EL FALLECIMIENTO DE ALLAN KARDEC

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EL FALLECIMIENTO DE ALLAN KARDEC LUC ET MARIE-FRANCE GRUNTZ

“Ha fallecido el Sr. Allan Kardec, se le entierra el viernes” firmado por Emile Muller. La noche del 31 de marzo de 1869 los espíritas lioneses recibieron este lacónico telegrama, llamado en la época “despacho”, firmado por este amigo de Allan Kardec. Esta muerte, a la edad de sesenta y cinco años, tan temprana, tan imprevista, fue una sorpresa para todos sus amigos y parientes que quedaron sumergidos en un doloroso estupor. El deceso, por ruptura de aneurisma, ocurrió en su domicilio parisiense del 59, pasaje SainteAnne entre las once y el mediodía, cuando entregaba un ejemplar de la Revista Espírita a un dependiente de librería que la acababa de adquirir. Allan Kardec se desplomó sobre sí mismo sin pronunciar una sola palabra, cuando estaba solo en su casa ordenando papeles y libros para una próxima mudanza a una casita en la avenida Ségur. Su portero, alertado por los gritos del


dependiente, lo levantó pero en vano. Alexandre Delanne, que acudió a toda prisa, lo friccionó y lo magnetizó, pero sin éxito, todo había terminado. Las circunstancias precisas del fallecimiento fueron relatadas por Emile Muller en una carta escrita la misma tarde del 31 de marzo. Pero recordemos por algunos instantes su fragilidad cardiaca. Trabajador contumaz, Allan Kardec se levantaba muy temprano en la mañana, hacia las 4:30 en todas las estaciones, para responder el correo, preparar sus discursos para las conferencias y recepciones, organizar las sesiones de espiritismo del viernes… La fatiga se había hecho presente desde hacía muchos años. Además, desde 1868 se preparaba el proyecto de reorganización de la Sociedad Espírita, que iba a ser reconstituida en sociedad anónima sobre nuevas bases, para la explotación de la librería, la Revista Espírita y sus libros. La puesta en marcha de esta nueva sociedad se haría efectiva el 1 de abril de 1869, en el 7 de la calle de Lille en París. A todo eso se sumaban las cartas anónimas, los insultos, la denigración sistemática, las traiciones; lo cual generaba heridas incurables. Aunque preparado para vivir cien años, Allan Kardec tenía un corazón de sensitivo; las injusticias, sobre todo las de los espíritas charlatanes e inconsiderados le habían horadado el corazón y lo habían debilitado. Fragilidad confirmada, por otra parte, algún tiempo antes de su muerte por un joven sonámbulo (traído por Alexandre Delanne) que hacía diagnósticos notables. “¿Veis en mí un órgano particularmente frágil?” La respuesta fue: “Sí señor, el corazón”. Los funerales Allan Kardec fue sepultado dos días más tarde en el cementerio Montmartre en medio de una enorme multitud, entre mil y mil doscientas personas. Durante la ceremonia civil, cuatro espíritas le rindieron homenaje en discursos particularmente conmovedores. El primero en expresarse fue el Sr. Lèvent, vicepresidente de la Sociedad Espírita de París quien, en términos ajustados y verídicos, hizo el elogio del maestro. Habló de su tacto, de su benevolencia, de su lógica superior e inspirada, de su increíble capacidad de trabajo, de sus


preciosas obras convertidas en clásicos y destinadas a una resonancia mundial. Extractos: “¡Ah! Si, como a nosotros, os fuera dado ver en esta masa de materiales acumulados en el gabinete de trabajo de este infatigable pensador, si, con nosotros, hubierais penetrado en el santuario de sus meditaciones, veríais esos manuscritos, unos casi terminados, otros en ejecución y finalmente otros apenas esbozados, esparcidos aquí y allá, y que parecen decir: ¿dónde pues está trabajando nuestro Maestro, siempre tan madrugador? ¡Ah! Más que nunca, exclamaríais también, con acentos de disgusto tan amargos, que casi serían impíos: ¿es preciso que Dios haya llamado a Él al hombre que aún podía hacer tanto bien; a la inteligencia tan llena de savia, en fin, al faro que nos ha sacado de las tinieblas y nos ha hecho ver de otra manera este mundo nuevo bien distintamente vasto, bien distintamente admirable que el que inmortalizó al genio de Cristóbal Colón? Este mundo, cuya descripción apenas había comenzado a hacernos, y cuyas leyes fluídicas y espirituales presentíamos. (…) Continuaremos pues tus labores, caro Maestro, bajo tu efluvio benéfico e inspirador; recibe aquí la promesa formal. Es la mejor muestra de cariño que podemos darte. En nombre de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, no te decimos adiós, sino hasta luego, hasta pronto”. Camille Flammarion sucedió al Sr. Levent. El joven astrónomo de veintisiete años habló del Espiritismo y la Ciencia. Recordó la obra de Allan Kardec, ese pensador laborioso y subrayó el sentido común encarnado del fundador del espiritismo científico. “Pues, señores, exclamó, el espiritismo no es una religión, sino una ciencia, ciencia de la que apenas conocemos el ABC. El tiempo de los dogmas terminó. La naturaleza abarca el universo, y Dios mismo, que antiguamente se hizo a imagen del hombre, no puede ser considerado por la metafísica moderna sino como un espíritu en la naturaleza. La inmortalidad es la luz de la vida, como este sol resplandeciente es la luz de la naturaleza”. Luego tomó la palabra, Alexandre Delanne, en nombre de los espíritas de los centros


alejados. Habló de este pionero emérito, a quien los espíritas del mundo entero han dirigido un gracias, repetido mil veces. El último fue Emile Muller quien se expresó en nombre de la familia y de los amigos: “Hablo, en nombre de su viuda, de la que fue su compañera fiel y feliz durante treinta y siete años, de una felicidad sin nubes ni confusión, de la que compartió sus creencias y sus trabajos, así como sus vicisitudes y alegrías, que sola hoy, está orgullosa de la pureza de las costumbres, absoluta honestidad y sublime desinterés de su esposo”. Pero Kardec también había sido el sabio Rivail. Recordó pues una parte de esa actividad, cuya extraordinaria utilidad y eficacia en el campo de la instrucción pública, fueron destacadas. El cuerpo de Allan Kardec no permaneció sino un año en la parte baja del cementerio Montmartre, destinada a ser retomada por la municipalidad en busca de terrenos para construir. Amélie Boudet se puso de acuerdo con la Sociedad para adquirir un lugar en el Père Lachaise y hacer edificar un monumento en forma de dolmen macizo, recuerdo de su vida de druida. La nueva sepultura fue terminada el 31 de marzo de 1870. Todos los periódicos de la época reseñaron la muerte de Allan Kardec y trataron de calcular sus consecuencias. Si bien algunos añadieron bromas sin consistencia, muchos otros hicieron justicia a la memoria del gran hombre. El Sr. Pagès de Noyez le rindió un vibrante homenaje en el Journal de Paris del 3 de abril de 1869. He aquí algunos extractos: “¿De qué sirve contar los detalles de la muerte? ¿Qué importa la forma en que el instrumento se rompió, y por qué dedicar una línea a esos restos entrados ya en el inmenso movimiento de las moléculas? Allan Kardec ha muerto justo a tiempo. Para él está cerrado el prólogo de una religión vivaz que, irradiando cada día, pronto habrá iluminado a la humanidad. Nadie mejor que Allan Kardec podía llevar a buen término esta obra de propaganda, a la que debió sacrificar largas vigilias que alimentan el espíritu, la paciencia que a la larga enseña y la abnegación que desafía la necedad del presente para no ver sino el resplandor del porvenir. Con sus obras, Allan Kardec habrá fundado el dogma presentido por las sociedades más antiguas. Su nombre, estimado como el de


un hombre de bien, desde hace mucho tiempo es vulgarizado por los que creen y por los que temen. Es difícil realizar el bien sin lesionar los intereses establecidos. El Espiritismo destruye muchos abusos; también realza muchas conciencias doloridas proporcionándoles la convicción de la prueba y el consuelo del porvenir”. Manifestaciones post mortem En la Revista Espírita de 1869, se mencionan seis comunicaciones de Allan Kardec recibidas por los miembros de la Sociedad reunida en el local de la calle Sainte-Anne, después de sus funerales. La síntesis de estos contactos fue el mensaje de la unidad, el mensaje del progreso, también el mensaje de su eterna preocupación por conservar una unión espírita de Francia coherente y eficaz. Alentó a sus amigos por la vía del espiritismo y su última palabra fue “Dios”. Retomemos un extracto de un mensaje de Allan Kardec recibido en nuestra Asociación en enero de 1990, y que vuelve sobre ciertos elementos referentes a las circunstancias de su fallecimiento y sus funerales, y que explica también su entrada en el más allá: “(…) Me entretenía en examinar algunas revistas espíritas, a la sazón por aparecer el mes siguiente. (…) De repente, sentí un dolor violento que invadía mi pecho. Entonces, me desplomé inconsciente. Yo seguía cotejando las revistas espíritas como si nada hubiera pasado, luego me sentí cada vez más ligero hasta ver por fin mi envoltura carnal en tierra, inanimada. Evocando aquel instante supremo, aún vuelvo a ver a mi amigo Alexandre Delanne, tratando de reanimarme con pases magnéticos transversales. En efecto, Alexandre Delanne era un excelente magnetizador. Ante el espectáculo de mi cuerpo inanimado sobre el suelo, me asusté y tuve cierta angustia, la de la turbación evidente, la turbación natural que cada uno conoce en el momento de su desencarnación, luego, progresivamente me di cuenta de que, a pesar de los esfuerzos de Alexandre, ya no sería posible reintegrarme al cuerpo. Distinguí entonces muy bien un cordón brillante que enlaza el plexo de mi envoltura carnal con mi doble fluídico. Distinguía muy bien, a nivel de esa energía luminosa, un agujero, una cortadura que no dejaba ninguna duda sobre mi nuevo estado de desencarnado. Entonces, abandoné el recinto elevándome lentamente en el


espacio, en aquel momento penetré en un amplio túnel largo, dirigiéndome con seguridad hacia los que me esperaban, hacia mis padres terrenales, hacia mis amigos espíritas, hacia todos estos amigos que, por la fuerza de su pensamiento, habían podido emitir en el interior del túnel que conduce al mundo de los espíritus, una música de Bach que lleva por título: Jesús, que mi alegría permanezca. Al final de ese túnel, en el azul que se me ofrecía, reconocí a mis padres desencarnados, reconocí también a todos mis amigos espíritas desencarnados antes de mí. Y luego un poco más lejos, vestidos con sus túnicas blancas, mis amigos de antaño, los druidas de lo invisible, antiguos druidas de Bretaña que acudían para recibirme. Y luego, por encima de ellos, Zéphir mi guía que no cesaba de repetirme: “Hermano mío, te vuelves libre y lo ves ya porque antes lo sabías, todo continúa”. A pesar de esta extraordinaria acogida, mi sentimiento del momento, siempre estaba dirigido hacia la Tierra, hacia los que acababa de dejar, sentimiento de humanidad, sentimiento natural. Todos los espíritus del más allá comprendieron este sentimiento y me pidieron que asistiera a mi propio entierro, lo cual hice…” Para concluir este artículo, tomaremos prestadas de Pagès de Noyez algunas líneas extraídas de su homenaje periodístico antes citado: “Los espíritas lloran hoy al amigo que les deja, porque nuestro entendimiento, demasiado material, por así decirlo, no puede plegarse a la idea del tránsito; sino el primer tributo pagado a la inferioridad de nuestro organismo, el pensador levanta la cabeza, y hacia ese mundo invisible que siente existir más allá de la tumba, tiende la mano al amigo que no está más, convencido de que su espíritu nos protege siempre. El presidente de la Sociedad de París ha muerto, pero el número de adeptos se acrecienta todos los días, y los valientes que el respeto al maestro dejaba en segunda fila, no dudarán en afirmarse por el bien de la gran causa. Esta muerte, que la generalidad dejará pasar indiferente, no deja de ser un gran acontecimiento para la humanidad. Este ya no es el sepulcro de un hombre, es la piedra tumularia que llena ese vacío inmenso que el materialismo había cavado bajo nuestros pies, y sobre cual el Espiritismo derrama las flores de la esperanza”.


Fuentes: Revista Espírita de 1869 Biografía de Allan Kardec por Henri Sausse - 1909 Allan Kardec: su vida, su obra - André Moreil 1980 Allan Kardec y su época - Jean Prieur – 2004 LE JOURNAL SPIRITE N° 91 JANVIER 2013


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