EL PASE DE RICHET Humberto de Campos /Chico Xavier Libro: Crónicas del Más Allá del Túmulo 21 de enero de 1936 El Señor tomo lugar en el tribunal de su justicia y, examinando los documentos que se referían a las actividades de eminentes personalidades sobre la Tierra, llamó el Ángel de la Muerte, exclamando: - A mediados del fin de siglo, salieron de aquí varios servidores de la Ciencia que prometieron trabajar en mi nombre, en el globo terráqueo, elevando la moral de los hombres y suavizando sus luchas. Algunos ya han regresado, ennoblecidos en acciones dignas, de ese mundo lejano. Otros, sin embargo, se desviaron de sus deberes y otros permanecen allí, en el torbellino de dudas e incredulidad, trabajando en el estudio.
“¿Te acuerdas de aquel que era aquí un investigador inquieto, con sus análisis incesantes, y que se comprometió a servir los ideales de la inmortalidad, adquiriendo la fe que siempre le faltó”? - ¿Señor, usted alude a Charles Richet, reencarnado en París en 1850, y que eligió una notabilidad de la medicina para servirle de padre? - Exactamente. Por las noticias de mis emisarios, a pesar de su sinceridad y su nobleza, Richet fue incapaz de adquirir los elementos de religiosidad que había buscado en favor de su prójimo. ¿Eres consciente de los favores que el cielo le ha concedido en el transcurso de su existencia? - Tengo, Señor. Todos vuestros mensajeros rodearon su inteligencia y honestidad con el halo de vuestra sabiduría. Desde los inicios de sus luchas en la Tierra, los Genios de la inmensidad lo envuelven con el soplo divino de sus inspiraciones. De esa asistencia constante le nacieron los poderes intelectuales, tan pronto revelado en el mundo. Su paso por academias de la tierra, que sirvieron para excitar el poder vibrante de su mente, a favor de la resurrección de su tesoro de conocimiento, fue acompañado por vuestros emisarios con especial cariño. Aun en la mocedad, impartido en la Facultad de Medicina, obteniendo la cátedra de fisiología. En ese momento, ya su nombre, con vuestros auxilios, ya estaba rodeado de admiración y respeto. Sus producciones le han valido la veneración y simpatía de sus notables estudios sobre la circulación sanguínea, sobre la sensibilidad, sobre la estructura de las circunvoluciones cerebrales, sobre la fisiología de músculos y nervios, investigando los graves problemas del ser, investigando en el círculo de todas las actividades humanas, ganándose su nombre la admiración universal. - ¿Y en materia de espiritualidad e – replico austeramente el Señor – que le dieron mis emisarios y de qué forma retribuyo su espíritu a esas dadivas? - En ese sentido - exclamó solícito el Ángel - se le ha dado mucho. Cuando dejaste caer, más intensamente, vuestra luz sobre los misterios que me rodean, él fue uno de los primeros en recibir los rayos ardientes. En Carqueiranne, en Milán y la isla de Roubaud, muchas claridades lo dejaron boquiabierto, junto con Eusápia Paladino, cuando su genio se entregaba a observaciones positivas,
con sus colegas Lodge, Myers e Sidgwick. Otras veces, con Delanne, analizo sus célebres experiencias de Alger, que revolucionaron los ambientes intelectuales y materialistas de Francia, que entonces representaba el cerebro de la civilización occidental. “Todos los portadores de vuestras gracias han traído las semillas de la Verdad a su poderosa organización psíquica, apelando a su corazón para que el pudiera afirmar las realidades supervivencia; las noches de severas meditaciones lo llenaron de imágenes maravillosas de sus verdades, pero solo apenas consiguieron que él escribiera el “Tratado metapsíquico” y un estudio provechoso a favor de la armonía humana, que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1913 ". (1) “Los maestros espirituales nunca se han desanimado ni han descansado alrededor de su individualidad; pero a pesar de todos los esfuerzos desprendidos, Richet vio, en las expresiones fenomenológicos de que fue atento observador, apenas la exteriorización de las posibilidades de un sexto sentido en los organismos humanos. Él, que había sido el primer organizador de una diccionario0 de fisiología, no se resignó a ir más allá de las demostraciones histológicas. Dentro de la espiritualidad, toda su labor investigadora se caracteriza por la duda que le martiriza la personalidad. Nunca pude, Señor, las verdades de la inmortalidad, sino como hipótesis, más su corazón es generoso y sincero. Últimamente, en las reflexiones de la vejez, el gran luchador vio inclinado hacia la fe, hasta hoy inaccesible a su comprensión académica. Vuestros mensajeros han logrado inspirarte un trabajo profundidad, que apareció en el planeta como “La Gran Esperanza” y, en estos últimos días, su hermosa inteligencia ha enviado un mensaje entusiasta al mundo a favor de los estudios espiritualistas”. -Pues bien, exclamó el Señor, -"Richet tendrá que volver ahora a penates". Tráelo de vuelta aquí su individualidad para las preguntas necesarias. - ¿Señor, así tan rápido? - regresó el Ángel, defendiendo la causa del gran científico El mundo ve a Richet como uno de sus genios más poderosos, y mantiene su esperanza en él.
¿No sería aconsejable retrasar su estancia en la Tierra, para que él os sirviese, sirviendo a la Humanidad? - No – dijo el Señor tristemente – Si, después de ochenta y cinco años de existencia en la faz de la Tierra, no pudo reconocer, con su ciencia, la certeza de la inmortalidad, es innecesaria la continuación de su estancia en ese mundo. Como recompensa a sus esfuerzos honestos en nombre de sus hermanos en la humanidad, quiero darle ahora, con el poder de mi amor, la chispa divina de la creencia, que la ciencia planetaria jamás le concedió en sus labores ingratas y frías. *** En su lecho de muerte, Richet tiene los párpados cerrados y su cuerpo en la posición final, en el camino de la sepultura. Su inquieto espíritu de investigador no durmió el gran sueño. Allí, hay una multitud de fantasmas que lo rodean. Gabriel Delanne le extiende los brazos de amigo. Denis y Flammarion lo contemplan con bondad y cariño. Personalidades eminentes de Francia antigua, viejos devotados colaboradores de los Los "Anales de las Ciencias Psíquicas" están ahí para abrazar al maestro, en el umbral de su tumba. Richet abre los ojos para las realidades espirituales que le eran desconocidas. Le parece haber retrocedido las materializaciones de Vila Carmen; pero a su lado reposan sus despojos, lleno de detalles anatómicos. El eminente fisiólogo es reconocido en el mundo de los verdaderos vivos. Sus percepciones aumentan, su personalidad es la misma y, en el momento en que vuelve su atención a la actitud afectuosa de quienes lo rodean, escucha una voz suave y profunda, que habla del infinito: - ¿Richet – exclama el Señor en el tribunal de su misericordia, por que no afirmaste la Inmortalidad, y por qué desconociste mi nombre en su apostolado de misionero de la ciencia y trabajo? Abrí todas las puertas doradas que podría reservar para ti en el mundo. Compraste todos los libros. Aprendiste y enseñaste, fundaste nuevos sistemas de pensamiento, a base de disolver dudas. Han pasado ochenta y cinco años, esperando yo que tu honestidad me
reconociese, sin que la fe se desarrollase en tu corazón... Todavía, descifraste, con tu bendito esfuerzo, muchos enigmas dolorosos de la ciencia en del mundo y todos tus días representaron una sed grandiosa de conocimiento... Pero, he aquí, Hijo mío, donde tu razón positiva es inferior a la revelación divina de la fe. Tú experimentaste torturas De la muerte con todos tus libros y ante ella desaparecieron tus compendios, rico de experimentaciones en el campo de la filosofía y la ciencia. ¡Y ahora, recompensando tu trabajo, te doy los tesoros de la fe que te faltaron en el camino doloroso del mundo! Sobre el pecho del apóstol desinteresado, una daga de luz opalescente desciende del cielo como un maravilloso sudario de indescriptible luz de luna. Richet siente su corazón tocado por una luminosidad infinita y misericordiosa, que las ciencias nunca le habían dado. Sus ojos son dos abundantes fuentes de lágrimas de reconocimiento al Señor. Sus labios, como si fueran de nuevo los labios de un niño, recita el "Padre nuestro que estás en los cielos...” Formas luminosas y aéreas te llevan, por el camino etéreo de la eternidad y, llorando de gratitud y gozo, el apóstol de la ciencia pasó de una gran esperanza a la certeza divina de la inmortalidad. Nota: (1) Ciertamente hubo un lapsus del autor, Richet, a pesar de ser un pacifista ardiente, no recibió el Nobel de la Paz y si el de Medicina por el descubrimiento de la anafilaxia.