EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD TE HACE LIBRE La Doctrina Espirita ha sido para muchos hermanos un consuelo porque ella nos ha esclarecido y ha iluminado nuestro camino, nosotros hemos de encender con nuestro trabajo antorchas de razonamiento a favor de los que se debaten en las sombras. Somos concordantes en que Allan Kardec es el apóstol de la renovación humana, y que nos cabe el deber de conferirle una expresión práctica a sus enseñanzas, comprometidos a compartir su mensaje de luz con los compañeros de la Humanidad. Cuando preguntamos acerca del Gran Porvenir, la Doctrina Espírita sosegó nuestras ansias porque nos explica que estamos de manera provisoria en el mundo, en el servicio del propio cincelado con vistas a la inmortalidad victoriosa. Quizás tú que lees el mensaje preguntas sobre los amargos disturbios del cuerpo y el alma, cuando la enfermedad o la mutilación aparecen. Y la Doctrina Espirita apaciguó tu aflictiva contienda interior porque explica que la individualidad eterna se sirve temporalmente
de un cuerpo imperfecto, como alguien que se vale de un instrumento determinado para una determinada tarea, con el objetivo de corregirse a sí mismo. Inquirías con respecto a la finalidad de los problemas domésticos. La Doctrina Espirita armonizó tu pensamiento porque explica que el hogar es un instituto para la regeneración y el amor, donde vuelves a convivir con los amigos y los adversarios de las existencias pasadas, a fin de edificar un futuro mejor. Interrogabas en cuanto a los seres amados más allá de la tumba. La Doctrina Espírita disipó tus dudas porque explica que el sepulcro no es el final, así como tampoco la cuna es el principio, y que cuando los seres se desembarazan de los lazos físicos, prosiguen la marcha de perfeccionamiento y elevación a partir el punto evolutivo alcanzado en la Tierra. Interpelabas al campo religioso acerca de la Justicia Divina. La Doctrina Espírita anuló tu inquietud porque explica que Dios no concede privilegios, de modo que cualquiera sea el domicilio del alma en el Universo, recibe de la vida inevitablemente el bien o el mal que le ha dado. Torturabas tu mente, como si estuvieras condenado a respirar en una cárcel misteriosa, cada vez que meditabas acerca de las cuestiones trascendentales de la fe. La Doctrina Espírita te aportó calma, porque explica que nadie puede ejercer violencia sobre los otros en materia de creencias, y también que para nutrirse de luz la fe debe ser razonada sobre bases lógicas, porque en relación con las Leyes Divinas, cada conciencia es responsable de su propio destino. Es necesario que valoremos la Doctrina, pues ella generosamente nos valoriza. Sustentar su integridad y pureza en relación con Jesús, que la avala, significa estar en la búsqueda del perfeccionamiento y trabajar a favor de la unión. En presencia de las ráfagas del materialismo que encrespan el océano de la experiencia terrestre, la Obra Kardeciana se asemeja indiscutiblemente a una embarcación providencial que navega con seguridad en las aguas revueltas.
Mientras tanto, afuera, importantes instituciones con apariencia de venerables navíos estallan en los cimientos, y esperanzas humanas de todos los climas, que parecen barcos de las más diversas procedencias, se entrechocan por la furia de los elementos, cuando se multiplican las aflicciones y los gritos de los náufragos que bracean en las tinieblas. En prevención de semejante desacierto, los sabios instructores que redactaron la introducción de “El Libro de los Espíritus” (1), dijeron claramente a Allan Kardec: "...Mas todos los que tuvieren en cuenta el mayor principio de Jesús, se confundirán en un mismo sentimiento, el del amor al bien, y se unirán con un lazo fraterno que abarcará al mundo entero". La obra espirita es, sin dudas, la embarcación acogedora consagrada al amor al bien. Urge, por lo tanto, que sus felices tripulantes no se pierdan en los conflictos verbales o las divagaciones estériles. Encendamos con nuestro trabajo antorchas de razonamiento a favor de los que se debaten en las sombras. Si la Doctrina Espiritista ya ha llegado hasta tu capacidad de comprensión, si ella es el soporte de tu liberación interior, porque te enseña la religión natural de la responsabilidad para con Dios en ti mismo, recuerda la promesa del Cristo: "Conoceréis la verdad y la verdad habrá de haceros libres." Extraído del libro de Chico Xavier “Justicia Divina