Estragos o la Dialéctica de los escombros Transitar entre escombros y ruinas puede ser un ejercicio que pasa desapercibido por una gran parte de la población acelerada que atraviesa diversas barreras en función de las relatividades de sus tiempos, esto es infinitivamente permutable y en todo caso variable. Sin embargo, existen momentos en los que el accidente, lo accidentado, el error y lo imprevisto puede generar una irrupción en este mecanismo autómata, deconstruyendo nuestras propias expectativas, la idea de involucrarse y mimetizarse con un territorio pasando desapercibido es una acción que poco se ejecuta o en la mayoría de los casos es poco apreciada. La información a la cual estamos expuestos constantemente genera una saturación de códigos y símbolos que muy pocas veces logramos descifrar, entonces es cuando lo desconocido tiene esa cualidad seductora que puede cautivarnos y guiarnos hacia un recorrido transitado a la deriva. Así, desde la dificultad y la incertidumbre generada a partir del vacuo al cual estamos constantemente expuestos, emprendo un viaje al Tercer Mundo, derivando mis acciones en objetos, residuos y errores, obsesiones y hasta incluso mi propio carácter subversivo, me encuentro realizando trabajos que difícilmente podría ejecutar en otros
contextos o quizás en otros “mundos”, elaborando un entramado de información relacionada a discursos sobre lo ya acontecido y lo que no pudo acontecer. Abordar desde el error, errando infinitamente y generar una dialéctica a partir de ello, es un protocolo que conlleva a revaluarme constantemente y hacerlo evidente en las diferentes manifestaciones en las que logro expresarme como individuo, estando abierto constantemente al señalamiento y la crítica, es un hecho sumamente predecible y necesario que se enmarca en un contexto específico. Los mecanismos de ejecución desde la precariedad hacen que la producción de obras de arte en nuestro país sea una hazaña tortuosa que lleva a cuestionarnos sobre la importancia de expresar mediante estos medios el acontecer desde nuestras propias disertaciones. Las instituciones privadas o públicas albergan una serie de obras que se traducen en momentos “perceptibles” de un pensamiento o idea, indiferentemente de técnica, materialidad o incluso perdurabilidad, es un acuerdo que se ha entablado en la legitimación de las obras de arte en estos recintos. Lo acontecido en la inauguración de “El Tercer Mundo” es una respuesta que recibo por un grupo de espectadores asistentes, manifestada a través de acciones que tocan esos linderos entre la obra de arte y la experiencia como material
plástico. Simultáneamente realizaba la performance titulada “吃米饭”(Comiendo Arroz), una acción de descanso en la cual degustaba una cantidad de arroz previamente preparado con ajinomoto, una pieza interactiva en la que el público asistente podía participar y entablar un diálogo mediante la acción de ingesta o simplemente compartir la mesa con el artista. Este trabajo lo presento como una línea de tiempo que se inserta en la instalación, una obra que transita una realidad fragmentada desde lo cotidiano en ciudades como Valencia y Caracas, superando las fronteras de las mismas hasta llegar a la escala del país. La respuesta no sólo es recibida por un grupo que destruye la instalación que deconstruye nuestras propias fachadas como individuos, también recibo una respuesta por parte de autoridades en el espacio y contexto en el que se concibe la muestra, una ausencia en la efectividad de las medidas tomadas in situ alude a una falta de compromiso, respeto o vinculación con el trabajo que se realiza. Estos acontecimientos en su totalidad, aluden a un cuestionamiento ético acerca de la concepción que tenemos actualmente como “obra de arte” y al trabajo del artista en un tiempo determinado. Mi compromiso se establece con la ejecución de la obra en sí misma (instalación y performance) formando parte de la muestra como una pieza
más, me mantengo ejecutando la acción mientras a través de amenazas, sonidos y movimientos de escombros se esboza una nueva cartografía sobre el curso que toma la instalación, voy evidenciando la desestructuración de una obra presentada al público en la inauguración, una apertura que se transforma inevitablemente en el tiempo y espacio en que se concibe. El cuerpo como material de acción queda en todo momento vulnerable, es un aspecto de interés que forma parte de mi investigación plástica y que en todo momento he de asumir la responsabilidad de los acontecimientos que genero. Esta vulnerabilidad es puesta en evidencia tanto dentro de las instituciones como afuera de ellas, es un riesgo asumido en este tipo de prácticas, dentro de las cuales se encuentra el performance.
“El Tercer Mundo” toma ciertos rumbos indeterminados, en el que se pone en tela de juicio la ética de los espacios que custodian tanto las obras como el trabajo que realizan los artistas. Evidentemente una reacción distinta hubiese sido esperada si se destruía una obra perteneciente a la colección del Museo, en la que tanto acciones legales como suspensión del evento hubiesen formado parte del paisaje generado en la inauguración. La descomposición de la ética no es algo que
tenga que ver con un puñado de arroz no refrigerado, hay gestos que van mucho más allá de lo mohoso y la proliferación de gusanos. Considero que la mayor evidencia es dejar intacto el vestigio de la instalación, el espectador podrá tener una idea de lo ocurrido en la inauguración, dando cabida a los 4 meses de duración de la exposición, de lo contrario se estaría silenciando lo ocurrido. No es posible que la confusión en cuanto a las nociones sobre lo que es o no es valorado en una obra de arte, reine por encima del respeto y el diálogo. Los acontecimientos ocurridos el día viernes 16 de octubre del año 2015, no es un problema de un artista y su obra, sino de las concepciones y valor que se le otorga al esfuerzo y obra de arte en nuestro país, me llama fuertemente la atención a nivel local que teniendo como antecedente el trabajo de un artista como Javier Téllez y su “Extracción de la piedra de la locura” (artista de valencia cuya obra fue presentada en el mismo espacio en un pasado inconcluso) quede en un vacío de referencialidad con respecto a la perspectiva actual. El silencio sería normalizar este tipo de eventualidades permitiendo que forme parte del panorama cotidiano, de ahí la urgencia en manifestar la incomodidad, el irrespeto y la falta de respaldo, un acontecimiento que no puede quedarse tras las puertas de una institución, debido a que puede ocurrirle a
cualquier otro artista. Una necesidad de hacer público este acontecimiento circunda en la preocupación por el rumbo que toman nuestras percepciones acerca del arte contemporáneo en Venezuela, es un momento de generar contenidos a través de nuestras acciones, de forma ética y profesional independientemente del rol que tengamos en nuestra sociedad descompuesta el arte siempre tendrá esa cualidad de replantear, revaluar y reevaluarse desde el espacio en que se concibe. MAx Provenzano Octubre, 2015