Reflexiones sobre estudiante mediocre

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REFLEXIONES SOBRE EL ESTUDIANTE MEDIOCRE

Jaime Carvajal Isla Médico general de zona Hospital de Achao Presidente de la sociedad chlena de salud rural Docente Antropología médica Universidad San Sebastián

Estar en el mundo, implica vivir bajo la influencia de la polaridad que abarca toda manifestación. Por el sólo hecho de estar vivos, tenemos la certeza de que moriremos, pero paradojalmente, los caminos que unen nuestro nacimiento con el final, son infinitos e inciertos. Esta paradoja resulta exasperante ya que carecemos de herramientas cognitivas que nos permitan comprender la paradoja, lo contradictorio existente en nosotros mismos. Surgen entonces, la fe , la esperanza, la intuición; el autodespojo cansado de nuestra intelectualidad en búsqueda de la paz y el reposo. No obstante lo anterior, el ser humano sabe que detrás de cada uno de esos múltiples caminos que conducen ineludiblemente a su muerte segura, se oculta la posibilidad de trascendencia, que en algunos se transforma en un deseo cristalizado en un ideal capaz de motivar los actos en pos de sí. La trascendencia surge como la única manera de soslayar aquel nefasto destino, que si bien es cierto se logra por medio de los actos trascendentes, o sea, aquellos actos que sobreviven a nuestra muerte en la conciencia del colectivo, el origen verdadero de aquellos son ciertos atributos humanos que lo permiten. Este origen del trascender, no es otra cosa que “ ser en el mundo”, conciencia y voluntad en el mundo. Porque la verdadera vida es la del lúcido conciente de si mismo y del entorno, cuyos actos emanan de su voluntad. En otras palabras, frente a la ineludible muerte, con sus inciertos caminos, no hay otra alternativa que “ser” o ser devorado por la incertidumbre, cuyo pesado manto de oscuridad tiene como consecuencia la locura, el suicidio de aquellos en que la


autoconciencia plantea un terrible sinsentido o lo que es más frecuente, adormecerse en los estándares de la mayoría, eterno circulo de estereotipias en que el ser vacío, ya muerto interiormente, el que no es, encuentra un soporte que materializa su absurda existencia sin propósito profundo, aquel propósito que se esconde como un tesoro en la conciencia de un individuo. Es esto la raíz de la mediocridad: el no ser, la inconsciencia y el acto automático, sin propósito vital. Hablemos un poco del estudiante universitario, exordio que nos permitirá comprender lo especialmente nefasto que es verificar la mediocridad en él. Por definición, el estudiante es un buscador ávido de aquellos conocimientos y destrezas necesarias en la aprehensión de una profesión. En otras palabras, sus actos académicos conducen a la transformación del neófito, en un experto de un área determinada del conocimiento, de tal manera que se constituye en un referente válido en la resolución de los problemas atingentes a su saber, que se presentan en el seno de la sociedad en la cual se desenvuelve. No obstante esto, el estudiante es ante todo un buscador de la verdad, un contribuyente de una fracción de luz que mitigue la terrible oscuridad en que la humanidad se encuentra sumida. Se alaban en el estudiante, todo tipo de cualidades intelectuales, capacidades de memorización y procesamiento de información, las que van en directa relación a sus calificaciones, ya que las universidades se han especializado en ese tipo de mediciones, cuantificadas en aquellas formas de preguntar que se traducen en un puntaje numérico. El alumno es juzgado por un promedio de notas que supuestamente mide sus experticias en las distintas materias a las cuales fue sometido su intelecto. Esta forma de evaluación de las competencias y progreso estudiantil está lejos de ser adecuado por cuanto no dan cuenta de ciertas características que son esenciales en el dominio de distintas disciplinas profesionales. En efecto, las pruebas de selección múltiple no miden vocación, sentido ético, astucia, prudencia, intuición y mucho menos criterio. Si abunda la medición de conocimientos siempre cambiantes que en los estudiantes, a veces tienen una dudosa vida media. Estudiantes que habrían sido estupendos profesionales son


filtrados por coladores inadecuados, mientras seres de intelecto hipertrófico, pero de escasas cualidades humanas, son investidos con un titulo profesional para poder desplegar toda su patanería. En la actualidad esto se ha hecho más patente, ya que el aprendizaje tutorial, única instancia de ponderar lo cualitativo del estudiante, ha ido cediendo terreno a formas de autoaprendizaje, con evaluaciones estandarizadas, no personalizadas. Por otro lado, las universidades se han transformado en una prolongación de la escuela secundaria. Los alumnos son verdaderos receptáculos de un monólogo obligado por medidas coercitivas, en que el debate y los espacios para disentir, están prácticamente ausentes, y cuando los hay, son tímidos y de un pobre nivel de estructuración. Por último, existe un fenómeno más macro que ha incidido en las características del mundo universitario actual: me refiero a la penetración del modelo de libre mercado. No ser profesional en estos tiempos, viene a ser lo mismo que estar condenado. Por otro lado, la educación al ser pagada con creces, hace del alumno un sobreviviente, que debe sortear los obstáculos a toda costa con la finalidad de salvar una inversión, que en muchos casos es penosa. Pero volvamos al tema que nos concita, hacer un intento de caracterización de lo que es un estudiante universitario mediocre. A la luz de lo expuesto, quisiera hacer una definición sencilla de lo que debiese ser un estudiante universitario: Persona que ha ingresado a un programa de estudio superior, producto de una elección madura y libre, conciente de si mismo, del medio en que ejercerá su profesión, de sus capacidades y proyecciones, cuyos actos estudiantiles emanan de su conciencia con capacidad de crítica y voluntad conectada con esta finalidad vital, profundamente enraizada con su vocación y sentido ético, que aspiran a alcanzar la excelencia profesional, lo cual no es posible desvincular de la realidad social en la cual esta inmerso el estudiante. Por lo tanto, esta dispuesto a asumir con esfuerzo y sacrificio todas las dificultades emanadas del proceso, siendo lo evidente en sus actos la veracidad y la consecuencia. Dicho de otro modo el estudiante debe ser, en sus estudios. El profesional debe ser en su profesión. Esto es muy importante, ya


que la definición anterior, implica una serie de atributos humanos. Solo se es humano cuando se es. El estudiante mediocre entonces es el que no es en sus estudios, por lo tanto no tiene relación alguna con la aparente merma del intelecto, aquella cualidad que las universidades se obsesionan tanto en medir. El estudiante mediocre es inconciente de si mismo, de su rol y potencialidades, sus actos son involuntarios, erráticos y automáticos, no obedecen a una causa superior, son producto de alguna pasividad a la cual el estudiante está sometido. No hay vocación, no existe amor por lo que se está haciendo, solo un aferrarse inflexible a las normativas para cumplir con una obligación penosa o para satisfacer un sueño ajeno. El estudiante mediocre es un muerto, sin capacidad de crítica, voluntad ni sentido social, un autómata biológico en aquellos momentos en que se somete al estudio, se aferra a las rutinas universitarias y a las formas estandarizadas de evaluación ,en la cual hay que sobrevivir a cualquier precio. Toda forma de esfuerzo y sacrificio es eludida en cuanto sea posible, cuando esto no se logra, acarrea sentimientos de odiosidad y sufrimiento. Cuando son sometidos a pruebas personalizadas que requieren la creatividad del que ama lo que hace, fracasan miserablemente. Sus actos destilan un dejo de falsedad e inconsecuencia. No existe noción de las implicancias de ser mediocre. Las universidades nutren y nutren de profesionales mediocres a nuestra sociedad, porque no tienen conciencia, definición ni metodología para los estudiantes mediocres, que gracias a su intelecto sortean las vallas estereotipadas de las escuelas profesionales, siendo muchos de ellos incluso considerados aventajados y premiados por tan buenas calificaciones. No obstante lo anterior, están condenados a morir, ya que sin conciencia y voluntad, no es posible trascender, que en lo profesional, significa alcanzar la excelencia, pináculo al cual han accedido aquellos que no necesariamente fueron los de mejores calificaciones en la universidad.


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