Periódico Medellín en Escea no. 87

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Diciembre 2024

En esta edición: Especial Carlos José Reyes Posada. Dramaturgo, guionista, investigador y teórico teatral, considerado uno de los pioneros del teatro moderno en Colombia.

MEDELLÍN EN ESCENA

Periódico informativo de la Asociación de Salas de Artes Escénicas de Medellín

editorial ME ACUERDO DE CARLOS JOSÉ REYES

ASOCIADOS:

DENTRO Y FUERA DE CARLOS JOSÉ REYES

11 in memoriam: césar álvarez

Agité Teatro, Arlequín y los Juglares, Casa Clown, Casa Teatro El Poblado, Colectivo Teatral Matacandelas, Corporación Artística La Polilla, Corporación Artística Ziruma, Corporación Carantoña, Corporación Caretas, Corporación Casa del Teatro, Corporación Cultural Canchimalos, Corporación Cultural Nuestra Gente, Corporación Cultural Vivapalabra, Corporación La Fanfarria, La Pascasia, Elemental Teatro, Teatro Barra del Silencio, Teatro Oficina Central de los Sueños, Teatro La Sucursal, Teatro Popular de Medellín.

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Teatro Oficina Central de los Sueños, Elemental Teatro, Teatro Matacandelas, CasaTeatro El Poblado, Corporación Canchimalos.

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REVISOR FISCAL: Darío Calderón.

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Cristóbal Peláez, Yazmín González, Jaiver Jurado, Ana Cecilia Hernández G.

EDITOR: Jaiver Jurado G. CORRECCIÓN DE ESTILO: María Camila López Isaza. COORDINACIÓN EDITORIAL Y DIAGRAMACIÓN: La Cólquide Editorial. COMUNICACIONES: María Fernanda Hernández.

Los ecos de Antígona resuenan en la Biblioteca Gilberto Martínez

FOTOGRAFÍAS: Archivo personal Carlos José Reyes, Biblioteca Nacional de Colombia, Carlos Felipe Reyes, CEET - Rodrigo Sepúlveda, Carlos Duque, La Libélula Dorada.

PORTADA: Fotografía: Carlos Felipe Reyes. IMPRESIÓN: El Colombiano.

CONTACTO: periodico@medellinenescena.com.co www.medellinenescena.com.co ISSN: 23394234

10 una invitación a la vida

14 notas en escena

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editorial

Carlos José Reyes Posada: El Caballero de la Escena

Carlos José Reyes fue, ante todo, un creador que vivió y envejeció con discreta elegancia; lo que revela, en gran medida, su talante, inteligencia y actitud frente a la vida y la enfermedad.

De joven, tuvo una larga y cuidada barba y, desde siempre, habló con voz recia y profusa, sin detener el flujo de sus pensamientos, alimentados incesantemente por lecturas y recuerdos que discurrían como fotogramas de una película. Cuando bromeaba o ironizaba sobre algún hecho, lo hacía con una sonrisa y una mirada juguetona, como si estuviera narrando una travesura infantil.

En 1965, Reyes formó parte del elenco de las películas El río de las tumbas y Cóndores no entierran todos los días. En esta última, además, integró el grupo de guionistas. Como actor y director, fue uno de los fundadores de distintos teatros y agrupaciones artísticas en Bogotá, entre ellos, el Teatro El Búho.

Acompañó a Santiago García en la creación de la Casa de la Cultura, que posteriormente cambiaría su nombre a Teatro La Candelaria. La primera obra que se presentó allí fue Soldados, una adaptación de Reyes basada en la novela La casa grande, del escritor y periodista colombiano Álvaro Cepeda Samudio. Con su propio esfuerzo, Reyes abrió al público el Teatro El Alacrán y, años más tarde, trabajó con Jorge Alí Triana en el Teatro Popular de Bogotá (TPB). En estos espacios, además de dirigir un vasto repertorio, puso en escena algunas de sus obras para público infantil.

En 2008, haciendo una retrospectiva de su recorrido teatral durante una entrevista, declaró: «Para comenzar, debo decir que a lo largo de casi cincuenta años de trabajo teatral, he escrito, adaptado y dirigido diferentes tipos de teatro, de acuerdo con el público y las circunstancias. En primer lugar, comencé escribiendo teatro para niños, en el cual partía de personajes e historias tradicionales para darles un nuevo tratamiento y relacionarlas de algún modo con un público del presente latinoamericano y colombiano en particular; un público esencialmente urbano (...)».

Carlos José Reyes fue un artista que logró unir sus grandes pasiones: el teatro, la literatura, la docencia y la investigación histórica. En los años ochenta del siglo pasado, escribió varios guiones para los dramatizados televisivos que se difundieron bajo el título de Revivamos nuestra historia, dirigidos por Jorge Alí Triana, con el apoyo del historiador Eduardo Lemaitre. Esta serie retomaba acontecimientos históricos del país y alcanzó gran popularidad entre la audiencia gracias a la manera como Reyes narraba dichos episodios y a las relaciones pertinentes que estableció entre el teatro, la historia y el medio audiovisual.

A propósito de historia, por línea materna, Reyes era descendiente del cartagenero Joaquín Pablo Posada, fundador, en 1849, del periódico satírico El Alacrán, junto con Germán Gutiérrez de Piñeres, que causó gran escozor entre las

élites bogotanas de la época y ocasionó que los dos redactores sufrieran persecuciones y encarcelamientos. En honor a su antepasado y a la conmoción que el periódico provocó, Reyes decidió bautizar su teatro con el mismo nombre: El Alacrán. El padre de Joaquín Pablo Posada —Joaquín Posada Gutiérrez— había sido edecán del general Simón Bolívar y gobernador de la provincia de Cundinamarca. Precisamente, Carlos José representó a su pariente en Revivamos , en el episodio «Bolívar, el hombre de las dificultades» (1980), que él mismo escribió y por el cual la serie obtuvo, justamente, el Premio Simón Bolívar. Hoy, la cinta está restaurada y conservada por Señal Memoria. Allí se le puede ver encarnando a su tatarabuelo con gallardía y altiva figura.

Como divulgador teatral, logró que la publicación del volumen Materiales para una historia del teatro en Colombia, que compiló hace varias décadas, continúe siendo imprescindible para quienes se adentran en este campo. Su más reciente investigación fue titulada Teatro y violencia en dos siglos de historia de Colombia, y el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes la publicó en tres tomos. Estos son un testimonio de su disciplina y su gran capacidad intelectual para explicar los hechos teatrales dentro de sus respectivos marcos históricos. Reyes ejerció, asimismo, varios cargos administrativos, como el de director de la Biblioteca Nacional de Colombia, entre 1992 y 2002. Formó parte de la Academia Colombiana de Historia desde 1984, y de la Academia de la Lengua como miembro de número. Por su trayectoria artística e intelectual, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Distrito de Bogotá le otorgó el Premio Vida y

Carlos José Reyes Posada, este gran caballero del teatro colombiano, fue un profundo conocedor y admirador del escritor Miguel de Cervantes Saavedra, quien dio vida a otro caballero, aunque este, a diferencia de Reyes, era de triste figura y deschavetado. Su pasión por el literato español empezó cuando estudiaba en el Colegio Cervantes, en Bogotá, y se mantuvo a lo largo de su vida, especialmente con el montaje de uno de sus entremeses, el género que él más admiró del teatro cervantino.

En 2005, su ensayo Un nuevo mundo para don Quijote le mereció el primer premio en el concurso El Quijote en América, organizado en Bogotá por el Centro Cultural de la Universidad de Salamanca. Mientras Reyes era director de la Biblioteca Nacional, y con motivo de la celebración de los 400 años de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, contrató a dos actores que se pasearon por el centro de la ciudad encarnando al hidalgo y a su fiel escudero, con el objeto de promover la lectura en voz alta de la novela completa, sin interrupciones, día y noche.

Carlos José Reyes Posada nació en Bogotá, en 1941, y murió en la misma ciudad el pasado 15 de septiembre de 2024. Medellín en Escena se une a los homenajes que se han hecho en el país en honor a este gran hombre del teatro, a este caballero de nuestros escenarios.

Carlos José Reyes Posada (1941 – 2024)

DENTRO Y FUERA DE CARLOS JOSÉ REYES

Voy a empezar con algunos recuerdos privados. Comencé a estudiar Teatro en la Escuela de Bellas Artes de Cali, en 1969. Un año después, montamos la segunda obra de nuestro repertorio que se titulaba La fiesta de los muñecos. Los libretos los copiaba en esténcil una secretaria con dedos sobrenaturales, y pronto nos los entregó con el nombre de su autor: un tal Carlos José Reyes. Yo tenía once años. El montaje lo estrenamos en el Teatro Municipal y lo presentamos cientos de veces en escenarios del Valle del Cauca y de Bogotá. Un año después, pusimos en escena Dulcita y el burrito, donde también formé parte del repertorio. No sabía mucho sobre su autor, un adusto intelectual de luenga barba que vivía en Bogotá. Pasarían los años antes de conocerlo en una serie de conferencias en el Centro Administrativo Municipal de mi ciudad. Cuando eso pasó, yo pensé, sin exagerar, que Carlos José Reyes era el hombre más sabio del mundo.

Hablaba como si cantara, sin equivocarse ni un instante, sin respirar ni tomar agua. Se apoyaba con diapositivas que chisporroteaban en la penumbra, y yo, a mis catorce años mal cumplidos, sellé mi destino. Pero me equivoco: la mala memoria es así. Antes, en uno de mis viajes preadolescentes a Bogotá, fui invitado a un ensayo del Teatro El

Alacrán, donde actuaba un caleño amigo de nombre Fernando Villalobos. Al lado de Carlos José (yo no sé por qué no lo relacionaba ni con La fiesta de los muñecos ni con Dulcita y el burrito) vi un par de piezas cortas, escritas por él, de cuyos nombres no puedo acordarme. Busco en la compilación de sus obras publicada en 1992 por la Universidad de Antioquia, bajo el título Dentro y fuera. No las encuentro. Se perdieron en la efímera arbitrariedad del teatro.

Mi amistad con Carlos José comenzó en forma cuando instalé mis bártulos en Bogotá, a finales de 1980. Conversábamos por los caminos de los escenarios y fui testigo de buena parte de su montaje de la obra Caballito del diablo, en el Teatro Popular de Bogotá, gracias a que en su elenco se encontraba mi pizpireta enamorada, Rosario Jaramillo. Durante la primera edición del Festival Iberoamericano de Teatro, en 1988, Carlos José hacía de todo en la dirección de los Eventos Especiales y, aunque yo lo relacionaba con «el combo» de Santiago García y del Teatro La Candelaria, nunca dejé de verlo navegar en otras aguas que iban de la televisión al cine, de la literatura a la docencia, de la administración pública a la conversación frenética.

Vicky Hernández, una de mis profesoras de actuación en Cali, me contaba sus aventuras como actriz de Carlos José. Con sus testimonios, entre joco-

Por: Sandro Romero Rey

sos y solemnes, entendí que este hombre era, ante todo, un pensador de la escena: alguien que escribía sus montajes, ponía en práctica lo que sus desaforadas lecturas le dictaban, y anticipaba sus juiciosas actividades de la madurez.

Creo que, durante mucho tiempo, me sentía muy feliz cuando me encontraba con Carlos José Reyes porque sabía que tenía garantizada una bacanal de la inteligencia. Con él se descubría todo, se aprendía y se intercambiaba con un placer sin hora de despedida. Era travieso —a su manera—, se reía y jugueteaba con discreta elegancia. Un día, en una fiesta en casa de Fanny Mikey, nos sentamos juntos para ver una «jam session» de rancheras, en la que Amparo Grisales y María Eugenia Dávila se enfrentaron en duelo etílico. Entre los dos le hicimos barra a la delirante María Eugenia para que no se dejara vencer, ni por asomo, de la diva divina. Pero Carlos José era, por sobre todas las cosas, un hombre de letras. Un disciplinado lector y escritor que consiguió todo lo que se propuso, coronado como director, durante muchos años, de la Biblioteca Nacional de Colombia; y como miembro de la Academia Colombiana de Historia y de la Academia de la Lengua. Sabido es que estos territorios, para muchos artistas contestatarios, representan una suerte de traición a los principios de libertad y desorden en los que se debe inscribir un creador. Para Carlos José no era así: entendía muy bien que la creación se puede ejercer desde muchos territorios y que pertenecer a ciertas instituciones implicaba imponerse un rigor cada vez más necesario para poder sacar los proyectos que, en el caso de buena parte de los humanos, terminan perdidos en los terrenos de la amargura.

Atesoro, hasta donde he podido, sus publicaciones. Desde su colección Teatro para niños, hecha por Colcultura en 1972, hasta la edición no venal de Amor de chocolate, una de sus farsas infantiles; desde su estudio

del teatro colombiano del siglo XIX, hasta el imprescindible volumen titulado Materiales para una historia del teatro en Colombia, con el cual nos formamos toda una generación de apasionados; desde la publicación a raíz del Premio Vida y Obra que le otorgó la Alcaldía de Bogotá en 2008 (donde tuve el honor de dirigir la conversación con el homenajeado), hasta los tres inmensos tomos titulados Teatro y violencia en dos siglos de historia de Colombia, publicados por el Ministerio de Cultura.

En fin, mi biblioteca personal es también la biblioteca de Carlos José Reyes porque cada vez que iba a su casa, donde vivía con la amorosa e inteligente Clarita, me engolosinaba con sus quince mil volúmenes y salía de allí estimulado a gastarme mi salario de teatrero en las librerías de Bogotá.

A Carlos José lo vi actuar solo dos veces en mi vida, que yo recuerde. La primera, en la película El río de las tumbas, de Julio Luzardo, uno de los clásicos del siempre naciente cine colombiano. Desafío a cualquiera a que identifique a Carlos José. Allí también actuaba, entre muchos otros, Santiago García, haciendo de cura. Es muy fácil identificarlo porque tiene una escena memorable en la que improvisa un gag, pateando a una manada de perros en el umbral de una iglesia. Es inconfundible. Pero el personaje de Car-

los José no se parece a Carlos José: se asemeja a un actor de reparto representando el rol de Carlos José Reyes.

La segunda vez sí fue en un escenario. Corría el año de gracia de 2015, y la Factoría de L’Explose, un espacio creado por y para el coreógrafo Tino Fernández (ahora regido por Juliana Reyes, una de las dos hijas de Carlos José), lo invitó a representar un viejo número de improvisación que él mismo interpretaba en los años sesenta—setenta, llamado El Doctor Alemán. Se trataba de un personaje que llegaba al escenario con una maleta, e impostando un acento germano, invitaba al público a depositar distintos objetos en ella. Acto seguido, el Doctor Alemán comenzaba a improvisar una conferencia, para la cual se apoyaba en los objetos que habían dejado los espectadores.

Carlos José no se caracterizaba, precisamente, por su capacidad de síntesis. Todo en él era desmesurado, extenso, minucioso, apasionado. Así fue la representación de su Doctor Alemán: un soliloquio largo, muy largo, que el público recibió complacido, pues se trataba de una suerte de máquina del tiempo donde Carlos José, de 74 años muy bien cumplidos, recuperaba un número de su propia inspiración que, de repente, iba a quedar enterrado para siempre.

La última vez que fui a visitarlo lo hice porque quería que conversáramos sobre mi libro ¿Qué pasó con Seki Sano?, el cual, de alguna manera, había escrito para homenajearlo. Respiré profundo cuando me llenó de elogios y me hizo precisas evocaciones de la prehistoria del teatro moderno en Colombia y de su relación con mi tío Bernardo Romero Lozano.

Carlos José estaba con la tristeza en el cuerpo y en el alma, tras la muerte reciente de su compañera de vida. Estaba muy flaco y se le dificultaba escuchar; en un momento pensé que se iba a desmayar. Yo lo dejé hablar por varias horas, a sabiendas de que no faltaba mucho tiempo y de que su monólo-

go sería una lección definitiva para mis años finales.

Casualidades que no lo son: subiendo por una reserva natural, cerca de la nueva Guatavita, rumbo a la laguna, me enteré de que Carlos José había fallecido. Recibí la noticia y la acepté con resignación, pero sentí un garrotazo de la existencia. Pensé en sus hijos, especialmente en Pilar y en Juliana, con quienes me une el teatro, la literatura y el recuerdo imborrable de sus padres.

Apagué el celular, como lo recomendaba el guía, pero me quedé con la figura de mi amigo en la cabeza. Lloré en silencio, sin que nadie se diera cuenta, y alterné la emoción del paisaje con los recuerdos, que eran miles. A pesar de la distancia generacional —dieciocho años, para ser más exactos—, guardo en mi cabeza a Carlos José como un compañero de ruta. Ni él ni yo tuvimos conciencia de que el destino, ese dramaturgo sin techo, se había encargado de unirnos para siempre.

Un par de recuerdos finales: iba con frecuencia al apartamento de Carlos José porque juntos escribimos una historia del teatro colombiano para el número monográfico de la revista española ADE Teatro. Se llamó «El teatro colombiano: escenarios del conflicto». Terminó siendo una exhaustiva investigación de más de cien páginas, en la que contamos todo lo que más pudimos sobre la gesta de nuestras tablas.

En aquel tiempo, Carlos José le estaba dando los toques finales al tercer tomo de su ambicioso Teatro y violencia en dos siglos de historia de Colombia. No quería morirse. «Tengo todavía mucho por hacer», aseguraba y combinaba, con horarios de hierro, la lectura, la escritura y las noches reservadas para ver clásicos del cine en video.

Durante la pandemia hablábamos por teléfono. «No voy a salir ni a la puerta», me dijo. «Cualquier contacto podría ser fatal». Así que siguió encerrado, escribiendo. Pero la muerte lo atacó por la espalda y se llevó sin

permiso a su esposa, Clarita de Reyes. Eso precipitó su caída.

Estuve en la misa final de Carlos José, aunque había decidido no volver a funerales ni a escribir sobre los muertos recientes, porque no quería que la vida se me borrase ante las sombras de lo que no tiene remedio. Pero el asunto con él era a otro precio: no solo fue un maestro y un amigo, sino también el compañero de un destino. Y, como ya no puedo aplaudirlo, por lo menos que quede este tímido testimonio para mí, para los amigos comunes, para su familia. Una familia en la que nos colamos todos los que lo quisimos sin reserva.

Reyes interpreta al papa Urbano VIII en la obra Galileo Galilei, 1966.
Teatro y violencia en dos siglos de historia de Colombia (Tomo II) Bogotá, Ministerio de Cultura, 2014.

Me acuerdo de Carlos José

Me acuerdo de que siempre iba vestido de cachaco; nos era imposible pensarlo en ropa sport. Alguien apuntó en una ocasión: «Creo que Carlos José duerme con saco y corbata».

Me acuerdo de cuando vino a Medellín a dictar un taller de dramaturgia. Entró de improviso a una de las primeras funciones de O marinheiro en el Teatro Matacandelas, aquellas que nunca lograban reunir más de diez espectadores. «¿Quieren saber qué pienso de esta obra?», dijo. «Voy a hacer una llamada y quiero que estén presentes, y me oigan: “Hola, Fanny, acabo de ver una obra que tiene que estar en el Festival” (tres minutos más de conversación apologética. Click). Listo: están invitados al Festival Iberoamericano de Teatro».

Me acuerdo de que cierta vez compartimos mesa de jurados con Henry Díaz. Nos hizo un tour, siendo director, por la Biblioteca Nacional: para cada espacio una historia; después, invitación a almorzar. Absortos escuchándole, habíamos pasado tres horas ‘lelos’. Pensé: «¿Y a qué hora vamos a empezar a deliberar, pues? Tenemos regreso esta misma noche a Medellín», pero me dio vergüenza romper su emotivo discurso. Sottovoce, Henry brincó de su hechizo: «Con este poder de la palabra que tiene Carlos José, ya se me olvidó a qué vine a Bogotá». El hombre desplegó la lista de proyectos y, en un santiamén, nos dio una cátedra de experticia analítica.

Cristóbal Peláez González.

Me acuerdo de que, hace ya varias décadas, coincidimos en una mesa de conferencias en Cali. Cada uno tenía quince o veinte minutos para presentar su respectivo tema. A Carlos José le correspondió el primer turno. Él, con su torrente de palabras, información y datos, abarcó casi todo el tiempo de los demás expositores. Gracias a él, ese día aprendí a sintetizar una conferencia, en caso de ser necesario.

Me acuerdo de que la última vez que vi a Carlos José y conversé con él fue a finales de 2023, en la entrada de un teatro y, a pesar de que ya se le veía disminuido por la enfermedad, mantuvo sus modales de ‘cachaco’ bien educado. Siempre se ponía de pie para saludar a todas las personas que lo reconocían. Me le acerqué y le pedí que se mantuviera sentado, pues quería cederme su silla. Me conmovió mucho su gesto y le agradecí de corazón.

Marina Lamus.

Me acuerdo de que Carlos José era un lector obsesivo. Una vez, hace tiempo, cuando empezamos en La Candelaria, se cayó por caminar leyendo. Cuando lo levantamos, siguió con el libro en la mano. Se golpeó, pero no lo soltó.

Me acuerdo de que antes de fundar La Candelaria, en el año 66, yo estaba ayudando a Santiago con la bitácora de los ensayos de Galileo. Les entregué el resumen y Carlos José y Santiago se murieron de la risa porque yo, que no sabía nada de teatro, había escrito Brecht con «V». Los odié a los dos, pero me ofrecieron excusas y regresé.

Patricia Ariza.

Me acuerdo de una función de la obra Cuarto frío, en un festival en Medellín. Cuando bajé a desayunar al día siguiente, Carlos José, impecablemente vestido a esas horas de la mañana, me abordó con toda

su amabilidad: «Te estaba esperando para hacerte mis comentarios. Anoche nos pusiste a hablar de tu montaje, nos fuimos a conversar, y te quiero regalar una recomendación: una canción en ese momento tan fuerte te ayudaría a matizar el dolor del espectador. Recuerda que el teatro hace pensar pero, sobre todo, en tono di-versión». Salí del desayuno, me puse a trabajar en la canción y, en la función de esa noche, ya la teníamos incorporada al espectáculo. Su generosidad era a manos llenas.

Me acuerdo de cuando hicimos el proyecto de dramaturgia Cicatrizar con el maestro Carlos José, durante la pandemia. Nos reuníamos virtualmente y ahí descubrí su problema con la tecnología, su angustia por no entrar a tiempo a las reuniones, por perderse un milímetro de alguna lectura, por no activar el micrófono para ser escuchado. Para aliviar esta notoria preocupación de niño aplicado, aparecía su esposa, quien, en medio de su cómica pataleta de intelectual, le solucionaba cualquier complicación. Lo que el maestro no sabía era que los dramaturgos convocados escuchábamos y veíamos su inocente impaciencia por estar y participar.

Johan Velandia.

Me acuerdo de cuando venía a Teatrova a ver las obras, especialmente cuando vio El Dorado colonizado, su capacidad de crítica y análisis constructivo, siempre motivando a la creación e investigación teatrales. Hablábamos hasta una hora después de ver nuestras obras, y terminábamos conversando de historia del teatro otras dos o tres, sin parar.

Kadir Abdel Rahim.

Me acuerdo de Carlos José como el hombre pausado de pensamiento crítico, que sabía escuchar, analizar, y luego debatir, con el mayor nivel de respeto. y levedad. Recuerdo a Carlos José abrazar con la palabra.

Beatriz Monsalve.

Me acuerdo de cuando, en 1991, realizábamos el primer Festival Colombiano de Teatro Infantil —liderado por el Teatro Barra del Silencio y el Teatro Experimental La Mancha—, al que fue invitado Carlos José Reyes para dar un taller de dramaturgia en el Colombo Americano; un espacio muy importante para el Festival y para Medellín. El caso es que el maestro disertó ampliamente sobre el tema y nos cogió la tarde, pues debíamos salir a mediodía en punto. La cosa estaba muy amena y seguimos en el hall. Debíamos salir y, encarretados, nos fuimos en corrillo por las calles (parecía el flautista de Hamelin) hasta el restaurante donde continuamos mientras almorzábamos. Un hombre ilustre e inagotable.

Jaiver Jurado.

Fernando Vidal.

Una invitación a la Vida

La ciudad estaba cerrada, recogida, golpeada por las amenazas. Papeles anónimos decretaban un toque de queda forzoso. Entre tanto, los enormes farallones de concreto del metro fantasma se desplazaban por distintos puntos de la ciudad, cortando una de las esquinas del Parque de Berrío que ya no se parece en nada a las hermosas fotografías que de él hiciera Melitón Rodríguez.

Otra ciudad moderna y cosmopolita comienza a nacer en medio de los residuos industriales y la guerra que se ha sentido en los últimos años, a uno y otro lado de la ciudad. En medio de estos hondos desgarramientos, la vida misma genera su respuesta y busca protegerse con los medios que le resultan más propios. Me refiero a la realización de un evento de gran relevancia, que debe ser co-

nocido por el país entero: el primer Festival Colombiano de Teatro Infantil.

Porque también los niños estaban en sus casas y escuchaban con temor el estallido de las bombas; porque también casi niños comenzaban a participar en el ejercicio de la violencia, era necesario acudir al arte, a todo lo que tiene de juego y de fiesta, para decirles que su fantasía y curiosidad no son negaciones de la realidad, sino proyecciones de los seres humanos para transformarla, en busca de la felicidad.

Los grupos más importantes del país, venidos de sus principales ciudades, participaron en este encuentro. Grupos veteranos en el trabajo para niños, como la Libélula Dorada, Teatrova o Hilos Mágicos, de Bogotá, se presentaron junto a grupos de niños o ado-

lescentes de las escuelas populares de cultura y de ciudades como Barranquilla, Bucaramanga, Manizales, Ibagué y Cali.

Los propios grupos de Medellín han alcanzado un alto nivel de desarrollo en este aspecto, como es el caso de La Fanfarria o Matacandelas. Pese a las dificultades de todo orden, han abierto espacios, creado espectáculos válidos y realizado un aporte significativo al cambio de comportamiento de la ciudad.

Es conmovedor ver cómo una gran parte de los colectivos estables de Medellín que trabajan para niños y adultos, y que han asumido la honda y humana tarea de abrir otras alternativas para que la vida no pierda sentido, comienzan a ganar sus espacios con las uñas, metro a metro, adecuando solares de casas viejas y abriendo salas para cien o menos espectadores. Este trabajo representa una auténtica proeza.

Mientras las bombas han derribado edificios enteros con gran estruendo, los actores y titiriteros han levantado sus escenarios en silencio. Los pasos que han dado son seguros y significativos, y los resultados pueden comprobarse: La Fanfarria, con su Cuartito Azul, advierte sobre los peligros que rodean al niño, pero también descubre su gran capacidad de supervivencia.

Trabajando con público infantil e integrando la danza, la música, el teatro y las artes plásticas, la Escuela Popular de Arte ha conseguido un alto nivel de calidad en su fábula de carácter ecológico Vuelo de luna, creada y dirigida por Ana Eva Hincapié. Toda una dramaturgia juvenil ha comenzado a desarrollarse, como puede verse en el trabajo de Manicomio de Muñecos, cuya obra La Corujada se convirtió en una espléndida diversión para niños y adultos en la Casa de la Cultura de Sabaneta; y en La Morada, de Cali, dirigido por la veterana actriz Aída Fernandez, con la obra Luna Bruja, escrita por una de las integrantes del grupo.

Por Carlos José Reyes Crítico de Teatro.
Afiche Festival Colombiano de Teatro Infantil. Medellín, 1991.

CÉSAR ÁLVAREZ

El intercambio de experiencias, la relación entre los grupos llegados de los cuatro puntos cardinales del país, los talleres, encuentros y eventos especiales demostraron una organización impecable y una utilización óptima de los recursos otorgados por distintas entidades, haciendo que el Festival Colombiano de Teatro Infantil fuera posible.

Pero lo realmente importante es el significado que adquiere este evento al movilizar grupos y espectadores por los distintos lugares del Valle de Aburrá, antes encerrados en trincheras y aislados unos de otros. Los escenarios de Caldas, Sabaneta, Barbosa, Copacabana, Girardota, Bello, La Estrella e Itagüí se sumaron a los grandes espacios de Medellín, como el Teatro Metropolitano, el Teatro Pablo Tobón Uribe, el Colombo Americano, la Biblioteca Pública Piloto y otros recintos culturales y educativos.

Esta comunicación y el retorno a las plazas públicas de espectáculos como los presentados por Canchimalos, de Medellín, o Vaca Loca, de Bogotá, contribuyen no solo a distensionar el clima de violencia, sino también a sentar bases para otra clase de relaciones y proyectos de vida, en particular de los niños y jóvenes de la ciudad.

Ante la advertencia desgarrada y premonitoria del «No futuro» de Víctor Gaviria, aquí hay una importante semilla que es necesario defender en todo lo que vale. La Alcaldía de Medellín, la Consejería Presidencial para Medellín, y las distintas entidades culturales, oficiales y privadas deben recoger esta iniciativa y aportar los recursos y herramientas necesarias para su consolidación y proyección. Pueden estar seguros de que la ciudad, los jóvenes y los niños sabrán responder a esta invitación a la vida.

Nota publicada en el periódico El Tiempo, el 11 de agosto de 1991.

Agradecimientos: Liliana Palacio.

El pasado jueves 7 de noviembre, a los 73 años, se ocultó en Bogotá el artista titiritero César Álvarez. Dedicó casi toda su vida a la Libélula Dorada, agrupación en la que dejó un gran legado de obras icónicas como La rebelión de los títeres, Ese chivo es puro cuento, Los espíritus lúdicos, La peor señora del mundo y La increíble historia de la nariz del doctor Freud

La permanencia y la creación fueron parte de una labor incansable junto con su hermano Iván, que los llevó a constituir, en 1976, el espacio que hasta hoy habita la Libélula Dorada: el hogar de los títeres, donde la música, la danza y la plástica son acogidas con respeto y cariño, haciendo de este un gran centro cultural.

Por allí gravitamos muchos de los que hacemos títeres en Colombia, gracias a sus festivales, encuentros y temporadas. Muchos titiriteros se han formado bajo su rigor y disciplina, y han fundado nuevos grupos para el movimiento de muñecos en Bogotá y el país. La Libélula Dorada es, sin duda, la casa de todos.

César fue un hombre sencillo, con un agudo sentido del humor, que veía otras cosas en las cosas. Hablaba incansablemente de proyectos y de sus nuevas incursiones dramatúrgicas, porque en eso

sí que fue pionero con su hermano Iván. Al respecto, Samuel Vásquez, amigo entrañable de ambos, dice: «La Libélula Dorada introduce, sin duda alguna, una clara estructura dramatúrgica a sus obras; estructura ausente en el teatro de muñecos realizado antes de ellos en este país».

La maquinaria escénica que acompañaba sus creaciones era exuberante, colorida y de gran riqueza plástica: los barcos en El dulce encanto de la isla Acracia; las casas a prueba en Ese chivo es puro cuento; el despliegue lumínico en Los espíritus lúdicos, por mencionar algunos ejemplos. Allí, nuestro querido amigo César «Libélulo» combinaba el arte de la animación con lo artesanal, y de él brotaba una gran variedad de mecanismos y dispositivos para el manejo de los títeres.

Quisiera cerrar con el mensaje compartido en redes sociales por Cristóbal Peláez, que recoge mucho de ese espíritu lúdico que fue César: «Cada ocultamiento nos recuerda que nuestra existencia es el breve lapso entre una cuna y una tumba. Abur, querido demiurgo, gran César. Te sobrevivirá esa humanidad que creaste de espuma y cartón».

César Álvarez (1951 – 2024) e Iván Álvarez.

Las bibliotecas son máquinas del tiempo que, entre pasillos y anaqueles, guardan mundos anacrónicos; historias de otras épocas que reposan expectantes en las hojas de los libros que las cuidan, esperando a ser descubiertas por viajeros y viajeras entre los signos de tinta que impregnan el papel. Son también templos en los que es posible invocar la voz de vivos y muertos a través de las páginas que han escrito, y entablar conversación con ese autor que está presente en los párrafos que resuenan en la mente de quien los lee.

Una de esas historias que se encuentra en muchas bibliotecas y, por supuesto, en la Biblioteca Gilberto Martínez, de la Casa del Teatro de Medellín, es Antígona, la obra de Sófocles que nos llega desde el año 442 a. C.

Se recrean allí, enmarcadas en el origen dual de la tragedia griega —a saber, lo nacional y lo religioso—, tensiones que exploran la profundidad de la naturaleza humana en un contexto cívico.

Antígona defiende, por amor, el rito funerario de su hermano Polinices, el cual le ha sido negado por haber atentado contra su ciudad y contra su hermano Etéocles. Creonte, líder cívico de Tebas, condena al muerto al castigo eterno. En desobediencia al edicto de Creonte, pero obedeciendo la ley divina no escrita, Antígona resuelve consumar el entierro para garantizar que Polinices no quede errante en la tierra de los vivos.

Los ecos de Antígona resuenan en la Biblioteca Gilberto Martínez

Por

Daniela Castaño Molina y Eddy Lara Integrantes de Átropos

atroposclubdelectura@gmail.com @con_atropos

Con esta decisión se sentencia; es buscada y llevada ante Creonte, con quien se enfrenta en uno de los agones —debate retórico entre opuestos— más significativos del género trágico. Finalmente, y muy a pesar de su prometido Hemón —hijo de Creonte—, Antígona es condenada al terrible emparedamiento, una suerte de muerte en vida. Creonte, advertido por Tiresias de su yerro (hybris) y las consecuencias del mismo al condenar a la mujer, busca enmendar su decisión, pero es muy tarde. Dueña solo de su vida, su cuerpo y sus creencias, Antígona se libera suicidándose: se cuelga en el templo de su encierro con las propias telas de su vestido de novia. La tragedia terminará con dos muertes más: la de Hemón a propia espada, y la de Eurídice, esposa de Creonte y madre de Hemón, con su propio cuchillo. Desde las revelaciones de la esencia humana que yacen en Antígona y sus posibilidades interpretativas, otras historias han hecho eco de esta versión primigenia escrita hace 2500 años. Rondan así, por los pasillos de la Biblioteca por la que alguna vez anduvo rumiando su propia tragedia Gilberto Martínez, más de una decena de voces reverberantes de la inmanente mujer heroica. Es el caso, por ejemplo, del relato español de José María Pemán, quien en 1945 presentó una versión en la que se mantienen los personajes con sus rasgos y se conservan elementos de la estructura de la tragedia

original. En esta, el desarrollo de los acontecimientos es lineal y causal, con muchos usos de la metáfora, enfrentando la cuestión de la muerte y aludiendo a la naturaleza, manteniendo la tensión del entierro prohibido de Polinices.

Otro eco resuena desde Francia con Jean Cocteau, en el libro Teatro del mundo (1952). Su Antígona fue actuada por primera vez en 1922 y conserva los personajes y las tensiones de la versión clásica. Varía, eso sí, en la estructura divisoria, que carece de prólogo, párodo, estásimo, estrofa, antistrofa y éxodo —componentes de la tragedia griega—, y difiere, además, en aspectos propios de la escena, que contó con decorados de Picasso y vestuario de Chanel.

Otra versión, también moderna pero catalana, reposa en los estantes. Es la Antígona de Salvador Espriu, presente en la revista Primer Acto (1965). Espriu la escribió en 1939, pero fue censurada hasta 1952. El autor conserva personajes de la tragedia original, pero introduce algunos más, como Antimedusa y Euriganeia. En su versión, el mito clásico sabe a matices de la guerra civil española, sugiriendo una Antígona que no admite que haya vencedores ni vencidos después de un conflicto fratricida.

Con la Segunda Guerra Mundial, Bertolt Brecht evoca también la Antígona clásica. Su versión se encuentra en el Teatro completo de 1967, aunque fue escrita en 1947. La tra-

ma empieza con un par de hermanas que se resguardan de las bombas en un refugio y se sorprenden por la presencia inesperada de quien, al parecer, es su hermano llegado de la guerra.

La intertextualidad con el mito es evidente: las hermanas nos recuerdan a Antígona y a Ismene. El visitante es, en efecto, el hermano, que resulta ser un desertor de la guerra, y que es ajusticiado por un oficial alemán frente a las hermanas. Este episodio, a modo preludio, le sirve a Brecht para conectar las escenas siguientes de su Antígona, que serán ecos de la obra griega con matices del nazismo contextual, resaltados en el papel de un Creonte cruel y bélico.

La versión argentina de Griselda Gambaro también habita los rincones de la Biblioteca. Su Antígona furiosa, escrita en 1986 pero publicada en 1989 en Teatro 3, denuncia estructuralmente las violaciones a los derechos humanos en la dictadura argentina. Creonte aparece como una metáfora, una carcasa a la que entra el corifeo (jefe del coro) para hacerse con el poder. La autora introduce, además, el personaje épico de Antínoo y logra, desde un diálogo sarcástico entre este y el corifeo, vindicar los desmanes del dominio, que se adornan de cadáveres y crueldad.

Otra voz, la del peruano José Watanabe, también evoca la tragedia clásica. El autor escribe su versión libre en 1999 y retoma en esta la guerra tebana para hacer un guiño a la problemática de las fosas comunes, partiendo del fratricidio entre Polinices y Etéocles. La obra también muestra elementos de conexión con la cultura peruana, reivindicando la tierra como esa madre que acoge a los hermanos.

Quizá como una revelación metabibliográfica, la versión de Gilberto Martínez aparece en los estantes de su propia biblioteca. Aquí se ensaya Antígona o… el que pasa no es el espíritu de Dios fue escrita en 2004 y recopilada en el volumen Textos teatrales. Desde un apartado metadramático, Gilberto logra actualizar en su Antígona la tensión clásica de la mujer que defiende el entierro prohibido de su hermano, enmarcada en las realidades del conflicto armado colombiano complejizado por la violencia sexual. La dramaturgia está inspirada, además, en un acontecimiento real ocurrido en un pueblo colombiano, donde la protagonista es asesinada a patadas por haber contagiado con una enfermedad venérea al mercenario que la violó. La obra está impregnada de guiños contextuales que hacen reconocible la Colombia rural y la misma Casa del Teatro. Se cuentan más versiones en los estantes de esta biblioteca, abierta a la ciudad y al mundo, como Antígona y actriz, de Carlos Zatizábal; Sepelio en Tebas, de Seamus Heaney; Antígona en Nueva York, de Janusz Glowacki, entre otras que nos recuerdan la actualidad de una tragedia que narra los conflictos del ser humano, siempre vigentes en cada época, en tanto somos nosotros los que protagonizamos este drama con telón de fondo que es la misma vida.

Prevención y atención a las personas que viven y conviven con el VIH / Sida.

Encuentro priorizado con recursos del programa de Planeación del Desarrollo Local y Presupuesto Participat vo de Cultura

NOTAS EN ESCENA

FESTIVAL INTERNACIONAL DE TÍTERES LA FANFARRIA

¡Con gran alegría dimos por concluido el XXXIII Festival Internacional de Títeres La Fanfarria! Fueron 42 funciones en 24 escenarios de diez municipios antioqueños: Medellín, Copacabana, Bello, Envigado, Jardín, San Carlos, Jericó, Necoclí, Apartadó y Bucaramanga. Además, contamos con la asistencia de 4000 espectadores, aproximadamente.

Agradecemos eternamente a los doce grupos participantes: Loca Compañía, de Uruguay; Kika, de Argentina; Charlot, de Venezuela; Arriba las Hu! Manos, de Chile; Val Vuela, de Francia/Venezuela; y la Libélula Dorada, La Loca Compañía, Sol o Burbujas, Tironeta, Camaleón Urabá, Sol y Luna, y La Fanfarria, de Colombia.

Reafirmamos nuestra gratitud con el Ministerio de las Culturas, la Alcaldía de Medellín, Comfenalco Antioquia, Penélope, Comfama, la emisora de la Universidad Nacional, el Centro Comercial Puerta del Norte, Exciter, Jaula Abierta, el equipo de La Fanfarria y, por supuesto, el respetable público que nos acompañó e hizo que el gran esfuerzo que supone organizar este festival valiera la pena.

Trabajamos para las sensibles e inmensas minorías. El arte es la forma más elevada de esperanza.

UNA AVENTURA EN EL PESEBRE: EL VIAJE ENCANTADO

Una coproducción de Tele VID y el Teatro Oficina Central de los Sueños.

Único en su género, este evento despertará el espíritu navideño de grandes y chicos en Medellín. Cincuenta artistas en escena, danza, teatro, música en vivo y acrobacias se funden en el maravilloso y tradicional espectáculo Una aventura en el pesebre, que en su octava versión llega con una nueva y divertidísima historia en torno a la temporada decembrina: El viaje encantado

Al llegar a la juventud perdemos el encanto de soñar y de imaginar otros mundos. Esto le pasa a Susana: ha dejado de creer y su rebeldía la está desconectando de la maravillosa historia de la Navidad. Pero un ángel la llevará a vivir una apasionante aventura que quedará grabada por siempre en su corazón. Susana emprenderá un viaje lleno de sorpresas para llegar a contemplar el pesebre, rodeado de villancicos y personajes que cobran vida para disfrutar de la mágica

Nochebuena. Te invitamos a ser parte de esta hermosa obra de Navidad para toda la familia, que Tele VID y el Teatro Oficina Central de los Sueños han preparado para ti.

Jueves 5 y viernes 6 de diciembre: Hora: 6:30 p. m.

Sábado 7 de diciembre: Hora: 4:00 p. m.

Domingo 8 de diciembre: Hora; 3:00 p. m. y 6:00 p. m.

Boletería: Luneta: $70.000

Balcón: $55.000

Para más información sobre el evento y la boletería, ingresa a televid.tv, o comunícate al (604) 322 90 50, opción 1 y 4. También puedes escribir al WhatsApp 305 224 93 33.

Canchimalos recibe la navidad con arte, música y lúdica.

Del 27 de noviembre al 6 de diciembre se podrán disfrutar las novenas artísticas en la casa del juego, la lúdica y la creatividad Canchimalos. Este es un espacio que convoca a las familias, a los vecinos del barrio Santa Lucía y a la comunidad en general, para realizar la novena tradicional y, al finalizar, disfrutar de las presentaciones artísticas de los procesos pedagógicos de la Corporación y de agrupaciones amigas de la casa juguetona. En estas funciones participarán los grupos y elencos de la Escuela Artística Integral (EAI), que compartirán la muestra final de su proceso formativo con el público.

Hora: 7:00 p. m.

Dirección: Calle 47 DD # 88 - 24 (Santa Lucía).

Aporte voluntario.

Escuela de Cuentería y Oralidad de Medellín

La Escuela de Cuentería y Oralidad de Medellín, adscrita a la Corporación Cultural Vivapalabra, ofrece un pénsum que posibilita a educadores, cuenteros, bibliotecarios, abuelos cuenteros y, en general, a todas las personas interesadas, mejorar su forma de hablar en público y desarrollar las competencias que un artista requiere para contar historias. Este propone escenarios reales y actividades auténticas para proyectar el talento y las capacidades comunicativas identificadas y exploradas, lo cual permite un ejercicio pleno de la cuentería. Nuestra metodología invita a aprehender, de manera que los conocimientos pasen por el alma y no se queden solo en la mente. Así, cada estudiante podrá transmitir y aplicar los contenidos del pénsum en diferentes escenarios artísticos y momentos de la vida cotidiana, académica y laboral.

Se trata de un proceso sabatino de cinco niveles: los cuatro primeros son presenciales y el último es semipresencial. Con una orientación técnica, teórica y práctica, al final de cada ciclo los estudiantes presentarán sus trabajos y la puesta en escena de todo lo aprendido.

Este año, las clausuras de la Escuela se llevarán a cabo del 9 al 13 de diciembre, a las 7:30 p. m Durante estas, los estudiantes de segundo nivel representarán diferentes fuentes de la cuentería como novelas, mitos, leyendas y crónicas. Por su parte, los estudiantes de cuarto nivel explorarán diferentes formas de contar. ¿Quieres hacer parte de la Escuela de Cuentería y Oralidad de Medellín? Inscríbete en el primer nivel, que inicia el 2 de febrero de 2025.

Más información: corporacionculturalvivapalabra@gmail.com, Whatsapp: 3136150109

Web: https://vivapalabra.com/escuela/

Elemental Teatro • Casa Contenta renace en La Reserva Natural

Montevivo: Un nuevo espacio para la Cultura en Santa Elena

El telón no caerá para Elemental Teatro · Casa Contenta. Aunque el ciclo en nuestra sede actual está por cerrarse, hemos encontrado una oportunidad para seguir creciendo en un nuevo y prometedor espacio lleno de historias y tradición en Santa Elena.

Desde nuestra llegada a este corregimiento en 2019, hemos trabajado para enriquecer la vida cultural y artística de la comunidad, realizando más de 640 eventos y convocando a un público en constante crecimiento: dos logros que reflejan el impacto de nuestro trabajo. Este espacio ha sido un lugar de encuentro para el teatro, la danza y la música, además de los talleres y ferias que han tenido lugar en nuestra sede y nos han permitido ofrecer un refugio para el arte y la convivencia.

Sin embargo, la permanencia en nuestra ubicación actual ha llegado a su fin, ya que el propietario, quien siempre ha sido un gran aliado, nos solicitó la entrega del inmueble para diciembre. Este anuncio nos movilizó a buscar una solución viable para no perder nuestro espacio en Santa Elena.

Lejos de ser una derrota, esta transición representa una oportunidad única de revitalizar el proyecto. Creemos que cada crisis abre una puerta y esta mudanza a la Reserva Montevivo nos permitirá continuar nuestra misión en un entorno renovado, manteniendo vivos los procesos culturales.

Este nuevo hogar, conocido por toda la comunidad y al que ahora llamaremos Casa Contenta, promete ser un espacio de creación en el que el teatro siga construyéndose para la gente y desde la gente, asegurando el espacio del arte en el corazón del corregimiento.

Sabemos que esta transición requiere apoyo en muchos frentes. Las alianzas, donaciones y, sobre todo, el compromiso de quienes valoran el arte como motor de cambio serán esenciales para acondicionar nuestra nueva sede y convertirla en el punto de encuentro que soñamos. Acudimos, por tanto, al respaldo de instituciones, empresas y nuestro fiel público para que este nuevo hogar pueda florecer como un faro cultural en la región.

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