De la búsqueda, y lo que encontraron, dos princesas y un príncipe pájaro

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De la búsqueda, y lo que encontraron, dos princesas y un príncipe pájaro

MC Hito Ilustraciones Juan Manuel Hitos Eduard Barrobés


Había una vez, en un reino muy lejano, dos hermosas princesas que se llamaban Blanca y Laura. Las princesas no eran hermanas, sino primas, pero la princesa Laura había vivido en el palacio desde que tenía uso de razón, así que, para ella, la princesa Blanca era como una hermana.



En aquel tiempo sucedió que los reyes de aquel lejano lugar murieron trágicamente, a causa de unas extrañas fiebres. Dejaron solas a las dos princesas, y al pequeño príncipe Esteban, hermano de la princesa Blanca, que acababa de nacer.

Y resultó que...



...en aquel reino, vivía una bruja malísima que odiaba profundamente a los niños pequeños, y que disfrutaba haciéndolos sufrir. La malvada bruja aprovechó la ausencia de los reyes para hechizar al príncipe Esteban: lo convirtió en pájaro para que se lo comieran los gatos del palacio.



EL príncipe empezó a volar sin parar, muy desconcertado. Tal fue su desconcierto, que el pobre chocó contra una pared y cayó al suelo. Un montón de gatos hambrientos aprovecharon la ocasión para acorralarlo; las princesas no tuvieron otro remedio que deshacerse de ellos a escobazos. Para evitarle más peligros, encerraron al maltrecho animal en una magnífica jaula. Pero el pobre príncipe, en aquel estado, ni comer podía. Se pasaba todo el tiempo llorando lastimosamente, encerrado en su preciosa jaula.



Entonces, las princesas pidieron ayuda a todos sus súbditos: aquel que supiese como deshacer el maleficio recibiría como regalo lo que desease del reino de las princesas. Llegaron magos de todo el país pero, por mucho que lo intentaron nada lograron, pues el hechizo de la malvada bruja era muy poderoso. Las pobres princesas ya desesperaban cuando un viajero, llegado de tierras lejanas, les habló de un reino maravilloso, donde sólo vivían personas buenas y donde, por arte de magia, la desgracia se transformaba en felicidad. Pero había dos grandes problemas: sólo las personas de corazón puro podían entrar y, además, nadie, que el viajero conociese, tenía claro como encontrar aquel fabuloso reino.



Las princesas Laura y Blanca pensaron que si pasaba el tiempo y no encontraban la solución, se irían de viaje con el príncipe para buscar el reino de la felicidad. Y así ocurrió; llegó el momento pues nadie pudo deshacer el hechizo. Los tres hicieron sus pequeños equipajes, el del príncipe pájaro fue el más pequeño, claro, y se pusieron en camino. Y aunque, como ya se ha dicho, nadie sabía, a ciencia cierta, como llegar hasta aquel increíble lugar, ellas tenían fe, y la firme convicción de que lo podrían encontrar.



Salieron de palacio en primavera, cuando los campos florecían y olían a hierba mojada. Durante el verano, atravesaron montañas y desiertos, donde pasaron hambre y calor. En otoño, cruzaron ríos y valles y, de repente, se dieron cuenta de que ya empezaba, de nuevo, a hacer frío; pero, en su equipaje, llevaban poca ropa de abrigo. Y, en invierno, una negra noche que nevaba y se habían parado a descansar al borde del camino, pensaron, desanimadas, que nunca encontrarían el reino de la felicidad.



Entonces sucedió que, ante ellas, se presentó un muchacho descalzo, que tan sólo llevaba puestos una fina camisa y un pantalón gastado. Tiritando de frío, el chico les preguntó: -¿Tendríais algo de abrigo para mí? Las dos princesas, que tampoco tenían demasiado con que taparse, sintieron lástima por él y contestaron: -Poca cosa tenemos, pero si quieres, lo que hay compartirlo podemos Así que le dieron cobijo bajo la manta que las abrigaba.



Al poco rato apareció una viejecita, que tenía la nariz roja y tosía. La anciana les dijo: -Jovencitas, soy vieja, tengo hambre enferma. ¿Me podríais ayudar?

y

estoy

Las princesas Blanca y Laura se miraron llenas de pesar. Poco podían hacer, pero volvieron a contestar: -Poca cosa tenemos, pero si quiere, lo que hay compartirlo podemos.



Fue entonces cuando el chico, levantándose y señalando a la mujer, dijo con enorme frialdad: -Vieja loca, ya te puedes ir por donde has venido, que aquí sobra gente. Las dos princesas no podían creer lo que estaban oyendo. Se lo miraron de arriba a abajo. -¿Como puedes decir semejante cosa? –lo interrogaron-. ¡Si antes eras tú el necesitado! -Pero antes era distinto –contestó él-. Aquí no hay nada para una vieja mugrienta como ésta.



Las princesas Blanca y Laura se quedaron de piedra ante semejante respuesta, pero no tuvieron ninguna duda sobre lo que debían hacer: se alzaron, recogieron sus cosas, excepto la manta, y se fueron con el príncipe Esteban y la viejecita. -No se preocupe, buena mujer -le dijeron-, que aún nos queda algo de abrigo y un poco de comida. Pero, nada más pronunciar aquellas palabras, una gran oscuridad las envolvió, seguida de un resplandor cegador.



Y‌ Ante sus ojos apareció el reino mås bonito que jamås se hubieran podido imaginar: todo estaba lleno de flores y el aire se impregnaba con olores suaves y dulces. Y, junto a ellas, ya no estaba la viejecita sino un hada con un vestido del color de la Luna que brillaba como el Sol.



Pero, por desgracia, también apareció la bruja que había hechizado al príncipe Esteban, que no era otra que el muchacho al que habían ayudado, y que las había estado siguiendo durante todo el viaje. Las dos princesas se asustaron mucho al verla.



Pero el explicó:

hada,

observando

su

angustia,

les

-Este es el reino de la felicidad y en él sólo se puede entrar si tienes un corazón puro. La gente malvada no puede quedarse en nuestro reino. Es más, una vez han intentado entrar aquí, pierden sus poderes para siempre. Dicho lo cual, la pérfida bruja se volvió transparente y desapareció (no sin antes gritar un montón de palabrotas).



El hada continuó: -Aquí las penas y las desgracias desaparecen. Entonces, las princesas Blanca y Laura pudieron ver que el príncipe ya no era un pájaro, sino el niño de antes. Lo abrazaron llenas de alegría. -Queridas niñas, habéis demostrado que tenéis un corazón puro y que seréis buenas y justas con vuestro pueblo –les dijo el hada sonriendo-. Quedaos un tiempo con nosotros para descansar y volved después con los vuestros.



A mediados de la nueva primavera se despidieron. El hada les hizo prometer que jamás explicarían donde se encontraba el reino de la felicidad. Y así lo hicieron. A partir de entonces, fueron muy felices en su reino muy, muy lejano.

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.



Este cuento está dedicado a todos los niños y niñas, porque son los únicos capaces de imaginar un lugar donde todo el mundo es bueno. Y también, a aquellos adultos que hacen que ese mundo parezca, incluso, real.


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