Por que estamos perdiendo a nuestros hijos?

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¿POR QUÉ Estamos

PERDIENDO a Nuestros Hijos? Por: Bert Thompson, Ph.D.

(Alguien Hizo Su Trabajo Mejor que, y Antes que, Nosotros Hiciésemos el Nuestro)

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¿Por Qué Estamos Perdiendo a Nuestros Hijos? Por Bert Thompson, Ph.D.

El teléfono suena a medianoche. La persona que llama llora de modo incontrolable. Un joven ha...muerto. Se rompen los corazones; huyen las palabras de consolación; fracasa el consejo. Un funeral se lleva a cabo; las últimas “despedidas” son susurradas en tonos débiles; los compañeros de clase se lamentan; los amigos se entristecen. Todos quieren saber—¿por qué? El teléfono suena a medianoche. La persona que llama llora de modo incontrolable. Un joven ha...muerto. Se rompen los corazones; huyen las palabras de consolación; fracasa el consejo. Pero no habrá funeral o “despedidas” silenciosas. Los compañeros de clase no lamentarán; pocos amigos entristecerán. Pocos aún se molestarán en preguntar, “¿por qué?”.

INTRODUCCIÓN ¿Cuál es la diferencia entre estos dos escenarios? El primero describe la muerte física del joven; el segundo describe la muerte espiritual. El primero nos da muchísima pena y nos causa llorar. Pero ¿lo hace el segundo? La muerte espiritual tiene, a menos potencialmente, muchas más implicaciones. 1


Por ejemplo, suponga que un joven que murió físicamente estaba muy “vivo” espiritualmente. Suponga que este chico—en sumisión humilde a la voluntad de Dios—había obedecido los mandamientos bíblicos concernientes a llegar a ser un cristiano y había vivido fielmente hasta la misma hora de su muerte. Después del funeral—cuando todos los visitantes han salido y el último bocado de comida ha sido guardado—cuando llega el tiempo de apagar las luces y acostar sus cabezas en las almohadas de dolor empapadas con lágrimas de profunda pena, ¿qué consolaría a aquellos padres en ese momento terrible? No bastarían los bienes ni las posiciones sociales de la vida. En cambio, solamente la fe en su Dios y en la veracidad de Sus promesas les sustentará. Con Oseas (13:14) tanto como con Pablo (1 Corintios 15:15), ellos pueden levantar sus voces al Cielo en alabanza alegre siendo el himno en sus labios: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”. Serán consolados con el conocimiento completo de que esta vida es muy corta (Santiago 4:14) y que a su fin, ellos también— si han vivido fielmente—heredan el mismo premio que su hijo (1 Corintios 3:8). Su pérdida física es temporal; una reunión espiritual es prometida. En contraste, lo mismo no puede ser dicho de una muerte espiritual. Si el chico en el segundo escenario libremente escoge abandonar su fe en Dios y vivir en rebelión, si muere en esa condición, su postrer estado sería peor que el primero. Pedro escribió por inspiración: 2


Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado (2 Pedro 2:20,21). Las Escrituras son claras concernientes al destino que aguarda a aquellos que viven en incredulidad (Romanos 1:18-32; Apocalipsis 21:8). Considere la profunda pena que los padres deben sentir cuando su hijo o hija es la persona descrita en el segundo escenario anterior. Los cálculos conservadores sugieren que ahora estamos perdiendo el 50% o más de nuestros jóvenes después que se gradúan de la escuela. En muchas zonas, la cifra alcanza el 90% (vid. Goad, 1981, p. 9). Estas estadísticas no son solamente una serie de cifras sin sentido de “los hijos de otros” cuando de repente despierta al hecho estremecedor de que es el hijo o nieto suyo el que está perdido. Cuando está postrado ante Dios, rogando en nombre del alma de ese chico, la situación es más real y más urgente de lo que alguna vez pensó que sería posible. Entonces, estas son las preguntas obvias: (a) ¿por qué estamos perdiendo a nuestros hijos?; y (b) ¿qué podemos hacer?

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¿POR QUÉ ESTAMOS PERDIENDO A NUESTROS HIJOS? En cualquier año dado, las vidas de aproximadamente seis millones de personas son alteradas totalmente—al convertirse en padres. Es el propósito que los hijos sean una bendición tremenda. El estribillo del salmista fue: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos” (127:3). Sin embargo, los hijos traen responsabilidades aleccionadoras. Como lo ha declarado un padre: “Qué responsabilidad—saber que nuestros hijos edificarán una vida sobre lo que les enseñamos y el amor que les mostramos. Asombra poco el hecho que la crianza de los hijos es un trabajo que trae más alegría y dificultad que cualquier otro” (Mayhue, 1992, p. 49). ¿Cuántos padres potenciales se preparan para la dificultad de criar a los hijos—en el sentido de hacer cambios mentales y espirituales para asegurar que un chico será criado en “disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4)? En el salmo citado anteriormente, el escritor anotó que los hijos son la “herencia de Jehová”. En el siguiente versículo, comentó sobre la naturaleza de esa herencia cuando observó que “como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud” (127:4). ¡Los Hijos, como saetas, deben ser lanzados a un blanco único! Ese blanco es el Cielo; queremos que nuestros hijos (metafóricamente hablando) caminen otra vez en la brisa del día en el Huerto con su Dios. En un alto grado, los padres (y a menudo los abuelos) determinan si los hijos llegarán al blanco o no. 4


Nuestro descuido—intencional o accidental—puede robarles de ese hogar celestial. Un escritor ha sugerido: A través de esta gran tierra, madres y padres igualmente están levantando las manos en desesperación, preguntando, “¿Qué ha pasado con nuestros hijos?” o “¿Dónde nos equivocamos?”. Cuando leemos o escuchamos de un caso donde un niño fue abusado físicamente o sexualmente llegamos a estar sumamente enojados. Buscamos el castigo rápido y severo para aquellos que son los hacedores del abuso a menores. Aunque, lo que varios padres no se dan cuenta es que comparecerán ante Dios y darán cuenta por abusar de sus hijos en tal manera que es mucho peor que cualquier abuso físico que puedan imaginar—¡el abuso espiritual! Tal vez la forma más grande de abuso es la desatención. Los niños no deben estar desatendidos en cuanto a las enseñanzas básicas de la Biblia... ¿Pregunta por qué? ¡Porque la consecuencia es eterna! (Causey, 1992, 14[2]:12).

En efecto, las consecuencias son eternas. Durante Su ministerio terrenal, Jesús enseñó a Sus discípulos una lección acerca de este mismo punto. Mateo (19:13-15), Marcos (10:13 et.seq.), y Lucas (18:1517) documentan una conversación entre Cristo y Sus discípulos sobre el tema de los niños. Él reprendió a aquellos discípulos que querían evitar que los niños vengan a Él, y les advirtió: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el 5


rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:10). Jesús quería que los niños se le acercaran. Esto no ha cambiado. R.W. Lawrence dijo de este ejemplo particular: “Y entonces la invitación de Jesús sigue en pie claramente: ‘Padres, familiares, amados, amigos de los niños: ¡traedlos a mí!’ La invitación nunca ha sido modificada o rescindida” (1976, 118[2]:22-23, énfasis en original).

Es la tarea de los padres y de los abuelos el traer a estos niños a Cristo—lanzarles (como “saetas en mano del valiente”) hasta el blanco (el Cielo). Si fracasamos en esta tarea, las almas de nuestros hijos se perderán. Que estamos fracasando es evidente, si no, no perderíamos el 50-90% de nuestros jóvenes después de su graduación. Pero ¿por qué estamos perdiendo a nuestros hijos? Hemos Dejado de Enseñar los Valores Espirituales a Nuestros Hijos Aparte de la responsabilidad obvia que los padres tienen en la salvación de sus propias almas, no existe una responsabilidad mayor que el salvar las almas de sus hijos. El trabajo de criar y entrenar a los hijos es exactamente eso—un trabajo a tiempo completo. Los hijos no pueden ser entrenados apropiadamente por los padres que abordan la tarea con una intención desganada. David Boswell observó correctamente: Como padres, debemos ciertas obligaciones a nuestros hijos. No podemos defraudarles. No podemos defraudar a Dios. Dios espera que cada padre haga su parte en la crianza de los hijos. La primera responsabilidad que tenemos como padres 6


es enseñar a nuestros hijos acerca de Dios. Cualquier otra responsabilidad cae ante ésta... Como padres, también necesitamos saber que el infundir en nuestros hijos una fe en Dios y en la Biblia es la cosa más buena que podemos hacer por ellos. Esa enseñanza temprana quedará con ellos por el resto de sus vidas. Las impresiones son hechas mientras que ellos son jóvenes (1980, 122[24]:785). Nos molestamos cuando un niño trae calificaciones deficientes, pero nunca le damos atención cuando esos mismos niños fallan en estudiar y/o preparar sus lecciones para la clase bíblica. En un artículo titulado, “Confessions of a World-Filled Church” (“Confesiones de una Iglesia Mundana”), Dalton Key lamentó este hecho. Nuestros hijos son importantes para nosotros. Observamos cuidadosamente sus logros académicos y atléticos. Su conocimiento de los eventos pasados, eventos presentes, eventos humanos, y psicología humana no debe ser estorbado. Sus logros deportivos no deben ser obstaculizados. Pero dejamos pasivamente que la próxima generación crezca sin el conocimiento más importante y la información de entrenamiento más importante de todas. Nuestros hijos conocen libros, pero conocen poco del Libro de Libros—la Biblia (1992b, 16[8]:1). El profeta Oseas observó que “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (4:6). La veracidad de esta afirmación no ha disminuido a través de los siglos. Donde falta el conocimiento, la sabiduría siempre será escasa. Una generación atrás, nosotros enseñábamos diligentemente sobre la existencia de Dios, la inspiración de la Biblia, la 7


importancia del relato de Génesis de la creación, la singularidad de la iglesia, etc. Pero ultimadamente enseñamos menos y menos sobre estas materias y, como resultado, la fe de nuestros hijos comenzó a descansar sobre la arena en vez de la roca. Cuando los vientos de la tribulación y del cambio llegaron, esa fe fracasó y perdimos a nuestros hijos en el ateísmo, agnosticismo, denominacionalismo, y otros errores similares. Alguien Hizo Su Trabajo Mejor que, y Antes que, Nosotros Hiciésemos el Nuestro Los cristianos siempre han servido a Dios en un ambiente anti-cristiano. Esto fue verdad en el primer siglo, y es verdad en el siglo XXI. Similarmente, los padres siempre han tenido que criar a sus hijos en tal ambiente. Mientras que los padres enseñaban una cosa, el mundo enseñaba otra. La llave del éxito fue, como es, ayudar a los niños a entender que, aunque los cristianos viven dentro del mundo, no son del mundo (Romanos 12:2; Santiago 4:4; 1Juan 2:15). El hacer menos clara esa distinción en la mente de un niño trae resultados desastrosos. En algún punto del camino, parece que olvidamos algún aspecto importante—no es un asunto de que si nuestros hijos serán enseñados; es simplemente un asunto de qué se les enseñará y quién les va a enseñar. La pregunta es: ¿A quién le dejaremos enseñar, y qué le dejaremos enseñar? La fallecida Rita Rhodes Ward, una maestra retirada de las escuelas públicas por muchos años, conoció por experiencia de primera mano lo que pasa muy a menudo 8


...cuando una madre cristiana guía a su hijo de 6 años al aula de primer grado, o a su hijo de 5 años a la escuela de párvulos, le guía del entorno protegido del hogar a un entorno frío y pagano de humanismo secular. Desde ese día en adelante, al niño se le enseñará dos religiones diferentes... (1986, 128:520). Desde luego, no es el caso de que todos los maestros de las escuelas públicas sean humanistas. Hay algunos que abordan su trabajo con una perspectiva cristiana. No obstante, el entorno de las escuelas públicas a menudo crea un ambiente hostil hacia el sistema de creencia que los padres cristianos tratan de inculcar en sus hijos. En su volumen, The Evolution Conspiracy (La Conspiración de la Evolución), Matrisciana y Oakland incluyeron un capítulo titulado “Children at Risk” (“Niños en Riesgo”), en el cual sugirieron que “tradicionalmente el aula ha sido un foro abierto de educación. Hoy ha llegado a ser un púlpito para la conversión agresiva de las mentes impresionables. Es el campo de batalla donde se libra una guerra en contra del Dios judeocristiano, de Sus principios, Su moralidad, y la Biblia” (1991, p. 125). Existe evidencia amplia para sostener que esta evaluación es correcta, y que ha sido correcta por mucho tiempo. C.F. Potter fue un presidente honorario de la Asociación de Educación Nacional. En 1930, él escribió un libro, Humanism: A New Religión (El Humanismo: Una Religión Nueva), donde hizo la siguiente afirmación: 9


Por ende la educación es el aliado más poderoso del humanismo, y cualquier escuela pública americana es una escuela del humanismo. ¿Qué puede hacer una reunión teística de la escuela dominical, por una hora a la semana, y enseñando solamente a una fracción de los niños, para detener la oleada de un programa de cinco días de enseñanzas humanísticas? (1930, p. 128). En un seminario sobre la educación infantil algunos años atrás, Chester Pierce, un profesor de educación y psiquiatría de la Universidad de Harvard, dijo a los asistentes: Todos los niños en América que entran a la escuela a la edad de cinco años están mentalmente enfermos, ya que llegan a la escuela con ciertas lealtades hacia nuestros fundadores, hacia nuestros oficiales elegidos, hacia sus padres, hacia las creencias en un Ser sobrenatural, hacia la soberanía de esta nación como una entidad separada. Es cosa suya como maestro curar a todos estos niños enfermos al crear niños internacionales del futuro (1973, p. 24). Algunos maestros de las escuelas públicas tienen una “agenda oculta”, siendo su objetivo el destruir la fe de un niño. La situación es un peligro real y actual hacia el bienestar espiritual de un niño. Si les permitimos influenciar a nuestros hijos—y si ellos hacen su trabajo mejor que, y antes que, hagamos el nuestro—nuestros hijos perderán su fe, y nosotros perderemos a nuestros hijos.

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Los Padres Han Servido como Modelos Defectuosos de Conducta No podemos esperar que nuestros hijos nos tomen en serio si, por el ejemplo nuestro, les dejamos la impresión de que deben “hacer como decimos, no como hacemos”. Durante su ejercicio como editor de la revista Rocky Mountain Christian, Roy H. Lanier Jr. hizo una redacción en la que observó: ¿Qué está pasando con nuestros hijos? ¿Por qué hay tantos que muestran poco interés en el trabajo de la iglesia? ¿Por qué hay tantos que abandonan a la iglesia y a Jesús cuando se van de la casa? ¿Por qué tenemos todos estos dolores? Esto es así por causa del modelo defectuoso de conducta de los padres. Los hijos, especialmente los jóvenes, pueden ver a través de las paredes exteriores de fingimiento y saber que algo está mal en su propia casa. Eso solamente puede confundirles; Ellos tal vez no pueden decir cuáles son los problemas en detalle, pero saben que algo está mal. Existen muchos niños tercos y rebeldes que no saben por qué son tan rebeldes. Solamente saben que algo está mal y gritan en contra de eso con todas sus capacidades disponibles (1981, 9[8]:2). Los padres no pueden vivir injustamente y esperar que sus hijos sean justos. A menudo decimos en broma, “el mono ve, y el mono imita” cuando los niños imitan nuestras acciones. Pero detrás de esa broma está una lección dolorosa—¡los niños sí imitan nuestras acciones! La pregunta es: ¿qué ven para imitar? Dalton Key abordó esta pregunta cuando escribió: 11


Leemos con interés ávido las tiras cómicas, la sección de deportes, la columna de consejos, las noticias financieras del mundo, la nación, y de la región, pero parece que no podemos encontrar el tiempo para abrir el único libro con todas las respuestas para un mundo lleno de problemas—la Biblia... Nuestras vidas están ajetreadas y motivadas por el horario. Nuestros días están dominados por los relojes y los calendarios, nuestro gozo depende en las horas libres y el tiempo libre, pero ignoramos neciamente el libro del tesoro eternal, el volumen de la verdad divina que prepara a las almas para vivir más allá de la vida y viajar más allá del tiempo hasta el gozo de la eternidad celestial sin fin. Estamos demasiado ocupados para—la Biblia... Sí, estas son las confesiones de una iglesia mundana. Aplique donde quiera, deje que el zapato que queda sea llevado, deje que las astillas caigan donde caigan [i.e., si la culpa es suya, cárguela—LMC]... Vamos a comenzar a poner lo más importante en primer lugar (1992a, 16[4]:2). A veces no nos damos cuenta de que enseñamos a nuestros hijos en dos maneras: (1) por lo que decimos a través de las instrucciones orales; y (2) por lo que hacemos a través de la acción física. El dicho es verdad: “Lo que hace habla tan fuertemente que no puedo oír lo que dice”.

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Los hijos no pueden (y no se debería esperar de ellos) “pasar por cernedor” nuestras acciones, permitiendo que las inconsistencias sean llevadas por el viento como granzas, mientras que retienen las consistencias como el grano. Esa no es su responsabilidad; es la nuestra como padres. CONCLUSIÓN Tenemos que corregir este problema. El perder 5090 de cada 100 de nuestros jóvenes es repulsivo; el perder aún 1 es una tragedia; ese “1” es el hijo o hija de alguien. Pero ¿qué podemos hacer? Las siguientes sugerencias representan un compendio de ideas cosechadas de varios autores sobre cómo podemos mantener a nuestros hijos a salvos (vid. Goad, 1981; Lanier, 1981; Workman, 1981; Kearley, 1992; Fulord, 2001).

(1) Debemos dar a nuestros hijos valores espirituales apropiados al enseñarles acerca de la existencia de Dios, la inspiración de la Biblia, la deidad de Cristo, la singularidad de la iglesia, los sistemas morales y éticos que Dios ha designado para el hombre, y el valor de incluso un alma. (2) Debemos demostrar que Dios, Su Palabra, Su Hijo, y Su iglesia son las cosas más importantes en nuestras vidas. Nuestras prioridades deben ser correctas, y no debemos apartarnos de estas prioridades. Nuestros hijos necesitan oírnos decir que la espiritualidad importa, y después vernos vivir como si ésta realmente importaría. (3) Debemos proveer un “invernadero” de amor generoso. Nuestros hijos necesitan saber que hay un 13


lugar donde siempre serán aceptados, y donde se ofrece libremente el amor (agape) incondicional. Debemos proveerles con un hogar feliz—donde puedan “crear memorias” que durarán toda una vida. Deben experimentar en la casa una muestra del Cielo. (4) Necesitamos enseñar a nuestros hijos cómo orar y leer su Biblia frecuentemente. La comunión con su Padre celestial es importante, y el estudio de Su Palabra enriquecerá sus vidas y les proveerá con la fortaleza para superar las tentaciones del mundo. La Biblia es el mejor amigo de los padres. Los principios de crianza para los hijos esparcidos a través de la Biblia son verdaderos y probados con el tiempo. Son literalmente caídos del Cielo. Y otra cosa sé—ya es el tiempo que nosotros como padres comencemos a tomar seriamente la paternidad. Ojalá utilicemos el sentido bueno tanto como el Libro Bueno que Dios nos ha dado mientras les criamos “en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4) (Key, 1992a, 16[4]:2).

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REFERENCIAS Boswell, David (1980), “Parents’ Responsibility to Their Children,” Gospel Advocate, 122[24]:785. Causey, Bud (1992), “Who’s Watching the Children?,” First Century Christian, 14[2]:12-13, February. Fulford, Hugh (2001), “Why Are Our Young People Leaving the Church?,” Gospel Advocate, 153[4]:24-25, April. Goad, Steven Clark (1981), “Keeping Our Children Saved,” Firm Foundation, 98[19]:9,11, May 12. Kearley, F. Furman (1992), “Save the Children,” Gospel Advocate, 134[5]:5, May. Key, Dalton (1992a), “Our Children,” Old Paths, 16[4]:2, February. Key, Dalton (1992b), “Confessions of a World-Filled Church,” Old Paths, 16[8]:1, June. Lanier, Jr., Roy H. (1981), “What is Happening to the Children?,” Rocky Mountain Christian, 9[8]:2, July. Lawrence, Robert W. (1976), “Teach the Children!,” Gospel Advocate, 118[2]:22-23, January 8. Matrisciana, Caryl and Roger Oakland (1991), The Evolution Conspiracy (Eugene, OR: Harvest House). Mayhue, Linda (1992), “Day Care vs. Mother Care,” Gospel Advocate, 134[4]:49-51, April. Pierce, Chester (1973), lecture presented at a Denver, Colorado seminar on childhood education. As quoted in: Michaelsen, Johanna (1989), Like Lambs to the Slaughter (Eugene, OR: Harvest House). Potter, Charles Francis (1930), Humanism: A New Religion (New York: Simon & Schuster). Ward, Rita Rhodes (1986), “Educating Children in an AntiChristian Environment,” Gospel Advocate, 128:520, September 5. Workman, Gary (1981), “20 Suggestions on Raising Your Kids for Christ,” The Restorer, 1[7]:2, June.

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