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o conocemos de la existencia de ninguna otra publicación sobre la memoria del barrio de San Juan en los últimos tiempos. Con el paso de los años, esta podría ser una de las causas de la pérdida de sus tradiciones, costumbres y mitos. Afortunadamente, un grupo de jóvenes que viven y estudian en el sector se planteó la necesidad de publicar una revista comunitaria que aborde todos estos temas para que la historia del barrio se conozca y no muera. A inicios de este año, se conformó un equipo de trabajo denominado “Club de Periodismo del Barrio San Juan”, que involucró a los colegios Mejía, Simón Bolívar y 10 de Agosto. Entre 15 y 20 adolescentes se sumaron a la propuesta de un grupo de estudiantes universitarios de comunicación, con el permiso de la Subsecretaria de Educación y el apoyo de los rectores y el área de Mediación Comunitaria del Centro de Arte Contemporáneo (CAC).
Con buenos resultados se realizaron talleres de capacitación sobre géneros periodísticos, métodos de escritura y otras herramientas comunicacionales y se conformaron equipos de investigación y redacción para la producción de artículos. Hoy presentamos con mucha alegría el segundo número de una revista, creada y publicada por el club juvenil en relación directa con la comunidad. La mayoría de los integrantes sigue formando parte del club, pero será necesaria la alternabilidad de algunos de sus miembros, pues varios asumen nuevas responsabilidades escolares. Para inicios del 2015 se proyecta una nueva fase de formación, investigación y producción, pues hemos visto el interés del grupo de dar continuidad a la revista; impulsaremos juntos tres números más de la revista para el año que viene. Esperamos entonces que el barrio, sus actores e historia encuentren en esta revista un espacio de auto-reconocimiento y re-creación para el bien de la comunidad.
Las dinámicas barriales de San Juan Puntos de encuentro de sus moradores
Texto y fotografía: Pamela Jara y Allison Fonseca
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arcelo Villacrés, morador del Barrio desde hace 30 años, indica los cambios ocurridos en algunos de los lugares que frecuentan los habitantes del sector, como resultado de la modernización. No hace mucho tiempo, se evidenció que el barrio ha visto deteriorado el aspecto físico de algunos de sus puntos de encuentro, mismos que no han tenido el debido mantenimiento ni por sus moradores ni por las entidades competentes. Comenta que no ha habido mayores cambios y que todo sigue casi igual; por ejemplo, que solo se dio un mantenimiento a las escalinatas. Señala que los puntos de encuentro de jóvenes y niños están en el parque, que es uno de los pocos espacios abiertos del sector. Al realizar encuestas con otros moradores, supimos que los lugares que se frecuentan más son el parque ubicado en las calles Carchi y Bombona, el estadio y las máquinas de gimnasia. Por otra parte, se ha aumentado el expendio de drogas y las riñas callejeras en el barrio. Pero no todo es malo. Los vecinos también señalaron la instalación de un restaurante que atrae a turistas nacionales y extranjeros obteniendo una vista de la ciudad histórica y de la famosa “Avenida de los Volcanes”. El Municipio intervino con la creación de un puente de 20 metros que conecta el parque de San Juan con la calle Esmeraldas, y en la parte posterior, se intervino en las escalinatas que conectan con la calle Río Cenepa. El barrio de San Juan es bello pero sus mejoras son el interés constante de los moradores. ¿Habrá cambios en camino? ¿Los moradores del sector verán reflejadas sus aspiraciones en el futuro cercano? Sólo el tiempo nos dará la respuesta.
www.mediacioncomunitaria.gob.ec •
Coordinación: Mauricio Montiel y Vanessa Herrera
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Acompañamiento: Mediación Comunitaria - Centro de Arte Contemporáneo
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Diseño y diagramación: José Manosalvas (Mediación Comunitaria Fundación Museos de la Ciudad)
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Colaboradores: Érika Vivanco y Marco Barros.
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Las dinámicas barriales de San Juan (texto y fotografía): Pamela Jara y Allison Fonseca
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La Reina Quesadilla (texto y fotografía): Pamela Simbaña
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San Juan y el deporte (texto y fotografía): Oscar Velázquez
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El lado tenebroso de San Juan (texto): Ezequiel Landázuri
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El ángel de los hornos (texto): Fernando Cepeda
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Contraportada (texto y fotografía): Miguel Cando
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n medio de una tarde calurosa y llena del ánimo propio de un viernes, subiendo por la calle Carchi, se encuentra un lugar lleno de anécdotas y pasiones; es allí donde se radica una gran mujer; es Teresa Quevedo , la presidenta del núcleo de “60 y Piquito” en San Juan. Cálida y risueña, evoca perfectamente el perfil de una sanjuaneña de cepa. Y aunque los años no han pasado en vano, su espíritu se mantiene intacto y como ella mismo asevera: “El diablo sabe más por viejo que por diablo”. Y sí que ese dicho es aplicable, el lugar está lleno de un aroma que desborda experiencia y sabiduría. Todos los abuelitos disfrutan de la compañía de sus amigos y nietos; de vez en cuando, reciben la visita de jóvenes que buscan historias que merecen ser contadas. Recordar es volver a vivir, y esto no lo digo yo, sino la luz que brota de los ojos de Teresa al hablar de su querido barrio de San Juan. Recuerda con nostalgia la calidez y la unión que por esos tiempos del siglo XX caracterizaban este sector: “Uno podía pedirle una tacita de azúcar a la vecina si no tenía para endulzar el café... Vaya como ha cambiado; ahora no sé quién vive al lado o al frente de mi casa; al menos para mí son unos completos extraños.” Sus manos se crispan y su voz se llena de dureza cuando por su mente se cruza la imagen de como todo ha cambiado en estos días, incluso la juventud. La idea de que el respeto se ha perdido la llena de tristeza y desazón: “Es que en nuestros tiempos los padres nos educaban de otra manera (…) Era muy común en San Juan ver cómo los padres corrían detrás de sus hijos para ‘ajustarles’ y que no cometan la misma falta otra vez.”
Recuerda como la “mama cuchara” y la ortiga mantenían a raya los ímpetus de la juventud sanjuaneña, pero como alguna vez ella también fue joven y se sintió inconforme con lo que sus padres dictaban, nos cuenta en tono de complicidad cómo se fugaba para jugar carnaval con su “pata” de amigos. “Más o menos éramos unos 15. Nos llevábamos desde pequeños e incluso me llevo hasta ahora con los que aún no han muerto” señala mientras nos mira con una sonrisa nostálgica. Sigue con su relato y nos confiesa que ese día entendió por qué San Juan es el mejor barrio de Quito; sin duda ese carnaval sería inolvidable para doña Teresita. De pronto de sus labios sale un recuerdo, tal vez el más hermoso de su vida; llena de una ilusión que aún perdura en su corazón, nos cuenta como se casó con su primer y único novio, a pesar de que siempre tuvo uno que otro pretendiente. “En esos días era común ver a los muchachos de La Tola y San Roque pelear por nosotras. Más de una vez observé los ‘puñetes’, pero obviamente ninguno de esos fue por mí”. Y agrega con coquetería mientras sonríe: “Sí que eran tiempos mejores, pero lastimosamente todo ha cambiado.” En efecto, ya no se observa muchachos realizando actividades sanas, vecinas conversando como hermanas ni mucho menos serenatas. Según ella, todo es causado por el mal uso de la libertad que tienen los jóvenes de hoy, la pérdida de valores y los cambios de esta sociedad. También afirma que en algo ha tenido que ver la manera errónea en la que la tecnología ha llegado hasta nuestro país. Para ella
ya todo ha perdido esa calidez y esencia tan propia del siglo anterior. También recuerda uno de los últimos actos que demostró la unión que tenía su querido San Juan: “Estábamos en el año 2000 y ese desgraciado del Jamil decretó el feriado bancario y posteriormente la dolarización. Así como todos aquí, yo tenía unos ahorritos que se perdieron y que hasta ahora no he podido recuperar. Por esa época, yo era dirigente barrial así que organizamos con unos amigos una marcha que bajó por Miraflores hasta El Ejido y siguió hasta Carondelet. Con bombas y toletes nos recibieron, pero al menos les metimos un poco de miedo.” Con la misma sensación agridulce, recuerda q u e e s e f u e uno de los últimos momentos del San Juan clásico antes de que la mayoría de sus vecinos deje el barrio para viajar al exterior o mudarse a otro barrio más “aniñado”. “Unos cuantos, sino la mayoría, se fueron; vino gente ajena que no era para nada parecida a la gente que se iba. El barrio no es el mismo en el que crecí; ahora hasta el clima es más raro. Pero a pesar del tiempo, la migración, la dolarización, la delincuencia y la opinión de mis nietos e hijos, me he mantenido aquí que es el lugar donde nací, crecí, me enamoré, luché, crié a mis guaguas y en el que seguramente moriré. Pero espero que todo esto siga su ciclo y vengan tiempos nuevos para San Juan; de a poco parece que la gente recapacita y que se acercan días mejores.” Y es así como Teresita Quevedo recuerda a su San Juan del alma que, atacado por el cruel paso del tiempo, aún sigue vivo en el corazón de esta alegre abuelita que nos recuerda la esencia perdida de este barrio quiteño.
La Reina Quesadilla, el dulce de San Juan
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Texto y fotografía: Pamela Simbaña
a tradición quiteña comienza en “Las quesadillas de San Juan”, un emblemático lugar del barrio cuyo principal objetivo es el rescate y la conservación de la gastronomía tradicional. ¿Quién no ha degustado las “Quesadillas de San Juan”? Muchos de los moradores del barrio y de la ciudad en general, aprecian el sabor de este tradicional bocadillo quiteño. Las quesadillas fueron el producto estrella con el que Juan Cobo León inicio en 1935 la producción de la panadería “Santa Rosa”. La panadería estaba ubicada en el sector de La Ronda pero, con el paso del tiempo, la esposa de Don Juan, Rosa Ayala Quintana, trasladó el negocio al barrio San Juan. Desde entonces, la panadería tomó el nombre del lugar en donde está ubicada –la calle Deifilio Torres N13-140, frente al antiguo Hospital Militar, hoy Centro de Arte Contemporáneo de Quito-, y fue adquiriendo más notoriedad. La panadería San Juan es reconocida por la elaboración de panes finos como el de yema, yuca o dulces tradicionales, dándole mayor énfasis a “la reina”, la tan apetecida quesadilla, que es un dulce a base de queso. Además, los clientes pueden degustar aplanchados, moncaibas, melvas, bizcochos de dulce y de sal, suspiros y otros dulces exclusivos del negocio que, de hecho, encantan a los paladares quiteños. Aparte del queso, que no contiene sal, las quesadillas están elaboradas con azúcar, yemas de huevo, harina y almidón de atchira, que es lo que le da su sabor característico. Estos ingredientes se mezclan y se colocan sobre una masa delgada de harina y huevos, que finalmente se lleva al horno. El ingrediente más importante es la energía que todos ponen para realizar un dulce tan maravilloso como este. Datos históricos indican que la quesadilla es un postre de origen árabe que se difundió en las Islas Canarias (España); al llegar al Ecuador, Don Juan adaptó los ingredientes a una nueva creación que, si bien es muy parecida a la original, la aventaja en calidad y sabor. Actualmente, la persona que se encarga del negocio es Manuela Cobo, nieta de Don Juan. Ella comparte con su hija Gabriela los secretos familiares y los procesos de la producción y administración de la panadería. Pese al tiempo, la tradición no se ha perdido, gracias al amor y al trabajo de sus herederos: la quesadilla sigue siendo parte de la gastronomía de la ciudad.
Texto y fotografía: Oscar Velázquez
1) Parque: Un lugar donde pasar un buen rato en un hermoso día o pasear con la familia el fin de semana. 2) El básquet: Un deporte divertido cuando se juega con los vecinos y amigos.
3) Ecuavóley: Los adultos disfrutan de este popular deporte nacional.
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4) Niños, niñas, jóvenes y adultos disfrutan del deporte más jugado: el fútbol.
Por: Ezequiel Landázuri
En un barrio histórico como San Juan siempre hay una leyenda que pasa de boca en boca y se transmite de generación en generación. Teresa Quevedo, quien forma parte del grupo “60 y Piquito”, nos contó una que nos puede helar la piel.
El Diablo de los hornos Hace muchos años, por las calles transitadas del barrio, un niño de corta edad huía de su hogar con moretones en todo el cuerpo y lágrimas en sus mejillas. Su rostro evidenciaba un dolor físico y otro más profundo. El padre, un hombre que no conocía de valores ni de respeto, era quien había cometido tal delito. Tras la huida del niño, el hombre salió, como era su costumbre, a beber hasta perder el sentido mientras el niño tiritaba de frío y dolor. El niño quiso entonces regresar a casa, pero el camino de vuelta era largo; el atajo más cercano pasaba junto a los hornos que existían en ese entonces en el barrio. La noche estaba en su punto más alto. Búhos con ojos grandes vigilaban al niño, sombras sin permiso lo acechaban y el miedo crecía en él. En un ataque de miedo, decidió esconderse cerca de uno de los hornos fríos, sucios y lúgubres. El niño se acercó al horno y, al mirar dentro de él, vio algo extraño entre las cenizas: un agujero del tamaño de su cabeza y, dentro de éste, un espectro de unos cincuenta centímetros de altura, que le extendió su mano encendida en fuego. El rostro del espectro, que parecía pedirle ayuda, se parecía al del mismo diablo. El extraño ser se dirigió al pequeño con una voz débil para concederle lo que pidiera, sin importar lo que fuera, a cambio de su ayuda.
Cualquiera de nosotros, en su lugar, habría pedido librarse del padre para disfrutar de una vida tranquila, pero la inocencia del niño, o tal vez su amor hacia su padre, impidió que pidiera algo así. Mirando a los ojos del pequeño demonio, el niño sonrió creyendo que tenía todo bajo control. ¡Qué iluso fue al creer que el demonio le dejaría ganar...! El niño preguntó entonces qué debía darle a cambio de su deseo. El espectro, como el genio de lámpara, le pidió solo una cosa: su libertad. El niño aceptó el trato creyendo que tenía las de ganar… Seguro de que su plan no podía fallar, el niño pidió que su padre cambiara y que su familia dejara de ser pobre. El demonio aceptó y cumplió lo prometido. Así, cuando el niño llegó a su hogar, vio a su padre rejuvenecido y con una sonrisa en la cara. Las noticias eran muy buenas: había conseguido trabajo a pesar de no tener estudios. La madre del niño, por su parte, se volvió más fuerte y no permitió más abusos. La familia dejó el barrio con un amargo sabor en la boca, San Juan sería ya sólo un mal recuerdo para ellos. Los años pasaron y el niño se convirtió en un hombre que había olvidado su trato de aquel extraño día. Una noche en la que quería recordar viejos tiempos caminó hacia su lugar de origen, recorrió las calles que jamás olvidó y a la gente que nunca dejó de extrañar; mientras más subía a la loma de
San Juan, el ambiente se volvía más pesado, el horizonte se cubría de neblina y el cielo perdía todas sus estrellas. De un momento a otro, sintió una presencia detrás de él: no sabía qué era y no la podía ver. Mientras sentía una fuerte presión en el pecho, recordaba momentos ya olvidados de su niñez hasta que, finalmente y sin ninguna explicación, se encontró frente a un horno viejo y cubierto de polvo. Se dio cuenta de que era tiempo de saldar su deuda, pero la idea de volver a ver a aquel espectro le quitaba el aliento.
El ángel de los hornos de San Juan
Tomó fuerzas y se acercó al horno. El agujero negro reaparecía lentamente y el espectro agazapado entre las cenizas mostraba sus dientes afilados. Ya no tenía una apariencia amable y necesitada como la primera vez, ahora, la rabia brillaba en su rostro y escupía fuego que emanaba gritos de sufrimiento. El joven palideció y lágrimas de miedo corrieron por su rostro. Una risa enloquecedora salía de la boca del demonio que se encontraba ebrio de locura y saboreaba el miedo del joven, contando cada gota de sudor que lentamente recorría la frente de su víctima. De repente, el horno se cubrió de oscuridad y desapareció tras la neblina que cubría el horizonte. Los intentos del joven por salvarse eran inútiles, la vida se le escapaba del corazón, su aliento se volvía fuego, sus ojos eran rocas sin vida, sus labios tenían el sabor de la muerte y de su cuerpo emanaba lava ardiente; estaba siendo absorbido por el infierno. Sus quejidos eran inaudibles para los seres humanos, el joven intentaba en vano salir de ese horno y escapar de la cárcel de fuego en la que viviría esperando que alguien tome su lugar Actualmente, los hornos han desaparecido pero aún hoy, si te acercas a la quebrada que limita San Juan, podrás escuchar gemidos que se pierden entre las tinieblas… Un alma en pena aún espera cambiar de lugar con alguien que acepte un buen trato…
Por: Fernando Cepeda
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n San Juan vivía un anciano solitario llamado Carlos, sus ojos eran opacos y su sonrisa fría. Él sabía que su tiempo se estaba acabando y estiraba los segundos para que se hicieran más largos. Carlos nunca había amado a nadie y temía morir solo, sin nadie a su lado. A pesar de que el tiempo lo convirtió en un gran sabio, él ofrecía todos sus conocimientos a cambio de un beso. Una noche suplicó tan fuerte al infinito que sus gritos se escucharon en cada esquina del cielo y del infierno. El coro celestial se reunió para hablar sobre aquel anciano; ángeles de todas clases llegaban con alas blancas y enormes y se formaban uno al lado de otro; al escuchar las súplicas decidieron conceder sus favores a aquel hombre. Nadie en la tierra amaba a aquel viejo solitario y extraño, así que el cielo enviaría un ángel a acompañarlo en sus sueños; cada vez que Carlos cerrara los ojos para dormir, el ángel más hermoso bajaría a su lado. El primer sueño del anciano duraría un día completo, el segundo la mitad y el tercero sería el último y duraría tan solo una hora. Después de esos tres días, Carlos moriría al dormir; sería la forma justa de pagar por morir en los brazos de un ángel. La idea de bajar del firmamento y posarse en el sueño de un hombre entusiasmó a todos los ángeles en el cielo. Finalmente el coro eligió a uno que se hacía llamar Mercedes y lo envió a la tierra. Eran las ocho de la noche y el anciano cayó profundamente dormido. Mercedes bajó del cielo y entró a lo más profundo del sueño del hombre. Los ojos del ángel eran verdes y sus labios rojos; la belleza de su cuerpo es difícil describirla con palabras. Mercedes tenía prohibido enamorarse del anciano ya que ella no era un ser de este mundo pero la inocencia y el cariño de Carlos la cegaron; sin darse cuenta, se había enamorado locamente de él. Cada aventura que tuvieron en su sueño la enamoraba
más, a tal punto que ella no quería despertar; la hora llegaba y finalmente el sueño terminó con un beso que ella nunca había imaginado dar ni él recibir. Durante el día siguiente, desde lo alto ella despejaba las nubes para que el rostro de él se alumbrara y pudiera verlo detenidamente para imaginar otro beso. Carlos, en cambio, apenas cayó la noche ya no estaba en pie; se había acostado hace horas esperando dormirse y poder ver a Mercedes. Cuando llegó la hora de su segundo encuentro, ambos sellaron su amor con más caricias y besos; sus espíritus eran diferentes pero encajaban perfectamente. Luego de despedirse, Mercedes observaba a Carlos desde una nube esponjosa sabiendo que la próxima noche sería la tercera y última y que después jamás lo volvería a ver. Sus lágrimas caían como una tormenta sobre San Juan. El anciano sabía que algo pasaba; su ángel sufría y él lo sentía en el corazón. El ángel bajó del cielo con sus alas abiertas, planeando sobre las nubes en busca de su soñador que, en ese momento, estaba escribiendo una carta. Carlos percibió la llegada de Mercedes, vio sus alas y soltó una lágrima. Sus ojos brillaban y creía haber enloquecido, pero no, sólo era amor; dejó en las manos del ángel su carta que decía: “La luna sale a caminar siguiendo tus pupilas. La noche brilla sin igual después de que tú la miras. Gracias a por no dejarme entre los despojos. No sueltes ni una lágrima más, que entre sueños estaremos juntos”. Carlos tenía el alma destrozada, había conocido el amor pero lo iba a perder junto con su vida. Al igual que antes, sus quejidos se escuchaban por todas partes pero, esta vez, el infierno fue el que le puso atención. El horno de ladrillo de San Juan se abrió lentamente como una puerta enmohecida por el tiempo y una sombra salió rápidamente del lugar como si tuviera una cita impostergable. El demonio apareció y miró a Carlos con una sonrisa siniestra. Lucifer le dio una palmada en el hombro y le ofreció un trato: hacerle dormir eternamente a cambio de que dejara que
Mercedes fuera a los hornos, a la entrada del infierno, tan sólo para verla de cerca. El anciano, ingenuamente, aceptó; el amor mancha y él estaba cubierto de lodo. El último sueño estaba muy cerca y él y Mercedes no se volverían a ver; ambos habían roto muchas reglas y los ángeles del coro no permitirían que Mercedes viese a Carlos después de morir, ni en el cielo ni tampoco en el infierno. Los ángeles pedían a Mercedes que dejara de llorar y que aprovechara los últimos momentos junto a Carlos, pero ella sólo quería llorar y verlo por última vez para despedirse en silencio. Era la hora y el pobre hombre había caído en su último sueño de amor. Al ver a Mercedes, le habló del trato que hizo con el diablo y ella aceptó el sacrificio sin importar las consecuencias. El horno se abrió de nuevo y el diablo apareció con un traje impecable, con los cuernos brillantes y una cola acicalada. Lucifer tomó la mano de Mercedes y la metió dentro del horno. Pasaban los minutos y nada sucedía. Carlos gritaba el nombre de su ángel sin que nadie respondiera; de repente, Lucifer apareció con malas noticias: Mercedes no regresaría al cielo y tampoco a sus sueños. El demonio se había quedado sorprendido por la belleza del espíritu celeste y no pensaba dejarlo marchar. El ángel había roto las reglas del cielo al entrar al infierno y ahora nuevas normas regían su existencia. Como un trato con el diablo jamás se rompe, éste no permitió que el anciano despertara, encerrándolo en un sueño eterno, tal como lo había prometido. Sin embargo, el diablo actuó con benevolencia al colocar un despertador en el corazón del hombre que sonaría cada 100 años, sin atraso ni falla; al mismo tiempo, las puertas del infierno se abrirían para el recuentro entre el soñador y el ángel. Desde ahora, cada vez que Carlos y Mercedes se reencuentran, la puerta del infierno se abre y el cielo se despeja. Las almas que una vez estuvieron unidas en la tierra vuelven a reunirse; ángeles y demonios celebran en San Juan la única noche en la que no existe ni el bien ni el mal.
Nos gustaría conocer sus propuestas, sugerencias y comentarios Por favor, recorte esta página y entréguela en la entrada principal del Centro de Arte Contemporáneo (Montevideo y Luis Dávila, antiguo Hospital Militar).
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xisten muchos bares en San Juan pero ninguno como “El Fortín”, un lugar histórico que todo vecino reconoce y de cuya viva historia refiere. A través del tiempo, ha pasado por varias administraciones y cambios, algunos necesarios y otros no. “Dos por shunsho” o “dos por guapo” son los gritos más conocidos pues en el Fortín todos somos amigos: los viejos y los nuevos vecinos nos llevamos como una familia y, a corazón abierto, podríamos asegurar que lo somos. En las tardes “El Fortín” es un comedor pero en las noches sufre un cambio drástico para transformarse en un bar donde “pasarla en grande” entre amigos. El bar está ubicado en la calle García Moreno, frente al Parque Matovelle. Miguel Cando
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¿Qué temas le gustaría que se aborden en esta revista?
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¿Usted tiene alguna historia sobre el barrio de San Juan que le gustaría contar?
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¿De qué manera el Centro de Arte Contemporáneo podría relacionarse con la comunidad?
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¿Algún proyecto de su comunidad podría desarrollarse en el Centro de Arte Contemporáneo?