CONCLUSIONES PRÁCTICAS J HERCULANO PIRES

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CONCLUSIONES PRÁCTICAS j. Herculano Pires Libro: El Sentido de la Vida Llegados a este punto, podemos entender que de hecho, el Espiritismo nos ofrece una nueva concepción de la vida y del mundo, capaz de transformar la Tierra. Cuando los prejuicios del llamado materialismo científico de nuestro tiempo sean definitivamente sofocados por el creciente e irresistible avalancha de los hechos, cuando las religiones comprendan, cómo acaba de comprender la Iglesia Anglicana, la inutilidad de sus acusaciones de satanismo contra nuestra doctrina; cuando la filosofía perciba que terreno le falta bajo los pies, en el mundo de formulaciones abstractas y de intelectualismo pedante en el que se ha perdido; cuando la política deje de ser el juego de intereses inmediatistas que ha sido hasta hoy, para convertirse en trabajo consciente en favor de la solución de los problemas sociales, con la luz de los principios de la inmortalidad reencarnacionista, el Espiritismo habrá cumplido su primera tarea. Entonces, como dice Kardec, la Tierra dejará de ser un mundo de expiación y pasará a la categoría más elevada de mundo de regeneración. Los hombres no serán tan malos como lo son hoy, esto es, habrán superado el


estado de ignorancia espiritual que hoy los caracteriza. Los espíritus encarnados en el planeta habrán construido, a través de las luchas civilizadoras y espirituales, un hábitat diferente para la humanidad terrena. Todavía, solamente llegaremos a ese mundo ideal, que no es utópico, pues las líneas generales de la evolución ahí están para demostrarnos la posibilidad de alcanzarlo, si empleamos en su conquista nuestro mejor esfuerzo. Es preciso trabajo, trabajo y mucho trabajo, de parte de todos los que ya fueron capaces de comprender la verdad del Espiritismo, de todos los que ya han madurado suficientemente para una percepción más espiritual de la vida. Nadie, que tenga conocimiento de las verdades proclamadas por el Espiritismo, que haya sido beneficiado por los esclarecimientos doctrinarios, que haya sentido en su propia vida y en la de los seres más queridos los efectos poderosamente saludables de esa nueva concepción del mundo, tiene el derecho de cruzarse de brazos, de permanecer indiferente, ante la inmensa tarea que cabe al Espíritu de Verdad realizar entre los hombres, con el concurso de estos. En su libro, Porque creo en la inmortalidad personal, ya citado en estas páginas, vimos que un hombre de ciencia de la estatura mental de sir Oliver Lodge considera el Espiritismo como una nueva revolución Copérnico. Y estudiando los diversos aspectos de la doctrina, llegamos a la conclusión de que esa afirmativa del gran físico debe despertarnos para un conocimiento mejor de ese poderoso cuerpo de principios que los espíritus nos legaron, a través del trabajo persistente y corajoso de Kardec. Hemos de abrir los ojos; de ver, con los ojos bien abiertos, que el Espiritismo no es apenas una palabra de consuelo que nos cayó en el corazón en medio de nuestro desespero; no es solamente una vaga suposición de cómo se procesan la muerte y la vida, en el ciclo incesante de sus manifestaciones; no únicamente un pretexto para el desenvolvimiento de nuestra curiosidad con el trato de los fenómenos mediúmnicos. Mucho más de lo que eso, el Espiritismo es el fermento de la parábola evangélica, destinado para leudar todo la masa de los conocimientos y experiencias del hombre en la Tierra, para el establecimiento del Reino de Dios entre todos pueblos. Es la poderosa palanca que tendrá que sacar al hombre de


la tierra para elevarlo a las estrellas, como diría Bradley. Y esa palanca está en nuestras manos, es nuestro deber maniobrarla con la mayor rapidez y decisión. Antes de todo, por tanto, debemos colocarnos en la posición de quien no se contenta con el simple conocimiento intelectual de los principios espíritas. Aceptar la doctrina, solamente en las líneas de su estructura filosófica, no basta para solucionar sino el problema de nuestra vanidad personal, de nuestra voluntad individual de conocer verdades que otros desconocen. Precisamos comprender que el Espiritismo no es producto del intelecto o de la imaginación, más si una doctrina de vida, que nació del dolor y del sufrimiento del hombre, de su angustia cara a las experiencias penosas de la Tierra, de su propia madurez, al sol del trabajo rudo y milenario, en el seno del inmenso proceso de elaboración biológica del planeta. Precisamos, al mismo tiempo, comprender, sentir y vivir el Espiritismo. Al mismo tiempo, comprender, sentir y vivir el Espiritismo. El concepto de Espiritismo práctico, hoy tan difundido como simple sistema de realización de sesiones, debe convertirse en sistema de vida espírita, de norma de pensamiento y acción, de conducta, para todos nosotros. Una vez que el Espiritismo nos muestra un objetivo para la existencia del hombre en la Tierra, y que comprendemos ese objetivo, no se podría aceptar que continuásemos de brazos cruzados, esperando que las fuerzas de la vida nos impulsen, sin nada hacemos de nosotros mismos, en favor de nuestro avance en aquel sentido entrevisto. ¿El hombre vive para qué? Para mejorarse a si mismo y mejorar a los demás, para evolucionar de animal a espiritual, para transformar sus instintos en intuiciones, para alcanzar siempre y siempre planos más elevados para sus sentimientos y su capacidad espiritual de percepción del Universo. ¿Así es, porque motivo hemos de continuar encerrados en el pequeñito mundo de nuestras aflicciones cotidianas, atormentados por mil problemas pasajeros, que nada significan para nuestra vida infinita? Solo seremos coherentes con nuevos conocimientos adquiridos cuando nos dispusiéramos a modificar nuestra propia vida, encarándola como un proceso continuo, de expansión y de liberación de nuestra personalidad, de realización de nosotros


mismos cara a la realización universal. No más nos prenderemos a las preocupaciones de rutina, llorando y sufriendo por los pequeños percances de la existencia. Entendiendo que la vida es un proceso de evolución y que todos sus acontecimientos nada más son que vagas impetuosas del inmenso océano de la evolución universal, para empujarnos para el frente, aprenderemos a acompañar ese impulso, caminando con la vida. Hay una vieja imagen de la vida, que mucho nos ayudará a comprender la actitud que debemos asumir. Diremos que la vida es un rio, inmenso rio, cuyas manantiales se pierden en lo desconocido del tiempo y del espacio, cuyas aguas ruedan por el infinito, pasando a través de innumerables formas, a través de millones de paisajes, para desembocar después de todo, en el lejano océano de la perfección. Nosotros, los hombres, nada más somos que habitantes de las aguas de la vida. Estamos en medio del rio y las aguas corrientes pasan por nosotros con increíble rapidez, sin parar, avanzando siempre para su objetivo. Si miramos al rededor, sentiremos el vértigo de las aguas. Todo fluye, todo pasa, todo se desvanece en torno de nosotros. Aquello que antes existía, hoy no existe más. Lo que era ahora, ahora no lo es. Paisajes, flores, animales, la sociedad misma humano, todo cambia incesantemente. Nuestros amigos y nuestros seres más queridos no se quedan para siempre con nosotros. Al contrario, como arrastrado por las aguas de la vida, lo que otros dirían de la muerte, se pierden, uno tras otro, en el continuo fluir del tiempo. Nosotros mismos envejecemos. Sentimos que día a día nos aproximamos al fin. Y por más que luchásemos en sentido contrario, nada podríamos hacer. Es que las aguas del rio no paran de correr y no podríamos hacerlas parar. Ellas pasan por nosotros con velocidad vertiginosa. Nos empujan, nos arrastran, y cuanto más intentemos en quedarnos donde estamos, en no caminar con ellas, más su atrito nos desgasta, arrancándonos la propia ropa, desnudándonos, y por fin sangrándonos la propia piel.


La única actitud sensata que podríamos asumir, dentro del rio, sería la de dejarnos llevar por las aguas. Más estamos demasiado conscientes de nuestra personalidad, demasiado convencidos de nuestra individualidad, de nuestro yo, y tenemos miedo de disolvernos en las aguas, de dejar de ser nosotros mismos. Entonces, llenos de angustia, nos agarramos a las raíces del barranco, nos colgamos de las ramas que se inclinan sobre el río, nos abrazamos unos a los otros en los troncos que ruedan al sabor de las aguas, o incluso más desesperados, nos aferramos a las rocas que repuntan, afiladas y ásperas, del lecho fangoso. Es así como nos defendemos. Pero es una defensa desesperada, pero las aguas son más fuertes que nosotros y nunca dejan de pasar. Sufrimos y nos angustiamos. Entretanto, si comprendiésemos que las aguas no son enemigas, que son, por el contrario, el elemento en que vivimos y que su impulso es benéfico, todo se resolvería fácilmente. Sin desgana, nos rendiríamos a la corriente. Y ella, suave y ligera como un arroyo que lleva una flor, nos conduciría por paisajes conocidos y desconocidos, hacia nuestro verdadero destino. Esta imagen nos recuerda ese pasaje evangélico, tan oscuro para aquellos que no comprenden el significado de la vida: “aquel que quisiera salvar su vida, la perderá, más aquel que la perdiese por amor a mí, la salvará”. Dijo el sumo sacerdote, en su admirable libro El cristianismo del Cristo y el de sus vicarios, que Jesús está para nosotros en la posición de un gran nadador, enseñándonos a nadar. La imagen coincide con lo que comentamos anteriormente. Y por eso nos enseñó a rendirnos a las aguas, sin miedo a perder, con eso, nuestra vida. Cuanto más un hombre se apega a sus ideales personales, a sus caprichos, a sus sistemas, más se distancia de los otros, más se aparta de la vida. ¿Quien no conoce esos temperamentos confinados, esas criaturas gruñonas, llenas de "cositas", que están siempre en guardia contra todo y todos? Pues no son más que individuos que se aferran con fuerza a las raíces del barranco. Se defienden de la vida y de los hombres, quieren viven a su manera,


encerrados en sus costumbres. Cualquiera que quiera sacarlos del pozo mental y psíquico en el que se encuentran, por su propia voluntad, será considerado un enemigo. Sin embargo, si los llevásemos a un médico psiquiatra, los considerará enfermos, que de hecho lo son, y les recetará los medios necesarios para la liberación. En la vida ordinaria, fuera de este terreno específico de patología psíquica, también nosotros, casi todos, somos espíritus confinados, estamos enfermos, apegados a la rutina de una vida sin sentido, luchando contra las aguas del río de la vida, que quieren llevarnos para la liberación. Si queremos continuar en esta actitud, solo podemos aumentar nuestros sufrimientos y nuestros dolores. La lección de Cristo se vuelve así muy clara ante las enseñanzas espíritas. La vida no es fija, no es sólida, no es estable. Es fluida y cambiante. Si queremos salvar nuestra vida al fijarnos en nuestros hábitos y nuestras ideas, la perderemos, porque el constante fluir de las cosas de repente nos hará libres, nos lanzará hacia adelante con un impulso irresistible. Si, por el contrario, aceptamos sacrificar nuestra vida por el amor del Cristo, es decir, cambiando nuestro apego a las pequeñas cosas de la existencia transitoria al comprender las verdades eternas, por Él enseñadas, la salvaremos. Por tanto, entendamos, en primer lugar, nuestra verdadera posición ante la vida, y tratemos de adaptarnos a ella. Comprendamos que la vida es un flujo, que tenemos que vivir, no apegados a nuestros hábitos y sistemas, más si, por el contrario, con la mente abierta, con el corazón alegre, prontos a caminar para el frente. El propio Espiritismo no es u sistema rígido. Su naturaleza es dinámica, progresiva. Cuanto más avancen los tiempos, cuanto más se acelere la madurez espiritual del hombre, tanto más se alargará los conceptos espíritas, según la propia lección de Kardec. Vivamos también de esa manera, si quisiéremos comenzar a vivir una vida espírita. Después de haber tomado esa posición, debemos comprender que ella no representa desinterés por la vida. Muy por el contrario, hemos de interesarnos vivamente por todo lo que nos rodea. Pues entonces no aprendemos que todas las cosas


forman parte del plan general de la evolución, que todas ellas representan, para nosotros, auxiliares de nuestro propio desenvolvimiento. Desapegarnos de las cosas no quiere decir despreciarlas. El gran espiritualista hindú, Ramakrishna, decía a sus discípulos que ellos debían vivir como un ama-de-leche. Y explicaba: “El ama-de-leche, al referirse a la casa de sus patrones, dice: “nuestra casa”. Ella sabe, entretanto, que su casa está lejos, en una aldea distante, para la cual se dirigen sus pensamientos. Al referirse al hijo de los patrones, que trae en los brazos, dirá: “mi Hari está muy travieso” o “mi Hari gusta de esto o de aquello”, y así por delante. No obstante, ella sabe que Hari no es suyo. A los que me procuran, les digo que vivan una vida de desapego, como esa ama de leche, que vivan desligados de este mundo, que vivan en el mundo más no sean del mundo, y tengan al mismo tiempo la mente dirigida a Dios, la casa celeste de donde todos venimos. Que imploren el amor de Dios, que los ayudará a vivir así.” Colocado así, en términos claros, el problema de la actitud espírita, nos resta vivirla. Al principio, es natural, encontraremos grandes dificultades. Mas poco a poco aprenderemos a mirar la vida y el mundo desde un punto de vista espírita. Y entonces los acontecimientos que habitualmente nos sorprendían, nos trastornaban y nos causaban dolor y angustia, pasará a afectarnos levemente, como simples arrecíos del viento en la superficie de un lago. Encontraremos la paz de la comprensión, la serenidad inalterable da exacta visión de las cosas, y que día a día más penetraremos. Aún recuerdo la extrañeza de los vecinos, con motivo de la muerte de nuestro joven y querido JJ, el cronista espírita del periódico El Tiempo, cuñado del autor de estas líneas, pero prácticamente su hijo, porque se había criado en su casa, sin madre, desde muy joven. En casa, una familia de doce, incluidos cuatro hijos, todos eran espiritistas. No se colocaron signos de muerte en las puertas o


ventanas, no se escuchó ningún grito de desesperación, ninguna lamentación, sin semblante fúnebre. La muerte lo había cogido de sorpresa, a los veinte años, y el golpe cayó fuerte y profundo sobre el corazón de todos. Pero todos entendieron que el joven no había muerto. Que simplemente fuera llevado ante nosotros por las aguas de la vida hacia el destino supremo de la evolución espiritual. Todos sintieron, pero al mismo tiempo, todos entendieron. Y nadie tuvo el coraje de lamentarse por aquel que se había ido sabían que él no se merecía esa lamentación. Mi hijo, de siete años, una noche, a la hora de dormir, con sus ojitos distantes, nos acaba de decir: ¿Cómo será el otro lado, ¿no? Él estaba seguro de que su tío había pasado al otro lado, y que así cumplió, pura y simplemente una de las leyes de la vida. Su pensamiento se preocupaba apenas con la novedad del hecho y procuraba descubrir cómo sería la situación de el al otro lado de la vida. Esa falta de apariencia de sufrimiento y desolación, esa ausencia de desesperación, provocó extrañeza a los vecinos. No todos les hicieron saber su extrañeza, pero un día alguien no pudo contenerse y habló con uno de nosotros. Era una persona que había perdido a un pariente joven y que jamás se consolara. Seguía sufriendo, sintiendo horriblemente la “pérdida irremediable". Y solo entonces pudimos comprender cuánto nos había valido el Espiritismo en ese momento insoportable, cuan profundo él había operado en el fondo de nuestras almas. Unos días después, un amigo recibió, en Marilea, la primera comunicación del espíritu. Recibimos un telegrama de hermanos, comunicándonos el hecho, que conmovió a todos. Conocíamos muy bien la mediumnidad de Urbano de Asís Xavier, cirujano dentista en esa ciudad. Afortunadamente, el espíritu había pedido a los a los amigos presentes en la reunión, a los hermanos Eurípides Soares da Rocha, proveedor del Hospital Espírita de Marilea, Gabriel Ferreira, farmacéutico y exdirector del mismo, y a la señora de este, , que transmitiesen al médium su deseo de hablar con nosotros. Urbano comprendió la situación y, con sacrificio de sus propios intereses, viajó al día siguiente a San Pablo. En casa, todos juntos, recibimos el pago de nuestra firmeza en la convicción espiritista. JJ semanifestó, amparado por espíritus


amigos, que también conocíamos, identificándose plenamente y dándonos una vez más la confirmación de la sobrevivencia. Teníamos, así, la prueba de que nuestra actitud era cierta, de que nuestra posición era exacta. Y la vida continuó, como siempre, en su eterno flujo, en la Tierra y en el espacio. El nacimiento y la muerte no deben perturbarnos más de lo necesario para que sean atendidos en sus necesidades inmediatas. Las convenciones humanas que cercan esos acontecimientos, procurando darles un carácter de misterio impenetrable, deben ser apartadas de los medios espíritas. Nada de sacramentos aparatosos inútiles, como los bautizados religiosos, las unciones del moribundo, la colocación de velas o crucifijos en las manos del muerto o en torno del cadáver, las oraciones en conjunto, lloriqueos y prejuicios, nada de gritos de desespero o de sollozos interminables, nada de semblantes cargados, de desfiles oscuros, cargados de coronas, nada de luto y de apariencias dolorosas. El espirita sabe que el nacimiento y la muerte no son más que acontecimientos normales de la existencia terrena. Sabe que los aparatos de que los hombres se revisten, a través de los tempos, esas ocurrencias, son apenas productos de la ignorancia, ahora ya superada por los conocimientos doctrinarios. Por lo tanto, debe desterrar de las casas espiritas, todos esos viejos aparatos de superstición y del atraso espiritual de la humanidad, transformados en la más estéril y perjudicial de los convencionalismos. Por otro lado, en su vida diaria él debe hacer lo mismo. A todo momento habrá de encontrarse con las manifestaciones convencionales del mundo. Son los hábitos creados en la sociedad por la incomprensión del hombre, firmados a través de los tiempos, constituyendo la rutina cotidiana de las convenciones. Contra ella, el espírita irá reafirmando los nuevos hábitos denunciadores de una visión diferente de las cosas. Su actitud será la de un simplificador de la vida, la de un destruidor de convenciones inútiles. En su vida particular, como hombre de familia y de sociedad, substituirá las expresiones convencionales por las actitudes simples y naturales, dictadas por el corazón en cada momento. Será lo que realmente es, no lo que pretenda que él sea. En la vida comercial o profesional procurará substituir la ganancia desenfrenada o el deseo instintivo de superar a los compañeros


para sacar ventajas personales, por el simple cumplimiento del deber, con vistas a la realización de las tareas que le caben y la satisfacción de sus reales necesidades económicas. Como el ama deleche de que nos habla Ramakrishna, él sabrá siempre que la fortuna, el éxito, la buena posición, no son más de lo que el hijo del patrón, del cual él debe cuidar con el máximo de cariño, mas sin apego. En lo tocante a los principios doctrinarios, sabiendo, como sabe, que el mundo necesita de ellos, hará todo lo posible por su difusión. Trabajando para su propia vida, trabajará también la vida de su prójimo, a través de la predicación y del ejemplo. La predicación, él la hará en las ocasiones oportunas, siempre que pueda desviar la conversación de los rumbos habituales, de futilidad y de maldad, para otros rumbos, más altos y más bellos, relacionando acontecimientos que sirvan de lecciones o indicando aun mismo las soluciones doctrinarias para todos los problemas de la vida. No es solamente a través de discursos y de conferencias que podemos predicar. Todos los espíritas, hasta los más pobres de recursos intelectuales, pueden tornarse excelentes predicadores, despertando a los hombres para la comprensión de la verdadera vida. El ejemplo el lo dará a través de sus actos, de su manera de vivir, de comerciar, de desempeñar sus encargos profesionales, de su forma de tratar con sus semejantes en la vida social. Más haciendo eso, le resta aun un deber que cumplir: el trabajo en conjunto. Conocedor que es de la ley de fraternidad, no puede el cerrarse, dentro del movimiento doctrinario, en una especie de individualismo espírita, haciendo Espiritismo solamente en su casa o en el ámbito individual de sus actividades. Es necesario ir más lejos, ligándose a las asociaciones doctrinarias contribuyendo para el trabajo de los Centros y de los Núcleos, esforzándose en favor de las buenas iniciativas espiritas. Llegamos, en este punto, a un asunto de la mayor relevancia para todos los espíritas. La vida de las sociedades doctrinarias es de gran importancia para la buena y seria propagación de los principios espíritas en el mundo. Por eso mismo, cabe a todos nosotros una parcela de responsabilidad por las actividades de esas asociaciones.


Gran número de ellas, infelizmente, se desvían fácilmente el camino seguro, llevadas por hombres vanidosos e ignorantes, que a si mismos se atribuyen poderes excepcionales, asistencia privilegiada, capacidad única de dirección. Los espíritas sinceros y esclarecidos no pueden cerrar los ojos a esa situación. Es su deber contribuir para el regreso de las asociaciones a un camino seguro, si no personalmente, por falta de aptitudes personales, por lo menos reforzando el trabajo de los que luchan contra esas tergiversaciones y esos desvíos. Uno de los vicios aun persistentes en el movimiento espírita es el del personalismo más feroz, en la realización de obras de carácter doctrinario. Todo individuo que se juzga dotado de capacidad para hacer alguna cosa, procura luego hacerla por cuenta propia, individualmente, no raro firmando su nombre, como si el fuese el objetivo y no el realizador de la iniciativa. Contra eso hemos de luchar, incesantemente. Precisamos convencer a los espíritas de la necesidad de trabajos en conjunto, visando las soluciones más amplias de los problemas doctrinarios. La Unión de las Sociedades Espíritas – USE, surgida en San Pablo, es una tentativa en ese sentido, y debemos prestigiarla. No obstante, es necesario el mayor cuidado, para que un movimiento como a USE también no sea desviado de sus verdaderos objetivos. El peligro de ese desvió ya se tornó evidente, con la creación de un departamento de unificación nacional, en Rio de Janeiro, subordinado a la Federación Espírita Brasileña. La unificación del movimiento espírita, tanto en el ámbito municipal, a través de las Uniones Municipales Espíritas, como estatal o en el federal, hasta aun mismo, futuramente, en el continental y en el mundial- ya existen organismos de esa naturaleza, como la Confederación Espírita Pan-americana y la Federación Espírita Mundial –, debe ser hecha a través de organismos amplios, de representación colectiva, y no de pequeñas sociedades, encerradas en las manos de un grupo reducido. En cada organismo unificador deben estar presentes los representantes electos de grandes masas espíritas, de la manera más democrática posible, a fin de que el movimiento no se desvié de su sentido libre y libertador; esto porque el Espiritismo es doctrina, como vimos, de


libertad y de fraternidad, jamás de coacción e imposición, a través de autoridades arbitrariamente constituidas. Nuestro trabajo debe ser en el sentido de unir a los espíritas para el esfuerzo común en pro de la causa, y no de someterlos al arbitrio de instituciones dirigentes.


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