La Farsa de la Morsa * Lic. Mª Celeste Gigli Box (UNLP) Contacto: mcgb_br@yahoo.com.br
En este ensayo narraremos detalladamente la censura decretada por el gobierno de facto autodenominado Revolución Argentina al suplemento semanal Tía Vicenta. Por un lado, recorreremos una minuciosa dedicación en los detalles de la veda (incluyendo el derrotero de quienes estuvieron relacionados con la publicación). Por otro lado, expondremos aquello que creemos determinante para la prohibición. Allí llegaremos luego de narrar los comienzos de la revista, su auge y la solución de compromiso conocida como María Belén –emergente devaluado y desnaturalizado de la veda a la primera revista de humor político argentina. Vale aclarar, que no nos dedicaremos aquí a la, también inestable, versión televisiva de la revista, aun cuando podamos hacer breves referencias si correspondieren, como tampoco a su efímera segunda aparición en la última dictadura militar, abocada a lo que pregonó como “humor sanito”. Por lo enumerado, destacamos que nuestro objetivo principal es exponer con amplitud aquellos contenidos que, junto a las razones que sostenemos detonantes para la censura. Esto tiene por objeto desplazar la creencia convencional que la veda de Tía Vicenta fue sólo consecuencia del revelar un indiscreto sobrenombre presidencial en una caricatura. Creemos que hubo un poco más que eso.
Un simple acento puede conservar tu trabajo… La censura ha perdido a todos aquellos a quienes quiso servir. François Sagan
Hacia 1945, luego de la renuncia de Perón a la vicepresidencia de la Nación, la división del gabinete y los tiroteos en Plaza San Martín, se produce el reclamo de seguidores peronistas llegado el 17 de octubre. Pero ése no era el único suceso fundacional de la jornada: también apareció Don Fulgencio –revista que tomaba su nombre de un personaje de Lino Palacio. Su protagonista –Cicuta– convivía con las colaboraciones de Rafael Martínez, Juan Carlos Colombres – próximo a tomar su pseudónimo, Vidal Dávila y Roberto Tálice, entre otros. Producido el triunfo de Perón en los comicios generales de febrero, el flamante *
Este ensayo es una continuación del editado como La Tía Vicenta y el Censurador (ISSN
1669-6581) en la revista digital Question (Vol. 22, Edición Invierno de 2009) de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata.
ejecutivo no se mostró afecto al humor político y por eso fue imperioso, para un empleado de Tribunales –que pretendía conservar su trabajo, encontrar un pseudónimo que le permitiera firmar tranquilo en Don Fulgencio. Recién en 1947, el hijo de Lino Palacio, sugirió a Colombres que su barba lo asemejaba a Landru, el asesino de viudas francés. A fin de evitar su despido si lo identificaban invocando al conocido barba azul, le agrega un acento a la última letra (1). Y así seguirá firmando su trabajo… con lo que también podemos certificar que las precauciones no sólo fueron necesarias con el onganiato, sino que algunas de ellas fueron necesarias desde el comienzo de su trabajo. Entrevistado en 1999 (2), Landrú comentó que la única manera de hacer humor político –y seguir haciéndolo en el tiempo– implica una fórmula: hacer un chiste sobre alguien, y no ya en contra o a favor de algo/alguien. Por eso se debe cuidar no aludir a la misma persona todos los días –ya que hacerlo, asemeja a una “campaña” en contra de ese personaje. Figura la idea como “desparramar el juego” (así, un día le tocará a un presidente, otro día a un funcionario, el siguiente a un opositor, y así sucesivamente –manteniendo un equilibrio). De este modo, logró quedar fuera de querellas particulares o del desacato público. Pero, allende esas estrategias tomadas para pervivir –con una labor que puede herir susceptibilidades, Landrú presenció situaciones en que fue imperioso evitar ciertos temas, si se quería continuar con las caricaturas de la actualidad. Tal fue el caso de Raimundo Calcagno –Calki–, comentarista de cine en Rico Tipo, blanco de una casualidad (fatalidad) que le costaría su trabajo como periodista: durante el gobierno de Perón, se refirió al argumento de una película calificándolo tan falso como una declaración jurada. Ese mismo día, mientras salía Rico Tipo, el Presidente presentaba una declaración jurada de bienes… De cualquier modo, es imperioso saber bien que como los problemas no empezaron con Onganía, tampoco cesaron con los dos primeros gobiernos peronistas. Los apuntes autobiográficos de Landrú (3) comentan que, en el tercer número de Tía Vicenta, escribió el conocido teorema: el cuadrado de un general es igual a la suma de los cuadrados de dos coroneles. Al día siguiente lo llamó César Norega –sobrino de Aramburu, para decirle que unos coroneles se habían escandalizado y que Aramburu lo invitaba a comer en Olivos. El humorista percibió al PEN como un hombre circunspecto, que no reía nunca y que le dijo: “Vea Landrú, ayer vino a verme un grupo de coroneles de la SIDE, quieren clausurar Tía Vicenta. Yo el teorema ése ni siquiera lo leí, pero quiero que usted sepa que cuenta con todo mi apoyo. Y haga todos los chistes que quiera sobre mí y sobre el gobierno, tiene carta blanca”. La “descompresión” de la situación permitió la continuidad de su trabajo. Así, en 1958, comenzó a hacer TV con Tato Bores y los Tururú Serenaders. Fue exitoso, pero cuando llegó la hora de renovar contrato para 1959, Raúl Colombo –el censor de entonces, lo llamó suponiendo que era amigo de Manrique (a quien sólo conocía “de pasada”, según sus palabras), para decirle: “yo quiero que usted escriba para el próximo programa de Tato Bores un sketch contra Frigerio (…) soy antifrigerista y le pido esto porque usted es muy amigo de Manrique y a mí Manrique me apoya”. La respuesta fue: “Lo siento, Colombo, pero yo no hago programas a favor ni en contra de nadie, yo hago programas sobre”. Aquél trató de convencerlo, pero Landrú mantuvo posición.
Colombo pegó un puñetazo en la mesa y dijo impetuosamente: “Desde hoy, a usted no se le renueva el contrato en Canal 7, y en los otros canales tampoco va a poder trabajar”. Estuvo prohibido en la TV hasta después de la caída de Frondizi. No obstante, con Dringue Farías comenzaron un ciclo en canal 11, llamado “El Profesor Garrafa”, que duró tres semanas. Landrú armó un sketch en el que el profesor Garrafa organizaba una “polla del golpe” (“polla” refería a un juego llamado la “polla del fútbol”, similar al postrer “P.R.O.D.E.”). Era la época de azules y colorados, y Farías decía: “procederé a leer: tal día de marzo, golpe de los bomberos. Otro, de los zorros grises, otro de los cobradores de gas, otro de los bancarios, otro de los empleados de SEGBA, el 2 de abril, golpe a la Marina”… unos días después, el mismísimo 2 de abril, se levantó la Marina. Landrú asegura que fue una coincidencia. En cualquier caso, fue a buscarlo la policía para llevarlo al Ministerio del Interior, donde hasta las veinte horas lo interrogaron sobre cómo sabía que el 2 de abril se iba a levantar la Marina. Por suerte, logró salvar el programa (por sólo dos emisiones más), pero un coronel de la SIDE iría a revisar los guiones. Parece que éste no estaba al tanto que los guiones de cine y TV suelen estar escritos en dos columnas (en una se describen movimientos de cámara con la acción; y en la otra los diálogos); y debe haber leído nada más que los diálogos. La letra no era irritante, pero la acción era una receta de unos caníbales para cocinar al secretario de Guerra Rattenbach. Así que, el sketch tenía dos platos fuertes: por un lado, la escenografía; y por otro, los actores (constituidos por tres miembros de la familia Rodas –matrimonio de enanos amigos de Farías, como “Guido” y “Rojas” –un supuesto implicado en el plan golpista). Valiéndose de que ambos militares eran de muy baja estatura. El remate residía en la apertura de los planos cortos, mostrando a “Guido” y su mujer, junto a “Rojas”: al abrirse, se podía comparar la altura de los militares con la de los granaderos que los acompañaban –la que distaba considerablemente. El revuelo por este chiste fue enorme. Landrú aseguró en broma que al coronel de la SIDE debieron haberlo fusilado.
La tía incoherente –que encima opina… Los ignorantes son muchos, los necios infinitos; y así el que los tuviere a ellos de su parte, será señor del mundo entero. Baltasar Gracián
Un allegado familiar a Landrú conocía gente que pretendía sacar una revista de humor político. Eran tiempos en que un gobierno democrático se iba abriendo paso, y la revolución cultural se asentaba con la expansión de las industrias culturales, la modernización del periodismo, el desarrollo de la incipiente TV, entre otras cosas… El miércoles 14 de agosto de 1957 logran inaugurar Tía Vicenta (programada para el martes 13, pero pospuesta una jornada por el desperfecto en las máquinas impresoras, lo que demuestra la carencia de supersticiones en su staff), con una tirada nada despreciable de 50.000 ejemplares, para llegar a los 450.000 cuando la censura (época en que salía como suplemento de humor dominical en el diario El Mundo). La publicación violaba de hecho, numerosos puntos el decreto 4161/56 (por el cual se prohibía
elementos de afirmación ideológica o propaganda peronista), en juegos de palabras como el conocido aumentativo de buzo, buzón; de coraza, corazón; y de pera… Perón. Claro que esto pretendía la hilaridad y no era una aseveración proselitista –sabiendo que Landrú se ubicaba en el antiperonismo. En cuanto a su nombre, era producto de la inspiración familiar en una tía de Landrú, Cora. Quien hablaba de política sin pruritos –aunque no entendía absolutamente nada de ella, y por eso, los disparates que decía, los adaptaba a su mentalidad. Según el propio sobrino, era el modelo de la “señora gorda”… Y, para evitar problemas familiares, fue mejor evitar nombrarla directamente. Aunque tuvo que reforzar con otros argumentos para convencer a quienes aportaban el capital (que no asociaban por nada del mundo a “Tía Vicenta” con un título para una revista de humor político): Landrú les dijo que aquél tenía muchos usos. Si aumentaba la cantidad de páginas, podían titular Tía Vicenta engordó, si salía en colores se podía decir Tía Vicenta se pinta, y si tenía líos con la censura, se intitularía A Tía Vicenta la encarcelaron. Claro que, cuando la censura efectivamente asestó, el titular era por definición inviable: es necesario un número posterior a la prohibición para poder proclamar que la tía había hablado de más y fue amordazada… Su estilo era novedoso: sin secciones fijas y con criterio de redacción abierta, donde cada número contaría con colaboradores diferentes. Tanto fue así, que por ella desfilaron: Caloi, Quino, Miguel Brascó, Fontanarrosa, Sabat, Roberto Maidana como Chacato (todos iniciados en esta publicación), Copi (quien le dio a Landrú su primer dibujo cuando sólo tenía dieciséis años), Maria Elena Walsh, Roland Hansen (el director de Buenos Aires Herald), Conrado Nalé Roxlo, Rogelio García Lupo, Dalmiro Sáenz como 3,1416 y Oski, entre otros… incluso el presidente Frondizi colaboró en un número de ella, bajo el pseudónimo de Juan Domingo Faustino Cangallo, quien negó el crédito ante Landrú, pero su secretario privado se lo confirmó bajo línea privada (el artículo era un comentario sobre la reforma constitucional de 1957). Su espíritu era la espontaneidad, el absurdo, la falta de ceremonia –en todo sentido. Incluso la invención de noticias ("se venderá el Congreso en propiedad horizontal", 4/6/62). Otra característica fue la adaptación de la portada a un tema escogido (disfrazada de “La Chacra”, de “Pravda” o bien del clásico norteamericano “Tía Vicenta del Reader's Digest”). Este recurso también se usaba para parodiar la actualidad: así, para referir a la crisis económica, utilizó el nombre de Carestía Vicenta (3/4/66). Cuando el rumor que Perón retornaba al país crecía, se tituló Tía Vicenta en el Exilio –con una banda que aclaraba: Edición clandestina (29/4/63). Otra edición tomó el travestismo en todo el suplemento, llamándose Tío Vicente, y aclarando: ¡Hemos cambiado de sexo! (23/7/62), en ella se trucaron fotos de los políticos como damas (Arturo Frondizi fue rebautizado como Artura Frondizi de Poggi, lo seguían Alfreda Lorenza Palacios, Oscarina Alende y Alvaro Carlota AIsogaray); Landrú se convirtió en Landrunelle, y un hipotético secretario de redacción editorializó en contra de la idea del cambio de género: ¡Ustedes son 1 manga de degenerados! (…) Si hasta nuestro administrador, hombre al que por su avanzada edad consideraba yo persona sensata y afín con mis inclinaciones juiciosas y respetables, se ha trocado en la señorita Ferdinanda Rampolda y anda por ahí haciéndole caídas de ojos al ascensorista y a los peones de limpieza!).
La filiación intelectual del director con Steinherg lo llevaba a un estilo sintético y surrealista –muy similar al que se imponía en España con La Codorniz: la parodia de otras publicaciones, sus números “bilingües”, la sátira, el hacerse eco de rumores y parodiarlos… Pero no era algo muy acostumbrado masivamente en ese tiempo: no obstante, lo que ofrecía en papel, la hizo prosperar y presentar ante el público una novedad estilística que acabaría por ser aceptada como el paradigma del humor político argentino. Con Tía Vicenta, el absurdo que trabajó Landrú por años, llegó a más lectores, al haberse desplazado al espacio de la política. Es así que los políticos tuvieron que comenzar a acostumbrarse a ser referidos/asociados con nombres de animales (Irigoyen con un peludo, Aramburu –idea de Lino Palacio– con una vaca, a Rogelio Frigerio le asociaban con un tapir, Illia con una tortuga, Alende con el bisonte, Alzogaray como un chanchito (4), Onganía con una morsa –aunque ese mote tenía asidero en el círculo íntimo del militar -de donde provino, y Videla como una Pantera Rosa). Pero, que esta tendencia comenzara, y debiese, idealmente, ser tolerada por los políticos de turno, no significa necesariamente que todos ellos lo hayan hecho. Este tipo de sucesos, en que la revista y su fundador finalmente padecen las limitaciones humorísticas y los intereses políticos de los funcionarios de turno, no están tan aislados si los cotejamos con otros sucesos acaecidos en el seno de la revista (y que invariablemente llevan a una reflexión deontológica –una vez más– sobre el trabajo cotidiano en una publicación gráfica). Veamos: en 1959, Frondizi decreta el estado de sitio y la policía apresa obreros que procuraban manifestarse, entre los que se encontraba un periodista de Tía Vicenta –que concurrió a cubrir el hecho. En esta ocasión, Landrú se desentiende del episodio, y por ello renuncia un grupo de colaboradores disconformes –quienes entendían que su actitud respondía a un trasfondo político. El director les responde desde el suplemento, diciendo que Tía Vicenta nació libre y salió a la calle siguiendo una línea de completa prescindencia política, sin aceptar directivas de nadie, por más comunistas o gorilas que sean [sic] (5). Pero tal vez el caso que sigue sea más ruidoso. Nos referimos a la renuncia pública de Oski, quien en carta abierta al director, dice: mientras todo era una broma no me molestaba que hasta te la agarraras con la gente decente, pero ahora que te metiste a hablar de política en serio y ubicado en pro-yanqui y anti-castrista, me repugna tu actitud. Landrú respondió por medio de un colaborador, afirmando que Oski nunca leyó Tía Vicenta. Se habría enterado que Tía Vicenta nunca cambió y que burlarse de los tiranos no hace excepción se llamen Trujillo, Somoza, Strossner, Franco o Fidel Castro... Pónganse una mano sobre el corazón que tienen a la izquierda y digan si no da motivo al chiste que Fidel Castro diga en la ONU que será breve, y hable cuatro horas y media (6). En un plano intermedio –entre los choques con funcionarios y los chispazos internos como los referidos, encontramos aquellas “sugerencias” (asumidas por los molestos o no), a veces “rumores” que corren con aparente libertad para ajustar una imagen de un funcionario, o bien aquéllos pedidos de complacencia directos. El primero de los exhortos a la modificación de lo editado vino por cargo del director del matutino en que Tía Vicenta aparecía dominicalmente –El
Mundo, quien había viajado con Frondizi. El ucrista le dijo que Landrú lo dibujaba con nariz demasiado larga y pidió que no se lo dibuje. Pero era una verdadera falta prescindir del PEN, sobre todo, si tocaba que fuese chiste de tapa. Por ello, Landrú lo dibujó de espalda por casi un año. La sorpresa fue cuando, luego de un tiempo, se encontró con Frondizi y le comentó sobre le tema. Al Presidente le pareció un disparate la instigación, ya que él sólo había comentado que en Tía Vicenta salía con la nariz grande, pero nada más. Por supuesto, nunca nos enteraremos si fue la vanidad/complejo presidencial o la pretensión condescendiente [excesiva] de un comentario pasajero ante director de El Mundo. El siguiente de los “consejos” para cambiar algo en la revista aconteció años después, en plena asunción presidencial del Dr. Illia. Su Vicepresidente Perette, del cual Landrú era conocido, solía ser dibujado muy bajito según el ojo del propio funcionario. No bien es elegido segundo en la línea de sucesión presidencial, llamó a la revista para que se lo dibujase medio centímetro más alto… De aquí avanzamos una década hacia adelante –concretamente, el primer día de la última dictadura militar–, Landrú se encontraba ya trabajando en Clarín. A primera hora de ese 26 de marzo, lo llamó el secretario general del diario de entonces –Marcos Sitrin–, para decirle que había sido llamado por el jefe de prensa de la Junta –Carpintero– para que hiciera un chiste sobre el golpe. Landrú veía imposible hacer un chiste sobre lo que acontecía: no obstante, cedió y buscó el nombre de los ministros designados, entre los que estaba uno apellidado Liendo: resuelve dibujar dos militares, uno de ellos diciéndole al otro "Hasta ahora nos va Liendo bien". Fue un modo de pasar la situación sólo para hacerle honor a esa idea que reza mañana será otro día.
Confirmado en Primera Plana: Tía Vicenta Incomunicada. Una mediana vida yo poseo, un estilo común y moderado, que no lo note nadie que lo vea. Francisco De Riojas
Un pelotón de la Guardia de Infantería (PFA) desalojó de la Casa Rosada al presidente Arturo Íllia, respondiendo al grupo de militares subversivos a la voluntad popular. El delito que estaban cometiendo contra lo que era su propia constitución nacional, no era un absceso de intrepidez desbordada: en lo absoluto. Había sido objeto de una concienzuda diagramación por parte de las Tres Armas, junto a la consonancia de amplios sectores civiles. Un caso de ellos fue el de dos medios como la revista Confirmado de Jacobo Timmerman y el diario Primera Plana, el que, por obra retórica y pretendidamente doctrinaria del ahora demócrata Mariano Grondona, promovió el golpe de estado que barrió con el gobierno democrático. En esos días, la idea que todo tiempo pasado fue mejor era una certeza cotidiana: los partidos políticos, los sindicatos, la prensa libre, la actividad universitaria e intelectual, eran historia; y la patria era un objetivo más urgente que la libertad de los que la componen. Aunque no todo fue prohibido, vedado o suspendido: menesteres directos del
Poder Ejecutivo, como la preparación del partido de polo que disfrutaría con Felipe de Edimburgo –príncipe consorte inglés hospedado en Buenos Aires, no fueron dejados de lado. La Revolución Argentina tomaría con santa paciencia el tiempo necesario para concretar sus fines (de hecho, acorde a su Estatuto, el Presidente de la Nación no tenía carácter provisional). Claro que en tal empresa, tampoco permitiría alusiones irrespetuosas a su figura (el mismo Presidente, luego de la censura de Tía Vicenta, había exhortado en discurso abierto -30/XII/1966-, a [que] los hombres con visión de patria, que han dedicado su vida y su esfuerzo a la Nación y a sus conciudadanos, son merecedores del respeto de país, cualesquiera fueran las circunstancias en las cuales actuaron y cualesquiera fuera el resultado de su tarea. Si bien a primera vista cuesta asociarlo con este tipo de hombres de acción, él se consideraba incluido en tal categoría de obradores dedicados. Claro que, considerar las circunstancias y resultados de las actos como datos menores o prescindibles, puede implicar que la acción pueda llegar a caer en cualquier rango de calificación (inclusive el delictivo u objetable en términos morales). En otras palabras, dejar libradas las circunstancias y el resultado de las tareas de los hombres, bajo el pretexto de haber dedicado su esfuerzo a la Nación, puede llevar a lo que podríamos calificar de un relativismo moral nada soslayable… y, si bien esto parece una disquisición y discusión no procedente en estas líneas, es preciso comentar que tal vez no esté tan alejada de la decisión y ejecución de una veda editorial. Siguiendo las propias palabras del PEN en su discurso abierto –donde pretendió explicar a la comunidad abierta sus intenciones luego de usurpar el poder, resulta imposible evitar relacionar los valores invocados en ese mensaje a los argentinos, al asegurar que los objetivos fijados se cumplen a un ritmo dado, en libertad y con justicia. La inconsistencia de conjurar la justicia y libertad con las suspensiones constitucionales (lo que incluyó la designación de una nueva CSJ) y la censura, se hace evidente. Y, para completar la exposición de las contradicciones, pasemos mejor al caso de la prohibición editorial que nos aúna en estas líneas. Volviendo a Tía Vicenta, dediquémonos un momento a la fatídica edición que le constaría su propia existencia. En tapa, una fotografía de una bota decía “están hechas para caminar”. Se mostraba la patente de la Revolución Argentina (Registro Nº 832567/66), con otros titulares como “Las Proclamas Revolucionarias Se Redactan Así”, “¿Qué se celebra el 29 de junio?”, “El Buey Solo Bien Si Salimei”, entre otros. El número era el 369 del Año X de La Era de la Morsa. El precio: 25 Salimeis. Como Director figuraba Landrú y el Subdirector en esa edición era Nicanor Costa Méndez. El día fue domingo 17 de julio de 1966. En el dibujo de tapa, dos morsas de imponente bigote dialogaban. Una le decía a la otra “¡Por Fin Tenemos un Gobierno como Dios Manda!”. Pero no era todo: dentro de la misma, se encontraba el Estatuto de la Morsa (escrito por Ignacio Anzoátegui) y el Diccionario de la Morsa (Cf. Anexo al final). Eso completó la decisión para la veda editorial, causada por el disgusto del presidente, quien, “en privilegio de sus rangos” dispuso por medio de un comunicado de la Secretaría de Prensa (so “distinción entre el juicio honesto sobre la obra de gobierno, de la irrespetuosidad hacia la autoridad”).
Según el relato autobiográfico de Landrú, la mañana siguiente de la aparición, le dicen que el Ministro del Interior quería reunirse con él y la editorial. El funcionario les explicó que existía un problema “al Presidente no le gusta Tía Vicenta”, a lo que Landrú responde: “¡Ah! ¡Yo creía que el problema era más grave!, porque si al Presidente no le gusta ¡que no la compre!”. En una actitud completamente opuesta a la del humorista, el Ministro respondió: “No… lo que pasa es que no quiere que aparezca más”. Como solución de compromiso, les sugirió que se preparaba reemplazarla con un suplemento acerca del mundial de fútbol, y prometió darles una respuesta definitiva en diez días. El Mundo accede a sacar la primera edición del suplemento y cuenta como pasan los diez días prometidos, pero sin respuesta. La editorial a cargo (Hayes) llama al ministerio, y aquí se le pide un día más. Recién en ese momento obtienen una respuesta –sólo que junto con la opinión pública: un decreto comunicaba la prohibición. Esto no pasó en lo absoluto desapercibido, y de hecho, muchos se manifestaron por ello, como el pintor Antonio Berni y los escritores León Benarós, Arturo Jauretche y Marta Lynch. El único diario que condenó directamente la medida fue el de la comunidad inglesa The Buenos Aires Herald, diciendo “no habrá lugar para los partidos políticos, pero debe haber lugar para el humor”. Aunque notas de protesta aparecieron en la mayoría de los diarios argentinos. La repercusión internacional fue igualmente considerable –en Estados Unidos, donde se habían publicado muchas notas sobre el fenómeno de Tía Vicenta– y hasta en diarios rusos comentaron la arbitraria prohibición. Claro que, también existieron muestras de apoyo a la decisión presidencial, como señaló Landrú en la entrevista citada: comentando la excepción deshonrosa de la revista Confirmado. Jacobo Timmerman, su director, escribió una nota con el título ‘Tía Vicenta Insolente’. La explicación de tal posición es, seguramente, que antes había dirigido Primera Plana, desde donde ya mencionamos que se orquestó buena parte de la campaña pro-golpe de Estado para detentar el poder. La revista Confirmado justificó la clausura alegando que “la autoridad presidencial no podía ser objeto de burla sistemática con el pretexto de la libertad de prensa”, pero jamás había emitido comentario alguno cuando los caricaturistas de distintos medios –incluso en Tía Vicenta– representaban a Illia como una paloma o una tortuga. El trasfondo de esta nota lo comenta el mismo Landrú en la fuente mencionada: Hugo Guanini (desaparecido en la última dictadura militar) fue a visitarlo para una entrevista en los días posteriores inmediatos al cierre, para que el director se explayara acerca de lo sucedido. Al día siguiente de esa visita, vuelven a hablar y Guanini le dice: la nota no corre, porque el director tiene que mostrar que sos un insolente y que la prohibición está justificada. Acto seguido, sale la nota de Timermann. Y, como muchos otros acontecimientos, acarrea también su anécdota –no exenta de amargura: más de una década después, la Universidad de Columbia decidió otorgarle el Premio Moors Cabot a Jacobo Timermann (el que Landrú ya había ganado). Por costumbre, se consulta a los antiguos galardonados, a lo que el director de Tía Vicenta se opuso. Si bien aquél acababa de salir de la cárcel, este sostuvo que no se puede otorgar un premio a la libertad de prensa a alguien que aplaudió el cierre autoritario de una revista democrática.
No obstante esta mención, Landrú omite hace referencia a otra revista que justificó la decisión del Franco argentino, como el caso de Panorama. El 2 de agosto, a dos semanas del cierre, Mariano Grondona escribía lo siguiente: La libertad de prensa sólo ha de sobrevivir si se advierten las nuevas condiciones que rodean su ejercicio. La primera de estas condiciones es que, esta vez, las instituciones están encarnadas en un hombre. En tiempos normales, las instituciones residen en la ley, y por lo tanto, los ataques a los funcionarios, cualquiera sea su jerarquía, no afectan necesariamente al sistema. En la situación actual, en cambio, el Presidente ‘es’ el sistema y, por lo tanto, cualquier juicio o suposición que afecte a su persona lesiona a las instituciones que moran en él. La otra condición nos indica, que así como en tiempos normales la Constitución es el sistema y cualquier atentado contra ella resulta, en definitiva, subversivo, en esta ocasión la revolución es el sistema y, por lo tanto, oponerse a ella equivale a colocarse ‘fuera’ del marco institucional. Pero en este clima de posiciones enfrentadas, el gobierno avanza a hacerse eco de las repercusiones, intentando revisar la medida. En consonancia con esto, el secretario de prensa del PEN –Blas González, llamó a Landrú para decirle que le gustaría que se volviese a editar Tía Vicenta, con la condición de que se disculpase ante Onganía. El humorista se negó: “Si Onganía está arrepentido, que me invite él a Casa de Gobierno”. Por otro lado, creemos dable mencionar ciertos hechos, que suelen ser asociados a la veda editorial: el primero es el cierre de El Mundo, como consecuencia de esta censura. Lo que sucedió realmente fue que los últimos dueños del matutino, de orientación radical, y el golpe de Onganía los coloca en una oposición directa. Por eso, el gobierno sostuvo al diario sólo un año más. El cierre se precipitó porque su banco le reclamó todos los préstamos y la Editorial Haynes acabó por quebrar. Landrú queda sin trabajo por este hecho, pero seguía esperanzado con la vuelta de El Mundo –lo que no sucedió. Así que –según las curiosas vueltas del destino, comenzó a trabajar con Julián Delgado en un suplemento de Primera Plana. Aquí nació otra revista: Tío Landrú, una continuación de Tía Vicenta, pero con más cautela (sabían que Onganía era innombrable). Por eso, sabiendo que en Capital existía una firma de rematadores llamada “Onganía y Bonifazzi”, Landrú llamaba “Bonifazzi”. La elipsis, hizo que mucha gente comenzar a referirse así al presidente, pero igualmente hubo problemas: Al poco tiempo, llamaron de la SIDE para preguntar la tirada (a lo que, obviamente, se le contestó un valor menor del real), y sugirieron que sería mejor si la revista saliese como suplemento de espectáculos o deportivo. Landrú se negó. Para colmo de males, la dirección de Primera Plana temía que por la revista de Landrú cerraran el diario... Después de casi un año de hacerla, se decide dejar de editarla –de común acuerdo entre Landrú y la dirección. En consecuencia, Carlos Fontanarrosa le propone trabajar en Atlántida. Como estaban de moda los trasplantes de órganos, Landrú escribió un artículo especial en Gente, donde decía que “donaba su cerebro a Onganía”… ¡Y lo publicaron! Acepta trabajar en esa revista, comenzando con “Clase A”, una página dirigida a las costumbres de las clases sociales porteñas.
El segundo, tiene que ver con que el origen del apodo morsa, relacionándolo con la razón de Landrú para dibujar el bigote destacado, en alusión a una condición congénita del presidente (concretamente, lo que se conoce como labio leporino). Esta suerte de rumor, había corrido antes que Landrú diera una entrevista al canal 7, y el tema fue abordado una semana después de la prohibición. Pero en ese momento, el inconsciente de Landrú lo traicionó. Indignado, contestó: “de ninguna manera (…) lo que pasa, es que una vez jugando al polo, vino una bocha con tan mala suerte que le pegó en el labio leporino” [¡!] Desde ya, este video no salió al aire. Lo certero era que Onganía se dejaba, efectivamente, el bigote para cubrir una cicatriz de una herida hecha jugando polo), y es fácil desestimarlo: ¿Cómo una persona con tal característica podría ingresar al Colegio Militar?
María Belén: la versión debida “…a menudo son los propios inquisidores los que crean a los herejes. (…) un círculo imaginado por el demonio, ¡Qué Dios nos proteja!…” Adso de Melke (en ‘El Nombre de la Rosa’ de Umberto Eco)
Luego del comunicado de la Secretaria de Prensa de la Presidencia de la Nación, el diario El Mundo decide hacer una exposición de los hechos, intitulando: Tía Vicenta, ahora se llamará María Belén. Comienza señalando la causa para la veda, lo que motivó la indicación al director del diario que suspendiera la aparición, notificándole que no podrá seguir apareciendo. La editorial de El Mundo se hizo eco de las repercusiones que tuvo la medida en la opinión pública –lo que también se prestó a diversas interpretaciones. Además aclara que, el gobierno revolucionario nunca había ejercido presión sobre ningún [otro] órgano de prensa que criticara a la gestión oficial, y el hecho no se relaciona con el derecho de censurar actos de funcionarios públicos. La medida, según explicaron al diario funcionarios de la Presidencia, es la imposibilidad de una sistemática acción disolvente ridiculizando por características físicas a los gobernantes, so pretexto de la libertad de prensa. A causa de esto, la nota se hace eco del caso Malcolm Muggeridge (quien debió dejar de dirigir la revista británica Punch por satirizar a la familia real inglesa, para después, dejar Londres radicándose en EUA). Por ese caso, afirma que en Gran Bretaña existe, el derecho de la crítica, pero la comunidad se defiende si los límites se dilatan para poner en juego la autoridad y jerarquía soberana. Continua diciendo que, para el gobierno revolucionario argentino, hubiera sido más sencillo estrangular a Tía Vicenta (y a El Mundo) no renovándole el crédito oficial del que dependía el matutino. Sin embargo, vedaron la revista –aún a coste de una polémica, para establecida manifiestamente que las críticas no podrán llegar a menoscabar el prestigio institucional del PEN o la jerarquía del Jefe de Estado. El humor político admite chistes sobre el Presidente; pero dibujarlo como una morsa, según su parecer, excede el límite. Acto seguido comentan cómo comenzó todo: pocas horas después de que Enrique Martínez Paz asumiera como Ministro del Interior, Carlos Infante – director de El Mundo, acudió a solicitar ayuda financiera gubernamental, a
cambio de un giro en la tónica política de la publicación (efectivamente, suena tan mal como se lee). Unos días después, Infante vuelve al Ministerio para precisar las necesidades financieras de El Mundo. Pero el domingo siguiente, Tía Vicenta satirizó al PEN. Martínez Paz llamó al director de El Mundo y exigió mayor respeto por la investidura presidencial. Infante, coherente con su estilo, aseguró que, para evitar mayores males, dispondría su no aparición. El Mundo se limitó a informar que Tía Vicenta no aparecería el domingo siguiente porque editaría un suplemento acerca del mundial de fútbol. La actitud oficial se endureció: aparentemente, Infante procuraba una clausura formal para apelar después al derecho de la libertad de prensa. En una reunión posterior –con Infante y Landrú, Martínez Paz expresó que Tía Vicenta debía cambiar su estilo o dejar de aparecer. Culminó todo con la dimisión de Infante como director de El Mundo: Juan Carlos Corteza –presidente del directorio de editorial Haynes asumió el cargo y evitó el enfrentamiento. Horas después, el comunicado de la Secretaría de Prensa cerraba la discusión. En la misma nota, el diario comenta que Landrú ya estaba abocado a una nueva revista dominical -pero descartaban usar Tía Vicenta en el Exilio, por sus connotaciones políticas- y optaron por uno despojado de connotaciones como es María Belén. Y, según instrucciones de la Editorial Haynes, Landrú no pondría reincidir en su estilo ácido de humor político. Incluso Corteza vetó algunas caricaturas diarias de tapa en El Mundo: como aquella en que, Tía Vicenta, deshojaba una margarita, por causa de la actitud oficial repitiendo ‘me quiere, no me quiere, me quiere…’
La Tapa Que Tapa El Destape. ¡Qué hipocresía! …¡Pintan los ataúdes solo al exterior! Valeriu Butulescu
El chiste de tapa –signado como la ofensa a la figura presidencial- no era lo único que Tía Vicenta tenía de cáustico. Antes por el contrario, las morsitas en él eran casi lo más suave que presentaba el suplemento. Y son esos otros componentes hilarantes los que queremos destacar como centrales para la veda arbitraria decidida contra la primera revista de humor político argentina. ¿Qué era lo que los hacía tan corrosivo? Pues confrontar lo que algunos medios gráficos, muchos analistas, y varios sectores interesados en la llegada al poder de lo que fue luego el onganiato, querían predicar de la realidad para lograr sus objetivos particulares. Veamos aquí algunos datos de ese clima de opinión, ello nos permitirá luego encontrar la resonancia de esos contenidos que pretendemos destacar. Tomemos para comenzar la presentación que hace de este clima de opinión el norteamericano Robert Potash (7) quien aclara, con tino, la deliberada campaña en ciertos medios desalentando a la administración radical y alentando la necesidad de que los militares tomaran las riendas. Confirmado instalaba la idea de un golpe inevitable, en donde la única pregunta relevante sería cuando tendría lugar la asonada. Primera Plana, en cambio, se dedicaba a exaltar el liderazgo de Onganía y tituló, el 28 de junio, una suerte de encuesta popular acerca de quienes querían [o no] el golpe. Esto era nada más que otro
de los actores sociales que se plegaron al armado del golpe activamente: el autor señala una suerte de grupos no especificados, pero que se dividían tareas específicas (suministrar a los conspiradores militares ideas para organizar la estructura de gobierno; o bien propuestas específicas de política doméstica y exterior como realizar tácticas obstruccionistas en el Congreso o promover huelgas sobre servicios públicos); poco menos hacían los sectores pasivos, que observaban con indiferencia el proceso, sin denunciarlo o desalentarlo. Pero esta suerte de ‘trabajo hormiga’ –aunque para nada despreciable-, no era lo único: en un clima de presiones inflacionarias por sectores, hacía que las exigencias salariales para paliarlas no se cumplieran como los trabajadores reclamaban (justamente, por el temor de las autoridades de seguir alimentando el espiral inflacionario) y acabaran en la huelga – algunos, en sectores públicos claves, como la recolección de residuos. Tal es así que muchos líderes sindicales, a finales de 1965, encontraban necesario reunirse con los que serían los próximos en el poder: los cargos superiores militares (aunque vale aclarar que las posturas de los líderes sindicales peronistas a su interior, no era uniforme: José Alonso no veía mal la toma del poder militar, pero Vandor ansiaba conservar el camino democrático-electoral). Este último encuentro, no es un dato menor, ya que los sindicatos con liderazgo peronista no parecían ser el sector más allegado a los jerarcas militares, acorde el pasado próximo vivido. Mientras los contactos militar-civiles se producían con asiduidad en sectores católicos, conservadores y nacionalistas; Juan Perón también lo hacía desde España (8). Unas horas antes del golpe de estado, recibió confirmación de la inminencia de la toma violenta del poder. Y en su víspera, concedió al enviado de Primera Plana en la península ibérica –Tomás Eloy Martínez- una entrevista. Por supuesto que los luctuosos sucesos para la democracia argentina estuvieron en el centro de ese encuentro. A colación, Perón confesó su entusiasmo por el golpe, citándole ‘un movimiento simpático’, porque precipitaba esa necesidad de cortar una situación de corrupción en derredor del gobierno de Illia (Perón aseguraba que el aún PEN usó el fraude, trampas, proscripciones, interpretó la política como un juego de ventajas), como también su errática idea de gestión, queriendo imponer al país estructuras dignas del siglo XIX, cuando comenzaba el demo-liberalismo burgués, atomizando partidos. Por eso Onganía llegaba en la última oportunidad de evitar una guerra civil en la Argentina… Desde ya, si había habido muchas reuniones previas al 28 de junio en el país con diferentes sectores y filiaciones ideológicopartidarias, Perón no había sido la excepción en España. Pero ese apoyo del líder en las palabras que abrieron la entrevista se limitaba a una frase bastante difícil de precisar políticamente, pero que claramente daba lugar a la sedición: ‘el que haga bien al país contará con nuestro apoyo’, y agregaba que, siendo esta la última oportunidad antes de una guerra civil en la que tendrían ‘que entrar todos’, se requería de la grandeza de Onganía para entregar el poder a un ganador legítimo y evitar perpetuarse en el poder. No obstante, estas expresiones no se traducían en el apoyo de sus partidarios –el que había restado en su encuentro con emisarios de Onganía. En esa entrevista le aclaró a Martínez que el peronismo no pactaría con nadie.
Como vemos, el golpe de estado no sólo era aceptado, sino que estaba tan asumido en los diferentes actores, que comenzaban a verlo como una salida más al gobierno de Illía, y en tanto que asumida, era preciso encontrar un ‘lugar’ político en ese golpe que se avecinaba… lo que se depositaba en un futuro era una ganancia para algunos, algo simplemente que había que aceptar para otros, o bien, avatares del decurso político. En ningún caso un delito. Pero en había aún una perspectiva más, la de los propios subversivos: no ya los altos mandos de las Tres Armas, sino lo que sería el núcleo más interno del gobierno o el onganiato. Allende que muchos podrían suponer que ese onganiato no era realmente colegiado, sino integrado por el propio Onganía sin más, cual mandatario cesarista no sólo de una sociedad, sino de su propio pertenencia militar (estilo que, tres años más tarde terminaría –con un cordobazo por medio, desgastando por fuera su autoridad-, por minar también su autoridad hacia el interior de las Armas, que retiraron su apoyo). Veamos entonces cómo presentaba Onganía su gesta hacia diciembre del mismo año del golpe de estado. Para ello, tomaremos su propio discurso a los argentinos, donde aclara que esa revolución, adjetivada argentina, no parecía tener plazos y sólo objetivos (9). Esto nos mostrará el choque que se genera entre lo que Onganía quiso presentar como Revolución Argentina a la sociedad, versión que estaba dispuesto a defender. Y sus apoyos anteriores al golpe de estado, estarían implícitamente obligados a aceptar… pero antes de seguir especulando, veamos cómo se dictaba lo que de la realidad debía leerse: El PEN dejó claro que el desgaste del gobierno de Illia, había llevado a que un grupo de hombres cumpliese con una tarea con alto sentido patriótico y desinterés para romper la inercia atávica. Y explicó que el cambio del 28 de junio no fue sólo una respuesta a una conducción económica, social y política: va más allá y dice se produjo ante la clara conciencia de que el sistema de vida político, después de atravesar décadas de vaivenes y ajetreos, había dado cuanto podía. Existía una Constitución que no se cumplía (…) la República vivía más del mito que de la realidad (…) de su democracia que no aplicaba. Desde ya, cuando Onganía menciona al “sistema político” se refiere concretamente a la democracia contra la que había atentado. Parece que hacía tiempo que el sistema no funcionaba y por ende, no era tan grave derrocarlo – digamos que era hasta más honesto. Pero lo más interesante es ver la decodificación del PEN acerca de lo que el pueblo quería, esto es la definición de objetivos nacionales, de los que aseguró se cumplirían a costa de cualquier esfuerzo. Y no se apelaría a tibiezas, sino a llamar las ‘cosas por su nombre’. Es realmente difícil no ver en estas afirmaciones la clara referencia a una versión de la realidad con decisiones únicas para las variaciones que consideraba necesarias, lo cual es realmente coherente, ya que el gobierno en curso asestó al poder para imponer sus objetivos –como en cualquier otra dictadura, haya sido o no vista con condescendencia por varios sectores civiles… la tensón aparece cuando pensamos en la Revolución Argentina como el emergente de lo que el pueblo necesita y pretende, que por naturaleza no puede(n) ser objetivos uniformes, ya que es está formado por una pluralidad de grupos con cosmovisiones y aspiraciones diferentes. Esta contradictio in
terminii se hace evidente cuando en ese discurso afirmó que: La Revolución Argentina había elegido un proceso para resolver la crisis y alcanzar las condiciones que nuestro ideal de grandeza nacional exige. Por supuesto, la elección de un proceso prefijado para objetivos interpretados no debe pasarse por menores ante la expectativa de la deseada grandeza argentina. Si bien este ideal era y es deseado por numerosos miembros de la sociedad, el brillo que conlleva esa gloria, tal vez ciegue que lo que se está afirmando versa sobre objetivos y modos únicos. Prefijados. Preponderantes. Y esos objetivos fijados, Onganía aseguraba cumplirlos a un ritmo dado, en libertad y con justicia. Unos valores loables, los últimos, pero serían realizables para el PEN sólo si se cumplen aquéllos únicos objetivos, lo cual no parece el correlato de la libertad y la justicia (ambas requieren del reconocimiento de la pluralidad de acciones entre grupos e individuos). Por ende, esa justicia y libertad no sería aplicable a las opiniones periodísticas y menos al humor –si este atentare contra esos objetivos -que por cierto no son enumerados ni explicitados en detalle. Digamos que están contenidos en una suerte de caja negra nacional, donde la variable de ajuste será el cómo y no el qué debe hacerse (como en cualquier dictadura, donde el pueblo es curiosamente interpretado con idéntica coincidencia los que los encargados del gobierno opinan). En otras palabras, es una suerte de gran cheque en blanco al que detenta el poder, algo que dista de tener asidero en la ‘justicia’ que el presidente citaba y que, de suyo, no omite que el que posee ese crédito, incurra en todo tipo de libertades propias o bien, delinca. Como vemos, la gesta de la Revolución Argentina estaba llena de vacuidades, tan graves como las que la democracia anterior tenía, acorde la opinión de Onganía y sus pares con la anuencia de muchos civiles. Bajo la afirmación que [la] Revolución no dudaría en cambiar el proceso elegido por otro, si los objetivos que ha impuestos se vieran amenazados, quedaba explicitada la laxitud de acción del gobierno central, donde la censura de un suplemento humorístico, si osaba molestar el camino para el cumplimiento de esos objetivos, no estaría fuera de lugar ¡Pero lo que Tía Vicenta hacía no era complicar esa concreción por un chiste de tapa! Afirmarlo, simplemente no tiene sentido. Una caricatura no se interpone en el camino de hacer a la Argentina una nación gloriosa… sólo podría ofender al PEN –a costa de un gran revuelo público si se procedía a la censura. Lo que sí podía hacer Tía Vicenta, era mofarse de esa necesidad de ‘llamar las cosas por su nombre’, y de los abnegados y desinteresados patriotas, presentándoles como golpistas, que utilizaban el poder para objetivos particulares, sin autoridad a más de la que obtenían imponiéndose, y con visos de cierta afición profunda por el poder (una de las razones que inquietaron a los mandos de las FFAA en el ocaso de Onganía en el poder)… Podríamos sumar la famosa anécdota acerca de la cual el PEN asistió a la Sociedad Rural en la carroza real que usara miembros de la casa Borbón en ocasión del Centenario… es un argumento que serviría para reforzar nuestra postura, pero preferimos dejarlo librado a una decisión tal vez excesiva del momento, y nada más. Estas aseveraciones chocan severamente con lo que el Estatuto de la Morsa presentaba: los valores altísimos que Onganía decía abrazar, las misiones para las que él decía –con su grupo de pares- ser encomendado, y esa necesidad que la historia aparentemente rogaba a gritos, no eran similares a las del
cómico estatuto: en él, un napoleónico líder se enojaría si no lo reconocían como tal, sin contar, como corolario, que la libertad a la que apelaba en su discurso de diciembre, no era nada similar a la censura de la propia Tía Vicenta –que al momento de publicar el estatuto, seguramente no se imaginaba que sería presa de lo dispuesto en su artículo 4º…
Liberen A Las Morsas ¿Ha quién va a creer usted: a mí o a sus propios ojos? Groucho Marx.
Las causas concretas de la censura a Tía Vicenta nunca fueron explicitadas: se mencionó la imposibilidad de la burla sistemática a la autoridad presidencial con el pretexto de la libertad de prensa, pero no se especificó a una alegoría, parodia (caricatura, pasaje o guión) en particular. Pero como el episodio no se repetía en otros medios y tomó un revuelo en la opinión pública, los funcionarios sólo aclararon funcionarios de Presidencia a Landrú, que el daño reside en la acción sistemática disolvente, que ridiculiza al mandatario por sus características físicas (10). Desde luego, esta aclaración reforzó el rumor acerca de la condición de Onganía, y quedó en el foco de las razones, el chiste de tapa que a través del dibujo del sobrenombre presidencial, destacando el origen de ese mote. Entre los que se arrogaban conocer las razones específicas –esto es, en los trascendidos de los empleados de la industria gráfica acorde vagas justificaciones de funcionarios nacionales, todo hacía suponer que lo que había realmente colmado la paciencia de Onganía, era, efectivamente, el par de morsas en el chiste de tapa. Era así directa la asociación con la presunción de una patología congénita, la que el PEN ocultaba con su bigote tupido. Pero eso no era todo: además, era un sobrenombre íntimo. De cualquier modo, esta utilización del recurso hilarante en la mofa física, flaco favor hacía por la capacidad creativa hilarante en el autor (y en este caso, también el director de la revista). En esta red de supuestas ofensas ‘filtradas’ informalmente por funcionarios, el comunicado oficial sin alusión a un hecho específico de la publicación, y la instalación de un presunto sobrenombre ligado al físico de Onganía, también deja lugar a que pensemos lo que queremos exponer en estas sumarias líneas: el hecho que las morsitas de tapa, tal vez no fueron lo más peligroso de la revista y sí un buen cordero sacrificial para lo que era realmente urticante del suplemento dominical, y que, estableciéndolo como causal de la censura, sólo se habría acabado por posar aún más su atención en él… algo que daba por tierra los argumentos más concienzudos de varios actores que bregaron por el golpe, como señalamos en el apartado anterior. La asimetría de la respuesta de Onganía ante un gag que podría haber salido en el última página de cualquier matutino, es realmente llamativa. Sucede que creemos que las dos morsitas eran realmente útiles como atracciones de tapa, pero además tapaban algo más: tal vez, la verdadera razón expuesta y que era
de todos lados censurable. No ya porque esta fuese vulgar, o baja en la calidad de su humor (como parecía serlo un chiste que se valía de características físicas), sino solo porque agregaba una pizca de ironía a un juicio de lo que era realmente la Revolución Argentina, pero que ninguno de sus mentores se atrevería a afirmar y contradecir sus propios pronósticos públicos (y sus propios intereses personales –tal vez no del todo explicitados en algunos casos). Nos referimos en concreto a lo que se presentó como el Estatuto de la Morsa (cfr. anexo final, transcripto en su totalidad). Si bien era presentado con alusiones pinnípedas, importaba de ese título lo sustantivo: su categoría de estatuto. Reglamento ingenioso que sí valía la pena ser tapado por morsas grandotas y bigotudas en tapa. Es realmente más fácil y efectivo, censurar una revista por una ofensa rápida y atrevida a la persona que ostenta la primera magistratura, que hacerlo por un estatuto que daba por tierra el gran aparataje mediático y civil para llevar al poder a Onganía y compañía –no olvidemos que, al hacerlo, exponía al riesgo que los lectores se interesasen especialmente por ese pasaje del suplemento, y se acabe por difundir un análisis hilarante pero cáustico de la situación. A riesgo de ser reiterativos, vale aclarar antes de proseguir, que es claro que el argumento que comentamos como ‘esperable’ la censura a causa de la mofa por un chiste que es presentado e interpretado por el PEN como ofensivo a su condición física como un justificativo de la censura –hasta ahora, la vulgaridad o la facilidad para encontrar lo risible a costa del mofado, no es algo perimido, aunque refleja el mismo desagrado para muchos de los que son destinatarios de ese gag. Simplemente quisimos mencionar que, en el marco de un gobierno dictatorial, existe –siendo por supuesto lamentable- una suerte de acuerdo implícito en el grueso de la opinión pública que hace ‘esperable’ la intolerancia con el humor político –y más aún, si se exalta lo que de personal tiene. Repetimos que eso no justifica la veda, pero la creencia común le da triste asidero, y es reforzada por un motivo físico personal en la raíz de la broma. Volviendo al estatuto que traía el contenido del suplemento, algo que explicitaba, era la falacia que había sido minuciosamente expuesta por los mentores de la gesta de las tres armas: podríamos sintetizarla en la necesidad histórica, que obligaba a usurpar el poder bajo el argumento de la debilidad ejecutiva de Illia, la necesidad de volver a una Argentina pujante como antaño, un gobierno fuerte para refrenar las pujas sectoriales que consumían el valor del dinero y sofocar los primerísimos movimientos de acción violenta que ya aparecían en los aledaños –y que se esperaba proliferasen en el futuro. Parece que de todo esto –y algunas cosas más, alimentaban esa necesidad histórica del onganiato al poder. Pero el Estatuto de la Morsa no acusaba recibo alguno de estos grandes problemas y la necesidad de legitimar acciones ilegales primando la importancia de las que eran expresiones de deseos por parte de varios sectores y que no dudaron en entregar a las tres armas el crédito para llevarlos a cabo. En el estatuto citado, presentaba a los sucesos de junio de 1966 como los de un golpe militar más, tan ilegal como lo habían sido los cuatro pasados. Era un golpe de frente a todo lo que no sólo los líderes de la autodenominada Revolución Argentina habían asegurado acerca de la realidad que los circundaba. Y así atentaba contra la gesta de no sólo Primera Plana y Confirmado, sino todos y cada uno de los actores que habían internalizado la
‘necesidad’ supuesta de esta revolución telúrica como una de las últimas ‘oportunidades históricas’ del país ¿quién se atrevería a llamar al encargado(s) de la gesta necesaria –los que con hidalguía se arrogaban realizar ese ‘trabajo sucio’- como un golpe de estado con un bonapartista hecho y derecho a la cabeza? Sólo la tía insolente, podía hacerlo…. Y lo hizo. Allende los juicios que podamos hacer de ese chiste vis à vis el rumor instalado, creemos que la revista dominical contenía un apartado mucho más sensible para el gobierno, y por ende, pasible de caer en las garras de su censura. No ya por supuestamente entrometerse en el físico del PEN, sino por sacar a la luz que, lo que se había disfrazado de necesidad histórica, se parecía más a un simple y repetido deseo de tomar el poder en un golpe de estado, para la consecución de los intereses de los que triunfaran. En el Estatuto de la Morsa, la revista e mofaba de lo que la usurpación de junio del ’66 tenía: planeado o no, disfrazado de necesidad histórica para legitimarlo, era tan ilegal como cualquier golpe de estado, y sus mentores y conductores tan subversivos como cualquier despojador al poder legal. De ello podemos recuperar la ventaja que tuvo colocar en el centro de la motivación para censurar una tapa con una caricatura presentándola como irrespetuosa; ya que la atención se detendría en las morsitas y no en ese corrosivo Estatuto. ¿Y qué fue lo que podía ser tan venenoso en ese estatuto? Pues, las verdades que contenía. Lo que los conspiradores defendían como necesidad, el estatuto lo presentaba como el gobierno del tótem morsa, que estaría dispuesto a armarse ante quién no lo reconociere como tal. Un gobierno donde la libertad a la que apelara en su discurso del 30 de diciembre de 1966, era en realidad la imposibilidad de diferir de cualquier medio con la persona misma del PEN; como que cualquier institución que hiciese el menor llamado de atención, debería someterse al silenciamiento de aquél, y que los partidos –vistos no sólo como instituciones espurias disolventes del orden social, además eran, para el presidente, también pecadores. Sin mencionar que ese patriotismo que se arrogaba a todos los miembros de la Revolución Argentina, sacrificando su interés particular en pos de la sociedad argentina, el estatuto lo refiere como el gobierno personalista de Onganía, donde las disposiciones acerca de la patria serían las que su propia consideración e interés dictaren. En concreto, para censurar Tía Vicenta, había que leer mucho más que la tapa. Y no detenerse en unas morsitas que sólo adornaban una revista que tenía algo realmente peligroso: ver cómo la supuesta gesta patriótica no era lo que Confirmado y Primera Plana presentaban. El Estatuto de la Morsa parodiaba aquello que -por más que el poder dictara otra versión de la realidad o desviara la atención a un par de morsas graciosas-, un grupo de humoristas pudo leer en los sucesos y sus preliminares: un asesto al poder legal –que lejos estaba de ser necesario, y menos aún, históricamente. Ellos ya habían visto y así parodiado que ese ejercicio de la libertad y la justicia del que Onganía haría gala en su discurso de fines de 1966, en la realidad se traduciría en decisiones a merced del criterio personal y de su disposición. El verdadero sacrilegio de Tía Vicenta se encontraba en decir la verdad, diferente de la que se había construído por un par de años, señalando la insidiosa elección de presentar al
ilegítimo como tal, riéndose de su manipulación preparada y ejercida por varios para que Oganía impere, sin olvidar a los que lo llevaron a ese lugar. Presentaba lo contrario a esa revolución, que se engalanaba con ser por primera vez argentina. Cuando en realidad era político-sectorial (e ¡incluso partidaria! –muchos de esos sectores tenían fuertes filiaciones de este tipo) ante los ojos de las tres fuerzas. Pues entonces ¿Estamos aquí afirmando con soltura que, la censura de Tía Vicenta está motivada en el Estatuto de la Morsa, y que la versión sobreentendida acerca de las ofensivas morsitas de tapa es una mentira? No, en lo absoluto. No lo hacemos porque no podemos. Y la imposibilidad se deduce de no contar con las fuentes históricas como para confirmarlo. Pero sí sabemos que el sacrificio de la revista por culpa del chiste de tapa, es también un presupuesto de los trascendidos de esos tiempos, y así ha sido reproducido por muchas fuentes –muy bien documentadas, por cierto- acerca del tema. Es entonces cuando no dudamos en afirmar que, los argumentos para señalar la tapa son tan fuertes como nuestra afirmación acerca de que no sólo en tapa había afirmaciones censurables para los intereses que sostenían la Revolución Argentina, y que, curiosamente, los que se encontraban en su interior eran realmente fuertes en contra de ella. Por que desmitificaban de las intenciones que varios actores tuvieron para ver en ella una verdadera revolución nacional y la reducían a lo que realmente fue: una usurpación al poder, imbuida por diferentes intereses particulares –fuesen estos políticos, empresarios o incluso ideológico-religiosos. En concreto, queremos destacar que, al aceptar la creencia de la censura por causa de la tapa, no se atendió un elemento realmente importante en contra del golpe de estado –que además, es curiosamente incluido por Landrú en la autobiografía que aquí utilizamos, junto con los sucesos inmediatos a la censura y la famosa tapa de las morsas bigotudas. No sería tan exótico suponer que algún funcionario leyó ese estatuto urticante, y decidió encontrar una razón más legítima para una censura –como ver indignante el uso de una condición física para hacer humor a costa del PEN, dando lugar a ese rumor que Landrú mismo afirma constarle que no era cierto. Por supuesto, en este caso, la negatividad recae en mayor medida en el suplemento que hace humor ‘fácil’ y ofensivo en un gobierno que, bajo las banderas del ‘orden’ no dudaría en cuidar las buenas formas acerca del Primer Mandatario y era ‘esperable’ (aunque no justificable) que apelara a una medida drástica, habiendo llegado al poder por causa de las supuestas dilaciones en que incurría su predecesor. Por todo esto, realmente deseamos que al ser recuperadas las razones de la censura a Tía Vicenta, no nos conformemos sólo con lo que la tapa parodiaba, sino también con lo que el interior cáustico, afirmaba en clave cómica, pero que encontraba asidero en la realidad –que muchos sectores y actores más allá de Confirmado y Primera Plana habían declarado del escenario nacional.
… Dicen que no existe nada más terrible que decirle a alguien que se siente loco(a), tonto(a), feo(a) o ilegítimo(a) que efectivamente lo es. La verdad asumida en el fuero interno por lo general se previene celosamente de
desbordarse. Por eso será que no hay nada peor que cuando se cuela por los poros de esa coraza que debería sostenerla...
Anexo final El “Estatuto de la Morsa” es parte del contenido de la fatídica edición encabezada por las dos morsas parlanchinas. Además, contenía el “Diccionario de la Morsa”, glosario formado por palabras ambiguas y con cambios ortográficos para lograr un efecto hilarante. Veamos su contenido: “Estatuto De La Morsa: Art. 1º.- Queda establecido en todo el territorio de la República el Día de la Morsa que se celebrará el día 29 de junio de cada año, con la participación de los efectivos militares, navales y aeronáuticos de la Nación. En el supuesto de que se careciere de efectivos suficientes o se encontraren éstos entregados a funciones específicas, podrá hacerse uso de cheques. Art. 2º.- La Morsa es el tótem de los argentinos, y los países que por cualquier motivo inconfesable, se negaren a reconocerlo como tal o se hicieren los chanchos rengos serán objeto de nuestras represalias bélicas y/o financieras. Art. 3º.- La Morsa inviste las funciones de Jefe del Estado argentino y comandante en jefe (pero de veras) de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire. Art. 4º.- Toda publicación diaria, semanal, mensual, trimestral, anual o quinquenal que osare poner en duda la legitimidad de sus atribuciones gubernativas o la límpida trayectoria de su quehacer ciudadano será inmediatamente sometida a proceso, encomendándose la denuncia al famoso jurista Doctor Carlos Aleonada Aramburu, especializado en la materia. Art. 5º.- Los tres poderes obsoletos que hasta ahora venían acarreando la ruina del país con los nombre de Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial recibirán hoy en adelante los nombres de On, Ga y Nía. Art. 6º.- Ninguna acta de toma de posesión de cargo alguno en la órbita de la Administración Nacional tendrá validez sin la firma de Monseñor Schettini. De la omisión de la misma será criminalmente responsable el escribano mayor de Gobierno, Dr. Yinyo Garrido, coleccionista de lapiceras presidenciales. Art. 7º.- A partir de la fecha de la promulgación del presente Estatuto la dama que representaba a la República será reemplazada por la figura de una Morsa con banda, faja y bastón.
Art. 8º.- Queda terminantemente prohibido escribir en adelante la palabra Morsa con “m” minúscula, oficiándose en tal sentido al Consejo Nacional de Educación, a la Sociedad Argentina de Escritores y a otras instituciones similares encargadas de velar por la pureza del idioma y el respeto debido a las autoridades. Art. 9º.- Con asistencia de la Morsa, todos los domingos y fiestas de guardar se realizará en la Plaza de Mayo un emotivo desfile de ex dirigentes de partidos políticos a los acordes de la conocida marcha “Yo, pecador” retirándose luego los mismos a sus domicilios con la satisfacción del deber cumplido. Art. 10º.- Cualquier diferendo que se promoviere entre gendarmes nacionales y carabineros chilenos sobre los derechos patagónicos inherentes a la Morsa argentina será drásticamente resuelto en la Casa Rosada, sin perjuicio de que el gobierno trasandino ordene el acostumbrado remojón del busto de Sarmiento en las aguas del Mapocho. Finiquitado el incidente con el aplastante triunfo de nuestras armas, el Excmo. Señor Presidente de la Nación dirigirá un mensaje al pueblo explicando los hechos ocurridos. Art. 11º.- Queda totalmente abolida toda suerte de votos, incluidos “Voto a bríos”, “Voto a Chápiro verde”, “Voto por la negativa”, “Votos sí, botas no” y “Hago votos por su salud”. Art. 12º.- Cualquier institución que, por una u otra causa, proporcionare a la Morsa el más mínimo dolor de cabeza será inmediatamente dada de baja y suprimida de los textos escolares de lectura. Art. 13º.- Los comandantes en jefe de las tres armas, constituidos en Comisión Depuradora de la Carta Magna, procederán a revisar la misma, proponiendo, dentro de los treinta días, al jefe de Estado la supresión de aquellas disposiciones que atentaren contra la moral y las buenas costumbres. Art. 14º.- A contar del día de la fecha, la Plaza Constitución tomará el nombre de Plaza Estatuto. Art. 15º.- De forma.”
“Diccionario de la morsa: Almorso: Almuerzo en la Casa Rosada. Morsilla: Alimento presidencial. El Gran Morso: Juan Carlos Bonaparte. Morse: Alfabeto para telégrafo inventado por Onganía. Morsarella: Queso revolucionario.
Morsalini: Jugador de fútbol favorito del gobierno. Los Idus de Morsa: Illia, Perette y Cía. Morsela: Vino que se fabrica en Campo de Mayo. Morsadela: Fiambre que se come en los acuerdos de gabinete. Morsacicleta: Vehículo presidencial. Morza-soprano: Voz de mujer, entre soprano y morsa”.
Notas (1) La elección también tuvo sus curiosidades: quince años después de firmar como tal, se enteró que el galo fue guillotinado por sus crímenes el mismo día de su nacimiento –el 19/I/1923–. Incluso, ese día, el santoral católico era San Canuto –nombre que Colombres padre quería para su hijo, luego de Hipólito. Pero su madre prevaleció con “Juan Carlos”, y acabó por convertirlo en tocayo de Onganía. (2) Entrevista a Juan Carlos Colombres por Ana Da Costa en noviembre de 1999. Disponible en: www.bibnal.edu.ar/salavirtual/Entrevistas/landru.htm [Consultada el 30/XII/2008]. (3) Colombres, Juan Carlos: Landru por Landrú, apuntes para una autobiografía, Buenos Aires, El Ateneo Editorial, 1993. (4) Cuando se designa a Alzogaray Ministro de Economía, Landrú asistió a la conferencia en que aquél aseguraba que en la Argentina, era preciso comer menos carne de vaca y más de chancho. Eso lo llevó a bautizarlo “el chanchito”. Luego se refirió así al ingeniero, pero en tono peyorativo –lo que no fue la idea originaria de Landrú al bautizarle. (5) Ulanovsky, Carlos: Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa, 1997. (6) Ibídem. (7) Potash, Robert: El Ejército y la Política en la Argentina. De la caída de Frondizi a la restauración peronista. Primera Parte 1962-1966. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1994.)
(8) Entrevistas a Juan Domingo Perón en Primera Plana (1966). Fuente: www.elhistoriador.com.ar (ISSN 1851-5843). Disponible en: www.elhistoriador.com.ar/entrevistas/p/peron_primera_plana.php [Consultado el 10/VIII/2009] (9) De Privitellio, Luciano y Luis Alberto Romero (comps.): Grandes Discursos de la Historia Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2000.) (10) Colombres, Juan Carlos: op. cit.
Bibliografía Avellaneda, Andrés: Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986. Colombres, Juan Carlos: Landru por Landrú, apuntes para una autobiografía, Buenos Aires, El Ateneo Editorial, 1993 Dell’Acqua, A.: La caricatura política. Buenos Aires, Eudeba, 1959. De Privitellio, Luciano y Luis Alberto Romero (comps.): Grandes Discursos de la Historia Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2000. Matallana, Andrea: Humor y política. Un estudio comparativo de tres publicaciones de humor político. Eudeba. Buenos Aires, 1999. Rivera, Jorge: “Historia del humor gráfico argentino” en Ford, A.; Rivera J., E. Romano: Medios de Comunicación y Cultura Popular. Legasa. Buenos Aires, 1985. Ulanovsky, Carlos: Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa, 1997. Vázquez Lucio, Oscar: Historia del humor gráfico y escrito en la Argentina. Tomo 2- 1940-1985. Eudeba. Buenos Aires, 1985.
Resumen. En este ensayo narraremos detalladamente la censura decretada por el gobierno de facto autodenominado Revolución Argentina, al suplemento semanal Tía Vicenta. Por un lado, recorreremos una minuciosa dedicación en
los detalles de la veda (incluyendo el derrotero de quienes estuvieron relacionados con la publicación). Por otro lado, expondremos aquello que creemos determinante para la prohibición. Allí llegaremos luego de narrar los comienzos de la revista, su auge y la solución de compromiso conocida como María Belén –emergente devaluado y desnaturalizado de la veda a la primera revista de humor político argentina. Por lo enumerado, destacamos que nuestro objetivo principal es exponer con amplitud aquellos contenidos que, junto a las razones que sostenemos detonantes para la censura. Esto tiene por objeto desplazar la creencia convencional que la veda de Tía Vicenta fue sólo consecuencia del revelar un indiscreto sobrenombre presidencial en una caricatura. Creemos que hubo un poco más que eso. Palabras clave: Censura, Revolución Argentina, Humor Gráfico, Tía Vicenta.