El pensamiento polĂtico de Montalvo: ensayos y cartas
Pensamiento Pol铆tico Ecuatoriano
El pensamiento pol铆tico de Montalvo: ensayos y cartas Introducci贸n y selecci贸n de Carlos Paladines E.
Pensamiento Político Ecuatoriano Colección dirigida por Fernando Tinajero
©De la presente edición: Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados Venezuela OE 3-66 entre Sucre y Espejo (593) 2 2953-196 www.mcpolitica.gob.ec Soledad Buendía Herdoíza Ministra ISBN: 978-9942-07-270-2 Derecho de autor: 039204 Editores: Sofía Bustamante Layedra Guillermo Maldonado Cabezas Diseño de portada e interiores: Mauricio Guerrón, Imprenta Activa Quito, agosto 2012
Presentación Soledad Buendía Herdoíza
Para muchos, Montalvo es la figura mayor de nuestras letras. Su nombre y su pluma han sido consagrados como verdaderos símbolos de la libertad y del bien decir, hasta el punto que se afirma con frecuencia que la excelencia de Montalvo radica en su supuesta cercanía a la lengua de Cervantes. Sin embargo, no faltan algunas voces críticas que ven en el estilo montalvino un defecto más que una virtud, porque lo encuentran muy alejado del habla general de nuestro pueblo. Unos y otros, partidarios y detractores, tienen sin embargo algo en común: reducen la obra montalvina a pura y simple literatura, lo cual no quiere decir que la rebajan –porque la literatura es por sí misma la mayor y más penetrante expresión de lo humano que hay en el hombre–, sino que dejan perfectamente acotado el horizonte en el que cabe toda la producción del gran autor ambateño. No obstante, Montalvo es algo más que un autor de “pura y simple” literatura. El gran maestro que fue Arturo Andrés Roig, recientemente desaparecido, dedicó todo un libro a la demostración de que Montalvo es también un filósofo. En esa misma línea, Carlos Paladines ha escrito páginas de indudable importancia para introducir esta compilación, en la cual podremos ver hasta qué punto, y con qué límites, Montalvo fue un actor fundamental en los difíciles procesos de la construcción republicana en nuestro siglo XIX. Aquí está, en todo su esplendor, el pensamiento vivo de Montalvo, que si bien se nutrió de las fuentes europeas del pensamiento clásico y del liberalismo de su tiempo, fue también modelado por las propias circunstancias de su vida en un país desgarrado todavía por la oposición de tendencias irreconciliables. El pensamiento de Montalvo, como es característico del romanticismo decimonónico, está marcado por un fuerte carácter moral, del cual derivan los principios que el escritor esgrime en todas sus luchas, bien sea contra las tiranías –y particularmente contra García Moreno y Veintemilla–, bien sea contra las autoridades eclesiásticas que habían olvidado la esencia evangélica del cristianismo. Luchador infatigable por la libertad, pero por esa libertad abstracta de la que habla el liberalismo, su producción escrita se convierte así en una de las fuentes ideológicas más importantes del partido liberal, del cual bien puede considerársele como un precursor.
La Colección de Pensamiento Político Ecuatoriano, que este Ministerio se ha empeñado en editar como una contribución al debate político de la actualidad, no podía prescindir de la obra montalvina, de la cual se derivan temas fundamentales que atañen a la relación de los individuos con el Estado y a las obligaciones que éste tiene frente a las aspiraciones y necesidades de la sociedad. Estoy segura de que en los medios académicos, tanto como en el seno de las organizaciones sociales y en las agrupaciones de mujeres y de jóvenes, la lectura conjunta de estas páginas hará posible la identificación de problemas que todavía hoy están vigentes en nuestro país, y demandan nuestro esfuerzo para superarlos. No se trata de seguir a Montalvo al pie de la letra, ni mucho menos de pretender que sus ideas puedan ser aplicadas mecánicamente a la realidad actual, que es tan distinta de aquella del siglo XIX; pero sí de reflexionar de qué modo han evolucionado los problemas, qué caracteres presentan en la actualidad, y de qué modo podemos hoy actuar ante ellos, con esa misma entereza y ese valor que se desprenden de los escritos montalvinos. Este libro, dedicado a todos los ecuatorianos, debe encontrar en los jóvenes sus destinatarios privilegiados, recordando aquellas palabras que el propio Montalvo escribió en una carta al General Eloy Alfaro: Siempre he pensado que mientras la juventud esté alerta, la libertad del Ecuador no será imposible. Palabras que nuestro tiempo enriquece agregando la palabra justicia a la palabra libertad.
Índice Presentación Soledad Buendía Herdoíza
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Juan Montalvo, ensayos políticos Carlos Paladines Escudero
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Antología De El Cosmopolita (1866-1869) Prospecto De la libertad de imprenta La parte ilustrada del Ecuador Lecciones al pueblo
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La Dictadura Perpetua (1874) 113 De El Regenerador (1876-1878) Liberales y conservadores Discurso pronunciado en la instalación de la Sociedad Republicana
129 135
De Las Catilinarias (1880) Segunda Catilinaria
139
De Los Siete Tratados (1882) Napoleón y Bolívar Washington y Bolívar
157 161
De Mercurial Eclesiástica (1884) El Obispo
163
Del Epistolario (1857-1882) Al doctor Pedro Fermín Cevallos A don Pedro Carbo Carta colectiva de la Sociedad Liberal al Cosmopolita A don Teodoro Gómez de la Torre
169 173 177 181
Al General Eloy Alfaro Misiva patriótica a los guayaquileños A los señores David Martínez Orbe y Nicanor Arellano Hierro A Roberto Andrade A Rafael Portilla A Antonio Borrero A un grupo de amigos
183 185 187 191 195 201 205
Referencias 207 Bibliografía 209
Juan Montalvo: ensayos políticos
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Carlos Paladines I. EL PROTAGONISTA La vida de Juan Montalvo (1832-1889) estuvo desde muy temprano marcada por su oposición al régimen conservador, que creció paulatina y gradualmente hasta hacerse persistente y radical. Esta perseverante oposición más que a las personas a los gobiernos de turno, lo abocó por más de dos décadas a reiteradas salidas, exilios y autoexilios forzados, hacia Ipiales, Panamá, París, nuevamente Ipiales, Perú, Ipiales, Panamá y París, y a los consiguientes retornos al país en aras de la lucha (Cfr. Anexo). Al igual que Sísifo (Rey de Corinto condenado a empujar hasta la cima de una montaña una enorme piedra que volvía a caer una vez alcanzada la cumbre, para nuevamente ser levantada con igual entusiasmo), a Montalvo le tocó asumir, construir y encumbrar en esos años, una y otra vez, el ideario y la lucha del liberalismo, incluso en los momentos en que éste parecía desfallecer. No hubo ni lugar ni tiempo ni gobierno capaz de torcer ese destino. Dos cartas abren y cierran tan vasto proceso: por un lado, la que dirigió a García Moreno desde Yaguachi, el 16 de septiembre de 1860, en la que vislumbra y pronostica los posibles males que generaría el gobierno de un tirano; y por otro, una carta que en agosto de 1880 dirigió desde Ipiales a un Grupo de amigos, en vísperas de lo que sería su último viaje a Europa. En ella Montalvo sostiene con marcado optimismo que el día de la revolución había llegado: “Si no hay revolución inmediata, la habrá después”. Ese “después” tardó quince años en llegar y para esa fecha Montalvo ya había muerto. Como Moisés, vislumbró la Tierra Prometida pero no pudo entrar en ella2. 1 Algunas tesis de este texto fueron anticipadas en los siguientes trabajos: “Aporte de Juan Montalvo al Pensamiento Liberal”, Quito, Fundación Friedrich Naumann, 1988; en la Presentación de la obra de Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo, el derecho a la insurrección, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión (CCE), 2010, y en “El proyecto liberal, el liberalismo en ascenso”, en Joya Literaria de Montalvo, Ambato, Casa de Montalvo, 1991, pp. 57-83. 2 Juan Montalvo, “Carta a un grupo de amigos”, en Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995, p. 615 y ss. Cfr. Gabriel Judde, “La motivación histórica de la carta del 26 de septiembre de 1860 de Juan Montalvo a García Moreno”, en Juan Montalvo en Francia, Actas del Coloquio de Besançon, París, Universidad de Besançon, 1975.
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Entre estas dos cartas transcurrieron aproximadamente dos décadas (186081) en las que vieron la luz sus principales obras políticas: El Cosmopolita (1866) y La Dictadura Perpetua (1874); El Regenerador (1876-77) y Las Catilinarias (1880); obras en las que Montalvo explicó y difundió los planteamientos básicos del credo liberal, a través de entregas periodísticas semanales, y también expuso los mecanismos, las estrategias y las acciones que juzgó necesario realizar para la concreción de sus “sueños”. En la segunda de estas obras se concentró la oposición a García Moreno, y en la cuarta, en la mofa y burla de un gobierno nefasto: “Jamás se había visto desbarajuste gubernativo, ni Jefe de Estado cuya estupidez y maldad puedan compararse con Veintemilla”3. En otras palabras, estas dos décadas fueron para Montalvo las de su creciente accionar político. La primera fue la de mayor impulso y creatividad literaria, según Arturo Roig4 y según Roberto Agramonte, en esos años, la curva de su producción literaria alcanza su punto más alto; en la segunda, privilegió una sostenida praxis política. En agosto de 1866, por ejemplo, Montalvo dirigió el movimiento que exigió al Congreso respetar la voluntad popular e impedir que el candidato liberal Manuel Angulo fuera descalificado. El congreso votó a favor de Angulo, García Moreno perdió y Montalvo fue ovacionado5. ¿Cuál fue la base de tan tenaz y prolongada oposición? Más allá de las posibles causas de índole personal o de temperamento; más allá de las dotes extraordinarias o de las limitaciones de personajes como Montalvo6, ¿qué determinó a este representante del liberalismo en ascenso a no desmayar, pese a que las condiciones no le fueron propicias? ¿Cuáles fueron los argumentos y las circunstancias en que se apoyó y maduró su posición? II. EL ESCENARIO: LA CONFLICTIVIDAD SOCIAL Y NACIONAL En las primeras décadas de vida republicana, la existencia de barreras físicas y regionales; la carencia de ciudadanos, los agudos desniveles y diferencias económicas y sociales; la incapacidad de las fuerzas hegemónicas para vertebrar un poder integrador terminaron por configurar un caso típico de desarrollo Juan Montalvo, Epistolario de..., Tomo I, op. cit., p. 612. Cfr. Arturo Andrés Roig, El pensamiento social de Montalvo, sus lecciones al pueblo, Quito, Tercer Mundo, 1984, p. 23. Esta obra ha sido clave para la presente interpretación. 5 Ver Plutarco Naranjo, Semblanza de Montalvo, Quito, CCE, Cartillas de divulgación ecuatorianas, No. 8, 1977, p. 12. 6 Ver Enrique Ayala, Manual de Historia del Ecuador II: Época Republicana, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2008, p. 36. 3 4
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desigual, incapaz de constituir una nación con perspectivas comunes propias de un proyecto productivo y político unificado y nacional7. En este escenario de división interna, el proceso de desarticulación alcanzó su clímax el año 1859, cuando a las calamidades de la lucha fratricida, la pérdida de vidas y los gastos de guerra se sumó el fraccionamiento del país en cuatro compartimentos, cada uno con su respectivo ejército, autoridades y pretensiones: el Gral. Guillermo Franco se proclamó Jefe Supremo de Guayaquil; García Moreno de Quito; Jerónimo Carrión del Azuay, y Manuel Carrión del Distrito Federal Lojano. La inestabilidad política propia de un Estado oligárquico, débil y fraccionado en poderes locales asentados en la propiedad de la tierra y que por poco condujo a la desintegración del país, contrastaba con el lento crecimiento económico que provocó la sostenida exportación del cacao y el boom en las exportaciones de los sombreros de “Panamá” y posteriormente de materia prima como la paja toquilla y otras manufacturas costeñas: tagua, caucho...8. El crecimiento económico de la Costa impactó incluso en el desarrollo agrícola de la Sierra, orientada ésta última cada vez más a abastecer a la creciente población de migrantes que huyendo de la explotación de las haciendas serranas se volcaron a las plantaciones cacaoteras y a los cinturones urbanos que se fueron conformando con ex huasipungueros, recolectores de cacao, sirvientes, jornaleros, montubios, artesanos, afrodescendientes, trabajadores de la ciudad y del campo,… alrededor de dos ejes de crecimiento demográfico: las planicies y tierras húmedas de la cuenca del Guayas: actualmente Los Ríos, El Oro y Guayas; y un segundo eje: Manabí-Esmeraldas. El desarrollo comercial de la Costa también transformó, principalmente a Guayaquil, en centro de acumulación de capital, es decir, en lugar de expansión del dinero proveniente de las exportaciones e importaciones, así como del comercio local, lo cual le favoreció por su misma calidad de puerto. Con el andar del tiempo, Guayaquil logró el control hegemónico del conjunto de la 7 Cfr. Mario Monteforte, Los signos del hombre, Cuenca, Universidad Católica de Cuenca, 1985, p. 143. 8 Entre 1856 y 1869 las exportaciones de cacao cubrieron alrededor del 66%-67% de las exportaciones totales; entre 1872-1885 llegaron a más del 65%. “El dinamismo de las zonas de Esmeraldas y Manabí como lugares de producción de sombreros de paja toquilla, paja toquilla en bruto, caucho y tagua, en la primera mitad del siglo XIX, excede a los ritmos e índice de crecimiento relativo que experimenta en ese período la producción cacaotera”. La exportación de sombreros entre 18301850 se multiplicó por 20, la de cacao, entre 1824-1854 lo hizo apenas en 1,33. Willington Paredes, “Economía y sociedad en la costa: siglo XIX”, en Nueva Historia del Ecuador, Vol. 7, Época Republicana I, Quito, Corporación Editora Nacional, pp. 125-128. También se puede consultar: Juan Maiguashca, “El desplazamiento regional y la burguesía en el Ecuador, 1760-1860”, en Segundo encuentro de historia y realidad económica y social del Ecuador, Cuenca, Universidad de Cuenca/Banco Central del Ecuador, 1978, pp. 23-55.
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economía nacional. En otras palabras, la Costa y especialmente Guayaquil se transformaron en centro del capitalismo agroexportador-importador, lo que a su vez repercutió en la conformación de capital mercantil y bancario y en general en la acumulación de los recursos requeridos: mano de obra, vinculación con el exterior, capital, ethos mercantilista,… elementos éstos y otros más necesarios para los nuevos procesos de articulación al comercio mundial, vinculación que a futuro marcaría al Ecuador y a su matriz o sistema productivo por décadas. III. EL ADVERSARIO En este contexto se levantó paulatinamente la figura de García Moreno, quien supo imponerse sobre las divisiones internas y locales, lograr el apoyo de la Iglesia y de los terratenientes, iniciar el proceso de reorganización y llamar a una Asamblea Constituyente, la misma que lo eligió como Presidente de la República9. El primer gobierno de García Moreno (1861-65), al igual que su segundo período (1869- 75), fueron coherentes con su proyecto de organización nacional y “modernización” del país, logrando arbitrar medidas en cuya ejecución fue tenaz y alcanzó niveles sorprendentes de eficacia. Así, por ejemplo, desde los inicios del gobierno se reactivó un flujo más dinámico entre las diferentes zonas de producción del país y se establecieron fluidas relaciones con los nuevos centros del comercio internacional; especial énfasis se puso en la racionalización del sistema tributario y en la centralización del aparato burocrático, electoral, administrativo,...10. Tampoco se descuidó ampliar, tecnificar y actualizar a las instituciones e instancias educativas e incluso se trató de purificar o reformar al clero secular y a las órdenes religiosas. Conquistas apreciables se lograron en cuanto a infraestructura y la misma unificación del país se vio favorecida a través de calzadas, caminos empedrados, puentes y hasta los primeros pasos del ferrocarril, medidas todas ellas conducentes a conectar tanto las capitales del callejón interandino entre sí, como también la Costa con la Sierra. Fueron alrededor de dos décadas en que se vio florecer la educación católica, extenderse las vías de comunicación, iniciarse la construcción del ferrocarril, construirse observatorios y museos…11. 9 García Moreno contrajo matrimonio con Rosa Ascázubi Matheu, quien pertenecía a una de las familias más prominentes de la oligarquía terrateniente. Cfr. Enrique Ayala, Lucha política y origen de los partidos en Ecuador, Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), 1978, p. 113. 10 Enrique Ayala Mora ha mostrado con detallada investigación los avances dados en estas áreas. Cfr. Lucha política…, op. cit., p. 127 y ss. 11 Cfr. Sobre las realizaciones en el ámbito educativo ver mi obra: Historia de la educación y el pensamiento pedagógico ecuatorianos, Quito, FONSAL, 2011.
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Además, García Moreno, supo darse cuenta de que la Iglesia Católica era también una institución social e histórica con raigambre suficiente para constituirse en instrumento de unidad, de consenso y de control del sector indígena y campesino, en un país dividido por intereses regionales, las pasiones de los partidos, el caudillismo y nuevas formas de producción y trabajo. “La unidad de creencia, decía, es el único vínculo que nos queda en un país tan dividido por los intereses y pasiones de partidos, de localidades y de razas”12. En otras palabras, el gobierno garciano fue el instrumento a través del cual se gestó en Ecuador, a partir de 1860, un Estado-nacional de carácter oligárquico, el mismo que aseguró la supremacía de la Iglesia, la continuación de los antiguos terratenientes de la Sierra y abrió las puertas a los intereses de la naciente burguesía agroexportadora de la Costa. Se cruzaron de este modo en el modelo, dos líneas de fuerza: la de integración o unificación nacional, y la de modernización o “progreso”, orientadas a satisfacer los requerimientos de desarrollo que demandaba la cada vez mayor vinculación del país al sistema mundial. Mas una y otra línea se impulsaron y legitimaron tomando en cuenta la mediación de una ideología conservadora, sostenida a través de una mano de hierro, por un lado; y por otro, “ocultando” las raíces de la fragmentación generalizada, que se nutría de los conflictos de intereses entre las fracciones regionales de la clase dominante, como también de las divisiones que los caudillos locales incentivaban al preferir un Estado desmembrado, apéndice del poder terrateniente, más que un órgano cohesionador. En pocas palabras, no hubo apertura a elementos claves de un Estado moderno: separación de poderes, tolerancia, pluralismo, desarrollo ciudadano, libertad de opinión y de prensa,... Fue una modernización más de la fachada que de sus estructuras internas; una modernización tradicionalista, aunque estos términos parezcan contradictorios y fue conducida, en palabras de Montalvo, con palo y látigo13.
12 Gabriel García Moreno, “Mensaje al Congreso Constitucional de 1875”, en Escritos Políticos, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla, Cajica, 1960. 13 Fernando Trazegnies ha examinado este carácter contradictorio de los procesos de modernización“tradicionalista” que bajo una envoltura de modernidad o avance conservan las estructuras tradicionales, dan supervivencia al pasado, no cuestionan el orden vigente. Cfr. “Las tribulaciones de las ideas, preocupaciones en torno a la idea de derecho en el Perú republicano del siglo XIX”, en Rev. de Historia de las Ideas, No. 7, CCE/Centro de Estudios Latinoamericanos de la PUCE, 1986.
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IV. EL TIEMPO: 1860-1880 [...] me temo que llevamos errado el camino, y que pensando ir para la civilización, vamos de prisa a una barbarie de otra clase14.
Podría afirmarse que Montalvo vivió entre 1860-1880 un tiempo de paradojas, una situación contradictoria entre su posición favorable a la modernización del país y la orientación de las macropolíticas que en múltiples áreas impulsó el gobierno garciano, y la oposición radical al signo conservador de esa misma política, sin haber desconocido los avances alcanzados en otras áreas. En medio de una acción de gobierno tan positiva o plausible, ¿cómo se podía convencer a una comunidad de que el tren de la historia que parecía ir hacia el progreso se precipitaba más bien hacia un abismo? ¿No estaba siendo conducido el país hacia el precipicio, en medio de los aplausos y el respaldo de la Iglesia? ¿Ese era el camino por el que transitaría la historia en el futuro? Se había suscitado una especie de desfase inexorable entre los avances en determinadas áreas y el retroceso en otras. Era como edificar una casa sobre arena más que sobre sólidos cimientos modernos; navegar contra corriente, en contravía. La historia no se le presentó a Montalvo en líneas rectas sino más bien ambiguas o torcidas. Por un lado, la vinculación del país al mercado internacional, que favoreció ante todo a los intereses de los grupos agroexportadores e importadores, con pocos réditos para los campesinos e indígenas que aún constituían la mayoría de la población ecuatoriana y fueron sistemáticamente excluidos de los beneficios; por otro, en el frente interno, el rápido y notable salto hacia la “modernización” del país, concomitante a la implantación de una ideología no solo conservadora sino ultramontana, propia de etapas históricas ya superadas a nivel mundial15. Más que una República, lo que parecía construirse era una “teocracia”. A decir de Enrique Ayala Mora: Junto a la pasión por el “progreso”, la manía medieval de la clericalización. Al lado de los impresionantes adelantos con que se intentaba emular al imperio Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, Ambato, Primicias, 1973, p. 266. En Ecuador la pervivencia del sistema tradicional y la resistencia a la modernidad contrasta con los avances de las revoluciones liberales a lo largo de América Latina: México 1854; Colombia 1848; Perú 1855; Chile 1871; Guatemala 1893. 14 15
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burgués de Napoleón III, la imposición sanguinaria del monopolio ideológico de una Iglesia que condenaba el “modernismo”, los “derechos del hombre” y hasta las máquinas, como “satánicos productos del siglo”16.
Ya con ocasión de la primera candidatura de García Moreno a la reelección como Presidente Interino y posteriormente como Presidente Constitucional (1865), nuestro autor había manifestado los peligros a través de diversos artículos: “El nuevo Junios: A los partidos políticos”, “De la ineficacia de la razón” y “El nuevo Junios III: a don Gabriel García Moreno”17, en que abundó en razones para impedir tal despropósito. Con la proclamación de la candidatura de García Moreno a un tercer período presidencial (1875), el riesgo de que tamaño riesgo se torne “eterno” creció y la reacción inmediata de Montalvo a tal postulación dio pie a La Dictadura Perpetua (1874), obra en la que concentró su atención en desvirtuar el error de creer que una gran suma de progreso material no menos que moral se había generado en el gobierno de García Moreno, como lo había señalado un periódico norteamericano, el Star and Herald. Más bien, según nuestro autor, el gobierno: “dividió al pueblo ecuatoriano en tres partes iguales: la una la dedicó a la muerte, la otra al destierro, la última a la servidumbre”. En otras palabras, había emprendido, “era cierto, en cuatro o cinco caminos: después de gastos ingentes y miles de vidas perdidas; construido dos Bastillas o cárceles; desencadenado dos guerras exteriores [...]; e incluso había vuelto imposible la revolución matando a unos, expatriando a otros, envileciendo y entorpeciendo a los demás”18. V. LA “CONCIENCIA SERVIL” Mas en la oposición a regímenes que expresaban una extraña y hasta incongruente mezcla de “modernización tradicionalista”-“involución” o retroceso, que no alteraba las bases semi-feudales y confesionales y consolidaba las estructuras sociales y políticas vigentes, lo más grave, a criterio de Montalvo, no era tanto transitar en la historia por el camino errado, hacia un precipicio, cuanto lo que sucedía a quienes se habían acostumbrado a Enrique Ayala Mora, Lucha política…, op. cit., p. 172. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., pp. 279-351 y 409. Juan Montalvo, La Dictadura Perpetua, en Benjamín Carrión, El pensamiento vivo de Montalvo, Buenos Aires, Losada, 1961, p. 220 y ss. 16 17 18
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respirar aire diferente al habitual y les hacía falta la pestilencia en medio de la cual habían corrompido su alma.[...] la gente que vive en lugares pantanosos cuyo aire pestilente y malsano altera la constitución y cambia el temperamento, no puede ya sufrir el aire libre, enférmase en una atmósfera despejada y suspira por su morada hedionda. Esto es lo que ha sucedido con los ecuatorianos19.
El terror, el patíbulo, las cadenas habían cobrado “cierta influencia misteriosa en ellos, aunque víctimas de esos tormentos, les gustaban esas escenas”. En pocas palabras: “García Moreno había tenido el poder infernal de la serpiente que fascina, domina, atrae a sí a ciertas aves para devorarlas, las cuales, aun cuando saben por instinto lo que les va a suceder, no pueden evitar su ruina y se acercan a ella, y se entregan y perecen” [...]20. Los temas de la “conciencia servil”, de la seducción de la barbarie o del pecado, del deseo y el gusto por el sometimiento, no eran nuevos en el pensamiento romántico particularmente europeo. En Hegel, y posteriormente en Marx, ocuparon amplio espacio21. Sin intentar entrar a un estudio pormenorizado, cabe recordar dos de sus más notables desarrollos, con amplia vigencia en la intelectualidad latinoamericana del siglo XIX. Por una parte, la figura del amo y el esclavo; y, por otra, la de civilización y barbarie, que jugaron como ordenador, al que recurrieron las más diversas formas discursivas, desde el ensayo político, social y cultural, hasta el mismo lenguaje cotidiano. La primera dicotomía prestó más atención al mundo de la subjetividad o conciencia de las personas, sea ésta la del amo o la del esclavo. Para este último se hablaba de su “conciencia servil”, “infeliz o desgraciada”, conciencia hedionda, a decir de Montalvo, que no permitía al mundo indígena, al sector campesino y artesanal e incluso a muchos representantes de los sectores medios y pequeña burguesía escapar del control clerical-terrateniente que cual rémora detenía la modernización del país y reforzaba diversas formas de dominación tanto interna como externa. También esta aporía visualizaba la realidad con un carácter conflictivo, debido a la contraposición de actores e intereses (terratenientes-campesinos; gamonales-siervos; oligarquía-pueblo). Posteriormente esta divergencia se expresaría bajo la fórmula: trabajo servil-trabajo asalariado; proletariado-capitalismo. La segunda disyuntiva fue útil para ubicar a los países y a los pueblos en la escala de progreso (o “desarrollo”, en la terminología actual) y a partir de tal pa Ibíd., p. 280. Ibídem. 21 Cfr. Alexander Kojève, La dialéctica de lo real y la idea de la muerte en Hegel, Buenos Aires, La Pléyade, 1972. De especial interés lo relativo al trabajo y al amo y el esclavo, pp. 79 y ss. y 183 y ss. 19 20
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rámetro, favorecer la proyección de Europa como modelo civilizatorio a seguir por nuestros pueblos, por regla general en situación de “barbarie”. Montalvo constituye uno de los primeros autores que en Ecuador prestó especial interés a esta doble aporía o disyuntiva, y logró su reformulación al grado de superar los planeamientos que en estos campos había realizado ya la Ilustración y especialmente el despotismo ilustrado. Por otra parte, con la apertura a la “conciencia servil”, Montalvo trasladó el enfrentamiento entre diversos grupos sociales, particularmente del orden religioso (conservadores/liberales), al campo de la conciencia, al análisis de taras y deficiencias que aquejaban al ciudadano común y de cuyo control era muy difícil escapar. Por supuesto, la conciencia servil hundía raíces en el modo de producción servil que a nivel de la Sierra centro y norte al igual que en la Sierra sur ejercía aún dominio relevante. El latifundio y el huasipungo eran las mediaciones claves del sistema productivo de aquel entonces. Pero además, los indígenas, a pesar de constituir el mayor porcentaje de la población, permanecían al margen del sistema y de sus beneficios. Ni siquiera estaban integrados al mercado de consumo, al vivir bajo una economía de subsistencia que no les permitía sobrepasar su situación de absoluta miseria y abandono e incluso de desatención en cuanto a servicios básicos de educación, salud, vivienda,… Con la apertura al conflicto social visualizado en sus manifestaciones tanto objetivas como subjetivas, y además con las limitaciones que se fomentaban desde el Estado y la religión que mantenían al pueblo en el engaño, intentó dibujar a los gobiernos despóticos y autoritarios como responsables de dicha situación y como representantes de los amos de siempre. Ello permitió que la pugna liberal-conservadora pudiera ser vista no solo como un conflicto religioso tendiente a separar la Iglesia del Estado, la cruz de la espada, o de establecer una educación laica más que religiosa, sino también, en un nivel más profundo, como un conflicto social.������������������������������������������������������ Más aún���������������������������������������������� , podría entenderse la orientación y la sobresaturación del conflicto hacia el plano religioso, que acaparó muchas veces la atención, como un mecanismo que ocultaba y desvanecía el conflicto de fondo, mecanismo ideológico que se utilizó posteriormente, sobre todo en la fase posrevolucionaria, para “olvidar” el enfrentamiento social. El pacto liberal católico de años después confirma esta hipótesis. En definitiva, con la visualización de la conciencia servil, esa morada tan hedionda, se dio inicio a una forma nueva de considerar la postración del pueblo. ¿Qué se podía esperar de quienes ni siquiera reconocían el nivel al que habían descendido? ¿No se alimentaba la tiranía ���������������������������� de un pueblo dispuesto a soportarla? ¿No era el pueblo tan culpable al igual que el tirano? Los prejuicios, “principios”, costumbres y más rémoras que cargan las personas pasaron a ser 17
visualizados en lo profundo de su conciencia, transformado en “carne de su carne”, en usos, hábitos y costumbres con vigencia en la vida cotidiana. Todo lo cual hizo insoslayable construir una nueva conciencia o eticidad dentro de la cual acabarían por emerger frescas prácticas ciudadanas y un nuevo Estado, orientación ésta que ya se había insinuado en Eugenio Espejo y en sus afanes por la reforma de las costumbres, y que también puede ser visto como el prolegómeno del discurso social que décadas después floreció en la corriente indigenista y en el realismo social. En escenario tan adverso, con ‘siervos’ más que con ‘ciudadanos’ y ante el peso de costumbres y prácticas centenarias, difíciles de alterar, no dejan de llamar la atención los momentos de desánimo y agobio que no faltaron: “Y Tú, querido amigo, que lees mis pensamientos y palpas mi corazón, ¿sabes cuán desabrido estoy de la política y reñido con ella, habiéndola tocado por la primera vez?”22. En tono esperanzador más religioso que político dirá: “La tiranía también se acaba, sí, la tiranía también tiene su término, y a veces suele ser el más corto de todos, según que dicen los profetas: Ví al impío fuerte, elevado como cedro: pasé, y ya no le ví; volví, y ya no le encontré”23.
VI. LAS BATALLAS La estrategia: remar contra corriente Bajo este ambiguo, eterno y hasta contradictorio escenario, le tocó a Montalvo construir, palmo a palmo y paso a paso, una clara perspectiva de superación y de enfrentamiento permanente y perseverante: en un primer momento a través de El Cosmopolita y La Dictadura Perpetua contra García Moreno y a partir del 6 de agosto de 1875, fecha en que este contradictorio personaje fue asesinado, contra Veintemilla con Las Catilinarias. En el primer caso, contra el poder conservador amparado en la oligarquía terrateniente y en la Iglesia, poderes ambos reacios a suprimir, por ejemplo, las prácticas religiosas maquinales o puramente externas y en algunos casos hasta absurdas, cercanas más a la magia y la superstición pero con amplia vigencia en sectores populares; en el segundo, contra un poder también despótico que Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., p. 265. Ibíd., p. 1. (El texto de Montalvo que encabeza este trabajo corresponde a los dos primeros párrafos con que se inició, en 1866, El Cosmopolita). 22 23
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sin embargo supo movilizar el apoyo de la “plebe”. La modernización del país fue así un proyecto sostenido tanto por las oligarquías como por gobiernos que supieron granjearse el aplauso del pueblo. La atención a las demandas populares sirvió al gobierno para apuntalar una gestión de tinte que hoy podríamos llamar “populista”, ya que extraía parte de su fuerza de los estratos sumergidos24. Montalvo no cesó de prevenir al país sobre las desventuras que acarrearía tal tipo de gobiernos, incluidos los de Carrión, Espinosa y Borrero, presidentes de relleno o de paso. También trató de concertar a los actores que podrían oponérseles, detallar los programas y planes que permitirían pasar de una sociedad tradicional a una verdaderamente moderna, y apoyar a un accionar político diferente. “Me temo, decía, que llevamos errado el camino, y que pensando ir para la civilización, vamos de prisa a una barbarie de otra clase”25. La meta: de convento a República Bajo esta bandera o perspectiva de oposición a los fundamentos y a los principales actores conservadores pueden ser interpretadas todas y cada una de las obras del Montalvo de este período e incluso otras, como aquellas que a primera vista no guardan mayor relación con lo político. Por ejemplo, los célebres Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1872-1881), narración de una serie de aventuras similares a las inmortalizadas por el genio español y que la crítica tradicional redujo en sus méritos al aspecto formal, a la pureza del estilo, al esfuerzo por limpiar, pulir y dar buen uso a todos los componentes del idioma, al imponderable casticismo que se ha atribuido a Montalvo; aspectos a ser releídos también bajo la óptica del enfrentamiento con la sociedad tradicional26. “Al apoderarse de la riqueza de expresión de la lengua castellana, Montalvo expresaba –con las consabidas limitaciones– el esfuerzo de la ‘clase media’ incipiente por subir y participar en el poder. Al fin y al cabo su sedicente ‘casticismo’ no es separable de su liberalismo, de su lucha contra la rígida estratificación social establecida por las élites blancas”27. Era un país en 24 Cfr. Arturo Roig, “Juan Montalvo: eticidad, conflictividad y categorías sociales”, en Diversidad e integración en nuestra América, Argentina, Biblos, 2010, p. 281 y ss. También puede verse en esta Colección Fernando Tinajero (comp.), Agustín Cueva. Ensayos Sociológicos y Políticos, Quito, Ministerio de Coordinación Política y GAD, 2012, p. 192 y ss. 25 Juan Montalvo, El Cosmopolita, op. cit., p. 266. 26 Ver Juan Montalvo, Capítulos que se olvidaron a Cervantes, cap. XI: “De la temerosa aventura de la cautiva encadenada”, Ambato, Casa de Montalvo, 2010. El truhán al que se alude es el conde Briel de Gariza y Huagrahuasi, por otro nombre, el cruel Maureno, en clara referencia a Gabriel García Moreno, p. 195. 27 Arturo Roig, “Juan Montalvo: eticidad, conflictividad y categorías sociales”, art. cit., p. 109.
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el que la aristocracia y la Iglesia aún disponían de un poder ideológico difícil de quebrantar. Pero lo más importante fue una humilde enciclopedia, a decir de nuestro autor, conformada por los dos volúmenes de El Cosmopolita (3 de enero de 1866-15 de enero de 1869) y los dos de El Regenerador (22 de junio de 1876-22 de octubre de 1878). Los cuatro volúmenes aparecieron en series. Se trataba de cuadernillos sueltos que respondían al espíritu periodístico con que fueron escritos. Más tarde, reunidos los artículos, pasaron a constituirse en libros, con los mismos nombres. En alguna reedición circularon bajo un título que hace honor a su propósito: Lecciones de libertad 28. Su unidad de sentido, pese al tiempo de separación entre la una y la otra publicación fue resaltada por el mismo Montalvo: “El programa de El Regenerador no puede ser sino el de El Cosmopolita, puesto que los religiosos son de la misma orden”29. A través de esta diversidad de artículos se presentó al país, por entregas, todo lo que se requería para transformar al Ecuador de convento a República, en un futuro inmediato. Se trataba de aclarar las bases que permitirían modernizar la sociedad y construir el nuevo edificio, tomando en cuenta tanto los aportes ilustrados a la Constitución de la flamante República del Ecuador, como sus limitaciones que era urgente superar. La construcci������������������������������������������������������ ón del nuevo edificio moderno exigió������������������ a Montalvo formular una concepción diferente de la política. No se ha examinado aún en forma detallada su ruptura con las concepciones clásicas y milenarias de la política, tanto la aristotélico-tomista, centrada en la orientación de la política hacia el bien común, como la de Maquiavelo, el primer clásico de la política moderna que la concebía como el arte de conquistar y de conservar el poder30. Montalvo, en el tomo II, libro VI, de El Cosmopolita, resaltará como el rasgo específico de ella, la capacidad de construir un proyecto histórico, de levantar un edificio, un templo que sea para la salud y prosperidad de la Patria. Por la importancia que se concede a esta concepción que supera los planteamientos sobre el bien común o sobre el poder como el norte del ejercicio político, para preferir una concepción de la política orientada a la construcción de determinado modelo o plan, cito algunos párrafos:
28 Homenaje de la Universidad Central a Juan Montalvo: Lecciones de libertad, Quito, Edit. Universitaria, 1958. 29 Juan Montalvo, El Regenerador, Tomo I, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987, p. 33. 30 Ver Aristóteles, La Política, Libro I, Colombia, Panamericana, 1989, p. 7 y ss. y Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, comentado por Napoleón Bonaparte, Madrid, Mestas, 2009, p. 27 y ss.
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Si la política es aquel empeño por la salud y prosperidad de la Patria, aquel movimiento en el globo de un pueblo anheloso de su dicha, aquella propensión irresistible hacia las regiones de la luz, la política es una gran cosa, la mayor y más bella que puede ocupar a los hombres31.
Pocas líneas después, Montalvo retoma la metáfora de la construcción: Nosotros no conocemos la política: ésta es una ciencia muy vasta, un conjunto de muchas ciencias: el hombre de Estado, el diplomático, el escritor, el orador saben o deben saber mucho, por cuanto el edificio que construyen, este gran templo llamado gobierno, se levanta y subsiste sobre cimientos profundos y sólidos como los del Partenón32.
Para mayor dilucidación de esta concepción, nada mejor que contrastar la propuesta montalvina con la garciana, en Lecciones de libertad: Arruinar pueblos, cautivar naciones, matar gente, no es grandeza: infringir leyes, erguirse como gigante y sacudir una serpiente amenazando al universo, no es grandeza; destruir el templo santo de la República en cuyos altares permanecen ley, justicia, libertad, no es grandeza. Sobre las ruinas de esta sacrosanta fábrica se quiere elevar un edificio tenebroso y horrible: el Cadalso. En esta obra se emplean cabezas de ciudadanos; el corazón y la sangre sirven de argamasa, y al alarife para su palustre, que es la cuchilla del verdugo. ¿Dónde van las divinidades que habitan ese templo? Ley, justicia, libertad ¿caísteis también junto con vuestros adoradores? ¡El hacha impía os derriba muertas en el suelo! ¡Los dioses se van, se van los dioses!33.
Los nuevos actores o sujetos históricos Guardan relación con esta Enciclopedia, clave para la difusión del mensaje liberal, un discurso pronunciado por Montalvo en su calidad de individuo de número en la Sociedad Ilustración, en 1852, y otro discurso pronunciado en la instalación de la Sociedad Republicana, con su correspondiente Comentario de julio-agosto de 1876. De estos años también datan trabajos como “Del orgullo Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., p. 299. Ibíd., p. 303. 33 Citado por Gabriel Judde, “La motivación histórica...”, art. cit., p. 135. 31 32
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y la mendicidad” (1872), “Fortuna y felicidad”, “El Antropófago” y “Judas” (1873). También fueron iniciados en esta época los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes y Los Siete Tratados. Estos últimos produjeron tal reacción en las autoridades eclesiásticas, que el Obispo de Quito, Ignacio Ordóñez prohibió su lectura. Además, una serie de artículos cortos y colaboraciones en la Revista de Madrid, 1872, y el periódico El Iris34. Cabe anotar, como lo ha señalado Arturo Roig, que todo este monumental trabajo enciclopédico35 encuentra su unidad de contenido en las célebres “Lecciones al pueblo”, leit motiv o hilo conductor de tan vasta producción. Las Lecciones constan tanto en El Cosmopolita cuanto en El Regenerador. Además, se podría establecer una línea de continuidad entre las “Sociedades” que surgieron a finales de la etapa colonial: Sociedad Patriótica, Escuela de la Concordia, Sociedad de Amigos del País (1792) y otras que nacieron a lo largo de las primeras décadas de vida republicana. Restablecimiento de la Sociedad de Amigos del País con sede en Quito (1823) y la otra en Guayaquil (1833), Sociedad de El Quiteño Libre (1852), Sociedad de la Ilustración (1868), Sociedad Conservadora (1876), Sociedad Republicana...36. La conformación y la proliferación de este tipo de asociaciones civiles, en términos montalvinos, debían conducir a una ruptura con el lugar y con los actores del accionar político tradicional. Los nuevos actores emergentes: las bases liberales debían encontrar, en este tipo de asociaciones, el espacio de debate y formación, pero también de concertación y ejercicio político más allá de los canales tradicionales reducidos básicamente a los muros de las iglesias y familias que monopolizaban el ejercicio del gobierno clerical-terrateniente. Además, con las asociaciones civiles, “sociedades intermedias” de todo tipo, a lo que se apuntaba era a conformar y fortalecer una instancia de mediación entre el Estado y el individuo: los partidos políticos y la sociedad civil en terminología actual. Se depositaba la confianza en ellos para superar la prepotencia del Estado y la acumulación en pocas manos del poder y los intereses que no 34 Plutarco Naranjo y Carlos Rolando han realizado un exhaustivo Estudio bibliográfico, el más completo sobre la producción de Juan Montalvo, al menos hasta 1966, fecha de publicación del Tomo II de dicho Estudio. 35 Arturo Roig ha sabido resaltar la vinculación de la propuesta de Montalvo con la Ilustración: “La idea de Juan Montalvo de componer, mediante el periodismo, una enciclopedia política proviene claramente de la corriente ilustrada, proclive a este tipo de mediación para la difusión de las luces. Baste recordar la propuesta de Eugenio Espejo, en Primicias de la Cultura de Quito, de conformar un taller encíclico o universal de educación ilustrada en lo moral y político. Ver Arturo Roig, El pensamiento social…, op. cit., p. 11. 36 Cfr. El Regenerador, Tomo I, op. cit., p. 96 y ss. En páginas anteriores, p. 70, Montalvo expone su concepción de las clases sociales, alejada por supuesto de la concepción marxista. También hay otras referencias en El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., p. 429.
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solo olvidan o traicionan al bien común sino que pueden volverse tan nocivos que terminen imponiéndose. Fortalecer más la organización de las asociaciones civiles o intermedias permitiría florecer a los lazos de unidad necesarios para generar un Estado moderno y democrático, más que en el papel en la realidad. Desde tiempos de la Independencia se había avanzado poco; se hacía necesario pasar de lo “político” a lo social, de la visión ilustrada a la romántica. El fortalecimiento de las asociaciones civiles debía ir acompañado del respeto a la división de poderes, aspecto este último que de no apoyarse en las asociaciones civiles también podría terminar en mera retórica. En palabras de Montalvo: En una buena democracia los poderes han de estar bien distribuidos; el legislativo, el ejecutivo y el judicial, rueda cada uno en su órbita respectiva, sus jurisdicciones se tocan, pero jamás se confunden: si el uno quiere conquistar algo, si pone el pie en el territorio de los otros, piérdese el equilibrio, tambalea la máquina, se desquicia y cae desbaratada.[…] El poder ejecutivo tiene por ellas mismas –las leyes– facultades exorbitantes, y cuando no las tiene, se las arroga de mano poderosa. La violación de una ley es un paso a la tiranía. Los tres poderes que constituyen el gobierno van a dar todos a un hombre en el despotismo: el príncipe es legislador, ejecutor de leyes, administrador de la justicia. En esta forma de gobierno el equilibrio de los poderes no tiene cabida37.
Según Arturo Roig, el proyecto de Juan Montalvo no debe apartárselo de este tipo de sociedades o asociaciones, en las que se expresaba la voz de un nuevo sujeto político que desde finales de la colonia e inicios de la vida republicana ganaba terreno lentamente, por un lado; y, por otro, se silenciaba el peso de los terratenientes y el “Estado noble o aristocracia”. Cuando Montalvo se ocupa de estas sociedades, las piensa como la necesidad fundamental del siglo y a éste como el período de las sociedades. En ellas se expresarían pequeños grupos de ciudadanos surgidos de la clase media; la ‘voz del artesano’, del artista, del labrador, del pequeño agricultor y del minifundista o pequeño propietario y la de los ‘letrados’ que se reunirían para alimentar y difundir sus propuestas. “Las sociedades, decía Montalvo, son la necesidad de nuestro siglo: sociedades políticas, sociedades científicas, sociedades de buenas letras inundan las naciones de uno y otro continente”. A esta pequeña burguesía, años más tarde se sumaría la burguesía agroexportadora y bancaria para el asalto final al poder38. 37 Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., pp. 381 y 382; El Regenerador, Tomo I, op. cit., p. 149. 38 Cfr. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., Libro VII: “Del espíritu de asociación” y Libro IX: “De algunas sociedades notables”. El Regenerador, op. cit., “Discurso pronunciado en la instalación de la Sociedad Republicana”, p. 96 y ss.
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En cuanto a los lazos que habrían de unir a los participantes en estas sociedades, se juzgó que surgirían tanto del mundo del trabajo como de la familia, mediaciones ambas que han sido consideradas como importantes articuladores sociales. En efecto, por el trabajo y sus frutos no solo acumulan bienes las personas y los pueblos; también su personalidad y su entorno se enriquecen y transforman. El proceso del “hacerse y gestarse” del hombre en su totalidad implica al mundo del trabajo con sus formas de liberación y alienación. “El trabajo, en sus múltiples manifestaciones, es aquello mediante lo cual se crea la cultura y se autorrealiza o destruye la humanidad”39. Por otra parte, la familia en las sociedades modernas es una de las primeras instancias en cuyo seno se trasmiten, se recrean y se crean los bienes culturales, desde el lenguaje, pasando por las costumbres hasta la formación ciudadana. En el caso de Montalvo se puede apreciar diversos ensayos sobre los desarrollos de estas categorías dadoras de sentido y con las cuales se trasmitían formas de comportamiento social y se justificaban las relaciones humanas concretas. Papel importante debía jugar la mujer al interior del mundo de la familia y Montalvo no fue ajeno a determinar la función social y el sentido que ella tendría en una sociedad laica, envuelto todo ello tanto en un ambiguo y hasta retórico discurso como en una abundante producción. Consagró al tema de la mujer no pocas líneas, aunque siempre en aguda tensión sea entre su anhelo porque la mujer tome ideas de lo antiguo sin que ello implique menosprecio por lo moderno; sea en la contraposición entre las virtudes paganas y las virtudes cristianas, disyuntivas ambas que no logró resolver y dieron pie en más de un caso a planteamientos que sobrevaloraban al hombre en desmedro de la mujer40. En este campo, los frutos se recogieron décadas después, cuando el laicismo dio inicio a la participación social de la mujer al interesarse por su educación, al determinar su rol y funciones en una sociedad moderna y dar impulso a su participación en la vida comercial, en las aduanas, en las oficinas públicas y en otras áreas. 39 Para la apología del trabajo de parte de Montalvo ver El Regenerador, Tomo I, “Lecciones al Pueblo”, op. cit., p. 103 y ss. Cfr. Arturo Roig, Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana, Quito, PUCE, 1982, p. 53. 40 No se ha hecho aún el estudio pormenorizado de los planteamientos de Montalvo sobre la mujer, a pesar de que su producción es vasta en esta área. Cfr. El capítulo introductorio de El Cosmopolita y en el Tomo I de los capítulos sobre “La virtud antigua y la virtud moderna” y sobre “La mujer”. En el Tomo II: “De los celos”, en La Geometría Moral, prácticamente es un libro todo él centrado en la temática de la mujer, al igual que el tratado “De la belleza en el género humano”, en El Regenerador, Tomo II: “Las niñas del examen”, “Las mujeres en la política”, “Métodos e invenciones para quitarles a las mujeres la gana de meterse en lo que no les conviene”. A todo esto habría que sumar la correspondencia que mantuvo con varias de ellas. Cfr. El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., p. 436.
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Dentro de estos parámetros, Montalvo organizó en Quito, en 1876, una “Sociedad Republicana” que debía contar con la presencia de artesanos, sastres, carpinteros, zapateros, trabajadores y estudiantes, que más de un autor ha visto como el germen de las futuras organizaciones clasistas y sindicales, e incluso como la sección ecuatoriana de la “Primera Internacional de los Trabajadores”, hecho que estuvo lejos de la perspectiva montalvina41. El accionar diario En estas dos décadas también produjo un sinnúmero de artículos “coyunturales”, de respuesta inmediata a las circunstancias políticas que se habían suscitado, algunas de ellas, a su criterio, de gravedad suma. Tal vez sea sobre todo su correspondencia con Pedro Fermín Cevallos, Juan Benigno Vela, Pedro Carbo, Rafael Portilla, Roberto Andrade, por citar algunos nombres, lo que mejor refleja las vicisitudes del día a día42. Entre las respuestas a la coyuntura política inmediata destaca el enfrentamiento a la Convención de 1869, hábilmente convocada por García Moreno a fin de expedir el marco Constitucional que le permitiría acceder nuevamente al poder y le otorgaría las facultades que consideraba imprescindibles para gobernar y construir un Estado fuerte, capaz de superar la insuficiencia de las leyes43. La VIII Asamblea Constituyente se desarrolló en un agitado escenario de inestabilidad: la caída del Presidente Jerónimo Carrión, quien perdió el apoyo de García Moreno y no duró más de dos años en el gobierno (1865-67); el encargo del poder a Pedro José Arteta por pocos meses (1867-68); la caída del Presidente Javier Espinosa, quien también perdió el apoyo de García Moreno (1868-69), y la Presidencia interina de García Moreno (1869). La Convención logró expedir un conjunto de normas favorables a armonizar las instituciones políticas con las creencias religiosas y dar a la autoridad pública la fuerza suficiente para anular cualquier brote de oposición o disidencia. Concluida ésta, instaló en el poder para su segundo período presidencial a Gabriel García Moreno (1869-75). La oposición bautizó a esta Constitución como la Carta Negra, por promulgar que para ser ciudadano había que ser católico; dar poder inmenso al Para la diferencia entre La Internacional y la Comuna ver El Regenerador, Tomo I, op. cit., p. 97 y ss. Ver Juan Montalvo, Epistolario de..., op. cit. En el combate a García Moreno en esta coyuntura política cabe destacar: “El nuevo Junios I: A los partidos políticos”; “El nuevo Junios II: Los partidos políticos”; “El nuevo Junios III: A don Gabriel García Moreno”; “El nuevo Junios IV: A la clase militar”. 41
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Ejecutivo al hacer depender de él importantes decisiones y designaciones, incluida la injerencia para nombrar magistrados del poder Judicial; proponer al Congreso la terna para Magistrados de la Corte Suprema, el Tribunal de Cuentas, las demás Cortes de Justicia, y a propuesta de éstas a los jueces letrados de hacienda y fiscales. Asimismo, extendió el tiempo de ejercicio de la Presidencia a seis años y a la posibilidad hasta de una tercera reelección luego de un período de descanso. A los senadores extendió su plazo a nueve y a los diputados a seis. Montalvo fue consciente del peligro que encerraba tal tipo de Constitución, no solo por el turbio escenario en que se gestó o por sus principales actores: terratenientes, conservadores y las facciones más reaccionarias de la Iglesia; por la arquitectura o modelo institucional que proponía; por el proyecto político y hasta cultural que encerraba, sino además por los propósitos de su principal gestor. Para la oposición esa Carta abría las puertas a un sistema casi monárquico, confesional y excluyente, en el que hasta las libertades y garantías ciudadanas quedaban limitadas. Buena parte de El Cosmopolita (las entregas: 5, 6, 7, 8 y 9 se dedicaron a convencer al país de que el triunfo de esa Constitución era nefasto y que el poder conservador se consolidaría hasta tornarse “eterno”)44. Una vez aprobada la Constitución, ¿qué podía hacer Montalvo? Decidió expatriarse. Acudió a la embajada de Colombia y partió hacia Ipiales, un 17 de enero de 1870, junto a otros dos exiliados más: Mariano Mestanza y Manuel Semblantes. Entre las respuestas a la coyuntura política inmediata también destaca, luego del asesinato de García Moreno, Las Catilinarias, inmortal discurso contra Ignacio de Veintemilla que ocupaba el poder desde 1876. Las Catilinarias se publicaron en Panamá, en uno de sus exilios, entre 1880-1882. No solo se hizo la crítica y la mofa de un gobernante sino también de sus adláteres: Antonio Borrero, Manuel Gómez de la Torre, José María Urbina y con tal grado de calidad, que refiriéndose a esta obra Benjamín Carrión decía: Es difícil encontrar, en cualquier literatura, un logro tan cabal del improperio; un poder de látigo restallante tan fuerte; una eficacia moral de bofetada como los conseguidos por don Juan Montalvo en Las Catilinarias. Pero es más difícil también que esos insultos estén revestidos de mayor nobleza, de más castiza corrección literaria, de mayor señorío mental. El secreto montalvino está en su capacidad de unir la ira y el desdén45. 44 Esta Constitución tuvo vigencia por casi una década, que en el trajinar constitucional de aquellos años fue un tiempo considerable. Asesinado García Moreno, el nuevo Presidente, Antonio Borrero la calificó de “cesarista y antirrepublicana” y dio impulso a la promulgación de una nueva Constitución. 45 Benjamín Carrión, El pensamiento vivo de Montalvo, Buenos Aires, Losada, 1961, p. 24.
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Como muestra de la capacidad de diatriba de Montalvo baste: Ignacio Veintemilla no ha sido ni será jamás tirano: la mengua de su cerebro es tal, que no va gran trecho de él a un bruto. Su corazón no late; se revuelca en un montón de cieno. Sus pasiones son las bajas, las insanas; sus ímpetus, los de la materia corrompida por el demonio. El primero soberbia, el segundo avaricia, el tercero lujuria, el cuarto ira, el quinto gula, el sexto envidia, el séptimo pereza, ésta es la caparazón de esa carne que se llama Ignacio Veintemilla46.
El Cosmopolitismo Concomitante al enfrentamiento con el régimen garciano y a la voluntad de construir las bases seculares de la nueva República, también habría que situar el especial propósito de romper y ampliar los estrechos límites provincianos y nacionales, rémora que aislaba al país e impedía marchar hacia el progreso. Desde luego nos ha de ocupar la suerte del continente americano, sin que tengamos por ajenos a nuestro propósito los grandes acontecimientos de Europa y del mundo entero, si el caso lo pidiese. De “COSMPOLITA” hemos bautizado a este periódico y procuraremos ser ciudadanos de todas las naciones, ciudadanos del universo, como decía un filósofo de los sabios tiempos. Las revoluciones, las guerras, los desastres y progresos de las repúblicas que más de cerca nos tocan, llamarán nuestra atención con preferencia, y hablaremos de ellas, no como patrias ajenas, no como extranjeros neutrales, sino como hijos de su seno, como ciudadanos de sus Estados, como obedecedores de sus leyes47.
La optimista orientación hacia el frente externo también puede ser vista como reacción a la gestión aislacionista y retrógrada vigente en el frente interno. Era la airada reacción a una política que era contraria a los vientos de modernidad en que se hallaban empeñados la gran mayoría de los países latinoamericanos, y que se amparaba en posiciones conservadoras incluso extremas o ultramontanas que postulaban apartar al país de la corriente de impiedad y apostasía que arrastraba al mundo en esa aciaga época48. La vinculación del Gobierno con la Iglesia Romana alcanzó la cima tanto con la declaración del Ecuador como República del Corazón de Jesús como con la construcción de la Basílica del Voto Juan Montalvo, Las Catilinarias, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987, p. 104. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Vol. I, México, Cajica, 1965, pp. 15-16. Gabriel García Moreno, “Mensaje al Congreso Constitucional de 1875”, en Escritos Políticos, seleccionado por Julio Tobar Donoso, Puebla, Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960, p. 368. 46 47 48
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Nacional, hitos representativos de los Estados teocráticos que la modernidad había logrado ya superar. Creció así la controversia especialmente a partir del momento en que Roma decidió dar una batalla frontal contra el liberalismo, a partir de 1864, con los documentos del Papa Pío IX: la encíclica Quanta Cura y el Syllabus. En el caso ecuatoriano, la línea ultramontana mantuvo vigencia por largo tiempo, haciendo caso omiso aun de la apertura que a finales de siglo ofreció la Iglesia a través de León XIII, con su encíclica Inmortale Dei, y en más de un religioso como fue el caso de Manuel José Proaño, 1885, autor de un Catecismo filosófico, se utilizó el mismo texto papal para reforzar la resistencia a los nuevos vientos con los cuales el Pontífice trataba ya de coexistir y dialogar49. Mas el llamado montalvino a la “modernización” del país, con la correspondiente apertura a lo cosmopolita, también podría entenderse como contradictorio a la orientación hacia lo propio, lo interno o nacional. La minusvaloración de lo propio y la sobre-valoración de lo extranjero era un recurso muy usado por los grupos aristocratizantes y no fue fácil para Montalvo dar con la síntesis que hacía justicia a una y otra orientación. Fue a través de la dedicación al país que juzgó superables dichos extremos: La Patria propiamente dicha, este pedazo de las entrañas, como hubiera dicho Chateaubriand, el gobierno a cuyas leyes vivimos sujetos, la política de los gobernantes serán asimismo parte de nuestro asunto. Solón [...] hubiera condenado a la infamia a los que prescindan y tengan en menos las discusiones públicas en donde se ventila lo perteneciente a la moral, la rectitud y la justicia del gobierno; al provecho y bienandanza de los miembros constitutivos de esto que se llama sociedad, nación, Estado50.
Pero el Cosmopolitismo y la fe en el progreso condujo también a identificar lo colonial y las formas de vida propias de los ambientes tradicionales y rurales con el estancamiento-barbarie y a su vez a contrastar aquello con lo europeo como forma de civilización-progreso. Por supuesto, Montalvo no cayó en un tratamiento tan simplista y en más de una ocasión sus planteamientos señalan con precisión vicios y limitaciones de la Europa que él visitó en tres ocasiones, pese a lo cual la predilección y fascinación de lo europeo, particularmente francés, no dejó de ser una constante como se puede apreciar en diversos párrafos de apología de Grecia, Roma o Francia. 49 50
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Manuel José Proaño, Catecismo filosófico, Quito, Imprenta de Gobierno, 1981. Ibíd., pp. 16-17.
El Cosmopolitismo también esconde los esbozos de una filosofía de la historia, tema al que prestó especial atención el movimiento romántico y el espiritualismo heterodoxo a todo lo largo del siglo XIX. La doctrina liberal en cuanto contrapuesta a la posición conservadora, entendida ésta como la defensora de lo viejo y lo caduco, dio fuerza, por su mismo contraste, para plantear la causa liberal como horizonte de futuro y redentor. El liberalismo terminó por convertirse en condición sine qua non del progreso, y éste a su vez en la base y meta última de todo género de prosperidad. Esta relación o maridaje entre liberalismo y progreso condujo a identificar y abanderarse de los avances en diferentes áreas (nuevas fuerzas productivas, desarrollo técnico y científico, descubrimientos geográficos e industriales,...) e igualmente a identificar el estancamiento y el retroceso con las formas y relaciones de producción de carácter pre-capitalista o semi feudal: El liberalismo –decía Montalvo– consiste en la ilustración, el progreso humano y por aquí, en las virtudes, ni puede haberlas en medio de la ignorancia y el estancamiento de las ideas. Aguas que no se mueven se corrompen. Los conservadores beben en el Mar Muerto […] El ferrocarril, el telégrafo, la navegación por vapor son liberales, […] Los conservadores hasta ahora tienen el ferrocarril por invento del demonio, y lo que es peor, de los demonios. Su religión es no salir del círculo en donde alcanzan a oler sus narices. […] El liberalismo anda soplando por el mundo en forma de viento fresco y oloroso51.
Posteriormente, progreso y liberalismo quedaron subsumidos el uno en el otro y expresaron su confianza en un término aún más envolvente: el de “civilización”, introduciendo al interior de ella todo género de propuestas, desde los postulados de un republicanismo parlamentarista, pasando por las tesis de integración nacional hasta principios de moral. Liberalismo-progreso-civilización, se ofrecían al país como esquema integral de organización y resolución de los más inquietantes y variados problemas, optimismo que bordeaba ya los límites del utopismo y en cuanto tal pasó a fungir como meta terminal u horizonte último al cual se debía acceder. Chocaron así dos orientaciones: la una volcada al pasado e intentando hallar en las fuerzas de la tradición, especialmente en la religión, el ímpetu requerido para propiciar la unidad e identidad del país; la otra atenta al futuro, asumido éste como referente con capacidad de atraer e integrar a los más diversos intereses y actores. El país estaba frente a una paradoja, a una situación en que la seducción del pasado o del futuro le obligaba a decidirse. Escogió y dio los primeros pasos de construcción tanto de una matriz productiva orientada 51
Juan Montalvo, El Regenerador, Tomo I, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987, pp. 113-114.
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y abierta al mercado internacional como de modernización de algunas de sus principales estructuras del Estado. Años después, el liberalismo consolidó y se tornó irreversible al proceso. Los medios extremos Por otra parte, frente a esta optimista visión del futuro se levantaba un escenario o contexto no solo conservador sino ultramontano que dio pie a una posición cada vez más radical y de confrontación, por el mismo encierro y barreras puestas al������������������������������������������������������������������������� más leve ��������������������������������������������������������������� soplo de modernización. La estrategia de enfrentamiento, exclusión, insultos y descalificación del adversario radicalizó las posiciones de lado y lado. García Moreno en clara alusión a un defecto físico de Montalvo escribió dos sonetos llenos de burla y sátira a fin de hundirlo en lo ridículo: “A Juan que volvió tullido de sus viajes sentimentales” y “Dedicado al Cosmopollino”52. Hasta en las mismas filas conservadoras no faltaron voces para prevenir sobre las consecuencias de tal estrategia. Para Juan León Mera, por ejemplo, había que plantear la superación del conflicto liberal-conservador, que desunía y confrontaba al país. “Los liberales han deslenguado contra los conservadores; los conservadores han despedazado a los liberales. Unos y otros han agotado los insultos, las calumnias en la contienda del periodismo y de los libelos políticos”53. Ahora bien, ¿cómo disolver una estrategia política fundada en enfrentamientos doctrinales que se amparaban incluso en la religión? La pugna política estaba alimentada, según Mera, básicamente por “inmorales y disolventes doctrinas”, que día a día iban suplantando “la santa sabiduría del evangelio y corrompiendo el corazón de la sociedad” ¿Cómo superar la división doctrinal contra un núcleo “sagrado” y de integración nacional? Puesto a escoger Mera entre una y otra alternativa y al no disponer de las categorías que ofrecía el Estado secular resolvió tal tipo de conflicto, optando por refugiarse en lo religioso: Por lo demás, bien se habrá visto que condenamos lo malo en todos los partidos, mas si el “liberalismo” consiste en el abuso de las ideas democráticas, y en la adopción de la inmoralidad y la irreligión, ¡al diablo con! y nos acogemos a la bandera “conservadora”, donde al fin se hallan las doctrinas católicas que profesamos de corazón54. 52 Cfr. Antonio Sacoto reproduce estos versos en: Juan Montalvo: el escritor y el estilista, Quito, Sistema Nacional de Bibliotecas, 1996, pp. 208-209. 53 Juan León Mera, Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana, Quito, Clásicos Ariel, No. 31, s/f, p. 162. 54 Ibíd., p. 168.
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Montalvo tampoco tuvo otra alternativa que la de radicalizar su posición, al encontrar cada vez más argumentos y pruebas para señalar el despeñadero a que conducían al país los gobiernos conservadores. No cabían medias tintas ni conciliación o diálogo con las múltiples muestras de abuso y autoritarismo así como de retroceso hacia tiempos medievales. La oposición reiteradamente señalaba esos abusos. Según el historiador Enrique Ayala: Al finalizar su gobierno, en mayo de 1865, ante el levantamiento armado de los Generales Urbina y Robles, [...] efectuó con ellos una carnicería. Fusiló 27 prisioneros, tras un consejo sumarísimo. También fusiló enseguida, pese a intervenciones activas de sus propios partidarios, a simples complicados intelectuales o amigos de Urbina, como el Dr. Santiago Viola, médico argentino. A estos actos de terrible represión se sumaron, el fusilamiento del Gral. Manuel Tomás Maldonado, la flagelación del Gral. Ayarza, el tratamiento, rayano en el sadismo al Dr. Juan Borja, destacado liberal quiteño, y otros tantos hechos más que cubrieron al gobierno garciano de una estela de terror. Desde ese entonces comenzó a llamarse a la tendencia conservadora que respaldaba esta política: “Partido Terrorista”55.
En esta cada vez más virulenta confrontación llegará hasta el paroxismo en su lucha contra el tirano e incluso a la apología de los actos heroicos en la defensa de la libertad. Nueve años antes del asesinato de García Moreno, ocurrido en 1875, en páginas de El Cosmopolita (1866-1869), Montalvo ya había hecho el elogio de las “conjuraciones santas”: Si un pueblo es oprimido, maltratado, estregado por el ahínco destructor de un malvado fuerte, levántese ese pueblo y dígale: ¡Llegó tu día, vas a morir, malvado! Hay conjuraciones santas: el que al frente de una vasta porción de ciudadanos se lanza hacia el tirano apellidando libertad, y le mata con su mano a mediodía y en la plaza pública, no es asesino; será conspirador, en buena hora: pero gran conspirador, benefactor de la especie humana56.
Bajo esta perspectiva, Mi pluma lo mató es el testimonio extremo de ese derecho a la insurrección, como se mostrará más adelante. Años más tarde, en momentos culminantes de su oposición a Veintemilla retomará lo de las medidas extremas y hará el llamado al levantamiento en armas contra el tirano. Si bien aún no habían madurado los tiempos requeridos para el triunfo de la Revolución Liberal, no cabe duda que se estaba en vísperas 55 56
Enrique Ayala, Lucha política…, op. cit., pp. 157-58. Juan Montalvo, El Cosmopolita, op. cit., p. 420.
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de un giro de noventa grados y con altas posibilidades de adelantar la historia en quince años. Cada vez más un número creciente de ciudadanos se sumaban a las filas liberales y reclamaban el fin de la tiranía. La lucha de Montalvo contra las rémoras de un país en el que la aristocracia y la Iglesia disponían de un poder ideológico y económico difícil de quebrantar tenía que ver con la resistencia propia de un contexto por demás cerrado, que no abría puertas a los cambios. En carta que dirigiera en agosto de 1880, desde Ipiales, a un ‘grupo de amigos’, en vísperas de lo que sería su último auto exilio en París, les decía: –cito in extenso por su importancia– El impreso que les envío les dará a ustedes la medida de lo que hay en realidad [...] De fuerzas propias puedo reunir, según las ofertas, hasta mil fusiles. De Tumaco traje pólvora para más de 50.000 tiros. Todo, todo nos es favorable a ese lado del Carchi. En Tumaco dejé un buque listo para que tome a Alfaro en fecha fija [...] He iniciado negociaciones en Quito respecto del dinero indispensable; si lo hay, no habrá que esperar. Ya ustedes sabrán que todas las noches gritan los tulcanes: ¡Viva Montalvo! ¡Muera el Mudo!57. Por popularidad y por elementos de guerra no falta; pero faltan absolutamente las tres cosas necesarias para una revolución: la primera dinero, la segunda dinero y la tercera más dinero58.
El instrumento básico: el ensayo Existe unanimidad entre los estudiosos de Montalvo en reconocer en nuestro autor a uno de los máximos exponentes latinoamericanos del ensayo como forma de expresión que adoptó caracteres singulares y se convirtió, en los siglos XIX y parte del XX, en el instrumento principal de mediación o instrumento de reflexión sobre la realidad social y política de los países que estaban construyéndose. El recurso a este género no es casual en Montalvo. Se podría afirmar que la gran mayoría de sus escritos, esa numerosa cantidad de opúsculos o artículos periodísticos, por su mismo carácter didáctico y su orientación no solo hacia el convencimiento sino hacia una nueva praxis política con fuerte sentido anti institucional, encontraron en el ensayo su mejor forma de expresión. Son innumerables las ocasiones en que Montalvo echa mano a este recurso y su obra toda podría ser vista como un ensayo, transformado por la frecuencia de su uso en un arte. 57 58
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El Gral. Ignacio de Veintemilla. Juan Montalvo, “Carta a un grupo de amigos”, en Epistolario de..., op. cit., p. 615 y ss.
En el ensayo, las tesis se presentan, por una parte, con carácter de ruptura de los cánones tradicionales, y por otra, de propuesta de una nueva institucionalización, con diferentes paradigmas, que se enuncian con carácter provisional o en germen, como algo nuevo, inédito. Ensayar supone examinar, poner a prueba una cosa antes de darle el beneplácito o llevarla a su segura aplicación. Por este carácter emergente o provisional se concede fuerza a la crítica institucional y a la discusión de los argumentos o bases del cambio, que para ser aceptado requieren fundamentarse, debatirse y aclararse a través del análisis y su reiteración, bajo nuevo formato o ejemplos. Al volver una y otra vez sobre los mismos temas, con riesgo incluso de divagación, se facilitaba tanto la comprensión como la función de convencimiento. Uno de los más notables estudiosos de Montalvo estableció una clara distinción en sus escritos, entre los que se pueden catalogar como reelaborados y acumulativos, y los que fueron ocasionales y no reelaborados sino posteriormente59. Con el recurso frecuente a las figuras literarias que expresan reiteración (por ejemplo, la anáfora, o repetición de una o más palabras; la complexión, o repetición de palabras al principio y al final; o la aliteración), Montalvo encontró el camino para la presentación de las más diversas perspectivas sobre un mismo punto, con lo cual enriqueció la comprensión de temas que en su medio aún no habían logrado penetrar. Además, gracias a la reiteración de problemas e ideas logró dar énfasis mayor a sus planteamientos, resaltar sus contenidos e incluso rodearlos del más vivo interés. Valga como prototipo el artículo titulado “A la Clase Militar”, en el que se describe a la institución y al soldado en sus más diversas responsabilidades, cualidades, peligros, historias y facetas60. Bajo esta perspectiva, que conecta al ensayo con la innovación y la reiteración y lo transforma en la cantera para la reconstrucción de la totalidad, convirtió a esta forma literaria en el instrumento clave de su proyecto político. En “El buscapié”, prólogo de los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, insiste en la visión de la realidad como conjunto armónico de las más diversas fuerzas, incluso de las de carácter antagónico. Refiriéndose a Cervantes, señala que él no tuvo sino un propósito en la composición de su magna obra: “Formar una estatua de dos caras, la una que mira al mundo real, la otra al ideal; la una al corpóreo, la otra al impalpable. Quién diría que el Quijote fuese libro filosófico, donde están en oposición perpetua los polos del hombre, esos dos principios que parecen conspirar a un mismo fin, por medio de una lucha perdurable entre ellos”61. 59 60 61
p. 32.
Arturo Roig, El pensamiento social de Montalvo, op. cit., p. 16. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., pp. 438-448. Juan Montalvo, “El buscapié”, en Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, Colombia, Beta, 1975,
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Igualmente, el concepto montalvino de arte como conjunto armónico, que recoge en un punto todos los rayos de luz; que, como los espejos ustorios, permite la convergencia de todos ellos hacia un centro para formar el fuego, también sirvió para elevar incluso a nivel ontológico el principio de unidad de los contrarios: El bien y el mal, la luz y las tinieblas, la verdad y la mentira, son leyes de la naturaleza: querer hablar solo a las divinidades propicias es querer lo imposible. No tenemos idea del bien, sino porque existe el mal; la luz no fuera nuestro anhelo perpetuo, si no reinara la obscuridad; y la verdad sería cosa sin mérito, si no estuviese de día y de noche perseguida y combatida por la mentira62.
En definitiva, el ensayo supera sus limitaciones, su carácter tentativo o provisional y hasta sus posibles reiteraciones y divagaciones, cuando él logra alcanzar el centro de confluencia o armonía de todos los rayos. La historia en su devenir termina por unificar aspectos al parecer irreconciliables y es a través de los ensayos como se alcanza tal propósito. Por otra parte, el ensayo recuerda los martillazos de la crítica que reclamaba Nietzsche contra la religión, la filosofía y la moral tradicionales. Se trataba de destruir y pulverizar esas formas anquilosadas para dar un nuevo cauce al proyecto creador. Y así como el cincel del artista golpea la piedra, una y otra vez, cuando quiere esculpir la imagen “que yace en el bloque de mármol”, así el martillo de la crítica y el ensayo debían hacerse presentes reiteradamente contra la realidad de dominación e injusticia63. Cuando de nuevas y revolucionarias tesis se trata, hace falta insistir en ellas, golpearlas para que penetren, clavarlas una y otra vez hasta que queden fijas y seguras. La persuasión requiere de la reiteración y reafirmación. La estructura de los libros de Montalvo, por temas o acápites más que por capítulos, es otra manifestación del peso otorgado a la reiteración de los temas a fin de transformarlos en “trueno”, “terremoto”, “ciclón” capaz de desencadenar un proceso. A todo ello se podría unir la preferencia de Montalvo tanto de la adjetivación, especialmente binaria y bivalente, como de lo hiperbólico y la antítesis, como ha sabido resaltar Antonio Sacoto64. En términos actuales, en el ensayo también florece lo perlocutivo, que busca el efecto que el enunciado discursivo debería producir en el receptor de un determinado mensaje. Se trataba de convencer o persuadir. La meta final también es producir un fuerte impacto emocional capaz éste de convertir, de Ibíd., p. 46. Ver Friedrich Nietzsche, “El martillo habla”, en El ocaso de los ídolos o ¿Cómo se filosofa con el martillo?, Argentina, Siglo Veinte, 1991. 64 Antonio Sacoto ha realizado un examen exhaustivo de estos aspectos, op. cit., p. 313 y ss. 62
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ganar adeptos a una nueva concepción del mundo y por supuesto del quehacer político. VII. LOS APORTES DE MONTALVO A LA REVOLUCIÓN LIBERAL Juan Montalvo no llegó a entrar en la tierra prometida. Falleció lejos del país, en 1889, seis años antes de que Eloy Alfaro diera inicio a un levantamiento exitoso, y bajo el grito épico y romántico: ¡libertad o muerte!, entrara en la capital y se hiciera del solio presidencial. El 5 de junio de 1895 comenzó la revolución en Guayaquil y se solicitó la conducción del proceso a Alfaro, al momento en Panamá. En forma inmediata, a mediados de junio, el Viejo Luchador arribó a Guayaquil y consiguió que el litoral se decidiera rápidamente a su favor. Ya con su presencia los pronunciamientos se sumaron uno tras otro: Calceta y Manta en junio, Guaranda en julio, y entre agosto y septiembre las montoneras del Viejo Luchador, al grito de Viva Alfaro, se fueron tomando una a una las cabeceras provinciales del Callejón Interandino. Luego de derrotar al ejército conservador en los combates de Pangua, Palenque, Girón, San Miguel, Gatazo, etcétera, hizo Alfaro su entrada triunfal a la Capital el 4 de septiembre, arrancando así el poder político de manos de la centenaria dominación tradicional e inaugurando una nueva era: la del orden liberal. Pero si Juan Montalvo no estuvo presente en las festividades de la gesta liberal de 1895 y en la asunción al poder de Alfaro, con quien mantuvo cálidos lazos de trabajo y amistad, lo estuvo en calidad de precursor de dichos acontecimientos. Él recogió el ideario ilustrado: lo adaptó, criticó y transformó; enfrentó al clima ideológico y a la fundamentación eclesiástica, y hasta reunió y animó a los nuevos actores y mediaciones que fueron requeridas en esta fase de ascenso. En definitiva, no hubo figura desde finales del período colonial que hubiese desarrollado con mayor detenimiento y amplitud, fundamentación y coraje el ideario liberal, lo cual no obsta para reconocer que las primeras semillas de la propuesta moderna fueron sembradas por Eugenio Espejo, José Mejía Lequerica, Luis Fernando Vivero, Francisco Hall, Vicente Rocafuerte, Pedro Carbo, Pedro Moncayo, por citar solo algunos nombres. En pocas palabras, él pintó la revolución por venir, la cual debía regular las acciones humanas y darles su verdadero alcance.
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Una fundamentación secular Por lo anotado, la obra de Montalvo constituye el trabajo sistemático más serio y amplio que se ha dado en el Ecuador, seguramente hasta el presente, por establecer una nueva cosmovisión, una nueva escala de valores y por erigir las bases irrenunciables del ser humano y de la sociedad ecuatoriana desde una perspectiva secular o intramundana. En otras palabras, había que separar a la Iglesia del Estado y a su vez o en forma concomitante a la Iglesia del dominio de la sociedad civil, preludio éste del proceso que se llevaría a cabo años después, cuando la Iglesia fue expulsada de áreas que por décadas había detentado bajo su directo control. Se estableció el matrimonio civil y el divorcio, se creó la educación laica, el reconocimiento de la libertad religiosa, y se prohibió a los clérigos participar en política. La jerarquía eclesiástica también vio disminuir sus dominios al perder el control de instituciones de beneficencia y salud (como hospitales, orfanatos, casas asistenciales y hasta cementerios), que pasaron a depender de entidades organizadas por el gobierno. A partir de 1908, cuando se emitió la Ley de Manos Muertas, la revolución le quitó a la Iglesia la administración de casas y haciendas, escuelas y colegios, diezmos y rentas. En palabras de Alfaro: “...los bienes que pasaron del pueblo a los institutos religiosos, volverían al pueblo menesteroso, y se invertirían en su exclusivo alivio y beneficio”65. Fundamentar la realidad toda, sin recurrir a la religión, fue la empresa montalvina y la primera tentativa global que se dio en el país por situar al hombre en un medio laico, esbozando un programa de vida liberado de las tutelas eclesiásticas y dibujando una existencia dirigida hacía la mejora de las condiciones de los hombres gracias a la dedicación y sacrificio del mismo esfuerzo humano, especialmente de la razón. La síntesis montalvina comprende por lo mismo, no solo una propuesta política sino también la esperanza de operar una transformación integral del individuo y la cultura, gracias a las fuerzas ínsitas en él y a la riqueza de su subjetividad capaz de abolir los prejuicios, las concepciones tradicionales y aún los gobiernos despóticos, por más poderosos que ellos pudiesen parecer. Por todo lo cual Juan Montalvo es el más famoso creador de la cultura secular de su época y aún de la que vino después. A lo largo de su obra de ensayista –dice Benjamín Carrión– corre un persistente estremecimiento de asombro ante la obra humana, ante los productos superiores 65 Eloy Alfaro, “Mensaje del Presidente de la República del Ecuador al Congreso”, 25 de septiembre de 1909.
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de la razón razonante, y de la razón actuante. Pero todo, sobre un vasto telón de fondo constituido por la obra del hombre –razón y realización– en las eras clásicas de la humanidad, Grecia y Roma, sobre todo66.
Criterio similar tuvo Jorge Carrera Andrade, para quien: “...Los libros de Montalvo fueron el fundamento de la emancipación espiritual del pueblo ecuatoriano. Juan Montalvo se presentó como un campeón de las libertades democráticas y enseñó el odio a los tiranos, el respeto a la dignidad del hombre y la tolerancia religiosa”67. El análisis que hiciera Montalvo, por ejemplo, del conocimiento humano, en el capítulo último del primer volumen de El Cosmopolita, es una excelente muestra de esta tarea de fundamentación secular de un aspecto relevante de la realidad. El profesor Agoglia lo ha resumido en los siguientes términos: Montalvo, establece una neta distinción entre la ‘inteligencia’, facultad a la que asigna –como a los apetitos y a las pasiones– una exclusiva función vital, o mejor biofiláctica, y el ‘alma o espíritu’, a los que cartesianamente define por la ‘conciencia’. La manifestación más alta de esta conciencia (que comprende también los actos afectivos y voluntarios) es la razón, y por ella, especialmente, sobrepasamos las determinaciones del mundo empírico. La conciencia, es pues, la fuente de nuestra libertad y de nuestra elevación hasta los valores supremos y la causa primera [...] y, de consiguiente, hay ideas distintas y más dignas de las que proceden de la sensibilidad: provienen de las dotes del alma, del corazón, de la voluntad y de la razón, que constituyen las disposiciones privativas y más excelentes del hombre68.
Ahora bien, ¿cuál es la trascendencia de esta descripción del conocimiento humano, que hoy podríamos llamar “fenomenológica”? El análisis montalvino del conocimiento conduce a señalar que el hombre, por la misma naturaleza o estructura de su conocimiento, debe vivir y orientar su conducta de acuerdo con las facultades superiores de su espíritu, y no de conformidad con los instintos y ni siquiera por la inteligencia, que no es más que una especie de sagacidad estratégica o ‘razón instrumental’, por la cual puede obtener eficacia, éxitos y, en general, dominio sobre la naturaleza, pero no necesariamente sobre el ámbito social o político y mucho menos sobre la globalidad de su existencia, que reclama por su misma dinámica de otro tipo de razón o ‘saber’, distinción entre Cfr. Benjamín Carrión, El pensamiento..., op. cit., p. 29. Jorge Carrera Andrade, Galería de místicos y de insurgentes, Quito, CCE, 1959, pp. 113 y 133. 68 Cfr. Rodolfo Agoglia, El pensamiento romántico ecuatoriano, Quito, Biblioteca Básica de Pensamiento Ecuatoriano, Vol. 5, Corporación Editora Nacional, 1980, pp. 50-51. 66
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‘entendimiento’ (Verstand) y ‘razón’ (Vernunft) a lo cual tanto Kant como Hegel prestaron especial atención69. Por este motivo son importantes las reflexiones morales de Montalvo sobre la guerra, la nobleza, las virtudes o las perversidades, pues le brindaban la ocasión de resaltar la meta o las limitaciones de cada una de ellas, pero a partir de su dinámica dentro del ser humano, desde su raíz antropológica. La tarea de Montalvo fue adentrarse en ricos temas de moralidad, religión, trabajo, política, cultura, etc., tratando en cada uno de ellos de descifrar sus claves bajo una óptica nueva o registro que lo llevó a establecer formulaciones inéditas que contrastaban con las vigentes, produciéndose así un corte irreversible con el pasado y a partir de esta ‘ruptura’ un comenzar a mirar las cosas necesariamente de otra manera. El humanismo laico Montalvo también trató de confrontar este neo-humanismo profano por el cual el ser humano se lanza al desarrollo de sus capacidades intelectuales, pero velando para que no terminen ellas en desmedro de la verdadera razón, de los sentimientos más generosos y de los propósitos más notables de la voluntad (espiritualismo racionalista), con el ideal propuesto por la religión tradicional. Para el efecto contrastó las virtudes y héroes paganos con las virtudes y santos cristianos y mostró que también fuera de la Iglesia se podían cultivar las cualidades humanas más eximias. Junto al santoral católico hizo desfilar un santoral laico, tanto de hombres como de mujeres, con figuras de la talla de Sócrates, Plutarco, Lucrecia, Livia, Agripina, Pelagia,... Llegó incluso a utilizar la autoridad de Bossuet para forzar a los tradicionalistas a aceptar que sería vergonzoso a todo hombre de bien ignorar el género humano70. El enfrentamiento entre un ‘humanismo laico’ y una religiosidad que amparaba una serie de acciones institucionales alienantes, también se puede apreciar en innumerables denuncias que le sirv������������������������������ ieron a Montalvo para confrontar una y otra posición. Para reforzar los valores ínsitos a un humanismo secular, procedió, por ejemplo, con la capacidad que le brindaba la maestría de su pluma, a destapar el cofre de vicios y deficiencias de un clero que había llegado al colmo de la disolución y la más bárbara ignorancia. El clero se convirtió así en 69 En la actualidad este debate se ha visto enriquecido por nuevas reformulaciones, especialmente aquella que marca diferencias entre la ‘explicación’ (Erklären) y la ‘comprensión’ (Verstehen), la una más orientada a las ciencias de la naturaleza y la otra a las ciencias humanas o del espíritu. 70 Cfr. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., pp. 181-189.
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uno de sus principales acusados. Por no citar más que un ejemplo, recordemos que cuando el Arzobispo de Quito condenó Los Siete Tratados, Montalvo reaccionó violentamente y escribió Mercurial Eclesiástica, obra en la que trata al Arzobispo con el peyorativo nombre de cabo Ordóñez, y le endilga la condición de pobre ente infeliz, sin inteligencia ni virtud. Más allá de estos epítetos, sin embargo, la crítica montalvina no solo se orientó a derrumbar todo el cuerpo eclesiástico atacando a su cabeza, sino además a poner al descubierto cómo detrás del velo religioso se escondía el rostro de las pasiones y prácticas más desenfrenadas: ...detrás del ayuno nunca se ha comido más y mejor, detrás del arrepentimiento la picardía y malicia clerical; detrás de la confesión, la carta de presentación para con casadas y solteras, viejas y jóvenes, blancas y cuarteronas; detrás de la grandilocuencia del púlpito las palabras de sacerdotes y además sus manos poderosas pero extendidas; detrás de los malos libros, la inquisición y el temor a la verdad; detrás de las sagradas imágenes, el tráfico indecente con lo sagrado y la idolatría; detrás de las fiestas religiosas, la extorsión del cura por ocho o diez pesos; detrás de los priostazgos, la inmisericorde explotación del indio y del ingenuo; detrás de los últimos sacramentos, la donación de haciendas y propiedades a las órdenes religiosas,...71.
Pero más grave que el engaño o el contenido ideológico y encubridor tanto del saber teológico vigente como de la religiosidad ��������������������������� popular, tal como era practicada en aquella época, estaba el cierre de puertas que ejercía la clerecía contra los más mínimos elementos de progreso. “La lectura, prohibida; las artes, prohibidas; las sociedades, prohibidas: los pasatiempos honestos, prohibidos; qué oscuridad, qué vacío lleno de dolor y tristeza [...]. El teatro en general, está excomulgado; la novela con más rigor, las reuniones sociales, la tertulia, el baile, todo es ocasión de pecado, donde se arruinan las almas”72. Por supuesto, Montalvo tenía al clero por parte necesaria en una sociedad bien organizada; lo que pedía, al igual que los ilustrados, era un clero virtuoso y útil, no ignorante, perjudicial y lleno de vicios. “Este clero, según sus palabras, era una peste por el poder que tiene sobre pueblos que andan muy atrás de las naciones civilizadas; en los que no les creen a ojo cerrado no es sino un trapo”73. En otros términos, se trataba de la crítica propia de una religiosidad laica y quijotesca, opuesta a los mercaderes del templo y contraria a la pretensión ultramontana de situar a la Iglesia, dada su fuerza material y cultural, por encima Cfr. Juan Montalvo, Mercurial Eclesiástica, Latacunga, Edit. Cotopaxi, 1967, p. 26 y ss. Ibíd., p. 124. 73 Ibíd., p. 9. 71 72
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del Estado, lo cual condujo a Montalvo a enfrentar al principal instrumento de consolidación ideológica de que dispuso y utilizó fríamente la oligarquía, no tanto por aspectos de dogma o de fe cuanto por los intereses que protegía diariamente. La crítica ilustrada a la religión fue de este modo retomada y profundizada por el movimiento romántico, si bien resultaba igualmente insuficiente por el carácter moralista del enfoque que no permitía descubrir las condiciones materiales o el carácter estructural de dicho problema. La denuncia contra el clero por su actitud calculada y premeditada en la creación y mantenimiento de una serie de engaños que beneficiaban sus intereses, no hacía más que considerar al problema como una transgresión moral y no como una función normal de proyección. En otros términos, no se superaba la teoría dieciochesca de la mentira de los sacerdotes, y por ende no se abría las puertas a una visión más profunda de lo ideológico, capaz de ejercer hasta la propia autocrítica. “De donde surge, comenta Roig, una grave contradicción en la posición de estos liberales románticos, pues mientras que lo ideológico es denunciado, al hacerse la crítica al uso social del saber teológico por parte de la Iglesia, desaparece como problema cuando se enuncian las bases del saber teológico que se considera como verdadero”74. A pesar de estas y otras limitaciones, la crítica montalvina amparada en la misma crisis del clero, admitida sin vacilaciones por progresistas y radicales, logró a la larga encontrar eco hasta en la jerarquía eclesiástica, que terminó por aceptar que la reforma del clero no era solo recomendable sino necesaria e impostergable. La moral emergente y heroica Pero se engañaría quien creyese que la regeneración moral o la reforma de las costumbres, a partir de una cosmovisión laica, hubiesen tenido como meta última un proyecto moralista, especie de ingenuidad propia de un exagerado optimismo romántico. Para construir una nueva sociedad y un nuevo Estado era necesaria, pero no suficiente, una prédica moralista o la mera defensa verbal de los derechos ciudadanos. Ni siquiera una ética laica o secular era suficiente. Se hacía necesaria una ‘moral heroica’, ‘emergente’ o ‘radical’, capaz de afrontar los mayores sacrificios y ampliar el radio de acción de los derechos individuales hacia los sociales, toda vez que tanto los derechos individuales como los sociales eran 74 Cfr. Arturo Andrés Roig, Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana, Quito, PUCE, 1977, p. 68.
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necesarios aunque estén atravesados por los conflictos y las luchas que cruzan a la sociedad e impulsan a la historia. Este llamado a la heroicidad y al quijotismo guardaba vinculación con la ‘dignidad del ser humano’, en cuanto categoría o idea reguladora del comportamiento moral y ciudadano, por una parte; y, por otra, establecía lazos con la ética y la revolución, con el nivel político, con la formación del talante moral que las ‘Montoneras’ de Alfaro habían de requerir pocos años después. Sin dicho talante de heroicidad, no se habrían podido afrontar los innumerables sacrificios que demandó la fase de asalto al poder. La República debía también fundamentarse en las virtudes ciudadanas, tanto de los individuos como del pueblo en general, si no como condición suficiente al menos como necesaria para la concreción histórica del progreso. Uno de los hermanos Moncayo, Abelardo, decía: “son las virtudes cívicas, las únicas que levantan a un pueblo de su postración y lo empujan con eficacia a su progreso”. Años más tarde, los célebres ‘aforismos’ de don Eloy –recogidos por Malcom Deas– constituyen otro excelente ejemplo del llamado a servir a la humanidad doliente aun cuando toque arrostrar el sacrificio de la vida75. Para la mostración detallada de esa moral emergente y heroica Montalvo recurrió a dos figuras: a la del héroe y a la del genio, que inducen a pensar, en un primer momento, en los personajes mitológicos griegos o romanos enfrentados al destino y empujados por él, figuras éstas que la literatura: La Ilíada, La Odisea y La Eneida, supo describir magistralmente. Mas los héroes y genios montalvinos, afincados en el escenario y en las batallas que hemos reseñado, en el terreno de la historia concreta, recobran su dimensión humana al igual que aquellas otras dimensiones que les permitieron excederse a sí mismos y exceder a su época. Fue en el segundo tomo de Los Siete Tratados (1882), –a criterio de Elías Muñoz Vicuña, “la obra de la que más esperaba Montalvo”– en dos largos capítulos que nuestro autor examinó en forma minuciosa las extraordinarias dimensiones que encerraban personalidades como Bolívar, Napoleón y Washington, y otros que sobresalieron en el campo de la música, el derecho, la moral, la literatura, la filosofía, la oratoria,... Todos ellos habían dado pruebas de “alta inspiración, numen excelso, inteligencia sobrehumana” sin dejar de ser personajes concretos que supieron responder a su tiempo y excederse a sí mismos. “El ser humano tiene una naturaleza tal que puede ponerse por debajo o por encima de ella”76. 75 Cfr. Abelardo Moncayo, Añoranzas, Vol. I, Puebla, Cajica, 1967, p. 209. Carlos Paladines, Aporte de Juan Montalvo al pensamiento liberal, op. cit., p. 23. 76 Arturo Roig, Bolivarismo y filosofía latinoamericana, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 1984, p. 27 y ss.
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Además, la reconstrucción de figuras históricas excelsas, para el bien o para el mal, a que fue proclive el movimiento romántico, fue un recurso didáctico para revalorizar las vivencias y sentimientos que habían de caracterizar a los ciudadanos, particularmente a aquéllos que habrían de enfrentar la ruptura de la tradición y la creación de los nuevos paradigmas históricos. Fue así el recurso a personajes extraordinarios como un espejo o guía a seguir pero además una mediación para enfrentar y no para ignorar las luchas de poder y las contradicciones sociales que las dictaduras de aquellos tiempos trataron de paliar. Bajo esta perspectiva, paralela al enfrentamiento con el régimen feudal o con las arbitrariedades e injusticias impuestas por dos gobiernos tiránicos, hay que situar la voluntad por construir las bases de una moral heroica. Los Siete Tratados: “De la nobleza”, “De la belleza”, “Del genio”, “De la moral”, “De la tolerancia”,... al igual que La Geometría Moral, obra póstuma publicada en 1902, considerada como el tratado octavo, sobre el amor, y una serie de artículos editados en El Cosmopolita: “La virtud antigua y la virtud moderna”, “Del juramento”, “De los celos”,... o en El Regenerador: “De la distribución de la justicia”, “Nobleza obliga”, “Tolerancia y Caridad”, pueden ser vistos como los instrumentos de gran difusión que tuvo el liberalismo para marcar una ‘ruptura’ con la moral vigente e iniciar la construcción de una nueva ética o comportamiento ciudadano: un nuevo humanismo laico que debía alimentar al proceso de conquista del poder e iniciar los cambios que requería concretar la revolución. No podría emerger un nuevo Estado o Estado moderno sin esa substancia ética, sin la sabia que alimentaría ese cambio histórico. ¿Por qué conceder tanta importancia a las virtudes cívicas, en grado extremo? ¿En qué condiciones pueden los valores éticos alcanzar tal grado de vigencia? ¿No son precisamente las revoluciones el altar en que se sacrifican los valores? ¿No es en las sociedades modernas, dominadas por las exigencias del mercado y el interés en las mercancías, en que los valores de utilidad y eficiencia reemplazan a todo otro tipo de valores? Se ha sabido reconocer que la producción entera de Montalvo está atravesada por un pathos moral indiscutible que alcanzó el grado máximo de colisión precisamente en esas décadas. No cabía diálogo alguno entre una concepción que ubicaba al liberalismo como fuerza ‘emergente’, enfrentada a estructuras ya obsoletas; y otra, organizada sobre valores sacrosantos, pero en el fondo opresivos y expresados en mandamientos y códigos a superar. O se estaba a favor de la visión cristiana del mundo o de la cosmovisión laica y moderna, presentadas ambas posiciones con exagerado purismo. Menos atención se ha prestado al hecho de que abandonar una milenaria tradición exigía dejar de deducir de una “naturaleza humana inmutable” las 42
tareas morales señaladas por el creador o por la naturaleza (moral religiosa e ilustrada), y más bien con base en la experiencia histórica, a partir de las necesidades y motivos requeridos para transformar la sociedad, normar o regular la conducta ciudadana, parámetros estos no solo nuevos sino de carácter más inductivo o histórico que deductivo o especulativo. Hasta se podría establecer un estadio superior, el de la moral revolucionaria o ética de la revolución, en que la insurgencia se fundamenta desde las transformaciones o cambios a realizar; es decir, desde los progresos de libertad y felicidad que la revolución estaba llamada a implementar. De este modo, las particulares situaciones de injusticia o dominación de las personas o de los pueblos a lo largo de dos décadas de dictadura; las formas de opresión, marginación, violencia y explotación que vivían diversos sectores hicieron de detonante de la ‘indignación’, de la moral y la ética emergente que se construía a partir de tal substrato. Es decir, si se parte de la realidad histórica vigente, de la indignación que genera la injusticia reinante, de los innumerables hechos de corrupción revestidos de demagogia y patriotismo, de los abusos contra los más débiles disfrazados de justicia, del poder de imposición de los fuertes amparados en el “derecho”, etc., de todo ese cúmulo de males y abusos visibles por todo lado, fácilmente se desprende la necesidad de una fuerza emergente, capaz de enfrentar a esas estructuras de dominación organizadas sobre valores opresivos y formales. Se trataba de reinstalar el bien individual y el general, y de acceder no solo a la libertad más amplia posible, sino también a la dicha o felicidad mayor de los hombres; lo que implicaba una vida sin miedo ni dominación o miseria, una vida de paz que solo la revolución podría garantizar, a criterio de Montalvo77. Además, partir de la realidad social en crisis absoluta, permitió no solo denunciar formas de eticidad perversas sino también expresar formas de legítima defensa, desde las cuales se postulaba reconstruir las relaciones humanas y una eticidad que no sea fuente de violencia y exclusiones. Por supuesto, entre lo propuesto y lo realizado no faltaron fragrantes violaciones sobre todo al inicio de la revolución. El intento montalvino de voltear una página de la historia escrita con la ayuda de modelos y referentes religiosos para instaurar una moral en que la ‘dignidad humana’ sea la necesidad, fue así el motor primero que confería sentido incluso a la historia, ya que “permite el enunciado de un criterio para la evaluación de las necesidades, así como de los innumerables modos en que la 77 A mediados de los años sesenta Herbert Marcuse enfrentó el problema de la ética y la revolución, en un artículo que incluso dio nombre a la edición española de una de sus obras. Ver Ética de la revolución, Madrid, Taurus, 1970, p. 141y ss.
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humanidad ha sabido reaccionar para satisfacerlas”78. Con ello Montalvo logró presentar la Revolución Liberal como excelente, conveniente y oportuna y hasta necesaria, no solo en el sentido político o de utilidad para ciertos grupos e intereses, sino también en sentido ético; es decir, pensar la revolución y justificarla desde el hombre en cuanto tal y desde el desarrollo del país en una situación histórica determinada79. Era una ética ciudadana asumida a partir de la necesidad de una transformación radical. Seguramente fue esta exigencia interna, con rasgos de heroicidad, lo que supo trasmitir su vida y su pluma con maestría especial, y que produjo, a decir de Benjamín Carrión: ...a fuerza de exaltación de la obra de los hombres libres en las edades ilustres, un clima de heroicidad libertaria en las juventudes de su tiempo, y en especial de su país. Una capacidad increíble de emoción, un poder extraordinario de dar fuerza a las ideas, pocas veces las ha tenido escritor alguno de combate80.
También la simbiosis entre el proyecto de Montalvo y su propia vida, no dejó de repercutir favorablemente en su propagación. Acertadamente describió José Enrique Rodó el tipo humano que encarnó Montalvo y que él trató se refleje en sus seguidores. “No se presenta bien a Montalvo quien no se le imagina en actitud de pelear, y siempre por causa generosa y flaca. Alma quijotesca, si las hubo; alma traspasada por la devoradora vocación de enderezar entuertos, deshacer agravios y limpiar el mundo de malandrines y follones”81. Además, el carácter ‘heroico’ del mensaje montalvino y su lucha a muerte con las pretensiones clericales, supo apoyarse en una ‘simbólica’, para entonces inédita, a través de la cual proyectó la imagen de ascenso y movimiento. Progreso, futuro, libertad,... se manifiestan reiteradamente, por poner un ejemplo, en uno de los textos más interesantes del liberalismo en ascenso, publicado en El Regenerador: “Liberales y conservadores”, y en el cual se pueden reconocer al menos dos fuentes de creación simbólica: una surgida de la proyección simbólica de ciertos objetos de la Revolución Industrial, que acompañaron cambios a nivel del sistema productivo, como aconteció con el ferrocarril o el vapor y que encerraban un referente hacia el “progreso”. Por supuesto, la nueva simbólica se conquistó en ruptura con la anterior, centrada 78 Cfr. Arturo Roig, Ética del poder y moralidad de la protesta, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 2002, p. 134. Esta obra del Prof. Roig me ha sido de especial utilidad y a ella he recurrido en diversas ocasiones. 79 Herbert Marcuse, Ética..., op. cit., p. 141. 80 Cfr. Benjamín Carrión, El pensamiento..., op. cit., p. 29. 81 Cfr. José Enrique Rodó, citado por Benjamín Carrión en El pensamiento..., op. cit., p. 28.
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más en simbología ligada a lo natural: montes, agua, ríos... en cuanto canales naturales de comunicación82. Además alimentó el carácter heroico de la propuesta, adecuada para una etapa de emergencia o de lucha por el poder frente al antiguo régimen, esa especie de utopismo constitucionalista de tanta vigencia en nuestra América durante el diecinueve y cuya fuerza le venía de ser la aspiración y expresión de la ‘emergencia social’ de determinados grupos que padecían diversas formas de opresión y reclamaban inéditas fórmulas de solución: libertad de pensamiento y culto, separación de Iglesia y Estado, abolición de los privilegios feudales, negación del trabajo inhumano, denuncia de las tiranías y gobiernos despóticos, ejercicio de los deberes sociales, progreso,… que el discurso montalvino supo integrar dialécticamente en su fase destructiva y ‘crítica’ de la institucionalidad vigente, como en su momento reconstructivo o de elaboración de la alternativa que hacía falta al país, quedando de este modo signado el discurso por la ‘topía’, lugar desde el que partía la ‘u-topía’, que se contraponía al primero y nacía de aquél, en cuanto negación y superación. No es tarea fácil señalar, en apretada síntesis, las diversas líneas que desarrolló el discurso utópico montalvino, pero al menos se pueden consignar, según lo ha sabido��������������������������������������������������������������� rescatar el profesor Arturo Roig, las siguientes: un ‘republicanismo místico’ al que se sumaría un ‘regreso al cristianismo primitivo’; un ‘retorno a la edad de oro’ del mundo clásico; una utopía ‘agrario-minifundista’; otra de origen puritano relativa al valor y sentido del trabajo como purificación de las pasiones. A estas ricas líneas habría que sumar el ‘cervantismo’ y el ‘americanismo’ o fe en América como lugar del Paraíso Terrenal y que movió a Montalvo en sus célebres Capítulos que se le olvidaron a Cervantes a recoger la utopía renacentista de los ideales caballerescos dentro de las tradiciones de la América Andina y Amazónica. En palabras de Montalvo: Y nosotros, hijos del Nuevo Mundo, fresca obra de la naturaleza, ¿no alzaremos la voz en ese gran concurso donde los pueblos se disputan el árbol de la sabiduría? Sostengamos que el paraíso terrenal estuvo, y está aún, a orillas del Amazonas, en una encañada perdida para nosotros porque no acertamos a buscarla; no damos con ella, pero oímos el gorjeo de sus aves, percibimos las aromáticas exhalaciones de sus flores, y aun vemos las formas de sus collados y colinas en las nubes que las figuran...83.
82 Cfr. Arturo Andrés Roig, “Apuntes sobre el liberalismo ecuatoriano”, Curso dictado en la Universidad Central del Ecuador, Escuela de Sociología, Quito, 1979-1980 (versión mecanográfica), p. 11. 83 Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., p. 280.
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Ahora bien, este clima de ‘heroicidad libertaria’, ‘idealismo romántico’ o ‘quijotismo laico’, que tanta trascendencia asignó al mundo del espíritu y de los principios: libertad, progreso, moral, civilización,... (espiritualismo racionalista), ¿qué futuro podía tener en una sociedad sin ciudadanos, con población rural y campesina más que urbana e incluso en las urbes con una composición mayoritaria poco favorable a la gestión y participación ciudadana? Las más excelsas intenciones chocaban con situaciones objetivas de difícil superación. Definitivamente, la Ilustración no había logrado transformar a los pobladores y vecinos en ‘ciudadanos’ que disponían de los requisitos mínimos de instrucción, bienes, trabajo, propiedad, acceso al mercado interno,... Más aún, la primera Constitución expresamente cerró las puertas a la mayoría de la población: al sirviente doméstico, al jornalero, al analfabeto, a todos quienes no tenían una propiedad de más de trescientos pesos e incluso a quienes debían a los fondos públicos o habían sido declarados vagos, ebrios de costumbre o enajenados mentales84. A tres décadas de las declaraciones ilustradas sobre los derechos ciudadanos, los avances en la práctica habían sido mínimos y las “buenas intenciones” contrastaban con las medidas adoptadas para impedir el acceso a los bienes de la sociedad a la mayoría de ecuatorianos. En pocos campos y momentos, el “doble discurso” alcanzó grados tan altos de cinismo. Por otra parte, el espiritualismo racionalista tampoco prestó la debida atención al crecimiento demográfico y a los cambios que las fuerzas y relaciones de producción nuevas estaban ya generando en el país y depositó su confianza, tal vez en exceso, por ejemplo, en las leyes que se acataban pero no se cumplían; en la educación que favorecía a muy pocos o en la imprenta en un medio con población en su mayoría analfabeta85. En síntesis, el Padre del espiritualismo-heterodoxo, como él mismo denominó a su posición, realizó su contribución a los más diferentes frentes y aspectos, a la conformación de un liberalismo radical que apertrechado de una cosmovisión de acentuado carácter antropocéntrico o secular y de una ética revolucionaria se lanzó a la conquista del poder y desafió a la cosmovisión tradicional y a la 84 Federico Trabucco, Constituciones de la República del Ecuador, Quito, Edit. Universitaria, 1975. Constitución de 1830, Arts. 12 y 13. 85 Cabe preguntar si la imprenta de verdad “¿ella llevaba a cabo las mayores y más seguras revoluciones, [...]; si la imprenta previno el campo, inició la gran Revolución Francesa, revolución grandiosa, revolución universal [...]. Las ideas de dignidad humana, libertad política, igualdad ante la ley, infiltradas poco a poco en el corazón y la cabeza de los hombres por esas plumas elocuentes, acarrearon la caída de los reyes, abolieron las tiranías?”. No es exagerado decir: que “¿Cuando el periodismo alce la voz, cuando la imprenta eche de sí rayos que aterren a los tiranos, cuando todos aprendamos a respetarla, adorarla y practicar su culto activamente, entonces diremos que somos libres?”. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., p. 149. Similares textos puede verse en el Tomo II, “Del periodismo”, p. 254 y ss.
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sociedad clerical al cuestionar sus fundamentos y ofrecer nuevos parámetros en el campo de la historia, la ética, la moral, el progreso, la libertad, la verdad, las ciencias, las relaciones sociales, la unidad nacional,... VIII. EL DERECHO A LA INSURRECCIÓN86 La moral heroica o prometeica alcanzó en Montalvo grados aún más altos de desarrollo y su clímax, en torno al derecho a la revolución-insurrección. La adversa situación reinante en cuanto al respeto a los derechos humanos y a fin de protegerse de gobiernos autoritarios hacía necesario bregar no solo por los derechos sino también por el ‘derecho a la insurrección’ contra los poderes omnímodos o absolutos. El derecho a la revolución e insurrección, en la teoría y en la práctica, fue una tesis trabajada prolijamente por el máximo representante de la ética laica o secular; tesis que además amedrentaba a los gobiernos de turno, temerosos a los golpes de Estado, a los levantamientos militares, a las revoluciones de palacio y a la ira popular. Entre las personas allegadas a Montalvo constaban integrantes del Quiteño Libre87, asociación duramente golpeada en el gobierno del Gral. Flores, octubre de 1833, cuando se procedió a la masacre de varios de sus integrantes: Francisco Hall, Pacífico Chiriboga, Nicolás Albán, José Conde, Camino,... Miembros de esta agrupación: Roberto Andrade, Manuel Cornejo, Abelardo Moncayo y Manuel Polanco, años después participaron en los complots contra García Moreno y contra Veintemilla. Entre 1878 y 81, últimos años de su permanencia en el Ecuador, Montalvo dirigió alrededor de doce cartas a Roberto Andrade, implicado en la muerte de García Moreno y escondido en una hacienda en Carchi, límites con Colombia88. 86 Para este acápite me ha sido de especial utilidad el libro de Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo, el derecho a la insurrección, Quito, CCE, 2010, en cuya presentación participé en diciembre de 2010. 87 Pedro Moncayo, uno de los principales protagonistas del nuevo periódico, cincuenta años después rememoró los acontecimientos en esta forma: “La primera reunión tuvo lugar en la casa del Gral. Matheu, con más de setenta personas todas llenas de entusiasmo y patriotismo. De entre las personas notables que formaban dicha sociedad, a más de las enumeradas, citaremos a los Srs. Sáenz, Ontaneda, Barrera, los Ascázubi, Zaldumbide y otros muchos que sería prolijo enumerar. Se nombró de Presidente al Gral. Sáenz y de secretario a José Miguel Murgueitio. Se acordó fundar un periódico dándole el nombre de El Quiteño Libre. El Crnel. Hall se comprometió a redactarlo y se nombró editor responsable a Moncayo. El primer número apareció el 12 de mayo de 1833. Su aparición causó gran impresión en el pueblo y todos los buenos patriotas se apresuraron a suscribirse, cuando en otro tiempo los periódicos habían perecido por falta de aliento popular”. Ver Pedro Moncayo, El Ecuador de 1825 a 1875, Tomo I, Quito, CCE, 1979, pp. 113-114. 88 Ver Juan Montalvo, Epistolario de..., op. cit., pp. 543-636.
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A primera vista, en una rápida y primera lectura, el derecho a la insurrección parecía perder vigencia, sea por el recurso frecuente que se hacía de tal derecho en sociedades en permanente revuelta; sea por los levantamientos militares que se sucedían uno tras otro. Además, ante el cúmulo de injusticias y arbitrariedades flagrantes que caracterizaban a nuestras sociedades y ante la ineficacia de la denuncia y de la protesta ante tanto atropello, terminaba por debilitarse o diluirse la capacidad de indignación y se imponía un silencio cómplice generalizado. En más de una ocasión Montalvo se quejó de la pasividad ciudadana de cara a la acumulación del poder de que hacía gala el gobierno. Pero Montalvo va más allá de la denuncia de violaciones calamitosas y permanentes: primer nivel de la protesta. Con la protesta-denuncia entendida como derecho, como parte de nuestra ‘naturaleza’, se transforma ésta en derecho, base o constitución insoslayable de la experiencia humana: segundo nivel de análisis. El ‘derecho a la insurgencia’, así conceptualizado o entendido, sería una forma de ser y de enfrentar la realidad a la que estaríamos llamados u obligados todos; una dimensión humana sin la cual no es posible no solo la denuncia o la protesta sino incluso el mismo cambio social o cultural como también la transformación radical de una sociedad o de un ámbito de la misma. Sin este derecho, la sociedad toda y su marcha colapsarían: tal es su dinamismo e importancia. La revolución reclama para sí derechos éticos y morales porque se cree capaz de aportar en una doble dimensión: por una parte, extirpar las raíces de la dominación, explotación y limitaciones reinantes; y, por otra, con bases racionales y realistas, aportar a la construcción de la libertad y la dicha humana, en un momento determinado de la historia. En otras palabras, con la referencia a esta fuerza del derecho a la insurgencia, que floreció de forma extraordinaria en Montalvo, se apuntaba a una ‘actitud’, a un modo de relación con el mundo y con las personas; en suma, a un talante, manera de pensar y de sentir, de actuar y de conducirse que se presentó como una conquista, como una transformación que debía generarse en el sujeto para que éste sea capaz de ejercerlo en la realidad. No se nace con el derecho a la insurgencia; tampoco es algo del pasado que se había practicado o vivido hacía décadas, en los tiempos de la rebelión contra España. Esta forma de existencia, este modo de gobernar nuestra propia vida, también era un reto de actualidad, un reto para un presente dominado por la arbitrariedad y la dictadura. La ������ revolución se transformaba así en obligación moral, en elemento insoslayable o necesario para el progreso. En tal perspectiva, la insurgencia implicaba como su condición de posibilidad ejercitar las diversas actividades: espirituales, sociales o políticas con el ojo abierto a las violaciones de los derechos, al comportamiento del dictador o 48
déspota, sea una persona, una institución o un sistema. Además, el derecho a la insurgencia suponía no solo su uso privado; a su vez, el uso público del mismo y entre el uso privado y el uso público estaba de por medio el precio que había que pagar por ejercer tal derecho, por poder expresar nuestros pensamientos, fijar una posición, defender un principio, disentir en vez de repetir u obedecer, y todo esto exigía valentía a nivel público y privado más que pasividad. Una sociedad que no permitía generar las mediaciones necesarias para el ejercicio de este derecho, tarde o temprano haría que quien exponga su punto de vista pueda ser despedido, excomulgado, multado, encarcelado, excluido, expatriado. Pero el riesgo era aún mayor cuando los hombres –por temor o cobardía– se privaban de ello. Entonces la arbitrariedad, la dictadura podían transformarse en “eternas”. Pero no solo la defensa y la importancia de este derecho fueron examinadas por Montalvo. Hay otros planteamientos igualmente reveladores, como el referente a la violación de los derechos y su relación con las estructuras de dominación; al carácter fecundo o fértil de este derecho; a sus condiciones de posibilidad, especialmente cuando los ciudadanos han devenido en esclavos y ni siquiera se dan cuenta cuánto se han degradado. Todo lo cual no obsta reconocer que la orientación hacia las personas, especialmente García Moreno y Veintemilla, predominó sobre la visión de las estructuras vigentes. Rápidamente veamos al menos la relación entre estructuras de dominación y actos de violación de los derechos. Es obvio que en determinados casos estamos llamados a ‘indignarnos’, como en aquéllos en que se violan los derechos fundamentales de las personas o de los Estados a vista y paciencia de todos, como es el caso de situaciones en que campea la ineficiencia, el despilfarro de recursos, la fuerza bruta, el cinismo o la corrupción. El despilfarro y la apropiación de fondos públicos en tiempos de Veintemilla, era vox populi y Montalvo lo mostró frecuentemente en Las Catilinarias; de igual modo la propensión a la avaricia de la que dio múltiples pruebas Veintemilla: Ignacio Veintemilla no es viejo todavía; pero ni amor ni ambición en sus cincuenta y siete años de cochino: todo en él es codicia; codicia tan propasada, tan madura, que es avaricia, y él, su augusta persona, el vaso cubierto por el sarro de las almas puercas89.
Pero, ¿solo en los casos extremos había que actuar? ¿Era suficiente protestar contra las personas o los casos puntuales que se juzgan violatorios de derechos o era más necesario hacerlo contra las estructuras de dominación que estaban 89
Juan Montalvo, Las Catilinarias, op. cit., p. 25.
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a la base de tales limitaciones o excesos? ¿No son las fuerzas o estructuras de dominación del mercado, de la economía y las finanzas, de la tierra y del agua, de la política, de la cultura o de la burocracia o de la exclusión mucho más decisivos y graves que los actos de determinados individuos? ¿No era una cortina de humo apuntar hacia las personas y los actos individuales y cerrar los ojos a la situación general o estructuras de dominación? Era todo el país, dominado por dos gobiernos dictatoriales y conservadores, el que tenía sus puertas cerradas. Al mismo tiempo Montalvo desarrolló otra dimensión más, aquélla por la cual este derecho alcanza un nivel fundacional, se transforma en el centro o soporte de otros derechos: tercer nivel. Algo así como hizo el pensamiento ilustrado al ubicar a la libertad en el centro a partir del cual cobraban sentido todos los otros derechos. Con la Revolución Francesa, el pensamiento moderno, para algunos “pensamiento burgués”, organiza a través del derecho a la libertad, entendido éste como fundamento de todos los derechos, un conjunto de libertades como la libertad de expresión, de reunión, de conciencia, de mercado, de compra-venta, de contratación, etc. Más aún, plantea que la Sociedad y el Estado –mediante el llamado Pacto Social– se constituyen precisamente para garantizar todas estas libertades90. ¿Qué sucede o qué consecuencia acarreaba el ubicar el derecho a la insurgencia como base de otros derechos? ¿No es esta una tesis, además de audaz y relativamente novedosa, un planteamiento peligroso? ¿Qué implicaciones precisas tiene el principio de que los fines y metas de una revolución puedan reclamar validez general y por ende ‘obligatoriedad moral’? ¿En qué situaciones se podría apelar a tal derecho y a la ruptura del orden establecido, y en cuáles no? ¿Para un “cambio de época” no resultaba este derecho decisivo? Seguramente no se ha desbrozado lo suficiente esta nueva perspectiva, que está en su fase inicial y se requerirá tiempo y trabajo para su mejor comprensión. En todo caso, la puerta fue abierta al postular el derecho a la revolucióninsurgencia como clave en y para la formación de las personas y de los pueblos. En palabras de Alfredo Jaramillo: Y es que todos los demás derechos consagrados en los códigos y sus leyes constituirían letra muerta, si carecieran del “derecho a la insurrección”. […] si se careciera del derecho a la insurrección, todos los derechos se tornarían vulnerables, ajustados al capricho de los capataces y los mandamases que por ventaja cada día son menos… ¿Qué fuerza nos quedaría, de no existir este derecho proclamado 90 Ver la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa; la Declaración de Independencia de los Estados Unidos; el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; la Carta Fundacional de las Naciones Unidas (ONU).
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por el Hombre, para quitarnos los grillos de la esclavitud y la vergüenza de vivir subordinados a las dictaduras?91.
Para valorar adecuadamente esta propuesta, el recurso a la historia puede ser iluminador. Recordar que el derecho a la insubordinación es de muy antigua data. Para los griegos, por ejemplo, en la tragedia narrada por Sófocles en su célebre Antígona, ya se hace presente el derecho a desconocer las órdenes del superior que atenten contra los valores familiares. Para Antígona, su hermano debía ser enterrado dignamente y su cadáver no debía quedar fuera de la ciudad al arbitrio de los cuervos y los perros. Antígona decidió rebelarse contra las órdenes del rey y esta desobediencia le acarreó la muerte. En la Edad Media fue célebre la reflexión de Tomás de Aquino sobre el derecho del pueblo a defenderse del tirano, pudiendo llegar incluso al “magnicidio” de los gobernantes injustos. En su Gobierno de los Príncipes manifiesta que “Cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza el matar al tirano”. Tesis que no concuerda con aquella doctrina de que hay que “ser súbditos reverentes no solo de los gobernantes buenos y humildes, sino también de los señores díscolos” o aquella de que hay que “soportar con paciencia los sufrimientos y las injurias”, o sea, poner la otra mejilla92. A fines del período colonial, seguramente fue Bolívar quien mejor expresó el mensaje sobre la insurgencia. El Libertador condujo a los países bolivarianos y a América en general, a la ruptura con la Metrópoli: “Siempre es grande, siempre es noble, siempre es justo –decía– conspirar contra la tiranía, contra la usurpación y contra una guerra desoladora e inicua”93. Avanzado el siglo XIX fue Montalvo el mejor representante de la defensa de este derecho. Más aún, en frase lapidaria lo dejó asentado al afirmar: Mi pluma lo mató. Un estudioso de Montalvo desbroza los trasfondos y contextos de este insólito pronunciamiento: “Mi pluma lo mató, es la expresión más temeraria que se haya escrito contra García Moreno; de gran repercusión política y social. Pues, Montalvo, asumía toda la culpa del ‘crimen’ o ‘tiranicidio’ con indisimulada satisfacción”94. En definitiva, el derecho a la resistencia frente al tirano ha sido permanente a lo largo de la historia, pero hoy alcanza matices o formulaciones propias e inéditas, a tal grado que en la actualidad el derecho a la rebelión o a la resistencia va���������������������������������������������������������������������������� más allá del tir����������������������������������������������������������� anicidio y se enfocan más que hacia el cambio de los gober Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo, el derecho a la insurección, Quito, CCE, 2010, p. 162. Cfr. Gonzalo Flores Castellanos, disponible en http://www.arbil.org/97tira.htm. Simón Bolívar, Carta de Jamaica y Carta a Francisco Doña. 94 Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo..., op. cit., p. 95. En Montalvo ver El Regenerador, Tomo I, op. cit., p. 59. 91 92 93
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nantes, hacia el cambio de sistemas o estructuras de dominación e injusticia, como ya lo insinuara Montalvo. Si en el pasado fue asumido como un derecho de los pueblos frente a gobernantes de origen ilegítimo o que teniendo origen legítimo habían devenido en ilegítimos durante su ejercicio, lo que abría las puertas a la desobediencia civil y a veces hasta al uso de la fuerza con el fin de derrocarlos; en la actualidad, este derecho extiende sus brazos hacia las estructuras de inequidad de la realidad toda. En esta perspectiva habrá a futuro que hacer la lectura de este tema en Montalvo, para quien la Revolución Liberal se presentaba no solo como una exigencia política sino también como un proceso orientado a la transformación del país y por eso mismo cargado de valores e incluso de imperativos morales: mayor libertad y felicidad para un número mayor de ciudadanos. Por todo ello la revolución podía reclamar validez y acatamiento general. En pocas palabras, este derecho, si bien está a la base de los cambios de gobierno –todavía están frescas en la memoria las caídas de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez–, también podría estar en la base de los cambios del sistema vigente, del cambio de la historia, cuyas puertas solo se abrirían a partir del ejercicio de este derecho. Más aún, sería la realidad toda, sus estructuras básicas, en sus múltiples manifestaciones, lo que se vería sometido a revisión por la fuerza de este derecho capital, que pone en marcha y desata la acción y reacción, sea para aplaudir o para rechazar cualquier estructura o área que se presente como violatoria de derechos individuales, sociales o culturales. Además, recordemos que el derecho a la insurrección puede encerrar altos niveles de conflictividad con las leyes y la cultura reinante; de ruptura de la moralidad subjetiva y la moralidad objetiva; de confrontación entre las aspiraciones o creencias de unos y de otros. Es el contraste y las abismales diferencias que se tejen en la realidad social vigente en cada momento, de donde emerge el reclamo social o político con toda su carga de conflictos y enfrentamientos. Es entonces, y solo entonces, cuando toma cuerpo la necesidad de derrocamiento de un gobierno o de una Constitución legalmente establecida pero ineficiente para la tarea insoslayable de cambiar estructuras colapsadas en diferentes áreas. A todo esto no han sido extraños los escritores latinoamericanos: sociales o políticos, al igual que literatos o educadores, a tal grado que se puede hablar de práctica y un ‘discurso insurgente’ propio de América Latina, en el cual la voz de Montalvo sobresale95.
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2002.
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Arturo Roig, Ética del poder y moralidad de la protesta, Argentina, Universidad Nacional de Cuyo,
Sin desconocer que el poder conservador no abandona ni voluntaria ni pacíficamente sus privilegios y que suele desencadenar la violencia contra la revolución, como años más tarde lo hizo contra Eloy Alfaro96. En palabras del Viejo Luchador: ...desde la memorable transformación política de 1895, la República se convirtió en un campamento hasta 1901; porque la desesperada resistencia que opuso el partido conservador a las reformas liberales, fue tenaz y constante. Yo agoté –decía Alfaro–, cuanto medio decoroso hubo a mi alcance para alejar de mis lares, el flagelo de la guerra religiosa, mas fueron infructuosos todos mis esfuerzos. [...] Nada había omitido, la oposición, para hacerme desistir de mis propósitos de procurar la armonía nacional. Los primeros enemigos de la paz del Ecuador, han convertido el Sur del Cauca en su Cuartel general, desde 1895; y de allí han partido las revoluciones que tantas y tantas veces han cubierto de sangre nuestra República. Los campos de Caranqui, Cabras, Taya, Chimborazo, Tulcán, etc., prueban incontrovertiblemente que la guerra civil del Ecuador ha sido alimentada siempre al otro lado del Carchi. Puedo aseguraros que no han cesado un solo día las maquinaciones de los enemigos del Régimen Liberal97.
IX. CONCLUSIÓN Los procesos de liberación como la Revolución Liberal son complejos. No solo atañen o tienen que ver con la destrucción de estructuras de dominación e injusticia económica, política o social, también se ven abocados a romper con paradigmas, costumbres y modelos educativos, culturales e interculturales y a veces hasta religiosos. En cualquier caso, Montalvo dio una batalla de al menos dos décadas contra los más diversos y poderosos demonios que él juzgaba contrarios a la marcha de la historia98.
96 Cfr. Michel Foucault, “¿Qué es la Ilustración?”, disponible en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/ mari/Archivos. 97 Eloy Alfaro, Mensaje del Encargado del Mando Supremo de la República a la Convención Nacional de 1906, p. 1. También puede verse los Mensajes del Presidente de la República al Congreso Nacional de 1898 y al de 1899, tanto al Congreso Ordinario como al Extraordinario. Igualmente, el Mensaje al Congreso Nacional de 1900. 98 En la antología seleccionada para este trabajo hemos actualizado la ortografía y conservado la construcción propia del autor (N. del E.).
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ANEXO Juan Montalvo: cronología de sus exilios Viajes y exilios 1er. Viaje a Europa: febrero 1857-septiembre 1860. Montalvo fue nombrado Adjunto Civil a la Legación Ecuatoriana en Roma y posteriormente Secretario de la Legación del Ecuador en París. Retorno a Ecuador. Desde la población costeña de Bodeguita de Yaguachi, el 26 de septiembre de 1860, escribió una carta de fuertes amonestaciones al jefe de Estado: Gabriel García Moreno, que desde 1859 gobernaba el país. 2do. Viaje a Europa y 1er. destierro o autoexilio: 1869-1876. En 1869 se produjo la revolución de García Moreno, y el mismo año Montalvo, temiendo por su vida, tuvo que expatriarse. Acudió a la embajada de Colombia, e inmediatamente que recibió su pasaporte para abandonar el país, partió la mañana del 17 de enero de 1870 rumbo a Ipiales junto a otros dos exiliados: Mariano Mestanza y Manuel Semblantes. Viaje al Perú: diciembre de 1870 a mayo de 1871. Estando en Colombia, a petición de Eloy Alfaro realiza un viaje relámpago a Lima. Permaneció en la capital del Perú de enero a marzo del 7198. En el Perú se encontró con José María Urbina, desterrado por García Moreno. Ahí buscó fomentar la oposición contra el gobierno, sin mayor éxito. Regresó a Ipiales donde se radicó por buen tiempo, seguramente desde finales de 1871 hasta 1875/76.
Gobierno Lucha política y publicaciones Gral. Francisco Robles Correspondencia para el periódico La DemoPresidente Constitucional del cracia de Italia, Roma, Venecia, París. 16 de octubre de 1856 al 1 de mayo de 1859. Gabriel García Moreno Jefe Supremo: desde 1859 hasta 1861 marzo. Presidente Constitucional: • 1er período del 2 de abril de 1861 al 30 de agosto de 1865. • 2do período: del 10 de agosto de 1869 al 5 de agosto de 1875. • 3er período: debió empezar el 6 de agosto de 1875, pero fue asesinado. Jerónimo Carrión y Palacio Presidente Constitucional: del 7 de septiembre de 1865 al 6 de noviembre de 1867. Dr. Javier Espinosa y Espinosa Presidente Constitucional. Gobernó desde el 20 de enero de 1868 hasta el 19 de enero de 1869.
Lucha política en el Ecuador: 1860-1869. El 3 de enero de 1866, una vez concluido el primer período de gobierno de García Moreno, se inició la edición de El Cosmopolita (1866-69). A través de esta publicación periódica inició una vigorosa campaña contra las acciones de gobierno de García Moreno, por lo que es desterrado a la ciudad de Ipiales (Colombia), en donde permanece un corto período para luego trasladarse a Europa. También de este periodo datan: Del orgullo y la Mendicidad, Fortuna y Felicidad, El Antropófago, Judas, La Dictadura Perpetua, El libro de las Pasiones. También algunos escritos cortos, a raíz de la muerte de García Moreno: Muerte de García Moreno, Misiva Patriótica, La Conspiración del 6 de agosto en Quito, Revolución del Norte, Una expresión de gratitud, El último de los tiranos.
Escritos cortos: Marcelino y medio; El búho de Ambato; La Coronación del Dr. Martínez; El peregrino de la Meca.
Retorno al Ecuador: en 1875, el 6 de agosto, se dio el asesinato de García Moreno. En mayo de 1876, después de más de 6 años de exilio, Montalvo regresó a Quito y posteriormente visitó Guayaquil, en septiembre de 1876.
99 Fernando Jurado Noboa es de los pocos que ha entregado luces sobre este viaje un tanto desconocido. Cfr. “Juan Montalvo y sus andanzas en tierras peruanas”, Encuentro Binacional Ecuador-Perú, Ambato, Casa de Montalvo, 2006, p. 60 y ss.
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Viajes y exilios Gobierno En enero de 1876 sufrió un corto Dr. Antonio Borrero Cordestierro. Retornó al Ecuador en tázar abril de 187799. Presidente Constitucional: desde el 9 de diciembre de 1875 al 26 de diciembre de 1876.
Tercer viaje a Europa: un 1ro. de septiembre de 1880 desde Panamá parte hacia París. Este fue su último exilio y ya no volverá al Ecuador. A París arribó en octubre de 1881.
General Ignacio de Veintemilla Jefe Supremo-Primera Dictadura: del 8 de septiembre de 1876 al 26 de enero de 1878. Presidente Constitucional: del 21 de abril de 1878 al 26 de marzo de 1882. Jefe Supremo Segunda Dictadura: del 26 de marzo de 1882 al 10 de enero de 1883100.
Lucha política y publicaciones Lucha política: en los últimos meses del gobierno de Borrero se editaron las primeras entregas de El Regenerador. Escritos cortos: el Ministro de Estado que ocasionó la renuncia de Manuel Gómez de la Torre, Ministro de Gobierno del presidente Antonio Borrero; Asomos de “El Cosmopolita”; Al Sr. Presidente de la República; Combinación; El ejemplo es oro; Qué provocó a los guayaquileños. Lucha política en el Ecuador El 22 de junio de 1876 apareció el primer número de la revista El Regenerador, cuyo último número se publicó el 26 de agosto de 1878. En los comicios del 77 fue electo diputado por la provincia de Esmeraldas, pero no asistió a las Cámaras. Autoexilio: ante la persecución de parte de Veintemilla escribió Las Catilinarias (1880-82). Gracias al apoyo de Alfaro publicó su primera Catilinaria a comienzos de 1880. Durante ese año publicó cuatro más, que las reprodujeron algunos periódicos hispanoamericanos, como es el caso de La Patria, de Bogotá, La Estrella, de Panamá, entre otros. En enero de 1882 se publicó la duodécima y última Catilinaria. Escritos cortos: La goma no pega; Regazos de la intervención; La nueva invasión; Vicente Piedrahita; Los desterrados de Veintemilla; La peor de las revoluciones; Eloy Alfaro; Los grillos perpetuos; Imposturas no son política; El pasquín; Azotes por virtudes; A los Guayaquileños, “La Candela”, periódico en su mayor parte redactado por Juan Montalvo101.
xxxxxxx99 xxxxxx100 101 102
Ce será toujours beaucoup 99 xxxxx 100 mmmm Sobre este exilio no se ha encontrado mayores referencias. 101 101 mmmmm Ver http://www.migranteecuatoriano.com/ecuador/presidentes-de-ecuador. 102 102 Ver Plutarco Naranjo y Carlos Rolando, Juan Montalvo: estudio bibliográfico, op. cit., pp. 53-62. 100
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El pensamiento polĂtico de Montalvo: ensayos y cartas
Prospecto
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Ce será toujours beaucoup que de gouverner les hommes, en les rendant plus heureux. Montesquieu, Esprit des lois Mucho es que ya podamos a lo menos exhalar en quejas la opresión en que hemos vivido tantos años; mucho es que no hayamos quedado mudos de remate a fuerza de callar por fuerza; mucho es que el pensamiento y las ideas de los ciudadanos puedan ser expresadas y oídas por ciudadanos. La tiranía también se acaba, sí, la tiranía también tiene su término, y a veces suele ser el más corto de todos, según dicen los profetas: “Vi al impío fuerte, elevado como el cedro: pasé, y ya no le vi; volví, y ya no le encontré”. Ahora nos falta que no vuelva, en el cual santo deseo Dios está para ayudarnos. Hay pestes, hambres, terremotos, nada falta en este mundo; pero más que todo hay tiranía. Y si nos alumbran bien las luces de nuestro entendimiento, ya decimos que el cólera asiático hace menos estragos en los hombres que un Atila; que un Caracalla les es más ruinoso que la mayor hambre; que un Rosas es más temible que un Vesubio. Los azotes naturales con que nos castiga la Providencia, de ella vienen al fin, y por el mismo caso ni nos desesperan, ni nos cusan sentimiento; porque estando como estamos natural y obligadamente en sus manos, se nos puede tratar por ella según conviene a sus altos juicios, sin que de ahí tomemos ocasión para indignarnos. Empero las calamidades que nos vienen de nuestros semejantes, de nuestros hermanos, traen consigo una punta de amargura, que sobre causarnos males positivos, despiertan en el corazón un afecto indeciso, un nosequé de acedo e insufrible que redobla nuestras pesadumbres, y es el vivo resentimiento experimentado siempre por el alma sensitiva cuando ve venir los males de donde no debía esperar sino buenos oficios. Los hombres, en el mismo hecho de serlo, debieran de valerse unos a otros, supuesto que el padre común de todos les tiene mandado conceptuarse unos mismos y propender a su mutua felicidad. A fuerza de ver que nunca ha sido así, ya miramos como cosa corriente las desolaciones que los azotes del género humano van haciendo en su arrebatada carrera. Timur o Tamerlán manda asesinar cien mil prisioneros indios, por haberse sonreído algunos a la vista de su campamento, se le antoja al mismo, o era a otro príncipe, eregir una gran torre de cráneos humanos, y he ahí la Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp. 1-33.
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ciudad de Ispahán gravada con un tributo de setenta mil cráneos frescos; y ese Caracalla nombrado poco ha, sin el menor motivo, hace de repente matar todos los habitantes de Alejandría. Vemos estas cosas en las historias, y poco nos horrorizan, y casi no nos admiran: debe ello ser que los siglos se interponen entre esos acontecimientos y nuestra alma, y de puro estar distantes nos obligan a quedar fríos. Pero demos que un tiranuelo de casa, un contemporáneo venga a oprimirnos, siendo como es debe ser tan nuestro igual, y todo es hervir de enojo y tenernos por los más tristes de los hombres. Allí está Julio Arboleda que, con haber muerto a lanzadas atados a un poste, o a balazos en el patíbulo, unos trescientos compatriotas suyos, nos impresiona más desagradablemente que Sila haciendo degollar en el Pretorio diez mil prisioneros con la mayor serenidad del mundo. Allí está Gabriel García que, con haber fusilado el también algunos prisioneros inermes, después de haber azotado a un general y obligándole a morir, nos parece peor o a lo menos tan malo como el que puso fuego a Roma. Es que nuestro don Gabriel ponía fuego a un edificio que vale más que Roma, la civilización moderna. Por esto es que nos sentimos tan aliviados cuando el Cielo nos quita de por medio estos Julios y Gabrieles, que en verdad, mejor les hubiera estado a ellos mismos quedarse allá increados en el seno de la nada, que venir a modo de anticristos trayendo un juicio anticipado y prematuro a los pobres de sus compatriotas. Somos de parecer que el castigo de los grandes pecadores debe dejarse a la Providencia, bien así como las leyes antiguas no imponían pena ninguna al parricida, por cuanto les había parecido tan inhacedero ese crimen y tan superior a todo castigo humano, que lo dejaron sábiamente a Dios. En el orden de nuestras cosas, y tocando de paso al afamado García Moreno, diremos que entre todas sus acciones no hay ninguna peor ni de tan ruines consecuencias, digan lo que quieran los demás que la vapulación introducida por él como resorte de gobierno. Ha matado; todos los tiranos han matado. Ha ahogado la voz pública; lo mismo hacía Flores. Ha desterrado Senadores y Diputados estando para reunirse en Congreso, crimen de más de la marca, pero en fin no sin ejemplo: este es Napoleón primero dispersando a sablazos la Asamblea Nacional. Portales, célebre ministro de Chile, hacía dar de azotes a los ladrones y foragidos, sistema penitenciario, cosa muy diferente de la política. Pero no hemos sabido que ni en la refinada tiranía del mismo Manuel Rosas ni del Doctor Francia haya entrado jamás tan monstruoso castigo. Este es el parricidio para cuyo crimen los romanos no alcanzaron a hallar pena. Íbamos a decir que hay un medio de evitar la perpetuidad de las venganzas, o lo que es lo mismo, las desgracias de los pueblos; este medio es el perdón. Bien 60
hubiéramos querido ver un congreso sabio y digno constituirse en tribunal del gran culpable, llamarle a juicio, interrogarle, aterrarle e imponerle la pena de sus delitos. La justicia no debe prescribir; pero los odios individuales, los enconos de partido, los rencores de persona a persona, ¡termínense por Dios! De lo contrario, enhilando agravio tras agravio, desquite tras desquite, venimos a forjar una cadena interminable en la cual nos enredamos, y a cuestas con nuestra propia obra, somos esclavos de nosotros mismos, de nuestras malas pasiones, la esclavitud que más desafortuna y envilece a la familia humana. Si en nuestras manos estuviera la suerte de don Gabriel García, le pusiéramos cortésmente en la frontera, siguiendo el consejo de Platón, aunque no se trate de un poeta; no montado sobre un asno, no con pozas ni con grillos, objeto de vilipendio; pero tampoco adornado de coronas, y laureles; sino urbana, humana y generosamente, cual a hombre de nota que supo hacerse nombrar, si bien por el mal camino, persona de alto lugar y puesto. El ha sepultado a los ecuatorianos en las montañas salvajes, entre los indios bravos y las fueras; nosotros le enviaríamos al país de los extranjeros, al país de la hospitalidad, al país de los ingenios, ¡a Francia! Gustan sobre manera las lágrimas que César vierte sobre Pompeyo, gustan sobre manera al pecho generoso las que Augusto derrama por Antonio, y prenda la conducta de ciertos grandes hombres que las toman con sus enemigos en desgracia, bondadosos y civiles, cuando podían matarlos o infamarlos. El Regente de Inglaterra desengañando la confianza de Bonaparte, recibiéndole como enemigo cuando venía como refugiado mandándole como a Crisóstomo al desierto Pitio cuando llegaba a sus umbrales como Temístocles, no puede sino ser un feo personaje, muy repulsivo para los ánimos excelsos. Y esa honrosa expatriación que impondríamos a don Gabriel, no sería pena ni obra de la venganza, sino conveniencia propia suya y de la nación, atento que su alma inquieta y rudas afecciones no se acomodaran quizás a dejarle en paz como conviene, y al fin y al cabo darán al traste con él o con su Patria. Si así como se deja llevar de esos malévolos empujes, se dejase alumbrar por un rayo de sabiduría, él mismo, de su bella gracia, tomaría el camino de Europa, y allá se fuera a desplegar sus talentos que le tienen para sabio y no para magistrado. Podría él llegar a ser un Cuvier; un Sully, nunca. Y es gran ceguera dejar un camino ancho, suave y fuera de peligro, por donde se va a la gloria limpiamente, por un vericueto intrincado y escabroso que al fin lleva al abismo. Si a fuerza de filosofía y buen comportamiento hiciere olvidar sus faltas y los males con que ha hecho gemir a los ecuatorianos, bien podía suceder que todos le perdonasen y empezasen a ver en él un hombre útil por sus prendas, si ya se arrepentía y dejaba de ser pernicioso por sus defectos. Veremos lo que hace; pero entre tanto gocemos de estos instantes de libertad que suelen ser fugitivos cuando ella no 61
está en buenas manos. Escribamos, hablemos, levantemos el ánimo de nuestros abatidos compatriotas a mejores deseos y más honrosos pensamientos. Cumplamos los deberes de ciudadanos exigiendo la realidad de nuestros derechos, obedeciendo las leyes, llenando las obligaciones que se derivan de ellas, y procurando con el influjo de la pluma corregir las costumbres sociales, malamente estragadas en el decurso de estos años. Y pues nos proponemos escribir para el público, no para los partidos, bien será ponerle al cabo de qué y cuánto ha de esperar de los que con él se obligan voluntariamente. Desde luego nos ha de ocupar la suerte del continente americano, sin que tengamos por ajenos a nuestro propósito los grandes acontecimientos de Europa y del mundo entero, si el caso lo pidiese. De “COSMOPOLITA” hemos bautizado a este periódico y procuraremos ser ciudadanos de todas las naciones, ciudadanos del universo, como decía un filósofo de los sabios tiempos. Las revoluciones, las guerras, los desastres y progresos de las repúblicas que más de cerca nos tocan, llamarán nuestra atención con preferencia, y hablaremos de ellas, no como de patrias ajenas, no como extranjeros neutrales, sino como hijos de su seno, como ciudadanos de sus Estados, como obedecedores de sus leyes; pues tenemos bien creído que la sangre que corre por las venas de los hispanoamericanos, la lengua, los comunes intereses y la semejanza de pasado y porvenir, infunden en el corazón afecciones de viva fraternidad, ideas de unión y favorecimiento en la cabeza, en el corazón la cabeza no mezquinos ni egoístas. La Patria propiamente dicha, este pedazo de las entrañas como hubiera dicho Chateaubriand, el gobierno a cuyas leyes vivimos sujetos, la política de los gobernantes serán asimismo parte de nuestro asunto. No ofrecemos prescindir de la política, siendo como es y debe ser la cosa mayor y principal que ha de ocupar a los ciudadanos. Los hombres libres en Atenas y Esparta por obligación habían de concurrir a las juntas en donde versaban los intereses de la República: los ilotas prescindían; la ley los hacía prescindir. Solón conmina con la infamia a los ciudadanos que no tomen parte en las disenciones civiles; con mayor razón hubiera este sabio legislador condenado a la infamia a los que prescindan y tengan en menos las discusiones públicas en donde se ventila lo perteneciente a la moral, la rectitud y la justicia del gobierno; al provecho y bienandanza de los miembros constitutivos de esto que se llama sociedad, nación, Estado. No ha influido poco antes de hoy en nuestro espíritu, y por lo tanto obrado en nuestra conducta, aquella extraña filosofía de los cyrenaicos que aconseja no hacer mucha cuenta de los negocios de la República; o a lo menos ser indiferentes a ellos, por conceptuar injusto que los hombres dignos y de bien se expongan a peligros por locos y viles. Todo bien considerado, éste no es sino un sofisma, 62
que de ser seguido, haría llover males sin cuento sobre la especie humana. Pues no necesita demostrarse que si los buenos dejan el campo, serán los malos quienes lo señoréen victoriosos, y los gobiernos vendrán a ser concursos de bribones. También nos hemos dejado inficionar de la arrogancia de aquel orador que habiéndole rogado una ciudad pequeña viniese a enseñar la retórica respondió que el plato era muy chiquito para el delfín. No hay plato chiquito para el que desea el bien de sus semejantes: poco hace al caso que el teatro en donde se representa sea reducido y pobre; si se representa bien, no faltará quien haga justicia; y en resumidas cuentas, vale más la modestia que la necia presunción, la cual por la mayor parte mantiene en la oscuridad a los que la llevan en el pecho. Buena lección nos tienen dada aquellos dos pronombres en cuya gloria venía rebosando el mundo, de los cuales el uno sirvió gustoso de alcalde en la humilde ciudad de su nacimiento, y el otro no renunció a un empleíllo ruin que sus enemigos se empeñaron en darle por escarnio, después que hubo puesto en las nubes a su Patria venciendo a Agesilao y prescindiéndola muchos años como primer magistrado y gran político. Eso sí, haremos por no ser como el vulgo de los escritores; pues nuestra opinión no difiere de la de aquel que dijo “que las ciencias, las artes, la política, la humanidad en fin hubieran ganado mucho, si menos personas hubieran escrito acerca de ellas”. Trataremos de todo con respeto y dignidad, y solo cuando estemos muy al cabo de lo que acometemos. Las personalidades no hablarán con nosotros; pero averigüémonos bien. Son personalidades las que tocan el carácter y conducta privados de las personas; son personalidades las que desentrañan hechos, que sin ser útil saberlos a la justicia, dañan al individuo a quien se los achacan, son personalidades los cerriles improperios que se dirigen al sujeto, no los justos cargos al ciudadano. No es de nosotros alzar el velo que cubre el hogar doméstico ni seguir los pasos que no llevan a la cosa pública, ni asestar flechas, si el deber de censores y el ahínco justiciero no nos mandan dispararlas. Mas no son personalidades los actos que se entroncan directamente con el procomún. Y cuidando de no faltar al decoro, no dejaremos de abrumar a los enemigos de las leyes, a los poco adictos a la Patria, a los delincuentes magistrados, si por desdicha continuase el mal aventurado sistema de gobierno que el Ecuador ha sufrido por cinco eternos años. Esperemos con harto fundamento no hallarnos en la necesidad de entrar en la estacada para combatir violadores de la Constitución, desconocedores del derecho ajeno, holladores de los códigos que reconoce la República. Don Gabriel García no es modelo de imitarse para quedar bien con Dios y con los hombres. Él siguió su camino, y por el alto cielo, que no pocos escollos y escabrosidades ha tenido que vencer. Don Jerónimo Carrión siga otro y busque esa 63
veredita, aunque estrecha, no del todo impracticable, por la cual se llega al corazón de los ciudadanos: menos difícil es de lo que parece a malos ojos. Firme en la justicia, si bien no en tal extremo que no blandee alguna vez en beneficio de la clemencia; apoyado en la vara de la sabiduría, escudado con la Constitución y siguiendo el rumbo del honor, se desemboca fácilmente en ese paraíso: paraíso es el amor de los hermanos, paraíso la felicidad que se labra a todo un pueblo. El decreto por el cual el Gobierno ha declarado vigente la Ley de Patronato es un paso de gobierno ilustrado, un buen agüero de lo porvenir. Aclare su conducta, decídase y tome resueltamente por el camino del bien, y la opinión del pueblo será suya, y en favorecerle se cifrarán los esfuerzos de los patriotas verdaderos. Pero como no nos proponemos ser solamente Timones y Aristarcos importunos, en política habremos de procurar que nuestro escrito tenga halago para todos. A las duras lecciones de gobierno seguirá, si bien, saliere, tal cual trozo de literatura y de amena poesía, de esa poesía que desarruga la frente y hace olvidar la deportación; de esa ciencia sobrehumana con cuyo socorro Ovidio suaviza el rigor de la suya cantando dulcemente los amores de los dioses. Los reyes y generales de Esparta estaban obligados a hacer un sacrificio solemne a las Musas para salir a una guerra o a cualquiera expedición de trascendencia. ¿No es éste el homenaje que las armas rinden al ingenio? Y si los adustos espartanos sacrificaban a las Musas, ¿con cuánta más razón no sacrificaremos en sus altares, nosotros que gustamos de ir a sorprenderlas en su templo del Parnaso? Platón desterró de su República a los poetas; pero esos mismos espartanos se cubrieron de gloria a causa de Tirteo que encendía y atizaba en sus pechos el fuego de la guerra. ¿Y no fue Eurípides quien salvó con sus versos centenares de atenienses al punto de ser pasados por la espada de los siracusanos? ¡Poderoso, dulce influjo de melodía, que a trueque de gozarlo de los labios de un prisionero, lo dejan vivo los mismos enemigos sedientos de su sangre! Platón hubiera desterrado del ejército de Nicias a Eurípides; ¿qué hubiera sido entonces de tantos ilustres atenienses? Todos hubieran sido pasados a cuchillo. Pues bien, si tanto puede la poesía de buena ley, será sujeto principal y le alzaremos un solio en nuestra República. Poco importa que ella venga en prosa o pomposamente ataviada en los hemistiquios de Virgilio. Si la Jerusalén libertada estuviese escrita en prosa, no dejaría de ser tan poética y seductora como es. Si el Telémaco lo tuviésemos en verso, poco ganaría, y Fenelón no fuera mayor poeta. Más procuraremos que haya de uno y otro, porque es la pura verdad que un hechizo misterioso derraman las ideas vaciadas en los melifluos y sonoros endecasílabos de Garcilaso, y la guerra misma se reenfurece, por decirlo así, y crece en sanguinaria pompa descrita por las valientes pinceladas con que retumba el Tasso. 64
Sol de’ colpi il rimbombo in torno mosse L’ immovil terra, e risonare y monti. No sabemos lo que será La Ilíada en verso heroico forjado en la fragua del mismo Homero; más parécenos que debe ser sublime la despedida de Héctor y Andrómaca, tiernos los espantos y vagidos del muchacho Astianax al ver el aspecto guerrero de su padre y el resplandor de sus broncíneas armas. Pero vamos a ver, La Ilíada traducida en prosa a todos los idiomas del mundo ¿deja de ser La Ilíada? Diremos que falta la música de la rima; pero la poesía allí está rebosando. Hay poesía en prosa, la hay en verso. No di yo la vuelta al globo como sabio navegante descubriendo tierras desconocidas, rompiendo los témpanos eternos que obstruyen el paso de los polos; no encontré islas desiertas en donde serpenteasen deleitosos y fecundos ríos, en donde se alzasen sobre escarpadas florestas encantados palacios de Armidas y Reynaldos; no penetré las selvas de Africa ni las hube con leones y panteras, como esos viajeros cazadores que allá rompen las puertas que la naturaleza quiso mantener cerradas y van a sorprender sus misterios en el corazón del Sahara o en los impenetrables bosques de las vírgenes montañas. Pero recorrí casi todas las naciones cultas de Europa estudiando su política, observando sus costumbres, abominando sus vicios, admirando sus buenas cualidades; y como los hombres ilustres suelen ser en todas partes el resumen de los progresos de su Patria, procuré verlos y conversar con ellos entrándome por sus puertas a título de extranjero y de acatador del ingenio y las virtudes. Pero si esto me comunica alguna honra, no pongo la monta en ello. Mis ascensiones a los montes célebres, mis contemplaciones tristes en las ruinas del Coliseo, mis paseos nocturnos por entre los escombros de la Ciudad eterna, mis melancolías, ¡ay! mis melancolías en las casas desiertas de Pompeya son los que me hacen valer algo a mis propios ojos; porque si la conversación y el trato de los hombres engalanan el entendimiento, como dice Gibbon, la soledad es pábulo del numen. Otro mundo es ese a que el alma se remonta a solas cuando uno lleva sus pasos por los lugares renombrados, pensando en lo presente, rememorando lo pasado, cavilando acerca de lo porvenir, solo, triste y acaso entre las sombras de la noche. Con menos gratitud me acuerdo del alcázar de Versalles y del palacio Pitti que de las ruinas del templo de la Paz y la Columna de Trajano; menos pueden conmigo las ruidosas mascaradas de la Fénice y de la Ópera que el baile extravagante que unos pastorcillos me ofrecieron para mi recreo en un templo ruinoso de Puzzola, cerca de los antiguos jardines de Agripina; en menos tengo la presencia y las palabras de sabios y poetas de las ciudades vivas, que esos romanos majestuosos de negra barba y misteriosa catadura que encontré no po65
cas veces sentados melancólicamente en una piedra derrumbada del Tabularium o de la Casa de los Césares. La soledad en medio del siglo es lo que más nos vale; pues si la compañía y concurso de gente nos enseñan a vivir, el aislamiento y la conversación consigo mismo nos enseñan las cosas de que más nos conviene estar actuados. If from society we learn to live, T’ is solilude shouth teach us how to die. No tendrán que sonreírse mis lectores de inverosímiles aventuras, ni les describiré saraos brillantes en mansiones de señores, porque no los he pasado. Pero sí navegarán el lago Averno y entrarán a la cueva de la Sibila de Cuma; les haré subir conmigo al Monserrate o al Vesubio; atravesaremos ese viejo Tíber, precisamente por donde lo pasó Clelia ahora dos mil años. Yendo a conocer la roca Tarpeya entré por una puertecilla vieja y agujereada. Una mujer alta, pálida, de mirar profundo y vestir negro fue quien me la abrió y me condujo hasta el borde de aquella famosa roca de donde Manlio fue precipitado por haber pretendido la corona de Tarquino. ¿Esta es Roma? Decía dentro de mí mismo; ese montón de ruinas que allá parece, entre las cuales está ladrando lúgubremente un perro, ¿fue la ciudad que dio Escipiones y Pompeyos? Y esa triste montañuela que da mezquino pasto a cuatro esqueletados búfalos, ¿llamábase Aventino, y vio en sus faldas al pueblo romano y sus tribunos imponiendo la ley a los Quintios y los Claudios? Esos ladrillos casi negros hacinados aquí y allí formaron tal vez la morada del gran Júpiter: de aquel barranco en donde veo durmiendo un pordiosero mostró Antonio por ventura el cadáver de César sacudiendo su ensangrentada clámide: por esa vereda espinosa, quizás la vía Apia en otro tiempo, huyeron Casio y Bruto teñidos con la sangre del tirano a buscar a Roma en donde no hallasen servidumbre. El mundo antiguo y grande rodaba en mi cabeza y ni sentía yo la lluvia que caía sobre mí, ni la neblina que me circundaba como para concurrir a la funestidad de aquella escena. La mujer que me dio entrada se había retirado a la casuca donde vive, y me hallé solo en medio de tantas y tan grandes sombras como iban pasando delante de mis ojos. Vi a Lucrecia; vi pasar el cuerpo de Cicerón sin cabeza, y ésta rodando a los pies de su enemigo que reía a carcajadas; vi a Catalina corriendo con furia con un tizón en la mano, poniendo fuego a los templos de los dioses: vi… ¿Qué voz podrá decir cuánto se puede ver en Roma? Al volver de mi sublime desvarío vi ya positivamente: vi a la mujer romana que en su corredorcillo se estaba a contemplarme, curiosa de ver despacio un 66
extranjero tan solitario y taciturno: vi las gotas de agua que caían monótonas sobre las piedras resbalando de la humilde choza: vi un jergón en donde estaba acurrucado un gato negro de ojos centellantes: vi un gallo inmóvil sobre la pata izquierda durmiendo mientras llovía. Y a tiempo que esto veía el grito de las ranas, subiendo del Foro, llegaba a mis oídos en uno con el balar distante de alguna hambreada oveja. Y volví a decir dentro de mí mismo: ¿Esta es Roma? Roma eran ambas: la una, la Roma de los prodigios, la Roma de las virtudes, la Roma de los grandes hombres y de las grandes cosas, la Roma de ahora veinte siglos. La otra, la Roma de los vicios, la Roma del hambre y la miseria, la Roma de la nada, la Roma de nuestros días. Y cuando salí haciendo este triste paralelo en mi cabeza, se confirmó mi juicio con la cantinela que bajo las murallas derruídas de la ciudad alzaban los arrieros al tardo paso de sus mulos. La oyeron otros viajantes, la oí yo, la ha de oír todo el que tenga oídos para las voces de sentido grande y melancólico. Roma! Roma! Roma! Roma non é piú come era prima. Estas son las cosas pasadas por mí, éstas las he de referir para los que gusten de viajes sentimentales. No los escribo como Sterne; pero sí puedo escribirlos conforme a la verdad y a las blandas o amargas afecciones que acarreaba conmigo por las ciudades más famosas de lo antiguo y lo moderno. Los Pirineos y los Alpes son hermanos; de los unos pasaremos a los otros, del Arno al Guadiana, del Anio al Manzanares; o iremos por las floridas márgenes del Turia aspirando rosas y jazmines, regalándonos con esos dorados pomos, provocativos y sabrosos más que los del jardín de las Hespérides. Tomaremos un baño en el Genil para hacernos propicias las bellas de Granada, bien así como los suaves indios se hacen aceptos a sus genios con bañarse en las aguas corrientes del afortunado Ganjes. Y subiendo a la Alhambra por el bosque en donde el ruiseñor suelta la voz divina, resonarán nuestras pisadas en los propios mármoles que oprimieron las plantas del fiero Aben Said y de la bella Saida. El Darro separa las colinas del Albaicín y de la Alhambra: es ese un riachuelo borrascoso, a pesar de su reducido caudal, que entre piedras y chaparros se precipita braveando, límpido, travieso, haciendo espuma a los recodos y conchitas en donde las ninfas se refrescan; veloz como un saetín en otras partes y mal enojado, si da con una grande piedra que le interdice el paso. Sus orillas son montuosas, verdes, llenas de silvestres flores, hasta que baja a la campiña de Granada a entregarse al Genil y, ondas con ondas confundidas, la van fertilizando y hermoseando en el largo trecho que la bañan. ¿No será de nuestro gusto, en una 67
mañana de abril, fresca, pura, con un sol resplandeciente y halagador pasar de la Alhambra al Generalife atravesando el Darro? Licurgo mandó a colocar la estatua de la risa en todas las mesas públicas. En Lacedemonia los ciudadanos comían juntos, sin que de esta obligación estuviesen exentos los reyes no los Eforos. Tenía para sí aquel gran legislador que la vida mas austera debía templarse con tal cual pasatiempo honesto, y que era conveniente quitarse las canas con algunos instantes de bien sazonada charla y un asomo de ironía culta y salerosa, capaz de separar los labios según la costumbre de Demócrito. Si Licurgo, el severo e inflexible Licurgo, hizo venir la estatua de la risa a los banquetes de los lacedemonios ¿cómo la habíamos de proscribir de nuestra humilde mesa? Rabelais se hombrea, en las librerías de los doctos, con Homero y Tito Livio; Lafontaine ocupa lugar eminente en ellas, y nada se hace sin Mopere. ¡Quién nos diera ser capaces de agenciarnos con frecuencia algunos instantes saludables para este abatido cuerpo! Saludable es la bien nacida risa, dulce su imperio, y los sabios no la desdeñaron, sino es la del gremio de los necios. Las estatuas y retratos de la hermosura por la mayor parte están sonreídas en el Vaticano. Los niños, inocentes y virtuosos por el mismo caso aún sin saberlo, ríen mucho; y la nación más culta e importante de la tierra lo hace todo riendo. ¿Hay racional en el mundo que no guste de Cervantes? Al invencible don Quijote no le resisten ni los alemanes con todo su carácter frío, penoso, tétrico. ¿Y puede algo con los ingleses el spleen cuando ese Panza amigo vuelve del Toboso a dar cuenta de su embajada a su amo? Una de las injusticias más lastimosas para Juan Jacobo Rousseau es la temeraria, falsa e impía acusación de sus enemigos, de que en su vida se rió. “Eran unas carcajadas con Diderot y d’Alembert, dice, que no había más que oír, cuando a la buena de Teresa se la había metido en la cabeza tenerme por el Pontífice Romano. De donde provenían a su juicio los miramientos y atenciones de que yo era objeto acerca de los nobles”. Si es preciso reír, riamos; si conviene llorar, lloremos. El hombre es un péndulo entre una sonrisa y una lágrima, ha dicho un gran poeta. Y estoy para creerle cuando considero que no hay ente más desigual que el hombre; tan desigual, que algunos filósofos antiguos se atrevieron a regalarle con dos almas. El ejército cartaginés había entrado en miedo, a pesar de haber vencido ya una vez a los cónsules romanos, con motivo de las legiones numerosas que éstos pusieron en campaña después de su derrota, contra toda la previsión del enemigo. Andaban pues los cartagineses indecisos, penosos y cavilantes con el funesto y acaso no remoto porvenir que les aparejaba la fortuna, y antes con gana de llorar que de reír. Giscón, personaje de alto lugar entre ellos, se va para Aníbal, y 68
todo maravillado y afligido –¿Veis, le dice, cuán numeroso y admirable ejército contra un puñado de hombres como nosotros somos? –Sí, responde Aníbal; pero hay una cosa que me admira mucho más. –¿Cuál? –El ver que en tan gran muchedumbre de enemigos no haya uno solo que se llame Giscón como vos. Y los cartaginenses como lo van sabiendo, y el mismo Aníbal se toman a reír tan desencajadamente, que no acaban ni cuando se empeña la batalla, y riendo consiguen la victoria, sin encontrar ni un solo Giscón entre todos los que van matando. Puede ser que nosotros tampoco encontremos ni un Giscón en la multitud de enemigos y envidiosos como verosímilmente nos vamos a concitar, sin razón por cierto; pues no pertenece a nuestro plan hacer daño gratuito a nadie; mas suele ser uno muy grande no estar al nivel de tanto necio o pervertido como infestan las ciudades, haciendo mucho y sin hacer nada, sino el mal de sus semejantes. Stultorum infinitus est numerus. Haremos lo que Aníbal, riendo llevaremos cuesta abajo a nuestros enemigos, si ya merecen nuestras armas. Y las costumbres, asunto de los buenos ingenios, como Carlos Dickens en Inglaterra y Balzac en Francia, tendrán, con todo la modestia necesaria, su lugar en nuestro escrito. Si se nos contradijere en los asuntos serios con buenas razones y con la urbanidad que cumple a la gente delicada, nada quedaremos a deber en buen trato y miramientos a nuestros contradictores. Si echaren por el camino de los oprobios, como por desgracia se suele acostumbrar en estos oscuros países, responderemos como Foción. Un enemigo suyo le interrumpió su discurso cuando hablaba en público para colmarle de injurias calumniosas y groseras. Calló el orador, y sin dar la menor señal de enojo se estuvo con gran serenidad esperando que su descomedido adversario concluyese; y así como hubo concluido, pues no había quien echase leña a su ira, tomó el hilo de su arenga y en el mismo tono que al principio continuó sin proferir un término acerca de las imputaciones e insultos que acababan de oír todos. No hay réplica tan picante como tal desprecio, dice Montaigne. Los que nos calumnien, los que nos agravien, los que nos llamen importunos eruditos, enemigos de bajo suelo han de ser e ignorantes. Si no obtuviesen de nosotros respuesta por escrito, sepan desde ahora y para siempre que les contestamos a la manera de Foción. Los tontos quieren que todos lo sean; los desalumbrados se incomodan de que otros sepan algo, y se arrojan a zaherir a quienes hablan por boca de la moral y la filosofía. Si el ingenio propio no da de sí cuanto quisiéramos para ilustrarnos e ilustrar a los demás, ¿cómo no acudir a los sucesos y palabras de los tiempos y varones superiores a nosotros? Epicuro escribió trescientos volúmenes sin una sola acotación ni pensamiento ajeno. Pero este Epicuro era el más 69
orgulloso de los hombres, y el único entre todos que se ha atrevido a llamarse sabio él mismo. Crisipo hacía todo lo contrario. ¿Y no vemos a cada paso en los autores modernos de más nota: “como dice Plutarco” “en el sentir de Plinio”, “conforme al dictamen de Aristóteles”? Tengo para mí que un suceso grande y aprobado por los siglos, una sentencia o apotegma filosóficos prestan más para la instrucción y el deleite, que la insulsa y dislocada riada de términos vacíos que van los ingenios vulgares echando afuera, sin provecho de nadie, pero sí tal vez en daño de los buenos. Si hemos de hablar de sabiduría, nombraremos a Sócrates; si de virtud patricia, a Catón; si de desinterés, a Epaminondas; si de fidelidad y fortaleza, a la esclava Epícaris, y habremos dicho más y mejor que lo alcanzáramos con nuestros solos pensamientos y afecciones. ¿Por ventura será malo estar al cabo de la historia? Ella es el libro de la sabiduría, y el que leyó una página vale más que el no leído. Los letrados en la China gozan de mil privilegios, son unos como Vestales, que para el augusto encargo de mantener el fuego sagrado han menester veneración de parte de los fieles. Pero he aquí ladrado de perros el que tuvo la osadía de manifestarse algo instruído al mismo tiempo que las sacrosantas cláusulas de libertad y Patria, si eran pronunciadas de buena fe, le hacían recomendable y digno de respeto de los libres y patriotas. Reinen, reinen las tinieblas. Pero los que estamos pasando la flor de la juventud en la vida privada, a vueltas con nuestras ansias de saber, no tocados por el vaivén eterno de la baraúnda política, mucho tiempo hemos tenido de leer, de estudiar, de aprender, de sentir. En orden a lenguaje sepa, si alguno se previene a censurarnos, que lo hemos aprendido en los autores clásicos, en los escritos del buen tiempo. Suele suceder que el torneo de una frase no suena bien para un oído torpe; que una manera de construcción, autorizada acaso por Cervantes y Granada, no lo oyeron ni la saben los instruídos por Mata y Araujo; que no alcanzan a estimar un corte nuevo para ellos y elegante, y todo es lanzarse en ciegas invectivas sobre que no entendemos de gramática o que faltamos al arte de hablar bien; para lo cual acuden luego a sus librajos, sin venírseles a las mentes que no hay arte ni diccionario capaces de contener toda una lengua, y que donde se la estudia y aprende, donde se la chupa el jugo, si hay quien me sufra esta expresión, es en los autores consagrados por el ascenso unánime. Si hubiere quien venga a corregirme el uso de algún verbo, cuidado que le ponga cara a cara con los Argensolas; si burlarse quisiere de un modismo nunca visto ni oído por él, tendrá tal vez que haberlas con todo un Moratín, o cuando menos con un Mor de Fuentes. Pues advierto desde ahora que en hecho de lengua yo nada he inventado, y si algo hay nuevo en mi modo de decir, lo debo a la lectura de los maestros del siglo de oro de nuestra habla, guiada por la sabiduría de Capmany, Clemencín y Baralt, ilustres 70
defensores del español castizo. No digo que yo tenga aquel primor, aquel hábil tanteo que se ha menester para llamarse escritor pulcro y remirado; pero sí me creo con derecho para desdeñar a tanto crítico zarramplín que sin haber leído jamás una página de Jovellanos, acomete a engolfarse en lecciones superiores a sus aptitudes. El no entender nosotros una cosa o no haberla jamás oído, no es razón para tenerla por mala; y debemos medirnos mucho en esto de criticar, no nos suceda lo que a este librero que tenía en su casa un Homero corregido de su propio marte; esto es, que Alcibíades lo supo, entró furioso en ella, y le dio de bofetones. Cosa muy diferente es la crítica de los hombres instruídos: para ellos tendremos el oído atento, y así como nos tomen en errores o descuidos, nos aprovecharemos presurosos de su sabiduría. Bondad, blandura, trato fino, dotes son de ingenios doctos y de bien formados corazones. En ellos los conoceremos, y no haremos caudal sino de su bien nutrido juicio. La educación del sexo hermoso a que pensamos y debemos consagrar no pocas líneas, la hemos dejado para lo último como descanso de los no siempre agradables discursos de política y gobernación de Estados, y aún de los otros temas capaces de excitar el numen de los escritores. ¿Numen ha de haber más inspirador que éste llamado ángel por unos, demonio por otros, pero demonio o ángel que tiene en sus manos la suerte de las humanas sociedades? Eduquemos a la mujer, sí eduquémosla, no según los dómines antiguos educaban a los niños, con todo el rigor de un amo crudo, ensangrentándolos y haciéndoles nadar en lágrimas, sino con paciencia de filósofos, con cariño de padres, con bondad y mansedumbre de cristianos, sin perder de vista que ese demonio es el ente más sensitivo, más blando de condición, más fácil de levantarse y purificarse por la dulzura, como de corromperse y bastardear por la rudeza. ¡Pobres mujeres! Verdad es que no las feriamos en las plazas públicas, según se estila en los países mahometanos; ni tenemos harenes en donde sirven, máquinas vivas, para los placeres brutos de hombres bastardeados; ni nos hacemos servir de ellas cual si fuesen esclavas por naturaleza, sin dignarnos poner nuestro corazón en el suyo: pero con todo ¡cuán distantes se hallan todavía del lugar que las leyes naturales les señalan igualándolas en derechos al sexo masculino, de las sociales que en los pueblos cultos las han dignificado y engrandecido tanto! Los hombres mismos somos aquí muy bastos e ignorantes; poco tenemos que enseñarles; pero si tenemos poco, aprendamos y compartamos con ellas las luces adquiridas. No hablo de ciencias; lo abstruso nada les importa; más aún, casi siempre las adorna en su perjuicio. Hablo de aquel arte sublime por el cual la mujer sabe ser hija desde luego, esposa enseguida y después madre. En esta triple y tierna faena se envuelve todo lo que ella debe aprender y saber; y 71
si mereció a justo título esos nombres, tenga por sin duda que cumplió con el encargo de la Providencia y los deberes impuestos a ella por la moral humana. La mujer perfecta en Jenofonte no está adornada de sabiduría sino de cordura, no se endiosa por el valor sino por el sufrimiento, no brilla por las gracias y galanuras físicas sino por la modestia. No hemos sabido que Sócrates discutiese con su mujer acerca de la naturaleza de los dioses; contentábase con mantenerla en la fe de los que había. Y Virgilio nos la ha pintado sentada delante de la rueca, o atizando el hogar en donde se cuece el desayuno del esposo. En las naciones modernas de Europa como en Inglaterra, no está en dos dedos que la mujer ocupe su lugar. En Francia se ha propasado, y vive en una como licenciosa tiranía respecto de los hombres y de la asociación civil, si hemos de concretarnos a hablar de las ciudades, pues las cosas llevan otro término con la gente campesina. En Alemania la mujer está bien colocada. De aquí es que alguno ha dicho “que las inglesas eran buenas para amigas, las francesas para queridas, y solo las alemanas para esposas”. Cuando no solamente Virgilio sino también otros grandes poetas y otros grandes conocedores de la naturaleza del hombre pintaron el emblema de la mujer cabal poniendo su imagen delante de la rueca o hacinando hábilmente los carbones del hogar, no tuvieron en su ánimo circunscribir sus aptitudes y deberes al estrecho círculo de la casa y la familia; no la arrancaron fuera de la redondez imensa que abarca el entendimiento, y de las nobles y variadas ocupaciones de que los hombres son capaces, mediante la elasticidad de su alma, cuyas facultades los encumbran hasta tocar con la propia esencia divina, sacudiendo el polvo terrestre por el cual son tan miserablemente bajos. Quisieron sí dar a entender esos ingenios que el ahínco de la buena mujer se ha de marcar sobre todo en lo perteneciente a la vida doméstica, como que ella es el modelo de la pública, y como que en ella se recibe la educación según la cual nos hemos de manifestar buenos o malos ciudadanos. Raro será que un buen hijo sea mal discípulo, que un buen padre de familia sea mal patriota. Lo que se aprende en la casa tarde o temprano sale a la calle; por donde la condición del hombre público remonta al privado y la mujer viene a ser el maestro primitivo del cual aprendemos a ser buenos o malos, importantes o para nada. Para ser madre cumplida, para inspirar al niño las afecciones que algún día le harán hombre de bien, las ideas que le harán elevado, ¿no es preciso tener en el corazón buen acopio de grandiosas afecciones, claros y justos pensamientos en la cabeza? Para ser cumplida esposa ¿no ha de estar al cabo de las obligaciones que la constituyen tal, y saber al mismo tiempo cuán preciosa es la virtud? Para ser hija obediente y acatadora de la majestad paterna, no basta ese profundo y natural obedecimiento con que todos nacemos; conviene tener luces sobre este 72
eslabón sagrado por el cual pertenecemos a nuestros padres, como la criatura humana en general pertenece al Criador. Y para todo esto ¿no se ha menester filosofía, moral, y aún ciertos conocimientos de otro género? Si hay quien lleve a mal este modo de apreciar a la mujer, tema el caer en falta respecto a la naturaleza: haciéndola buena hija, buena esposa y buena madre, la hemos hecho todo lo que Dios mismo quiso hacerla. Si es buena hija alimentará a su padre moribundo con la leche de sus pechos, como ya lo hizo la romana antigua, y dará a todas las generaciones un ejemplo sublime de ternura. O bien morirá y se enterrará con él, si no pudo salvarle la vida, como aquella heroica joven cuyo epitafio encuentran viajeros a orillas del Rin en los escombros de Aventicum: Julia Alpinula: hic jaceo. Infelicis patris infelix proles. Y con esto nos enseñará la abnegación, una de las virtudes más preciadas. Si es buena esposa, se sepultará con su marido, cual otra Eponina, nueve años en una cueva, por acompañarle a huir de los tiranos, o como Arria enseñará a morir por la honra a su marido, atravesándose el corazón con un puñal en su presencia. ¿Y es poco enseñar esto de comunicar con el ejemplo el valor virtuoso, que se encamina a prescribirnos el honor teniendo en poco la existencia? Si es buena madre criará Escipiones, dará Gracos, y habrá hecho por la humanidad lo que nunca pudo hacer el hombre más valiente e ingenioso. Cornelia vale más que un héroe, Cornelia es superior a sabios y poetas; Cornelia, inspirando a sus hijos la virtud y la libertad como parte de ella, alcanza mucho más aprecio y veneración de los hombres, que tantos grandes hombres, grandes por haber conquistado y vertido a torrentes la sangre de sus semejantes. Estas son las hijas, las esposas y las madres que querríamos formar; y a buen seguro que para ser las sombras de ellas, habría mucho que entender y saber. ¿Qué importa ese barniz de sabiduría con que de cuando en cuando han pretendido malamente brillar las mujeres modernas? No han conseguido sino obligar a Moliere a escribir la comedia de “Las mujeres sabias”, y a Byron la sátira de “The Blues”. No, no queremos medias azules: queremos mujeres instruídas en la virtud, apreciadoras de la honra, dignas de nuestro respeto, sin quitarles la instrucción necesaria para su encargo y para la cultura y adorno de inteligencia que alcanzan nuestros tiempos. Los Estados Unidos nación inferior a muchas europeas por más de un respecto, han comprendido que el hilo de la felicidad estaba en la educación y el puesto de la mujer, y siguiendo este principio en breve superarán a todas en progreso morales como ya las superan en físicos. Allí las mujeres instruyen, edu73
can a los hombres ¡están en el caso¡ Las mujeres dirigen las escuelas, las mujeres tienen pensiones, las mujeres son maestras de lenguas, y la casa está regida por ellas como Esparta por Licurgo. ¿De dónde procede tan rápido incremento de educación de la mujer americana? De las leyes, que despiertan su buen natural y fomentan su espíritu de virtud; de las leyes, que la tratan como Alejandro a la mujer e hijos de Darío; de las leyes, que las resguardan y las vengan de las tropelías de los hombres. Júzguese cuán protegidas son las mujeres por las leyes de los Estados Unidos por una o dos anécdotas históricas que voy a referir104. Un mancebo de familia distinguida (no las hay en ese afortunado país sino por el talento y las virtudes) enamoróse de una joven plebeya; y por grande que sea allí el imperio de la democracia, no se le acomodó el ánimo al muchacho a casarse con la hija de un curtidor. Le inspiró cariño, la perdió. Un hermano de ella va para el seductor y le dice secamente: “Si dentro de un año, en tal día, a tal hora no se ha casado Vd. con mi hermana, le mato”. Transcurre el año y nuestro Gazul no se casaba. Vino el otro (no había vuelto a decir un término), y en tal día, a tal hora le voló los sesos. El jurado absolvió al reo a votos conformes. 104 Por los años de 1781 privaban mucho en Inglaterra las sociedades literarias cuyos principales miembros pertenecían al bello sexo, empeñado en tratar con los sabios acerca de las materias más abstrusas y ajenas a la mujer. Uno de los personajes más eminentes de esas reuniones era Mr. Stilligfleet, tan notable por su sabiduría como por su modo de vestir, pues entre otras rarezas, llevaba siempre medias azules (blue stockings.) Eran tales la excelencia de su conversación y su principalidad, que cuando este señor fallaba, las señoras sabían exclamar: We can do nothing without the blue stockings (nada podemos hacer sin las medias azules). Un francés distinguido tradujo este blue stockings por bas bleus aplicándolo literalmente a las literatas de esas sociedades, equivocación que hizo reir mucho a las mismas sabiondas, que empezaron a ser llamadas con ese nombre Croker’s Bowell. Ese término ha quedado admitido para designar a las mujeres importunadas que dejan la casa por el Liceo. De las cuales peripatéticas y de las otras poetisas se queja de este modo un buen ingenio. Si estas nuevas no son bolas de la gente, no bajan de cien las damas españolas que están escribiendo dramas actualmente y si está de norabuena nuestra escena, los varones. En vez de trajes de gala, debemos vestir crespones que estamos de noramala. Señor, por tus cinco llagas reprende a este sexo impío, pues si da en hacer comedias; ¿quién, Dios mío, nos remendará las bragas. y las medias?
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Iban en un wagón, caminando por un ferrocarril, una hermosa niña y un mozo de sus mismos años y semblante. Desconocidos eran éstos, y el varón devoraba con los ojos a la otra, que ya no sabía dónde poner los suyos: verdad es que los tenía rasgados, negros, límpidos, cargados de largas pestañas, con lo cual traía revuelto el corazón de su vecino. Llegan a un pueblo, y a tiempo de apearse, el ardiente mozo le pone con vehemencia sus labios en los de ella. La muchacha, sin decir palabra, confundida de rubor, se va para la Policía, con cuyos agentes torna luego al sitio de la ofensa, en donde se prende al malhechor. El jurado le condenó por unanimidad a diez años de presidio. La perfección y felicidad de la mujer depende de las leyes, las cuales dependen de los hombres: hagámoslas buenas, y nos pondremos en camino de educarla. Después ya podemos irla perfeccionando con justas y bien sazonadas prédicas, con sublimes paradigmas de los grandes tiempos, con historias de Arrias y Lucrecias, que no pueden poco en su imaginación vehemente y amiga de propender a su importancia. En el orden de la naturaleza las mujeres pueden mucho; no menos en el social, donde saben estimarla. Si algo han de valer ellas por mí, yo he de valer algo por ellas, según este decir de un viejo amigo mío. El hombre se protege por lo que él vale, la mujer, por lo que valéis. No se trata aquí de protección, pero si de aprobación. Y las sé decir que la suya compensará con buena adehala, dejándome a ganar no poco, el deslenguamiento de los necios y de mis enemigos que, puesto que no lo sé, me los debo tener, conforme a la triste regla por la cual no les faltan a los hombres de bien. Pero Yo me diré feliz si mereciere en premio a mi osadía, una mirada tierna de las gracias, y el aprecio y amor de mis hermanos, una sonrisa de la Patria mía, y el odio y el furor de los malvados.
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De la libertad de imprenta
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Refieren de Aristipo que habiendo naufragado una vez, salió a nado a la orilla y se llenó de gozo al ver en la arena trazadas ciertas figuras de geometría, indicio evidente de que la providencia de los dioses le había echado a una colonia griega y no a un país bárbaro. El que en un pueblo encuentra establecida la imprenta puede estar seguro de que llegó a una nación civilizada; el que ve un periódico en la tierra a donde le llevó la suerte o el acaso cuenta con que tiene que haberlas con hombres ilustrados. Hay señales inerrables de la situación moral de las humanas sociedades, que a primera vista nos haces columbrar sus aptitudes, sus inclinaciones y las cosas de que gustan ocuparse. Las figuras de geometría encontradas por Aristipo en la playa del mar, el uso de la moneda, los libros y periódicos son testigos de buena fe de que no dimos en un país de bárbaros, o de que el despotismo no impera en esas afortunadas comarcas, el despotismo, peor mil veces que la barbarie. La libertad del pensamiento ha constituído siempre la libertad política; y estas dos libertades por maravilla no habrán traído consigo la libertad civil, grupo adorable y seductor como el de las tres Gracias. A medida que el absolutismo toma pie las tres libertades se separan: cuando descuella con todas sus fuerzas, cuando oprime con cien brazos, como dice Montesquieu, no deja sombra de ellas, bórranse, destrúyense, el lienzo queda limplio para recibir la imagen del tirano. Remontémonos a los primitivos tiempos y tomemos el agua desde arriba. La sabia y republicana Grecia, tenía por ley la libertad del pensamiento: las plazas públicas servían, por decirlo así, de imprenta, y los ciudadanos todos grandes y pequeños, ricos y pobres, nobles y plebeyos tienen allí derecho de intervenir en los asuntos públicos, tomando la palabra y diciendo sin reparo su dictamen ora sobre la conducta de los magistrados, ora sobre las acciones de los generales, ora en fin sobre la conveniencia y deberes de la República. En las tribunas del pueblo no resuenan solamente las voces de los Pericles y Cimones, de los Nicias y Licurgos; los Hiperbóreos llaman también la atención de sus conciudadanos, y a fuerza de ser libres alcanzan el ostracismo, noble pena por la cual no brillaban sino los prohombres de mayor suposición. Alcibíades arrastrando su grandioso manto de púrpura atraviesa la plaza de Atenas, se encumbra en la tribuna, y en explayada y egregia elocuencia pide tal guerra en donde su gloria prevalezca sobre los intereses del pueblo. Mas no ha de faltar un 105
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Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp.
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ateniense oscuro, un hombre del Estado llano que ponga en práctica sus fueros contradiciendo al rey Alcibíades, y ganando los sufragios de sus compatriotas a su parecer. Es que Atenas era libre entonces, libre la palabra, y el pensamiento no reconocía señorío, sino era la razón y la justicia. Pero una vez perdida su libertad política perdióse la elocuencia, y los treinta tiranos prohibieron al pueblo subir a la roca Pnix en donde tenía sus reuniones más acaloradas y en donde la independencia y libre albedrío desplegaban todas sus banderas. Pisístrato huella impío las leyes de Solón; Pisístrato es tirano; con Pisístrato nadie habla. Muere Pisístrato, revive la palabra: los atenienses otra vez armados de ella, se encastillan en los lugares eminentes que veneraba el pueblo. Hiparco los sorprende todavía y los encadena: vuelve el mutismo, el pensamiento gime, y la palabra no es sino la prisionera del tirano Hiparco. Harmodio y Aristogitón dan al través con él, libertan a su Patria, y la Patria agradecida alza estatuas a los héroes y mantiene a sus hijos a expensas del erario: todos gozan entonces plena facultad de expresarse, y avientan sus opiniones al rostro, digamos así, de los que por ventura abrigan en su pecho nuevos proyectos de tiranía. Pero la libertad es árbol sujeto a mil enfermedades, muere y retoña según le influye el cielo y según los vientos que le azotan. ¡He allí la libre Atenas esclava de Demetrio, alzándole altares como a un dios y decretando que cuanto hiciese el tirano se tuviese por justo entre los dioses y por sagrado entre los hombres! Si se le había dejado la voz tan solamente para que trasloe a su amo, ¿podía articular un término en pro de la muerta libertad? El gobernante que no permite hablar ni escribir es tirano; el pueblo que no puede ni uno ni otro, esclavo. Si Aristipo hubiera aportado en nuestras costas, no hay duda de que hubiera creído hallarse en casa de la barbarie o de la servidumbre. Los comicios de Roma principiaron con la expulsión de los Tarquinos, y fue Bruto quien dio voz a los Romanos, enseñándoles a ser libres y a decir sin rebozo que lo eran. Los Icilios, los Numitorios y Virginios no hablaron mientras Roma tuvo reyes: cuando hablaron, los Decenviros vinieron al polvo y la Patria recobró sus regalías a fuerza de expresar sus pensamientos y deseos. Los Gracos son la encarnación de la libertad romana: los Gracos arengan al pueblo, le ponen de manifiesto las usurpaciones del Senado, le instruyen y señalan el camino de la verdadera libertad. Los Gracos sucumben a impulsos de los nobles, esto es, de los tiranos, y porque quisieron ser libres les llaman demagogos, y porque dispararon sus tiros contra la tiranía les llaman conspiradores. ¿No sería más justo y mejor decir, como ya dijo otro, que el Senado y los Cónsules conspiraron contra los Gracos y el pueblo? En general mientras Roma gozó de libertad política tuvo el libre y pleno uso de la palabra; y tal fue el respeto que este derecho imprimió en el corazón hasta de sus enemigos, que Roma era ya sierva y no se 78
había amordazado a los romanos. César dueño del mundo, olvida las varillas que Cicerón no había dejado de echarle cuando aún no había vencido; y en órden a los cargos respecto de Catón tiene por mejor y más digno de él refutarlos con la pluma, contrarrestando poderosamente la elocuencia de su adversario. El mismo Augusto, en cuya persona empezaban a asomar los reflejos divinos con que los emperadores iban a endiosarse luego, sufrió en buena paz y filosofía, no digamos las censuras contra su gobierno, pero también las sátiras contra su propia majestad; y era esto en tanto grado así, que se leían públicamente los escritos de Asinio Polion, las oraciones de Marco Bruto y las de Marco Antonio que estaban llenas de vituperios contra él y su predecesor. Ni las obras de Catulo y Bibáculo, tan adversas a la casa de los Césares, se vieron proscritas hasta que Nerón hizo morir a Cremusio Cordo por el inaudito crimen de haber llamado a Casio el último de los romanos. Cuando aquellos resolvieron no ser los padres sino los verdugos de la Patria, ya no se fueron a la mano en la persecución de los oradores y escritores públicos. Domiciano condenó a muerte a Meto Pomposiano que leía en las tertulias las arengas de Tito Livio, con decir que los recuerdos y los sentimientos de que ellas estaban rebosando podían perjudicar a la seguridad del César. ¿Mas qué decir cuando el mismo Senado expidió un terrible decreto por el cual se expulsaba de Roma a todos los filósofos? El Senado no era entonces aquella junta de dioses que detuvo a los galos respetuosos y mudos en su presencia, sino un conciliábulo de siervos que no pensaba sino en decretar honores divinos al emperador, poniendo el sello a todas sus iniquidades. Así pues, el primer cuidado de los tiranos ha sido en todos tiempos ahogar la voz de los oprimidos, aniquilar el pensamiento público. De donde la sana razón y buena lógica deducen, que si un rey o un presidente consiguieron imponer silencio a la nación, maniataron la libertad. Desde ese instante ya no son gobernadores de pueblos, magistrados de naciones; amos son que maltratan esclavos inocentes, capataces que oprimen y flagelan a una muchedumbre de orates desdichados. Las naciones modernas de Europa casi todas son regidas despóticamente, si bien la forma de la monarquía en la mayor parte de ellas se dice constitucional. Y vemos con asombro que el monarca más poderoso y absoluto guarda con todo ciertos miramientos y consideraciones a la prensa, que son desconocidas en la América republicana. En el imperio francés los periódicos están sujetos a una advertencia, a una amonestación, y no se les suprime sino por contumacia, quedando ilesos los escritores, si no traspasaron los términos prescritos por la ley o la moral, en cuyo caso los tribunales competentes toman por suyo el cuidado de la vindicta pública. El propio despotismo respeta la opinión en los pueblos verdaderamente cultos, y la testa coronada ha de guardar cierto temperamento que 79
mantenga el equilibrio entre la voluntad absoluta, la paciencia de los súbditos y el concepto del mundo civilizado. En 1858 salían a la luz en Francia 600 periódicos entre diarios, hebdomadarios y revistas mensuales, los cuales, si podían contenerse en ciertos límites de moderación y buena crianza, hablaban hasta de los actos más íntimos del gobierno, sin ocultar su juicio. La Gran Bretaña tenía 800; la Gran Bretaña, asiento de la libertad política, reino de las leyes, da de sí escritos muchos y muy buenos. ¿Un presidentillo de América no se tendría por el más triste de los hombres si su gobierno estuviese sujeto a tantas cortapisas, si sus actos pasasen por tantas desembozadas censuras, si su responsabilidad fuera tan grande como la de Inglaterra? ¡Qué es, mi Dios, ver a todo un lord Palmerston, a todo un primer ministro de la reina Victoria, a un amo de los mares, y como tal a un inspector del mundo, arrastrado por un simple y oscuro particular al tribunal de la justicia! A Melgarejo o a Pezet les debe parecer esto lo más ridículo, y cuando oyen esas cosas, les sucede lo que a ese rey del Pegú, que habiéndole hecho saber el veneciano Bálbi como en Venecia no había rey, se tomó a reir con tanta fuerza, que por poco se le revientan las arterias y se muere. En Inglaterra los escritores solo al jurado temen; vale decir que la licencia es la prohibida, y en tanto no dan en ella, los ciudadanos pueden bornear el pensamiento y ponerlo en el punto que a sus intenciones corresponda. De todo hablan, todo lo discuten, todo lo juzgan: el gobierno tiene en la prensa un censor poderoso por lo que en ella hay libre y autorizado; la prensa es el de aquí no pasarás de los gobernadores, de los ministros, del monarca y aún del poder legislativo. Nada hay más respetado en este afortunado pueblo que la ley: ella es la verdadera reina, y la otra no hace sino obedecerla y mandarla obedecer. ¿Qué cachidiablo ridículo y perverso viene a ser un estadillo de la América Latina al lado de esa matrona sabia, cuya frente fulgara rayos de luz purísima? La Gran Bretaña, monarquía; el Perú, Nueva Granada, el Ecuador, repúblicas: ¿en donde reinan las leyes? ¿dónde impera la justicia? ¿cuál de ellas es más libre y decorosa? Sin los vicios que una larga sucesión de siglos, un refinamiento de cultura y la natural propensión de las naciones a la decadencia cuando han llegado al remate de la civilización, me atrevo a decirlo y no lo temo, mucho más prestaría para nuestra felicidad el reflejo de la de aquella nación, que todas nuestras soñadas libertades y derechos de republicanos. Sepámoslo ser, y con nadie cambiaremos nuestra suerte; pero si con ese rico nombre no somos sino ilotas a quienes se da de puñaladas hasta por pasar el tiempo, somos los más mezquinos y desventurados de los hombres. En España, en Austria y Prusia cuyos soberanos hacen derivar de Dios su derecho a la corona, no puede hablarse del de los pueblos sino entre rincones y como de cosa prohibida; pero en fin se escribe, y los escritores no son perse80
guidos y aniquilados inmediatamente y sin otro motivo que sus escritos; lo cual prueba que puede haber y hay despotismo ilustrado, que sin perder de vista sus personales y tristes conveniencias, jamás echa en olvido aquella consideración debida al juicio de las demás naciones y al afecto o al engaño de los que están uncidos a su yugo. ¿Es por ventura este despotismo ilustrado el de la América del Sur? No, visto que la opinión pública ni el concepto de las naciones no entran para nada en el entender de los que gobiernan como kanes de Tartaria. ¿Dónde está esa fina urbanidad de Napoleón III, que pudiendo ser y siendo todo, sufre que primero se advierta a los editores de un periódico, que luego se amoneste y que no se lo suprima sino cuando no hay mejor remedio? Y aún así más tarda el Emperador en ausentarse ocho días de la corte confiando la regencia del imperio a su esposa, que ésta en levantar y anular las advertencias y amonestaciones que pesaban sobre la prensa, y dejarla como si fuera a principiar. Napoleón es déspota, no hay duda; pero ¡qué déspota tan ilustrado! Napoleón es tirano algunas veces, no hay remedio; pero ¡qué tirano tan remirado, qué tirano tan fino y elegante! Vaya, si siquiera hubiera cultura en estos Sultanuelos ruines que nos quitan la vida. Pero sus pasiones son de salvajes, de fieras sus arranques. Todo es matar, desterrar, azotar, repartir palos como ciego a Dios y a la ventura, echarse sobre las leyes y los ciudadanos cual pudiera un lobo hambreado sobre un aprisco sin guardianes. Un Fierabrás en Venezuela sabe que un escritor ha vituperado sus pésimas acciones, y a sablazos, le echa a la cama en artículo de muerte106. Un Bélzu oye algunas palabras malsonantes para sus oídos, y se le erizan los pelos del bigote, y cierra con quienes censuran su gobierno. Un García Moreno acude presuroso adonde se escribía, allana el hogar doméstico con batallones enteros de soldados, cierne la ciudad probando si daba con los escritores, y de tomarlos, sin remedio los sepulta en las ciénagas del Napo. Este despotismo no es ilustrado; este despotismo es ciego, bárbaro, selvático. No hagáis cañones de las campanas, no malgastéis en guerras insensatas los adornos de los templos, las cosas sagradas, no convirtáis en balas la letra de la imprenta, ni en soldados los impresores, y ya os puede quedar siquiera un vano pretexto para las otras inauditas violencias que lleváis adelante con achaque de revoluciones: sabido es por los hombres de Estado y grandes políticos que si algún gobierno ha menester de censura es el republicano, cuyo principio es la virtud. ¿Qué es esto de querer reinar sobre idiotas? ¿Acaso nosotros creemos, como los antiguos moscovitas, que la libertad consiste en el poder y uso de llevar la barba larga? Dejadnos hablar, por Dios, que de puro mantenernos en 106 El Señor Bruzual, víctima de este crimen, lo denunció en su lecho de muerte. Los diarios de Nueva Granada lo publicaron con los anatemas que merece.
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tímido silencio nos váis a entorpecer la inteligencia, como que todo lo que no se ejercita, bien así en el alma como en el cuerpo, pierde sus quilates y su fuerza. ¿Timbre será dominar a esclavos mudos? ¿No sería honroso dominar a hombres libres y hacerse querer de ellos, alternar con dignos y hacerse estimar de sus conciudadanos? ¡Ya os veo, tiranos, arrugada la frente, torva la mirada, las manos goteando sangre, buscar como poneros en cobro cuando se os acabe el poder, porque la conciencia os ladra y grita que el enemigo del género humano ha de temer al género humano! ¿Acaso Numa no reinó cuarenta y más años sin aconsejarse de la crueldad sino de la sabiduría? ¿Acaso Augusto no fue el primero de los mortales echando por el camino de la clemencia, cuando vio ser inútil el rigor y aun pernicioso? ¿Acaso Washington no fundó una República y gobernó un pueblo sin que le fuesen necesarios patíbulos, grillos ni calabozos para establecer su autoridad? Si para todos los reyes hubiera una ninfa Egeria, ya los pueblos podían decirse benditos de la Providencia; si todas las repúblicas tuvieran un Areópago, la sabiduría encarnada en las leyes sería la que gobernase; si aquel Washington venerado de los hombres de bien, querido de los justos, deseado de los republicanos recibiera de Dios licencia para venir de numen de todos los gobernantes a inspirarles el bien y el acierto, la pobre América desgarrada por todas partes, oprimida, vilipendiada, que anda rodando de mano en mano como vil peonza, vendría a ser una gran nación compuesta de muchos miembros, a los cuales imprimiera el movimiento un solo y grande móvil, la virtud. Emilio de Girardín que, como le dijeron en Francia, a fuerza de esfuerzos ha conseguido hacerse famoso pero no célebre, salió cuando menos se esperaba enojando al público sensato con la peregrina y desconsoladora especie de que “la prensa no servía de nada, que nada podía el escritor en el ánimo de las masas, y que bien podía prescindirse de ella sin el menor detrimento para los asociados en nación”. ¡Era de ver la cólera con que los periodistas cayeron sobre el pobre Girardín! ¡Le sacudieron, le pisaron, le mordieron, no le dejaron hueso sano, y después de una vehemente discusión quedó en limpio que la prensa era lo mejor que podía haberse imaginado para tener a raya a los tiranos! ¡Sí! La prensa es el canal grandioso por donde corren las ideas nuevas, los grandes pensamientos a infiltrarse en el corazón y la cabeza de los hombres cuan anchamente se hallan esparcidos por el globo; la prensa es uno como sistema eléctrico de infinitos hilos por los cuales se difunden por todos los ámbitos de la tierra los acontecimientos, los cambios y progresos que de día en día tienen lugar en la inteligencia humana; la prensa es el árbol de la vida, si la vida social es la instrucción, la ciencia, los adelantos físicos y morales. De aquí es que en las naciones ilustradas ha de haber imprenta libre, o los que las tienen en sus manos son verdugos cie82
gos, enemigos de la Providencia que gusta de la luz. ¡Imprenta! ¡Imprenta! Arrebatadnos los bienes de fortuna, arrastradnos a guerras injustas, aherrojadnos en mazmorras, pero dejadnos hablar. ¿No sería crimen atroz que empezáseis luego a sacar los ojos a los ciudadanos, a corcharles con plomo los oídos, a privarles del gusto con cauterios? Pues más crueles sois en sacarles los ojos del alma, en privarles de la voz, en cubrirles el pensamiento con una plancha de brea. Si habéis oído al ruiseñor, ya sabéis qué música divina fluye a torrentes de esa plateada garganta. Pero tomadle, ponedle en jaula de repente cuando soltaba la voz libre y sin recelo en el parque de Versalles o en los bosques de la Alhambra, y si os apura la cruel insensatez, liadle bien el pico con un entorchado. ¿Qué vendría a ser esta avecilla dulce y armoniosa, este divino instrumento con que natura se regala en sus soledades y melancolías? Un pedazo de materia inútil sin hechizo de ninguna clase. Ahora suponed que el águila, tirano de los aires, devorase o inhabilitase a todas las canoras aves que pululan a millares en los sotos y jardines de Italia en primavera: ¿de qué armonías, de qué deleites, de qué suaves emociones y gratas influenias no habría privado a quiénes solían escucharlas? Pues esto y mucho más sucede con los tiranos de los hombres y sus víctimas: les quitan la voz, y la política pierde sus censores; les quitan la voz, y la moral ya no tiene defensores, les quitan la voz y la sociedad humana va sin guía trastabillando por los oscuros laberintos por donde la arrastran sus sayones. Si nos podemos expresar, a lo menos el rigor de la tiranía lo templaremos con la queja, consuelo de tristes, pero al fin consuelo; y en queriendo Dios ayudarnos, hablando nos salvaremos. Él nos dio pensamiento, Dios dijo, oíd esta palabra y pensadla bien, vosotros que la pronunciáis sin comprenderla o la comprendéis sin respetarla; Él nos dio pensamiento para que pensemos. Él nos dio sentimiento para que sintamos, Él nos dio voz para que hablemos y nos expresemos: dejádnos pues sentir, pensar y hablar, porque estas facultades están enlazadas de manera que al privarnos de una de ellas, privado nos habéis de todas. Si la espada está arrinconada mucho tiempo, se toma de orín y su vuelta ya no corta. Tal es el pensamiento, si no piensa ya no piensa. Y los opresores de los hombres, por broncos y bravíos que les haya creado la naturaleza, debían de comprender que rinde más para su bien ser uno de ellos por la fraternidad, el primero de ellos por la magnimidad, el todo de ellos por su utilidad, que dejarse estar a gran distancia de sus semejantes aguzando sombríos la daga de Tiberio. Dicen de Sócrates que cuando le quitaron los grillos experimentó una agotable y dulce comezón en la parte que le habían oprimido: esta comenzoncilla grata y voluptuosa es la que están sintiendo los pobres ecuatorianos con habérseles quitado los grillos de don Gabriel. ¡Loor a Dios! ya vemos claro el día; ya 83
el patíbulo vuelve a su escondite inmundo; ya las mazmorras se cierran: ¡quién nos diera que esto fuese como el templo de Jano reinando el cuerdo Numa, por cuarenta años, por ciento, para siempre! Los hombres no serán felices sino cuando se tengan todos por hermanos y dejen de oprimirse y destruirse unos a otros. Las naciones que se compongan de Galileos y Samaritanos, de Güelfos y Gibelinos, de Abencerrajes y Segries caminan a su ruina, visto que está en la naturaleza de las cosas que no puedan vivir juntos enemigos irreconciliables. Delenda est Cartago. Sin grillos, libres estamos por ahora de la tiranía; pero ¡ay! no libres de los necios. Con ocasión del folleto de don Julio Zaldumbide titulado “La República &.”, los dañados de conciencia, tardos de juicio y prontos de lengua le han llamado villano y cobarde, por haber, dicen, dado a luz ese escrito cuando García Moreno dejó el mando y se apeó de la Presidencia de la República, sin fuerza ya para vengarse a su modo y a su salvo. ¡Cómo es posible! ¿Serían ruines y cobardes tantos ilustres escritores, por haber dado a luz sus historias cuando los tiranos habían dejado de imperar por muertos o desposeídos? ¡García Moreno dejó el mando; pues a ningún hombre pundonoroso le será permitido denunciar al universo sus desmanes! Lo que no se le dijo, ya no se le puede decir: antes fue inviolable por miedo, ahora ha de ser sagrado por decoro de los otros: las acciones de los ciudadanos quedaron prescritas: ¡de nada es responsable el funesto presidente! Pero la justicia divina misma espera; ni es tan puntual y ejecutiva que así que pecamos nos aplica su ley, ni nos anda increpando de continuo nuestras culpas. Y porque nada nos dice cuando aún podemos ofenderla, ¿le hemos de llamar…? Mirad lo que decís, ¡miradlo bien, esclavos! Sabe por otra parte el mundo entero que reinando don Gabriel García la prensa ha estado con bozal enmudecida, bien como el ladrón de casa suele hacer con el fiel perro, para que de noche no haga ruido. Los propietarios de imprenta perseguidos unos, corrompidos otros; los oficiales y cajistas fugitivos unos, en los cuarteles otros; gran dificultad en fin de publicar ningún escrito. Y si a pesar de todo se publicaba alguno, ir en derechura a un calabozo, al suplicio de la barra, o a los confines del mundo pasando por el Napo. ¿Sería éste el valor? No, porque no lo hay en hacer abrir la jaula y echar los leones fuera; lo que sí hay es, y competente, locura, quijotismo. El verdadero valor consiste en arrostrar el peligro cuando nos corren probabilidades de salir airosos, o es absolutamente necesario, de forma que sin eso la honra o la Patria estuviesen a pique de perderse; y, en evitarlo, cuando se va derechamente a muerte, ni precisa ni fructuosa. Esta es la temeridad; y no esa temeridad de gran alcurnia de Marcelo o Carlos XII, sino esa temeridad estúpida con la cual algunos acometen o esperan el peligro sin fruto ni nobleza. Corríanse toros en la plaza del lugar en donde vivo: un 84
buen hombre se dejaba estar sentado en la puerta de la iglesia ostentando una intrepidez que en breve iba a costarle caro: venía la fiera; todos huían menos él, y aun se propasaba a provocarla, sin contar con salida ni refugio, sin ponerse siquiera en pie para ver de sacarle un lance. En una de éstas vino el toro, le estrelló contra la pared y le destapó la cara. Este era el valor que han querido manifestásemos los patriotas contra García Moreno, cuando hemos estado viendo tantas cabezas y caras destapadas. Los héroes de La Ilíada no empeñan el combate sino bien cubiertos de armas defensivas, peto, brazales y escarcela: ¿quién no ha visto el plumón del casco de Héctor ondeando en las murallas de Troya? Los legisladores de los griegos, al decir de la historia, castigan de muerte al soldado que botó su escudo y no al que dejó su espada en el campo de batalla. El cuidado de defenderse es más racional que el de acometer, según lo siente Plutarco; por donde en los gobiernos despóticos, como quiera que la espada del tirano esté constantemente enderezada hacia el pecho de los oprimidos, nadie chista, porque hablar sería morir. Mientras las leyes resguardan a los ciudadanos el que sufre en silencio los desmanes del mandatario es digno de la esclavitud; pero donde ellas no son sino dorados parapetos tras los cuales la tiranía afila su puñal, el que se calla a lo más podrá ser dicho desgraciado. Sabemos que el patriota sublime, el hombre generoso ha de sacrificar su vida a la verdad; pero esto será donde haya quien le entienda, donde haya quien le anime, donde haya quien le ayude; ¡qué digo! Donde haya siquiera quien le compadezca y le disculpe cuando el sacrificio ha sido consumado. Pero aquí el digno, el pundonoroso, el aborrecedor de la injusticia y la ruindad tiene que vivir en lastimoso aislamiento. Si algo piensa, no lo dice porque no encuentra sino improbadores; si algo emprende, sus más fieles compañeros le traicionan; si algo escribe, no le faltará un amigo íntimo que se ría de su sensibilidad llamando delirios sus arranques de indignación contra los tiranos y sus ruines víctimas. La palidez de Casio, las lágrimas de Wellington son por demás en estos tristes pueblos: el que por vil propensión no es para esclavo, lo es por corrupción; y el que aborrece y huye de estas cosas y de otras de peor jaez, “es un extravagante”. Pero en fin venimos a parar en que no hubo cobardía en callar mientras García Moreno tenía el poder absoluto en las manos, supuesto que contra él no teníamos ningunas armas defensivas; no la hubo, sino en primer lugar, impotencia de expresarse, en segundo lugar cordura. García Moreno ha dejado el mando, es cierto; pero con el mando no se le acaba su carácter, ni los ímpetus de su genio son menos de temer: siempre es audaz, siempre arrojado, siempre poderoso de su persona, y, según es lengua, diestro en el manejo de las armas. ¿Será de cobardes irritarle con la verdad y arrostrar con su ira? La cosa es clara, 85
nadie para morir de su mano o matarle en propia y natural defensa, había de ir inconsideradamente a echarle al agraz en el ojo. De mi sé decir, que sobre las razones expuestas acude en mi favor la carta que le dirigí cuando más en auge estuvo su poder, cuando los humos del triunfo le encalabrinaban la razón, y allá se iba disparado a toda tropelía. Para lo que ha hecho después, ya había dado buen principio; sabíamos ya quien era; mas un vuelo de amor caritativo y de ira santa contra la tiranía me hizo cerrar los ojos al peligro. Verdad es que García Moreno se reprimió y no me persiguió; antes alguna vez, cuando hubo su enojo temperado, durante el cual yo no era sino loco, por cuya razón me perdonaba, dejó escapar de sus labios una palabra en mi favor, según que tienen en su carácter superiores movimientos entre los aviesos y mezquinos de que abunda. Pero ved aquí esa carta. Señor: No es la voz del amigo que pide su parte en el triunfo la que ahora se hace oír, ni la del enemigo en rota que demanda gracia y deseo incorporarse con los victoriosos. Mi nombre, apenas conocido, no tiene ningún peso, y no debo esperar otra influencia que la de la justicia misma y la verdad de lo que voy a decirle. Extraño a la contienda, lejos del teatro, he mirado los excesos de todos y los crímenes de muchos, lleno de indignación. No digo que todo lo he visto con ojos neutrales, no; mi causa es la moral, la sociedad humana, la civilización, y ellas estaban a riesgo de perderse en esta sangrienta y malhadada lucha. Los malos se habían alzado con el poder en este infeliz distrito, y la barbarie no solo amenazaba, pero también obraba ya sobre la asociación civil. La inteligencia y la virtud pública en rematado vilipendio; las leyes y buenas costumbres holladas bajo los pies de miserables, incapaces de comprenderlas ni estimarlas; la justicia y el derecho huyendo ante la violencia y rapiña. ¿Era acaso partido? No, ni facción puede llamarse aquélla cuyas asonadas se hacían a la sombra de bandera tan siniestra: levantamiento de gente sin ley, banda era tan solo la que, por felicidad, acaba de sucumbir, y que no tuvo adeptos sino los de perversa inclinación, o los que por violencia estuvieron obligados a seguirle. El azote pasó. Los grandes criminales deben ser condenados inexorablemente, los secuaces y ciegos instrumentos generosamente perdonados. Pero ahora hay que pensar en cosas más serias tal vez, más serias sin duda. La Patria necesita de rehabilitación, y Vd. Señor García, la necesita también. ¿Cuál es la situación política del Ecuador respecto a las naciones 86
extranjeras? ¿No ha sido invadido, humillado, traicionado? ¿Qué defensas ha hecho de su libertad amenazada? ¿Cómo ha sostenido su pundonor? Solo enemigos ha encontrado en los que, debiendo defenderlo, no han hecho sino coadyuvar a los designios de ambiciosos extranjeros. Si no preparamos y llevamos a cima una espléndida reparación, no tenemos el derecho, no, Señor, de dar el nombre de país civilizado a estos desgraciados pueblos. Los otros nos rehusarán, y justamente, sus consideraciones, y todos se creerán autorizados para atentar contra nuestro territorio. No se alegue nuestra indigencia, que el valor y el honor en todos tiempos fueron recursos poderosos. ¿Y qué sería de la vida misma entre el miedo de los unos y la vergüenza de los otros? Ni son grandes enemigos los que tuviéramos que combatir, y nunca faltan medios de acometer y sostenerse al que antepone su consideración a su existencia. Vd. debe sentirlo y conocerlo, Vd. Señor, más bien que cualquier otro. En su conducta pasada hay un rasgo atroz, que Vd. tiene que borrar a costa de su sangre... La acción fue traidora, no lo dude Vd.; mas creo, que si la intención no fue pura, solo hubo crimen en el hecho: un sacrificio al Dios de las pasiones, venganza o ambición tal vez. Pero nunca pensó Vd. vender su Patria, ¿es esto cierto? Oh ¡dígalo Vd., repítalo Vd. mil veces! Hay más virtud en reparar una falta que en no haberla cometido; ésta es verdad muy vieja: borre Vd. un paso indigno con un proceder noble y valeroso. ¡Guerra al Perú! Si Vd. perece en ella, téngase por muy afortunado: no hay muerte más gloriosa que la del campo de batalla, cuando se combate por la honra de la Patria. Si triunfa, merecerá el perdón de los buenos ecuatorianos, y su gloria no tendrá ya un insuperable obstáculo. En cuanto a mí, la suerte me ha condenado el sentimiento sin la facultad de obrar: una enfermedad me postra, tan injusta como encarnizada, para siempre, tal vez, tal vez de modo pasajero; mas por ahora me asiste el vivísimo pesar de no poder incorporarme en esa expedición grandiosa; porque si de algo soy capaz, sería de la guerra; pero no en facciones, en luchas fraticidas; la sangre de mis compatriotas inocentes vertida por elevar o abatir a un quídam, me horroriza y acobarda. Mas en una causa egregia me vería honrado con la simple plaza de teniente, o cualquier otra en que pudiera morir o vencer por mis principios. Empero si Vd. tiene no solo el poder y el valor para abrir esa campaña, sino también el deber de hacerla, ¿por qué no se haría? Justicia y resolución, ejércitos irresistibles que inclinarían la suerte a nuestro lado, bien como esas diosas del Olimpo combatiendo entre los hombres en las antiguas batallas fabulosas. 87
Mas si en vez de fijar los ojos en materia tan grande y necesaria, los torna a la satisfacción de mezquinos sentimientos, ¡cuántas desgracias para su país!, ¡cuánta deshonra para Vd.!, ¡cuánto pesar para los buenos ciudadanos! No lo creo, Señor; porque si sus pasiones son crudas, su razón es elevada. ¿No sería Vd. capaz de separarse de la miserable rutina trillada aquí por todos? Elevarse ¿para qué? Para descender en medio del odio y del escarnio de los a quienes pudieron hacer bien haciendo el bien común, en vez de conquistar el afecto de los pueblos, cosa tan fácil para el corazón y el pensamiento superiores, y bajar en medio del aplauso de sus conciudadanos, a fin de seguir siendo siempre los primeros. Más fácil es el mal, pero no es imposible el bien: ensáyelo Vd., pues siendo un bello ensayo, tendría positivamente laudables consecuencias. Guerra al Perú. Si la suerte nos fuere adversa, nos quedará a lo menos el consuelo de haber hecho nuestro deber; si nos fuere favorable, quitaremos de sobre nosotros este peso, esta carga insufrible de la ofensa, al mismo tiempo que nos reconstituyamos en medio de la libertad y de la paz, precursores necesarios de la civilización, sin las cuales en vano la pretenderíamos. Pero me queda un temor: Vd. se ha manifestado excesivamente violento, señor García. El acierto está en la moderación, y fuera de ella no hay felicidad de ninguna clase. ¿Cuánto más mérito hay en dominarse a si mismo que en dominar a los demás? El que triunfa de sus pasiones ha triunfado de sus enemigos: virtudes, virtudes ha menester el que gobierna, no cólera ni fuerza. La energía es necesaria, sin la menor duda; pero en exceso y a todo propósito, ¿qué viene a ser sino tiranía? Los pueblos nunca confiaron el poder a nadie para la satisfacción de inmorales aspiraciones y caprichos, sino para fines muy diversos. “A mí se me ha elevado al trono, no para mi bien, sino para el del género humano”, solía decir un gran Emperador de Roma. Los que disfrutan del poder, si quieren ser amados y honrados, deben tener en la memoria esta lección de aquel sabio monarca, que habiendo encontrado un día a un mortal enemigo suyo a quien había jurado toda su venganza, le saludó con este término: Mi buen amigo, te escapaste, porque me han hecho Emperador. Que el poder no le empeore, Señor; llame Vd. a la razón en su socorro. El alma noble cuando triunfa, no ve amigos y enemigos; no ve sino conciudadanos, hermanos y compañeros todos. No digo esto por mí ni por los míos; pues habiendo sido extraños a esta lucha, nada debemos temer; y si algo nos sobreviniera trabajoso y malo, quedaríamos la fuerza de la inocencia y su consuelo. La última persecución que mi hermano ha expe88
rimentado ha sido injusta, ¡sí! Y por consiguiente atroz; rezagos de viejas prevenciones, memorias de Urvina, nada más. En nuestra escena política pocos habrán sido tan moderados como él, tan opuestos a las demasías de sus amigos mismos; y en la disensión que acaba de terminar, ninguno más ajeno a toda intriga, ni más aborrecedor de los desmanes de esa gente. Por lo que a mi respecta, salgo apenas de esa edad de la que no se hace caso, y a Dios gracias, principio abominando toda clase de indignidades. Algunos años vividos lejos de mi Patria en el ejercicio de conocer y aborrecer a los déspotas de Europa, me han enseñado al mismo tiempo a conocer y despreciar a los tiranuelos de la América española. Si alguna vez me resignara a tomar parte en nuestras pobres cosas, Vd. y cualquier otro cuya conducta pública fuera hostil a las libertades y derechos de los pueblos, tendría en mí un enemigo, y no vulgar, no Señor; y el caudillo justo, justo y grande, me encontraría asimismo decidido y abnegado amigo. Déjeme Vd. hablar con claridad: hay en Vd. elementos de héroe y de... suavicemos la palabra, de tirano. Tiene Vd. valor y audacia, pero le faltan virtudes políticas, que si no procura adquirirlas a fuerza de estudio y buen sentido, caerá, como cae siempre la fuerza que no consiste en la popularidad. Pero consuélese Vd. porque ellas pueden ser imitadas, y si no las recibimos de la naturaleza, podemos recibirlas de los filósofos y sabios gobernantes. No piense Vd. en Rosas, ni en Monagas, ni en Santana sino para detestarlos; acuérdese de Hamilton y Jefferson para venerarlos, y eso será ya una virtud, un buen augurio. Orillado en asunto principal, digo la guerra, como lo ha sido ya, dimita Vd. ante la República el poder absoluto que ahora tiene en sus manos; si los pueblos en pleno uso de su albedrío quieren confiarle su suerte, acéptelo, y sea buen magistrado; si le rechazan, resígnese y sea buen ciudadano. ¿Le irrita mi franqueza? Debe Vd. comprender que en el haberla usado me sobra valor para arrostrar lo que ella pudiera acarrearme, si me dirigiera al hombre siempre injusto. Mas al espíritu grandioso suele calmarle la victoria, y la moderación es un goce para él; y yo entiendo además, que el que lo quiere y lo procura, puede mejorar de día en día. No he pretendido dar lecciones a Vd., Señor, no; todo ha sido interceder por la Patria común, celo y deseo de ver su suerte mejorada. Y si mis palabras tienen poco peso, bien estará concluir con una autoridad tan respetable como antigua; pues había Platón dicho, hablando del Gobierno, que: “Los hombres no se verían libres de sus males, sino cuando por favor especial de la Providencia la autoridad suprema y la filosofía se encontrasen reunidas en la misma persona e hiciesen triunfar a la virtud de los asaltos 89
del vicio”. Los soldados que nos han dominado hasta ahora pudieron prescindir de toda filosofía; mas los hombres que no son ni pequeñuelos ni ignorantes ¿por qué no habrían de adoptarla? Juan Montalvo La Bodeguita de Yaguachi, a 20 de septiembre de 1860
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La parte ilustrada del Ecuador
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Contestación a un amigo íntimo. 12 de febrero ¿Qué haces, buen amigo? ¡Ah! Curándome me matas, porque sacarme de la grata ignorancia en que vivía es, o más bien hubiera sido, quitarme la tranquilidad, y con ella todos mis placeres, si yo no hubiera estado bien cubierto. No es empero el mal tan grande como te lo imaginas; no es, ya por haberlo esperado sin remedio, ya porque sé que lo que está sucediendo ha sucedido siempre y ha de suceder hasta el último día del mundo. ¿Quién procuró nunca el bien impunemente? He abogado por la libertad de imprenta, he alzado la voz en favor de Chile, he puesto el pecho sin temor a los disparos de la tiranía, he clamado por los derechos de la República, he gritado contra la barbarie que en forma de patíbulo, de azote y de mordaza se había metido en el Ecuador. Pues por todo esto me sueltan la jauría. E pur si muove. “Querer atar la lengua de los maldicientes es lo mismo que querer poner puertas al campo”, ya lo dijo nuestro incomparable Cervantes: querer atar la lengua de los locos ¿qué sería? Un día fui a conocer el hospicio de Bicetre en París: lo que primero se me ofreció a la vista fue un furioso con camisola en un sillón: no podía estar más sujeto, pero causaba horror: la greña revuelta, los ojos sanguíneos terribles: refunfuñaba, echaba espuma por los labios cárdenos: y ¡qué modo de mirar! Veíanse por los patios muchos otros, libres, por que éstos no venían a las manos. Llegose a nosotros uno de ésos y buenamente le dijo a mi compañero: –So canalla: ¿quién le ha dicho a Vd. que yo soy loco? Y sin darle tiempo ni para volver de su asombro, se fue por ahí tarareando la Marsellesa. Otro vino, nos miró fijamente puesto en jarras y nos dijo: ¡Qué par de pícaros tan atrevidos y glotones! ¡vaya siquiera supieran fumar!..., pero todo se les va en herejías. Dio luego un par de zapatetas en el aire, y prendió una carrera, veloz como un rebezo de los Alpes. Ibasenos llegando en seguida tres personas, de las cuales las dos traían al otro alzado al medio diciendo a grito herido: ¡Viva el almirante Lapérouse! ¡Viva el almirante Lapérouse! Y en llegando a nosotros pusiéronle con gran presteza en el suelo, y todos tres paráronsenos delante rectos y con brava cara. –¡Tonto! ¡tonto!, me dijo el uno, y dándose una palmada en 107 Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp. 258-285.
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la frente, añadió lleno de satisfacción: –¡Aquí hay cantera!... Bañándome el otro con su aliento, díjome a su vez: –Hez del pueblo, ¿estás pensando que somos aquí mozos de agua y lana? El último no quiso ser para menos, e hizo con mi amigo lo que los otros conmigo; pero fue a más en los vituperios, porque no se apeó un punto de ladrón y asesino; y mirándonos con el mayor desprecio fuéronse al son de la misma cantinela: ¡Viva el almirante Lapérouse! De ver que no habíamos respondido un término, otro que nos observaba se vino para nosotros y nos dijo mal enojado: ¿Y así se dejan insultar cobardes? ¿No contestan a esos pícaros? Respondimos que porque teníamos por locos a esos desgraciados. –Así es, dijo, todos los que ven ustedes aquí son locos, fuera de mí: ¿pues no han dado en la flor de tener por almirante Lapérouse a ese reverendo? –No hay que creer nada de ese bergante, gritó otro que a la sazón llegaba; y estos locos que parecían cuerdos lleváronnos a conocer la República, que bien merecía conocerse. El almirante Lapérouse hacía el presidente: tres orates de malísimo pelaje y de peor condición eran el vicepresidente y los ministros; y una muchedumbre arremolinada y gritona servía de partido, teniendo izada por bandera la cola de un caballo, a modo de musulmanes. El Estado era muy bien regido, porque Lapérouse así lo sabía regir como comerse un merliton. Dábales recio con una vara a sus partidarios y les decía: ¡Duro, canallas, duro! Y ellos gritaban a todo su poder: ¡Ladrones! ¡asesinos! ¡traidores! ¡pícaros! ¡ingratos! ¡calumniantes! Dábales otra mano el almirante y les decía: ¡Más duro perros, más duro! Y seguía la canturia: ¡Calumniantes! ¡ingratos! ¡pícaros! ¡traidores! ¡asesinos! ¡ladrones! Y en tanto que gritaban, todos y cada uno metía la mano en una grande arca que allí estaba llena de agujeros, y de ella traía a la faltriquera no sé qué, y volvía el puño a su agujero, y gritaba desaforado: ¡Ladrones! ¡asesinos! ¡pícaros! ¡bárbaros! ¡herejes! ¡calumniantes! Y estos calumniantes, herejes, bárbaros, pícaros, asesinos y ladrones eran unos pobres diablos que por ahí se dejaban estar acurrucados, pálidos, trémulos, sin osar levantar los ojos ni hacer ni ser nada de lo que los otros decían, con el nombre de los oposicionistas. De aquí barruntamos que éstos debían ser los vencidos porque se nos vino al punto a la memoria que “el malvado que vence es un héroe; el hombre de bien vencido, infame y digno del cadalso”. ¿Por qué se me acuerde ahora este cuadro triste y desconsolador? Porque lo que ví en Bicetre lo estoy viendo todos los días en muchas de las repúblicas sudamericanas, y sobre todo en esta infeliz hasta no más porción del mundo en donde me cupo la desgracia de ver la luz del día. Seguimos paseándonos por los diversos patios del hospicio, y fuimos topando muchos y curiosos personajes. Yo soy poeta, decía uno, y elevaba himnos patrióticos mejores que los de Tirteo. Yo soy diplomático, decía otro, y allá van 92
insultos de Estado a Talleyrand y Metternich. Yo soy hacendista, exclamaba aquél, y ensartaba número tras número. A todo esto una buena vieja subida por ahí en un escaño les miraba con una sorna que era un gusto verla. Acertamos a pasar por cerca de ella, y nos dice anhelosa: –Caballeritos, caballeritos, ¿no tienen ustedes lástima de ese desventurado tropel? Apártense algo de esa gentuza, porque a poco hacer les echa lodo encima. Y era así la verdad, visto que en un súbito descomedimiento y un impulso dañino los dementes dieron en aventar tierra por todas partes. ¡Guarda Pablo! Dije a mi amigo, y salimos sin el menor daño ni la mancilla en la honra a pesar de las injurias que llovieron sobre nosotros. ¿Cómo he de querer quitarles a estos pobres diablos de mis compatriotas agraviadores de aquí la escasa razón que Dios le habrá dado? Cuerdos deben ser en su casa, y en lo de ver medio, hasta de talento, porque según el viejo y buen refrán, no hay bobo para su negocio. Pero en política son locos de remate. No hay sino que tocar a su caudillo, puesto que con decoro y dignidad, y todo es desatarse en improperios y cerriles baladronadas: “¡Asesino! ¡traidor! ¡ingrato! ¡infame! ¡tonto!” sin saber a quién ni por qué dicen todo eso, lo mismo que los de Bicetre. Justicia, razón, miramientos, buena crianza, ¿qué son para ellos? Nada. Un enemigo de su alcuña ¿qué no hubiera dicho de García Moreno? ¿Con qué colores no le hubiera pintado? ¿Qué palabras no se hubiera dejado decir? Yo le he tratado con la decencia y la consideración que debo, en primer lugar a la civilización, en segundo al público, y por último a mi propio decoro. ¿No tendrá vergüenza don Gabriel de sufrir que le defiendan de ese modo? Les dames de la halle no pueden dar ganando causa ¿Querría un hombre digno que una montonera de indias borrachas de esas que los lunes hierven por los barrios de Quito tomase a su cargo su defensa? ¿No se tendría por perdido con semejantes abogados? Y aún me han dicho (¡sí deberé de creerlo!) que el mismo don Gabriel y el vicepresidente Carvajal embarran esos papeles, que si algún poder tuvieran, nos arrastrarían muy pronto a la barbarie. ¿Es posible señor don Gabriel? ¿Es posible señor don Rafael? ¿Un ex presidente y un vicepresidente aventando impurezas por el aire? No olviden ustedes la suerte de los que escupen al cielo... No digo esto a modo de queja ni de contestación: como escritor, pinto las costumbres y me lamento de nuestra barbarie. La enemistad política debe ser más moderada, más bien mirada, más caballerosa y, si es posible, más benevolente que la enemistad privada. ¿Ha salido de mi pluma ni un solo término de esos que ustedes echan a raudales? No he insultado ni he pedido al cielo maldiciones para ninguno de ustedes, y sé por el imprudente amigo a quien dirijo esta carta, que ustedes no conocen término ni medida... Si así vamos, camino llevamos de dar en trogloditas; es decir llevan ustedes, que no los que saben 93
hasta donde pueden ir el encono y la tirria de partido. ¿Creen lo que me dicen? De ninguna manera; y con todo me lo dicen. Esta es la mala fe, el dolo malo. ¿Qué es dolo malo? Dar a entender una cosa y hacer otra, decía Aquilio, cuya respuesta admira Cicerón. ¿Qué es dolo malo? Pensar una cosa y decir otra, diría yo; y Marco Tulio me aplaudiría. He dicho que don Gabriel ha azotado, ciudadanos por motivos de política y en contestación gritan: “¡...!” Pero vamos a ver, ¿es verdad o no que don Gabriel haya azotado? He dicho que don Gabriel ha matado gente por motivos de política, y me responden: “¡Mentiroso! ¡Aquí de Dios! Hay un sol que nos alumbra. –¡Mentiroso! Hay un Juez Supremo que castiga los crímenes y premia las virtudes. –¡Mentiroso!”. Este es el proceso que su partido me forma, señor don Gabriel: añadan ustedes algunas docenas de vocablos de esos que se oyen en el mercado y en el cuartel, y habrán echado el resto de su elocuencia. ¿Somos o no ilustrados? ¿Pues cómo, mis buenos amigos, sobrepujar a los bárbaros en ruindad y descomedimiento? No, yo no puedo pelear con ustedes. Cuando en este lugar en donde vivo encuentro un motín de indios, ebrios los domingos, furiosos y vociferantes, me doy por vencido, me voy por otro lado. Cuando por casualidad corre la gente tras un perro hidrofobíaco, y yo vengo al encuentro, me doy por vencido, me voy por otro lado. Cuando yendo al campo, mi olfato me advierte que acaba de pasar o está por ahí un zorro, me doy por vencido, aprieto el acicate y paso a carrera. Han vencido ustedes; pero si siguen venciendo de ese modo, son perdidos. Y tú, querido amigo, que lees en mi pensamiento y palpas mi corazón, ¿sabes cuán desabrido estoy de la política y reñido con ella, habiéndola tocado por la primera vez? Honrado fue mi propósito: quería obligar a don Gabriel por medio de la razón a ausentarse por algún tiempo, porque así me parecía convenir a la tranquilidad de este desventurado pueblo: quería dar algún estímulo pundonoroso al Gobierno nuevamente establecido: quería amortiguar las bajas pasiones y los rencores de los partidos: quería ilustrar a los desalumbrados y que los más instruidos que yo, me instruyesen: quería infundir en el pecho de mis compatriotas el afecto de la dignidad política y de la personal: quería que a los ojos de las demás naciones no nos presentásemos tan bastos y para poco, bien así en nuestras costumbres como en nuestros escritos: quería... ¿Qué más quería? Tú sabes que nada podía querer yo sino en justicia. ¡Oh!... Si algo hubiera mejor que ser hombre de bien, no aspiraría a ello; contentaríame con ser hombre de bien.
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13 de febrero No ha mucho tiempo, si te acuerdas, en una de nuestras ciudades mataron a un pintor francés, porque había hecho un retrato muy parecido al original. Seamos justos y digamos que esto fue antes de la independencia, cuando las tinieblas españolas envolvían a la pobre América, cuerpo sin alma, cadáver con movimiento galvánico. Es el caso que el francés andaba por ahí tomando vistas, sacando paisajes, rindiendo veneración a la madre naturaleza. En una de éstas le dio gana de hacer un retrato, y luego lo hizo. El pueblo se asombra desde luego, se asusta después, indígnase enseguida, y acaba por atropellar y matar al artista a los gritos de: ¡Brujo! ¡brujo! Pensó esa pobre gente que a menos de no ser brujo no se podía hacer una cosa tan parecida. ¿Hemos salido de esa tenebrosa situación? ¿Somos mejores que los de ese tiempo? No hay duda, nos civilizamos a más andar; pero bien me temo que llevamos errado el camino, y que pensando ir para la civilización, vamos de prisa a una barbarie de otra clase. Mi pobre Cosmopolita ha sido el retrato del francés: ¡Brujo! ¡brujo! gritan; ¿cómo sin ser brujo hubiera compuesto ese pícaro él solito ese cuadernote? El que no entiende, dice que no vale nada; el que ha recibido disgusto de verlo publicado, dice que son disparates; el que quiere acometerme con mejores armas, sale voceando que su autor es pagano. ¡Hay más que decir! ¡Pagano por haber celebrado la antigua Roma! Pues, Señor, ya un viajero no puede exhalar un término de admiración a la vista de las ruinas de Balbec, y si lo hace ha de hablar precisamente de la Iglesia Romana, o pasa por gentil. Ya no puede pasearse solitario y pensativo por las calles desiertas de Pompeya y echar la memoria a cosas de otros tiempos, y si lo hace, ha de hablar precisamente de la Iglesia Romana, o pasa por gentil. ¡Brujo! ¡brujo! ¡maten al brujo! Confiesen ustedes, hay mucha negadez o mala fe en llamarme brujo por no haber dicho que he comulgado en San Juan de Letrán; pues no era difícil comprender que esas comparaciones de “El Cosmopolita” no aludían sino a la importancia política y civil de las dos Romas, la antigua y la moderna, a su consideración como naciones, a la belleza y grandeza materiales, sin que la idea religiosa entrase para nada en ese lugar de mi cuaderno. ¿Me tienen ustedes por gentil? No conozco sino un pagano de buena fe, que en sus mayores cuitas no usaba sino esta exclamación: ¡Oh Saturno, padre de los dioses! Y ese era emparentado con ustedes, por donde sospecho que algo se les ha pegado en su religión, cuando los veo adorar el vellocino de oro y sacrificar víctimas humanas a Júpiter Vengador. Bien está San Pedro en Roma: déjenmelo ustedes allí, y no se empeñen en hacerme hereje a pesar mío. Si a fuerza de tortura y picardía consiguieran
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embaucar al pueblo para que me cobrase tirria e hiciese lo que con el pintor, yo encontraría las puertas del cielo más abiertas que ustedes, porque hablo la verdad. Mire ¡como si éstos fueran tiempos y lugar para tratar cosas de religión y hablar mal de la Iglesia! ¿Con qué objeto?, ¿con qué esperanza?, ¿en qué parte del mundo está más arraigada la fe de Jesucristo? Suponiendo por un instante que el Redentor del mundo no hubiera sido sino persona humana, yo, y todo hombre amigo de la especie, haría lo posible para imbuir a los pueblos en la idea de que era el mismo Dios. Jesucristo hombre, es un grande hombre, el mayor de todos; Jesucristo Dios, es el que mantiene en el mundo la virtud y tira la rienda al crimen. La ley de Jesucristo debe ser no solamente ley religiosa, más antes ley política. Si despojásemos a este gran profeta de su carácter divino, pondríamos a las humanas sociedades al borde de un abismo: el hombre no basta para contener al hombre, es necesario el Dios: pues, ¡Jesucristo es Dios! Tiberio quiso clasificarle entre los dioses del Olimpo: según Lampridio, Adriano le erigió templos; y Alejandro Severo le veneraba y ponía entre las almas de los más justos, entre Abraham y Orfeo. Los más encarnizados enemigos de Jesucristo nunca se atrevieron a irrogarle injuria: Volusiano, Juliano el Apóstata, Celso confiesan sus milagros, y según otro historiador, los mismos oráculos del gentilismo le declararon hombre ilustre por la piedad. Y después de todo esto, y después de 1.800 años de fe ciega, y después de lo útil y necesario que es el creer para el hombre, ¿hemos de salir ahora con mama Rénan, como dijo un salado amigo nuestro? Arrimen estas armas, mis buenos amigos; están ya muy gastadas, muy embotadas, ya no cortan tanto como ustedes quisieran. Poco te he entendido eso de las dos escuelas: hombre, en este bolsico del Ecuador no hay escuelas de ninguna clase, menos religiosas, ni una ni dos. Todos los pobres ecuatorianos son cortados por la misma tijera; camanduleros de por vida, incapaces, en materia de religión de pensar ni creer fuera de lo que pensó y creyó su abuela, amigos de vestirse de beatas y ceñirse con cíngulos de cuero. Dicen que los urvinistas son herejes; ¡qué lindos herejes! Vé los martes y viernes a pasearte, a las cinco de la tarde, en el pretil de la Capilla Mayor, y los verás ir asomando uno por uno a esos buenos urvinistas, arrebozados de su capa, fumando su papelillo hasta el cabo, sin dar motivo a nadie, y luego desembozarse y entrar devotamente a la santa escuela de Cristo. Síguelos, y allí los ves puestos en cruz, besando la tierra de cuando en cuando, con una cara de viernes santo, como si nunca hubieran hecho el menor daño. Estos son los herejes. Ninguno de ellos se contenta con una sola misa, y muy pocos serán los que no se desayunen con un buen salterio. Algunos de los urvinistas han dado por fin en confesarse; bien es que dicen que esto es para hacerse presidentes, con galicismo y todo. No es malo. No les falta ni la devoción de llamar herejes 96
a los demás, cosa esencial para ser buen cristiano en esta buena tierra de Dios. Los de las escuelas religiosas del Ecuador, y todo descendiente de español, son como los antiguos persas; no proceden a ninguno de los actos naturales, buenos o malos, sin abrumarse con una lluvia de ceremonias. Pasan por una capilla cerrada, y le hacen más mochas que un chino etiquetero a su emperador; la saludan con las manos, con el pecho, con los pies, y mientras pasan, le dejan media docena de para servir a Vd. Estornudan, y en seguida rezan el alabado; vuelven a estornudar, vuelve el alabado: bostezan, y se atrancan la boca con los dedos, hacen allí una barricada de cruces que no hay diablo que pase. Tosen, y ofrecen una vela a Santa Rita, porque tosieron; se tropiezan, y se acuerdan de las once mil vírgenes. Si les viene zumbidillo a los oídos, esas son las almas que piden oraciones y responsos: si se les hiela la punta de la nariz, el difunto don Mariano está penando. Mal año que ladre un perro a media noche, porque por ahí anda un muerto embozado de su mortaja, o va a morir una persona de familia; y si no le ponen por lo menos una vela por semana, su patrón les da de palos. Estos son los que están divididos en escuelas religiosas: aquí hay arrianos, luteranos, calvinistas, protestantes, ateos, indiferentes, y sobre todo hermanos moravos. ¡Ah! Hermanos moravos, de buena gana hiciera yo una rinconada con ustedes... El corazón puro es la única ofrenda que acepta el Señor: pero si mientras estáis mintiendo o hablando mal del prójimo, os viene un bostezo y os hacéis cruces en la boca, el demonio se ríe y os apunta en su padrón. Las prácticas religiosas son convenientes y necesarias; pero distinguid, por Dios, la religión de la superstición, corred una línea entre la virtud y la hipocresía. Vais de prisa a cometer una mala acción; lleváis en el pensamiento un adulterio, una trampa, una perfidia contra vuestro amigo: serpentea un relámpago en el horizonte, y allá van cruces; mas no por esto suspedéis vuestros pasos, y el adulterio, y la trampa y la perfidia vienen a felice cima, cuando acababais de nombrar a Dios y a Santa Bárbara. No, esto no es ser cristianos, esto es ser hermanos condenados. ¡Qué satisfacción hablar con Dios en la soledad, huído de los hombres, mal calificado por ellos, pero titulado, condecorado por el Soberano de los cielos! Arbitraria, inicua gente, hacedme arder en las llamas infernales: mi Dios es mi favorecedor, mi amparador, mi curador; ¡poderoso médico! ¿Veis? Me toma, me saca de vuestro infierno, me lava con un agua divina, aplica su aceite a mis quemaduras, pone paños en mis llagas... ¡Oh Dios! me voy contigo. Dirán que esa religión bárbara y de trastienda es la del pueblo bajo; pero no dirán la verdad y dirán mal: García Moreno no pertenece al pueblo bajo, ni los colaboradores de “La Patria”, ni los que hacen predicar contra “El Cosmopolita”. 97
14 de febrero ¿Quieren burlarse de mí, se empeñan en llamarme...? ¡Ay! amigo, déjalos: ¿qué sería de nosotros si las sentencias de tales jueces fueran válidas? “¿Qué reproche más vano, oh gran Hércules, que acusarte de cobardía?”. En cuanto al burlarse, se me acuerda ahora lo que le pasaba a Víctor Hugo en una ciudad de Alemania. Un mudo trompudo, desrengado, baboso, sarnoso y arambeloso estaba siempre en tal parte de una calle por donde el poeta pasaba todos los días. Pues así como aquél divisaba a éste, se tomaba a reir con tanta gana y de modo que al objeto de la burla se le metía el diablo en el cuerpo. “Yo le parecía, dice, el ente más ridículo del mundo”. Se irritaba el poeta, pero siempre acababa por reírse a su vez. Esos son los que se ríen de mí. No faltará un criticastro aprensivo o malicioso que salga diciendo que me comparo con Hércules y con Víctor Hugo. No es así, porque en muchos casos el término de comparación está solamente en cierto punto, sin que los sujetos o cosas comparadas hayan de tocarse por todos sus lados de preciso. Muy bien puedo yo no ser como Hércules ni Víctor Hugo, y los que se rían de mí ser como ese de Alemania. En orden al no hacerme caso, allá va a dar; pero más cuadra lo que le dijo un amigo mío muy gracioso a un peleante con quien tenía voces en la plaza pública. Es de advertir que aquél llamaba su condiscípulo a cuanto asno encontraba en calles y caminos, y no decía mal. Pues el doctor (lo era el peleante) le dijo con el mayor desprecio: Hombre, si yo no hago el menor caso de Vd., y siempre le doy la espalda. Mis condiscípulos tampoco me hacen caso cuando les encuentro, respondió el compadre; ni me saludan, ni me ven, y muchas veces me dan las ancas. La política no es digna de alabanza sino cuando la justicia la emplea con buenos fines, dice el filósofo más hombre de bien que haya conocido el mundo. ¿Ves cómo se pervierte entre nosotros máxima tan llena de virtud y sabiduría? Tomar parte en la política es renunciar inmediatamente a: la hombría de bien, la magnanimidad, la generosidad, la dignidad y todo. El universo de un partido está en su interés y su caudillo: lo que éste piensa y quiere es lo justo y debido. Se sienta una verdad constante al mundo entero, e inmediatamente le dicen a uno: ¡Mentira! Repite la voz general, dice lo que saben y han dicho todos hace tiempos, y allí sale uno a gritarle: ¡Calumniante! ¿No podía haber habido error involuntario en la naturaleza de las cosas, en el número o la forma? ¿No podría el escritor haberse dejado arrastrar de la opinión común y sentar como absolutamente verdadero lo que tal vez no había sido sino en parte? ¿No puede estar lejos, muy lejos de toda mala intención cuando habla de acciones y acontecimientos
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que entroncan sin violencia con la moral tomada en globo? Pues para estas dificultades no hay sino un corte en estas comarcas infelices: ¡Mentira! ¡calumnia! ¿Son éstos los agentes de la verdad? ¿Podrá ella salir de la MENTIRA y la CALUMNIA? Discusión no cabe con semejante modo de contestar, ni es posible que algo aprendamos en esta escuela de libertinaje político, en donde por corteses y bien mirados que los hombres sean en particular, se tornan zafios y brutales, desconocedores de la verdad y la filosofía. El que pertenece a un partido no está obligado sino a defenderle a todo trance, a sangre y fuego, dando tajos y cuchilladas a tontas y a ciegas a todo el que no es de los suyos. La verdad majestuosa y venerable, está sentada en un excelso trípode; una aureola resplandeciente la circuye: genios aéreos, divinos, vuelan en su torno, pero a sus pies no hay de rodillas sino tal cual sectario. Viene un hombre de partido, una hacha al hombro, e impetuoso y sacrílego asesta un gran golpe a la diosa inmaculada: ¡Mentira! Grita ¡mentira! Y la verdad herida, arrayada con sangre, responde dulcemente: ¡Verdad! Cierra entonces el sacrílego con sus adoradores, mas ellos vuelven los ojos a su diosa, y sufren en silencio, y dicen modestos, pero firmes: ¡Verdad! El que dice lo que millares de hombres tienen dicho hace años, lo que tiene creído y sabido todo el mundo, no es el mentiroso y calumniante: si hay mentira, estará en los que primero la expresaron; si calumnia, en los que la inventaron, y si perfidia, será de parte de los que se ingeniaron de modo que vengamos a estar persuadidos de lo que nos dijeron. Demos que no fuese verdad todo lo que los historiadores nos dicen de la Revolución Francesa: ¿llamaremos calumniante al que ahora recuerda con buena ocasión los espantosos hechos del terror? Sobre absurdo es ridículo este modo de tomar las cosas, y el hombre digno debe contentarse con esta clase de satisfacciones, sin descender a casos particulares ni a nombrecillos que deslustrarían sus escritos. ¿Se ha discurrido bien? ¿Hay justicia, buen sentido, sinceridad en este modo de expresarse? ¿Responded, hombres de partido; responded, arboledistas y mosqueristas; urvinistas y morenistas, responded? ¡Mentira! Ya respondisteis. Quien no sigue esas banderas ¿qué diría de vosotros en su conciencia, aún cuando por escrito no lo diga? El que quiere ser hombre de bien, imparcial y digno entre nosotros, es víctima de mil tiranos, mil verdugos le aprietan al cordel y le dan talonazos en el pecho, muere en mil suplicios. Preciso es echar tierra en la cara a la hombría de bien, sepultar en el corral a la justicia, y, armado de garrocha, salir a la calle gritando como loco: ¡Viva Arboleda! ¡Muera Mosquera! ¡Viva Mosquera! ¡Muera Arboleda! ¡Viva García Moreno! ¡Muera Urvina! ¡Viva Urvina! ¡Muera García Moreno! ¡Viva, muera todo el mundo! Destierro, horca, muerte, látigo, infamia, calumnia, infierno, diablo ¡muera! ¡viva! He aquí la política, he aquí los partidos. 99
Acuérdome que un escritor distinguido habló mal una ocasión en Francia de un difunto personaje: inculpable el haber hecho mal su deber como oficial del ejército del Emperador y, lo que peor suena, le acusaba de deslealtad a su Patria. Grave era el asunto. Un pariente de este traidor volvió por la honra del finado, y desde Bélgica donde se hallaba, dirigióse al escritor a París haciéndole tales y cuales aclaraciones, dándole tales y cuales datos, aduciendo tales y cuales pruebas por donde la memoria de su tío quedaba sin mancilla. Sombra no había de injuria en el escrito del agraviado, el cual, francés al fin, civilizado y culto, ponía en claro la verdad, y de no ser reconocida por obstinación o malicia, presentábase resuelto a defender a todo trance la honra de un deudo suyo tan cercano. ¿Qué hizo el escritor? Reconoció su equivocación, proclamó la verdad, aplaudió la conducta de su adversario, y rindió toda clase de alabanzas bien así al muerto agraviado injustamente, como al vivo defensor, tan digno y caballero. Esto es ser hombres civilizados. ¿Qué hubieran respondido los de por aquí a ese escritor de buena fe? ¡Pícaro! ¡calumniante! ¡ingrato! ¡facineroso! Y todos hubieran acometido a aventarle impetuosos lodo y basura, vociferando como negros desmandados, sin advertir que ellos eran los que más se ensuciaban. Iroqueses con levita, hambrientos de carne humana, hacen de la imprenta una máquina de prostitución, un altar en donde, sacerdotes impuros, sacrifican víctimas inocentes. ¡Oh Dios...!, la muerte mil veces primero que ser amigo ni enemigo de éstos. Harto sé que las naciones de Europa han hecho un camino de mil años para llegar adonde están: y en esta larga sucesión de siglos ¿por qué pruebas no habrá pasado esa parte del mundo? Bárbara fue también; grosera, brutal, indomable, todo, precisamente como nosotros ahora. En esa Francia tan culta y bien criada, los escritores se trataban, ahora cuatro o cinco siglos no más, de perros y puercos. Nosotros seguimos las huellas del Viejo Mundo, y cayendo y levantando, tarde o temprano llegaremos al fin adonde él ha llegado. Culpa es de los tiempos más que de los hombres... Pero ¿no te parece que algunos nacen fuera de tiempo y lugar? He sufrido un desengaño, amigo mío. Vi un día un edificio vasto, encumbrado, de gran apariencia; y como no supe qué podía ser ello, no tanto un impulso de curiosidad cuanto mi anhelo por hallar algo bueno y extraordinario, llevóme a sus puertas; y cuando iba a entrar garboso, eché de ver en el frontispicio esta inscripción en gruesas letras: AQUÍ NO ENTRAN SINO LAS ALMAS CORROMPIDAS. Este no es el templo de Epidauro, dije para mí, y volví sobre mis pasos, y preferí vivir hombre de bien ignorado a brillar pícaro en la escena del mundo. 100
15 de febrero Si hubieras venido a este lugar habrías visto, entre otras cosas buenas, a los indios de los altos ganar la plaza el domingo de Cuasimodo. Espectáculo es éste digno de la observación de un filósofo y que en una pincelada, te diera a conocer la situación moral de esa desventurada clase de hombres. Digo que los indios se andan por ahí rodeando, al son de su tambor y pifanillo, borrachos hasta no más, esto se cae de su peso. Suenan las cuatro de la tarde, y con impetuosidad indecible precipítanse hacia la puerta de la Iglesia de todos los vientos de la población, voceando como endiablados, sacudiendo palos, aventando piedras a cual más ciego, a ganar plaza; esto es a apoderarse de la puerta de la Iglesia, hazaña que les da más derecho que a los demás para danzar en la plaza mayor el día de Corpus Christi. Decir las pescozadas, mojicones, empellones, torniscones, patadas, caídas, pisadas y roturas de cabeza que allí tienen lugar, no es dable a mi corta palabra: es la borrachera más borracha y estupenda que se puede imaginar, y este ganar la plaza acarrea males sin cuento para todo el año. Tal es nuestra política: García Moreno y toda la falange de políticos, armados de palos, piedras y garrochas se disparan por un lado gritando a ganar la plaza: los otros partidos por otra parte con palos, piedras, chuzos se disparan gritando a ganar la plaza. No, yo no quiero ganar la plaza; deja, me vuelvo a mi silencio. Si algo me sacara de él sería la gran causa americana, esa noble Chile, tan digna de la simpatía de los buenos, tan singular en honra, orden, valor y más virtudes. Por lo que mira a lo de aquí, amigo mío, lo que aconsejaba don Quijote, dejarlo a sus aventuras, ora se pierda o no. Si propongo obediencia a las leyes, me han de llamar urvinista; si nombro a la antigua Roma, me han de decir pagano; si animo al Gobierno vacilante, me han de calificar de traidor, y me han de acosar a los gritos de: ¡Al brujo! ¡al brujo! ¡maten al brujo! En ciertas circunstancias la pluma no basta para ilustrar a los pueblos; requiérese la espada. Si Pedro el Grande no hubiera sido emperador, no habría salido con el glorioso empeño de civilizar a Rusia. Hubo menester hierro con que corte las barbas al zafio e indomable moscovita. Los escritores que prepararon la Revolución Francesa, revolución de ideas, de principios y costumbres más que de personas; revolución de la cual he querido hablar en otra parte de este escrito, y que es preciso advertirlo en vista de la malicia de mis contrarios; los escritores, digo, que prepararon esa revolución, tuvieron millones de hombres que les escuchen de buena voluntad, los entiendan, animen, ayuden y secunden: sin esto nada hubieran alcanzado, y para esto se han de pasar siglos y siglos. 101
¿Tengo o no razón para este desabrimiento? ¡Ah! ¡de qué indignación me sentía poseído! Todos hirviendo en deseos de venganza; todos oprimidos, perseguidos, ultrajados por García Moreno y teniéndole por monstruo vomitado del infierno; y cuando se presentaba uno con bandera alzada, voz segura y pecho firme en contra de la tiranía, echar a huir unos, a difamarle otros. Connaturalizados con la tiranía, nadie quiere oír hablar de libertad: los esclavos del tirano darían la vida porque él volviese al trono; sus víctimas ¡ni ahorcados darían un cabello por que no volviese! ¡Oh poder funesto el de la tiranía! La tiranía corrompe las costumbres, estraga los corazones, envilece las almas: el tirano no tiene amigos y enemigos, no tiene sino esclavos; y como todos obran por temor, perdióse para siempre el pueblo en donde él ha echado raíces, si la Providencia no le redime por medio de un enviado suyo, un redentor que tenga en sí algo divino. La gente que vive en lugares pantanosos cuyo aire pestilente y mal sano altera la constitución y cambia el temperamento, no puede ya sufrir el aire libre, enférmase en una atmósfera despejada y suspira por su morada hedionda. Esto es lo que ha sucedido con los ecuatorianos; están como asombrados, respiran aire diferente del habitual, y les hace falta la pestilencia en medio de la cual habían corrompido su alma: parece que echan menos el terror: el semblante del patíbulo, el chis chas de las cadenas, el zumbido del azote habían cobrado una cierta influencia misteriosa en ellos; aunque víctimas de esos tormentos, les gustaban esas escenas. García Moreno ha tenido el poder infernal de la serpiente que fascina, domina, atrae a sí a ciertas aves para devorarlas, las cuales, aun cuando saben por instinto lo que les va a suceder, no pueden evitar su ruina, y se acercan a ella, y se entregan y perecen. ¿Acaso García Moreno considera, estima, quiere ni trata bien a sus partidarios? Son los más oprimidos, ultrajados y tiranizados: cuando se ofrece les da de bofetones, les escupe en la cara, les sacude tomándoles por los cabezones, y ellos ahí están de rodillas: en cierto modo son más desventurados que los otros; ¿y cómo no? Peor es a los ojos de Dios y de los hombres ser cómplice de un crimen que ser víctima. Ya digo, necesitamos para salvarnos una especial mirada de la Providencia. Ya me entiendes que cuando hablo de los oprimidos no quiero hablar de todos; hay entre ellos hombres de conciencia y pro que tarde o temprano serán útiles a su Patria. Estos, con los hombres de bien de toda la nación debían formar un partido que se llame constitucional, liberal o racional en lo sucesivo, y tal sería la parte ilustrada del Ecuador.
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16 de febrero Por lo que hace a sus temores, no dejaban de ser fundados: no hay mucha caballerosidad en nuestros enemigos; y con todo no hago a don Gabriel el agravio de tenerle por capaz de una asonada. Desprecié ciertos avisos a este respecto, y con razón porque si él hubiera tenido a bien contestar mis cargos con la fuerza, me habría desafiado, y de mi persona a la suya el caso hubiera sido muy decente. Yo andaba prevenido a cualquier lance y resuelto a vender cara mi vida, que cuando no se la tiene en mucho, no es gran cosa el morir. “O ha sido o ha de ser, nada hay actual en la muerte”. He sabido después que yo no estaba solo, amigo mío, y esto me ha reconciliado un tanto con los oprimidos; con los oprimidos, con los hombres de bien y pundonor, los pobres, el pueblo en una palabra: tanto como esto no quiero desfavorecer a los demás; jóvenes principales, bien animados, aunque pocos, me seguían con la vista por la plaza; y donde no, brazos fornidos, de esos hechos a la sierra y al martillo se hubieran alzado por centenas para defenderme o vengarme, caso de que tuviera lugar una pandilla. Porque el pueblo, esta clase tan humilde, sufridora y callada, como útil y necesaria en la asociación civil; el pueblo, tan desdeñado, tan poco metido en la política, tan ciego, tiene a las veces movimientos de héroe y de justo, le alumbra una ráfaga de luz divina, una mano invisible y poderosa le sube a lo alto, y allí, con voz predominante habla como el personaje principal de la nación. ¿Cómo no ha de comprender el pueblo que conviene servir de salvaguardia al que defiende sus derechos? ¿Cómo no ha de sentir que le cabe la obligación de unirse a los que claman por la libertad? ¿Cómo no ha de palpar la justicia de los que no quieren azote, barra ni mordaza para nadie? Pues hubo hombres del pueblo que... ¿Y no ha de ser satisfactorio verse rodeado de desconocidos que se exponen a todo por la seguridad de un desconocido? Ya me llamarán demagogo, Saturnino, Graco; no soy demagogo; nadie aborrece más que yo los motines populares, y nadie los fomentaría menos. Pero la libertad del pueblo, su dignidad y el buen paso de su vida los defendería a todo trance; y si se tratara de un asalto inicuo... aceptaría su auxilio, seguro de que no hacía más que defender sus fueros. El pueblo tiranizado, escarnecido e indignado al fin, sacude con mano poderosa los tronos de los reyes y los derriba a sus pies; el pueblo tiranizado, escarnecido e indignado al fin, distingue lo bueno de lo malo, y pide cuenta a sus opresores de cualquiera clase que sean. El pueblo libre se ennoblece, dilata y da de si Lincolns y Johnsons, presidentes, que se sacrifican por la libertad de los infortunados negros. Sastres y carpinteros son los que hacen palidecer a los Bonapartes y Brunswiches de sus tronos, sastres y carpinteros los que ahora tienen colgado al mundo en sus decisiones. 103
Más que un acontecimiento trágico en las calles deseaba yo una escena de derecho, un juri, a fin de que el pueblo tiranizado, escarnecido e indignado al fin, se explayase en campo legal, y con la justicia de su parte en forma y en esencia, levantase la bandera de su rehabilitación. No se me oculta que la justicia se vende en estas infortunadas tierras, no tanto por dinero cuanto por moneda de partido: las pasiones le hacen fuerza, es vencida, subyugada; pero si un pueblo inmenso le guarda las espaldas, resuelto y firme y animado por el buen caudillo, los jueces por la razón o la fuerza tendrían que ser justos... Pienso que un jurado con García Moreno por acusador o defensor no acabaría sino con sangre: la precipitación de su carácter no estaría en paz con la calma de los tribunales, la arrogancia que hasta aquí le ha hecho salir bien le empujaría a la violencia, y no habiendo quien se humille ni le sufra, sino al contrario uno que eche combustibles en la efervescencia de sus entrañas, todo sería tiros y puñaladas. ¿Qué importa el número de víctimas? De la sangre ha salido muchas veces la hermosa libertad risueña y fulgurante. 17 de febrero ¡Qué bienhechora, qué grata es la ignorancia! Un río espumoso corre entre dos vegas cuajadas de árboles frutales: la cresta occidental de los Andes, cubierta de espigas en toda la extensión de sus faldas, semeja un matizado tablero: cuando el día se oscurece para llover, y se encapota el cielo, y truena, ella toma ese semblante sombrío y misterioso de los montes Mauritanos. Al pie de un peñón negro y gigantesco hay un tupido bosque en cuyas profundidades gorgoritean diversas avecillas: a un lado surge, de debajo de una grande piedra, un arroyo cristalino, que rodea serpenteando el bosque, formando cascaditas y conchitas, murmullando tiernamente. Al otro lado del río se alzan varias columnas de humo; los rebaños pacen y balan por las laderas; no se oye voz humana, sino la del viento que silba por las copas de los árboles. Este retiro encantador se llama el Sueño. Allí me encontrarán mis amigos para reconciliarse conmigo, o mis enemigos para prenderme. No es imposible que haya más “Cosmopolita”; si las circunstancias lo exigieren imperiosamente, habrá, cuando a bien lo tenga su autor, aunque más aspira al Sueño. Allí no se oye el vocerío antipático y amenazante de la política, allí se olvida todo, y con no saber lo que sucede, es uno tan feliz como si nunca hubiera sufrido mal ninguno. El sueño es la imagen de la muerte; será por eso que los hombres se agradan tanto de él; el sueño es el descanso, el sueño es el refugio contra las desgracias. Siga cada uno su camino, y cada cual se salga con la suya. Si otros tienen el poder de injuriarme, como dice Aristipo, yo tengo el de no oírles. 104
Lecciones al pueblo
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Pueblo, pon el oído atento, se ha pronunciado tu nombre. ¿Sabes lo que eres? No la hez de la sociedad humana, como te llaman unos; ni soberano absoluto, como te dicen otros. Pueblo es el globo de la nación: separa a tus enemigos, y queda el pueblo. El tirano que se alza con la libertad de sus semejantes, y viola las leyes naturales y civiles, y persigue, y ultraja, y extermina a los hombres no pertenece al pueblo. El opulento que nada en oro, y cierra la mano a la caridad, ve sin conmoverse el hambre del indigente, y se ríe de la desgracia, y piensa que nadie necesita más que él, no pertenece al pueblo. El soberbio que anda el cuello erguido, en la convicción de que un título sin valor real, o una usurpada e inmerecida preponderancia le elevan sobre los otros, no pertenece al pueblo. El impío sacerdote que cambia la misericordia en crueldad, la caridad en avaricia, en soberbia la modestia, y olvidando los ejemplos del Maestro ayuda a los tiranos a oprimir al débil, no pertenece al pueblo. El juez perjuro que pervierte la justicia, y en sus autos se atiene a su conveniencia; que resuelve según le sobornaron a según hablaron las preocupaciones de su clase, no pertenece al pueblo. El militar desvanecido, que anda deslumbrando con la argentería de sus vestidos sin mirar o mirando como grande a los pequeños; que desenvaina la espada y hiere sin motivo; que sirve al déspota en sus desolaciones, no pertenece al pueblo. El que oprime, el que maltrata, el que desdeña a sus hermanos, teniendo para sí que es más que ellos, no pertenece al pueblo. Oh tú que vives del sudor de tu frente; que mantienes con tu diario trabajo ancianos padres, tiernos hijos, tú eres pueblo. Oh tú que, en los conflictos de la Patria, cargas con el peligro y las fatigas de la guerra; que rindes el aliento por defenderla, y si ella triunfa no ganas sino la gloria de haber sido su salvador, tú eres pueblo. Oh tú que arrancas a la madre tierra, a fuerza de industria y de constancia, los frutos indispensables para la vida, tú eres pueblo. Oh tú que forjas los metales, lavas la madera, construyes habitación del 108 Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp. 391-405.
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hombre con tus manos, y la habilitas de comodidades y de lujo, tú eres pueblo. Oh tú que hilas y tejes, que perseveras del frío a los miembros, que comunicas saludable calor a la humana criatura, tú eres pueblo. Oh tú que trabajas y padeces, que padeces, y no te quejas, que sin quejarte cumples tus deberes de ciudadano y llevas sobre ti las cargas de la asociación civil, tú eres pueblo. Tú eres pueblo, y por todo eso vales más que tus opresores: tú eres pueblo, y por todo eso eres más bien quisto con la Providencia; tú eres pueblo; y por todo eso el género humano es el pueblo, fuera de los lobos y los zánganos que con nombre de reyes, presidentes y otros títulos pervierten la naturaleza. Tus enemigos te tratan como a esclavo, tus aduladores te desvanecen con exageradas atribuciones, con lisonjas a las cuales has de cerrar el oído, si quieres tener pensamientos ajuiciados. Lo justo está siempre en el término medio: si tiras por los extremos, vas fuera de camino. Los oligarcas te tienen por su servidor, su proveedor, su víctima; los demagogos quieren constituirte en tirano, a fuerza de infatuaciones, a fuerza de hacerte presumir de grande. Solo Dios es grande; pequeño es el pueblo, si pequeño es el hombre: no presumas de grandeza; si presumes de grandeza, das en la soberbia, y de la soberanía a la tiranía no hay ni un paso. ¿Y habrá ganado algo la justicia en un cambio de tiranos? Teme corroborar con tus obras aquel decir tan triste de los pesimistas: El hombre no rechaza de sí la tiranía, sino para hacerla recaer sobre los otros: el que no es víctima es verdugo. Rechaza de ti la tiranía; no la hagas empero recaer sobre los ciros; deja de ser víctima, sin pasar a la parte de atormentar a tus hermanos. ¿Y sabes quiénes son tus hermanos? Tus hermanos son los hombres todos, buenos y malos, grandes y pequeños. De aquí es que estás obligado a perdonar a los que te dañaron, a proteger a los infelices, a ser uno mismo con tus semejantes, puesto que hayan renunciado a la perversión del alma. ¿No es la fraternidad uno de tus caracteres? Si dejando de padecer empiezas a maltratar; si dejando de ser esclavo, principias a esclavizar; si dejando de ser inferior, levanta las alas la soberbia, y haces por dominar a tu vez inicuamente, dejas de ser pueblo y vienes a tirano. Entonces la libertad tendrá derecho para decirte: Si eres mi alumno, ¿dónde está el respeto que me debes? Y la igualdad encapotará la frente y te dirá: ¿Para esto me invocabas? Y la fraternidad entristecida te dirigirá sus tiernas quejas, y tú no le sabrás responder. El que llora los males, no tanto porque él lo padece, cuanto porque no ve padecerlos a los otros, no merece salir de la miseria. La libertad es como la sabiduría: si no se la comunica con los demás, es enteramente inútil; valía más no conocerla, porque así estábamos libres de la inmo106
destia y el desvanecimiento. Eres libre; mas si habiendo conquistado tu libertad, han perdido otros la suya, ¿se ha perfeccionado el mundo? Sea tu constante anhelo la perfección moral de ella procede, como de legítimo abolengo, la perfección social. Deudo es ése, que si los hombres alcanzasen a comprender sus lazos, a respetarlos y a gozar de sus ventajas, ya nada tendrían que pedir a la fortuna. Cuando te dicen que eres libre, no entiendas del poder de la maldad, tómalo en buena parte, y entiende serlo para tu bien y el de tus conciudadanos. Pues si no lo habíamos de ser sino para ir a un paso con lo inicuo, ¿sería la libertad otra cosa que una facultad dañina? En este caso el hombre libre sería como la cicuta, que tiene el poder de quitar la vida: y cicuta suele cebarse con preferencia en la virtud. Sed sabios sobriamente, os digo yo. La ciencia de los pueblos consiste en conocer sus derechos y en cumplir sus deberes: el que no cumple sus deberes es pueblo corrompido: el que no conoce sus derechos, esclavo; y el que no conoce sus derechos ni practica sus deberes, bárbaro. Pueblo, huye de la corrupción, la esclavitud y la barbarie; porque la barbarie, la esclavitud y la corrupción son la desgracia de los pueblos. Oyóse un día un clamor lejano, sordo, inmenso; el cielo se cubrió de nubes; se enlobregueció la atmósfera, y la tierra temió y esperó. El ruido iba acercándose, y los palacios de los reyes empezaron a temblar; llegó una sobrevivienta, sacudióles fuertemente, y dio con ellos en el suelo. El estrépito del derrocamiento se unió al clamor que había ya llegado, y el mundo aturdido no supo qué estaba sucediendo. Las coronas de los monarcas volaron por los aires, crujieron y se desbarataron sus tronos, el viento se llevó en pedazos la púrpura del manto real. Era un pueblo, un grande pueblo, que había conocido sus derechos, después de haber cumplido en vano largo tiempo sus deberes. Abrió los ojos y miró; y la luz se le entró por ellos, y le llegó al alma, y la alumbró; y una vez alumbrada, vió todo lo que debe ver, y alzó el brazo, y dijo: ¡Juro ser libre! Y, tal fue de grave y grande el sonido de esa voz, que se dilató el espacio, y retumbó como trueno, y los tiranos lo oyeron y palidecieron y temblaron. Y alzado el brazo, el pueblo se acercó, y lo dejó caer, y las restas coronadas rodaron por el polvo envueltas en su propia sangre: hombre y mujer, mayor y niño, todos murieron. Los otros reyes vieron eso, oyeron los ayes desgarradores de sus regios parientes, y en lugar de defenderlos, se asieron con todas sus fuerzas, con la una mano, del brazo de su silla; con la otra acudieron a contener la diadema que se alzaba de sus sienes y quería irse por los aires: lívidos, de mirar turbio, dando diente con diente, se estuvieron sin osar dar una voz ni un paso. Y ese pueblo seguía hiriendo, y tanto hirió, que fue demás. No fue ya conjunto de hombres, mas antes tracalada de fieras ahijadas por el hambre, que se arrojaba a comerlo y destruirlo todo. 107
Los reyes y las clases privilegiadas se habían unido contra el pueblo; y esa triple tiranía imprimía con tres millones de brazos, y ya los hombres no podían con sus males. En vano se quejaron, en vano alzaron voces suplicantes, en vano pusieron las manos a los opresores: los opresores redoblaban sus esfuerzos, y en regocijo impío bebían la sangre de los súbditos, engullían miembros enteros y medio borrachos, se reían estrepitosamente de sus víctimas. Viendo que no podían remediar sus males, tomaron éstas su camino, y a sus verdugos les tocó el suplicar y el gemir. ¡Y cómo bailó, gran Dios, la libertad sobre la tiranía! ¡Cómo la estropeó, cómo la mató, cómo a su vez le bebió la sangre y se embeodó con ella! Y no se saciaba ni se empalagaba: la vida no es harta para su desenfrenado apetito: remueve la tierra, pone al aire los huesos de los tiranos, pisa sobre ellos, toma, sacude los esqueletos, y con risas desencajadas insulta y se venga de los muertos. Poder real, preponderancias nobiliarias, distinción de castas, regalías, fueros y privilegios, todo ha venido abajo a esa terrible sacudida: es el fuego del cielo que destruye las ciudades malditas, es el turbión ardiente que sepulta a Herculano y las cenizas que ahogan a Pompeya. ¿Sabéis cómo se llama ese nuevo azote de Dios? Revolución se llama. El orador del pueblo se encastilla en la tribuna, sacude la melena como león, arroja centellas de sus ojos inflamados, y suelta la voz en sublimes raudales de elocuencia: ¡Revolución! El fiscal del pueblo arrastra a sus enemigos ante el tribunal del pueblo, y les acusa, y les da en rostro con sus desalmamientos, y les pide cuentas de sus desmanes, y los jueces les condenan al último suplicio: ¡Revolución! El amigo del pueblo levanta al pueblo, y corre las calles como torrente devastador, y echa voces a la libertad, y formula juramentos cívicos, e invade los palacios, y rasga los títulos de sus opresores: ¡Revolución! El pueblo se reúne, y discute, y anula lo pasado, y se da nuevas leyes, y los cetros y coronas quedan abolidos, y se erige el altar de la Patria con las joyas de los tiranos: ¡Revolución! El pueblo acude al altar de la Patria, y se prosterna, con la mano sobre el Evangelio jura que la ha salvado, jura vivir libre: ¡Revolución! ¡Revolución! Revolución, monstruo bienhechor, que devoras las iniquidades, como Saturno devoraba las piedras y echas por tierra la impía Babel, y disipas las tinieblas, contente en los términos de la justicia, castiga, no te vengues; repara, no agravies; concibe, da a luz los ángeles que suele abrigar tu seno, no te entregues a Satanás. Pueblo, si los que te gobiernan dejan de ser gobernantes, y se convierten en verdugos, y te chupan la sangre, y te ofenden y mancillan; la revolución es 108
un derecho de los tuyos, ejércelo. Estás obligado a obedecer las leyes; la ciega voluntad y los caprichos de unos o muchos hombres, de ninguna manera. No adores a la diosa razón; adora a Dios y sigue a la razón; sin Dios no hay razón, sin Dios no hay justicia, sin Dios no hay pueblo ni gobierno: témele, y no temas al tirano; síguelo, y derriba a tus opresores. Mas si viviendo en sana paz, y estando las leyes en su puesto, y siendo los magistrados lo que deben ser, gruñes mal contentadizo, y extiendes los brazos, y estiras el cuello, y sigues gruñendo, cometes injusticia: la revolución en este caso es iniquidad. Conténtate con lo que las leyes te conceden, puesto que tú hayas concurrido a formarlas, y puesto que tu sufragio haya sido respetado. Si un dictador o una convención despótica las dictaron solos y por su cuenta, te queda el derecho de examinarlas y pesarlas en tu balanza; si tienen por base la ley de la justicia, respeta, obedece; si el interés particular o la iniquidad general las promovieron, ruge, levántate, vuelve por tus prerrogativas. No te figures que con ser pueblo tienes derecho para todo: si estás en el mismo caso que un presidente, no alegues tu condición de pertenecer al pueblo para andar sobre él, porque en ese caso también el presidente pertenece al pueblo. Si un noble tiene la justicia de su parte, no invoques los derechos del pueblo para defraudar al noble. Si un fuerte fue ofendido por ti, no digas: El pueblo tiene derecho, el pueblo tiene razón; porque el pueblo no tiene razón ni derecho contra el derecho y la razón. Un hombre del pueblo levantó un día su tablado, cubriendo con él la ventana de uno que él llamaba noble: era un espectáculo público en la plaza, a cuyo entretenimiento eran todos llamados igualmente. –Buen amigo, le dijo el segundo, ¿cómo me quitáis la vista con vuestro palco? –La Plaza es del pueblo, contestó soberbio el otro. –¿Luego el pueblo tiene por qué quitarnos la luz que el sol reparte a todas las criaturas? Me llenáis de oscuridad mi cuarto, por estar cómodo vos; ¿pensáis que es justo? Y además, el espectáculo es para la ciudad entera, ¿con qué derecho me excluís? Confundióse el hombre, pero no cedió, porque estaba puesto en que ejercía sus derechos. –Son cosas del público, dijo –¿Pertenecéis al público? –Sí –Y yo ¿a quién pertenezco? ¿no soy parte del público tanto como vos? Si yo os impido invalidar mi ventana, quebranto las prerrogativas de la comunidad social; si vos, a pesar de mis protestaciones, me hurtáis la luz, el aire que necesito en mi habitación, os aprovecháis de las prerrogativas de la comunidad social: ¿luego el público es una persona? ¿luego el público sois vos? –El público somos todos, pero el pueblo está ya cansado de ser en todo inferior, de estar siempre después. –No os disputo la preeminencia del lugar; tomad el primer puesto, encumbraos cuanto esté en vuestro poder: no abogo sino por mi derecho; pues que yo soy dueño de esta ventana, he de 109
usar de ella con más razón, que la que vos tendríais en privarme de mi natural comodidad. Hubo el juez de atreverse en ello, y decidió: que el hombre del pueblo erigiese su tablado sin perjuicio de otro, porque no estaba en la justicia el que el pueblo privase de ella a los que en su entender pertenecían a otra clase. Regíos por la sentencia de ese juez: los bienes de la naturaleza son comunes a todas las criaturas: no porque vivís oprimidos aspiréis a oprimir a los otros, ni tengáis entendido que del daño ajeno ha de resultar vuestra fortuna: el mal es como el tejo, árbol cuya sombra es perniciosa: el mal es como el cabrahigo, árbol cuyo fruto no madura. Arrimaos al de la sabiduría: su sombra es vasta y bienhechora, allí hay lugar para todos, y sus frutos, gratos al paladar, son saludables y nutritivos. La sabiduría en este caso es la cordura, el sufrimiento: no penséis que os quiero enzarzar en las escabrosidades de la ciencia. En profesando el sufrimiento y la cordura, el Señor os tendrá presentes: ¿no sabéis que él jamás olvida a los que se acuerdan de él? Si sois cuerdos y sufridos, seréis el pueblo de Dios, y, si vais por un desierto, él irá a buscaros, y os hallará en su eterna solicitud. “El Señor encontró a su pueblo en un lugar desierto, en una tierra desesperadora, en donde era presa del horror y de la angustia; y le tomó, y le condujo acá y allá, y le instruyó, y le guarda como a la pupila de sus ojos”109. ¿Habéis oído? El pueblo justo es como la pupila de los ojos del Señor. “Los que amáis al Señor, aborreced el mal: el Señor protege a los buenos y los libra de las manos del perverso”. “La luz es para el justo; la alegría para el corazón no corrompido. Justos, regocijaos en el Señor, celebrad su santidad”110. ¿Habéis oído? La justicia, siempre la justicia: el Señor no quiere sino justicia y rectitud de corazón. Los grandes del mundo lo desprecian; vosotros, pequeñuelos, respetadla: en el día supremo, vosotros seréis grandes y los grandes pequeñuelos. El oprimido piensa que en todo y siempre es víctima, y muchas veces no es así; de aquí es que para quejarse lo ha de consultar primero a la razón y la conciencia. ¿Sabéis por qué os hablo de este modo? Porque las virtudes no han de venir adulteradas con vicios; honrar a Dios, trabajar, padecer con paciencia, virtudes son: sufrid las adversidades, trabajad, honrad a Dios, y no aspiréis a preeminencias vanas, ni os dejéis inficionar por el orgullo. No exageréis vuestros quebrantos, para tener perfecto derecho a la reparación de los agravios: si de esclavos venís a libres, mirad que la libertad suele ser 109 110
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Segundo cántico de Moisés. David, Los Salmos.
muchas veces lo que un tesoro en manos de un efebo sin experiencia; gástalo sin medida, y gástalo en su daño: libertad es tesoro que requiere la más sabia economía; si gastáis demás, veniros han los males que llueven sobre el pródigo. Si gemís en esclavitud, aspirad a sacudir el yugo que os oprime; una vez libres, no salgáis desapoderados como toro que se lanza del toril embistiendo con quien encuentra y destruyendo a cuantos puede. ¿No habéis visto como el buey sale de la collera, manso, humilde y se pone a pacer libre en la dehesa? Sed antes como el buey que como el toro. Los tiranos están de continuo diciendo: Libertad; las víctimas murmuran por lo bajo: Libertad. ¿Quién la comprende en su verdadero sentido? ¿Quién conoce su divina esencia? Ella es el poder de obrar el bien y el mal: si se obra el bien, se ejerce una facultad sublime; si el mal, habremos seguido al espíritu malo: Satanás ¿no es libre para el mal? Para que la libertad sea virtud, ha de preponderar en el hombre la inclinación al bien: ved aquí que no conviene ser del todo libres: ¿cómo ha de convenir ser malos? Yo vi en el frontispicio de una cárcel esta inscripción grabada en gruesos caracteres: LIBERTAS. Esta filosófica y triste paradoja quiere decir que la libertad necesita riendas: de otro modo, irá como un suelto y fogoso bridón a precipitarse en un abismo, si el jinete lo montó sin freno y le ahíja sin cesar. La sociedad humana es esa cárcel en cuyo frontispicio se grabó: LIBERTAS. Para vivir reunidos, ¿no nos hemos desprendido voluntariamente de buena parte de nuestra libertad natural? Luego querer hacer en el seno de la comunión lo que haríamos si permaneciésemos salvajes, vagueando en las profundidades de las selvas, es romper el pacto social, es merecer el castigo que nosotros mismos quisimos imponernos. Pueblo, hay muchas cosas que no puedes hacer, aún cuando te figures que esa restricción coarta tu libertad: cuando te la coarta la tiranía, indígnate; cuando te la coarta la razón, vuelve en ti, y sufre el contratiempo, que en buenas cuentas, es tu bien, puesto que lo es de todos los asociados. En tiempos antiguos un pueblo se levantó, y dejó la ciudad, y se retiró a un monte: los senadores y los nobles quedaron solos, y tuvieron miedo de verse abandonados, y no pudieron vivir sin el pueblo: tiranos sin tiranizados, verdugos sin víctimas, ¿cómo podría ser? La ciudad, por otra parte, estaba desierta y muda, los templos de los dioses, mudos y desiertos. Nadie venía al foro a defender su causa, nadie acudía al senado a oír a los padres conscriptos. Los padres conscriptos vieron que sin el pueblo tenían que deponer el cetro de marfil y empuñar el timón del arado; que habían de forjar el hierro con sus manos, y que las matronas habían de amasar el pan de cada día. 111
Y esto les supo mal, y cayeron en la cuenta de que la tan desdeñada plebe era la parte más necesaria de la asociación, y que era locura despecharla en términos que se ponga en cobro y viva de por sí. La gente llana puede vivir sola, como lo vemos en los campos: los nobles no son para ella necesarios, al paso que los nobles no acertarían a vivir sin la gente llana: ¿quién les sembraría sus tierras?, ¿quién adornaría sus casas?, ¿quién les daría de comer y de vestir? ¡Nobles, ingratos nobles! Despreciad, aborreced, maltratad a los que os dan de comer y de vestir, a los que adornan vuestras casas y siembran vuestras tierras. Y ese pueblo no bajaba de su monte, y los tiranos no sabían qué hacerse y los senadores no tenían a quien dar leyes: entonces se dijeron: Sin pueblo no hay nación. Y enviaron hacia el pueblo al más sabio de ellos, que le persuadiese el volver a la ciudad, y en uno todos, formasen la nación. Caigan los tiranos, dijo el pueblo; déjennos elegir de entre nosotros un magistrado que nos defienda, y sea este magistrado inviolable. Y los tiranos cayeron, y el pueblo eligió su magistrado inviolable y mudada la forma de gobierno, volvió el pueblo a la ciudad. Y no volvió altivo ni presuntuoso, que se había comprometido por su parte a no ser demasiado libre. Pueblo, si te privan de la libertad, deja solos a tus opresores, retírate a un monte, hasta que la hayas reconquistado: una vez reconquistado, vuelve, pero no vuelvas demasiado libre.
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La Dictadura Perpetua
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(error del star and herald) A los señores redactadores del Star and Herald Señores redactores: Entre los títulos con que, en su estimable periódico, se recomienda al pueblo ecuatoriano la reelección de García Moreno, se les pasó por alto el rasgo que más ilustra el carácter de su héroe y los hechos que más simpático lo vuelven a ojos americanos: digo las públicas y reiteradas tentativas por vender su Patria a las monarquías europeas, sin contar con la guerra que fue a buscar al Perú y llevó al Ecuador en la memorable expedición del General Castilla, que en paz descanse. Esta hazaña no le recomienda, al fin y al cabo, sino a los ecuatorianos; más lo que son sus nobles ofertas al emperador de los franceses; sus puras intenciones en sus tratos con Pinzón y Mazarredo, le vuelven acreedor al aprecio universal y digno de reinar perpetuamente. Si se tratara de Almonte, Lavastida y Santana, de seguro que ustedes hablarían como buenos hijos de América; pero en ese ente fatídico que se llama García Moreno, va la fortuna hasta el punto de convertir a un traidor en patriota benemérito, un azote en instrumento saludable, un satanás en un dios. Si los milagros de esa santa prostituta son tan grandes ¿cómo no ha de tener quien los admire? La ciega, la torpe y bestial fortuna tiene hijos, y los diviniza; tiene sectarios, y la adoran. ¿O es que ustedes, campeones de la independencia y la libertad, aplauden asimismo las obras de Almonte, Lavastida y Santana, y les tienen por necesarios para el orden y la bienandanza de Méjico y Santo Domingo? Los franceses bendicen a Lafayette y maldicen a Bazaine; los españoles bendicen a las víctimas del 2 de mayo y maldicen a Godoy; los cubanos bendicen a Céspedes y ahorcan en los árboles del campo de la libertad a los traidores de la Patria. Los ecuatorianos no bendicen a García Moreno, sabedlo, escritores sabios, periodistas de conciencia que lleváis sobre los hombros la máquina de Gutemberg, y que ojalá llevaseis dentro del pecho el alma de Washington y Bolívar. Galalón y el conde don Julián, clavados a una picota inmortal, son los eternos representantes de la infamia; ¿y nosotros hemos de erigir estatuas a un García Moreno en este nuevo mundo que se gallardea en su gloriosa autonomía? Si ustedes intentaren traer a la duda las acciones de 111 Tomado de: Juan Montalvo, La Dictadura Perpetua [1874], en Benjamín Carrión, El pensamiento vivo de Montalvo, Buenos Aires, Losada, 1961, pp. 218-245.
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ese don Julián falsificado, llegaron tarde a la disputa; son cosas bien averiguadas, constan en públicos documentos nunca desmentidos. Si por el contrario piensan que nadie merece más de su Patria que el que la vende una y mil veces, y que aún los periódicos de la libre y liberal Colombia deben conspirar a la perpetuidad de ese tiranuelo, nada tengo que decir: piense cada uno como quiera, y Dios nos ayude a todos. Mas no puedo apartarme de este punto sin hacer una reflexión: Jefferson Davis fue disidente, no traidor; si Jefferson Davis hubiera corrido a Inglaterra a ofrecer los Estados Unidos a lord Palmerston, Jefferson Davis estuviera colgado del pescuezo a una horca más alta que las pirámides de Egipto, para que le contemple el universo, en vez de estar gozando tranquilamente del generoso perdón de sus compatriotas. Ustedes tienen creída la misma cosa; mas visto que una triste nación del sur no es los Estados Unidos, entréguesela de nuevo a su verdugo. “Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado”. Como Pascal era un sublime tonto, bien podía decir tan sutiles necedades. Lo único que yo sé es que Jorge Washington pagó con una suma de oro y otra mayor de vilipendio al traidor que se le atravesó en su camino: “Toma –le dijo– y véte”. El traidor desechó el oro, y corrió a volarse la tapa de los sesos; tenía más vergüenza que García Moreno. A éste no le echamos la puerta afuera: antes le llamamos al mando perpetuo. Con justicia, pues si el de Washington había hecho traición a favor de América, el otro las ha hecho en contra suya: éste merece la becerra. Quisiera yo ser tan tonto como Pascal para decirme aquí alguna cosa digna de la posteridad; pero como Dios no ha querido tanto, lo que hago es morirme de silencio. “Los mayores enemigos de García Moreno, greatest enemies, dicen ustedes, se ven obligados a confesar que durante su gobierno la República ha gozado de paz, y que monta mucho el progreso material no menos que el moral”. Yo lo niego, y negaría a todo el que tenga conocimiento y guarde memoria de las cosas. Dos guerras exteriores y cien revoluciones no son documentos de la paz; los huesos que están blanqueando en las colinas de Cuaspud, no acreditan el espíritu pacífico de García Moreno, se invaden los campos inocentes, se arranca al labriego del arado: paz. Se echan pelotones de gente innumerable por esos derrumbaderos, se los entrega casi indefensos al hierro destructor: paz. Huye el caudillo, vuelan los jefes, mueren los soldados: ¡paz! ¡paz! Vidas sin cuento, riquezas, honra, todo ha quedado en el lugar de la ignominia: paz. ¿Esta es la paz por cuyo motivo el tiranuelo debe ser dictador perpetuo? Ésta, sí, ésta y la de Tulcán en que Julio Arboleda le molió a palos, son las barraganías que le llaman a la dominación vitalicia a ese mancebo generoso. Sus pretensiones no eran tan levantadas cuando, prisionero, con lágrimas en los ojos, voz de vieja, abrazado 114
de un Cristo en que no cree, repetía: “Mañana nos fusilan, compañeros”, y ensartaba letanía tras letanía: Virgo veneranda, Virgo predicanda. Quedamos en que dos guerras inicuas, promovidas sin razón patriótica, llevadas adelante con ineptitud, concluídas con vergüenza, cuyo efecto no ha sido sino la deshonra, no tanto de ese pueblo cuanto de su opresor, no son la paz de ningún modo. Pues si contemplamos en las revoluciones que el tiranuelo ha ahogado en sangre; en las que ha desbaratado por obra de algún Judas; en la medrosa vigilancia con que pasa días y noches; en el despilfarro de la hacienda pública por acumular de vicio elementos de guerra, vendremos a concluir que ella es el estado normal de esa desventurada comarca. Guerra sin manos y muda, guerra muerta: guerra de los gusanos contra el cadáver. Veis allí un cuerpo exangüe tirado sobre el fango: García Moreno, sus esbirros y sus jesuitas, sus italianos y sus españoles, sus monjas y sus hermanas en muchedumbre infinita andan por dentro y por fuera comiéndole desesperados: la guerra de los gusanos contra el cadáver. ¡Feliz estado que los hombres filantrópicos y libres llaman paz! ¡Desdichado, por otra parte, el pueblo donde la revolución viniese a ser imposible! Ésa sería la canonización de Dionisio Oenobardo, de Melgarejo, de García Moreno. El derecho de conspirar contra la tianía es de los más respetables para los hombres libres. ¡No! No es así; Quiroga, Salinas, Morales, mártires sagrados del Pichincha; Pombo, Caldas, Torres, víctimas del Funza, la tierra os come hace más de medio siglo, y ahora se os declara criminales. Y vosotras, sombras de Miranda y Madariaga, huid avergonzadas, que los hijos de la libertad os llaman de felones, porque la fundasteis a costa de la vida. ¿Cómo es esto? no pasa día sin que la prensa de todas las naciones harte de injurias a los ecuatorianos, con decir que no conspiran contra su tirano, que no les echan a los perros hechos trizas. Esclavos, cobardes, viles, todo, porque le sufren; vuelve uno la cabeza, y oye por ahí que uno de los timbres de García Moreno es haber vuelto imposible la revolución, y que sería una desgracia que dejase de reinar. Reinar; la lengua inglesa, lengua de la única monarquía donde reina la libertad; lengua de los Estados Unidos, no esperaba que en una República libre e ilustrada se la emplease para abogar por un cruel tirano. Reinar: ¿no es verdad que García Moreno ha reinado, has reigned, y debe reinar para siempre en el Ecuador? ¡Después de quince años de un nefando despotismo, de unas presidencias ganadas con puñal en mano, hay en Colombia quien litigue por él y crea necesaria la continuación de su reinado! No ha mucho, un americano que promete ser de los más notables; que está ya recomendado a nuestras repúblicas por su acendrado patriotismo y su talento; el señor Adriano Páez, dijo en París que el día de hoy no había en la América 115
hispana sino un pueblo que tenía no solo el derecho, sino el deber de conspirar; y que este pueblo era el Ecuador. En efecto, el Ecuador es el único que ahora tiene ese derecho, porque es el único esclavo: los pueblos libres y felices no lo tienen. Chile, el Perú, Colombia, Venezuela, Guatemala, Buenos Aires, están a su sabor, a lo menos al de la mayoría: sus gobiernos tienen oposición; la oposición tiene palabra, pluma, y esto habla por la minoría. Si sus gobiernos conspirasen contra las instituciones democráticas; si las circunstancias fueran tales que sus presidentes se viesen en la necesidad de perpetuarse por el bien de la Patria; si la tiranía con su séquito de espectros pavorosos saliese por las calles pompeando y halconeando, esos pueblos se revestirían del derecho de conspirar a su vez, y si no conspirasen merecerían la censura de las otras naciones. García Moreno ha hecho mal en volver imposible la revolución. Quíteles a los ecuatorianos el derecho de conspirar, manteniéndolos libres como lo habían sido, labrando su felicidad por medio de la ilustración, fomentando las virtudes públicas y privadas, y conspirar contra su gobierno habría sido acción ilícita. Pero si vuelve imposible la revolución matando a unos, expatriando a otros, envileciendo, entorpeciendo a los demás, ¿qué alabanza merece del filósofo, del patriota, del hombre bueno y generoso? Miles de proscriptos en un puño de habitantes, ¡oh excelso, oh sumo gobernante! Él publica en su periódicos oficiales que todos esos son ladrones, bandidos, prófugos de las cárceles, incendiarios y otras cosas: no les persigue él sino la justicia; huyen de los tribunales, no de su gobierno. Yo digo, que pueblo donde mayor sea el número de criminales que el de hombres de bien, no ha conseguido una gran suma de progreso moral, a great amount of moral progress. Y ustedes ¿qué dicen, señores redactores del Star and Herald? Desengáñense ustedes, en el seno del fanatismo no se desenvuelve sino la ignorancia; en el de la hipocresía, el crimen. ¿Cómo ha de ser feliz el pueblo a donde acude en riadas pestilentes la hez de los conventos de Italia, España y otras partes; donde la instrucción pública es asunto del convento puramente; donde un obispo, un pobre fraile, un lego ignorante es el contralor celoso de la lectura en todos sus ramos? Los libros son artículo de comiso: de la aduana han de ir a la curia, a carga cerrada, y no pasan sino los que aprueba el familiar, el cocinero: ¿qué tiempo tiene el Obispo para examinar libros? y obispos de García Moreno ¿qué luces, qué conciencia? La oscuridad matadora de los tiempos coloniales no era más ciega. ¡Y digan ustedes que el Ecuador, reinando García Moreno, ha alcanzado una gran suma de progreso moral! ¿Sin libros, sin lectura quién se civiliza, quién se instruye? El soldado sobre el civil, el fraile sobre el soldado, el verdugo sobre el fraile, el tirano sobre el verdugo, el demonio sobre el tirano, ¡todo esto nadando en un océano de sombras corrompidas! A great amount of moral progress. 116
García Moreno dividió el pueblo ecuatoriano en tres partes iguales; la una la dedicó a la muerte, la otra al destierro, la última a la servidumbre. Los muertos no pueden conspirar, los esclavos no se atreven, los desterrados han conspirado mil veces. Injusto era el granadino que se proponía ir desde la gran Cundinamarca a libertar a los ecuatorianos, para tener luego la satisfacción de abrir al mundo en Guayaquil “un mercado de un millón de eunucos”. No ha cumplido su palabra; pero siempre queda en su favor lo filantrópico de la intención y lo púdico del pensamiento. Había en el nuevo mundo un pueblo donde el rey era el soberano, el pontífice, el juez, el padre de familia: ni contrato, ni empresa, ni cosa que se verificase sin su anuencia: domina en la nación, reina en el templo, resuelve en el tribunal, penetra en el hogar doméstico, y todo lo inquiere, todo lo sabe, todo lo fiscaliza. El rey no era tirano, y la nación había llegado a una gran suma de progreso material: a great amount of material progress. Entre varias obras portentosas, una carretera cual nunca la vio Roma, une las dos capitales del imperio, otra maravilla del mundo, dicen los historiadores. Y con todo, el pueblo vivía en la tristeza, porque no era libre, ni cabe la felicidad en el seno del despotismo. ¿Cómo sucede que tan gran suma de progreso material no bastó para que nuestros padres dejasen de conquistarlo, por arrancarle de la barbarie? El pueblo no había alcanzado aún el progreso moral, y de aquí viene a suceder que era bárbaro en medio de sus grandezas materiales. García Moreno ha emprendido, es cierto, en cuatro o cinco caminos: después de gastos ingentes y miles de vidas perdidas en ellos, todos los ha abandonado. No tenía ni el aliento ni la capacidad intelectual necesarios para saber qué se debía hacer y hasta dónde se podía dar impulso al progreso material. El miserable trecho que recorre el viajero, obra de quince años, obra hecha para el enriquecimiento de cien hombres sin fe ni probidad, vale uno y cuesta diez. Ha construído asimismo dos Bastillas, una para sus prójimos, otra para su familia. Cuando visita esa casa del dolor, ese presidio horrible, les dice a sus amigos: Aquí he de morir yo. Él sabe que lo merece, y espera la justicia del cielo. El estreno de esa tumba de los vivos fue lastimoso: una mujer, una pobre niña descarriada: subió las funestas escaleras en medio de gendarmes, el lúgubre edificio cayó sobre su corazón con toda su pesadumbre, corrió hacia una ventana inconclusa, y se arrojó al patio de cabeza. García Moreno, triunfante, solemnizó esa fecha con un almuerzo singular: hizo freír los sesos de esa niña en la sangre de Maldonado, y se hartó hasta la borrachera. Él piensa que lo tiene digerido, y no sabe que la indigestión se hará sentir el día de la cuenta: esos manjares no se descomponen sino al fuego del infierno. Dios castiga el crimen no arrepentido ni expiado; con el pecado, con el vicio, es indulgente, porque 117
tienen remedio. ¿Qué fuera del género humano si toda mujer que sufre un desliz fuera encerrada para siempre? Las casas de reclusión no son casas de desesperación en ninguna parte del mundo; y ni rey ni presidente ejerce el triste cargo de andar por las calles aprehendiendo mujeres y despeñándolas. Despotismo, en todo despotismo y tiranía. El bien es moderado, la virtud mansa: las malas costumbres se corrigen, no se castigan como crímenes. Exhortación, dulzura, ejemplo, valen más que la ferocidad. Si a Venus se le encierra en el mismo calabozo que a Nerón, se comete una insensatez: el parricidio y el descarrío son cosas muy diversas. El agua con que la Magdalena lavó los pies a Jesús, es el remedio de la deshonestidad. García Moreno, cristiano, pruébalo en tu persona, pruébalo en tus frailes, y sobre mí si no mejoran hombres y mujeres. No ha mucho pasó por este puente del mundo un extranjero que llevaba consigo una muestra de la piadosa civilización de ese santo hombre, y como la cosa más curiosa del mundo la iba enseñando a todos. Era un papel del jefe de policía de Guayaquil, que rezaba: “Al que dé noticia del paradero de la prostituta tal, 50 pesos de gratificación”. Aquí tienen ustedes puesta a talla la cabeza de un ente miserable. ¿Es posible que sistema semejante rija en el corazón de la América civilizada? ¡Los altos magistrados pregonando a son de trompetas las culpas de una mujer y fomentando con dinero la infame delación! García Moreno, que sabe muchas cosas malas, no sabe ni una buena: si hubiera llegado a su noticia “que la ropa sucia se lava en casa”, no pusiera carteles en el Chimborazo, para que por medio de este embajador sublime aprehendan las naciones a “la prostituta” que se le había ido de las garras, y se le entreguen a buen recaudo. Últimamente ha enviado a Europa un ministro plenipotenciario a celebrar con Francia, la Gran Bretaña y el Imperio Alemán un tratado de extradición de terceras en concordia y mozas del partido; cuyo tratado se propone cumplir con toda religiosidad enviándoles algunas hasta de las suyas propias112. No sabemos si la maldad que pasa a delirio, merece la cólera o la risa de los hombres. ¡Un presidente ocupado de día y de noche en coger niñas alegres y viejas tristes, persiguiéndolas hasta más allá de la frontera! ¿Y creerán ustedes que él de su persona es un San Jerónimo? No señor; pone sus carteles, y mama la cabra. ¡Vaya un país donde la madre Celestina merece los honores de ser reclamada por medio de una legación de primera clase! Parece que, en este particular, el amigo don Gabriel no piensa como el galeote “corredor de oreja, y aun de todo 112 Montalvo no asentó nunca una calumnia: públicos y notorios eran en Quito los comercios indecentes de García Moreno con la cajonera Dorotea y algunas mujeres de copete, una de las cuales había sido antes madre de uno que es ahora apologista del tirano (Nota de Benjamín Carrión).
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el cuerpo”, que iba a galeras por haber querido que todo el mundo se huelgue y viva bien. A García Moreno le habremos de hacer pintar ahogando bajo su planta poderosa a la madre Celestina; pues montas que en su estatua acuestre ha de ir al anca el corredor de todo el cuerpo. Estos son los progresos materiales y morales de García Moreno. Pero demos que perforase los Andes y pusiese en contacto los dos mares; ha contagiado a sus esclavos con la lepra de su alma, y en tanto que esos chorros de pus apestan al Nuevo Mundo, no podemos decir que hay salud en ese pueblo. El espítitu de Samuel Morse no desciende sino sobre las naciones luminosas: hoy que sus alambres encantados unen los dos polos, el oriente y el occidente, y envuelven la tierra, comunicándole al oído los secretos de las ciencias, los sucesos de la política, los vaivenes del comercio ¿cuál es el cacique ignorante que se atreve a decir que su tribu ha superado a todas las repúblicas sudamericanas en adelantos físicos y morales, cuando no tiene un jeme de telégrafo electrónico, ni sabe quién ha sido Sirus Field? ¡El istmo de Panamá está viendo pasar desde tiempo inmemorial esas mangas de fantasmas tenebrosos que van a oscurecer el Ecuador, frailes de uno y otro sexo, jesuitas repelidos de todo el mundo, carlistas trashumantes, y aquí, aquí es donde se publica que el depotismo de García Moreno ha dotado al Ecuador con una gran suma de progreso físico y moral! “Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”. Éste es el ruin adagio que ustedes han ido a mendigar a otra lengua, para ponerlo por fundamento de una infame usurpación, de una perpetuidad que es ya, no solamente la ignominia del Ecuador, pero también la vergüenza de la América republicana. ¿Adónde van a parar los principios democráticos, adónde las instituciones liberales, adónde de los derechos de los pueblos, adónde la justicia, adónde el pundonor, adónde la dignidad humana, adónde la libertad, adónde la esperanza? “Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”. ¡Ah, señores, si las sentencias de la trascasa han de salir ahora a echar por tierra las máximas de la filosofía, los fundamentos del gobierno, las bases de la República, llorad, llorad conmigo la calamidad de los tiempos, la negra desdicha del género humano. Senado de los lores, Cámara de los Comunes; Cuerpo Legislativo de la ilustre Francia; legisladores de los Estados Unidos; Gladstone, Beales; Tiers, Gambetta; y tú, Carlos Summer, el más sabio, el más filantrópico de los norteamericanos, salid, huid, el mundo no os necesita ni os aprecia; el galopín de montera blanca y delantal manchado de carbón es el que reina, el que legisla! “Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”; ¡viva la dictadura perpetua del verdugo! “Lo que García Moreno ha hecho por el progreso y adelanto de su país, es patente para todos”. Veamos lo que es patente para Colombia donde se publican estas cosas. Para Mosquera es patente que García Moreno le molestó 119
con enviarle nueve mil labriegos para que los degüelle a orillas del Carchi; para Arboleda es patente que García Moreno le frustró sus planes, le destruyó su partido, le causó la muerte, yendo en persona a hacerse apalear a orillas del Carchi. En tanto que ese fiero colombiano meneaba la cachiporra sobre la cabeza de sus correligionarios, el amigo don Tomás Cipriano iba ganando terreno y apoderándose de todo, como quien no dice nada. Lo que es patente para Colombia, es el alzamiento de Nicolás Martínez contra los colombianos; ese horrendo somatén donde hombres, mujeres y niños fueron destrozados o puestos en huída a media noche. Bien es verdad que este suceso debe ser pura fábula, ya que el asesino recibió un alto ascenso en las barbas del Enviado Estraordinario y Ministro Plenipotenciario que fue a pedir satisfacciones y entró a Quito como una tromba marina, oscuro, amenazante. La tempestad fue al punto convertida en calma chicha, el que había venido rugiendo como león, salió arrullando como paloma. Vengados fueron sus compatriotas, puesto a salvo el honor de la nación, ya que él, un asesino, subió a Ministro de la Corte Suprema, donde se pandea todavía, y el otro a gobernador del lugar del crimen. García Moreno, donde no vale la fuerza, echa mano por la magia: es Atlante en cuerpo en Polifemo. Tiene además un colegio de Circes que hacen raras transmutaciones. Poco fue que no le hizo confesar y comulgar a su hombre. C´est mon homme, dicen los franceses: García Moreno tiene sus hombres. ¡Qué es, mi Dios, ver un empleado público, un agente de la autoridad suprema, un gobernador alzar el pueblo, asaltar a media noche a una colonia extranjera, romper, herir, destrozar a diestra y a siniestras! Estos son los sostenedores de García Moreno, a éstos asciende a Ministros de la Corte Suprema, éstos piden su reelección, éstos escriben las manifestaciones que tanto han podido en el ánimo de ustedes, señores redactores del Star and Herald. Aquí tienen ustedes una cosa tan mala como el acontecimiento de Bolivia que se ha querido convertir en provecho del tiranuelo del Ecuador, sin más efecto que el daño de estos recuerdos. Sin ocasión, no conviene llevar la memoria a los casos horribles; más la oportunidad, la necesidad... Si la página más brillante de García Moreno es no haber hecho lo que Iriondo, yo siento y pruebo que en el Ecuador han ocurrido crímenes públicos mucho más trascendentales. Al fin los bolivianos se están pelando las barbas entre ellos; pero la hospitalidad, esa diosa de los bárbaros que adoran también los pueblos civilizados, no ha visto caer sus templos en Bolivia. García Moreno hace juzgar a los extranjeros por herejes, y a otros los hechan a palos de sus pueblos. ¡Ese, ese hombre debe ser dictador vitalicio del país donde acontecen hechos semejantes! Ya oigo la argumentación de García Moreno: los reos fueron juzgados, dice; absueltos los delincuentes, ¿qué culpa tengo? Fueron juzgados, no por or120
den suya: fueron absueltos por su orden. Él trato con el Ministro de Colombia, él apremió a los asesinos. La revolución es el mayor de los crímenes en siendo contra su tiranía; las que él hace contra hombres buenos, mansos, sencillos, inocentes, simples, beatos, infelices como Carrión, como Espinosa, son cosas grandes, cosas bellas. Espinosa los hacía juzgar; García Moreno le bota, usurpa el mando, y hace ministros de la Corte Suprema y gobernadores a los asesinos; y el señor don Teodoro113, muy satisfecho de sí mismo, piensa que se ha echado a la faltriquera a Talleyrand y Metternich. ¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente –los cinco colombianos azotados en Esmeraldas, uno de los cuales llevó su queja hasta las alotas regiones del gobierno. ¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente –los robos oficiales que cada día se hacen a colombianos en el Ecuador, quitándoles hasta los céntimos del bolsillo. Los robados se desahogan con hartar de insultos a los ecuatorianos: ¡Dios de bondad!, ¿son ellos los que les saltean? Es García Moreno el jesuita, hombre sin Patria: no la tiene el que no la ama y la deshonra; no la tiene el que la escarnece y la embrutece; no la tiene el que la oprime y la mata. La hospitalidad, la benevolencia, el cariño que los colombianos han hallado siempre en el Ecuador ¿en dónde los hubieran hallado? Amor, riqueza, preponderancia, todo. Las mejores casas siempre abiertas para los vecinos; las mejores manos a su alcance; las mejores haciendas, para ellos; en buena hora, si han sabido merecerlas. Cuando García Moreno y su pandilla les roban, les persiguen, les ultrajan, él es el delincuente, él merece el castigo; ¿por qué vengarse de sus víctimas? Porque le sufren, exclaman en Bogotá; porque no le derriban, añaden en Popayán; porque no le matan, gritan en la brava Pasto. La prensa de Panamá ha tomado sobre sí el oponerse a esas ciudades; ella no quiere que le derriben ni le maten, antes proclama la dictadura perpetua del verdugo. ¡No, señores! No he dicho la prensa de Panamá; digo un periódico, periódico escrito en lengua extraña. El pueblo panameño que se levanta en globo a vitorear a Páez; que festeja en la alegría de la libertad y el patriotismo al último de nuestros libertadores, no aplaude las obras de un oscuro tiranuelo, las supercherías de un traidor consuetudinario. La estatua de Herrera está ahí que le instruye y le amenaza: en faltando sus hermanos a los deberes del hombre libre y fiero, ella alza la voz de la tumba, solemne en todo caso, terrible, cuando se queja y se lamenta. Y vosotros, campeones de la ley, soldados de la inteligencia, propagadores de las luces, diarios de la alta Bogotá, ¿no estáis disminuyendo cada día los asertos de este cofrade descarriado? “La Ilustración”, “La América”, 113
Teodoro Valenzuela, el Ministro de Colombia en Quito.
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“El Diario de Cundinamarca” y otros cientos, no piden a tercera, la cuarta, la quinta reelección de García Moreno, ni piensan que sea necesaria una mano de fierro para ese pueblo de corderos. ¿Cuál más suave, más blando, más fácil de gobernar, y aun de oprimir en todo tiempo? Pues necesita una mano de fierro. Potestas tenebrarum. ¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Les sobra fundamento a ciertos colombianos y muy particularmente al Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario para pedir satisfacciones de la sangre derramada por Nicolás Martínez. Les sobra fundamento para llamar de “matachines” y de “viles” a los ecuatorianos, y venderlos al mundo por “eunucos”. Es cierto que en los dominios del Gran Señor de la Puerta Otomana los eunucos corren con el azotar; ¿a quienes? A los de Esmeraldas; ¡gran Dios! Ahora veamos lo que es patente para el Perú, otro de los vecinos. El Perú sabe y ha visto la persecución a los miembros del concejo municipal de Guayaquil que protestaron patriótica, noble, altamente contra la ocupación de las islas guaneras por los españoles. El Perú sabe que García Moreno es reo de sus tribunales, preso legítimo de sus cárceles; sabe que tiene allí causa criminal declarada con lugar a proceder; sabe que sus jueces le han juzgado por tentativa de homicidio. Sabe y ha visto que el pueblo de Lima le seguía por las calles cuando huía medroso, a las voces de: “¡No hay quien mate a ese tirano!”. ¿Qué más sabe y ha visto el Perú? Sabe y ha visto que en Piura le fusilaron en estatua por la espalda. El Perú y Bolivia y Colombia y Venezuela y Chile y Buenos Aires y todo el continente sabe que García Moreno propuso al señor Heriberto García de Quevedo entregar al Ecuador a España¸ sabe que escribió varias cartas al señor Trinité ofreciéndoselo a Francia, y ha leído esas cartas. ¿Qué más sabe y ha visto la América del Sur? García Moreno contesta, no para negar estos delitos, sino para decir que son cosas traqueadas, antiguas, y que los que se las recuerdan son ladrones, bribones, estafadores, pillos, bandidos prófugos, infames calumniantes y otras santidades de las que acostumbra. Contesta, no que no ha cometido esas felonías, sino que son cosas traqueadas, antiguas. Con ser buen leguleyo no sabe que los crímenes no prescriben; y con ser no mal físico, no sabe que la infamia tiene aceite de patíbulo, no se seca jamás, y está oliendo sin fin, como el almizcle. Traqueadas, antiguas… Y cabalmente por esto debe ser dictador perpetuo. Quisiera yo saber si los franceses elegirán Presidente de la República a Bazaine dentro de catorce años: su traición será entonces cosa traqueada, antigua, y tendrá derecho al primer puesto. Hay acciones que imprimen carácter: los traidores son sacerdotes ordenados por Satanás y con cerquillo y corona se van a los infiernos, aun cuando vivan cien años. Cosas traqueadas, antiguas… ¿Y quién 122
nos guarda de que no las renueve, refresque y pulimente en la primera ocasión? Como su poder viniera a riesgo de perderse, verían ustedes que aquel presbítero hacía lo posible por darle retoque a lo traqueado, novedad a lo antiguo. Res sacra reus, decían los romanos; el reo es cosa sagrada. Pero esto era cuando iba hacia el cadalso; cuando se contonea en la gloria mundana, el reo es cosa maldita. García Moreno debe ser dictador perpetuo por estas razones positivas; ahora vienen las negativas. Debe serlo porque él no ha hecho lo que el gobierno de Bolivia acaba de hacer con un distinguido boliviano, romper con su casa a cañonazos, invadirla, saquearla, llevarse presos a sus moradores. Y no debe serlo también porque no ha puesto fuego al templo de Delfos; porque no ha destruído la biblioteca alejandrina; porque no ha matado a su madre ni a su esposa; porque no ha entrado en Roma a sangre y fuego; porque no ha asesinado a Enrique IV; porque no ha fusilado a monseñor Darboy; porque no ha entregado la nación francesa a los alemanes; porque no ha desorejado a los generales enemigos, como don Manuel Rosas. Sobran razones para elegir por tercera vez a García Moreno. Un anciano agobiado con el peso de los años y los males se halla en el calabozo de un cuartel: cano, enfermo, triste, no dice nada ni se mueve. Llegan los verdugos, le toman, le arrastran al patio, le templan, le azotan. ¿Oyen ustedes? ¡le azotan! ¿Han oído? ¡le azotan! Y ese hombre es militar, general, veterano de la independencia. Después de azotado, le echan fuera. A pocos días, como iba por la calle despacio, taciturno, cayó muerto. El corolario del azote debía ser el veneno; el tiranuelo temió la venganza del soldado. Justo es que en Colombia, en Panamá se proclame la dictadura perpetua de García Moreno: el General Ayarza fue hijo de Panamá, colombiano. ¿A dónde sois idos, justicia y honor de las naciones? Al honor y la justicia de Colombia no seré yo quien toque, ¡por Dios vivo! Las virtudes de un gran pueblo son cosas muy elevadas, para que vengan a tierra por desvíos solitarios que él no disimula. Pero me llena de asombro al ver cómo de la cuna del General Fernando Auarza salga la única voz quizá que en Colombia canonice al traidor y azotador García Moreno. Cinco años de destierro son para cualquiera cinco muertes; cinco años vividos en un desierto hermoso donde la mano de Dios está extendida sobre la Naturaleza y los pocos hombres que le habitan, me enseñaron a quererla a esta Colombia, heroica por sus hechos, libre por su querer, clara por sus luces, cuando al pie del Chiles y el Cumbal pasaba yo mis días tristes en esa felicidad misteriosa de que solo son capaces ciertos corazones. Cuando el crimen de haber azotado a un general, un veterano de la independencia, fue a resonar en las naciones vecinas, don Pedro Pablo García Mo123
reno, hermano del delincuente, desmintió en Lima con laudable prontitud el desafuero que se atribuía a su hermano, y dijo en “El Comercio”, que de ser verdadera semejante atrocidad se seguiría que ese hombre muriese abrumado bajo el peso de la execración del mundo. El hecho era positivo, auténtica la noticia. ¡Los hermanos de aquel bárbaro protestan junto con todos los sudamericanos contra sus insensatas tropelías; y habrá un escritor, un periodista, un encargado de los intereses generales, un guardián de la moral pública, un vigilante de la libertad, un oficial de la democracia que alce la voz y llame a la dominación vitalicia al ser infausto que está condenado a muerte por el tribunal del Nuevo Mundo, a las penas eternas por la justicia del Todopoderoso! ¡Qué doctrinas! La republicana desecha la de los hombres necesarios, y la de los providenciales es impiedad entre nosotros, cuando no fue sino sandez en Napoleón III. La elección de Grant para un tercer período no sería admisible en los Estados Unidos, porque olería a cesarismo; la de García Moreno es necesaria en el Ecuador, porque “difieren las circunstancias”. ¿Qué circunstancias? ¡Ah, señores! Este vago, hueco, fantástico vocablo no entraña muchas veces sino la nada; pero una nada malévola, nociva; vientecillo apenas sensible que causa la muerte, como esos aires disimulados que en ciertos países soplan a modo de céfiro y matan a modo de simún. Las circunstancias no quieren que Grant se perpetúe en los Estados Unidos, Sarmiento en la República Argentina, Murillo en Colombia, y exigen que García Moreno sea eterno en el Ecuador. Estos suben por elección libre, gobiernan con rectitud, concluyen con honor, descienden con modestia, y no incurren en fatuidad y vanistorio afirmando que solo ellos son capaces de regir sus naciones respectivas. Que García Moreno piense y aun diga que en la suya no hay sino él, aun no tan malo; que mande a sus Eutropios pensar y decir lo mismo, es natural; ya otro de su calaña mandó que se le tenga por Cibeles, madre de los dioses; y el que tal no creía y confesaba, incurría en delito de lesa majestad. Pero que hijos de otros padres, escritores de luces, periodistas acreditados hagan a un pueblo todo el sumo agravio de no concederle sino un hombre, es cosa que no sufre el corazón. ¿Conocen ellos a ese pueblo? ¿Conocen a esos hombres? Piensen, confiesen y sostengan que García Moreno es Cibeles, madre de los dioses; pero no cierren a palos con los que no lo confiesan porque no lo creen. Pueblo donde no hubiese más que un hombre, estaría condenado a la conquista o a la barbarie. Bien es que los dioses no mueren; y si el viejo Saturno se los iba comiendo conforme le iban naciendo, la madre Cibeles le partió tal hijo que se llamó Júpiter. Pero si no mueren se van, amigos míos; ¿no saben ustedes que los dioses se van? Se fueron de la Francia, se fueron de la España, se fueron de Roma, se fueron de Nápoles; emperadores, reyes, papas, ¡a la edad media! ¡vale retro! 124
Del Paraguay, se fueron; de Buenos Aires, se fueron; de Bolivia, se fueron; de Guatemala, se fueron; del Salvador, se fueron; el doctor Francia, Melgarejo, Carrera, Dueñas, dioses de menor cuantía, títeres del Olimpo, ¡se fueron! y no así como quiera, sino marcados en la frente con el hierro con que los pueblos señalan a los tiranos para que sean reconocidos en las regiones infernales. García Moreno no se va todavía, el esfinge no se mueve; su catigo está madurando en el seno de la Providencia; mas yo pienso que se ha de ir cuando menos acordemos, y sin ruido; ha de dar dos piruetas en el aire, y se ha de desvanecer, dejando un fuerte olor de azufre en torno suyo. Los jesuitas le han cortado el rabo para cuando lo hayan menester: ¿les valdrá la reliquia? Los dioses se van, amigos míos; se van también los diablos; Jesús es el que viene; Jesús nos trae la rendición, la libertad, la democracia. Volvamos a la política. Las circunstancias suenan a motivo transitorio, que no data de quince años, ni se extiende por el porvenir durante la vida de un hombre; reina ya quince años ese tiranuelo, ¿y todavía alega las circunstancias para no apearse? Pues si es de condición que en tanto tiempo no ha podido ordenar las cosas de manera que entregue honradamente el mando y sin temor, a otro ciudadano, de presumir es, seguro es que las circunstancias durarán tanto cuanto esa alma de diablo mueva ese cuerpo de bruto. Tiene en su persona todos los caracteres de la longevivencia: bien repartido, pecho espacioso, osamenta gruesa, sólida; el temperamento ígneo; las extremidades, enormes: cabeza, pies y manos de gigante. Cuando algún geólogo averiguador, rebuscando en provecho de las ciencias las ruinas de Quito, después de algunos siglos, halle sus restos fósiles, ha de componer con ellos un mastodonte. Frisa con los sesenta años de nuestro hidalgo el día de hoy; por la parte que menos, se vive sus treinta más; ¿y hemos de esperar a que se muera? ¡Justicia del cielo! ¿Quién no legitimaría la usurpación, el régimen tiránico, si todo fuera alegar las circunstancias? Fundadnos la política en la filosofía, las razones en la razón, si queréis reducirnos a vuestros pensamientos: en tanto que las circunstancias vuelan con el humo, no hay que palpar ni que apreciar en ellas. La gran circunstancia de los pueblos es la libertad; la de los hombres, el honor: oscurantismo, tiranía, servidumbre son malas circunstancias, amigos y señores. Si va a la hacienda, ¿quién no sabe la ruina vergonzosa del Ecuador, bien así en lo tocante a la riqueza pública como a la particular? La moneda es desconocida, el ruin papel es el símbolo de los valores; y el pueblo que trabaja, el pueblo que suda, el pueblo que da de comer, no come; el pueblo tiene hambre, tiene hambre el pueblo, ¡cosa horrible!, ¡cosa inaudita en Sudamérica! Los diez mil italianos de capilla, los veinte mil jesuitas, las cien mil genízaras que con nombres variados y pintorescos han importado del viejo mundo, se comen lo 125
poco que alcanza a producir un pueblo aherrojado; sabido es que el trabajo libre es el productivo. Los frailes son los únicos que tienen dinero. “Cuando lo he menester –acaba de decirme un notable comerciante–, no voy a tal ni a cual casa mercantil; voy a una celda; los padres me sacan de cualquier apuro, por mi dinero”. La usura ha nacido y vivido en el convento; ojalá muriese en el patíbulo. Cada fraile extranjero es una ventosa pegada a las carnes de ese pueblo desdichado; todos tienen rentas cuantiosas, todos tienen industrias, todos hacen milagros, desde el enviado del Papa, y a la sombra del tiranuelo; las iglesias están saqueadas, las custodias falsificadas, las imágenes desnudas. Un tal Tavani, internuncio, hizo tanto en Quito, que de vuelta a Roma, Antonelli le suscitó tres causas criminales, y una de ellas la de simonía. Pero como había llevado medio millón de pesos, él tuvo la justicia de su parte, y hoy vive a lo cardenal en un palacio. Esos quinientos mil duros, ¿para cuántas necesidades no hubieran servido en el Ecuador? El Star and Herald acaba de anunciar que el reverendo Padre Potter, de la Compañía de Jesús, ha sido nombrado Ministro de Instrucción Pública en el Ecuador. “Éste parece ser –añade el respetable periódico– el paraíso de los jesuitas; y está muy bien que los humildes secuaces de Jesús a quienes la civilización de nuestro siglo insiste en perseguir, hallen un lugar de descanso, aun cuando sea en las costas del Pacífico”. La ironía no puede ser más a favor nuestro; los hombres a quienes la civilización repele, hallan su paraíso en el Ecuador, que naturalmente será más civilizado que Europa y que toda América. Aquí tienen ustedes, señores del Star and Herald, confesada y pregonada por ustedes la barbarie de García Moreno. En su conciencia, ustedes están de acuerdo con nosotros; pues, ¿cómo sostienen lo contrario? Cuando aún no acaba de reírse el Nuevo Mundo de ver a ese ingenioso Cayo dedicar por un acto solemne la República al Sagrado Corazón de Jesús, ¿cómo se ha de maravillar de que los jesuitas compongan su Ministerio? Hombre jocoso: ha repartido su ejército en cuatro divisiones: “División del Niño Dios”, “División del Buen Pastor”, “División de las Cinco Llagas”, “División de la Purísima”. Y donde los regimientos se llaman en otras partes “Húsares de Apure”, “Dragones de a caballo”, “Granaderos de la Guardia”, “Lanceros de la muerte”, en el ejército de García Moreno se llaman “Hermanos Católicos”, “Hijos de su Santidad”, “Guardianes de la Virgen”, “Ejercitantes voluntarios”. Pues han de saber ustedes que el ejército de García Moreno entra a ejercicios, confiesan y comulgan desde los generales. Si no estuviera tan manoseada, tan vulgarizada, tan opacada esta palabra de Cicerón, risum teneatis, aquí me la decía yo, porque aquí encaja. Parece que la clerigalla extranjera ha recogido ya el último centavo; para salir de apuros, García Moreno ha recurrido al empréstito, ese yugo tan pesado bajo del cual gimen los gobiernos poco advertidos; bajo del cual medran los 126
de escasa probidad. ¿Cuándo llegará el día de que el mal del empréstito no sea necesario porque lo rehuyamos con el trabajo y la economía? El empréstito, molestia del presente, azote del porvenir, espectro que aterra a los gobiernos probos. García Moreno ha recurrido al empréstito: ha de ofrecer cinco por uno, y lo ha de conseguir: ¿qué le importa? Él sabe que no será él quien lo pague. El empréstito, cucaña para los prestamistas, ganga para los negociadores, boda, jolgorio para los jesuitas. Pronto, pronto esos millones: el Padre Alfaracho los exige, la madre Labrusca los reclama. No concluiré sin suplicar a mis lectores no tomen a la letra un principio consignado en este escrito y ligeramente desenvuelto: hablo del derecho de insurrección, que sería sobrado atrevido si no se le encerrase en los límites que piden la razón y “un derecho superior”, cual es el que tiene la República de existir; “principio que domina todo el edificio social y político”, según acaba de sentar el hombre más consumado en materias políticas y sociales de los Estados Unidos. Éste es el honorable Reverdy Johnson, quien acaba de decidir que Mc Enery no tenía derecho para derribar el gobierno del usurpador Kellogg, y que la revolución de la Luisiana ha sido un acto ilícito, aun cuando el electo legítimo hubiese sido el dicho Mc Enery; y que todo lo que le cumplía al pueblo luisianés era esperar con paciencia. Reverdy Johnson ha juzgado en un solo punto de vista; ni había otros en los cuales se presentase la materia: Kellogg entrampó las elecciones y se declaró gobernador de la Luisiana; Mc Enery reunió la mayoría de sufragios, y fue burlado por su competidor; ¿tuvo derecho para tomar por la fuerza lo que sus conciudadanos le habían concedido de su buena gracia? Un juez competente, anciano en quien concurren la experiencia, la sabiduría y la probidad, ha decidido que no, porque del principio contrario se seguiría la anarquía. Pero si a la usurpación hubiera añadido el dicho Kellogg el crimen de atentar contra las instituciones democráticas, de imponer su pura voluntad con vilipendio de las leyes, de erigir el cadalso como el altar de la Patria, de ahogar a los hijos de ella bajo un sinnúmero de frailes ávidos de su sangre, de plantear el fanatismo como principio filosófico, de declarar el Silabus la ley de la República, después de haberla vendido varias veces a las naciones europeas; y si sobre esto se añadiese la resolución de perpetuarse y aun nombrar su sucesor después de sus días; el sabio, el justo, el patriota Reverdy Johnson ¿hubiera decidido que el pueblo de Luisiana no había tenido derecho para derribar al usurpador? ¡No! Y si tal lo decidiera, habríamos dudado de su sabiduría. Con harto fundamento esperamos, señores redactores del Star and Herald que ustedes rectifiquen los conceptos del artículo que ha motivado el presente opusculillo; y mucho más si hacen memoria de los tan contrarios que más de una vez han consignado en su periódico, obedeciendo a la ley de la justicia. Para 127
la popularidad y el buen nombre de que goza el Star and Herald sobran razones: un periódico no cobra tanto crédito sino por la elevación con que trata las cosas y la rectitud con que las deslinda: ¿de dónde ha podido suceder que hoy salga a cuestas con la apología de un tiranuelo cuya extravagancia raya en locura, tiranuelo unánimemente aborrecido en las naciones sudamericanas? El escritor se atiene a los hechos públicos, y no a las adulaciones con que un hombre de escaso pudor se recomienda él mismo. ¿Qué son los papeles que él manda escribir, los informes de sus agentes, para con las traiciones a América, los azotes a generales de la independencia y otros crímenes grandes y espantosos que puestos sobre el Pichincha están gritando al mundo: juzgadle, juzgadle? Obra será del autor de su vida sacar a la luz los negros secretos de esa tiranía; a un transeunte le ha salido al paso la ocasión, y tomándola en globo, no tiene tiempo ni humor de entrar en esas particularidades que disgustan como una muchedumbre de sabandijas. Pero es un deber de todo americano señalar los traidores a la Patria común; de todo republicano combatir el despotismo y la perpetuidad; de todo hombre de bien levantarse contra lo inicuo y poner la voz en lo alto de los cielos. No es tiempo perdido el que se emplea en favor de nuestros semejantes, ni el camino es malo porque se gaste una jornada en volver por los derechos de los pueblos. No desmayar en ningún tiempo ante la muerte ni ante la calumnia, éste es el secreto por cuyo medio hemos alcanzado la venganza de la tiranía, título glorioso al respeto de los hombres libres.
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Liberales y conservadores
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Parece invención moderna esto de llamar liberales a los que impulsan al género humano hacia el progreso representado por el adelanto físico y moral, y conservadores a los que se oponen a él, creídos de que cumplen con lo que manda Dios, o cometiendo por malicia el grave error con el cual tanto perjudican a sus semejantes. Empero si los vocablos son modernos, la esencia de la cosa es antigua, y muy antigua. Los sacerdotes de Osiris que en los subterráneos de sus templos estampan el escarabajo sagrado en la lengua del buey Apis, son conservadores. Les importa que el pueblo tenga fe ciega en sus imposturas, y le mantienen religiosamente en el engaño y la ignorancia. ¡Oh vosotros, conservadores de nuestros tiempos!, ¿creéis de buena fe en la divinidad del buey Apis? El dios del Nilo no es el de Abrahán, el de Jacob; no es el de Juan Bautista, el de Jesús; y con todo, los conservadores creen en el dios del Nilo, porque no abrigan duda acerca de lo que les conviene; hay quien dude de lo que necesita, lo que le gusta. Fuerza, poderío, tesoros, triunfos de todo linaje, buena mesa, buena cama; respecto de los humildes, miedo de los ignorantes, amor de las hermosas, ¿a qué ambicioso no le convendría? El dios del Nilo proporciona todo esto, y es preciso que el pueblo vea en su lengua el sello de la divinidad. En vano piensan algunos que los conservadores no han inventado la pólvora: bobos son, pero no para su negocio. Thales, Pitágoras y más filósofos, viajeros conversando con los sabios de Egipto, y aventando a dos manos al mundo las verdades aprendidas de esos ancianos misteriosos, son liberales. Liberal es Sócrates, cuando enseña el progreso y la virtud a sus discípulos: los treinta tiranos que le condenan a muerte, porque corrompe, según ellos, a los jóvenes son conservadores. Están bien hallados con Venus y Mercurio, y castigan rigurosamente al que pone en duda la pluralidad de dioses. Liberal es Platón cuando rompe por la muchedumbre del Olimpo, y a paso largo va y se postra ante el Criador de cielos y tierra, en presencia de Júpiter que le mira asombrado con el rayo muerto en la mano. Los que llaman loco a este filósofo, y le venden como a esclavo, son conservadores. Tiberio Graco ofreciendo en lo alto el Capitolio la libertad al pueblo, es liberal: los decenviros repartiéndose entre ellos los despojos de Roma; teniendo asida la cadena con que le arrastran por las oscuras regiones de la servidumbre, son conservadores. Estos necesitan un horrible crimen, crimen sublime, crimen 114 Tomado de: Juan Montalvo, El Regenerador, Ambato, I. Municipio de Ambato, Vol. I, 1987 [1876-78], pp. 110-119.
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santo de un viejo tribuno, para aflojar esos eslabones. Virginia muere a manos de su padre por la honra y la virtud; y el puñal que abre esas entrañas vírgenes restituye la libertad a su Patria. La muchacha Virginia y su santo matador son liberales. Liberal es Lucrecia, liberal Junio Bruto; los Tarquinos son conservadores. En el siglo décimotercio hubo en la ciudad eterna un hijo del pueblo, que habiendo nacido en la furia de la esclavitud, vino por el valor y las virtudes a ser libertador y padre de la Patria. Llamábase Rienzi ese plebeyo. Tiemblan los tiranos, los nobles caen de rodillas ante el héroe justiciero. Vicios horrendos, crímenes inauditos ennegrecen la mansión de las virtudes: Rienzi se levanta, sopla sobre los perversos, y todo queda limpio. Robo, prostitución, asesinato, huyen despavoridos, o se encierran y fortifican en sus torres. Rienzi tiene en la diestra la espada de la justicia: juzga y condena; no castiga de mano poderosa. La antigua Roma, la Roma de los grandes hechos, la de Escipión, la de Catón ha resucitado por un instante. Rienzi es liberal. Los que salen de sus castillos de improviso, cual bocanada pestilente del averno, y le sofocan, y vuelven a la ciudad a vengarse del pueblo, proclamando el imperio del hambre y el azote, son conservadores. El señor feudal encerrado en su castillo entre murallas de piedra viva, rodeado por defuera de vasallos a quienes manda con el látigo, es el emblema del partido conservador de la edad media. El conde o barón se viste de acero: el arma del enemigo ha de ser el hacha que le rompa los huesos con defensa y todo: la coraza no da paso a la espada; el morrión fornido se ríe del sable. Monta su bridón el caballero, y resonando las piezas de su cuerpo, sale por una puerta que no se abre para otra cosa, en medio de las chispas que sacan de las piedras las herraduras de su feroz caballo. A cuatro pasos de sus posesiones ha dado con la hueste del vecino: estréllanse los dos, combátense, desgüéllanse, sin motivo ni declaración de guerra. Cuando la esposa esperaba a su dueño y señor con el fruto de la caza, un fiero jabalí atravesado en las ancas de su cabalgadura, ve entrar un cuerpo humano cruzado en la negra silla. Es su esposo que ha muerto a manos del barón de la montaña. Los señores feudales eran conservadores; vivían apasionados a sus leyes y costumbres. Los caballeros andantes que armados de todas armas recorrían el mundo amparando huérfanos, socorriendo viudos y menesterosos, desfaciendo agravios, castigando malandrines y follones, eran liberales. Justicia, generosidad, sacrificio, noble pasión por el progreso humano, esto profesaban esos locos sublimes, que en su tiempo eran muy cuerdos. Durante las repúblicas de Italia, los güelfos son conservadores, los gibelinos liberales: los güelfos se atienen a la aristocracia de la sangre, y quieren pre130
valecer por ella; los gibelinos no reconocen más nobleza que la de la honra y los grandes hechos. Los güelfos le ponen el yugo al pueblo y le declaran esclavo; los gibelinos se lo quitan y le proclaman libre. Los güelfos lo allegan todo para sí, coma o no coma el pueblo; los gibelinos miran por él, le defienden, le protegen. Los güelfos le niegan la instrucción, le abruman con trabajos inmoderados; los gibelinos le enseñan como pueden, le dan tarea medida y razonable. Los güelfos son conservadores, los gibelinos liberales. Toda innovación es un error, y todo error lleva al infierno, dice el Corán. Mahoma es conservador. Jesús, mandando a sus discípulos a predicar por el mundo las nuevas verdades que él les había enseñado, es liberal. El liberalismo consiste en la ilustración, el progreso humano, y por aquí, en las virtudes; ni puede haberlas en medio de la ignorancia y el estancamiento de las ideas. Aguas que no se mueven se corrompen. Los conservadores beben del Mar Muerto. El ferrocarril, el telégrafo, la navegación por vapor son liberales. La vida está en el movimiento: la tumba es inmóvil. Sucedió que el inventor de la locomotora estuviese haciendo sus ensayos por menor en un país de Inglaterra. Acertó a pasar un clérigo presbiteriano, y recibió en la pierna un choque de la maquinilla, que se iba de por sí, rugiendo como enojada con el diablo. ¡Fugite partis adversae! Exclamó el sacerdote, juzgando que fuese cosa del enemigo malo. Los conservadores hasta ahora tienen el ferrocarril por invento del demonio, y lo que es peor, de los demonios. Su religión es no salir del círculo en donde alcanzan a oler sus narices. Paréceles que un buen cristiano, cristiano viejo, no puede, sin mostrarse antipapista y heresiarca, dejase arrastrar diabólicamente por el demonio de la locomotora, subir a bordo de un buque de vapor, y menos ir a esconder la cabeza en las nubes en ese globo encantado a quien espolea un braserillo. No, señor: un católico a lo Fernando VII ha de andar en mula, con su buen jaquimón de chapas de plata, petral, retranca y tapanca de borlas coloradas. Y el sombrero es pequeñito en gracia de Dios: bajo su ala puede sestear un rebaño, o desollar el lobo media docena de borrachos. El rostro va sujeto a la cabeza con un tercio de sábanas: se echa a cuestas dos o tres piezas ridículas de esas que llaman ponchos, y tran tran, se va por esos trigos, muy pagado de sí mismo y de su santa religión. ¿Pues no la conjuraba a la locomotora aquel buen eclesiástico? El pasado, dice un gran autor aludiendo a este suceso, chocaba con el porvenir. Y bramaba de cólera y despecho, agregamos nosotros. Stephenson es liberal; el clérigo presbiteriano, conservador. Sabido es que los conservadores de las selvas americanas persiguen tenazmente la electricidad que vuela por sus negros hilos a lo largo del desierto. Los Estados Unidos les aterran con la muerte o les aplacan por medio de regalos, para 131
que no rompan los hilos telegráficos ni corten los rieles del ferrocarril del Pacífico. ¡Quién lo creyera!; hemos visto en algunas naciones de América al partido conservador oponerse tenazmente a los proyectos de ferrocarriles, y empeñarse en manifestar, ¡no solamente lo inútil, sino también lo perjudicial de estas empresas! El Gobierno Inglés, mandando el partido conservador con Palmerston o con Derby, hizo una guerra cruda al proyecto de Fernando Lesseps, que hoy es una de las obras mayores y más admirables de los tiempos modernos. El virrey de Egipto, bárbaro generoso que civiliza las pirámides y llueve sobre la ardiente arena, no disimula su apego a la civilización europea ni sus simpatías por el partido liberal. Los conservadores de Persia se han opuesto con amenazas terribles a que el scha introduzca en el imperio las reformas que le hubieran sacado de la barbarie, y enviado un magnífico saludo al gran Ciro en sus palacios de la eternidad. Los sesudos, los conservadores de Francia, echaron a pasear a Fulton, cuando se presentó con el proyecto de la navegación por vapor en la mano. Dijeron lo que el profeta: Toda innovación es un error, y todo error lleva al infierno. Temieron los sesudos irse a los infiernos más prontito de lo que se habían de ir en sus pontones carcomidos, lepra de los puertos. Fulton, Samuel Morse, Sirus Field, todo el que se mueve, se agita, discurre, imagina, crea, da vida y poder al mundo, corriendo en uno como frenesí bienhechor, impelido por el espíritu de la perfectibilidad humana, todos son liberales. La esencia del liberalismo es el movimiento. El liberalismo devora mares y ríos; rompe las entrañas de los montes, y pasa de una nación a otra en un instante: dos minutos necesita para comunicar al mundo entero lo que ocurren en un lugar, y está ya en camino de adueñarse del reino de la atmósfera, en su flujo por conocer y averiguarlo todo. El dios de los conservadores es un gigante sin pies, que está sentado en el centro de un profundo valle. Semejante a Vischnú, el genio de las pagodas de la India, carece de la facultad del movimiento; no se mueve, y tiene crispadura de nervios cuando ve encumbrarse el águila o dispararse enardecido el león del hosco monte a la llanura. Gigante perpetuamente hambreado, su mesa es el patíbulo: vive la carne humana; la pena de muerte el renglón que le sustenta, y no le harta: él quisiera matar dos veces a sus víctimas, y comérselas dos veces. No se mueve, y es temible: allana el hogar doméstico arrastrándose: la inviolabilidad del domicilio es una burla para él. No se mueve, y nadie puede huir de sus garras; todos son tributarios. No se mueve; mas con sus ojos inmóviles escudriña, no solamente las acciones, sino también los pensamientos de sus esclavos. No se mueve: mas el prestigio infernal que se levanta de su cuerpo entorpece aún a los que andan lejos, les atrae, les echa como muertos a sus plantas. El dios de los conservadores es terrible: ve tinieblas, oye silencio fatídico, huele azufre, gusta sangre, se la bebe, se emborracha con ella, y salta sin pies en satánica alegría. 132
Don Alonso el Sabio fue liberal: con la vista fija en el porvenir, daba trancadas descomunales, cuatro siglos delante de sus contemporáneos. Enrique IV era liberal; Enrique, el mayor, el mejor de los reyes de Francia; uno de los pocos que han alcanzado el cariño de sus súbditos, la admiración de cuantas son las gentes. Los que le quitaron la vida fueron conservadores, católicos, apostólicos, romanos. Carlos IX, el de la jornada de San Bartolomé; Fernando VII, el restaurador de la inquisición, conservadores. El liberalismo anda soplando por el mundo en forma de viento fresco oloroso: de cuando en cuando cobra proporciones de huracán, y se precipita sobre los pueblos echando por tierra furiosamente los alcázares del fanatismo y la tiranía. La Bastilla, esa cárcel estupenda donde yacen encarceladas libertad, dignidad humana, facultades del hombre, tiembla sobre sus cimientos de granito, y se viene al suelo un día de tormenta. El príncipe de Bismarck, enemigo mortal de los católicos, ése a quien estos caritativos cristianos tienen destinado para las llamas infernales, es conservador; conservador a todo trance; conservador irreconciliable con los pueblos libres; de esos que sostienen el derecho divino de los reyes, y aparentan creer en la predestinación de los tiranos y sus víctimas. Para que se vea si ser conservador y católico, liberal y disidente son una misma cosa. El liberalismo es el principio de la salud. Nicolás, emperador de Rusia, mandó a su heredero en artículo de muerte, que no diese libertad a los siervos, ni hiciese la paz con las naciones con las cuales murió en guerra. Alejandro hizo la paz, y ha dado libertad a los hijos del terruño. Nicolás era conservador, Alejandro propende al liberalismo. Los españoles, liberales en España, combaten la esclavitud por la imprenta, en la tribuna: cuando hacen oraciones remiradas acerca de la libertad en Cuba, son conservadores, y no lo niegan. Castelar dijo que primero era español que republicano; y por tanto sostuvo la servidumbre perpetua de la isla. Castelar, enemigo de la libertad de Cuba, es conservador; abogado de los sanos principios, en teoría, es liberal. No hay a quien no le suene bien esta palabra: todos los hombres de talento quieren ser liberales: si a su negocio conviene que sean lo contrario, lo son, sin dejar de adornarse por escrito con ese hermoso nombre. Distinguid, ruégoos: una es la mala fe, y otros los principios mismos. No digo que la inteligencia, la sabiduría, el don de progreso sean patrimonio exclusivo de los liberales en el mundo: ¡cómo lo diría sin acreditarme de necio! Entre los hombres grandes, los hay que son conservadores; pero ellos se atienen a la esencia de la cosa, no a los términos vagos; a la sustancia, no a la zupía: Guizot, Thiers han sido siempre liberales en ideas; cuando fueron conservadores, no lo fueron sino de partido. Pero ni esto le ha gustado al fin a este admirable viejo, y hoy tiene a gloria llamarse liberal, cabeza y guía del gran partido francés republicano. 133
Luis Veuillot es uno como De Maistre, menos sanguinario, pero más tenebroso. Los pueblos no tienen derecho ni facultades: todo sale de Roma. Una ocasión que este desaforado papista había recibido de Su Santidad una reprimenda, a causa de sus exageraciones curiales, se puso rostrituerto y desabrido. Los periódicos burlescos de París publicaron entonces una caricatura, que consistía en un Monsieur Veuillot entregando su delantal al Papa como quien deja su cocina. No sabemos qué influjo misterioso tiene éste que se llama partido liberal, para que en el día esté predominando en casi todo el mundo civilizado, a pesar de la oposición formidable que le hacen el Vaticano y sus ejércitos: el hecho es que predomina, en Europa mismo. El Asia, el África son todavía conservadoras: los cuero-colorado o peau rouge, los esquimales lo son también el principio del Corán: Toda innovación es un error, y todo error lleva al infierno. Francia, Inglaterra, Italia, gran parte de España, como naciones son liberales. Prusia, enemiga del Papa; la Sublime Puerta, son conservadoras. En Sudamérica no hay sino un oscuro rincón, este que Humboldt llamó “el templo de la luz”, que viva bajo el yugo de los principios conservadores; esto es, bajo el poder del verdugo, material y formalmente. Todas las demás repúblicas son liberales por inclinación y por institución, inclusive Chile, la cual, según las reformas que tiene entre manos, lo será por completo no muy tarde; reformas que constituyen los derechos y deberes del siglo décimonono. Que no me he propuesto hablar de los conservadores y liberales de la tierra, lo habéis visto, compatriotas. Pueblo envejecido bajo el régimen del látigo, no tiene derecho a llamarse conservador ni liberal. Los que, mientras vosotros estabais de barriga, andábamos la frente erguida, respirando con abiertas fauces aires libres y salubres, podemos hablar de estas cosas, porque nos hallamos en posesión de distinguirlas. ¿Tenéis realmente idea de los principios, oh vosotros los ajusticiadores y los ajusticiados de García Moreno? ¿Profesáis alguno de ellos de buena fe, por convencimiento? Yo pienso que no. Y me fundo en que un liberal se vuelve conservador de la noche a la mañana, como consiga atrapar un empleillo; y un conservador se convierte en liberal furioso, si el Gobierno se lo quita. No es puramente asunto de palabras, como oigo cada día; es más asunto de pan y carne: Panis et circencis. Las excepciones quedan en pie, sin que les toque mi viento: son palmas hermosas y solitarias que se elevan en un desierto; tristes, pero majestuosas. Buenos amigos, ahorremos las injurias: yo no quiero deprimir a nadie; lo que trato es ilustraros, ilustrándome yo mismo. He dicho
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Discurso pronunciado en la instalación de la Sociedad Republicana 115
Señores: El prurito de asociación es una de las expresiones más vehementes de los tiempos modernos. Nuestro siglo, este siglo décimonono, el siglo-monstruo por los descubrimientos sublimes y los sucesos estupendos, es el período de las sociedades. Mucho hacen los hombres en el día, pero nada hacen solos. Un principio social columbrado por un sabio; una idea generosa descendida a la inteligencia de un amigo del género humano, permanecen en estado de simiente, hasta cuando son sembradas en el seno de una asociación, a cuyo calor fermenta, cobra vida, y sale con fuerzas a obrar sobre el mundo, cumpliendo los decretos de la Providencia que mira por adelanto de las humanas sociedades. El poder individual no es sino una tecla en el órgano poderoso que se denomina un pueblo: por alto que sea su sonido, no llama la atención de la República; por delicado y caprichoso que sea, no compone armonía, hasta que se une y combina con las demás notas. Las sociedades son laboratorios donde los filósofos prácticos, nigromantes bienhechores, destilan la felicidad de las naciones. Los sabios, los filántropos modernos no son como los sacerdotes antiguos que habitan invisibles en las profundidades de las selvas, departiendo con los dioses acerca de la suerte de los mortales: hoy la felicidad o la desdicha públicas no son el secreto de los druidas, ni los pueblos tienen gran cuenta con esos pensadores egoístas que ocultan su sabiduría en las entrañas de una torre arruinada, y viven consigo y para sí mismos, defraudando a sus semejantes de la parte que les corresponde en sus conocimientos, sus ciencias o sus artes. La sabiduría no es propiedad exclusiva del que la posee: él no es sino depositario: su obligación es repartirla entre sus hermanos, que lo son todos los miembros de esta que se llama especie humana, conjunto de criaturas agraciadas por Dios con el don de la inteligencia. Las grandes ideas sociales requieren la sanción de un cuerpo numeroso y augusto: como su fuerza es crecida, las del individuo que las concibe no bastan para darles movimiento. ¿Y cómo los políticos, los humanistas, los artistas, los artesanos, 115 Tomado de: Juan Montalvo, El Regenerador, Ambato, I. Municipio de Ambato, Vol. I, 1987 [1876-78], pp. 96-100.
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todos los inventores y propagadores de las cosas les habían de dar la importancia de los hechos, si no las comunicaran con sus semejantes y las maduraran al fuego del corazón de todo un pueblo? Los sabios componen sociedades; los letrados las tienen: los que cultivan las ciencias, la política, las artes, no dan importancia a sus concepciones y sus obras, sino en cuanto sacan fuerza de la cooperación humana. Las naciones europeas viven repartidas en sociedades: las hay tan respetables, que de un imperio a otro se agarran con mano fuerte, y hacen temblar a los opresores en sus tronos, unidas por medio de preciosos eslabones. La Internacional es una sociedad cosmopolita: no la temen sino los tiranos; y con justicia, porque sus estatutos y sus fines son contra la tiranía. La Internacional es sociedad universal: tiene su centro en Francia y en rayos luminosos se abre paso por todo el continente. La internacional es sabia en Alemania, prudente en Inglaterra, atrevida en Italia, fogosa en España, terrible en Francia, pueblo libertador del universo. Los fines de la Internacional no son los de la Comuna: no hay que confundir, señores, estas dos cosas que en nada se parecen. El objeto de la una es honesto, moderado; los medios de que se vale son lícitos; sus anhelos plausibles. La organización del trabajo, la correspondencia de honorarios y salarios con oficios y obras; la libertad revestida del derecho, sofrenada por el deber, y otros fines semejantes, son los de esa asociación que está rebosando en Europa. Si algo abrigare contrario a los sanos principios en punto a religión, a política, a costumbres, protestamos contra ella, y no la admitimos sino en cuanto a los principios de justicia que se agitan y crecen en su seno. Los tiranos la difaman, porque es contra ellos; los opresores la calumnian, porque temen por sí mismos. La Internacional reconoce el principio de propiedad; no quiere sino que las clases laboriosas no malogren su trabajo, y la industria tenga sus leyes a las cuales se sometan la ociosidad y el lujo. Esta sociedad no es perseguida por la fuerza pública: los enemigos del pueblo están gritando contra ella, cierto; ¿pero qué autoridad tiene para la democracia las alharacas de Napoleón III y de Bismarck? Las asociaciones son la necesidad de nuestro siglo: sociedades políticas, sociedades científicas, sociedades de buenas letras inundan las naciones cultas de uno y otro continente. El aislamiento, la separación de los ciudadanos son el triunfo de los gobernantes despóticos y sus perversos auxiliares: la resistencia del individuo es nula contra la fuerza pública: si los opresores ven que tienen que estrellarse contra una vasta porción de hombres estrechamente unidos, temen y retroceden. ¿Habéis echado de ver, señores, cómo el peligro, las calamidades comunes derraman en torno suyo una atracción misteriosa que aproxima a los hombres entre sí, y les une fuertemente? Las batallas, los terremotos, los desastres generales de cualquier linaje reúnen a los desunidos, acortan los vínculos demasiado largos. El despotismo, que es una calamidad pública; la tiranía, que 136
es una batalla lenta y continua; la anarquía, que es un terremoto diario, no pueden hallar contrarresto sino en la reunión de los hombres de bien, en el mutuo apoyo de los buenos ciudadanos. Ahora que la ley no tiene fuerza; ahora que el orden de las cosas está malamente amenazado; ahora que la seguridad individual carece de fianza, si no es la defensa propia, la asociación de los buenos es indispensable. Comunidad de ideas, igualdad de sentimientos del ánimo, unidad de doctrinas y propósitos, han sido hasta hoy motivos poderosos de formación de sociedades: de hoy para adelante, sean ellas fundamentos y lazos de las que vamos a fundar. Defensa de los derechos del pueblo, ejercicio de los deberes sociales, libertad arreglada a la razón, estudio práctico de la política, progreso gradual y de buen juicio, todo en medio del orden, tales son los fines de la que declaramos instalada. Comentario Los hombres de rectitud acendrada conceden poco a la mala fe de los demás: casos hay en que la terquedad es dignidad, elevación, conciencia del cumplimiento de un deber, sin las cuales virtudes no hay buena conducta, y mucho menos grandeza de alma. Ese cuyas acciones tiene por normal el qué dirán, no causará jamás admiración, ni tan siquiera despertará la simpatía de los que sienten profunda y piensan altamente. El juicio de nuestros semejantes fundado en la verdad y la benevolencia, es una ley para nosotros: las ligerezas del vulgo y las necedades de la ignorancia, nada pueden con esta convicción inquebrantable de la cual proceden nuestras obras. A ésos para quienes el sol es negro, la luz pestífera, no les debemos sino silencio: los que abrigan de buena fe un error, o hablan bajo la fuerza de un engaño, tienen derecho a las explicaciones. Oído una vez, pudo quizá ser mal entendido el discurso que motiva este comentario por los circunstantes de oreja poco atenta: puesto por escrito a la atención y el examen de todos, no ha de tener mucho de Dios el que halle en él ideas insanas o tendencias hacia lo que perjudica y pierde a las humanas sociedades. Él expone su modo de pensar de esta manera: “Si algo contuviere (la Internacional) contrario a los sanos principios en punto a religión, a política, a buenas costumbres, protestamos contra ella, y no la admitimos sino en cuanto a los principios de justicia que se agitan y crecen en su seno”; ¿da algo que temer respecto de sus tendencias? ¿Es cosa antireligiosa, antisocial, antipolítica rechazar con fuerza lo contrario a los sanos principios, y proclamar los de la justicia eterna, al mismo tiempo que los de la humana? Cuando no tenemos
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conocimiento de la cosa, el terror de su nombre es infundado. Los fines de La Internacional son puramente políticos y sociales: la religión no es el objeto de sus proyectos de reforma. ¿Ni cómo lo había de ser, cuando es compuesta de la clase humilde, creyente, religiosa? Artistas, artesanos, labradores, dirigidos por filósofos cristianos componen la sociedad Internacional en todas las naciones de Europa; ¡y díganme si estas clases son las que ponen a riesgo de perderse la religión ni de estragarse las buenas costumbres! Durante el reinado de la Comuna, La Internacional permaneció callada, indignada: su asunto no era el que tenían entre manos los comunistas. Los miembros de la Internacional son los padres del trabajo, esos que viven del sudor de su frente y dan buenos hijos a la Patria. Italia, España, Francia son pueblos cristianos y católicos: ¿acaso los filosofantes perniciosos, los escritores inmorales, los tribunos corrompidos han fundado ni sostienen esas sociedades? Son la parte más sana y útil de las naciones, las clases trabajadoras, ésas cuyo pensamiento no se oscurece en la ociosidad, cuyos afectos no se corrompen en los vicios, porque viven santamente ocupados en alabar a Dios con el trabajo, y en servir a sus semejantes. Laborare est orare. El que trabaja, alaba a Dios; y el que alaba a Dios y vive debajo de sus leyes, no es impío. Si la Internacional no es ésta que describo, no es la que apruebo; y si esto no basta para con los católicos de la tierra, lapídenme. ¡Al brujo, al brujo! ¡maten al brujo!
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Segunda Catilinaria
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Tanto Monta. Mote de la empresa de don Fernando el católico
Una tiranía fundada con engaño, sostenida por el crimen, yacente en una insondable profundidad de vicios y tinieblas, podrá prevalecer por algunos años sobre la fuerza de los pueblos. Las más de las veces, la culpa se la tienen ellos mismos: como todas las cosas, la tiranía principia, madura y parece; y como todas las enfermedades y los males, al principio opone escasa resistencia, por cuanto aún no se ha dado el vuelo con que romperá después por leyes y costumbres. La tiranía es como el amor, comienza burla, burlando, toma cuerpo si hay quien la sufra, y habremos de echar mano a las armas para contrarrestar al fin sus infernales exigencias. A la primera de las suyas, alce la frente el pueblo, hiera el suelo con el pie, échele un grito, y de seguro se ahorra araz de tribulaciones y desgracias. Avino que un hombre de fuerte voluntad mandase azotar un anciano condecorado con el título de prócer de la independencia: hízole de azotar, y voló a esconderse, mientras veía cómo la tomaban grandes y pequeños. Un clérigo andaba por esas calles gritando: pueblo vil, ¿no lapidas a ese monstruo? Un coronel se fue para el escondite, y le dijo al azotador: salga vuecelencia; el pueblo aguanta todo. Su excelencia salió, y fue García Moreno. Ignacio Veintemilla ha salido también: si los ecuatorianos le dejan seguir adelante, serán el pueblo de Capadocia, ese pueblo infame que no aceptó la libertad cuando se la ofrecieron. Principio quieren las cosas, dice Juan de Mallara. Comer y rascar, todo es principiar, responde el gobernador griego. Los refranes son advertencias preñadas en sabiduría: el vulgo es el príncipe de los filósofos, que arropado con su manto de mil colores está pasando y repasando en vaivén perpetuo del Pórtico al Liceo, del Liceo a la Academia. Súfranle los primeros desmanes a ese candidato del patíbulo, y por entre los cascos echará uñas el animalito de Dios. Le sufrieron, las echó, y tan largas, que es prodigio: el molino está picado: ahora ha de comer, se ha de rascar hasta que le rascan a él con el machete. La maldad de un gobernante puede consistir en su propia naturaleza; el ejercicio de ella, los que padecen en silencio son culpables. Ignacio Veintemilla (¡oh triste fuerza 116 Tomado de: Juan Montalvo, Las Catilinarias, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987 [1880], pp. 101-126.
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de la necesidad! proferir este nombre es humillación impuesta por los deberes a la Patria; es vergüenza que deja ardiendo el alma: ¿qué es, quién es este desconocido que se llama Ignacio Veintemilla?), Ignacio Veintemilla principió engañando, hizo luego algunos ensayos groseros de despotismo: le salieron bien, pasó adelante. La codicia es en él ímpetu irracional, los bienes ajenos carne, y los devora como tigre. A boca llena y de mil amores llamaba yo tirano a García Moreno; hay en este adjetivo uno como título: la grandeza de la especie humana, en sombra vaga, comparece entre las maldades y los crímenes del hombre fuerte y desgraciado a quien el mundo da esa denominación. Julio César fue tirano, en cuanto se alzó con la libertad de Roma; pero ¡qué hombre! Inteligencia, sabiduría, valor, todas las prendas y virtudes que endiosan al varón excelso. En Sila había de zorro y de león, de cómico y de rey, de persona mortal y de Dios. Napoleón fue también tirano, y en su vasta capacidad intelectual giraba el universo, rendidas las naciones al poder de su brazo. Tirano sin prendas morales, sin virtudes ni prestigio de ningún género, no se compadece con la opinión que el filósofo suele tener de esos hombres raros que se vuelven temibles por la fuerza, y llenan los ámbitos del mundo con el trueno de su nombre. El individuo vulgar a quien saca de la nada la fortuna y le pone sobre el trono o bajo el solio, por más que derrame sangre, si la derrama con bajeza y cobardía, no será tirano; será malhechor, simple y llanamente. Hablando de nosostros, achicándonos, descendiendo a la órbita como un arito donde giran nuestros hombres y nuestras cosas, podemos decir que don Gabriel García Moreno fue tirano: inteligencia, audacia, ímpetu; sus acciones atroces fueron siempre consumadas con admirable franqueza; adoraba al verdugo, pero aborrecía al asesino; su altar era el cadalso, y rendía culto público a sus dioses, que estaban allí danzando, para embeleso de su alto sacerdote. Ambicioso, muy ambicioso, de mando, poder, predominio; inverecundo salteador de las rentas públicas, codicioso ruin que se apodera de todo sin mirar en nada, no. Si García Moreno robó, lo que se llama robar, mía fe, señor fiscal, o vos, justicia mayor de la República, que lo hizo con habilidad e manera. Un periódico notable de los conservadores lo acusó de tener en un banco de Inglaterra un millón y medio de pesos117. El tiempo, testigo fodedigno, aún no depone contra ese terrible difunto: allá veremos si sus malas mañas fueron a tanto; en todo caso, su consumada prudencia para sin razones y desaguisados al Erario, queda en limpio. Ignacio Veintemilla no ha sido ni será jamás tirano: la mengua de su cerebro es tal, que no va gran trecho de él a un bruto. Su corazón no late; se revuelca 117
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La América, de Bogotá.
en un montón de cieno. Sus pasiones son las bajas, las insanas; sus ímpetus, los de la materia corrompida e impulsada por el demonio. El primero soberbia, el segundo avaricia, el tercero lujuria, el cuarto ira, el quinto gula, el sexto envidia, el séptimo pereza; ésta es la caparazón de esa carne que se llama Ignacio Veintemilla. Soberbio. Si un animal pudiera rebelarse contra el Altísimo, él se rebelara, y fuera a servir de rufián a Lucifer. “Yo y Pío IX”, “yo y Napoleón”, este es su modo de hablar. Entre los volátiles, el huacamayo y el loro se acomodan a la pronunciación humana: si hubiera cuadrúpedos que gozasen del mismo privilegio, los ecuatorianos vivirían persuadidos de que su dueño le crió a ése enseñándole a decir: “Yo y Pío IX”, “yo y Napoleón”. Un célebre bailarín del siglo pasado solía decir de buena fe: No hay sino tres grandes hombres en Europa: yo, el rey de Prusia y Voltaire. Pero ese farsante sabía siquiera bailar, tenía su oficio, y en él era perfecto: el rey de las ranas, la viga con estómago y banda presidencial que se llama Ignacio de Veintemilla, ¿sabe bailar? Zapatetas en el aire, de medio arriba vestido, y de medio abajo desnudo, puede ser que las haga, cuando amores de la República le escamonden quitándole su vestimento para pedirle cuenta y razón de traiciones y fechorías. Entre tanto, puede seguir diciendo: “Yo y el presidente de los Estados Unidos”. El segundo avaricia. Dicen que esta es pasión de los viejos, pasión ciega, arrugada, achacosa: excrecencia de la edad, sedimento de la vida, sarro ignoble que cría en las paredes de esa vasija rota y sucia que se llama vejez. Y este sarro pasa el alma, se aferra sobre ella y le sirve de lepra. Ignacio Veintemilla no es viejo todavía; pero ni amor ni ambición en sus cincuenta y siete años de cochino: todo en él es codicia tan propasada, tan madura, que es avaricia, y él, su augusta persona, el vaso cubierto por el sarro de las almas puercas. Amor... nadie le conoce un amor; no es para abrigarlo en su pecho, ni para infundirlo en suaves corazones. Orlando por Angélica, don Quijote por Dulcinea pierden el juicio; y don Gaiferos por Melisendra: Tres años anduvo triste por los montes y los valles, trayendo los pies descalzos, las uñas chorreando sangre. ¿Qué juicios ha perdido Ignacio de Veintemilla? ¿Qué calabazadas se ha dado contra agudas peñas? ¿Qué árboles ha arrancado de cuajo? ¿Qué ríos ha desportillado? ¿Qué pies ha traído descalzos, ni qué uñas le han chorreado san-
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gre, para ser digno émulo de esos famosos enamorados? La parte invisible del amor, la parte espiritual, no es suya; él se queda a los tres enemigos del alma, mundo, demonio y carne, y busca su ralea en la casa de prostitución. El amor purifica, el amor santifica: amor encendido, amor fulgurante; amor profundo, alto; amor que abraza el universo, abrasando lo que toca; este amor hace Abelardos, Leandros y Macías; esto es, filósofos, héroes y mártires, y de él no son capaces esos hombres rudos que no están en los secretos divinos de la naturaleza. Cuanto a la ambición, pesia a mí si la ha de experimentar ánimo tan bajo y corazón tan plebeyo como los de ese hijo de la codicia. Ambición es afecto de los más elevados, vicio sublime de hombres raros que no puede concurrir sino en compañía de virtudes grandes. La pasión, la noble pasión de guerreros y conquistadores; pasión de Alejandro Magno, pasión de Pirro, de Julio César y de Napoleón, ¿puede caber en pecho sin luz, pecho de vulgo, donde se apagaría al punto que allí tocase la chispa de locura y furor santo que está inflamado de continuo a los varones eminentes? Sed de sangre y dinero, vanidad insensata, estos son los móviles con que muchas veces la fortuna saca de la nada a los más ruines, y los dispara hacia la cumbre de la asociación civil, como quien hace fisga de los hombres de mérito. El tercero lujuria. Este vicio nos tiene clavados a la tierra; a causa de él no son ángeles los individuos agraciados por el Criador con la inteligencia soberana que los eleva al cielo en esos ímpetus de pensamiento con los cuales rompe la oscuridad y ven allá el reflejo de la luz infinita. Alejandro decía que en dos cosas conocía no ser dios: en el sueño y en el empuje de los sentidos. Ignacio Veintemilla conoce que es ser humano en esas mismas cosas. Ser humano digo, por decoro de lenguaje; esas dos cosas suben de punto en este Alejandro de escoria, que les sacan de los términos comunes, y dan con él en la jurisdicción de la irracionalidad. El sueño, suyo es; no hay ni sol ni luz para ese desdichado: aurora, mañana, mediodía, todo se lo duerme. Si se despierta y levanta a las dos de la tarde, es para dar rienda floja los otros abusos de la vida, para lo único que necesita claridad, pues su timbre es ofender con ellos a los que le rodean. Da bailes con mujeres públicas, y se le ha visto al infame introducir rameras a su alcoba, rompiendo por la concurrencia de la sala. Pudor, santo pudor, divinidad tímida y vergonzosa, tú no te asomas por los umbrales de esas casas desnudas de virtudes, porque recibirías mil heridas por los oídos, por los ojos. El valiente, el héroe tiene pudor: esta afección amable no está reñida con los ímpetus del valor, ni es atropellada por esas grandes obras que se llaman proezas. Soldados hay capaces de dejarse morir, por no exponer el cuerpo herido a las miradas de las hermanas de la caridad, con ser que estas mujeres, cuando sigan los ejércitos al campo de batalla, lo van dejando todo en el templo de la misericordia: juven142
tud, hermosura, atractivos, malicia, todo. Pudor, santo pudor, tú nos liberarás del fuego de Sodoma, sirviéndonos de escudo contra las iras del cielo. Huye, huye de la casa del malvado, pero no salgas ni un instante de la del hombre de bien. Tras el hombre de bien está casi siempre la mujer honesta; y el hombre de bien y la mujer honesta son los fiadores que responden de la salvación del género humano. El cuarto ira. La serpiente no se hincha y enciende como ese basilisco. Un día un oficial se había tardado cinco minutos más de lo que debiera: presentóse el joven, ceñida la espada, a darle cuenta de su comisión: verle, saltar sobre él, hartarle de bofetones, fue todo uno. La ira, en forma de llama infernal, volaba de sus ojos; en forma de veneno fluía de sus labios. Y se titulaba jefe supremo el miserable: ¡jefe supremo que se va a las manos, y da de coces a un subalterno que no puede defenderse! Viéndole están allí, en Quito: eso no es gente; es arsénico amasado por las furias a imagen de Calígula. Hay ponzoña en ese corazón para dar torrentes a esa boca: agravios, denuestos, calumnias feroces, amenazas crueles, todo sale empapado en un mar de cólera sanguinaria. ¡Qué natural tan enrevesado y perverso! Me llaman ladrón, asesino, delincuente en mil maneras, porque, bajo el ala de la Providencia, he podido escapar de calabozo, los grillos, el hambre, la muerte en el aspecto que aterra al más impávido. Siguiéndome está con el puñal; pero yo estoy vestido de un vapor impenetrable, vapor divino, que se llama ángel de la guarda. A un tirano antiguo se le había escapado una víctima, con haberse dado muerte con su propia mano: yo, huyendo al destierro, me he escapado también; y el destierro es el más triste de las penas. ¿Luego su ánimo era quitarme la vida en el martirio? Nadie lo duda, Dios me salvó sacándome de la mano a mediodía por entre sus enemigos y los míos. Su fin tendrá. ¡Y qué arrebatos los de este dragón plebeyo! ¿Con que yo no tengo el derecho de la defensa personal? ¿No me competería el salvar la vida propia? Cólera no es muchas veces sino tontera carbonizada al fuego del infierno: pasión injusta, ciega. Los hombres de corazón mal formado nunca experimentan esos empujes de santa ira que los dispara contra las iniquidades del mundo: ellos no sienten sino la fuerza de Satanás que se desenvuelve en su pecho y engendra allí esos monstruos que salen con nombre de asesinatos, envenenamientos, proscripciones: antes de nacer a la luz se llamaban odios, celos, venganzas: sentimientos del ánimo convertidos en hechos; coronación del mal, gloria del crimen. El quinto gula. Los atletas y gladiadores comían cada uno como diez personas de las comunes: la carne mataba en ellos el espíritu, y así eran unos como irracionales que tenían adentro muerta el alma. La materia no medra sino a costa de la parte invisible del hombre, esa chispa celestial que ilumina el cuerpo humano, cuando éste sabe respetar sus propios fueros. Sabiduría, virtud son 143
abstinentes: los gimnosofistas, esos filósofos indios cuya vida en el mundo partía términos con la inmortalidad, se mantenían de puros vegetales, y algunas gotas de miel, tenue como el rocío. La inteligencia come poco; la virtud, menos: los solitarios de la Tebaida estaban esperanzados en los socorros de los espíritus celestiales. Epicuro fue el corruptor de la antigüedad, y Sardanápalo está allí como el patrón eterno de los infames para quienes no hay sino comer, beber y estarse hasta el cuello en la concupiscencia. Yo conozco a Sardanápalo: su pescuezo es cerviguillo de toro padre: sus ojos sanguíneos miran como los del verraco: su vientre enorme está acreditando allí un remolino perpetuo de viandas y licores incendiarios. Su comida dura cuatro horas: aborrece lo blanco, lo suave: carne, y mucha; carne de buey, carne de borrego, carne de puerco. Mezclad prudentemente, dice un autor, las viandas con los vegetales. Sardanápalo detesta los vegetales: si supiera qué y quién es Pitágoras, mandara darle garrote en efigie. Las sopas son de cobardes, las frutas de poetas, los dulces de mujeres: hombres comen carne; carne valientes, carne varones de pro y fama. ¿Es perro, es tigre? ¡Oh Dios, y cómo engulle, y cómo devora piezas grandes al gladiador! Ignacio Veintemilla da soga al que paladea un bocadito delicado, tienen por flojos a los que gustan de la leche, se ríe su risa de caballo cuando ve a uno saborear un albérchigo de entrañas encendidas: carne el primer plato, carne el segundo, carne el tercero; diez, veinte, treinta carnes. ¿Se llenó? ¿se hartó? Vomita en el puesto, desocupa la andarga, y sigue comiendo para beber, y sigue bebiendo para comer. Morgante Maggiore se recomía de una sentada un elefante, sin sobrar sino las patas; Ignacio Veintemilla se lo come con patas y todo. “Vamos a la muquición118”, dice; y verle muquir, es admirable sin envidia, es perder el apetito. En casa del fondista Bonnefoi, en París, pedí una vez albaricoques: las frutas y principalmente las redondas esos pomitos de color de oro, que parecen del jardín de las Hespérides, me deleitan. Como aún no había plenitud de frutas, cada pieza importaba dos francos, o cuatro reales. ¡Oh dicha, tomar esa pella suavísima en los tres dedos de cada mano, y abrir por la comisura esa esfera rubicunda, en cuyas entrañas están cuajados los delirios y las concupiscencias del dios de los placeres inocentes! Ignacio Veintemilla me estaba tratando de bruto con los ojos. Hombre, dijo al cabo de su admiración, usted nunca ha de ser nada; y pidió estofado de liebre por postres. Había comida: res, carnero, gallina, pato, pavo, conejo; raya, salmón, corvina; hostiones, ostras, cangrejo, y de postres pie de liebre; ¿hay animal estrafalario? Desde el tiempo de Horacio los ajos han sido comida del verdugo: cuando este santo varón no ayuna ni está de vigilia, como liebre. Esa carne gruesa, negra, 118
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Muquición, muquir, germanía: comida, comer. Términos de la cofradía de Monipodio.
pesada, me parece que no sufre digestión sino en el estómago de ese que vive de carne humana. Los españoles y principalmente las españolas, saben lo que son postres: sorbetes para Musas; suspiros leves, que saborean ninfas impalpables, suplicaciones doradas, regalo de almas que se salvan. Los franceses no gustan de los dulces, pero tienen postres con que quebrantan peñas en el Olimpo, si las diosas adolecieran de hambre ni golosina. El dulce de ellos es el queso, o más bien los quesos de mil linajes con que sus manteles prevalecen sobre todos los del mundo. Un brie delicado le hace honor, como suele decir la galicana, al paladar de una hermosa de quince abriles; un chantilly aristocrático ineria a un emperador; un roquefort violento hace voluptuosos estragos en el gaznate de los hombres de fierro que se agrandan de esa pólvora comestible. Lord Byron, a fuero de inglés de casta pura, pur sang, como dicen sus vecinos, comía por postre un tallo de cebolla fuerte, mal que les pese a las lindas hispanoamericanas, para quienes los panales del Hibla no son harto suaves y aromáticos. ¿Cogerían, morderían, mascarían ellas un tronco de cebolla cruda en vez de sus azucarados chamburitos? Lord Byron, con ser como era, sueño de las bellas, por ese su talento, su varonil gentileza y las poéticas extravagancias de su vida, hubiera estado en un tris de no hallar quien le quisiera en Lima, Quito o Bogotá. No de otro modo a una joven poetisa admiradora apasionada de Lamartine se le subió el santo al cielo, y ella cayó en un abismo de desengaño y desamor, cuando le vió a mi don Alfonso el día que fue a conocerle, sacar del bolsillo un pañuelo colorado de cuadros azules, bueno por la extensión para colcha de novios de aldea. ¡Gran Dios! Exclamó la poetisa, en tanto que el poeta, viejo ya, eso sí, sonaba armoniosamente; ¡gran Dios! ¿Conque éste había sido Lamartine? Desde que tuve noticia del acaecido, mis pañuelos son el ampo de la nieve, y no mayores que un lavabo: por esta parte seguro está que me vaya mal con las dulces nuestras enemigas. Otro sí, no como cebolla, ni en presencia de ellas ni a mis solas. Ignacio Veintemilla pide liebre cuando ha de pedir gragea: si le fuera posible, tomara café de carne de puerco, y se echara a los dientes una cuarta de morcilla negra a modo de puro habano. Los ajos, por no desmentirle a Horacio, siempre han sido de su gusto. El sexto envidia. Nelson no tenía idea del miedo: cuando en su presencia nombraban este ruin afecto, no le era dable saber cuál fuese su naturaleza. Hay asimismo seres agraciados por Dios con una mirada especial, que no tienen nociones de la envidia; saben qué es, pero no la experimentan por su parte, con ser como es achaque de que adolecen, cual más, cual menos, todos los mortales. La envidia es una blasfemia: envidia es cólera muda, venganza de dos lenguas que muerde al objeto de ella y al Hacedor, dueño en verdad de los favores que irrita a los perversos. Dones de la naturaleza, virtudes eminentes, méritos coronados, son puñal que bebe sangre en el corazón del envidioso. Inteligencia descollante 145
es injuria para él; consideración del mundo, injusticia que no puede sufrir. Virtudes ajenas son vicios a su fosca vista; verdad es hipocrecía, austeridad soberbia, valor avilantez: desdichado el hombre de altas prendas entre la canalla del género humano que ni ve con luz del cielo, ni juzga a juicio de buen varón, ni funda sus fallos en el convencimiento y la conciencia. Envidia es serpiente que está de día y de noche tentando a los hombres con la fruta de perdición: ¡Cómela! ¡Cómela! La come un desdichado, y mata a su semejante. Envidia, Caín armado de un hueso, tú no mueres jamás. Por una correlación que se pierde en las tinieblas del pecado, las pasiones criminales y soeces cultivan estrecho maridaje: podemos afirmar de primera entrada que donde se halla una de estas culebras, allí está el nido. Soberbia e ira comen en un mismo plato, lascivia y gula duermen en una misma cama. El soberbio, avaro, libinidoso, caja de ira, glotón, ¿será extraño a la hermana de esas Estinfálidas, la peor de todas, la envidia? Aun los hombres superiores suelen estar sujetos a ese mortal gravamen de la naturaleza humana. Luis XIV, rey poderoso, adornado con mil prendas, experimentaba profundas corazonadas de envidia. Alarga la mano a todos, como todos confiesen su inferioridad: guerreros, hombres de Estado, poetas, escritores, artistas, todos son sus protegidos, puesto que ninguno blasone de echarle el pie adelante, ni en su profesión respectiva. Y con todo, cuando pone en olvido la soberbia, da muestras de humildad que le vuelven más y más grande. “Señor Boileau, le dijo un día a este famoso crítico, ¿cuál es el primer escritor de nuestra época? –Moliere, señor, contestó el maestro. –No lo pensaba yo así; pero vos sois el juez, y de hoy para adelante abrazo vuestra opinión”. Ignacio Veintemilla, más rey y más inteligente que ese monarca, no la abraza. Censura a Bolívar, moteja a Rocafuerte, le da una cantaleta a Olmedo. La ignorancia, la ignorancia suprema, es bestia apocalíptica: el zafio estampa su nombre, sin tener conocimiento ni de los caracteres; no sabe más, y hace sanquintines en los hombres de entender y de saber. Que se haya burlado de mí, cogiéndome puntos en El Regenerador, riéndose de mis disparates, estaría hasta puesto en razón; pero, afirma que si él hubiera estado en Junín la cota hubiera sido de otro modo; que Sucre triunfó en Ayacucho por casualidad, no porque hubiese dado la batalla conforme a las reglas del arte; que Napoleón I perdió la corona por falta de diplomacia, y otras de éstas. Un testigo presencial me ha contado que en Madrid, en una mesa redonda, se puso a departir con suma delicadeza en esto que llamamos buenas letras. Habló, y así engullía tasajos de más de libra, como echaba por la boca lechigadas de sabandijas. No se por dónde fue a dar con el poeta Zorrilla, ha quien no ha leído, puesto que no sabe ni deletrear. Las torpezas que dijo, solo las pueden creer 146
los que le oyeren. Un cuasi anciano que se hallaba a la mesa estaba oyendo a su vez en curioso silencio y viéndole la cara al razonador. El buen viejo se levanta, se va, sin decir palabra. Uno de los concurrentes le sigue, le alcanza, y, con el sombrero en la mano: “Señor Zorrilla, no haga usted caso de las necedades de este hombre, ni juzgue por él de todos los americanos. –¿Es loco? pregunta el viejo. –No; no es sino tonto. Pero de capirote”, agrega el aficionado a las musas, y se va con ánimo secreto de ponerle en un entremés el señor mariscal de Veintemilla, como andaba titulándose el conde de Gallaruza. Desde entonces su alátere o compañero de viajes no era dueño de sentarse a la mesa sin esta imprecación, poniéndole las manos: “¡Ignacio, pas de bêtises!” El séptimo pereza. Ni Dios ama el reposo; de improviso sobre las alas de los vientos vuela, o de las tempestades en el carro, atronando los cielos se pasea. El movimiento es propiedad del espíritu: la inteligencia vive en agitación perpetua. Tierra, luna, cuerpos sin vida, giran sobre sí mismos raudamente y se beben los espacios, volando por sus órbitas en locura sublime. Los ríos corren, lentos unos, contoneándose por medio de sus selvas; furibundos otros y veloces entre las rocas que los echan al abismo quebrantados en ruidosas olas. Los vientos silban y pasan por sobre nuestras cabezas; los bosques mugen en sus profundidades; y las nubes, holgazanas que parecen estar disfrutando de la blanda pereza a mediodía, se mueven, helas allí, se encrespan, se hinchan, y enlobreguecidas con la cólera, se dan batalla unas a otras, salta el rayo, y el trueno, en invasión aterrante, llena la bóveda celeste. ¿Ahora el hombre? El hombre todo es actividad, todo movimiento: su corazón palpita: la sístole y la diástole, este vaivén armonioso, aunque precipitado, es fundamento de la vida: la sangre corre por las venas; los humores permanecen frescos, a causa de su circulación perpetua: todo es movimiento en nuestra parte física. La moral, oh, la moral es la más vertible, más inquieta del género humano: inteligencia que no se mueve, se seca, se pierde, como hierba sin lluvias; corazón que no se agita, se corrompe. Sabiduría, cosa que tan reposada parece, es efecto de los torbellinos del pensamiento, pues las ideas van brotando del choque de la duda con la verdad, dura labor que fortifica a los que se andan a buscarla por los abismos de lo desconocido, y regalan al mundo con los conocimientos humanos.
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Pereza es negación de las facultades del hombre; el perezoso es nefando delincuente: mata en sí mismo las de su alma, y deicida sin remordimientos, se deja estar dormido a las obras que nos recomiendan a nuestro Criador. No moverse, no trabajar, no cumplir con nuestros deberes ni con una santa ley de la naturaleza; comer, beber, dormir sin término, esto es ser perezoso: no despertar ni erguirse sino para el pecado, esto es ser perverso. Ignacio Veintemilla cultiva la pereza con actividad y sabiduría; es jardinero que cosecha las manzanas de ceniza de las riberas del Asfáltico. Ese hombre imperfecto, ese monte de carne echado en la cama, derramándosele el cogote a uno y otro lado por fuera del colchón, es el mar Muerto que parece estar durmiendo eternamente, sin advertencia a la maldición del Señor que pesa sobre él. Su sangre medio cuajada, negruzca, lenta, es el betún cuyos vapores quitan la vida a las aves que pasan sobre el lago del desierto. Los ojos chiquitos, los carrillos enormes, la boca siempre húmeda con esa baba que les está corriendo por las esquinas: respiración fortísima, anhélito que semeja el resuello de un animal montés; piernas gruesas, canillas lanudas, adornadas de trecho en trecho con lacras o costurones inmundos; barriga descomunal, que se levanta en curva delincuente, a modo de preñez adúltera; manazas de gañán, cerradas aún en sueños, como quienes estuvieran apretando el hurto consumado con amor y felicidad; la uña, cuadrada en su base, ancha como la de Monipodio, pero crecida en punta simbólica, a modo de empresa sobre la cual pudiera campear este mote sublime: Rompe y rasga, coge y guarda. Este es Ignacio Veintemilla, padre e hijo de la pereza, por obra de un misterioso cuyo esclarecimiento quedará hecho cuando la ecuación entre los siete pecados capitales y las siete virtudes que los contrarían quede resuelta. ¡Oh flaqueza del hombre! Este mar Muerto de estampa semihumana presume de garzón florido, las da de majo, y se anda por ahí a conquista de corazones y caza de supremos placeres. Para hacer ver que desprecia cargos y donaires de la imprenta, hace leer las obras de esta sabia encantadora, redondeándole sus entropios: callando estuvo una ocasión mientras oía una verrina de las mejores: cuando el lector hubo llegado a un pasaje donde se le llamaba “cara de caballo”, saltó y dijo: “¡Eso no! Seré ladrón, glotón, traidor, ignorante, asesino, todo; pero figura sí tengo”. Figura de caballo, dijo una dama, soltando la carcajada, cuando oyó referir está graciosa anécdota, o anidiucta, como le he oído decir a él doscientas veces. Dije que Ignacio Veintemilla no era ni sería jamás tirano; tiranía es ciencia sujeta a principios difíciles, y tiene modos que requieren hábil tanteo. Dar el propio nombre a varones eminentes, como Julio César en lo antiguo, Bonaparte en lo moderno; como Gabriel García Moreno, Tomás Cipriano de Mosquera entre nosotros; dar el propio nombre que a un pobre esguízaro a 148
quien entroniza la fortuna, por hacer befa de un pueblo sin méritos, no sería justicia mera mixta. Monteverde, Antoñanzas, Veintemilla no son tiranos; son malhechores, ni más ni menos que Rochaguinarda, que se están ahí en su encrucijada, hasta cuando la Santa Hermandad les echa mano. Roque Guinart es presidente, rey del Ampurdan y Sierra Morena: da leyes, que se aplican; decretos, que se llevan a cabo; órdenes, que se cumplen a la letra. Un Vampa, un Trucaforte son verdaderos jefes supremos con facultades extraordinarias. ¿Qué va de estos magistrados a un Melgarejo, un Veintemilla? Si el robo a mano armada es el objeto de la ambición de aquellos seres, el robo a mano armada es igualmente el objeto de estotros vagamundos. Si el puñal es el medio en ésos, el puñal es el medio de éstos: crímenes y vicios, lo mismo en unos y otros; con esta diferencia, que Roque Guinart es valiente, atrevido, generoso; que Roque Guinart conoce la justicia distributiva, y la pone en práctica; que Roque Guinart acomete a pecho descubierto, vence, y del botín le deja al viandante humana, caballerosamente lo necesario para el camino. Ignacio Veintemilla no se contenta con la bolsa; le quita la camisa a la República, la deja en cueros, y allá se lo haya con su desnudez la pobre tonta: ¿por qué no se defiende? El que se deja robar, pudiendo tomarse a brazos y dar en tierra con el salteador, es vil que no tiene derecho a la queja. La República para con Ignacio Veintemilla y José María Urbina, es lo que España para con Roque Guinart y su banda: persígalos, montéelos, derruéquelos, cójalos, ahórquelos: la Santa Hermandad tiene el deber de colgar a los ladrones en dondequiera que les heche mano al coleto. Los ojos para las gallinazas, la asadura para los perros, he aquí tu merecido, Ignacio de Veintemilla. Un viejo llamado José María Urbina, el mismo quizá que acaba de ser nombrado, mandó suplicarme un día le hiciese el favor de ir a su casa. Los años tienen facultades que los hombres de buena crianza no ponen en duda. Fui: el viejo estaba en cama: habiendo bebido aguardiente seis horas consecutivas, sus ojos eran ascuas: su aliento vaporoso hubiera puesto en huída a las Musas; y Apolo no estuviera holjándose a la almohada de ese inmundo anciano, en cuyo crinal rebosante nadaban a la sazón puntas de cigarros, cual monitores de guerra en el mar Bermejo. La mareta sorda rugía ya en mi pecho: yo soy capaz de hacer una muerte en el hombre impulcro y soez, que ora por ignorancia, ora por bajeza y depravación, pierde el respeto a las buenas costumbres con actos y hábitos indignos. La causa primera del acre desprecio que yo he sentido siempre por Ignacio Veintemilla fue el haberle visto una vez tirarse desnudo de la cama, y ponerse hacer aguas en presencia de gente, con desenfado de verdadero animal. Después he visto que el asno, que el macho no tiene más vergüenza ni mayores contemplaciones por los circunstantes. Cerrar con él a moque149
tes, hubiera sido acto primo muy ocasionado, según es el tracio de huesudo y corpulento; desafiarle por ese motivo, cosa ridícula, y hasta sin razón, pues el infelizote no le hacía por agraviar a nadie, sino así, como propiedad de su naturaleza. No volver a su pocilga, y mirarlos como a perros, ésta es la providencia que uno toma respecto de esa canalla afortunada a quien ni grados militares, ni títulos pomposos, ni alta posición pueden quitar la grasa de su ruin origen. “Juan me dijo el vejarro consabido, el capitán de fragata, la fragata aquella de las puntas; Juan, es preciso que lo arreglemos todo: quiero estar acorde con usted. Veintemilla necesita la cooperación de los buenos liberales”. “Mi cooperación a un traidor que, hecho apenas el pronunciamiento liberal, ¿corre a ponerlo en manos de los jesuitas? Contesté subiéndomele a las barbas; un cobarde que va a solicitar amparo y certificados favorables de los obispos, porque imagina que sin ellos nadie puede salir bien. Usted mismo, usted me ha referido poco ha los términos que oyó de sus labios: “General, no tenga usted cuidado, los jesuitas están conmigo”. ¿Y solicita usted mi cooperación para embustero inepto como ése, que no sabe lo que hace?”. “Eso es así, replicó el viejo mansamente; a mí, a mí me dijo lo de los jesuitas; me lo dijo”. “¿Mi cooperación a un infame cuyo primer acto administrativo es defraudar a la República en más de cincuenta mil pesos?”. “¿De qué modo?”, preguntó el viejo. “Haciendo traer de Nueva York mil fusiles de pacotilla, dije, por ciento veinte mil pesos. La ineptitud, hubiera quizá tolerado en ese pícaro; su prurito por las cosas ilícitas, ¡no! Yo no soy de la liga, ni mi revolución ha sido ésta. Hoy mismo sale a la luz un escrito mío, cuyo fin es poner a un lado a ese perverso”. “!Eso no puede ser!, gritó el vejezuelo esforzándose, pálido y trémulo ahora: Veintemilla está limpio ahora como una patena”. “Limpio como usted”, dije para mí, y salí todo inflamado. Al día siguiente iba yo navegando por el océano Pacífico al más honroso de mis destierros. Probidad es en el hombre lo que honestidad en la mujer. Si otros lo han dicho ya, vaya su voto en mi favor, y quede reforzado el principio con la opinión de muchos; principio que no es sino mandamiento de la ley de Dios cubierto con la vestidura de la sociedad humana. Non furtum facies, rezan las tablas de la ley; no robarás. El que roba quebranta, pues, un mandamiento e incurre en la cólera divina. El legislador no dice: No robarás a tu padre ni a tu madre; no robarás a tu hermano; no robarás a tu prójimo; dice: No robarás, esto es, no robarás a nadie, ni a tu padre ni a tu madre, ni a tu prójimo, ni al Estado. Robar a la nación es robar a todos; el que roba es dos, cuatro, diez veces ladrón: roba al que ara y siembra; roba al que empina el hacha o acomete al ayunque; roba al que se une al trabajo común con el alma puesta en su pincel; roba al agricultor, al artesano, al artista; roba al padre de familia; roba al profesor; roba al grande, 150
roba al chico. Todos son contribuyentes del Estado; el que roba al Estado, a todos roba, y todos deben perseguirle por derecho propio y por derecho público. ¿Con que el sudor de la frente del pueblo es para los apetitos y gulas de un hombre, un mal hombre, que está cultivando la soberbia y engordando la codicia? Si no puede haber Estado sin contribuciones generales, las contribuciones desviadas de su objeto son fraudes que el magistrado prevaricador comete en contra de los ciudadanos cuyo fuero surte por ley tácita: los ciudadanos, tráiganle al banco de la República, y si no por bien, por mal, tómenle cuenta y del robo, y de la traición, y de la sangre, y de la infamia convertida por él en princesa de exenciones. Los hombres de corazón bien formado y juicio recto suelen poner la monta en granjear buena opinión entre sus semejantes; los que por sus méritos suben a gobernación de pueblos, no son ellos sino descienden de su alto lugar abrumados con las bendiciones de los cuya felicidad labraron, cuando pudieron ser carga para todos, si abusan de su poder. Los hijos de la fortuna, broza del género humano, que se levantan en alas del crimen, al soplo de esta deidad mal intencionada, no tienen cuenta sino en su provecho, ni les duele el concepto lastimoso que están beneficiando en los demás con sus abusos y sus latrocinios. El que no ama a Dios sobre ninguna cosa; que jura su nombre en vano; que ni santifica las fiestas, ni honra padre y madre; que mata, y levanta falso testimonio por costumbre, ¿tendrá cuenta con no robar? El malvado de nacimiento y aprendizaje aplica a su vida por la inversa los mandamientos de la ley; él dice: No amar a Dios sobre todas las cosas; jurar su santo nombre en vano, siempre que conviene; no molestarse en santificar las fiestas, ni con las rodillas, ni con el pensamiento; no honrar padre y madre: ¡matar, levantar falso testimonio, robar, robar, robar!, robar siempre, robar cuanto se pueda. Réprobo, éstos son tus mandamientos, y los cumples. Ignacio Veintemilla, tú eres el réprobo; tú eres el que no ama a Dios; tú el que jura su santo nombre en vano; tú el que no santifica las fiestas con culto interno; tú el que no honra padre y madre, puesto que los deshonras con crímenes y vicios; tú el que mata con lengua y con puñal; tú el que miente, levanta falso testimonio; ¡tú el que roba, roba, roba! Maldito eres por todo esto, maldito; y por todo has de estar pálido, temblando en presencia del Juez, cuando él te levante de tu propia ceniza con una voz, y te diga: veamos tu vida. Tu vida llena de excrecencias maléficas, negruras, abismos, no le ha de parecer a él, y con la mano, con el dedo te ha de señalar la muerte, y has de ir rodando por la eternidad, echando aullidos lúgubres en medio de las tinieblas que te envuelven y arrebatan sin que sepas a dónde. Tú eres el que mata, tú el que has matado; tú eres el que roba, tú el que has robado. Veamos los documentos, en prosa vil; la prosa vil para los documentos. 151
Como avíos de gobierno entraron a la ciudad de Ambato sucesivamente doscientas cincuenta acémilas cargadas de licores fuertes: gastos de conducción, arrieraje, todo se pagó allí por el Tesoro; el infame artículo mismo había sido comprado con las rentas fiscales. La embriaguez de esa horda de eunucos que se bebieron mil botellas de coñac en cuatro días, en cuanto daban leyes, no es asunto de este lugar; más aún el robo al Erario, y la imprudencia del pícaro que las introduce como elemento público de civilización y progreso. Coñac para la Convención, coñac oficial; en este concepto, era gravamen honroso de los ciudadanos la embriaguez y los maleficios del jefe supremo, el general en jefe y sus legisladores. Yo digo que esa fue simplemente una defraudación crecida a la hacienda nacional, un robo del que roba para beber. No hay en el mundo ley que bote gordas cantidades para el aguardiente del jefe supremo y el general en jefe. Doce mil pesos es sueldo razonable en republiquillas cuyos gobernantes han de ser modestos y considerados: doce mil han tenido todos los presidentes en la nuestra, desde su fundación, y a ninguno le había ocurrido pedir el duplo: Ignacio Veintemilla se asignó el duplo, esto es, veinte y cuatro mil pesos, amén de mil percances, adehadas, alcabalas, pisos, castillerías, montazgos y tributos: erró poco de pedir chapín de la reina. No sabemos para lo que serán los veinticuatro mil ojos de buey, pues coge aparte para comer, para beber, para vestirse; aparte para sus criados, sus cocineros, sus echacuervos; aparte para sus caballos: sus caballos, sí señores, sus caballos tienen sueldo aparte. Su sobrina, sueldo de general; su sobrino, idiota a quien dan de comer el pilón de piedra maíz molido, sueldo de capitán. Las tres arpías que tanto le han ayudado en su obra de opresión, corrupción y dilapidación, ¿no tiene cada uno sueldo de coronel?, ¿no sería cosa extraña esta ridiculez en pueblo tan acopado y envilecido que sufre en opaciencia las extravagancias injuriosas de ese Cayo Calígula a la rústica? Entre tanto las escuelas van cayendo, porque los maestros se van a buscar la vida; las aulas no se cierran, por puro pundonor de los catedráticos; la universidad está amenazada de muerte, por falta de la subvención indispensable. Ecuatorianos, oh ecuatorianos, éste es vuestro dictador; guayaquileños, oh guayaquileños, ésta es vuestra obra. Y estas son flores de cantueso para con los robos grandes; rapiñas y garrafiñas que no confieren título de ladrón al que las lleva adelante: Ignacio Veintemilla no es sino ratero todavía; para ser ladrón es preciso que desgarre el territorio nacional, y tome para sí diez mil lenguas de opulentos bosques; es preciso que se vuelva monopolizador y dueño de los mares de quina del oriente; es preciso que de noche a la mañana le veamos señor de países, amo de tribus, almirante de mundo descubierto y conquistado por su profunda sabiduría y por su fuerte brazo. 152
Las diez mil lenguas no son para mí, dice el mohatrero; son para mi sobrino. El sueldo de sus caballos tampoco es para él, y él lo toma. Diez mil leguas de territorio al idiota del pilón, ¿para qué?, ¿sabe él por ventura de achaque de cascarillas?, ¿y a qué título, pregunto yo, agraciar a un muchacho imbécil con una dádiva, grande para un rey? Ciertamente, ser hijo de uno a quien García Moreno echó de su lado con desaire por manos puercas, es hoja de servicios que estaba requiriendo media nación por recompensa. Ignacio Veintemilla no es todavía ladrón de marca mayor; no es sino de media marca: para ser de marca mayor, y ladrón inteligente, perspicaz, ladrón diplomático, es necesario que sustraiga de los archivos nacionales una contrata perfecta y sancionada, y ríe riendo, baba babeando, la subrogue por otra apócrifa, para robar cerca, o quizá más de un millón de pesos. Cuando la barata del ferrocarril haya llegado a conocimiento del pueblo, si éste le sufre aún, oh, ya no merecerá, no digo el sacrificio, pero ni una molestia de los hombres de bien y buenos ciudadanos. Acaba el Tribunal de Cuentas de resolver un punto litigioso en favor de Ignacio Veintemilla y de su cómplice en otro robo. Llamado el comisario de guerra de la campaña de los Molmos a rendirlas, fue alcanzado en primer juicio en una considerable suma. Ignacio Veintemilla hizo venir a su casa a jueces y revisores, y a fuerza de aguardiente, el punto quedó resuelto: el segundo juicio, el comisario es quien alcanza a la nación en veinteiún mil pesos. Preguntando este inviduo de dónde los puso en su mendicidad, ha declarado que el señor capitán general de sus ejércitos los suplió de su propio peculio. Veintemilla, para colmo de iniquidad y desvergüenza, pide los intereses: el Tribunal manda a pagarlos junto con el capitán. He aquí treinta y dos o treinta y tres mil pesos arrancados al Erario a la luz del mundo. Pantalón más y veré que este infame, no hay en la tierra: limosna, tablaje, estafa, su modo de vivir, hasta cuando saltó sobre la República y le arrancó los ojos. ¿El fugitivo de la calle del Arenal de Madrid con dos mil duros robados; el escondido en la aldea de San Juan de la Luz de los Pirineos; el pícaro tras quien van requisitorias a París, tuvo más de veinte mil pesos para echar por su cuenta en la caja de comisaría de guerra? Señor rico, señor opulento, ¿y por qué se tiró desde lejos de rodillas ante García Moreno, rogando por el sueldito de criado con que se presentaba en la mesa de juego? ¿Y por qué pedía fiado a todo el mundo? ¿Y por qué recibía dádivas humillantes? Vino embarcado por favor, y tuvo para poner de primera instancia en la campaña veintiún mil pesos de su propio peculio. Don Pereciendo hace cada día a la nación gracias imperiales: de la nueva aduana de Guayaquil dijo en cartas a todas las provincias, que ese edificio no le costaría nada a la República; que él iba a levantarlo a costa suya, echando ahí de su peculio la bicoca de trescientos mil pesos. 153
Consta a los guayaquileños que el tesoro contenía cosa de trescientos mil pesos cuando se verificó la revolución de Septiembre: saben además que a los pocos días Ignacio Veintemilla hizo un crecido impréstito; no se les ignora por otra parte que si Urbina llevó cincuenta mil pesos, su jefe pudo haber llevado otro tanto. De cualquier modo sobraban en las cajas de Guayaquil algunos de cientos miles de pesos: ¿qué necesidad tuvo pues el capitán general de echar mano por su bolsa privada? Los amigos de este gran señor no dirán a lo menos que está limpio como una patena: este robo es manifiesto, como todos los otros; sino que aquí hay más osadía y falta de vergüenza. Tan desprovisto de lo necesario andaba el discípulo de García Moreno, que para hacer su viaje de comandante general, enviado por Borrero sus tristes hermanas se vieron en el caso de hacer un préstamo, dando por hipoteca su pegujalito de San Antonio. Este es el caudal que llevó Veintemilla a Guayaquil, mientras le crecían las uñas y principiaban sus derechos al sueldo. Si quereís pruebas de la falta de probidad de este hombre raro, ésta es una, y de mucho vigor. Por escritura pública consta, pues, que Veintemilla no tuvo qué comer hasta las vísperas del favor que hizo a la República poniendo en su peculio en la caja de comisaría la respetable suma de veinteiún mil pesos. ¿En qué contrato ilícito, en qué farándula fiscal no tiene parte ese ruin presidente? El es el alma de las cascarillas; él es el corazón de la plaza de toros; él es la mano, con uñas y todo, en la obra de la aduana susodicha; él tiene su presa, o infamia de la Patria, él tiene su presa en contrabandos que debe impedir y castigar. ¿Qué sed infernal de dinero es ésta? ¿Qué codicia convertida en satiriásis de riquezas? ¿Qué desenfreno al cual no puedo llegar en la mitología el dios del robo? Consumidas las doce mil botellas de coñac por él y el presidente de la Convención, el excelentísimo señor jefe supremo, capitán general de sus ejércitos, puso venta de limetas vacías, lo que se llama cascos. A cuatro por medio real, las tres arpías convertidas en buhoneras, las realizaron en dos semanas bajo la inspección del otra vez excelentísimo capitán general de sus ejércitos. Aquí deja de ser ladrón de marca mayor Ignacio Veintemilla, y se convierte en gitano que hace su agosto con los clavos y botones que pezca en la basura. Ecuatorianos, oh ecuatorianos, éste es vuestro presidente; guayaquileños, oh guayaquileños, ésta es vuestra obra. Estaba un día poniendo como nuevo al gerente del Banco de Quito, respecto de lesiones que imaginaba haber recibido en su codicia. Grosero, montaraz, un llagués no se echa así con guías y todo, sin ahorrarse con su padre. El gerente, hombre de sangre en el ojo, tuvo cólera y encendido en llamas de pundonor, respondió: “Vuecelencia sabe que no cobramos ni un centavo por treinta mil soles que tiene puestos en depósito, y así no acalzó como...”. El gerente dio 154
en las mataduras, sacando a la luz del día el Aranjuez de las uñas de su majestad. Esa cara de vaqueta, quién lo creyera, cobró semblante de vergüenza, o fue más bien que la prontitud no le dio tiempo de acordarse que él no la conocía. “Ah, dijo, esos treinta mil soles están ahí para... para... para obras pías”. A la vuelta de dos meses, las obras pías fueron a dar a su atarazana, pues cargó con los treinta mil soles en uno de sus viajes a Guayaquil, y junto con otros tantos de la aduana de esta ciudad, hizo la undécima remesa a Europa. No pudo tanto el peligro con los jóvenes liberales que no pusiesen el grito en el cielo por este hurto impúdico y notorio, citando al director del Banco. El excelentísimo señor capitán general de sus ejércitos no acertó a decir palabra: banco y banqueros, ahí estaban; quédose, pues, con esa bofetada de la imprenta. Mucho faz el dinero et mucho es de amar; al torpe face bueno et home de prestar; face correr al cojo et al mundo fablar… Esta ocasión, el dinero le hizo callar al mudo del arcipreste. En yendo de fraudes, rapiñas, estafas, hurtos, abusos de confianza, robos manifiestos del excelentísimo señor capitán general de sus ejércitos, hay tela de que cortar; mas yo no presumo de nimio, y allí se queda la mina desflorada apenas, para que quien la desee y pueda ahonde y siga el beneficio. Corto he sido por mi parte; pero, amigo, lo que no va en lágrimas va en suspiros; dispensa la cortedad, y recibe a buena cuenta el escaso adelantado de lo mucho que en ley de justicia se te debe. Las hulleras de Chéster no se agotan en día y medio; las hazañas de Monipodio no las apura un solo historiador, aun cuando este se llame Cervantes Saavedra. Día vendrá en que tu nombre llene por lo menos los ámbitos de Sudamérica, y en que Europa nos abrume con la severa interrogación: ¿Estos son vuestros presidentes? Azotes, sangre, robo, no son nada; aunque en verdad horrible cosa el espectáculo donde crímenes y vicios están bailando sobre buenas costumbres y virtudes derribadas en tierra. Pero los malhechores, una vez en la horca, no perjudican; su imperio es un hecho, y nada más. Puede una casa ser robada por una gabilla de bribones; sus habitantes no quedan por eso corrompidos. El genio para la obscuridad, esa luz envenenada que beneficia las tinieblas, esa es la mala; tiranía que corrompe a los hombres y pudre hasta las raíces que los estrechan con la eternidad, esa es la espantosa. Los criminales ineptos no se extienden por debajo de la sociedad humana y la abrazan en todas direcciones. Si cabe consuelo en pueblo que tiene sobre sí a un Ignacio Veintemilla consuélense
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los ecuatorianos con recordar que, muerto el perro, muerta la rabia: como haya entre ellos un troglodita que no quiera ser su rey, no están perdidos. Donde no hay quien los contrarreste, el impetú de los malvados tiene fuerza de destrucción; el demonio sopla sobre ellos, y los vuelve terremotos y huracanes. En su órbita, nada los resiste: Carrera en Guatemala, Melgarejo en Bolivia, la araña en su tela, el insecto debajo de su hierbecita, el infusorio en su gota de agua, Ignacio Veintemilla en el Ecuador, hacen temblar el mundo. Ignacio Veintemilla en el Ecuador es la araña en su red: allí los tiene crucificados a moscas y mosquitos, secos unos con el hollín de la cocina; pataleando otros, rindiendo el espíritu en manos de algún feo escarabajo. Los viles, los cobardes no lo rinden en manos del Altísimo: para los esclavos no hay cielo: esclavitud es antirazón que vuelve animales a los hombres.
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Napoleón y Bolívar
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Estos dos hombres son, sin duda, los más notables de nuestros tiempos en lo que mira a la guerra y la política, unos en el genio, diferentes en los fines, cuyo paralelo no podemos hacer sino por disparidad. Napoleón salió del seno de la tempestad, se apoderó de ella, y revistiéndose de su fuerza le dio tal sacudida al mundo, que hasta ahora lo tiene estremecido. Dios hecho hombre, fue omnipotente; pero como su encargo no era la redención sino la servidumbre, Napoleón fue el dios de los abismos que corrió la tierra deslumbrando con sus siniestros resplandores. Satanás, echado al mar por el Todopoderoso, nadó cuarenta días en medio de las tinieblas en que gemia el universo, y al cabo de ellos ganó el monte Cabet, y en voz terrible se puso a desafiar a los ángeles. Esta es la figura de Napoleón: va rompiendo por las olas del mundo, y al fin sale, y en una alta cumbre desafía a las potestades del cielo y de la tierra. Emperador, rey de reyes, dueño de pueblos, ¿qué es?, ¿quién es ese ser maravilloso? Si el género humano hubiera mostrado menos cuanto puede acercarse a los entes superiores, por la inteligencia con Platón, por el conocimeinto de lo deconocido con Newton, por la inocencia con san Bruno, por la caridad con san Carlos Borromeo, podríamos decir que nacen de tiempo en tiempo hombres imperfectos por exceso, que por sus facultades atropellan el círculo donde giran sus semejantes. En Napoleón hay algo más que en los otros, algo más que en todos: un sentido, una rueda en la máquina del entendimiento, una fibra en el corazón, un espacio en el seno, ¿que de más hay en esta naturaleza rara y admirable? “Mortal, demonio o ángel”, se le mira con uno como terror supersticioso, terror dulcificado por una admiración gratísima, tomada el alma de ese afecto inexplicable que causa lo extraordinario. Comparese en medio de un trastorno cual nunca se ha visto otro; le echa mano a la revolución, la ahoga a sus pies; se tira sobre el carro de la guerra, y vuela por el mundo, desde los Apeninos hasta las columnas de Hércules, desde las pirámides de Egipto hasta los hielos de Moscovia. Los reyes dan diente con diente, pálidos, medio muertos; los tronos crujen y se desbaratan; las naciones alzan el rostro, miran espantadas al gigante y doblan la rodilla. ¿Quién es? ¿De dónde viene? Artista prodigioso, ha refundido cien coronas en una sola, y se echa a las sienes esta descomunal presea; y no muestra flaquear su cuello, y pisa firme, y alarga el paso, y poniendo el un pie en un reino, el otro en otro reino, pasa sobre el mundo, dejándolos marcados con su planta como a otros 119 Tomado de: Juan Montalvo, Los Siete Tratados, Guayaquil, Universidad de Guayaquil, Vol. I, 1982 [1882], pp. 150-156.
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tantos esclavos. ¿Qué parangón entre el esclavizador y el libertador? El fuego de la inteligencia ardia en la cabeza de uno y otro, activo, puro, vasto, atizándolo a la continua esa vestal invisible que la Providencia destina a ese hogar sagrado: el corazón era en uno y otro de temple antiguo, bueno para el pecho de Pompeyo: en el brazo de cada cual de ellos no hubiera tenido que extrañar la espada del rey de Argos, ése que relampaguea como un genio sobre las murallas de Erix: uno y otro formados de una masa especial, más sutil, jugosa, preciosa que la del globo de los mortales: ¿en qué se diferencian? En que el uno se dedicó a destruir naciones, el otro a formarlas; el uno a cautivar pueblos, el otro a libertarlos: son los dos polos de la esfera política y moral, conjuntos en el heroismo. Napoleón es cometa que infesta la bóveda celeste y pasa aterrando al universo: vese humear todavía el horizonte por donde se hundió la divinidad tenebrosa que iba envuelta en su encendida cabellera. Bolívar es astro bienhechor que destruye con su fuego a los tiranos, e infunde vida a los pueblos, muertos en la servidumbre: el yugo es tumba; los esclavos son difuntos puestos al remo del trabajo, sin más sensación que la del miedo, ni más facultad que la obediencia. Napoleón surge del hervidero espantoso que se estaba tragando a los monarcas, los grandes, las clases opresoras; acaba con los efectos y las causas, lo allana todo para sí, y se declara él mismo opresor de opresores y oprimidos. Bolívar, otro que tal, nace del seno de una revolución cuyo objeto era dar al través con los tiranos y proclamar los derechos del hombre en un vasto continente: vencen entrambos: el uno continúa el régimen antiguo, el otro vuelve realidades sus grandes y justas intenciones. Estos hombres tan semejantes en la organización y el temperamento, difieren en los fines, siendo una misma la ocupación de toda su vida, la guerra. En la muerte vienen también a parecerse: Napoleón encadenado en medio de los mares; Bolívar a orillas del mar, proscrito y solitario. ¿Qué conexiones misteriosas reinan entre este elemento sublime y los varones grandes? Parece que en sus vastas entrañas buscan el sepulcro, a él se acercan, en sus orillas mueren: la tumba de Aquíles se hallaba en la isla de Ponto. Sea de esto lo que fuere, la obra de Napoleón está destruida; la de Bolívar prospera. Si el que hace cosas grandes y buenas es superior al que hace cosas grandes y malas, Bolívar es superior a Napoleón; si el que corona empresas grandes y perpetuas es superior al que corona empresas grandes, pero efímeras, Bolívar es superior a Napoleón. Mas como no sean las virtudes y sus fines los que causan maravilla primero que el crimen y sus obras, no seré yo el incauto que venga a llamar ahora hombre más grande al americano que al europeo: una inmensa carcajada me abrumaria, la carcajada de Rebelais que se rie por boca de Gargantúa, la risa del desden y la fisga. Sea porque el nombre de Bonaparte lleva consigo cierto misterio que cautiva la imaginación; sea porque el escenario en que representa158
ba ese trágico portentoso era más vasto y esplendente, y su concurso aplaudia con más estrépito; sea, en fin, porque prevaleciese por la inteligencia y las pasiones girasen más a lo grande en ese vasto pecho, la verdad es que Napoleón se muestra a los ojos del mundo con estatura superior y más airoso continente que Bolívar. Los siglos pueden reducir a un nivel a estos dos hijos de la tierra, que en una como demencia acometieron a poner monte sobre monte para escalar el Olimpo. El uno, el más audaz, fue herido por los dioses, y rodó al abismo de los mares; el otro, el más feliz, coronó su obra, y habiéndolos vencido se alió con ellos y fundó la libertad del Nuevo Mundo. En diez siglos Bolívar crecerá lo necesario para ponerse hombro a hombro con el espectro que arrancando de la tierra hiere con la cabeza la bóveda celeste. ¿Cómo sucede que Napoleón sea conocido por cuantos son los pueblos, y su nombre resuene lo mismo en las naciones civilizadas de Europa y América, que en los desiertos del Asia, cuando la fama de Bolívar apenas está llegando sobre ala débil a las márgenes del viejo mundo? Indignación y pesadumbre causa ver como en las naciones más ilustradas y que se precian de saberlo todo, el libertador de la América del Sur no es conocido sino por los hombres que nada ignoran, donde la mayor parte de los europeos oye con extrañeza pronunciar el nombre de Bolívar. Esta injusticia, esta desgracia proviene de que con el poder de España cayó su lengua en Europa, y nadie la lee ni cultiva sino son los sabios y los literatos políglotos. La lengua de Castilla, esa en que Carlos V daba sus órdenes al mundo; la lengua de Castilla, esa que traducían Corneille y Moliére; la lengua de Castilla, esa en que Cervantes ha escrito para todos los pueblos de la tierra, es en el día asunto de pura curiosidad para los anticuarios: se la descifra, bien como una medalla romana encontrada entre los escombros de una ciudad en ruina. ¿Cuándo volverá el reinado de la reina de las lenguas? Cuando España vuelva a ser la señora del mundo; cuando de otra oscura Alcalá de Henares salga otro Miguel de Cervantes: cosas difíciles, por no decir del todo inverosímiles. Lamartine, que no sabía el español ni el portugués, no vacila en dar la preferencia al habla de Camoens, llevado más del prestigio del poeta lusitano que de la ley de la justicia. La lengua en que debemos hablar con Dios, ¿a cuál sería inferior? Pero no entienden el castellano en Europa, cuando no hay galopín que no lea el francés, ni buhonero que no profese la lengua de los pájaros. Las lenguas de los pueblos suben o bajan con sus armas: si el imperio alemán se consolida y extiende sus raíces allende los mares, la francesa quedará velada y llorará como la estatua de Niobe. No es maravilla que el renombre de un héroe sudamericano halle tanta resistencia para romper por medio del ruido europeo. Otra razón para esta oscuridad, y no menor, es que nuestros pueblos en la infancia no han dado todavía de sí los grandes ingenios, los consumados escri159
tores que con su pluma de águila cortada en largo tajo rasguean las proezas de los héroes y ensalzan sus virtudes, elevándolos con su soplo divino hasta las regiones inmortales. Napoleón no sería tan grande, si Chateaubriand no hubiera tomado sobre sí el alzarle hasta el Olimpo con sus injurias altamente poéticas y resonantes; si de Staël no hubiera hecho gemir al mundo con sus quejas, llorando la servidumbre de su Patria y su propio destierro; si Manzoni no le hubiera erigido un trono con su oda maravillosa; si Byron no le hubiera hecho andar tras Julio César como gigante ciego que va tambaleando tras un dios; si Víctor Hugo no le hubiera ungido con el aceite encantado que este mágico celestial extrae por ensalmo del haya y del roble, del mirto y del laurel al propio tiempo; si Lamartine no hubiera convertido en rugido de león y en gritos de águila su tierno arrullo de paloma, cuando hablabla de su terrible compatriota; si tantos historiadores, oradores y poetas no hubieran hecho suyo el volver Júpiter tonante a su gran tirano, ese Satanás divino que los obliga a la temerosa adoración con que le honran y engrandecen. No se descuidan, desde luego, los hispano-americanos de las cosas de su Patria, ni sus varones ínclitos han caído en el olvido por falta de memoria. Restrepo y Larrazábal, han tomado a pechos el transmitir a la posteridad las obras de Bolívar y más próceres de la emancipación; y un escritor eminente, benemérito de la lengua hispana, Baralt, imprime las hazañas de esos héroes en cláusulas rompidas a la grandiosa manera de Cornelio Tácito, donde la numerosidad y armonía del lenguaje dan fuerza a la expresión de sus nobles pensamientos y los acendrados sentimientos de su ánimo. Restrepo y Larrazábal, autores de nota en los cuales sobresale el mérito de la diligencia y el amor con que han recogido los recuerdos que deben ser para nosotros un caudal sagrado; Baralt, pintor egregio, maestro de la lengua, ha sido más conciso, y tan solo a brochazos a bulto nos ha hecho su gran cuadro. Yo quisiera uno que en lugar de decirnos: “El 1o de junio se aproximó Bolívar a Carúpano”, le tomase en lo alto del espacio, in pride of place, como hubiera dicho Childe Harold, y nos le mostrase allí contoneándose en su vuelo sublime. Pero la musa de Chateaubriand anda dando su vuelta por el mundo de los dioses, y no hay todavía indicios de que venga a glorificar nuestra pobre morada.
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Washington y Bolívar
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El renombre de Washington no finca tanto en sus proezas militares, cuanto en el éxito mismo de la obra que llevó adelante y consumó con tanta felicidad como buen juicio. El de Bolívar trae consigo el ruido de las armas, y a los resplandores que despide esa figura radiosa vemos caer, huir y desvanecerse los espectros de la tiranía: suenan los clarines, relinchan los caballos, todo es guerrero estruendo en torno al héroe hispanoamericano: Washington se presenta a la memoria y la imaginación como gran ciudadano antes que como gran guerrero, como filósofo antes que como general. Washington estuviera muy bien en el senado romano al lado del viejo Papirio Cursor, y en siendo monarca antiguo, fuera Augusto, ese varón sereno y reposado que gusta de sentarse en medio de Horacio y Virgilio, en tanto que las naciones todas giran reverentes alrededor de su trono. Entre Washington y Bolívar hay de común la identidad de fines, siendo así que el anhelo de cada uno se cifra en la libertad de un pueblo y el establecimiento de la democracia. En las dificultades sin medida que el uno tuvo que vencer, y la holgura con que el otro vió coronarse su obra, ahí está la diferencia de esos dos varones perilustres, ahí la superioridad del uno sobre el otro. Bolívar, en varias épocas de la guerra, no contó con el menor recurso, ni sabía dónde ir a buscarlo: su amor inapeable hacia la Patria; ese punto de honra subido que obraba en su pecho; esa imaginación fecunda, esa voluntad soberana, esa actividad prodigiosa que constituian su carácter, le inspiraban la sabiduría de hacer factible lo imposible, le comunicaban el poder de tornar de la nada al centro del mundo real. Caudillo inspirado por la Providencia, hiere la roca con su varilla de virtudes, y un torrente de agua cristalina brota murmurando afuera; pisa con intención, y la tierra se puebla de numerosos combatientes, esos que la patrona de los pueblos oprimidos envía sin que sepamos de dónde. Los americanos del Norte eran de suyo ricos, civilizados y pudientes aun antes de su emancipación de la madre Inglaterra: en faltando su caudillo, cien Washingtons se hubieran presentado al instante a llenar ese vacío, y no con desventaja. A Washington le rodeaban hombres tan notables como él mismo, por no decir más beneméritos: Jefferson, Madisson, varones de alto y profundo consejo; Franklin, genio del cielo y de la tierra, que al tiempo que arranca el cetro a los tiranos, arranca el rayo a las nubes. Eripui coelo fulmen sceptrumque tyrannis. Y éstos y todos los demás, cuan grandes eran y cuan numerosos se contaban, eran unos en la 120 Tomado de: Juan Montalvo, Los Siete Tratados, Guayaquil, Universidad de Guayaquil, Vol. I, 1982 [1882], pp. 157-160.
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causa, rivales en la obediencia, poniendo cada cual su contingente en el raudal inmenso que corrió sobre los ejércitos y las flotas enemigas, y destruyó el poder británico. Bolívar tuvo que domar a sus tenientes, que combatir y vencer a sus propios compatriotas, que luchar con mil elementos conjurados contra él y la independencia, al paso que batallaba con las huestes españolas y las vencía o era vencido. La obra de Bolívar es más ardua, y por el mismo caso más meritoria. Washington se presenta más respetable y majestuoso a la contemplación del mundo, Bolívar más alto y resplandeciente: Washington fundó una República que ha venido a ser después de poco una de las mayores naciones de la tierra; Bolívar fundó asimismo una gran nación, pero, menos feliz que su hermano primogénito, la vió desmoronarse, y aunque no destruida su obra, por lo menos desfigurada y opacada. Los sucesores de Washington, grandes ciudadanos, filósofos y políticos, jamás pensaron en despedazar el manto sagrado de su madre para echarse cada uno por adorno un girón de púrpura sobre sus cicatrices; los compañeros de Bolívar todos acometieron a degollar a la real Colombia y tomar para sí la mayor presa posible, locos de ambición y tiranía. En tiempo de los dioses Saturno devoraba a sus hijos; nosotros hemos visto y estamos viendo a ciertos hijos devorar a su madre. Si Páez, a cuya memoria debemos el más profundo respeto, no tuviera su parte en este crimen, ya estaba yo aparejado para hacer una terrible comparación tocante a esos asociados del parricidio que nos destruyeron nuestra grande Patria; y como había además que mentar a un gusanillo y rememorar el triste fin del héroe de Ayacucho, del héroe de la guerra y las virtudes, vuelvo a mi asunto ahogando en el pecho esta dolorosa indignación mía. Washington, menos ambicioso, pero menos magnánimo; más modesto, pero menos elevado que Bolívar. Washington, concluida su obra, acepta los casi humildes presentes de sus compatriotas; Bolívar rehusa los millones ofrecidos por la nación peruana: Washington rehusa el tercer período presidencial de los Estados Unidos, y cual un patriarca se retira a vivir tranquilo en el regazo de la vida privada, gozando sin mezcla de odio las consideraciones de sus semejantes, venerado por el pueblo, amado por sus amigos: enemigos, no los tuvo, ¡hombre raro y feliz! Bolívar acepta el mando tentador que por tercera vez, y ésta de fuente impura, viene a molestar su espíritu, y muere repelido, perseguido, escarnecido por una buena parte de sus contemporáneos. El tiempo ha borrado esta leve mancha, y no vemos sino el resplandor que circunda al mayor de los sudamericanos. Washington y Bolívar, augustos personajes, gloria del Nuevo Mundo, honor del género humano junto con los varones más insignes de todos los pueblos y de todos los tiempos.
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El Obispo
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Non flere, non indignare, Sed intelligere. Esta máxima de Spinoza, uno de los más profundos filósofos modernos, no suele tener aplicación a las cosas de la vida, cuando tanta verdad encierra. Antes de comprender, nuestras lágrimas son inútiles, pues no tienen causa ni objeto; y aun pueden ser impertinentes, porque las estamos vertiendo quizá en ocasiones en que debemos regocijarnos de esta divina facultad con que el Criador nos ha dotado con nombre de inteligencia. Ahora indignarnos de cosas inocentes, cosas que por ventura merecen la corona de la virtud, ¿qué es sino romper las conexiones sin las cuales no caben ni sociedad humana ni fraternidad, ni gobierno, ni familia? No lloréis, no os indignéis; tratad de comprender; y si habiendo comprendido veis que el corazón debe afligirse, llorad; y si consideráis que el alma pura y sana debe indignarse, indignaos. Si no habéis comprendido, ¿Por qué lloráis? ¿Por qué os indignáis? Lloráis, os indignáis; condenáis; y he aquí que vosotros sois los condenados, por que habéis faltado a la inteligencia, la mansedumbre y la caridad, requisitos sin los cuales no hay hombre justo, y menos sacerdote ejemplar y respetable. Entre un hombre del vulgo y un hombre distinguido; entre un hombre oscuro y hombre ilustre; entre un gran pensador, gran autor, gran moralista, y un ignorante, por torpes y desmañados que seamos, no hay duda sino que nos hemos de atener al juicio del que está gozando de la consideración universal. El Arzobispo de Quito ha condenado mi obra titulada Siete Tratados, y ha prohibido su lectura, por herética, dice, inmoral y blasfema. Ha estado esperando ese desventurado que mi libro merezca la aprobación de esos que no lloran ni se afligen, sino comprenden; ha estado esperando que entidades morales de gran peso, como gobiernos y academias, honren de mil maneras a su autor, para salir él, ente infeliz sin inteligencia ni virtud, a llamarle mentiroso, impío y blasfemo. Pues yo me atengo a los que han visto en ese libro pura moral y profunda filosofía, antes que al que no ha hallado en él sino impiedades y perversidades. Este llora y se indigna, sin haber comprendido; los otros comprenden, y alargan la mano del hombre de bien, la mano del filósofo, al que los ha convencido con sus discursos, y los ha conmovido con los afectos de su corazón. 121
3-13.
Tomado de: Juan Montalvo, Mercurial Eclesiástica, Ambato, Casa de Montalvo, 2006 [1884], pp.
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Los calificativos que no caben en los labios de la modestia, no los repetiré, aun cuando estén sonando a mis oídos cual música lisonjera; pero sí he de recordar al escritor sagaz y de buena fe que ha visto en el autor de Los Siete Tratados el hombre bueno. La bondad es don modesto, casi humilde; y con todo, yo lo prefiero a las prendas que envanecen y los méritos que ensoberbecen. El escritor español que ha hallado en mi libro bondad, mucha bondad, es para mí, naturalmente, más que el clérigo semi-bárbaro que, juzgando según los intereses de una secta y de un grupo de personas, ha visto maldad en mí, mucha maldad. El sabio me consuela, el virtuoso me salva: el ignorante procura afligirme, el vicioso me condena. Cuando ese gran personaje dotado de todos los conocimientos humanos y todas las virtudes, que echa sus sentencias desde el trono de la historia y la filosofía, no ha querido perder tiempo, según el mismo dice, de manifestar su admiración por Los Siete Tratados, ¿me he de acongojar porque un mal hombre y peor sacerdote los prohíba y me cubra de improperios? César Cantú, grande y verdadero cristiano, me salva; Ignacio Ordóñez, impío por ignorancia, temerario por corrupción, me condena. ¿Cuál de estas dos sentencias vale? No digo que todos los que han expresado su sentir respecto de mi libro, ya en escritos públicos, ya en cartas particulares, lo aprueben en general, y consideren que de principio a fin merece una corona; pero el crítico que examina una obra en su conjunto y rastrea sus tendencias, hace sus salvedades, y tomando la sustancia de las cosas, la señala a los pueblos como buena o mala, útil o perjudicial. Cantú mismo dice que no piensa como yo en muchos puntos; ¿mas ha tenido necesidad de insultarme por lo que él no aprueba?, ¿me ha acusado de mentira, porque no digo las cosas a su modo?, ¿ha visto desnudez miserable en mi alma cuando la ha vestido de “rectitud moral y elevación constante”? Donde hay mentira y mala intención, no puede haber rectitud moral y elevación: un varón justo y sabio ha visto en mí rectitud moral y elevación constante; luego ha faltado a la verdad y la moralidad el que dice no haber visto sino perversidades y mentiras. El uno averigua como filósofo, juzga como cristiano, resuelve como juez; el otro lee sin comprender, o no lee del todo; juzga como necio, y ejecuta como verdugo. El uno es hombre sin tacha; el otro no se ha escapado de los tribunales, sino merced a su castidad, según veo en mil periódicos. Ni los diarios clericales de París dejaron de levantarse y caer sobre el Obispo corrompido cuya infernal concupiscencia... Tente, pluma, y alza el vuelo a regiones más ventiladas y luminosas, donde la honestidad y la misericordia te agasajen con sus flores benditas.
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Máxima de Solón La máxima de Solón aplicada a la asociación civil es siempre verdadera: Hombre sin buenas costumbres no puede gobernar. En lo eclesiástico, en la santa Iglesia, como ellos dicen, ¿qué será? Hombre sin buenas costumbres no puede gobernar; clérigo de malas costumbres no puede predicar; Obispo de negros antecedentes no puede condenar a los que, sino virtuosos, aman y respetan las virtudes. Yo las amo y las respeto en los que las practican, en el secular como en el eclesiástico, en el fraile como en el soldado. No soy enemigo de individuos ni de clases sociales: donde está la corrupción, allí está mi enemigo; donde están reinando las tinieblas, allá me tiro sin miedo. Las excepciones que hago de continuo a favor de los sacerdotes que han merecido bien del género humano por la sabiduría y las virtudes, les harán ver a los clérigos de probidad que no soy enemigo ciego del clero, como dice el cabrón de Méndez que se está llamando Arzobispo de Quito. No olvidarán los que no han olvidado El Cosmopolita que tengo al clero por parte esencial de una sociedad bien organizada, lo que pido es clero ilustrado, recto, virtuoso, útil; no ignorante, torcido, lleno de vicios, perjudicial, este clero es una peste, por el poder que tiene sobre pueblos que andan muy atrás de las naciones civilizadas; en los que no les creen a ojo cerrado, no es sino un trapo. ¿Mas que elemento mayor de civilización que el sacerdote inteligente, sabio, cuerdo y puro? Este busca la verdad alumbrándose con la antorcha de la sabiduría, y la halla; y cuando la ha hallado, la presenta desnuda al mundo, y dice: ¡Esta es! Cultiva la historia y la moral, comunica sus conocimientos a los demás, les desencapota el alma, y no teme que le griten “¡mentira!” los que no están al corriente de los sucesos humanos. Cuerdo dije, sí, cuerdo, ser cuerdo es más que ser sabio, cordura es prudencia, cordura es mansedumbre, cordura es benignidad. El hombre cuerdo se salva cada día y está salvando a sus semejantes. El precipitado, violento, furioso, se pierde, y sacrifica a los que tienen la desgracia de seguirle. Cosa muy diferente es la energía, la entereza de la convicción y el deber; San Ambrosio cerrándole el paso al emperador de Roma en la catedral de Milán, no es violento ni temerario; es soldado impertérrito que mantiene su puesto y defiende su bandera. Teodosio, en medio de su poder, está temblando, ¿qué palabras salieron de los labios del obispo? ¿Qué centellas brotaron de sus ojos? Si Ambrosio le hubiera llamado “mentiroso”, “inmoral”, “blasfemo”, Teodosio le hubiera hecho cortar el pescuezo, habló en nombre del Espíritu y el espíritu no articula sino palabras vestidas de verdad y grandeza, lengua sublime que resuena por el mundo y sube al cielo a incorporarse en la música de los serafines.
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Principio de Buffon El estilo es el hombre, antes de Buffon éste era ya un axioma; pero un axioma sin voz, que se mantenía oculto en las entrañas de la sabiduría. Ese filósofo le dio cuerpo en su gran lenguaje, y desde entonces no hay ignorante que no sepa que el estilo es el hombre. Ah, miserable, tú que enrocado en tu alta silla te pones a gritar como demente: ¡Mentira! ¡Blasfemia! Y hartas de agravios al que está saboreando las alabanzas de personas de gran mérito, ¿no temes que un Teodosio justiciero te eche a latigazos de la puerta de la catedral? Jesús echó también de este modo a los traficantes inicuos, ¡ay de los traficantes de iniquidad y perdición! Tráfico de iniquidad y perdición es el comercio de las cosas inmortales, el cambio de lo divino con lo infernal. Acaba ese Obispo sanguinario de provocar el derramamiento de sangre en la capital de una República, hablando a nombre de Dios ha engañado al pueblo, como el engaño no bastase, le han enfurecido los esbirros con licores fuertes, borracho el pueblo en nombre de Dios, se ha tirado sobre un grupo de hermanos suyos, palo, puñal, armas de fuego, sangre, he ahí la palabra del santo obispo. Cada pastoral de ese malvado es una desgracia pública, pero no tanto, si no la acompañan con el aguardiente. El pueblo, el pobre pueblo, bueno y generoso, no derrama sangre a menos que le priven del juicio. El pueblo lee poco, y no sabe gran cosa; pero la fuerza del tiempo, la fuerza del siglo obra sobre él sin que él lo advierta, y ya no se tira ciego a matar herejes, cuando no le enfurecen y mancillan con el infame veneno que perturba la razón y desmejora el cuerpo. Asesinato del cirujano de
los académicos
Esa pastoral y un barril de aguardiente me hubieran costado la vida, si Dios no me estuviera salvando con la ausencia. Para confirmar un aserto de otra especie, he vuelto a leer los viajes de don Francisco José de Caldas, cuando llego al pasaje en que el pueblo de Cuenca se arroja sobre el Secretario de la Comisión Científica que a mediados del siglo pasado fue a medir el meridiano, tiemblo, no de miedo sino de cólera. La cólera no permanece, mi alma cae en admiración profunda, y de aquí pasa a la amargura. ¿Cómo, ayer en los umbrales de nuestro siglo, hay pueblo en el mundo civilizado, cuya plebe, a las voces de los clérigos, se tira sobre un sabio y le hace pedazos, por brujo? Ordóñez, Ignacio Ordónez, no puedes negar tu cuna, sangre chorrean tus labios, sangre despiden tus ojos,
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sangre requiere tu temperamento. Quiteños, ay quiteños, si una pastoral de vuestro ilustrísimo prelado le cuesta la vida algún día a este vuestro compatriota que está haciendo lo posible por daros nombre honroso, cincuenta años después un escritor de mi raza ha de decir: “El padre Ordóñez hizo asesinar al Cosmopolita, al autor de Los Siete Tratados, por hereje; y se ha de admirar de que esto hubiese ocurrido a fines del siglo décimonono, en un país sito entre Colombia y el Perú, Repúblicas ilustradas y liberales. La usencia me salvará; pero ah, esta Patria que tanto puede en el corazón. Desterrado desde muchacho por escritor, por campeón de la libertad y azote de tiranos, ¿he de volver algún día a morir a manos de los clérigos, por brujo? No os lamentéis de mi suerte, ecuatorianos; admiraos de la vuestra, de las garras de un fascineroso como Ignacio Veintemilla, habéis ido a caer en las de un inquisidor de Felipe II como Ignacio Ordóñez. Mucho hacen los clérigos, mucho persiguen, mucho provocan en los países desgraciados donde su poder no tiene límites; y mucho olvidan en daño propio. El pueblo, ese pueblo a quienes ellos levantan cuando quieren, y mandan a sembrar ruinas; ese pueblo engañado y ciego, abre los ojos de repente, se echa sobre los que le obligan a malas obras, y clérigos que cogen, allí le matan. Después de haberles sufrido y obedecido largo tiempo, el pueblo español se levantó un día y degolló ochocientos frailes, las mujeres, las más devotas, se los comían a pedazos. El pueblo español se cansó de ser vil esclavo de Satanás, y con sus mismas cadenas descalabró a sus engañadores, sus opresores de alma y cuerpo. La Revolución Francesa fue obra de los clérigos, si nadie ha sentado esta proposición hasta ahora, yo la siento.
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Al doctor Pedro Fermín Cevallos
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10 de agosto de 1867 Doctor Cevallos: Puesto que usted no admite discusión, excusado es discutir; ni había para qué, usted es más entendido que yo en materia de derecho, y harto claro se le presentan las cosas. Aquí no hay que alegar sino la conciencia, el honor, la dignidad, la hombría de bien, la buena fe, y acaso la consecuencia. Usted no piensa que García Moreno sea Senador en justicia; no lo piensa porque no es tonto ni malo, y con todo García Moreno irá al Senado por su voto. ¿Qué es esto sino ponerle el látigo en la mano? Contribuir de algún modo a la elevación de este tiranuelo, es presentarse enemigo de la justicia, del honor, de la hombría de bien y todo. ¿Usted, Dr. Cevallos, votó de García Moreno? ¿No tiene vergüenza, no se muere de pena? ¿Usted que estaba resuelto a proponer la exclusión de García Moreno? ¿Usted a quien elegimos Senador teniéndole por liberal, por ilustrado, por digno ciudadano y buen amigo? ¿Usted votó de García Moreno? ¿De García Moreno traidor a América, de García Moreno representante del fanatismo, de García Moreno violador de las leyes, de García Moreno restaurador del martirio? ¿Usted, Dr. Cevallos, votó de García Moreno? Hágale Senador, conviértase en su sayón, dele la mano, ayúdele a elevarse de nuevo; pero reciba los azotes que merece. Ahora bien, agradézcalos; ¿no ve cómo se levantan los indios? Me han dicho que no es tanto el miedo cuanto el vil interés el que le ha hecho variar a usted buenamente, esto es una necedad; todo podría usted esperar de su partido, todo; por el camino del honor y la vergüenza habría usted llegado a mucho, y llegaría. Pero venderse, entregarse a uno como bárbaro123 por un empleo o por una suma de dinero, es abominable conducta, que tarde o temprano le acarreará a usted un castigo terrible. ¿Conque ayer no más no era usted el que proponía excluir del Senado a García Moreno? ¿No ha sido siempre para usted un monstruo, una bestia feroz, un ente soez e inhumano? ¡Ah, mi pobre, mi desgraciado amigo, no pensaba usted que estaba tan cerca de abrirse 122 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 289-292. Esta es la carta del rompimiento de Montalvo con el historiador Pedro Fermín Cevallos, al haber consignado éste, su voto a favor de García Moreno, para que fuera calificado como Senador. Cevallos, en su calidad de abogado, dio su voto por estrictas razones jurídicas, pero Montalvo lo impugnó y logró que se descalificara a García Moreno. 123 Variante: “a un amo bárbaro”.
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cerquillo y ser uno de los enemigos más despreciables de su Patria! Haga usted lo que quiera, pero esa horrible mancha se la rasparemos con una teja, esa acción inicua la pagará muy cara; y por una vil esperanza o por un infamante miedo, quedará infamado para siempre, y como él, excluido de todo cuando llegue el día de los buenos. ¿Piensa que no tenemos derecho a nuestra propia defensa? Cuando le elegimos, no pensamos que usted sería uno de los templadores de García Moreno: traicione usted a sus amigos, a su Patria, a América; sostenga la causa de García Moreno, y por el mismo caso le absuelve de todos sus delitos, aplaude todas sus inquietudes, le proclama, y por su voto, García Moreno prepondera y la nación es perdida. El Dr. Mata está en el mismo caso que usted, amigo mío; no se desconsuele, tiene un digno compañero. El ha hecho lo mismo: hasta ayer era uno de los excluidores más fervorosos; hoy es uno de los opresores, de los verdugos: le han comprado como a usted, amigo mío: ustedes tienen talento, son elocuentes, hagan triunfar a García Moreno. Al pobre Dr. Mata no le ha faltado sino la materialidad de sufrir el azote; pero ha salido por las calles en cabeza, como reo infame que camina al patíbulo; ha sido mofado, vilipendiado, encarnecido por García Moreno; pero le ha faltado el látigo, y todavía no tienen mucho de qué agradecerle: pero corone la obra, conviértase en campeón de García Moreno. ¿Pero se imaginan ustedes que nos hemos de dejar traicionar, vender sin defensa? No, mil veces no; puede ser que los verdugos caigan antes que las víctimas. Si de miedo están ustedes por García Moreno, de miedo deben estar por la Patria y la razón. ¿Han visto ustedes cómo le he puesto a García Moreno en los infiernos?124. A ustedes no les pondré allí, sino en la plaza, templados con el pantalón bajo y dando aullidos, y se levantarán humildes a besar el látigo del amo, con ese significativo y profundamente lastimoso Dios se lo pague. Tengo colores terribles en mi paleta. Y no piensen que yo solamente seré el vengador, tienen ustedes algo más que temer, algo más serio; y si llevan ustedes adelante esa bárbara resolución, tarde o temprano esta carta será publicada125, sin embargo ninguno de mi parte en nombrar a cada uno por su nombre: verán ustedes qué espectáculo 124 Agramonte plantea la duda de que esta carta, hubiese sido enviada. En todo caso Montalvo cumplió aquello de que usará en su contra los terribles colores de su paleta en “Páginas Desconocidas”, “Las Catilinarias” y “Capítulos”, en los que el historiador aparece convertido en un rucio viejo y bonancible por el maleficio de la maga Felicia Propicia. (Ver: Prólogo de Capítulos en el #22 de Letras de Tungurahua y en “Capítulos como obra de combate en textos conocidos e inéditos”, en Coloquio internacional sobre Juan Montalvo, Ambato 1988). 125 Existe una nutrida correspondencia inédita de Cevallos a Juan León Mera, su compadre, y en la que se observa la amistad que existió entre Montalvo, Mera y Cevallos, quién enviaba libros desde Quito a los dos Juanes. También hay otras posteriores a este suceso, en las que Cevallos, mantienen cierta ecuanimidad.
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aterrante es ése. Ni piensen que esta elocuencia es obra de la política; efecto es de una sincera y profunda indignación. No he querido ir a hablar con usted porque me habría sido imposible contenerme en ciertos límites. Hágame el favor de leer esta carta al Dr. Mata y consúltese con él. Si vuelve usted a la razón y al honor, contésteme, y seremos amigos, y tendrá usted en mí un amigo, un buen amigo; si no, desentiéndase. Aún es tiempo, vea lo que se hace. Juan Montalvo
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A don Pedro Carbo
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Señor don Pedro Carbo San Juan de Dios, a 26 de octubre de 1868 Mi estimado amigo: Después de escrita mi carta del viernes, llegó a mis manos el libelo infamatorio publicado contra usted en Quito. Jamás leo esas cosas; pero al tratarse de un amigo, no puede menos que pasar la vista por ese papel, no sin indignación por cierto. Si usted tiene en algo mi modo de pensar, le aconsejo, y aun le pido como amigo, que la réplica sea en tono y manera de hombre: hay una enérgica moderación, un giro de pensamientos, un estilo singular que matan al enemigo, cautivando al público: use usted de ellos, señor don Pedro. Quede el libelo para los libelistas. La ira de Dios es siempre ira; mas por lo justa y elevada, tiene en sí misma lo divino: puede ser el hombre capaz de una santa indignación y expresarla con grandeza: la cólera del perverso o del infame le acerca mucho al espíritu malo: no seamos superiores a nadie por el encono y la maledicencia; sobrepujemos sí a cuantos podamos por la magnanimidad y el grandioso menosprecio de lo ruin: la iniquidad requiere castigo; la vileza nada más que un altivo desentendimiento. Conviene reprimir a la gente desmandada, no hay duda; pero que sea con mano de señor: mientras menos tengamos de semejante a nuestros enemigos, más en camino estamos de triunfar de ellos, porque el público es un juez ciego que al fin abre los ojos, y por cuándo, ya ha sufragado a favor de los buenos: la justicia es muchas veces muda; pero en secreto está murmurando allá en el centro de todos los corazones. Pudieron sus enemigos de usted haberle calumniado, injuriado, insultado; pero ese escarnio, esa rechifla de mala ley, esa elocuencia de bufón, no era para un hombre de cabeza cana, envejecido en el destierro por obra de la tiranía, notable cuando menos por el sufragio con que en todo tiempo le han honrado sus conciudadanos. A un presidente del senado me parece que se le podía haber ofendido por otro término 126 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 319-322. “Esta carta ha sido publicada en Guayaquil; pero tiene tan menguada publicación en el periódico en el que se le ha insertado, por su corto número de ejemplares, que nos ha parecido conveniente reproducirla aquí, no por vanidad literaria, sino por nuestro empeño en orden a la prolongación y la popularización de los sanos principios. Si nuestra voz tuviese algún poder, por la voluntad no faltaría. Pulamos el corazón, aclaremos la inteligencia, contraigamos buenas costumbres, y huyamos de lo que pueda corrompernos”. Nota puesta por el mismo Montalvo al reproducirla en El Cosmopolita.
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que a un galopín, o volvemos al caos, confundiendo las ideas, sin distinción de personas, en un torpe e infernal trastrueque donde todo ande revuelto y depravado. A un tirano se le puede estrechar como a tirano, y sería necio y ridículo en extremo el burlarse de él como de un bausán: la posición imprime carácter en el hombre y para cada uno hay un modo de aplauso y otro de injuria. Hacer mención de la dignidad senatorial de un ciudadano, tratarle de presidente de una augusta corporación, para en seguida brincar sobre él, silbar e inquietarse en esas menudencias en que hierve un títere en su retablo, es singular manera de embestir al adversario. La majestad, señor, la majestad: moderación, acierto, nobleza, cortesía, todo lo encierra en sí la majestad: el enemigo majestuoso merece toda mi estima; de ese linaje de contrarios quisiera yo tener muchos, porque no poco tendría que aprender en su escuela. Si damos en gitanos, ni esperanza nos queda para el porvenir: lejos de ir adelante, ¿caminamos hacia atrás?, lejos de subir, ¿descendemos?, lejos de limpiarnos esta roña del alma, ¿nos gozamos en nuestra pestilencia? La sátira ha de ser de Juvenal, esto es, nacida de la virtud, para ser perdonable: ironía sin sal ática, es una pócima que a nadie quita la vida, pero que produce bascas en cuantos la olfatean: el que se aparta de Horacio y de Cervantes, no sube al Parnaso que ese camino. Al escritor que deprime a un ciudadano sin que de ello resulte un ejemplar provecho a la asociación civil, no se le puede juzgar sino por malo. Justo, y aun necesario asociación civil, no se le puede juzgar sino por malo. Justo, y aun necesario es en muchas ocasiones defenderse y defender a los nuestros, ¿pero no sería conveniente empeñarse en el caso de manera que ganemos en él, granjeándonos voluntades, produciendo en el público, si no admiración, cuando menos benevolencia? Esto no se consigue sino con la mesura, el comedimiento, la hidalguía, que forman ese porte digno y elevado de los ciudadanos prominentes. Un cargo, una injuria, una calumnia se pueden parar con la égida de Minerva: las flechas se hacen pedazos en esa arma defensiva; la diosa queda sana e impertubable. ¿A palos no pelea la canalla? ¿De zancadilla no usa el cobarde? Si reñimos que sea con espada, esa hoja ancha y resplandeciente que tiene por marca águilas y leones: al que nos acomete con piedras, no le vemos los que estamos defendidos por el honor y la dignidad, estos ángeles de la guarda que nos circundan con su protectora dignidad. ¿Qué importa que tal cuál interesado en el decaimiento de un hombre suelte la carcajada a una abrupción insulsa de un rabadán? Las Musas no conocen la risa; Palas es grave y serena. El pecado de que más me arrepiento en mi vida, es de haber hecho una burla pesada; desgracia en que no volveré a caer a fe de Cosmopolita. Si Catón tenía de qué arrepentirse, ¿qué no sucederá con un pobre mortal? Si un hombre no es sabio, debe a los menos propender a la sabiduría; y es decidida propensión a ella 174
el ir corrigiéndose diariamente de sus defectos. Si queremos reír, escribamos a lo Cervantes; si reprender, a lo Juvenal; si punzar por bien de salud, a lo Horacio; Rabelais es la vergüenza de la más culta de las naciones a causa de Rabelais, los franceses jamás tendrán Virgilios ni Petrarcas. Usted no ha menester lecciones mías; pero como por desgracia el efecto más abundante en el corazón humano es la cólera, siempre es buena aquella amistosa advertencia que nos sirve de moderados. Los cargos que se le han hecho, usted los sabrá desvanecer: en cuanto a esa desenfrenada ambición que se le achaca, es un extremo de ojeriza, que no tiene fundamentos de razón, desmentida, como está, por su conducta pasada, y que usted desmentirá de nuevo, a su tiempo, si fuere necesario. No hay buen ciudadano si no es el que todo lo sacrifica a la Patria. Haga usted, señor don Pedro, que esas canas, con que se ha tratado de ultrajarte, brillen a los ojos de los buenos con simpáticos reflejos: si usted no tuviera en su favor sino sus desgracias repetidas, sus largos destierros, sus empleos conferidos por el voto popular, y esas mismas canas que han servido de juguete en las impías manos de los que se burlan de los años bien vividos, tendrían lo suficiente para merecer el aprecio de sus compatriotas. Perdone lo pasado, desprecie las amenazas, y haga ver que solo el porte digno y el sufrimiento vuelven a los hombres verdaderamente superiores. Juan Montalvo
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Carta colectiva de la Sociedad Liberal al Cosmopolita 127
(Quito) 2 de enero de 1869 Joven sois, Montalvo; pero la pluma por la que se desliza el alma manifiesta un talento que ya parece ensayado largos años en la historia, en la política, en las humanidades. Los grandes ingenios son grandes desde que nacen. El Cosmopolita, vuestro libro, confirma esta verdad. La valentía e intrepidez con que lleváis adelante con la pluma de defensa de la libertad por encima del puñal ensangrentado de los tiranos, nos trae a la memoria el valor y los sacrificios del Bruto y de Catón: como literarios, esos escritos parecen frutos acumulados en una gran serie de años, obra de la reflexión y del profundo estudio. No analizamos El Cosmopolita, ya porque nos dirigimos a vos, ya porque jueces competentes e imparciales han demostrado, desde lejanas tierras, el mérito y la importancia de vuestras obras. Al dirigiros la palabra, queremos solo expresar nuestras sensaciones, y aquel fuego eléctrico que contamina y agita nuestro corazón. Leyendo vuestras cláusulas sonoras, escuchando la altiva palabra del republicano, nos parece ver resuelto el gran problema de la Patria: leyes o despotismo, libertad o esclavitud, y unimos nuestro fervor al de vuestra alma. La esclavitud por la ley es un absurdo en América. México acaba de deslumbrar al mundo con una victoria que reasume en sí el honor de toda la humanidad. Las repúblicas de Chile y del Perú reivindicaron sus títulos; la una tomando en guerra abierta las naves enemigas, viendo, con el arma al brazo, bombardear indefensa la Patria las naves enemigas, viendo con el arma al brazo, bombardear indefensa la Patria de los héroes; y la otra, abandonando al valor desesperado el último triunfo de nuestra independencia. Y nosotros, ¿hemos de aceptar la esclavitud? Dejemos de ser hombres, si hemos de dejar de ser libres: no corrompamos la obra de Dios: el hombre es su obra, hombre libre, hombre digno. El Presidente que hoy acepta la reelección, ¿no se propuso reconocer el imperio mexicano?128. Si entonces trató de reconocer la esclavitud de México; si entonces puso a disposición de la escuadra de Mazarredo los elementos de daño contra el Perú, ¿hemos de entregar la Patria después de la victoria, a su antigua coyunda? Vileza sería en la juventud declarar en cárcel pública al Ecuador, te127 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 330-334. 128 El Gobierno de García Moreno propuso reconocer al Emperador Maximiliano.
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niendo a sus dos extremidades Colombia y el Perú, naciones libres, naciones dignas, que con su ejemplo nos impelen a la libertad y dignidad tan olvidadas para este desdichado pueblo. Seguid, Montalvo, ejerciendo el poder público que a justo título os ha conferido el voto general, y hablad desde la imprenta, esa tribuna sagrada donde campean el talento, la elocuencia, y aun las virtudes del ciudadano y del individuo. “Honrar la virtud y perseguir el crimen, castigar la tiranía, cantar la gloria y la libertad, todo esto se hace en vuestro libro”. Como escritor, habéis entrado a la lid en campo cerrado, y habéis quemado las naves, para imposibilitar la fuga. Nosotros acudimos a vuestra bandera, y contamos con la razón pública, con la espada de la ley y con las simpatías de los Estados vecinos. El fragor del combate está en proporción de las armas y de la causa. Los ciudadanos con sus leyes, los absolutistas con su Dictadura: los ciudadanos con sus instituciones en el campo de la paz; los banderizos de la arbitrariedad invadiendo el campo de la paz contra el orden y las leyes. Los que sostenemos la libertad como hombres del siglo, como herederos instituidos por la victoria de Pichincha, sostenemos la lid según el derecho de gentes exponiendo nuestras doctrinas y ocupando el terreno del periodismo. Unidos todos en los reales del pueblo, los enemigos son contados. Habéis hecho bien, ilustre colega, en no distraer la atención escuchando aquellos aullidos a la luna, o leyendo ciertas producciones de espíritus enfermos, emanados de engangrenados pechos, verdaderos vapores mefíticos que tratan de infectar la atmósfera de la civilización129. La imprenta tiene su policía para tiempos de epidemia. Hay libelos puestos en cuarentena, para evitar el contagio en la moral pública: hay libelos, que desprendidos de la peste pútrida del paciente, se arroja a los suburbios como sedimentos repulsivos; y hay libelos en que se retratan los mismos liberalistas, y entonces se los deja en su lugar, expuestos a la vergüenza pública. ¡Hermanos a lo Caín, adelante! vuestras armas las tenéis en vuestras propias quijadas. El ultraje no será al Señor Montalvo; será al campeón de la libertad, al propagador de la civilización, al maestro de la juventud, al amigo del pueblo, y será la señal de un general conflicto, porque estamos resueltos a todo, antes que sufrir los insultos de los esclavos. Montalvo ha salido; ¿quién le da el rostro?, ¿quién le acomete? Tener que nombrar aquí a Javier Salazar, es verdaderamente una desgracia: éste es el que ha escandalizado a los sencillos, ha hecho reír a los expertos 129 Montalvo y su Cosmopolita estaban siendo objeto de grandes ataques de parte de sus enemigos políticos. Así se explica el respaldo que le dan sus amigos. Con algunos de ellos como Manuel Semblantes y Rafael Portilla, mantendrá una gran comunicación epistolar.
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con la quijotada que da lugar a esta manifestación. Figuró en Guayaquil en el sacrificio del joven Darquea; figuró en Tulcán, rodilla en tierra, bandera en el suelo; figuró en Cuáspud pasando por capellán y suplicando, puestas las manos, que respeten su corona ¡y era coronel del ejército! Este es el valiente que cuando está en cama o ausente el enemigo, le toma por la pretina y le estampa contra el suelo. Salazar, Javier Salazar ¿podría hablar en estos términos de nadie y menos de aquel a quien debía un cristiano, caritativo y gran servicio? Sabemos que algunos de sus amigos mismos han mirado con indignación esa baladronada; y esto nos consuela, pues vemos que la sanción moral no está de todo perdida en nuestros partidos políticos. Para la pandilla contra los escritores públicos tenemos la protección de la ley y de la fuerza pública. Señor Presidente, ¿pensamos bien? A todos pueden matarnos; pero ese día será un terrible día, y acaso el último de la opresión y la esclavitud. Pueblo que sabe defenderse, es pueblo digno de alabanza. El Cosmopolita, el colega de Junius, el abogado de la libertad anda en el carro de la opinión pública y lleva en la mano la tabla dorada de sus pensamientos escritos. Aceptad, Señor Montalvo, los cumplimientos de vuestros leales amigos. El Presidente, Alejandro Cárdenas, Florentino Urive, José Vaquero Dávila, Alejandro Rivadeneira, Rafael Rodríguez Maldonado, Rodolfo Vivanco, Rafael Gonzalo, Joaquín Gómez de la Torre, Manuel Cornejo C., Manuel Semblantes, M. T. Mora, Rafael Portilla, Julio N. de la Torre, Juan Bustamante, Juan I. Pareja, Fidel Sosa, Manuel M. Maldonado, Antonio E. Arcos, José María Cárdenas, V. J. de la Guerra, Rafael Quijano, Miguel A. Egas, Juan E. Borja, J. D. Paz, Teodomiro Rivadeneira, Aparicio Dávila, Francisco Bermeo León, Benedicto Salgado, Severo Fuentes, Julio Paredes, José M. Flores, Juan V. de la Gala, Luis Dávalos. Es copia- El Secretario, Santiago Galindo
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A don Teodoro Gómez de la Torre
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Ipiales, 20 de septiembre de 1871 Señor don Teodoro Gómez de la Torre Quito Muy señor mío: Espinel anda aquí leyendo a todo el mundo una carta de usted en la cual le dice que se me ha enviado por los enemigos del Ecuador residentes en el Perú una suma de dinero con fines revolucionarios131. Usted no podía adelantar un aserto cuya temeridad sería igual a su falsedad, ni surtir a este mal hombre de ocasiones para que propague especies que de cualquier modo pueden perjudicarme, valiéndose de la autoridad de usted, pues al no ver los efectos, mis enemigos, y sobre todo mis amigos ¿qué noticias han de difundir? En consecuencia, y por su interés personal, debe usted decirme lo que hay de cierto en el caso, o veo yo otro modo de poner en su punto las cosas. Si el envío del dinero fuese verdad, habría una traición en Espinel; siendo como es falso, hay una calumnia en la cual se quiere hacer tomar parte a usted, pero usted sabe si sé defenderme. De usted atento y seguro servidor. Juan Montalvo 130 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 445-447. Esta carta y otra dirigida al mismo corresponsal circularon en solo 4 ejemplares de los folletos “El Antropófago”, “Los incurables” y otros. El biógrafo don Oscar Efrén Reyes atribuye la destrucción del resto de la edición al mismo Montalvo, por lo ruin de su contenido. Pero la razón fue la cantidad de errores cometidos por la imprenta, y porque habiendo pedido Montalvo la entrega de 450 ejemplares, le notificaron desde Bogotá que a lo sumo podían enviarle a razón de 4 folletos por semana, lo que indignó al escritor. “El Antropófago” fue una respuesta al libelo anónimo; que bajo el título de “Juan Montalvo” fue impreso en Guayaquil el 22 de mayo de 1872, por Encuadernación Calvo y Cía. El 27 de febrero de 1985 fue reimpreso en Quito por el señor Germánico Pinto Pachano y publicado en el #15 de la Colección Amigos de la Genealogía. Finalmente este vil anónimo trató de ser una réplica al folleto montalvino “Fortuna y felicidad”, que combatía a García Moreno. Montalvo atribuyó el haberlo hecho escribir a Marcos Espinel; el haberlo escrito a Juan León Mera y el mandarlo a publicar a Mariano Mestanza. 131 Que Montalvo hubiera hecho en el Perú gestiones revolucionarias es lo más probable; pero lo que le indigna es la versión mal intencionada de haber recibido dinero.
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RESPUESTA DE DON TEODORO GÓMEZ DE LA TORRE Quito, 3 de octubre de 1871 Señor don Juan Montalvo Estimado señor y amigo: Por el correo de hoy he tenido la satisfacción de recibir la de usted del 20 del pasado, e impuesto de su contenido, le diré: que en el mes de junio último que estuve en el palacio, por asuntos de la Beneficencia, me enseñó el presidente una carta original del Dr. Mestanza al General Urvina, interceptada por cambio de dirección. En ella le hablaba sobre un plan de invasión a las costas de Manabí, afirmando que se habían reunido fondos para esto en Guayaquil por medio de los señores Murillo y Mármol; que en Panamá se hallaban reunidos elementos de guerra; que los señores Alfaros debían conducirlos a Manta; y que se había remitido dinero a la frontera del Carchi a consignación de usted. Esta misma relación hice al Dr. Espinel en una carta que le escribí con motivo de su enfermedad, y de haberle ofrecido el Gobierno salvoconducto para que regrese al país. Comuniqué pues lo que había leído, sin hacer comentario de ninguna especie, porque no puedo comprender cómo en una carta de ese naturaleza se hubiese podido equivocar la dirección132. Es en esta nueva ocasión que tengo el honor de suscribirme de usted Su atento amigo y S.S. Teodoro Gómez de la Torre
132 Esta noticia causó la ruptura de Montalvo con Mestanza, pues juzgó la dirección equivocada y la carta, no como accidental sino malintencionada. Roberto Andrade piensa que solo fue un lamentable error.
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Al General Eloy Alfaro
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Ipiales, 26 de diciembre de 1874 Mi estimado amigo: Siempre he pensado que mientras la juventud esté alerta la libertad del Ecuador no será imposible. Don Manuel Rosas tenía por cierto que su dictadura perpetua se hallaba fuera de todo riesgo; y no sin fundamento, pues veinte años de ejercicio eran suficiente razón para hacerle pensar que moriría en ella. Mas la providencia quiso que entre los que él llamaba sus esclavos hubiese un hombre en cuyo pecho el amor de la Patria y de la dignidad humana permaneciese ardiendo en medio de la servidumbre; y cuando llegó el día que Dios señala desde la eternidad a todos los tiranos, el General Urquiza fue el libertador de Buenos Aires. Los varones que en el día han consumado los hechos más dignos de alabanza, cuyos nombres resuenan con más estruendo en la América Latina, son cabalmente los que han seguido la vía de Urquiza, cada cual en su Patria blandiendo la espada de la libertad, esa arma santa que Dios bendice y pone en la diestra de algún hombre privilegiado como García Granados en Guatemala, González en el Salvador. En varias naciones del Nuevo Mundo se ha declarado “benemérito de América” al que derroque a García Moreno. Este tiranuelo ha llegado a superar en mala fama a Rosas mismo; pues al fin y al cabo el gaucho, en medio de sus crueldades no se vio desprovisto de virtudes; lo que es agraviar y envilecer la clase militar azotándole a sus generales no lo hizo. Los que tienen noticias de este raro género de tiranía preguntan asombrados: ¿no hay militares en este país? Los hay que confiesan y comulgan; ¿no los habrá para cosas más honestas, más debidas, más necesarias? Un general, un inmenso aplauso por los ámbitos de Sudamérica les espera a ustedes cien pueblos se hallan en ademán de celebrar la hazaña: ¿hasta cuándo?134. 133 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 466-469. Según anotamos ya Alfaro quemó la correspondencia enviada por Montalvo, sin duda para evitar el riesgo de que cayeran en manos enemigas, en un período de conspiración revolucionaria. Por lo visto, Montalvo hizo lo mismo. La presente es una rareza y sin duda una copia. 134 Con estas letras Montalvo, erigido en conspirador, continúa desde el destierro la campaña para el derrocamiento del Tirano. Ciertamente, fue su pluma la que lo mató.
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Esta no sería una revolución común de las que acontecen cada día. El Ecuador se encuentra en un caso particular y con ser tan pequeño tiene la virtud de atraer las miradas del Nuevo Mundo: ¿qué mucho si su desgracia es tan grande? Ahora que García Moreno ha puesto de manifiesto su ánimo de reinar mientras le dure la vida, en cada carta me preguntan: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo, amigos? Les toca a ustedes la respuesta. Cuántas y cuán autorizadas voces se levantarían donde quiera para ensalzar la conducta de ustedes si un pueblo todo llegase a deberle el gran bien de la libertad y la honra. La honra, pues lo hemos de decir mal que nos pese: el Ecuador pasa no solo por falto de ánimo y esfuerzo sino también por nada pundonoroso. Sufrís, dicen, sufrís la tiranía de la cogulla, la peor de las tiranías. Toda América es liberal el día de hoy, toda. Solamente el Ecuador vive vendido a la clerigalla; solo él hace virtud de la ignominia. Cuando me preguntan ¿no hay juventud allí? Yo me acuerdo de ustedes y respondo: tal vez... tal vez. Mío será volver glorioso el nombre de usted y el de los que lo acompañan, y esta pluma que está militando por la libertad de la Patria correrá, llena de alegría, para inmortalizar a los héroes. Contemple usted por otra parte que el régimen de García Moreno es puramente personal y por lo tanto transitorio; muerto él y muerto su partido, ¿qué podrán entonces los frailes y las monjas que nos oscurecen y nos llenan de vergüenza? Todo es extraño, exótico; todo desaparecerá. Sea que usted y un grupo de manabitanos presten su vida para iniciar la revuelta, sea que se nieguen a nuestro empeño, la ruina de la tiranía es cuestión de tiempo, de poco tiempo; y averígüense bien consigo mismo. Oscuro sostén de un tiranuelo o clarísimos libertadores de un pueblo; en este dilema se encierra la fortuna. En honor abundan ustedes, valor les sobra; ¿Qué les falta? ¿Apoyo, concurso, recursos? Los tendrán, más de lo que se pueden buenamente imaginar. ¡Levántense! Las coronas con que les ciña su Patria será de las más bellas. Si éstas, mis razones, pueden algo en el corazón de ustedes, dennos a entender sus propósitos y entraremos en arreglos y pormenores. Veremos una revolución unánime, el ejército unido al pueblo. La cooperación por otros puntos de la República será eficaz, el golpe fuerte, seguro el resultado. El pueblo de Guayas proclamará Jefe Supremo, o por no poner solo sobre un hombre el peso de la grande obra, nombraría un gobierno provisional o un directorio compuesto de tres o cinco personas... Nada teman, pues lo que hagamos será cosa formal y como de justicia de ustedes, la gloria. Juan Montalvo
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Misiva patriótica a los guayaquileños
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Orillas del Carchi, 25 de agosto de 1875 Guayaquileños: Mi calidad de compatriota vuestro sería título corriente para dirigiros la palabra en el conflicto en que se halla la República. Si quebrantos y amarguras sufridos por la Patria dan a uno autorización para hablar por ella, sabed que soy de los que llevan devorados siete años de destierro, y de los que no veían otro fin a sus males personales que el fin de los males púbicos. García Moreno ha muerto: no os doy una noticia; siento la base de lo que tengo que deciros. La muerte de García Moreno trae consigo un cambio de instituciones, y esto salta a los ojos de todos los ecuatorianos de juicio. La especie de monarquía absoluta que ese poderoso había fundado sobre las ruinas de la democracia, no puede, no debe subsistir, cuando su fundador ha desaparecido. El cimiento de este tétrico absolutismo era su poder personal; poder inrestricto, fortificado por la cooperación de los que participan de sus ventajas, dilatado por el terror, sellado con la sangre del pueblo ecuatoriano. El espectro acaba de desvanecerse al conjuro de dos niños de colegio; ¿y los mayores seguirán puestos al yunque, esperando otro martillo? Los hijos del Pichincha dieron el primer paso; paso arduo, terrible; paso de muerte: vosotros, hijos del Guayas, dad el segundo: no tenéis sino quererlo. Revolución, armas, sangre a raudales no son necesarias: vuestra voluntad expresada con firmeza sería suficiente, puesto que a ella se uniesen la memorable Cuenca, los otros pueblos y ciudades que en todo caso han acudido presurosos a la salvación de la Patria. La Constitución dada por García Moreno es un documento de ignominia: en ella se fundan las repúblicas suramericanas para tratarnos de miserables, de esclavos. García Moreno ha muerto, ¿y habremos de sufrir la dictadura de un difunto, de una sombra? El doctor Francia no reinó desde el sepulcro sino tres días: los sucesores de García Moreno se proponen hacerle reinar sin término sobre vosotros. ¿Qué interés abrigan estos ciudadanos, buenos o malos, en llevar adelante una obra que, si se viene abajo por la fuerza, causará 135 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 469-471. Esta proclama libetaria fue escrita a pocos días del asesinato de García Moreno (6 de agosto de 1875). Al suscribiría a orillas del río Carchi, nos indica que su autor traspuso la línea fronteriza para pisar el suelo de su Patria. Se dirije de modo especial a los guayaquileños, consciente del poder económico y político de dicha ciudad y apunta a desmontar la máquina de la tiranía encarnada en la Constitución garciana.
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destrozos dignos de memoria? Valiera más ayudasen a desmontar la máquina que no alcanzan a mover, y en paz, y en amistad si fuera dable, los ecuatorianos juntos estableciesen el nuevo orden de cosas que imperiosamente demandan los tiempos y las tendencias generales. Los patriotas del norte, los hijos del Carchi han dado la voz en el asunto de pedir reformas, Constitución nueva, convención: acoged, guayaquileños, sus indicaciones y levantad con el propio fin la voz de Olmedo, Rocafuerte Roca y todos esos grandes campeones de la libertad que sabe dar de sí el poderoso Guayas. ¡Muere García Moreno, y el nombre de Flores resuena en juntas presididas por obispos, en el teatro del gran acontecimiento! ¿Es éste un desafío a muerte al pueblo ecuatoriano? ¿Una afrenta atroz a la revolución de marzo? ¡Oh mengua! ¡Oh vergüenza! ¡Del señor de Quito salen dos niños, héroes, fanáticos, delincuentes furibundos, o lo que sean; y hay en Quito quien ose proferir el nombre de Flores sobre el cadáver de García Moreno! Pues yo digo que me abriera las venas, traspasara mi sangre a las de García Moreno y le resucitara mil veces, antes que ver un Flores en el trono del Pichincha, sobre los laureles de Sucre. ¿Y dónde están los Carbo? ¿Dónde los Borrero? ¿Dónde los Aguirre? ¿Con que Armodio y Aristogiton habrán consumado su obra, para poner un Flores en lugar de García Moreno? ¡Guayaquileños, indignaos! ¡Guayaquileños, desplegad vuestra bandera, la bandera de marzo, la de la convención de Cuenca! El espíritu de los guerreros, los guerreros de la Elvira, desciende sobre vosotros; viéndoos estoy; la sangre que se os agolpa a las mejillas, es de vergüenza; tembláis de cólera, se os infla el pecho heroico, dáis un grito sublime, y por los ámbitos de la República vuela encendida esta palabra: ¡Libetad! ¡Libertad! Juan Montalvo
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A los señores David Martínez Orbe y Nicanor Arellano Hierro 136
Ipiales, 20 de septiembre de 1875 Señores: Mi modo de pensar acerca de don Antonio Borrero es conocido, y está conforme con el sentir de la mayoría de ecuatorianos. A sus honrosos antecedentes reune la circunstancia de ser ahora una prenda de seguridad para los cesantes, quienes han de ver en esto un rezago de su larga fortuna. Aferrarse sobre un sistema de gobierno tan insufrible para los pueblos, cuando falta el nervio de ese sistema, es necedad. Y qué razón sufre que unos encanezcan en los mandos, y otros vean consumirse su edad florida o helarse su vejez en el destierro. Hombres hay en el Ecuador que a fuerza de disfrutar ellos solos de los bienes comunes y gozarse en los halagos de la Patria, miran como perversos a los que atentan a su perpetuidad, como infames a los que aspiran al hogar perdido. Cielo, aire, luz, tierra, montes, ríos de la Patria, dones son que el Criador reparte por igual entre todas las criaturas a quienes asigna un pedazo de mundo. ¿Y los bienes del alma? ¿Las necesidades del corazón, amigos míos? Pues ¿qué injusticia, qué atrocidad son éstas de llamar ladrones a los que anhelan por volver a sus padres, sus esposas, sus hijos, cual si Dios hubiera hecho de estas santas prendas monopolio en favor de los peores? Tan solamente en Buenos Aires, reinando el gaucho Rosas, se han visto desterrados de veinte años: en ninguna de las otras repúblicas sudamericanas se extrema nadie hasta la semblanza de ese bárbaro, casi fabuloso por la tiranía. En Chile no hay desterrados; en Colombia no los hay; en el Perú los hay por dos o tres meses; García Moreno fundó la dictadura perpetua sobre la muerte y el destierro perpetuo. ¡Dios de bondad! ¿Cuándo la política, la sana, la grande, la acendrada política ha tenido esas monstruosas formas? Los sucesores de García Moreno rechazan a Borrero como rechazarían a Carbo, Icaza, Aguirre, a todo aquél cuyo ahinco no se cifre en la continuación del régimen tiránico y absoluto. La obra de este genio del despotismo no puede seguir adelante sin su robusto brazo: muerto él, ¿cuál es el atrevido, el fatuo que quiera mandar sin leyes? Insigne ofensa al hombre fuerte sería que habiendo dado con él en tierra, fuesen los ecuatorianos a echarse a cuestas el hombre fósil. 136 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 473-478.
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Veinte años ha que muchos herejes son católicos; esto es, que viven de las rentas de la nación; los cinco de Urbina, los quince del otro; el empleo, el sueldo han venido a ser en ellos naturaleza; por donde les parece traición, delito, perversidad digna del patíbulo el que los pueblos quieran al fin relevarlos de sus patrióticas obligaciones. Esta es la justicia distributiva, esta la democracia en una República sudamericana. ¿Y cómo no? Ellos solamente son cristianos; nadie sino ellos tienen derecho al suelo patrio: hogar, familia, pan, vida, cosas de ellos; porque Jesús dejó estatuido que las siete vacas flacas se coman a las otras siete, y llamándose católicas esas vacas, devoren en su nombre el reino de este mundo, que no era el suyo. ¿Borrero no es católico? Y ¿Desde cuándo no lo es? ¿Conque al fin, señor don Antonio, vino usted a creer en Mahoma? No señor, no dicen eso, sino que para usted aun no ha venido el Mesías. ¿Judío? ¡abrenuncio! Tampoco dicen esto; lo que dicen es que usted profesa el credo de Rimini. Según se me trasluce, allí viene el arrianismo: fuera de la Santísima Trinidad, no hay presidencia, señor mío. ¡Oiga! ya cree usted en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; luego su herejía es la de los maniqueos. –¡No señor! –Iconoclasta. –¡No señor! –Templario. –¡No señor! –Calvinista. –¡Erre que erre! Soy católico. –Así nos lo pensábamos nosotros, y por eso es usted nuestro candidato. Entre las cien mil personas que en toda la República proclaman a Borrero, las cincuenta mil son clérigos: “cura”, escribe cada cual después de su propio nombre; “cura”. Prueba irrefutable de que el señor don Antonio es un heresiarca de los más peligrosos. El candidato de los eclesiásticos ha de ser católico, y esto ni el demonio lo quita. Borrero, ¿hay sujeto más adecuado para las circunstancias? Conservador progresista o liberal juicioso, el movimiento razonable será su política: varón de luces, no pensará que la ineptitud es el mejor apoyo; de conciencia, descansará en los hombres de bien. Si a dicha los hallare entre sus adversarios, tómelos. Borrero tiene en su vida una acción que le recomienda en gran manera al pueblo ecuatoriano: propuesto para vicepresidente por García Moreno, miró con desdén ese alto lugar, y rehusó la candidatura, fundándose en que la elección no podía ser el voto libre y expontáneo de los pueblos. Aquí tienen ustedes el hombre de alma levantada, corazón bien formado, juicio recto. Tal vez a Borrero no le faltan sino teatro y ocasión para ser ilustre: por lo menos estamos seguros de que sería buen presidente, creciendo en consideración al paso que con la práctica de las virtudes cívicas, se desenvolvían estas más y más en él. Borrero tiene, por otra parte, en favor suyo el ser instruído, buen escritor; si bien esta virtud no es requisito esencial del gobernante; pero es cierto asimismo que da lumbre a la magistratura, realce al magistrado. Bolívar con la pluma es tan eminente como con la espada: separad el Bolívar escritor, el Bolívar sabio 188
del Bolívar soldado, y quedará quizá un héroe de la edad media: el genio en él resulta de la inteligencia prendida con el rayo de la guerra. Grandes escritores puede haber que no las corten en el aire en esto de regir un pueblo; mas si a la sabiduría en la política añade uno el don de convencer, conmover, embelesar a sus conciudadanos, ¿no será preferible a un gobernante lego? Costumbre ruin es levantar un candidato sobre el descrédito del opuesto. Los Estados Unidos profesan la calumnia en época de elecciones, sin perjuicio de reconocer las injusticias, tan luego como sea el furor de la contienda. Grant fue el blanco de la difamación últimamente: nepotismo, fraude, hurto, nada le perdonaron. Una vez electo, más de uno de los periódicos adversos confesó que mucho se le había calumniado. Este sistema es nefando; apartémonos de rutina tan perversa. Bien así en la alabanza como en el vituperio, la moderación es una virtud: no podemos extremarnos en las recomendaciones, sin dar en la bajeza; ni perseguir a todo trance a un hombre, sin acreditarnos de malévolos. Pienso que Borrero sería buen presidente137, útil a la República, perjudicial a nadie. Prendas y virtudes notorias de un ciudadano, se pueden alegar cuando el caso lo pide flaquezas, defectos, vicios de otro, si los tiene, no son secretos para nadie. El mérito de un individuo no consiste en la escasa importancia de su competidor: valgamos algo por nosotros mismos, no por lo exiguo del prójimo infeliz. Que vuelva yo por la salud de la Patria, como debe hacerlo cada uno de sus hijos, es justo, obligatorio. Nada diré de buen hombre que propende a alzarse con la herencia del Lapita memorable. Popularidad es la gran opinión que los pueblos tienen de un sujeto, eminente por la inteligencia o las virtudes, el cual prevalece sin ahinco, y desdeña los indecorosos favores con que le tienta la fortuna. ¿Guayaquil, la fuerte, la soberbia; Cuenca, la populosa, la entendida habrían de sufrir una humillante desventura? Valerse ahora de la fuerza, escandalosa, brutalmente, es obligar a las ciudades a ser terribles quizá. ¡Quiteños! Pueblo desgraciado, pueblo víctima habéis sido mucho tiempo; sed ya pueblo ínclito, pueblo libre. Los Salinas, los Quirogas, hijos fueron del Pichincha: mirad qué acciones las de vuestros padres; ¿y vosotros, ni muerto el dictador seréis capaces de reconquistar vuestros derechos? La importancia, el punto de honra, y hasta la vanagloria de una provincia, harto tienen con cinco presidentes: de los nueve que ha visto el Ecuador, los cinco son de Guayaquil. Sed cuerdos como valientes, oh vosotros los hijos del gran río. ¿Todos unos bajo el yugo, todos opuestos en la libertad? Borrero no es cuencano, guayaquileño ni quiteño; es ecuatoriano. Tiempo ha que la República se inclina a este hombre tan modesto como apto para su gobernación: ¡gua137 El apoyo frontal de Montalvo a la candidatura presidencial de Antonio Borrero constituye un espaldarazo a la misma.
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yaquileños, acogedle! Acogido le habéis; el triunfará: las bayonetas, por ahora, se harán poco lugar entre vosotros, puesto que estén infestando las provincias indefensas. ¿Qué paso tan largo diera Icaza en el aprecio y amor de sus conciudadanos con el desprendimiento delicadamente expresado ahora? Sabiduría y virtud componen esa divinidad propicia que los pueblos felices adoran bajo el nombre de Minerva. Juan Montalvo NOTA. Hallándose en prensa esta carta, ha llegado a nuestras manos el voto de Guayaquil en el punto de que actualmente se trata. Aguirres, Icazas, Caamaños, Viveros, Coroneles, Rocas, todas las personas notables, todas las visibles de esa ciudad insigne están conformes en un parecer. No sabemos quiénes sean los opuestos a la elección de candidato tan popular como el señor Borrero. Los hijos de Cuenca no están menos unánimes; los de Quito no pueden hablar, pero harán ver.
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A Roberto Andrade
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Ipiales, 1 de octubre de 1875 Querido amigo: Al llegar acá, me han dicho que Rivadeneira ha denunciado a Pólit la presencia de usted en esa hacienda, y le han pedido órdenes139. Me dicen también que éstas vendrán seguramente contra usted, por el correo de mañana y que será usted buscado por una escolta; y como todo esto lo hará Rivadeneira sin contar con D. Vicente Fierro, hay eminente peligro. Véngase usted esta noche mismo, que aquí no hay el menor riesgo. Si no quiere venirse, por ningún caso duerma en su casa; y aún de día, estese con mucha vigilancia. Nicanor dijo que dormiría hoy en Cumbal, y por esta razón no le escribo. Salude a las señoritas y disponga de su amigo. Juan Montalvo Esta noche ho hay que temer. Mañana salga por la tarde y véngase por Carlosama, con guía.
138 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 478-479 y 581-583. Desde la muerte de Gabriel García Moreno, Andrade estaba prófugo. Ver el libro ¿Quién mató a García Moreno? Autobiografía de un perseguido de Raúl Andrade. Lo dieron a luz en 1994 el montalvista Plutarco Naranjo, el historiador Fernando Jurado Noboa y Lener Moncayo Jalil, Presidente de la Sociedad Amigos de la Genealogía. 139 Rafael Pólit estaba encargado del poder Ejecutivo y Rivadeneira de la Gobernación de Tulcán (Roberto Andrade).
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Ipiales, 29 de octubre de 1879 Querido Roberto: Ahora cinco días le escribí con José. Hoy ocurre la necesidad de hacer un nuevo posta140, para evitar repeticiones; y para que usted sepa en qué estamos, le mando abierta la carta a los amigos de Quito. Léala y mándela volando; es de toda urgencia, pues hemos perdido desgraciadamente veinte días por la causa que usted verá en ella. Un hombre de a caballo infunde sospechas; lo mismo que un mozo de a pie que va solo. Es indispensable que usted mande un arriero con su respectiva acémila, y la carta bien metida en la carga, o como usted lo juzgue mejor: ya usted ve que va quizá de la [ ]141 de los amigos de allá. Que R. se la entregue a R. Si por desgracia este amigo estuviere ya preso, que la entregue a S., a N. M. o a C. C. a pesar del sobrescrito con nema. Reitero mi llamada a usted. Estoy tan solo en la casa que estoy como encantado. Peligro corro hasta en la casa, pues no tengo ni muchacho. Véngase a acompañarme hasta el día de mi salida, y si los amigos de Quito se resuelvan a salir, véngase a mudarse con ellos aquí y esperar mi regreso. Usted, Roberto, está corriendo inminentemente peligro: el Mundo ha dicho que usted está ya comprometido con Alfaro y conmigo para matarlo a él, para completar el 6 de agosto142. Que esto lo sabe él de buena tinta. Comunique usted a sus padres que su salida es indispensable, y véngase como para quedarse: si por sorpresa lo cogen, es cosa de muerte, nada menos. Salga de allí el 20 del entrante, como le dije, y si puede antes, esperando si el regreso del posta que tiene que hacer con la inclusa. Le mando El Times número 18. Este sí que está bueno: el anterior estaba aguado. Saque los ejemplares necesarios para esa provincia y remita los demás [ ]143, que no son para Quito solamente. Si algo trae usted cuando venga traiga nogada144 de Ibarra, de esa que pudiera un poeta presentar a las Musas en el Parnaso. Y si quiere usted ser mi amigo, júreme por la empuñadura de su espada no pensar ni en artículo mortis en mandarme alfeñiques145. ¿Acaso los quise para mandarlos de regalo a los huangudos de la Laguna? Una noche los tuve en el cuarto, y se salieron de la Un nuevo correo. En blanco. 142 Fecha del asesinato de García Moreno. 143 En blanco. 144 Dulce de nueces, característico de Ibarra. 145 Dulce de miel (panela) muy popular en Baños de Tungurahua. 140 141
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canasta, y anduvieron haciendo ruidos de alma en pena. Estos alfeñiques van a ser el tormento de mi memoria, y de la suya también. Hagan ustedes presentes que le obliguen a uno a sonreír como Apolo, y de ninguna manera que le inviten y le infundan venganza en el pecho. Bien se ve que usted no ha tenido en estos tiempos trato con las Nueve Hermanas sino con las ratas y las brujas invisibles de la escribanía. ¡Y mi señor don Abelardo146 que se pone a hacer versos después de mandar una botella de aguardiente tapada con tusa! Cuando quieran ustedes hacer odas, oraciones o madrigales de Garcilaso, no regalen la hez del pueblo de los alfeñiques, ni tragos de Sanjuanes sino suspiros de Náyades enamoradas cuajados en forma de graciosas coronillas o centellas de comer y bajen del Helicona rompiendo las doradas nubes de una hermosa147. Y con esto, amigo, el más cordial abrazo, Juan Montalvo Mándale un Times de los de ahora a Castrato148 por el correo, como carta, señalándolo con lápiz colorado la banderilla que le toca.
Abelardo Moncayo. El escritor está de humor y hace gala de su gusto refinado en cuestión de alimentos. 148 Dr. Julio Castro. 146 147
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A Rafael Portilla
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Ipiales, 24 de diciembre de 1875 Muy querido amigo: Recibí la apreciable de usted del último correo. Comprendo el descontento150 de que usted me habla, pero no le he recibido sorpresa: así debía ser todo. Si hay buena voluntad en los pueblos para las reformas, el Sr. Borrero no resistirá por malicia: espera tal vez que exijan de él lo que deseen. Me ha llamado particularmente: de la nota oficial de Manuel Gómez yo no hubiera hecho caso; pero conviene llevar adelante nuestro sistema, y aunque sea para un nuevo destierro, me he determinado a ir. Espero que ustedes los jóvenes me ayudarán en lo que debemos hacer, por la razón, no por la fuerza. Estoy tocando con varias dificultades meramente físicas para mi viaje: no sé siquiera dónde apearme en Quito: tal es el horror que han infundido en mi ánimo mis antiguos amigos. Usted se encarga, querido Rafael, de prepararme alojamiento correspondiente al decoro que debo guardar en mi posición. Yo de mi genio soy inclinado a lo espacioso y decente: ahora se añade la necesidad de colocarme bien. No me gustan esas casitas para un hombre solo: quisiera un buen departamento en una casa habitada por una familia honesta. A vuelta de correo hágame usted alguna indicación a este respecto, a ver si la apruebo. Con Cornejo, que sale el lunes, le mandaré decir el día de mi salida de este lugar y aún le haré algunos encarguitos relativos al viaje. Ya ansío por conocer a usted y abrazarle como a uno de mis mayores amigos. Si ve a Terán, quéjesele de su silencio. Juan Montalvo Hable con Manuel Cornejo respecto de estas cosas; aunque él ni siquiera me ha mandado saludos.
149 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 480-488. Esta carta inicia una larga correspondencia con una de las personas en las que más confió el escritor. 150 Se refiere a la inseguridad de que Borrero acepte las reformas que los liberales esperaban.
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Ipiales, 26 de diciembre de 1875 Muy querido amigo: Recibí la suya del último correo. El giro que toman las cosas me hubieran hecho desistir de mi proyectado viaje, si no supiera yo que los hombres de bien se deben al género humano; y aunque no puedo envanecerme de mi pobre Patria, todavía es cierto que no puedo prescindir del deseo de hacer algo por ella. Ya yo sé que no me espera en Quito cosa buena; pero hagamos un sacrificio más: combatir por el bien es obligación de los buenos. No pienso que don Antonio151 me hubiese hecho llamar para hacerme la ofensa que allí están diciendo, según la carta de usted. Ustedes no repitan esa especie que me enfada e indigna. ¿Con que yo soy a propósito para eso? De lo que voy a encargarme es de El Cosmopolita152; y si no fuera con algún propósito laudable, no iría; para amarguras sin fruto, harto estoy de ellas aquí mismo. A mi llegada, y sin pérdida de tiempo, habrá un empuje de los míos; pues según lo que me dicen de Guayaquil y Lima esto es necesario... El encargo de ustedes, los jóvenes, es reunir inmediatamente algunos fondos. Usted es mi agente público y confidencial; y en calidad de tal, le diré de una vez que necesito recursos, no solamente para la imprenta, sino también para mis indispensables gastos personales. Llegando a Quito, no sé cómo principie yo a vivir; ésta ha sido la razón de más peso para que no me hubiese resuelto a ir desde que fue posible. Aquí vivo con poco; allá no puede ser lo mismo: el decoro exige otro porte. Esta materia es puramente de mí a usted. El objeto con que usted provocará una derrama entre los jóvenes será El Cosmopolita. Huyan ustedes de tocar con ninguno de los antiguos urbinistas153: esa lepra puede infectarles a ustedes. Quiero que todo sea cosa de los jóvenes; de otro modo, recibirá disgusto. Que cada cual contribuya según sus facultades y su voluntad; y tenga usted listo lo que necesitamos. Esta excitación no debe usted hacerla a mi nombre; transmitiéndoles el fin que me propongo, acuerden ustedes lo necesario. Pero nada de charla anticipada e imprudente. Mi resolución es salir de aquí el 10 del entrante; por manera que pueda llegar a Quito hasta el 18 contando con que los amigos de Ibarra me obligarán... Juan Montalvo Antonio Borrero. Dará a luz “Asomos del Cosmopolita” (Páginas Desconocidas). 153 Los urbinistas terminarán uniéndose a Veintemilla. 151 152
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Ipiales, 31 de diciembre de 1875 Muy querido amigo: Escribí a usted con Cornejo la carta que recibirá mañana o el domingo. Tan larga y de confianza yo no sé si usted va a tocar con inconvenientes y molestias. De sus paisanos no tengo idea superior, y aguante usted. Si la cosa está difícil o incómoda, desista usted del empeño: pasaré de largo, y veremos qué suerte nos espera por el Sur154. Los sentimientos de mi ánimo son justa indignación y puro deseo de mejorar la suerte de la Patria. Sin cooperación, serían penas escudadas las mías. Si Uds. no se hallan a la altura de las circunstancias, déjenme pasar al otro día; que para otro destierro y otra soledad, de nadie necesito. No se atenga usted estríctamente a la fecha que le indiqué para mi llegada. El camino mismo que seguiré no es determinado todavía: si el tiempo está bueno, me iré por Mojanda; en este caso duermo en Pomasqui o en Cotocollao; si está malo, el páramo es insuperable, y tomaré la vía de Guaillabamba. En el correo entrante habrá aún tiempo de hablar; y todavía podré escribir a usted de Ibarra comunicándole lo que allí resuelva. Esa carta, según cuentas, llegará a sus manos el 17 del entrante. Esperar el correo. Cornejo llevó 30 ejemplares del cuadernito de Cerón: empléelo bien. Un abrazo, mi querido Rafael. Juan Montalvo Ipiales, 19 de enero de 1876155 Muy querido amigo: Un contratiempo ocurrido la víspera de mi salida, me ha obligado a diferir el viaje por algunos días156, y lo peor es que ni sé siquiera en qué fecha me sea posible ponerme en camino. Usted no salga sino esperando el correo el lunes; pues de aquí o de Ibarra, no dejaré de escribirle. Aunque no es segura mi permanencia aquí hasta el otro viernes, día de correo en Tulcán, escríbame sin embargo; que nada se habrá perdido con que me devuelvan hacia allá su carta, si fuere que Seguramente al sur de Quito. En Montalvo en su Epistolario de Agramonte consta esta carta con fecha 13, pero una vez verificada en el original de Martínez Acosta se ha establecido que la revista Nariz del Diablo es del 19. 156 El desterrado prepara maletas para regresar a su Patria después de 7 años. 154 155
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yo me hubiere marchado. Dígame qué hay de la casa de Mercedes Garzón157. Hasta ahora no me entregan las cosas remitidas por usted a Tulcán; de suerte que si, como estaba resuelto, hubiera salido el 10, hubiera yo carecido de esos trastos. Pantalones de montar tengo dos: en vano se ha privado usted de los suyos; no era eso lo que yo necesitaba. Por si viniera, a suceder que no pueda yo salir ni en la semana entrante, remitame a vuelta de correo la Constitución del Ecuador158, y esto lo hace usted sin falta. Importará poco que no me halle aquí esa buena pieza. Sentiré mucho no tener carta suya mañana: usted está sin duda en el entender de que me hallo en camino. Un abrazo por escrito, hasta que tenga yo el gusto de dárselo en persona. Juan Montalvo Hoy que le escribo es jueves: muy posible es que yo monte el otro jueves. El correo del lunes le sacará a usted de incertidumbre. Mándeme por si acaso, los folletos que me han dicho han publicado Moncayo y Riofrío.
Ipiales, 27 de enero de 1876 Muy querido amigo: Recibí la suya del correo pasado, y espero la que debe venir mañana. No puedo ir todavía: cuando mi carta sea fechada en Ibarra, entonces ya no tendrá usted duda. No estoy mal, pero temo que un viaje de seis días me perjudique más de lo que conviene. Por la imprudencia de haberme movido antes de tiempo y caminado sin cesar, me volvió la irritación. Ahora es preciso ser cauto. Anteayer me trajeron de Tulcán la noticia de que el pueblo de Quito había hecho otro 2 de octubre. No me inclino a creerlo. Veremos en el correo. La casa que usted ha visto últimamente es inaceptable para mí, por motivos especiales, que usted sabrá cuando nos veamos. De ningún modo iré allá. Si no hay a donde llegar me apearé en San Antonio: en siete años, bien apastusado debo de estar. 157 158
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Es la casa a la que desea ir a vivir en Quito. Para estudiarla e impugnarla.
El obstinado silencio de usted respecto del objeto de mi viaje, me desanima también. Usted calla sobre puntos que requieren contestación. Si no voy a combatir por la imprenta159, por falta de recursos, no tengo para qué ir, ni lo deseo. Hábleme con franqueza, para que no me vea yo obligado a volverme a Ipiales tan pronto como llegue a Quito. El carácter de usted me inspira confianza; pero como no juzgo lo mismo de los demás, justo es que yo tenga mis dudas. Reciba usted el más cordial abrazo, mi querido Rafael, y disponga de su mejor amigo. Juan Montalvo Habitación en piso bajo, de ninguna manera admita usted. Mi salud no lo sufre160. Si no ha llegado al poder de usted el papelucho que le envié por el correo, haga circular allí algunos de los que van hoy; pero la mayor parte debe usted mandarlos a Quito. Esto conviene161.
Escritor al fin, lo único que desea es una imprenta. Debido a su afección reumática, siempre trató de evitar la humedad ubicándose en pisos altos. 161 Debe ser alguna hoja volante alertando al pueblo del peligro de continuar en pie la estructura garciana. 159 160
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A don Antonio Borrero
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Quito, 14 de junio de 1876 Al Señor Presidente de la República Señor: Sangre de liberales, sangre de vuestros amigos que ayer os elevamos a la Presidencia de la República, ha manchado las calles de esta capital. Vuestro ministro, el señor Manuel Gómez de la Torre, le ha dado una gentil bofetada al Gobierno de que forma parte, embeodando a sus hijos y echándoles afuera a cometer delitos. Razón, derecho, popularidad son personas elevadas y serenas, que no han menester el arma de la canalla para hacerse temer, ni buscan la complicidad de la noche para declarar su valentía. Nosotros estamos usando del raciocinio; ellos los gomeros, de la precipitación y el ofuscamiento; nosotros de la luz del día, ellos de las sombras; nosotros de la pluma, ellos del palo. ¿Qué decís, señor presidente, qué decís de un ministro de Estado que acude a las vías de hecho para refutar los cargos que escritores y pueblos le están haciendo a porfía y en justicia? El Ministerio de la Policía tuvo a bien anoche elevar la queja al padre, y consultar al ministro. Mi hijo tiene razón, respondió este hombre incauto. ¿Tiene razón de apandillarse entre cuatro o cinco personas para acometer a un individuo solo? ¿Tiene razón de ocultarse de día y salir de noche a buscar sangre por las calles? ¿Tiene razón de temer las armas de los caballeros y llevar escondido el palo, el arma de la canalla? En los pueblos cultos y dignos, no dejan de suceder desgracias; pero los agravios se vengan con nobleza, y los hombres principales jamás se vuelven mínimos con actos que les acarrean desconsideración y menosprecio. Estos golpes, señor presidente, tolerados o repetidos, causan la ruina de los gobiernos. No lo digo yo que no se sostengan en cuanto puedan disponer de la fuerza armada; mas el temor, la desconfianza, el odio de los pueblos son ya una ruina para el gobierno, el cual no vive alto y garboso si no reposa sobre los cimientos de la estima y el contento generales. La República está mal parada, señor: de un confín al otro de ella, la tirria de los ecuatorianos se manifiesta en diferentes formas: a un lado conspiraciones; al otro, votos de censura; aquí, cargos irrefutables; allí, recriminaciones violen162 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 518-522. Antonio Borrero fue electo Presidente de la República el 2 de octubre de 1875 con apoyo de Montalvo.
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tas; por todas partes murmuración, disgusto, inquietud y malestar profundo. Vuestro ministro os ha frustrado vuestra felicidad: ¿pensáis que con un hombre menos desacreditado, menos aborrecido, más razonable y juicioso, el gobierno que presidís hubiera venido a ser tan pronto este objeto de las quejas de todos los ecuatorianos, esta cosa incomprensible sin olor ni color, cuyo desabrimiento empieza a emponzoñarlo todo? Poned a un lado a este hombre infausto, y ved luego a vuestros compatriotas proclamaros con nuevo amor en coro compuesto de más de treinta y nueve mil voces. Como esta satisfacción dada a los pueblos sea el primer paso a la reforma prudente y moderada, los hombres de bien, los patriotas ardorosos, los libres que no quieren ya sufrir coyunda, todos estaremos con vos y haremos nuestro el empeño de afirmar la paz en medio del orden y la libertad razonable. Pero desengañaos, mientras en vuestro concepto sea más un hombre que la República, la protección individual que la justicia general, la persona que el conjunto, mal segura estará la paz, y vos mismo participaréis de las zozobras y la inseguridad de vuestro mal ministro. Si el señor Teodoro Gómez de la Torre se siente sin la elevación y el ánimo de un gran ciudadano, que dejándose de aprensiones pone el hombre el sostenimiento de las cosas públicas, no os faltará, señor, un hombre que poner, en el lugar de éste que todo lo tiene puesto en peligro; éste, digo, que echa mano al garrote para ir matando jóvenes en el secreto de la noche. Ahí está Vásquez, ahí Arízaga, ah otros tantos hombres inteligentes y modestos que pueden salvar el orden con el desinterés y la cordura. ¿Cómo es esto, señor presidente? ¿Es por ventura el Ecuador la ganancia de un individuo determinado?; fuera del siniestro hombre del palo ¿No hay uno en vuestros compatriotas capaz de ayudaros y salvaros? Yo que estoy haciéndoos estas preguntas163, soy injusto: sabed que vuestro comisionado, el señor Pedro Fermín Cevallos, no ha cumplido hasta ahora vuestra comisión de aconsejar y obligar a su amigo a poner la renuncia de su ministerio. Con más valor y actividad, la sangre de anoche no hubiera ocurrido; los peligros y desgracias que cada día son inminentes, hubieran quedado conjurados, y tanto el orden de las cosas públicas como vuestra personal tranquilidad se vieran hoy fundadas sobre cimientos seguros. La víctima debía ser este vuestro amigo y servidor, señor presidente, según la fanfarronada con que la pandilla se acercaba a mi casa: ¿cuál de esos villanos hubiera salido vivo, si es verdad que a ella venían? El joven Semblantes164 estuvo más a la mano, y él fue el acometido y herido. ¡Más que satisfacción! Este muchacho vuelve del primer golpe, golpe leve, golpe horrible, y da con su agresor 163 El primer historiador de la República, coterráneo de Montalvo y con quien éste había roto a raíz de su voto a favor de García Moreno. 164 Manuel Semblantes.
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en tierra en medio de sus cómplices, le pisa, le muele, le deja medio muerto; allí, le tienen desmuelado al valiente de la esquina y de la noche. Una voz amiga ha sonado por allí, un compañero acude al vuelo: huyen los agresores en infame desatino. Semblantes, con una monstruosa herida en la cabeza, fue un héroe anoche. De éstos son los liberales: acométannos. Noticioso del peligro de uno de los míos, me echó afuera: ¿Qué arma tienes? Le preguntó a un carpintero en la puerta de la calle. –Un martillo, señor. –Venga el martillo. Todos mis amigos están dispuestos a morir por mí; yo moriré por cada cual de ellos. No a mucho andar tropiezo con una gavilla de ocho o diez gomeros. Nosotros somos ya tres: el olor de la muerte nos va uniendo. Los valientes me reconocen, y me abren ala: ¡y tal vez iban por mí! ¿Cuántas cabezas hubiera yo hendido, cuántas frentes abierto con mi arma de cíclope, en habiendo algún atrevido entre ellos? A los cinco minutos, veinte jóvenes me rodeaban: la solidaridad de la vida y de la muerte es la garantía y el timbre de un partido. Hágame asesinar el ministro Gómez de la Torre con sus hijos, de noche, en mi casa o en la calle; ¿no tengo yo deudos, amigos apasionados, pueblo adicto y valeroso que le hagan pedazos al siniestro viejo? Pronto estoy a un lance de caballeros, pronto a un salto desigual, pronto a todo. Yo sé muy bien que entre una negra y una verde vida, entre una vida perjudicial y una de esperanza, no puede haber comprensión; pero si yo muero noblemente por la santa causa de los pueblos, los asesinos serán comidos de perros. Yo no me oculto, mis amigos no se ocultan, ni andamos en pandilla: el día es nuestro elemento. Embístannos los gomeros, si tienen valor diurno. No acometeremos nosotros, pero la defensa será terrible. Señor presidente, hoy ha menester vuestra excelencia la resolución que le ha estado faltando: abajo el ministro indigno, y el pueblo es vuestro. Juan Montalvo
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Carta a un grupo de amigos
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Ipiales, 18 de agosto de 1880 Amigos míos: Hoy recibo la carta de ustedes del 15. No sabía yo que a tanto hubiera llegado el turbión de chismes, embustes y mentiras ex profeso del Mudo166. El impresito que les envió les dará a ustedes la medida de lo que hay en realidad. Cien colombianos mil veces hubieran ido ya; se me ofrecen de todas partes: ayer no más vino un cabecilla de un pueblo belicoso a presentarse con una compañía de 90 hombres. Pero no se trata de esto: con colombianos no iré jamás167. De fuerzas propias puedo reunir, según las ofertas, hasta mil fusiles. De Tumaco traje pólvora para más de 50.000 tiros. Todo, todo nos es favorable a este lado del Carchi. En Tumaco dejé un buque listo para que tome a Alfaro en fecha fija: fue la contra orden a Alfaro, a causa de la falta de Gangotena; cosa pesadísima, pues había yo mandado de esa isla comisionados a Esmeraldas, Manabí y Guayaquil, citando a los amigos para tal día. Todo ha habido que contradecir. El caragamento de pertrechos está cautivado en el camino, por falta de cuatro reales para pagar fletes y pisos: los fusiles no los puedo recoger, por ser indispensable una suma de dinero adelantada: conque si ni un cuartillo se puede esperar de Quito, como ustedes dicen, yo no sé si ustedes puedan esperar ni una peseta de revolución por el Norte. He iniciado negociaciones en Quito respecto del dinero indispensable; si lo hay, no habrá que esperar. Ya ustedes sabrán que todas las noches gritan los tulcanes: ¡Viva Montalvo! ¡Muera el Mudo! Por popularidad y por elementos de guerra no falta; pero faltan absolutamente las tres cosas necesarias para una revolución: la primera dinero, la segunda dinero y la tercera más dinero. Me disgusta la fianza que ustedes piden para venirse: ¿cómo diablos puedo yo garantizarles su vergonzoso regreso a sus casas esclavizadas? Si no pueden volver al yugo tanto mejor: comerán hambre y beberán sed, como yo. Lo que conviene es ayudar, cooperar de todos modos: querer que todo lo haga uno 165 Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp. 615-617. 166 El General Ignacio de Veintemilla. 167 No quiere ser calificado de antipatriota. Pero está claro que este ir y venir de Ipiales a Panamá y de Panamá a Ipiales, pasando por Tumaco y Barbacoas, se debe a que estuvo preparando una revolución armada con gente de su país.
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solo es falta de patriotismo y energía. Si no hay revolución inmediata, la habrá después: si no consigo dinero en Quito lo buscaré en Panamá, y al fin lo hallaremos. Pero ustedes no quieren perder sus ocho o diez meses de tamales y de vergüenza, y siempre están esperando las vísperas de la revolución para venir, como si el concurso de todos no fuera lo que más facilita y dispone. Si meditando en estos puntos les parece que deben venirse, tendré mucho gusto en verlos y estar con ustedes para bueno o para malo; pero si se reservan el derecho de hacerme recriminaciones cuando no puedan volver al pan y queso, no vengan: yo no desmayaré durante diez meses; si después de este tiempo no se formaliza y se verifica una grande y buena obra, me iré y para mucho tiempo: tengo compromiso de ir a Europa, en junio, plazo que yo he pedido, sin más objeto que hacer el último esfuerzo por la libertad y no obstante, será de contínua zozobra y de inminente peligro; y cuando ustedes quieran escapar será tarde quiza. Yo no dejaré de dar pasos: si lo pronto, lo urgente se vuelve imposible, tengo una grande esperanza para dentro de diez meses: durante este tiempo podríamos mantener el fuego del pueblo con una “candela”168 o cosa mejor; pero si se consigue lo que estoy buscando todo será pronto. Queda al juicio y corazón de ustedes el venirse o no: hambre de veras no tendremos; y si la tenemos nos la comeremos con honra y con valor169. Si no han dejado ustedes dispuesto el modo de comunicarnos con Quito, dispóngalo antes de venirse. Y Rafael170 ¿por qué se ha quedado? Es preciso que hagan volar a Quito el papelucho, a fin de que cesen las persecuciones y se contenga el cara de caballo171; aunque yo pienso que luego le volverá el miedo y con más fuerza. Mis abrazos. Juan Montalvo Entre los fusiles ofrecidos hay trescientos remingtons: no digo que los tengo, porque no están en mi poder, con algún dinero por de pronto, podemos llamarles nuestros.
Su combativo periódico de 1878 (Ver “Joya Literaria”, Vol. 32 de Letras de Tungurahua). Este heróico desafío se parece al de Pizarro en la isla del Gallo y los trece de la Fama. Rafael Portilla. 171 Veintemilla. 168 169 170
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