Residente
o
Visitante: En busca del ciudadano Manifiesto de Arquitectura Urbana
Sebastiรกn Rodriguez Mendieta Mauricio Dussรกn Cruz
Residente o Visitante: En busca del Ciudadano.
Sebastián Rodriguez Mendieta Mauricio Dussán Cruz Universidad de los Andes Facultad de Arquitectura y Diseño Departamento de Arquitectura Teoría Unidad Intermedia Arquitectura Urbana
Dirigido por: Isabel Cristina Arteaga Arredondo
Diseño Editorial: Sebastián Rodríguez Mendieta Mauricio Dussán Cruz
Fotografìas: Sebastián Rodríguez Mendieta Mauricio Dussán Cruz
Encuadernado por: Taller de encuadernación ‘‘Cuarentaydoslíneas’’.
Impreso el 12 de Mayo de 2015 Bogotá D.C., Colombia
Residente o Visitante: En busca del Ciudadano Manifiesto de Arquitectura Urbana
Contenidos:
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Inconsciente
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Metamorfรณsis
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Ciudadano
Preámbulo: Este manifiesto no solo se limita a la arquitectura urbana. El siguiente texto pretende dar una visión personal en relación con el rol que el ciudadano contemporaneo cumple en su metrópoli. A partir de tres capítulos, se expone la cotidianidad de ‘‘residentes’’ y ‘‘visitantes’’. Estos sujetos se pueden asemejar a usted, a sus amigos o algún miembro de su familia. El inconsciente refleja la cotidianidad de una persona del común, el cuál desconoce la existencia de su ciudad y tan solo se rige por su individualidad. La metamorfosis muestra el despertar de un individuo de su inconsciencia urbana, aplicado a la posible vida cotidiana de un sujeto cualquiera. En el ciudadano, se analizan las problematicas principales que el individuo evidencia al apropiarse de su ciudad. Su punto de vista, reacciones, posturas y posibles soluciones con respecto a inconvenientes urbano-sociales presentes en el diario vivir de dicha persona. Posdata: La postura frente al texto que el lector decida tomar se le deja a su criterio
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Inconsciente
Aquella mañana no tenía nada de especial. Tal vez lo especial era que no había nada. El, ella o ellos simplemente seguían la rutina de siempre. Esa clase de rutina que todos suelen tener en lo más profundo de su naturalidad. Levantarse, tomar un baño, quizá desayunar. No importan sus camas, ni sus duchas ni sus comedores. Tampoco afecta la hora que marca el despertador ni las prendas que van a vestir. Solo interesa una insignificante transición, un par de pequeños pasos que marcan el adentro y el afuera. Sin concebir su tamaño, color o textura, la puerta que separa al residente de su intimidad espacial con el resto del mundo es el elemento relevante de su cotidianidad.
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El siguiente paso rutinario es llegar a la otra puerta. Puede ser una oficina, una plaza, un colegio o cualquier tipo de espacio ajeno y quizá lejano de la intimidad del residente. El entorno próximo al punto de partida carece de importancia. Solo se sabe que llegar a la otra puerta es una tarea más del diario vivir. Hay múltiples formas de hacerlo. Algunos viajan cómodamente en sus propios carros. Otros caminan un poco para tomar un autobús. Algunos otros pedalean. Y otros pocos deciden simplemente caminar. Al residente no le interesa el camino ni las variantes del simple hecho de viajar. Solo le concierne llegar. Aquella mañana sigue sin tener nada en especial. El, ella o ellos llegan a su otra puerta y cumplen con sus deberes, con su rol en el mundo, con su rutina inconsciente. El residente se ha convertido en visitante. Los visitantes son visitantes porque conciben aquella otra puerta como algo foráneo a su privacidad, pero a la vez algo propio de su identidad.
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Aquella mañana se convierte en aquel medio día. El almuerzo y quizá un tiempo de descanso parecen ser también parte de la irrelevante cotidianidad. Los visitantes merodean territorios cercanos a la puerta visitada mientras tienen un breve descanso, pero les carece de interés aquellos lugares ajenos. Al finalizar este pequeño lapso, los visitantes se encasillan nuevamente en su puerta. Aquel medio día se convierte en aquella tarde. Las horas transcurren y aquella tarde sigue sin tener nada de especial.
En el lugar de visita, las manecillas del reloj consumen la tarde de la misma forma que consumieron la maĂąana. Al final de la jornada, los visitantes se encuentran exhaustos. Y en el mayor de los casos, la rutina involuntaria motiva a los visitantes a regresar. Tras salir de la puerta visitada nada parece haber cambiado. El mismo auto, la misma ruta de autobĂşs, la misma bicicleta o los mismos pasos a seguir aguardan al visitante para volver a su lugar de origen.
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Inconscientes del paisaje y de espacios transcurridos, los visitantes viajan mientras aquella tarde se convierte en aquella noche. Al llegar al punto de partida, unas calles conocidas y una llave son los Ăşnicos testigos de la transformaciĂłn inevitable. El visitante se convierte en residente, y ahora la cotidianidad se apropia de la intimidad. La misma hora de cenar, el mismo programa de TV, los mismos quehaceres del hogar. Aquella noche no tuvo nada de especial. El cansancio y la rutina conllevan al residente a descansar. Aquella fecha no tuvo nada de especial. Tal vez lo especial fue que no aconteciĂł nada anormal.
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Metamorfosis
Era un 14 de mayo. Siendo un día como cualquier otro, él sale de casa a ejercer sus deberes cotidianos. A una gran distancia de su hogar, camina durante 15 minutos para llegar a la estación de transporte público. Tomar el mismo bus de siempre y durante el trayecto va pensando en su empleo, en cómo han estado las cuentas de su casa. Quizá deba pedir tiempo libre en el trabajo para pagar los servicios. O quizá deba pedirle ayuda a un familiar para cumplir con los deberes del hogar, a pesar de haber perdido cierto contacto con ellos. Tras un largo trayecto finalmente arriba a su lugar de trabajo. Un viaje de una hora y 15 minutos en el cual los apretones, los golpes involuntarios y la sensación de asfixia fueron elementos rutinarios del recorrido Al entrar al edificio, subió las escaleras del lobby, llegó a su oficina y se dispuso a realizar sus tareas habituales. La mañana transcurrió como cualquier otra. De aquel día en su hora de descanso, el cielo era gris, quizá un poco lúgubre.
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Las calles estaban desiertas a causa del frío. Pero él no lo sentía. Le carecía de importancia si el día era caluroso o frío, si estaba nublado o claro. Tan solo sabía que ese instante era su momento de tranquilidad de la vida laboral, y solo deseaba disfrutar sus minutos de almuerzo. Para salir del edificio, bajaba las escaleras del lobby de la misma forma que las subió. Luego atravesaba las mismas cuatro calles para llegar al mismo restaurante. Se sentaba en la misma mesa y lo único que variaba en su rutina era su elección del menú. Como de costumbre, tras terminar su comida pagaba la cuenta ante el mismo cajero. Sin embargo, aquel día aguardaba algo diferente. Al salir del restaurante se percata que está lloviendo. Su simple transición al trabajo se ve interrumpida por unas cuantas gotas.
No queda mejor remedio que permanecer bajo
el marco de la puerta mientras cesa la lluvia. En medio de la espera, nota que frente al restaurante se ubica un parque. Bastante amplio, no muy poblado de árboles. No se podía distinguir con claridad si tenía límite o era infinito.
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Tras ceder la lluvia, decide cruzar la calle para sentir el parque. Como lo había pensado, el parque parecía agradable. Creyó que inmediatamente niños de colegios cercanos llegarían a jugar en sus amplias praderas. O quizá algunas mujeres llegarían a sentarse y murmurar. Sin embargo, no sucedió nada especial. Se sintió perdido, desolado, sin sentido. Una extraña sensación de incomodidad lo llevó a regresar a su rutina. De vuelta a su trabajo, deseó
que aquel parque fuese más pequeño.
Quizá un menor tamaño le hubiese quitado la sensación de encontrarse perdido en el espacio. También idealizó el parque con más árboles. anheló que aquel trozo verde fuera más para él y menos para el mundo. Tal vez de esta manera las personas lo usarían al sentirlo acogedor. Y sin duda alguna, pasarían sus recesos en el parque bajos las ramas de los árboles, leyendo el periódico. O quizá simplemente respirando.
En el momento que regresa al edificio percibe que las escaleras son bastante largas para llegar al lobby, y lo suficiente empinadas para que un accidente pudiese ocurrir. Pensaba que una persona con discapacidades o de la tercera edad no podría acceder al edificio con facilidad. Ya en su oficina, intenta concentrarse en sus labores. Sin embargo, desde que terminó su almuerzo ha comenzado a contemplar lo que había sido ignorado. Se percata que su oficina no le resulta agradable. Inclusive lo sabía desde siempre, pero carecía de importancia por el hecho de seguir trabajando. Le resulta muy oscura y cuenta con solo una ventana. Aquella ventana brinda una visual estéril y desolada, compuesta por la fría pared de otro edificio y un pedacito de cielo que se escapa del muro desolado. Su ventana le genera insatisfacción. Quizá los bajos niveles de productividad en el trabajo tengan algo que ver con su ventana. pensó que su estrés cotidiano se relaciona con su ambiente espacial. Anheló que en un futuro pudiese conseguir una oficina mejor. Con mayor iluminación, una mejor panorámica y que no le genere sensación de inclaustración.
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Las horas restantes de trabajo se consumen y el atardecer anuncia el final de la jornada. A diferencia de otras tardes, aunque baja las mismas escaleras lo hace de una forma diferente, con una perspectiva distinta. Sale del edificio deseando que su trabajo se ubicara en un lugar más próximo a su hogar. Mientras caminaba, quiso que existiera una estación de bus más cercana. Tal vez una mayor diversidad de espacios para el transporte público y el tránsito de peatones. Tras llegar a la estación, toma el mismo transporte de siempre para regresar a casa, aunque esta vez piensa en cosas diferentes a lo habitual. Como todos los días, el bus lleva consigo una masiva cantidad de pasajeros, resultando en un insípido sobrecupo. Todo esto se presentaba en su diario vivir, pero una espera bajo la lluvia le permite despertar de la rutina inconsciente.
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Mientras idealiza al servicio público y al peatón como prioridades, él va visualizando los trancones causados por el delirio de comodidad de los autos particulares. Quizá su calidad de vida se relacione con el tiempo y la forma de transportarse entre su trabajo y su hogar. Mientras continúa su trayecto, también reflexiona entorno a su barrio. Contempla que su barrio sólo se compone de hogares y unas cuantas tiendas. Tal vez si existiera algo que atrajera a la gente, sus calles y parques no resultarían tan solitarios. Imaginó espacios nuevos y acogedores donde existieran múltiples dinámicas y actividades. Lo anterior no sólo beneficiaría su vida sino también la de aquellos que habitaban próximos a su hogar o visitaban la zona por gusto o necesidad. Al llegar a su destino la tarde se ha vuelto noche. Al bajar del bus, se abstrae de la turba de pasajeros para caminar los quince minutos habituales de recorrido hasta su hogar. Descubre que quizá no solo deba caminar por necesidad sino también por gusto.
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Consideró que sería bueno revitalizar espacios desaprovechados próximos a su hogar para darle vida a su entorno. Mientras tanto, observa detenidamente la infinidad de la vía para darse cuenta que no la ve tan iluminada. Quizá también le resulta un poco abandonada y desolada.
Tal vez por esta
razón no existe mucha vida en la ciudad nocturna e incluso también en la diurna. En ese momento, quiso que existieran más espacios disponibles para los transeúntes, donde la noche y el día tuvieran la misma importancia. Más allá de los típicos bares y lugares de ocio, imaginó espacios de permanencia tales como bibliotecas y cafeterías que funcionaran bajo la luna y bajo el sol. Inclusive pensó en generar espacios públicos que le agradaran al ciudadano tras el atardecer. De esta forma, en su imaginación le parecía agradable su barrio tanto de día como de noche.
Al llegar a su hogar, divaga y titubea Ya de regreso en su hogar, tratando de cerrar los ojos concluye su día aspirando que el ciudadano debe estar más en contacto con su ambiente, le deba agradar su espacio de trabajo y su lugar de descanso, del cual pueda sacar más provecho sintiéndose
en un lugar más inherente.
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El Ciudadano
Residentes y visitantes pasan los dĂas, semanas y aĂąos siendo ausentes de su presente.
Inconscientes por la rutina, desconocen que no son residentes ni visitantes cuando se desplazan de una puerta a otra. Omiten todo aquello que se encuentra fuera de ventanas y paredes.
El problema no es ser residente o visitante.
Tampoco es del todo un inconveniente la rutina repetitiva.
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Quizá, el problema radica en la indiferencia hacia aquello que yace fuera de las puertas, en esas cosas que se presentan en espacios indefinidos.
Esos espacios indefinidos que se encuentran en las calles que transitan, en los parques que circulan.
En el paisaje distante, en los detalles cercanos. En los lugares que se evitan y en las calles escondidas.
En lo inmóvil de la noche y lo frenético del día. En la soledad y en las aglomeraciones.
Es decir, en aquellos lugares que solo son transitados o apreciados por casualidad o necesidad, más no por gusto o inquietud.
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Para encontrar los espacios ignorados no es necesario viajar al lugar más recóndito de la ciudad.
Solo basta con deambular unas cuantas calles a la redonda de las puertas cotidianas. Tan solo se debe tener mayor percepción del entorno, mirar más allá de lo habitual.
Una estación de bus, una acera por donde transitar, una esquina inundada por murmuros ajenos o una alameda plagada de tranquilidad.
Todo comienza por observar, por contemplar lo olvidado.
Y así, con tan solo abrir los ojos ante aquello que siempre ha existido, los visitantes y residentes tienen algo más en su diario vivir.
Algo llamado ciudad, donde se mezclan visitantes con residentes y los mismos se confunden entre sí.
Algo de lo que se apropian, algo que vuelven a valorar.
Al apropiarse de aquello que está fuera de las puertas, la rutina deja de ser rutina.
Descubren una zona verde para descansar. Prefieren ciertas calles para caminar. Seleccionan un paisaje para contemplar.
Y así, los días no son los mismos.
Los lugares de residencia y visita ya no se limitan por una entrada y una salida. Las fronteras se expanden a unas cuantas vías, unas cuantas construcciones, unas cuantas manzanas. Pero los residentes y visitantes no solo se limitan a definir y valorar espacios que alguna vez fueron olvidados. Estos sujetos escudriñan, indagan y examinan. Se percatan que estos lugares tienen falencias. Avistan más edificios que árboles. Sienten que sus residencias sólo pueden ser residencias por carecer de sentido comercial, laboral o cultural. Visualizan grandes espacios solos o degradados. Perciben que hay mucho espacio para manejar y poco para caminar.
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Sus indagaciones también muestran que los intentos previos por solucionar los problemas son de grandes proporciones.
Tan grandes y radicales resultan las soluciones que los transeúntes se sienten en espacios grandes, fríos y desolados. Carentes de sensaciones y emociones por despertar.
La valoración de los espacios no sólo conlleva a la búsqueda de falencias. La apropiación trae consigo un deseo colectivo, una necesidad compartida.
Tanto residentes como visitantes se enfocan en mejorar aquellos lugares olvidados. Este deseo los conlleva a reaccionar de manera crítica ante la situación actual de su entorno.
El primer paso ya se ha dado.
Los residentes y visitantes ya se han apropiado de aquello ajeno a sus puertas y desean que los demás sigan este paso.
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Ahora bien, se conciben ideas alrededor de lo existente. Para ellos y ellas es mejor reparar lo que ya estรก presente, que comenzar desde ceros algo que estรก ausente.
Consideran que es mรกs importante contemplar la ciudad desde la acera mientras se va caminando, que atravesarla a alta velocidad mientras se va manejando.
Piensan que la composiciรณn del paisaje se define mรกs por hojas, ramas y flores que por puertas, paredes y ventanas.
Visualizan lo desecho y olvidado no como un problema que hay que destruir, sino como una oportunidad de alto potencial que se debe explotar.
Tras una serie de percepciones, divagaciones e idealizaciones, los residentes y visitantes han recorrido juntos un camino, en el cual las distinciones entre el uno y el otro solo se definen por el acto de residir y el acto de visitar.
Ahora entre ambos, ellos y ellas desean promover un cambio. Anhelan poner en marcha sus posturas e ideas para transformar su entorno valorado.
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¿Cómo transformar aquello que en tanto tiempo ha sido olvidado? La respuesta les resulta más fácil de lo esperado y el primer paso hace tiempos ya se ha dado.
Al abrir los ojos, valoraron lo próximo y lo lejano.
Ahora deben impregnar en sus cercanos el sentimiento colectivo. Vecinos, amigos, familiares y extraños de a poco se van uniendo a la apropiación.
Y así, llegará el momento en que residentes y visitantes se confundan entre sí, se esfumen las categorizaciones y simplemente todos sean ciudadanos.
Son ciudadanos por apreciar la ciudad.
Aunque tengan un lugar para residir y otro para habitar, el ciudadano se apropia de todo tipo de espacios al usarlos y contemplarlos.
Se preocupan por los mismos, desean conservarlos y mejorarlos. No se sienten foraneos en ningún lugar. El hecho de ser ciudadano ya resulta en un gran cambio.
Ahora bien, los ciudadanos ponen en marcha sus ideas. Con pequeñas transformaciones mejoran los espacios olvidados.
Imaginan para luego realizar.
Mediante pequeñas y medianas intervenciones, sus deseos e ilusiones se transforman en realidades. Realidades que estructuran el paisaje, convirtiendo los espacios desechados en lugares anhelados.
Los transeúntes resultan más que relevantes.
Pasajes, alamedas, parques y espacios abiertos están dispuestos para ellos. Para su deleite, para su gusto, para su permanencia. Ahora los autos resultan secundarios y su rol se limita a la movilidad, más no a la estructuración del paisaje.
Se adecuan espacios multifuncionales, donde convergen todo tipo de ciudadanos. Se piensa la ciudad no sólo para el día sino también para la noche.
En síntesis, los ciudadanos conciben espacios con la intención de que sean usados por gusto y no por necesidad.
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Estas intervenciones concebidas por los ciudadanos funcionan porque se acoplan con lo existente. Es decir, con las dinámicas de los habitantes cercanos.
No son gigantescas, radicales o agresivas. Funcionan porque solo se toman algunos espacios desusados o abandonados. Funcionan porque no sólo se adecuan para sí mismas, sino también potencializan otros espacios cercanos.
Pero principalmente, funcionan porque los ciudadanos de ellas se han apropiado.
Finalmente, los residentes y visitantes se han convertido por completo en ciudadanos.
La rutina dentro de sus puertas ya no define sus vivencias.
Aquellos días ya no fueron los mismos.
Ninguno se pareció al otro.
Ninguno volvió a resultar monótono.
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Todo puede pasar mientras ellos se encuentren allí afuera.
Entre esquinas y aceras, entre árboles y edificios.
Lo único predecible de sus vidas es que resulten impredecibles.
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Impreso en Bogotรก D.C., Colombia el 12 de Mayo de 2015.