ALLAN KARDEC AL ENCUENTRO DE LOS ESPÍRITUS

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ALLAN KARDEC: AL ENCUENTRO DE LOS ESPÍRITUS KARINE CHATEIGNER A partir de 1848, con los eventos de Hydesville, nace en América el Moderno Espiritualismo. Una pléyade de distinguidos hombres y mujeres ya ha hecho valer los méritos de la Revolución que se operaba, abriendo las conciencias a su eternidad, sugiriendo por los hechos la cuestión de los orígenes y el destino del hombre. Este viento revelador va a emprender entonces su revolución en otros lugares e insuflar su mensaje de eternidad. Es así como acompañada por médiums que cruzaron los mares, la experiencia espírita se da a conocer en Inglaterra, en Alemania y luego en Francia. Es en Francia y más precisamente en París hacia los años 1852-53, donde vamos a encontrar, tanto la llama como la luz, de otro gran espíritu: Hippolyte Léon Denizard Rivail.


En esa época, la danza de las mesitas acompañaba los valses del Segundo Imperio. Esas experiencias de moda se observaban en lugares muy diferentes; las conversaciones, tanto en los elegantes bulevares como en los más humildes arrabales, giraban invariablemente alrededor de las mesas “parlantes”. Para la gente, era un pasatiempo como cualquier otro y casi nadie trataba de profundizar en el estudio de la causa de estas manifestaciones. Comenzaron a aparecer libros hablando sobre estas asombrosas mesas. En principio, los magnetizadores y otros observadores suponían que estos bailes inesperados eran resultado de la acción de un fluido magnético o eléctrico, u otro, de propiedades desconocidas. Antes de aquel mes de mayo de 1855, fecha en que asistió a su primera sesión, Hippolyte Denizard Rivail conversaba con sus amigos como el Sr. Fortier, el corso Carlotti o el editor Maurice Lachâtre. Pronto la mesa giratoria estuvo en el centro de la conversación. El profesor Rivail, que se interesaba por el estudio del magnetismo animal, aprobaba la teoría de los fluidos según Mesmer. No obstante, su amigo, el Sr. Fortier, magnetizador él mismo, insistía dándole testimonio del lenguaje inteligente de la mesa que respondía a las diversas preguntas planteadas. Hippolyte Rivail, poseedor de una austera lógica le respondió a su amigo: “Creeré cuando lo vea y cuando se me pruebe que una mesa tiene un cerebro para pensar y nervios para sentir, hasta entonces permítame no ver allí sino un cuento chino”. Como lo señala Anna Blackwell, su futura biógrafa y que lo conoció personalmente “ese espíritu activo y tenaz era precavido, hasta prácticamente la frialdad, escéptico por naturaleza y por educación”. El Sr. Carlotti, amigo de Rivail desde hacía veinticinco años, fue el primero en mencionar la intervención de los espíritus en estos extraños fenómenos, lo cual, lejos de convencer a Hippolyte Rivail, no hizo sino incrementar sus dudas: “Cuando uno se pone a estudiar las ciencias, la credulidad supersticiosa de los ignorantes hace reír y uno ya no puede creer en los fantasmas. Sin embargo, yo estaba ante un hecho inexplicado y aparentemente contrario a las


leyes naturales y que mi razón rechazaba. Pero sabía que los experimentos eran realizados por hombres serios y creíbles”. Algún tiempo después, Hippolyte Rivail fue invitado a asistir a las experiencias que se realizaban en casa de la Sra. Plainemaison, y reconoció inmediatamente: “Allí, vi por primera vez las mesas que giraban, saltaban y corrían. También fui testigo de algunas pruebas muy imperfectas de escritura mediúmnica. Sin duda alguna allí pasaba alguna cosa que debía tener una causa. Bajo aquellas aparentes futilidades y la suerte de juego que se hacía con esos fenómenos, entreví algo serio y como la revelación de una nueva ley que me prometí profundizar”. “Por estas reuniones, emprendí el estudio serio del espiritismo, más por las observaciones que por las revelaciones. He aplicado a esta nueva ciencia lo que siempre he aplicado, el método empírico. Nunca he elaborado teorías preconcebidas. Yo observaba cuidadosamente, comparaba y deducía. A partir de los efectos, trataba de remontarme a las causas por deducción y por el encadenamiento lógico de los hechos. Una de las primeras constataciones de mis observaciones fue que los espíritus, también llamados almas de los hombres, no tienen ni la plena sabiduría, ni la ciencia integral. Su saber está limitado a su nivel de desarrollo. Su opinión sólo tiene el valor de una opinión personal. Eso ha evitado que crea en la infalibilidad de los espíritus y me ha impedido formular teorías prematuras que no tendrían por base más que sus palabras. El solo hecho de la comunicación con los espíritus, sin considerar sus palabras, probaría la existencia de un mundo invisible, pero real. He aquí un punto esencial que nos abre enormes posibilidades de investigación. Un segundo punto no menos importante es que esta comunicación hace posible el conocimiento de los estados de ese mundo y sus costumbres”. El año siguiente, 1856, las sesiones a las cuales asistió Hippolyte Rivail tuvieron lugar en la casa del Sr. Roustan, luego en la del Sr. y Sra. Baudin. En el seno de esta familia descubrió el ambiente ideal para proceder a sus estudios. Caroline y Julie Baudin, de 18 y 15 años, recibían los mensajes por psicografía (escritura). A pesar de las preguntas frívolas y materiales hechas a los espíritus que


animaban veladores y lápices, Hippolyte Rivail observaba los nuevos fenómenos que sólo podían encerrar una causa nueva. Por su sola presencia, las sesiones tomaron otro giro, la ligereza de su contenido anterior se transformó en profundidad filosófica, pues Hippolyte Rivail tomó la costumbre de asistir con una serie de preguntas. “Hasta entonces las sesiones en la casa del Sr. Baudin no habían tenido ningún objetivo determinado; me propuse resolver los problemas que me interesaban desde el punto de vista de la filosofía, de la psicología y de la naturaleza del mundo invisible. Llegaba a cada sesión con una serie de preguntas preparadas y metódicamente arregladas, que siempre eran respondidas con precisión, profundidad y de manera lógica. Al principio yo no tenía en la mira sino mi propia instrucción; más tarde, cuando vi que eso formaba un conjunto y tomaba las proporciones de una doctrina, tuve la idea de publicarlo para instrucción de todo el mundo. Son esas mismas preguntas las que, desarrolladas y completadas sucesivamente, constituyeron la base de El Libro de los Espíritus”. Antes que nada el profesor Hippolyte Rivail comprendió la seriedad de la exploración que iba a emprender, entreviendo en esos fenómenos la clave del tan oscuro y controvertido problema del pasado y el porvenir de la humanidad, la solución de lo que él había buscado toda su vida. Pues como el verdadero cristiano de antes del Concilio de Nicea, Hippolyte Rivail buscaba incansablemente a Dios. Vinieron luego los cuadernos de varios cientos de páginas que le fueron confiados por sus amigos de la época que, desde hacía ya algunos años, se dedicaban a la experimentación espírita. Eran cuatro: el filósofo holandés Tiedeman-Marthèse, el autor dramático Victorien Sardou, el historiador, escritor y político René Taillandier y el editor Alfred Didier. Después de algunos titubeos frente a esta nueva perspectiva, Hippolyte Rivail puso manos a la obra. Ordenó los mensajes por temas. Aunque trabajó con alrededor de una decena de médiums, la elaboración de El Libro de los Espíritus fue concebida en gran parte


con la participación de los médiums Julie y Caroline Baudin, Céline Japhet y Ermance Dufaux. “En gran parte mi obra estaba terminada y tenía la importancia de un libro. Pero yo quería hacerla examinar por otros espíritus con la ayuda de diferentes médiums. Más de diez médiums participaron en este trabajo. De la comparación y coordinación de las respuestas organizadas, clasificadas y a menudo retocadas en el silencio de la meditación, he presentado la primera edición de El Libro de los Espíritus”. De este estudio y de las respuestas obtenidas para coordinar el todo, surgió una fuente de verdades espíritas de las que ningún editor quería hacerse cargo. Allan Kardec, tal sería desde entonces su seudónimo, se encargó de la edición de El Libro de los Espíritus. Estamos en 1857. La primera aparición tuvo lugar el 18 de abril de ese mismo año. Al momento de publicar, el profesor Rivail se vio en aprietos para saber cómo firmaría su obra. Siendo su nombre muy conocido por el mundo científico, en razón de sus trabajos anteriores, y pudiendo llevar a una confusión que hasta perjudicara el éxito de su empresa, decidió firmar con el nombre de Allan Kardec que le había sido revelado por su guía, un nombre que llevaba en tiempos de los druidas. Y este libro, rechazado en todas partes, tuvo un éxito extraordinario. Sobre el escritorio de Rivail, que finalmente conservaría el seudónimo de Allan Kardec, hubo un alud de cartas, provenientes de todos los medios, sobre todo de los medios obreros: se leía a Kardec en las urbanizaciones obreras y en las chozas. Se lo leía también en los palacios. Anna Blackwell, la traductora inglesa del afortunado autor, nos informa que Napoleón III lo hizo ir muchas veces a las Tuileries para conversar con él sobre estos asuntos que apasionaban a la pareja imperial. La obra filosófica que acababa de nacer plantea las bases de la doctrina espírita y explica el pasado, el presente y el futuro del ser humano. Una parte de verdad acababa de escribirse en tinta indeleble.


“Cuando haya venido el consolador, el Espíritu de Verdad, os conducirá en toda la verdad; pues no hablará de sí mismo, pero dirá todo lo que haya oído, y os anunciará las cosas por venir”. (Juan XVI-13) LE JOURNAL SPIRITE N° 91 JANVIER 2013


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