Insulte usted sabiendo lo que dice Manuel Ariza Viguera Universidad de Sevilla
Desde los comienzos de los estudios léxicosemánticos se sabe que las palabras no sólo pueden cambiar sus significados, sino incluso perderlos. Bien entendido, su significado propio u originario. Como una de las pocas cosas que odio de mi profesión –aparte de corregir exámenes– es discutir sobre problemas terminológicos, no voy a entrar a diferenciar entre “significado”, “significación” y “modos de significar”, por referirme a tres de los términos más usados. Lo que quiero decir es que algunas de las palabras o clases de palabras pierden aparentemente su significado. Es lo que sucede, por poner un ejemplo, con los nombres propios; así Manuel Ariza lo único que aparentemente significa es ‘yo’ u otros que se llamen también así. Sé que están pensando que no es posible que haya una pérdida de significado porque si los nombres propios siguen siendo signos lingüísticos, como tales deben tener significante y significado. Pero no quiero ir por ahí. Con el ejemplo del nombre propio solo he querido exponer –como decía– que hay palabras cuyo significado se mitiga tanto que aparentemente puede desaparecer. No sólo ocurre con los nombres propios, pasa también con las interjecciones y exclamaciones. Cuando un italiano dice porco cane piove o un español dice “coño, cómo llueve”, ni uno piensa en los perros, ni otro en el aparato sexual femenino. Bien, esto es también lo que suele ocurrir con los insultos. Cuando decimos que “fulanito es un estúpido” sabemos, sí, lo que estamos diciendo, y, si no lo sabemos, acudimos al diccionario y allí nos lo explica: estúpido. Necio, falto de inteligencia. // 2. Dícese de los dichos o hechos propios de un estúpido // 3. Estupefacto, poseído de estupor