(sic) fanzine 8: Medicación

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Editorial:

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Medicación.-­‐ Conjunto de medicamentos y medios cura<vos que <enden a un mismo fin.

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Drogas para sobrevivir, para depender, para excederse. Para no aburrirse. Son algunos de los temas del octavo (sic) fanzine . Agradecemos a los colaboradores que hicieron posible esta edición, que es nuestra primera publicación de 2014.

Edición: Melissa Amezcua Diseño: M. Arízaga Portada: Héctor Morejón

! facebook.com/sicfanzine !

Relación de ilustraciones: + Parco María Querubines Técnica: ilustración digital hXp://mariaquerubines.tumblr.com/

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Contraportada: + Calvario y Alimento del Cuerpo Enfermo Samuel “Klosx” Juárez Técnica: ilustración digital klosx.elwebcomic.com,

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Portada : + Sin _tulo + Héctor Morejón Técnica: mixta y collage digital hXps://www.behance.net/hectormorejon

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! Estocolmo, el opio de las masas, de amor, dolor, y otras adicciones. ! Irving Javier Guzmán Sánchez !

A veces creo que las drogas más duras, las que explotan más rápido, o las que te ponen más al <ro, no son aquellas que se fuman, inhalen, o inyecten; son drogas más complejas elaboradas a base de genes, cromosomas, y otras cosas que ya no recuerdo.

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A pesar de que yo soy uno más de esos estupefacientes altamente nocivos, pero también benignos para la salud, si aún no sabes de qué hablo, cierra los ojos y recuerda a tu primer amor, o al úl<mo, no lo sé, pero seguramente alguna vez le dijiste: ¡No puedo vivir sin <!, lo tomaste por el cuello con tus brazos y te diste una alta dosis de besos, abrazos, coitos, caricias y buenos momentos con él o ella.

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Que los días que no lo veías, te sen_as morir, te hacía falta su compañía, ese coctel de besos franceses a manos llenas cada seis, ocho o doce horas. En ayunas, antes y después de cada comida, esas intravenosas de orgasmos en pieles desnudas, o esos jarabes de poesía barata, hos<les de sintaxis elaborados por adolescentes de mente, enamorados que no dejan de caer en clichés, ese contacto piel a piel, sudores fríos en manos <bias.

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No salías de tu habitación, no peinabas tu cabello, ni escogías tus mejores prendas, estabas histérico de la tristeza, nervioso; necesitabas tu medicina, ingerir esa cuota de llamadas telefónicas, donde el tema principal, es esa guerra, la única que todos queremos perder, (que ironía), <tulada, “Yo te amo más“.

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Tal vez, esto te resulte ambiguo y crees hablo de amor, pero así no son las cosas, la droga de la que te estoy hablando, la droga más dura, la que mata, o cura, pero de la que no dejas de ser un adicto más, somos, tú, yo, y el resto del mundo, sí, estoy hablando de los humanos, esas personas capaces de sanar heridas, de reparar corazones insanos sin cirugía, sin necesidad de nosocomios, todos y cada uno, somos esa medicina que no está al alcance de cualquiera, sólo de uno, somos esa tacha que no se comparte y se disuelve GRATIS


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solamente en una lengua, somos esa coca que se cuela en una fosa nasal, o ese cuadro de LSD que surte efecto sólo en un ojo.

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Somos esa medicina que cura exclusivamente a una persona, somos esa medicina que <ene los elementos necesarios para eliminar los males de otra, que a su vez, también es nuestra droga, nuestra cura, nuestra medicina.

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El cristo de los comprimidos Iván Ramírez López

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Hay una pas<lla para todo, para el dolor de cabeza, para la presión, para la diarrea, para la calentura, para el insomnio, para la depresión, para la gripa, para bajar de peso, para los cólicos, para la disfunción eréc<l, la del día después, para el acné, para el crecimiento del cabello; para las hemorroides, an<concep<vas, para viajar, para sonreír, para volar. Hay una farmacia en cada esquina, la capilla del hombre postmoderno para venerar al cristo de los comprimidos; mientras, afuera, un hombre muere dentro de una botarga que baila al ritmo de reguetón. Usureros de batas blancas prescriben la felicidad en píldoras mul<colores. Como buenos apóstoles de la tecnocracia, llevan la sagrada palabra de los laboratorios químicos de casa en casa, de cuerpo en cuerpo, cavando agujeros en los bolsillos del doliente. Son fáciles de reconocer, llevan el DSM IV bajo el brazo y rezan en un lenguaje especializado que nadie logra comprender. Cuando el mundo te pesa más de la cuenta, basta con salir al parque de enfrente, a la primaria o a cualquier si<o donde haya niños –ellos siempre son garan_a– para conseguir cápsulas cocinadas en casas abandonadas que hagan tu vida más liviana. O bien puedes coger el teléfono y esperar a que un <po en moto te lleve aquellos pececillos de colores.

Héctor Morejón

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En cada sala tendría que haber un rico coctel de pas<llas, reposando sobre el ancho platón de la mesita central. Qué lindo detalle sería ofrecerle a tus visitas la felicidad comprimida en una cápsula. Sus<tuir las largas psicoterapias por una visita semanal a tu farmacéu<co de confianza. Mandar al diablo al médico de cabecera y a la influenza para llenarse los bolsillos a mano suelta de remedios para esta perra vida. Benditas os<as diseñadas, más de una orgía en los sucios baños de los antros se ha iniciado gracias a ellas, y más de un <erno vientre juvenil se ha salvado de expandirse, rezan por ellas en las can<nas bohemias y un viejo semental vuelve a eyacular en las nalgas arrugadas de su mujer. Detrás de cada espejo en los lavabos, un puñado de frascos con pas<llas espera a que el segundero marque la hora de su consumo, siempre es más seguro tener uno a la mano cuando todos los días comienzan a parecerse demasiado, son más baratos y queda menos que limpiar que con un revolver.

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+ Parco María Querubines

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Dengue

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! Alfonso Mar_nez !

doctores no podían creer que siguiera con vida, incluso parecía que aguardaban su muerte. –De mañana no pasa– –Este está aguantando mucho–, escuchó decir de los hombres de blanco.

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Abrió los ojos, incluso aquello le dolía. Observó lentamente a su alrededor. Contándolo a él solo quedaban tres pacientes en la habitación, pero eso ya no le importaba, su rostro no dio muestras de conmoción hasta que su mirada se detuvo, justo en la mesita al lado de su camilla. Los hombres de blanco habían olvidado la vieja libreta roja. Su brazo se extendió con len<tud en dirección al gastado cuadernillo.

Su malestar era a causado por un dengue hemorrágico, así que fue trasladado inmediatamente a una clínica especializada. La habitación era grande. Había doce camillas numeradas, seis de cada lado, once de ellas ocupadas por personas poseedoras del mismo virus. Pronto memorizó la ru<na en torno suyo. Cada cuatro horas una enfermera iba para obtener muestras de sangre y monitorear la can<dad de plaquetas. Cada seis horas cambiaban el suero suministrado vía intravenosa por analgésicos y sin un horario fijo, un grupo de doctores entraban en la habitación para revisar a todos los enfermos y hacer anotaciones en una vieja libreta de color rojo.

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Escuchó una conversación de los médicos, supo que 250 mil plaquetas es una can<dad normal para una persona, las suyas estaban bajando considerablemente.

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Pasaron dos días, sus plaquetas disminuían gradualmente. Ya no tenía fuerzas, pero si una fiebre constante, acompañada de sudoración y un dolor de cabeza interminable. Ya no mostraba interés en lo ocurría a su alrededor, sin embargo las tres camillas vacías no pasaron desapercibidas. El silencio se había vuelto pesado, espeso, apretaba las gargantas de los nueve restantes, los acercaba a la muerte lentamente como si estuvieran en una línea de ensamble. Era mejor permanecer en silencio, en la espesura, no había razón para socializar con alguien que quizá estaría muerto al día siguiente.

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Los doctores entraron, su estomago se encogió, nunca traían buenas no<cias y esa ocasión no fue dis<nto. Aquel día supo que 70 mil plaquetas era sinónimo de gravedad, de un descenso sin frenos hasta el otro mundo. Él se estaba acercando a esa cifra. Aquella noche no concilió el sueño, aquella noche murió frente a sus ojos el paciente de al lado.

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Durante los siguientes días, perdió la noción del <empo, de la ru<na, de los úl<mos decesos. Sólo estaba consciente de que la habitación ya estaba casi vacía y que su nivel de plaquetas ahora rondaba los 15 mil. Los propios

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Milagrosamente sobrevivió, cuando todos creían que era el siguiente, sus plaquetas dejaron de disminuir. Comenzó a recuperarse y fue dado de alta unos días después.

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Durante todo su relato guarda templanza; sin embargo, al mencionar que de los doce ingresados solo sobrevivieron dos, se escucha una voz agrietada por la angus<a, pero con<núa. Aquella libreta roja no tenía anotaciones médicas, se trataba de un libro de apuestas, con un listado del uno al doce, solo que en vez de nombres de caballos eran personas. Su nombre estaba escrito junto al número doce. La apuesta era sencilla, quien adivinara el día en que muere cada paciente ganaba. Fin

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Fluoxe8na

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Because i hate you because you were born because you have no family tree because you can leave your own room because you destroy everything because you let your self sink is simple, you down deserve energy give it back to the universe your ugly self hate Mo8val I really can't with this work ‘cause is full of pain, harm and suffering is all about lies, tears and dying I can't live here, I'm to fragile even when you’re around

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Héctor Morejón

I'm in sorrow not capable of human contact 'cause is hurts

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lost

ill never stop disgus<ng my self for what i did to you

I don't want you to find me

abandon me

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or find myself i just want to die Thats why i look for perfec<on, to give it up. Lexapro why can you see me? am i invisible? I'm worst that when you find me Remember all those <me we talk about ink? Well, i finally have my heart where it was supposed to be

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please forget this lake agony this “thing” i have for you will never die even if i try to bury it is invincible I adore you

M

Please, never come back can you see this tears all over? And if you want to come back lose your arms, lose your lips and your cock lose yourself. 4 S8lnox go away while you can i don't want to see you cry again GRATIS


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Volver a ser normal

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Ignacio Amezcua El proceso de la comunicación es elemental. El más esencial: nuestro idioma en el que creamos conceptos e ideas, del cual se deriva la escritura, el lenguaje corporal y los gestos. Mi padre, quien en los úl<mos años de su vida padeció Mal de Parkinson, se comunicaba la mayor parte del <empo por medio de gestos y señales. La más peculiar era cuando al pedir sus pas<llas de Levodopa, hacía una L con la mano derecha, casi de la misma forma en que se señala a un “Loser”. Esto se volvió ru<na durante los úl<mos años. La Levodopa le devolvía las capacidades motoras del habla, lo hacía caminar e comer sin problemas o tomar una cocacola. Volvía a ser normal por un periodo máximo de 2 horas. Y así era la situación, con un par de señas pedía un medicamento, para disfrutar más la vida; en vez de estar acostado en una cama todos los días, a todas horas. Lo pedía para entablar conversación con su esposa y sus hijos, para aconsejarlos, contar interminables anécdotas de una vida llena de aventuras. Y lo hacía con una voz que podía in<midar a cualquiera, o simplemente lo hacía para poder salir del hospital y volver a descansar en su propia cama...

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