de que la clase obrera se encontraba huérfana de reflexión y expresión se propuso “sacudirla” con el teatro. Las obras Boricamba y La rebelión de las negritudes, de Altamirano, mostraban que la sociedad capitalista dominante estaba plagada de los vicios de la época colonial y que los negros e indígenas se encontraban excluidos de las decisiones importantes del país. Veinticinco años atrás, el Orfeón obrero que había impulsado Antonio María Valencia, influido por el chileno socialista Alessandri, el Sindicato ferroviario, el más importante del occidente del país y el movimiento gaitanísta liberal, que promulgaba por la educación de las masas, iniciaron la pretensión de un proletariado moderno.

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Grupo Teopal en la Universidad Nacional sede Palmira, 1978 Archivo fotográfico Giovanni Saa

Ante estas posiciones ideológicas, el maestro Apolinar Altamirano, quien había estudiado y trabajado con Enrique Buenaventura en el Instituto Popular de Cultura, le pide que auspicie al grupo de actores del sindicato de Fedetav; le dice: “lo mío son las danzas, no el teatro”. Es así como nace el 19 de diciembre de 1969 el grupo Teopal, Teatro Experimental Obrero de Palmira, con los actores Orlando Bonilla, Wilson Romero, Fanny Escobar, Gilberto Tascón, Martha Aguilar, Giovanni Morera, Teresa Castañeda, entre otros. El primer director fue el bugueño Jaime Cabal, alumno de Buenaventura en el TEC. La primera puesta en escena del colectivo fue la obra Monte calvo, escrita por Jairo Aníbal Niño. Orlando Bonilla era zapatero y trabajaba en la galería de Las Delicias; había comenzado su acercamiento con el teatro a través de los talleres de Fedetav. Se reunía con otros jóvenes en la avenida Harold Eder para viajar a dedo en los camiones que llevaban los ladrillos que alzaban la Sultana de los Juegos 103


Grupo Teopal en la obra El polvo de la inteligencia, 1979 Fotografía Alonso García

Panamericanos. Estudiaba arte dramático en el TEC y en la Universidad del Valle, cuando Cali se impulsaba con la Corporación Regional de Teatro y con la nueva Corporación Colombiana de Teatro, dirigida por Fanny Mickey y Santiago García. Este hervor haría parte del contexto vanguardista que empujaba el Nadaísmo, el Caliwood de Carlos Mayolo, Luis Ospina y Andrés Caicedo y la visión cosmopolita que proponía el Museo de Arte Moderno La Tertulia. Para ese entonces el Teopal deja de representar el sindicato de Fedetav y se establece independiente; Orlando Bonilla asume la dirección y el grupo crece por la influencia de los maestros Helios Fernández, Jackeline Vidal y del mismo Enrique Buenaventura, quien siempre manifestó su orgullo de que el teatro de la Villa de las Palmas estuviese dirigido por un zapatero. “Zapatero remendón no tiene patrón”, repetía.

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La Casa de la Cultura

y los nuevos movimientos artísticos de Palmira

Para 1960 la historia de las artes plásticas en Palmira podía resumirse en el legado hecho por Mauricio Ramelli y Peña Negri con las obras religiosas de la Catedral Nuestra Señora del Palmar, en 1940, y la obra intelectual y pictórica de Ramón Barona, Rafael Palomino, Antonio Palomino y Eduardo Terreros, quienes plasmaron en sus lienzos generosos paisajes humanos, urbanos y campestres. Aquello lienzos hablaban de una Palmira lírica, perfecta para los arpegios sosegados del espíritu, pero que frente a las bondades de su eclecticismo y mestizaje, se encontraba muda y anclada en los matices de una villa pueblerina, retrechera y moralista, donde aún el alcalde disponía de lo que dijera el obispo Lentamente Palmira le abrió sus puertas a una modernidad avasallante, cuyos pasos, la televisión, la música, la moda, transformaron las costumbres sociales con nuevos imaginarios colectivos, y que junto a las ideas vanguardistas de índole política, filosófica y cultural, encausaron las tendencias estéticas que motivaron el surgimiento de artistas. Marco Freddy Hernández, oriundo de Corinto, Cauca, llegó a la Villa de las Palmas a mediados de los cincuenta para culminar sus estudios y desempeñarse como albañil, siguiendo la tradición de su familia que le dictaba que a ese oficio era el único al cual un negro podía aspirar. Pero pudieron más sus recuerdos cuando se gastaba las tardes haciendo dibujos en las arenas del río que pasaba por el patio de su casa. Su primera labor 105


fue diseñar avisos publicitarios para las principales cafeterías y zapaterías de la villa. A su taller se uniría su primo Herney Benítez Ocoró, nacido en Miranda, Cauca; los dos siguieron haciendo avisos y pintando placas de automóviles al ritmo de los clásicos de la Sonora Matancera. Pronto sus deseos de crecer en las artes los llevó a vincularse al Instituto Popular de Cultura, de Cali, donde enseñaban los mejores: Bernardino Labrada, Alcinaín Muñoz, Edgar Álvarez y Fernando Polo. Por ese entonces, un joven oriundo de Caldas, Antioquia, llegado a Palmira en el 51 para vender materas a dos pesos, recorría la ciudad con su escalera al hombro y sus tarros de pintura fiada inventando vallas publicitarias y contagiando admiración por su creatividad y por las carrozas que diseñaba para las Ferias Nacionales de la Agricultura. Rodrigo Posada Correa, según el periodista Andrés Álvarez, se convirtió en “el antioqueño más palmirano de todos”. En 1975, Herdez y Ocoró lideraron la integración de dieciocho artistas plásticos que dieron vida a la Sociedad de Artistas de Palmira, SOARPAL, un gremio que tuvo como objetivo exigirle a la administración pública apoyo para su quehacer, y cuyo primer evento fue responderle con una exposición itinerante en el Bosque Municipal a un político incrédulo que preguntó “¿Y dónde están los artistas de Palmira?” Otra de las asociaciones que tenía esta iniciativa era la Corporación del Artista Palmirano, CAPA, que reunió desde 1973 a pintores, músicos, fotógrafos y teatreros. En1976, Federico Botero Ángel lideró la fundación del Departamento de Extensión Cultural de Comindustrias, donde era director ejecutivo. Había sido Alcalde de Palmira, Secretario de Educación del Departamento y Representante a la Cámara. Como abanderado de la educación, acogió la iniciativa de los trabajadores de las empresas afiliadas a Comindustrias, siguiendo el ejemplo de Comfama, en Medellín, de fomentar la lectura y satisfacer las necesidades de investigación de cerca de quince mil 106


El bardo Ricardo Nieto, 1979 Óleo sobre lienzo de Servano Espinel

estudiantes palmiranos. Para ello se ideó una biblioteca escolar pública; un proyecto elaborado por la licenciada Licidia Hernández, miembro de la Asociación Colombiana de Bibliotecas, en septiembre de 1975. El Departamento de Extensión Cultural fue inaugurado el 15 de noviembre de 1976, con las conferencias del doctor Álvaro Escobar Navia, “la crisis en el medio universitario”, y de Gustavo Álvarez Gardeazábal, “Las ciudades llenas de humo: el Valle del Cauca en el año 2000”, una exposición pictórica itinerante y las presentaciones de la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes, de la estudiantina de Carvajal S.A. y del grupo de danzas del Instituto Popular de Cultura, de Cali. Cecilia Rojas asumió la dirección de la biblioteca, que contó inicialmente con un volumen de 10500 libros.

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A principios de 1977, el doctor Américo Kuri, alcalde de Palmira, recibió la petición de Apolinar Altamirano para adjudicarle a su grupo Tambores de Colombia una sede propia. El alcalde lo remitió a la antigua sede del Servicio de Inteligencia de Colombia, SIC, que había servido como cárcel. Apolinar no aceptó; su argumento era válido: “es que todavía se ve sangre en las paredes”. Kuri lo envió, entonces, al edificio que terminaba de construir el arquitecto Gustavo Jaramillo Mora y en cuyos cimientos había estado la casona que a principios del siglo XX había sido sede de la escuela de los Hermanos Maristas y luego la Escuela Primera Pública de Varones José Antonio Galán. El propósito de Apolinar se unió con el empuje de Cielo Mejía, quien convocó a artistas como Orlando Bonilla y Dora Alexandra Izquierdo, configurando una sola visión: “Todo aquel que haga sonar algo que se venga para acá”. Cielo pertenecía al grupo de las esposas de los afiliados a ASIAP, la Asociación de Ingenieros Agrónomos de Palmira. Ellas presentaron ante el municipio un proyecto para crear una institución de formación artística. Fue así como nació la Casa de la Cultura a través del decreto Nº 39 del 6 de marzo de 1978. La entidad quedó a cargo de una junta directiva nombrada por el alcalde Américo Kuri, integrada por personalidades cívicas y artísticas: María del Socorro Bustamante, Amparo Toro de Jaramillo, Libardo Valencia Quintero, Camilo Domínguez, Abelardo Sánchez, Hernán Vergara, Arrobio Díaz, Dora Alexandra Izquierdo, Santander Perlaza, Luz Arce de Bejarano, Ramón Elías López, Diego Calderón Jaramillo, Isabel Luna, Fanny Vallejo de Toro, Edda Hurtado de Díaz, Sara Manrique, Marcos Martínez, Duval Flórez Muñóz, Omaira Posada, Yolanda Palau de Raffo y Hammer Bolaños. Los estatutos determinaron que el director sería nombrado por el gobierno departamental, delegándose esa función al Instituto de Bellas Artes de Cali; la primera directora fue Cielo Mejía. 108


Ojo al arte, 1982 Acrílico de Víctor

La inauguración de la entidad contó con la participación de la sinfónica de Cali, la estudiantina de la casa de la cultura y un grupo musical de Cuba. Los primeros meses para la llamada “casa de los locos” fueron duros. No había escritorios. Ni lienzos. Ni guitarras. Los estudiantes no tenían dónde sentarse; las sillas que usaban eran las de la iglesia que prestaba el padre Castrillón. La dirección de la escuela de teatro fue un propósito de la actriz Dora Alexandra Izquierdo. Las danzas contaron con la voluntad de los profesores Apolinar Altamirano, Lorenzo Miranda y Luis Carlos Ochoa; las artes plásticas se ampararon en Doris Lucía de Isaza; y la música, con los maestros Elio Fabio Londoño, Mariela Paz de Sarria y Hernando López. Los maestros trabajaron sin sueldo y Cielo se rebuscaba regalados los muebles y la

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papelería y para probar que era capaz se trajo del Conservatorio de Cali un piano de cola. Ella, Doris Lucía y Dora Alexandra sembraron en el patio la ceiba. Las dos primeras abrieron el hueco; la otra miraba. A los meses de fundada la institución, algunas personas quisieron “meterse” al plantel para crear una universidad privada. Cielo Mejía le metió cadena a la puerta y los demás se atrincheraron con actividades artísticas. El presupuesto que destinaba Bellas Artes era ínfimo. Pero sobraba mística. Lentamente creció el número de alumnos en las escuelas; se afianzaron grupos como Pacandé, de danzas, conformado por obreros y estudiantes de colegio y dirigido por Germán Lozano Mondragón; en música encontraron mayor protagonismo James Castro, quien empezó dando clases a domicilio, los concertistas Antonio y José Henao, y Nemesio, quien había tenido que irse de Palmira para grabar en Ecuador su primer larga duración, su éxito La mina. Se formaron colectivos como el Coro Polifónico de José María Valencia; la estudiantina Colombia Joven, integrada por alumnas del San José del Ávila, El Caldas y el Sagrado Corazón de Jesús; El Grupo Escénico de Palmira, dirigido por Esaú López Bermúdez; y los cineclubes El Faro, dirigido por Guido Tello; Teorema, por Gerardo Reyes; y Nueva Generación, de Gustavo Zorrilla, espacios en los que se proyectó la Nueva Ola del cine francés y las obras del “Indio” Fernández y de Pasolini. Surgieron también numerosos talleres de artes plásticas, como el Taller de Artes Aplicadas, de Herney Ocoró y Adela Uribe, donde comenzaron Eduardo Esparza, quien había sobresalido por sus dibujos en las Ferias de Ciencia del Colegio de Cárdenas, y Kymer, un hijo de campesinos que formó la destreza de sus manos

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recogiendo semillas y amasando la harina para las arepas que vendían las mujeres de la casa. Con Hammer Bolaños, profesor de dibujo en varios colegios de Palmira, encontraron motivación y experiencia jóvenes como Oscar Álzate y Guillermo Melo. También estaban los talleres La paleta Verde, de Guillermo Rojas; El Retablo, de Fausto Piama, ubicado frente a la venta de chorizos Chorrialadino; Petimentos, de Héctor Fabio Delgado y la casa artística de Servando Espinel, contiguo al restaurante La Cristalina. Más adelante surgió el taller La Gruta, de Esparza y Guillermo “Cuervo”, en los días cuando a doña Olga, la mamá de Eduardo, se le perdían las cortinas que su hijo usaba como lienzos. En estos talleres convergía el talento, los caprichos e inquietudes de unos jóvenes que habían renunciado a ser obreros de los sueños ajenos para construir los propios, y donde se trabajaba a cuenta y riesgo, “porque si tocaba aguantar filo para comprar los pinceles y las pinturas, se aguantaba”, decía Kymer. Así era “la movida” de los artistas plásticos en Palmira, mientras otros sobresalían fuera del radar. En Estados Unidos, Gerardo Aragón tomaba tinto con sus amigos Fernando Botero, David Manzur y Eduardo Villamizar; Fred Andrade perfeccionaba su técnica de Batik en Suecia; Justiniano Durán se preparaba con Augusto Rendón y Jorge Elías Triana; y Hernán Uribe experimentaba su metamorfosis en los parques de París, haciendo parte de lo que Gabo llamó alguna vez La plaga maravillosa. Los dos hechos culturales más importantes en la década de los ochenta fueron la apertura del Museo de Arte Peatonal, una iniciativa del artista Omar Rayo y Comindustrias y que se integraba al paisaje cultural del Parque Lineal y al Bosque Municipal, hoy abandonados, y la lamentable decisión de derribar la antigua Factoría tabacalera, el principal sitio histórico de la ciudad, con el objetivo de construir un hotel cinco estrellas que nunca se hizo. 114


Foto: Anfassa

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PALABRA CIRCULAR “Las cosas cambian cuando nosotros las cambiamos” Buda

El período comprendido entre 1900 y 1940 es la época dorada de Palmira. Es el escenario en el que la ciudad recoge todo el ímpetu de los siglos anteriores-las tensiones y conflictos culturales heredados de nuestros primeros tiempos: la otra banda, Llanogrande, Villa de Palmira y Palmira- y transforma esa energía en una eclosión de expresiones de desarrollo urbano, arquitectónico y cultural. Desde 1870 comienzan a aparecer las primeras casas republicanas de dos pisos alrededor de la incipiente pero tradicional plaza de mercado. En el sitio se encontraban la sede de gobierno y la capilla principal de Nuestra Señora del Palmar, pero el acto humano que lograba reunir a los pobladores no era pedir una audiencia o inclinarse en el oratorio, era más sencillo y más antiguo: recoger agua. En el centro de la plaza se encontraba un nacimiento que los pobladores habían convertido en un lugar de encuentro, así se entiende, al adecuarlo con unas escalinatas de piedra y de madera, como en las primeras civilizaciones. Recoger agua era, entonces, la “diligencia” esencial de venir al centro. En ese epicentro moderno confluían así tres fuerzas universales: el hombre, Dios y la vida, tres presencias transformadoras: el ciudadano político, el creyente y el trabajador, la iden ti - dad que le daría un sentido tridimensional (cultural) a la nueva Palmira del siglo veinte. La política partidista, las expresiones sociales y la dinámica comercial serían consecuencias de esa identidad arraigada de vivenciar los asuntos locales desde un origen común, desde la ilusión de que todo lo que estaba ocurriendo, ocurría por primera vez. El ímpetu agro empresarial y la narrativa socioeconómica del municipio comienzan a mostrarse desde finales del siglo diecinueve, como ya dijimos, con las casas de haciendas neocoloniales en la zona rural y las casas de dos pisos en la zona urbana, ahora de estilo 117


republicano. Pero en 1910 ocurre el hecho geopolítico que coloca a Palmira en el radar de las realizaciones regionales. La creación de los departamentos del Valle del Cauca y del Cauca (que en realidad es una segregación territorial, como la separación cultural de dos hermanas gemelas) convierte a Palmira en la segunda capital del departamento, pero en realidad la pondera como la primera ciudad para muchas de las primeras realizaciones locales, porque esas realizaciones en materia de desarrollo urbano ya se habían vivenciado en Cali en las décadas anteriores. Recordemos que buena parte de los inversionistas caleños que participarían en esa eclosión de la nueva Palmira, eran hijos o nietos de raizales palmiranos, todos con un ancestro común en la antigua Llanogrande. Las consecuencias de la segregación cultural y religiosa entre los dos nuevos departamentos es hoy evidente. Las ciudades alrededor de Cali, digamos, prosperaron; las ciudades alrededor de Popayán, mayoritariamente de ancestro nativo, no. Las características de la época dorada de Palmira son, pues, el eclecticismo urbano, los inicios del desarrollo empresarial moderno y el arraigo civico (y de abolengo) del ciudadano. Pronto Palmira sería en el escenario socioeconómico una de las ciudades más importantes y atractivas del país. El comercio local sería diverso y robusto, por la presencia de varias casas importadoras de bienes, y su dinámica estaría muy ligada al desarrollo agrícola, ganadero y artesanal de la región; casas trilladoras, bodegas de granos y talleres de tabacos eran ejemplos del valor agradado que ofertaba el municipio al país. La cultura y el pensamiento crítico tuvieron un papel fundamental en nuestra noción de emprender, sin complejos, los grandes propósitos. Recordemos que la poesía de Palmira tuvo en Ricardo Nieto Hurtado, Julio César Arce y Francisco Barona Rivera sus más altos exponentes, reconocidos a nivel nacional. La crónica y el discurso político eran géneros muy difundidos en los periódicos tanto nacionales, que llegaban a la ciudad por la estación de tren, y en las publicaciones locales, como Nueva Patria, de Luis Carlos Velasco Madriñán, quizás el pensador más importante de Palmira en la primera mitad del siglo veinte. 118


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Luego de recibir durante los primeros cuarenta años la cimentación de nuestra identidad a través de tradiciones y de estímulos constantes en lo cultural y en lo económico, surgió entre 1940 hasta 1980 la Palmira Señorial. Además de la presencia de nuevas e importantes migraciones internacionales, como la japonesa y la libanesa, todo el país parecía tener una voz en el desarrollo local. Tolimenses, caucanos, nariñenses, caribeños y del centro del país, tejían una diversidad de tonos en las voluntades y una expresiva efervescencia natural para las realizaciones individuales y colectivas. La Granja Experimental Agrícola, la Facultad de Agronomía y los ingenios y trapiches locales fueron los laboratorios humanos y sociales más importantes que dinamizaron esa exuberancia. Profesionales altamente calificados y estudiantes formados en la visión del servicio social, se encargaron de expandir el mensaje hacia el país y al mundo de que Palmira era una ciudad colmena, fértil para todos los propósitos. La Villa de las Palmas se instaló así para propios y extraños y en el imaginario colectivo como un escenario ejemplar para el progreso. Hacia 1965 cerca de quince ingenios azucareros tenían una importante influencia en el territorio, pero lo que realmente simbolizaba nuestra identidad eran la productividad y la diversidad en la agricultura. La capa vegetal de la zona plana de Palmira, recién revelada por la desecación de los humedales (por ejemplo los que existían entre la recta Cali - Palmira) expresaron la productividad como un tesoro escondido que ofrecía frijoles de todas las variedades y yucas de un metro de largo. La zona rural y la zona urbana permanecían en constante diálogo e intercambio de experiencias. De la región de Toche, por ejemplo, a diario subían y bajaban tres chivas con productos y alimentos para ser distribuidos en toda la ciudad y en la región. 120

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Junto a los nuevos ingenios de producción centrifugada, los molinos de trapiches paneleros artesanales también seguían mostrando el carácter vigoroso de la región en cuanto a fuerza laboral, eran el principal ejemplo de la universalizada historia de la hacienda, que fue transformándose desde el concepto de la encomienda hasta el surgimiento de los centros urbanos, y desde su cultura remanente -la música, la danza y la gastronomía- hasta la esencia del pensamiento complejo y divergente.


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Durante los primeros años de esa época señorial se fundaron la mayoría de los corregimientos de la zona de montaña de Palmira, originados por las migraciones nacionales del suroccidente del país. A partir de 1960 y hasta 1980, Palmira expresa también sus más importantes propósitos artísticos. Nacen entidades promotoras de cultura como la Biblioteca Pública, el departamento de extensión cultural de Comindustrias y la Casa de la Cultura, y surgen además grupos de danza, teatro y música y colectivos de artistas plásticos y de poetas que representan el sentir de las clases sociales y las pugnas de un mundo moderno cambiante. El escaso presupuesto para los procesos culturales fue desde siempre una consecuencia de la mirada limitada de quienes estaban al frente de la gestión pública. En 1964 la orquesta venezolana Billo´s Caracas Boys presenta en su álbum Billo en Colombia una composición musical que lleva la letra de José Benito Barros Palmira Señorial. Para ese momento, Palmira ya era reconocida como la Capital Agrícola y Ganadera de Colombia, la Capital Taurina del Suroccidente y ya se estaba gestando en el imaginario colectivo, como una reivindicación de la clase obrera y de los corteros de caña, ser la capital mundial de las bicicletas. Ocurre, entonces, que esos idearios y la canción de la Billo´s Caracas Boys se encuentran, y Palmira comienza a vivenciar el lugar común de su identidad moderna que la representa ante el país y ante sí misma como un territorio ideal, como la mujer ideal. Como había ocurrido antes con nuestras mejores influencias, nuevamente una interpretación de nuestra identidad nos ocurría desde afuera. El maestro Barros escribe la letra originariamente para Palmira, una población del Magdalena, y Luis María Frómeta Pereira, fundador de la orquesta Billo´s Caracas Boys compone su música, pero pensando en su natal Valencia, en Venezuela. Este fenómeno intercultural es exactamente el mismo que ocurrió con el viaje del nombre de Palmira desde la capital de la antigua Siria, cuando la obra literaria del Conde de Volney es tenida en cuenta en 1813 en el cabildo abierto de la antigua Llanogrande y es posteriormente representada por un grupo de teatro, en 1824. 123


Palmira señorial es, pues, una impronta, un jingle cultural, que de tanto repetirse se quedó en el ánima social. Los años posteriores a 1980 replican la canción ya desde la nostalgia, desde la añoranza de lo que habíamos sido, pues distintos fenómenos iban instalándose en la ciudad socavando las recientes (pero antiguas) grandezas. Palmira emprende un período de transición, muy largo por cierto, caracterizado, entre otros, por la monopolización de la tierra para el cultivo de la caña de azúcar, el cierre de industrias medianas y grandes de importante tradición, el colapso y cierre de las empresas públicas municipales y la entrega del manejo de los servicios públicos a empresas privadas y extranjeras, la expansión territorial con el surgimiento de nuevos barrios cuyos nombres no generaron ningún arraigo y la emigración de cerca de cuarenta mil palmiranos en el transcurso de los veinte años siguientes, quienes por falta de oportunidades laborales tuvieron que salir a países como España y Estados Unidos a completar el destino de una palmiranidad en el exilio. Ese estancamiento local, por supuesto, era a su vez el reflejo de lo que ocurría en el país; la oscura época de la violencia y del narcotráfico y la incursión del orden paramilitar en la política, derivaron en el abandono del campo y en un modelo cultural de corrupción que se extendió a los ámbitos más cívicos y ciudadanos. Solo hasta 2010 Palmira comenzó a expresar un despertar. La apertura del Centro Cultural Guillermo Barney Materón, por ejemplo, adquirido en 1989 por el municipio y cerrado durante veinticuatro años, había generado la frustración y el estancamiento, digamos, de la energía creativa de casi tres generaciones. La globalización del mercado y la mercantilización del individuo moderno, fueron creando nuevos conceptos y relaciones: ahora los espacios culturales más importantes serían los centros comerciales. Cumplíamos así otro ciclo en nuestra historia...

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LLA N O G R A N D E

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y lentamente vamos regresando a los primeros diálogos, a las palabras de los primeros abuelos. Las nuevas generaciones tendrán la oportunidad (ya no es viable decir la responsabilidad) de recoger, con otras lógicas, los paradigmas de nuestra historia para asumirlos y reinterpretarlos, para que incorporen la interculturalidad (puede ser que usen esta palabra) y expresen sus propias exigencias. Que las artes, por ejemplo, permanezcan como una instrumento para confrontar la realidad y sus modelos impuestos, y lleven las memorias, ya no fragmentadas, a los escenarios naturales de convivencia, como testimonio de nuestra capacidad de adaptación y de supervivencia y no solo como espectáculo. Entonces otra historia cultural podrá narrarse desde su propia movilidad y desde las interpretaciones que nos ofrecen sus contenidos. Reconocernos en una identidad cambiante es, pues, el fin de la cultura. Y aproximarnos a ello nos exigirá nuevas visiones para que podamos regresar a ocupar nuestro lugar en el patrimonio, el que está vivo, el que es vital, el que no es solo un espejismo o una reproducción de lo que fue; regresar a nuestro lugar en la historia como algo que no ha terminado de ocurrir. Antonia, Ari Yoel: la siguiente es la sencilla fe que les ofrezco al escribir este libro, en plena pandemia del Covid 19: creo en esas generaciones a las que ustedes pertenecen, febriles y desbordadas, inconformes y temerarias, antagónicas y semejantes, abandonadas y por ello libres, porque podrán cumplir la labor de cerrar estos círculos para interpretarse en otros, porque ayudarán a narrar otros principios y otros fines; ser hermanos en semejanza con cada gesto milagroso de la vida: la literatura en el agua, la literatura de escuchar; celebrar, siendo auténticos, el exuberante destino de tener que sorprenderse. Mauricio Cappelli

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P A L M I R A

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BIBLIOGRAFÍA

- Archivo documental del Concejo Municipal de Palmira. - Archivo hemeroteca Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero. - Archivo hemeroteca Biblioteca El Centenario. - Monografías de Rufino Gutiérrez, 1924. Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango - Origen de Palmira, Jacques Aprile Gniset. Centro de Investigaciones, Territorio, Construcción y Espacio, CITCE, Universidad del Valle - Palmira histórica, de Tulio Raffo, 1956. - Reminiscencias históricas de Palmira, de Alejandro Reyes. - Almanaque de los hechos colombianos, de Eduardo López, 1929. - Los Hacendados de La Otra Banda y el Cabildo de Cali, de Demetrio García Vásquez, 1928. - Gestación Histórica de Palmira, Samira Díaz de Zuluaga, 1975. - Historia de la cultura empresarial en el Valle del río Cauca, Oscar Gerardo Ramos. - Historia de Cali, Gustavo Arboleda. - Cali: terratenientes, mineros y comerciantes hasta el siglo XVII, de Germán Colmenares. - Manual de Historia de Colombia, editorial Planeta. - Revista Palmira a la vista, de Fernando Maya Nates, 1924. - Diccionario Geográfico, Industrial y Agrícola del Valle del Cauca, de Pedro Antonio Banderas. - El Fundador, Phanor J. Eder. 1954.


- Revista El Centenario, 1924, Severo González Renault. Recopilación Revista el Sueño de los palmiranos, Alfonso Mesa Caicedo, 2007 - El Capitán Elijah Gore Barney, Relato de Howard D. Steves, Archivo de la Familia Barney. - Economía del tabaco en la gobernación de Popayán. Universidad del Valle, Beatriz Patiño, 1974. - Hacendados y plebeyos en la Palmira republicana, Universidad del Valle, Harold Bastidas, 1985 - Reseña Histórica de la Colonia Japonesa de Corinto, Cauca, de Guillermo Ramos Núñez, 1974. - Historia de la inmigración japonesa en Colombia, memoria de 30 años, de Fernando Suzuki y Gerardo Masuda. - Los pasos de 50 años, historia de la inmigración japonesa en el Valle del Cauca, Asociación Colombo-Japonesa. - Historia de la creación de la Granja Experimental de Palmira, de Hernán Reyes Cabal, 1987 - Proceso de industrialización en el Municipio de Palmira 1920-1970, William Mallama Lugo. - Archivo Colección de Crónicas de la Cámara de Comercio de Palmira. - Revista Acontecimientos, de Amparo Benítez. Colección 1977 – 1981. Palmira, esta es su historia, de Alberto Silva Scarpeta, 2004 - Origen de Palmira Señorial, narración oral de Luis Felipe González, cantante venezolano, y compartida por Diego Ramos, periodista del Canal CNC Palmira.


ÂĄEstamos vivos! FotografĂ­a de Hernando Henao Posada, abril de 2020


Mauricio Cappelli

Palmirano, 1976

Ingeniero industrial de la Universidad del Valle, creador y gestor cultural desde el año 2002. He publicado los libros de crónicas El árbol de los espejos (2009), Palmira, Color y Palabra, antología de historia cultural (2011); Ciudad de héroes (2011); A la luz de las luciérnagas, crónicas de Palmira (2017); Más allá de la suerte, cultura de los corteros de caña (2018), y El encantador de mariposas, crónicas de las montañas de Palmira (2019). He publicado los poemarios Las formas del silencio (2011) y Fantasmas de relojes y de tigres (2015), ambos con la editorial Exilio de Santa Fe de Bogotá. He realizado viajes como mochilero a Suramérica, México, India, Nepal y China. Fui director del Centro Cultural Guillermo Barney Materón de Palmira. Actualmente dirijo el taller de escritura creativa Casapalabras para un público infantil y juvenil y estoy vinculado a proyectos audiovisuales, a la divulgación del patrimonio y a la promoción del libro y la lectura. Desde 2015 vinculé la fotografía como herramienta documental de mis investigaciones, enfocándome en el registro urbano, el paisaje rural y el retrato. En 2006 conversaba con Guillermo Barney Materón en el patio de la casona acerca de la vida, y me dijo: “Mauricio, no dudes en colocar tu escalera en la pared equivocada”. Lo más interesante de la escritura es disolverse en ella; comprender que nos quedamos en un alrededor más extraño después de lo que se escribe.


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PRODUCTOS DE Palmira Visual Exposición Fotográfica (30 fotografías de Jorge Terreros que narran el desarrollo urbano, arquitectónico y cultural de Palmira entre 1915 - 1925) Colección entregada al despacho de la Secretaría de Cultura en julio de 2020 l Programa Ciudad Galería de Arte disponible en formato físico Catálogo de la exposición https://issuu.com/mauriciocappelli/docs/palmira_circular_l_cat_logo HAZ CLICK EN EL ENLACE

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Video guía y curatorial de la exposición https://youtu.be/I1ftNl0u5Rg HAZ CLICK EN EL ENLACE

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