APENAS ESO Ustedes ya se han acostumbrado, queridos compañeros, a recibir sublimes exhortaciones de nuestros iluminados Benefactores del Altísimo, que no se cansan de señalarnos las espléndidas cumbres del Gran Mundo, animándonos a encaminarnos hacia ellos, a través de las luchas y el cansancio de nuestro camino diario. Hoy, sin embargo, soy yo quien les habla aquí, con mi pequeño y pobre corazón, pero repleto de amor, porque he percibido, en algunos de ustedes, ciertas vetas indeseables de tristeza desoladora, nacidas de reconocimiento de sus propias debilidades y comparaciones melancólicas con moldes sublimados no alcanzados. No os queremos así, amargados y tristes. Deseamos verte siempre con el corazón erguido para lo Alto y con el espíritu alegre y feliz. Nuestro Divino Maestro, en su sabiduría, nos advirtió sobre esto, recordándonos que ningún discípulo puede ser más grande que su Maestro. Vuestro compromiso no es reaparecer en nuestro plano de vida espiritual cargando la augusta corona de los grandes redimidos. Nadie nos cobra tanto. Lo que todos esperamos es que volváis un día a nuestra patria espiritual liberados de vuestros fardos más
pesados y enriquecidos con importantes créditos para jornadas futuras. Sería una tontería fingir querer pisotear el tiempo o saltar por la escalera simbólica de Jacob, por una carrera milagrosa que nos llevaría de repente al cielo. Somos hijos de Dios en crecimiento, obreros de la última hora, trabajadores convocados para el final de una jornada, antes de que llegue la noche y amanezca un nuevo día. Lo que se pide y se espera de usted, y de todos nosotros, es una confianza innegable en la misericordia y amor a nuestro Padre Celestial y perseverancia leal en el bien. “A cada día le basta su trabajo” – sentenció Jesús. No hay por qué pretender ni más ni menos de lo que somos, si la Bondad Divina nos atiende y nos llama por lo que realmente valemos. Otros Espíritus, desvinculados de nuestros círculos, podrán talvez juzgaros con severidad, mas nosotros, que os conocemos y os amamos, jamás exigimos de vosotros sino lo que sois y lo que tenéis. El Señor nos dio a cumplir un solo y gran mandamiento: el de nuestro amor al Padre, a través de nuestro amor unos por los otros. Busquemos la tranquilidad de espíritu y el equilibrio en nuestro trabajo; conversemos con nuestro sudor y con nuestras lágrimas, y sigamos en paz. Como gustaba decir nuestro Bethencourt Sampaio, “somos la caravana que nunca se disuelve”. Leticia
HIMNO A LA TIERRA ¡Dadivosa Madre Tierra, augusta y buena, cuantas veces te busque, ansioso y afligido, el regazo fecundo, soñando realizarme en tus brazos! Y cuantas veces me has dejado, tierna, succionarte tu ubre y tus senos fuertes, rehaciendo mis fuerzas agotadas en el torbellino de mil vidas ya vividas.
¡Y en la furia salvaje de mil muertes! Tú Sol, tú miel, tú suelo, tus océanos, todo lo que eres tú me diste, madre-amante! En ti fui polvo, fui pez, árbol con flores... Aprendí a llorar en tus desiertos ¡Y aprendí a gozar en tus amores! Águila, gigante, enano, de pie, de rastros, ¡Conozco todas las estrellas de tu cielo! Por eso te amo y estoy deslumbrado Ante la grandiosidad espléndida y sublime de la vida que hierve en tus poros! Ah, tu olor a arbusto, tu olor a carne, la fuerza magnética y divina que brota de tus abismos! ¡Tierra!... ¡La última vez que morí te dejé afligido llorando mis amores, añorando tus encantos, y hasta tus dolores! Mi mente ya no vibra con fuego torturado con ecuaciones, números, fechas, recuerdos borrosos, cosas rotas... Si a veces me encuentro huyendo cruzando otros mundos en el pensamiento, más allá de las galaxias de ensueño, es que sé que te volveré a dejar, en la gran compulsión renovadora que me llevará de nuevo a otro nido... Más un día volveré a tu regazo y en tus brazos maternales volveré a sentir el dulce abrazo y viviré en tu seno una vez más! Hernani T. Sant’ ana