EN NOMBRE DE JESÚS HERMANO X/CHICO XAVIER LIBRO: CUENTOS DE ESTA Y DE LA OTRA VIDA
Cuando Juan Rigueira partió de la Tierra, ardía en el ideal de hacer el bien. Él era un espíritu servicial, sin embargo, no había adquirido mérito para las grandes alturas. Había que trabajar más, estudiar más... Por eso, Nicésio, el benefactor que desde hacía mucho lo tutelara, fue claro en el consejo, al recibirlo en el espacio: Juan, usted, para elevarse, precisa más tiempo entre los hombres. ¿Para qué? –pregunto sorprendido, el recién desencarnado, que aspiraba a las alturas. Con el fin de primorearse, a través del servicio en nombre de Jesús –respondió el guía. Y acrecentó:
Además de eso, usted dejó en el mundo la hija pequeña. Rosalba que precisará de usted... Lembrou Rigueira el lazo más fuerte que lo prendía a la Tierra. Si, Rosalba... El angelito que su inconsecuente esposa había dejado en sus brazos, cuando ella se fuera en la búsqueda de aventuras inferiores... Desde la separación de su compañera, había entrado en duras lecciones de entendimiento para olvidar, pero había quedado la niña. Recordaba ahora... Antes de liberarse del cuerpo físico, la entregara a los cuidados de pobre amigo, que pronto la interno en humilde orfanato. ¡Oh! Dios, ¿Cómo podría olvidar a la niña que había dejado mal salida del regazo de su madre? Rigueira comenzó a llorar; con todo, Nicésio lo consoló: Juan, sea fuerte. Usted recomenzará aquí sus tareas, en nombre de Jesús. Tengo un grupo de amigos encarnados, junto al cual permanecerá usted en actividad, repartiendo fuerzas y atenciones, entre el mejoramiento propio y el amparo a la criatura. Si, si... – acentuó el interpelado en copioso llanto -, procurare servir, servir... Y realmente, desde luego, eligiendo la leyenda “en el nombre de Jesús”, João Rigueira comenzó a ayudar en la casa del Dr. Vicentino de Freitas, un distinguido abogado que intentaba adaptarse a la Doctrina Espírita. Su esposa, doña Guiomar, accedió a formar un equipo doméstico de estudios del Evangelio, al que se unieron doña Clélia, cuñada viuda, y sus dos hijos: Martino y Luís Pablo. Eran de ese modo, cinco aprendices a la mesa, cuando Rigueira ocupo la mediumnidad de Dona Clélia, por primera vez, dándose a conocer como siendo el mensajero que pasaría a servir al conjunto, más directamente.
Se emocionó, lloro y pidió la Inspiración Divina... Y, desde aquel instante, fue promovido por la familia confortada y alegre al puesto de “Hermano Juan”. Dos veces por semana se reunía el grupo y el amigo espiritual velaba fiel. Más no solo eso. Era compelido a trabajo diario. Los servicios del Dr. Vicentino reclamaban su asistencia, la salud de Doña Guiomar pedía abnegación, los problemas de Doña Clélia se multiplicaban y los rapaces no le dispensaban apoyo en la lucha íntima. En la cuna aparecieron dos hijitos de doña Guiomar. Rigueira había sido el paje vigilante, desde los primeros días del embarazo, apoyando y proveyendo... Los mellizos, Jorge y Jarbas, eran seguidos por él, como si fueran los hijos de su corazón. Guardián incansable. Pases magnéticos y rodo para que los niños se ajustasen. Enfermero en el sarampión y auxilio en la tosferina. Socorro continuo al campo orgánico de Doña Guiomar, que amamantaba con dificultad. Bálsamo invisible para los nervios del Dr. Vicentino. Y, en el sector de Doña Clélia, concurso incesante. Más, en la esfera sentimental de él mismo, el pobre Espíritu de Juan Rigueira acompañaba agobiado los padecimientos de la hija. Rosalba se despidiera del orfanato, ya crecida, para servir en la una despensa familiar acomodada y, a los catorce años, ya estaba sufriendo vergüenza. El primogénito de la casa perseguía e injuriaba a la mocita. Muchas veces, el Hermano Juan comparecía a las oraciones y estudios, en el hogar de los Freitas, con el alma por los suelos; sin embargo, nunca faltó. Los hijos del Dr. Vicentino crecieron. Luís Paulo y Martino conquistaron nobles diplomas. Y Rigueira, en la puerta, alentando a cada uno.
À vista de tamaña devoción, toda la familia le condecoraba el nombre con referencias especiales. El Hermano Juan es el héroe de la caridad que conocemos – decía Doña Clélia, entusiasta. Espíritu alguno nos enseñó la práctica de la virtud, tanto como el – remataba Doña Guiomar, haciendo gesto confirmativo con la cabeza. Estimulado por semejante cariño, Rigueira, cierto día, tomo decisiva resolución. Insistió mentalmente con la hija para salir de la lucida residencia en que se hallaba en boca de grave caída moral. Rosalba, en la primavera de los veinte años, estaba desfigurada, abatida... Y tan atormentada se veía en la trama de los pensamientos inferiores, que no resistió, de modo alguno, las sugestiones del Espíritu paterno. Se puso a deambular, por las calles, acompañada de cerca por él, que la condujo, mecánicamente, para el hogar del Dr. Vicentino de Freitas, estudiante de optimismo y ternura. La familia, por la noche, estaba esperando el momento exacto del Evangelio, cuando la joven tocó el timbre. Recibida en la glorieta de acceso, habló inspirada por Rigueira. Se veía abandonada, pedía un trabajo honesto, era huérfana, sola... Pero el doctor Vicentino, un tanto duro, explicó que no necesitaba una empleada. Doña Guiomar aclaró que no tuvo la posibilidad de examinar la propuesta. Y doña Clélia, más generosa, le dio veinte cruzeiros de merienda, recomendándole que fuera a la casa de la esquina cercana, donde, según había oído, necesitaban una cocinera. Rosalba se retiró en lágrimas y, más allá de la verja, oyó a doña Guiomar que decía severamente: - Debe ser una perdida cualquiera...
A lo que Dona Clélia adjunto con sarcasmo: -
¡De moza que se ofrece, Dios me libre!
Transcurrida media hora, los componentes del círculo se reunían a la mesa. Todos reverentes, en actitud sumisa. Finalizada la oración de abertura, fue leído y minuciosamente interpretado hermoso trecho sobre la beneficencia. En seguida, el amigo espiritual se incorporó en Dona Clélia para el servicio del pase curativo; entretanto, como jamás aconteciera en el curso de casi veinte años, el benefactor guardaba silencio, mostrando señales de inmensa amargura. ¿Qué le paso hermano Juan? – preguntó el Dr. Vicentino. – ¿Usted, está triste? Rigueira, sin embargo, dio una sonrisa decepcionada y respondió pacientemente: No se preocupe amigo mío. Todo va bien... Y concluyó: - Continuemos trabajando...en nombre de Jesús.