EDUCACIÓN EN LA FAMILIA Mercedes Cruz Reyes Afirma la Psicología moderna que la educación infantil es perfectamente posible sin el uso del pescozón, golpes, zurras, gritos e insultos, siempre que sé de al niño el amor, la atención, el respeto y la protección que él necesita, merecen y debe recibir. La lucha en familia es problema fundamental de la redención del hombre en la Tierra. ¿Cómo seremos benefactores de cien o mil personas, si aun no aprendimos a servir cinco o diez criaturas? Esta es una indagación lógica que se extiende a todos los discípulos sinceros del Cristianismo. Antes de la gran proyección personal en la obra colectiva, el discípulo debe aprender a cooperar, a favor de los familiares, en el día de hoy, convencido de que semejante esfuerzo representa realización esencial. El asumir compromisos en la paternidad y en la maternidad constituye engrandecimiento del espíritu, siempre que el hombre y la mujer comprendan su carácter divino.
“Cuando Jesús nos recomendó no despreciar a los pequeños, esperaba de nosotros no solamente medidas providenciales alusivas al pan y a la vestimenta. No basta alimentar minúsculas bocas hambrientas o abrigar cuerpecitos helados. Es imprescindible el abrigo moral que asegure al espíritu renaciente el clima de trabajo necesario para su sublimación. No siempre los hijos se muestran propensos a seguir los ejemplos paternos. Esto es porque, espiritualmente, cada uno de nosotros es hijo de sí mismo, es decir, actúa y reactúa de acuerdo al grado de evolución que haya alcanzado a través de las sucesivas vidas. Y puede ocurrir, como nos enseña Allan Kardec, que entre los miembros afines de cierta familia uno u otro desentone de los demás, visto que la influencia de algunos años bajo el mismo techo y las mismas técnicas educativas pueden no ser suficientes para modificarle los gustos, las tendencias, el temperamento y otros aspectos de su personalidad.
Forman familia los espíritus que la analogía de los gustos, la identidad del progreso y la afección inducen a reunirse. Esos mismos espíritus, en sus migraciones terrenas, se buscan para agruparse, como lo hacen en el espacio, originándose de ahí las familias unidas y homogéneas. Mas, como no les cumple trabajar apenas para sí, permite Dios que espíritus menos adelantados encarnen entre ellos, a fin de recibir consejos y buenos ejemplos por el bien de su progreso. Por lo tanto hemos de acogerlos, como hermanos; auxiliarlos, y después, en el mundo de los Espíritus, la familia se felicitara por haber salvado a algunos náufragos que, a su vez, podrán salvar a otros.”
Emmanuel, ese amoroso y lucido mentor del mundo espiritual nos dice a través del médium Cándido Xavier, que pasada la época infantil, acreedora de toda vigilancia y cariño por parte de las energías paternales, los procesos de educación moral, que forman el carácter, se tornan más difíciles, y, alcanzada la mayoría de edad, si la educación no se ha hecho en el hogar, entonces, solo el proceso violento de las pruebas rudas puede renovar el pensamiento y la concepción de las criaturas, porque el alma reencarnada habrá retomado todo su patrimonio nocivo del pretérito y reincidirá en las mismas caídas, si les faltó la luz interior de los sagrados principios educativos. He aquí porque el hogar es tan importante para la edificación del hombre, y porque tan profunda es la misión de la mujer ante las leyes divinas.
No todos los padres están en condiciones de cuidar, personalmente, de la formación moral de los hijos, porque las peleas, las discordias, las quejas mutuas, incluso los escándalos y los malos ejemplos de una vida desarreglada y disoluta les quitan toda la autoridad.
Entonces lo que les compete hacer en beneficio de la prole es valerse del auxilio de la iglesia a que pertenezcan, encaminándolos a las aulas de evangelización administradas en sus templos.
Los padres deben de darse cuenta de la seria responsabilidad que les pesa sobre los hombros, de indicar a los hijos el camino que conduce a Dios, si ellos tomaran verdadera conciencia de ello, no olvidarían ese deber, no consentirían que la Religión fuese sustituida simplemente por un apuro mundano, que, en último análisis, no-pasa de ser un paganismo refinado, como ya dijo alguien. “¿ De que vale al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Cualquiera que sea la religión: Católica, Evangélica, Espirita, etc.; se debe cuidar que las luces del Evangelio iluminen los pasos, de los niños, para que no se hundan en los abismos del error y del crimen, y alcancen el ambicionado puerto de la felicidad.
“Debe nutrirse el corazón infantil con la creencia, con la bondad, con la esperanza y con la fe en Dios. Actuar contrariamente a esas normas es abrir para el pecador de ayer la misma puerta larga hacia los excesos de toda clase. Los padres, espiritistas deben comprender esa característica de sus obligaciones sagradas entendiendo que el hogar no se hace para la contemplación egoísta de la especie, sino para santuario en donde, a veces, se exige la renuncia y el sacrificio de una existencia entera”. Otra cuestión muy importante para el niño es, su educación del sentimiento social. Todos los errores de la infancia, todos los trazos defectuosos del carácter, todas las dificultades de relacionarse tienen por origen una falta de sentimiento social; lo dijo, un notable psicólogo. En los Derechos del Niño encontramos esta preciosa recomendación: “el niño será educado en el sentimiento de que sus mejores cualidades deben ser puestas al servicio de sus semejantes”
Los padres deben dedicar especial atención a este aspecto de la formación de sus hijos, que es el más difícil de todos, pero también el de mayor relevancia, pues se dirige a la mayor llaga de la Humanidad: el egoísmo. Los padres deben ayudar a desenvolver en el niño el deseo de ser útil al prójimo, la capacidad de entender a los semejantes y de condolerse por sus desdichas: 1° Estimulando el gusto por ayudar. 2º Confiándoles tareas de “cuidar” 3º Cultivándole el hábito de compartir sus pertenencias. 4º Exigiéndole el respeto a la propiedad ajena. 5° Formando su corazón para la práctica de la Caridad. 6° Enseñándole a orar 7° Haciéndole comprender que su derecho termina donde comienza el del semejante. 8° Enseñándole a ser tolerante, para que aprenda a disculpar las flaquezas ajenas. 9° Enseñándole a valorar las cosas y el servicio que prestan aquellos que nos asisten. 10° Enseñándole a dar el testimonio personal de su alegría al repartir lo que posee con otros, de su satisfacción en poder prestar colaboración en obras filantrópicas o a favor del bien común, de su cordialidad en el trato con los subalternos y de su acatamiento a la persona, a los bienes y a las prerrogativas del prójimo, pues con tales gestos estará introduciendo en su alma sentimientos idénticos, a la misma vez que la educación del niño se hace, por encima de todo, por la imitación de los buenos ejemplos. El egoísmo es la fuente de todos los vicios, como la caridad lo es de todas las virtudes. Destruir uno, es desenvolver la otra, tal debe ser el objetivo de todos los esfuerzos del hombre, si quiere asegurar su felicidad en este mundo, como en el futuro. Los padres del Mundo, admitidos a las asambleas de Jesús, necesitan comprender la complejidad y grandeza del trabajo que les asiste. Es natural que se interesen por el mundo, por los acontecimientos vulgares; sin embargo es imprescindible no perder de vista el hogar que es el mundo esencial, en donde se debe atender a los designios divinos en lo tocante a los servicios más
importantes que les fueron conferidos. Los hijos son las obras preciosas que el Señor les confía en sus manos, solicitándoles cooperación amorosa y eficiente. Recibir encargos de ese tenor es alcanzar nobles títulos de confianza, por eso, criar a los hijos y perfeccionarlos no es servicio fácil. La mayoría de los padres humanos viven desviados a través de variados modos, sea por los excesos de ternura, o por una demasiada exigencia, pero a la luz del Evangelio todos se encuentran en el rumbo de la nueva Era, comprendiendo que, si para ser padre o madre son necesarios profundas dotes de amor, al frente de esas cualidades debe brillar el divino don del equilibrio, pues el hijo descuidado, ocioso o perverso es el padre inconsciente de mañana, y el hombre inferior que no disfrutará de la felicidad doméstica. La felicidad es la primera aspiración del ser humano. Nadie jamás dejó de procurarla, soñando tenerla como primer objetivo de su existencia. La inmensa mayoría espera encontrarla, claro está, en el matrimonio. Natural es que así sea, pues es propósito de la sabiduría divina que el hombre y la mujer, siendo uno complemento del otro, se unan íntimamente para alcanzar la plenitud de la vida. Es necesario que el hombre aprenda a ejercer piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es bueno y agradable ante Dios.