Mensaje Dominical
Septiembre 25/ 2016
Lo Que Ve
en lo
Secreto,
Te Recompensará en
Público
Pst. Parrish Jácome Hernández
Texto: Mateo 6: 5-8
El Gran Panorama
El despertar de la espiritualidad en este tiempo, produce fenómenos impensables en los últimos años. Los best sellers (libros más vendidos) en muchas ciudades de los Estados Unidos poseen temas que apelan a este campo. El estudio de los ángeles, la realidad espiritual, saturan las perchas y la curiosidad del hombre que no atina a encontrar felicidad a pesar de los adelantos tecnológicos. La práctica más universal que identifica las diversas espiritualidades se relaciona con la oración, antigua y vigente, requerida en muchas religiones como una experiencia indispensable en su caminar diario de fe. Los budistas, hinduistas, musulmanes, judíos, cristianos, consideran la oración como parte de las disciplinas o ritos fundamentales. La exigencia de la oración frecuente, generalmente cotidiana, es común en la mayoría de las religiones de carácter más universal. Tom Smail en su libro “La práctica de la oración”, expresa una verdad central de la fe: “La oración está justo en el corazón de la vida cristiana. Ser cristiano no es principalmente cumplir una serie de deberes; es conocer una relación con Jesucristo” El mundo cristiano se distancia de las otras espiritualidades, plagadas de rituales, ausentes de la espontaneidad necesaria en la oración. Deshacerse de los falsos conceptos de espiritualidad, generadores de un escapismo perverso, alienantes de la realidad al divorciar al creyente de su hábitat, incitador de una fe que piensa solo en el más allá, produce fanatismos peligrosos. La otra cara es la racionalización de la fe, donde lo sobrenatural es cuestionado, no tiene cabida, todo es analizado fríamente bajo la lupa crítica de lo posible, cayendo en un legalismo inerte. La oración no transita ni en la acera del fanatismo, ni del legalismo, produce sendas nuevas cada día, en la frescura de un diáfano, transparente, renovador encuentro con el creador. Orar es vivir, respirar, llenarse de la gracia y fortaleza del Señor, construida en un diálogo fecundo con la realidad que circunda, levantando la oración como una poderosa herramienta, efectiva para el cumplimiento de la misión.
El Texto No es un Pretexto Jesús integra la enseñanza de la oración en el marco de su gran mensaje ético, conocido también como el sermón de la montaña. Los aspectos de la fe, enmarcados en lo cotidiano, no pueden dejar de lado, la relación con el creador, esto rompe un esquema espiritualista. La oración es más terrena que celestial. Es el clamor de los que viven en la tierra, angustiados al reconocerse como parte de un sistema ausente de Dios, carente de los principios del reino, entregados para ser encarnados por la Iglesia en su peregrinaje terrenal. La oración entrelaza la tierra con el cielo, acerca al hombre con el creador, materializa lo inmaterial, posibilita lo imposible, proporciona fuerzas al cansado, genera confianza al débil. La óptica se invierte al reconocer la oración como la providencia de Dios, la acción de misericordia, la tierna manifestación de amor en respuesta a la necesidad del hombre, irrumpiendo en este sistema terreno de forma dramática. La oración es entonces celestial también, el lenguaje del cielo, proporcionado para la comunión y deleite del creador, en los lugares celestiales donde reside. Los eruditos más grandes no han podido desentrañar todos los misterios de la oración. Tampoco los santos más piadosos han podido agotar sus posibilidades. Sin embargo, el creyente más sencillo puede practicar la oración eficaz, que puede mucho, enriqueciendo su vida y potencializando su ministerio. Descubrir la oración es el desafío enfrentado en el caminar cristiano, animándose a transitar por las sendas desconocidas, impensables, desafiando la razón al reconocer al Dios que está en nosotros, entre nosotros, pero más allá de nosotros. E. M. Bounds, estudioso de la oración señala: “La oración eleva al hombre sobre lo terrenal y lo vincula con lo celestial. Los hombres no pueden estar nunca más cerca del cielo, más cerca de Dios, ni ser más semejantes a Dios, en comunión más profunda y real con Jesucristo que cuando están orando”. Fiel es el testimonio de millones de creyentes que no dejan de reconocer el poder de la oración en sus vidas, unidos a la experiencia de los siervos del Israel antiguo, testigos de una manifestación singular, capaz de producir lo que nuestra razón atribuye sólo a la naturaleza y sus leyes. Una vida de oración en el ejercicio práctico de la fe es un gran aliciente para reconocer que todo es posible, si puedes creer. La oración no escapa a los intereses personales, de quienes buscando notoriedad, utilizan este espacio para proyectar una imagen de falsa espiritualidad, demandante de los reconocimientos. Triste realidad de todos aquellos que buscan en la religiosidad una oportunidad de realización, afirmación, protagonismo. La condena por parte de Jesús es meritoria, lejos de mostrar una auténtica relación con Dios, se evidencia un manipuleo, manoseos repulsivos, de una herramienta poderosa en manos de auténticos creyentes, dispuestos a clamar al Señor buscando respuestas. La ética de Jesús trabaja el campo de las motivaciones, lo interno, lo que se anida en el corazón, cuestionando fuertemente toda espiritualidad enfocada en alcanzar los aplausos de la aprobación humana. El activismo religioso tiende a confundir y engañar, no se trata de orar como una experiencia religiosa, ritual que no inspira a un cambio de vida, manteniendo lo externo como lo más importante, descuidando la relación interna y personal con Dios. Jesús destaca que la búsqueda de Dios en la oración es privada, personal, presentando los anhelos más profundos del corazón sin palabras elaboradas, finas, ausentes de espontaneidad. Lo secreto tiene un tremendo impacto en el mundo espiritual. Un cara a cara con Dios se construye en la intimidad de la habitación, de forma diaria, derramándose sin vergüenza alguna. Es aquí que el creyente se presenta para ser lavado, preparado y acicalado a fin de ser instrumento adecuado en manos del Señor. Samuel Chadwick en su libro “La senda de la oración” realiza un aporte significativo a la oración en privado: “¿Por qué él insiste en este cuarto privado y en la puerta cerrada? La razón es que la primera cualidad que Dios requiere en la oración es realidad. Los hipócritas jamás oran en secreto. Las oraciones que son una pretensión requieren de @iglesiaisraelec
una audiencia. Tienen la intención de ser oídas por los hombres, y tienen su recompensa en la destreza de la oratoria, un espectáculo de entusiasmo, y una reputación de piedad. Estas cosas no cuentan para Dios. La oración es entre el alma y Dios solamente” Jesús se esfuerza por proporcionar instrucciones claras, precisas, no se trata de repeticiones vanas, sin sentido alguno, frases estereotipadas, aprendidas, ante las cuales la ausencia de Dios es notoria. Las palabras son la expresión más real de los valores que en lo íntimo se construyen con el creador, reflejados como fruto en la recompensa que en público se produce. La oración rompe los esquemas de los ritualismos, expresiones pobres de una fe que no logra componer nuevas melodías, cánticos de gratitud al Dios creativo que nos sorprende siempre haciendo las cosas nuevas y de diferentes formas. Orar es ser creativo, dejando que el alma se eleve en esa búsqueda de su creador, donde no hay limitantes, reparos a un corazón que expresa con libertad sus inquietudes a su Padre celestial. Las repeticiones tienen su lugar, momento, no siempre son nefastas. El pueblo de Israel recibe en su camino a la tierra prometida, el mandamiento de repetir todas las instrucciones dadas por Dios, en diferentes momentos del día, a sus hijos. Al condenarlas en el marco de la oración, Jesús evidencia, su deseo más intenso que cada encuentro del hombre con Dios, sea fresco, nuevo, sin encuadrarse bajo directrices preestablecidas, destructoras de la auténtica comunión, necesaria para fortalecer la relación con el creador. Las palabrerías impiden el silencio necesario en la oración, orar no siempre es hablar, es callar también, escuchando a quien desea compartirnos sus ideales, propósitos, llegando de forma inesperada para sorprendernos con la ternura que le caracteriza. La oración implica la contemplación de Dios en silencio. Dietrich Bonhoeffer en su libro “Vida en comunidad” expresa la dinámica del ejercicio de la Palabra y la disposición del callar en la oración: “La recta palabra nace del silencio, y el recto silencio nace de la palabra. Guardar silencio no significa estar mudo, como tampoco la palabra significa palabrerío. La palabra que echa nuevos fundamentos a la comunidad y la une, es acompañada por el silencio. La Palabra no llega al que alborota sino al que calla. La quietud del templo es la señal de la santa presencia de Dios en su Palabra” La tentación de seguir modelos involucra todos los aspectos. La oración no es la excepción. Orar como otros oran, usar las palabras que utilizan, elevar la voz emulando a un predicador, es común, cuando la oración es un misterio totalmente desconocido. La fuerza de la oración radica en la convicción y seguridad desarrollada, en esa íntima relación con Dios, transformadora de todos los prejuicios, grandes limitantes para conocer al creador en todas sus esferas. El cumplimiento de las promesas son una realidad inexorable, el carácter de Dios se deja ver, manteniéndose inalterable en sus deseos de bendición para sus hijos, obedientes de sus mandatos de amor. Lo secreto que se cultiva en la oración en privado llega a su clímax, cuando recibe la respuesta, la manifestación de gracia, muestra indiscutible de un Padre que responde a la oración. John White en su libro “Oración”, comparte una apreciación equívoca cuando se recibe respuesta: “La lucha entre Jacob y el Señor no debiera describirse como una esforzada pelea de parte de Jacob para obtener algo de Dios. Es importante advertir esta diferencia. Si usted se acerca a Dios decidido a orar hasta obtener una respuesta, como si el éxito de la oración dependiera de su determinación y su esfuerzo, es muy probable que termine totalmente descorazonado” Sustentarse en la Palabra es la clave, orar es también declarar la Palabra, asumirla, encarnarla, vivirla, cuando oramos en el poder de la Palabra nuestras circunstancias experimentarán el toque de poder del Todopoderoso. La posibilidad de fallarle al Señor siempre está presente, pero que él falle a sus promesas, jamás. Estas son el sello de garantía que fortalece al creyente en sus momentos de debilidad. Sólo Dios puede sacar lo bueno de lo malo. Sólo él puede hacer que toda circunstancia resulte en bendición para sus hijos. En la medida que nuestra vida se conforme a la voluntad del creador y las oraciones se alineen con sus buenos propósitos, el poder en la oración aumentará. IglesiaIsraelEC
Define el Enfoque El nivel de mayor impacto en la oración es el personal, de intimidad. Es allí donde conocemos a Dios cara a cara, sin máscaras, transparentando las luchas que como creyentes tenemos. Permitiendo que el cincel del Señor talle cada área de nuestra vida. Para cultivar estos tiempos recuerde estos consejos: • Separe un tiempo cada día, no lo deje sin definir. • Escoja un lugar, levántelo como su monte de oración. • Sea disciplinado, esfuércese, no flaquee. • Medite en la Palabra, orar es declarar sus promesas. • Disfrute su intimidad con Dios, sea libre de temores. • Cultive su tiempo con Dios, lo secreto se recompensará en público.
Tu Rol en el Cuadro Considere las siguientes preguntas, reflexione en cada una de ellas y responda con honestidad. Si los tiempos de intimidad con el Señor son importantes; ¿De qué forma deben cultivarse? El tiempo diario con el Señor es una cita que debe prepararse, ¿Qué elementos deben estar presentes y no pueden ser olvidados? Si la oración eficaz del justo puede mucho; ¿Cuáles son los resultados que se pueden observar en quienes practican una vida diaria de oración? Quien busca al Señor en secreto, será recompensado en público; ¿Tienes una experiencia que compartir? ¿Qué acciones tomarás para fortalecer tu tiempo diario con el Señor?
Acción a Realizar
En lo secreto busca al Señor, su recompensa será en público.
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