ESCRIBIENDO A JESÚS CHICO XAVIER (NUEVO)

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ESCRIBIENDO A JESÚS Humberto de Campos/Chico Xavier Libro: Crónicas Más Allá del Túmulo 8 de marzo de 1937 Mi Señor Jesús: Os escribo esta carta casi en los últimos tiempos en que lo hacía en la Tierra, cerrado en las perplejidades de la incomprensión. A menudo imaginaba que eras accesible a la vista de todos aquellos que escapan del mundo por la puerta oscura de la Muerte, para recompensar a los buenos y castigar personalmente a los culpables, como los jefes de estado modernos, que entregan medallas de honor en los días festivos y dictan sentencias condenatorias en sus gabinetes. Mas, no es así, Señor! Todas las ingenuas y dulces concepciones del Catolicismo se esfumaron en mi imaginación. La muerte no hace de un hombre un ángel; nos amontona, a los magotes, donde puede caber toda la inmensidad de nuestras flaquezas y ahí, en la contemplación de nuestras realidades y de nuestras miserias,


descubre un fragmento de los velos de su gran misterio. Entonces, nos sentimos reconfortados por la esperanza, e basta ese rayo de luz para que seamos deslumbrados en vuestra gloria. Si es verdad que no os buscábamos en los caminos de la Tierra, no era justo que nos vinieseis a esperar en la puerta del Cielo. Sin embargo, señor, no es para reprocharle mi pasado en el mundo que le dirijo esta carta. Es para decirte que los hombres van a revivir nuevamente la tragedia de tu muerte. Muchos judíos influyentes están tomando medidas para aclarar el proceso que motivó su condena. Es cierto que estos últimos movimientos, para investigar errores pasados, no son nuevos. Juana de Arco fue canonizada después de la calumnia, el martirio y la difamación y, aún ahora, en Brasil, se revivió el proceso que convirtió a Pontes Virguero un monstruo nefasto, una medida que alivió su carencia, humanizando su propia figura a través del análisis detallado de los hechos recapitulado por el Sr. Evaristo de Morais. Los descendientes de vuestros verdugos quieren reparar la violencia de sus abuelos. Su objetivo es reconstruir el mismo escenario de siempre. La corte provincial romana, la famosa corte de los israelitas, copia la situación con la mayor fidelidad posible. Sin embargo, me gustaría agregar, entre paréntesis, que el mismo Caifás todavía estará en el Sanedrín para castigar y juzgar. Con todo esto en mente, Señor, fui a Jerusalén para observar cuidadosamente los lugares santos. Si últimamente contemplé la ciudad en ruinas de los profetas, en el momento en que se conmemoraba tu pasión y tu muerte, habiendo fijado en mi mente los dolorosos cuadros de tu martirio, no pude observar con detalle sus ruinas, desde el momento en que mi atención fue solicitada por la magnánima figura de Iscariote. Es cierto que los siglos dejarán allí, para siempre, las huellas imborrables de tu paso de luz por el Planeta. Jerusalén seguirá contando a los peregrinos de todo el mundo su historia de lamentos y dolores. Sin embargo, reconocí la dificultad de copiar el pasado con sus cosas y sus circunstancias.


Se dice que, años después de tu crucifixión, el rabino Aguaba fue, con algunos compañeros, a visitar las ruinas del templo donde habían resonado tus divinas palabras. Pero el lugar sagrado donde se veneraba el Lugar Santísimo era refugio de chacales, que huían asombrados por la presencia de los hombres. También hoy, Señor, Jerusalén no tiene la fisonomía de antaño. En los lugares donde se derramó el perfume de incienso y mirra, hay un olor pronunciado a gasolina y humos. Los elegantes burros han sido reemplazados por cómodos coches. Los ingleses viven occidentalizando las ruinas abandonadas. En el mar de Galilea, en Tiberíades, se construyó una elegante balneario; lleno de bañistas con sus atuendos multicolores, sintiéndose como en Copacabana o Biarritz. Judea está aislada por ferrocarriles, carreteras macadamizadas, cinematógrafos, iluminación eléctrica, servicios modernos. Incluso hay, señor, un poderoso judío ruso llamado Gutenberg, que capturó electricidad en las suaves aguas del Jordán mediante mecanismos y presas. Aquellas aguas sagradas y claras, que bautizarán a los cristianos, mueven hoy poderosas turbinas. Las usinas están en todas partes. Todas esas instalaciones han alterado la fisionomía de la región. Ciertamente, Señor, conociste Haifa, que era un niño tranquilo y dulce, a la sombra del monte Carmelo, sobre el cual Elias encontró los profetas de Baal, confundiéndolos con la sabiduría de sus palabras. Pues, hoy, palpita allí enorme ciudad, guardando una gran estación de depósito de petróleo, donde la marina inglesa acostumbra abastecerse. El campo suave de Mizpeh, donde la voz de Samuel se hizo oír durante treinta días consecutivos, exhortando Israel, se transformó en un inmenso aeródromo donde posan las aves metálicas del progreso, llenas de noticias y de ruidos. Se torna difícil reconstituir el ambiente de vuestra injusta condenación. Mas los hombres, Señor, nunca dispensaran la teatralidad y las máscaras de sus vidas. Es posible que engendren un drama, en el que, con el pretexto de rehabilitarte ante la


historia, subviertes aún más, en el abismo de su materialidad, al profundo significado espiritual de tu doctrina. Las multitudes no serán inquiridas ahora a respecto de su preferencia por Barrabás. Los pontífices del Sanedrín no podrán poner en tus brazos misericordiosos una caña como un cetro, ni herir tu frente con la corona de espinas. Ciertamente, irónicamente, harán construir un coloso de piedra, a tu semejanza, injuriando tu memoria. Los llamados creyentes se arrodillarán a los pies de esa estatua impasible, suplicando con su elegante escepticismo tu bendición, antes de levantarse para devorarse unos a otros como Caines locos. ¡Ah! ¡Señor! ¡Sabemos que desde tu trono estrellado vienes a vigilar este orbe tan pequeño y tan infeliz! El pesebre y la cruz siguen siendo el mayor tesoro de los humildes y los desdichados. Pero mira, Señor, cómo las malas hierbas se esparcen por la tierra. Cortarlas, Jesús, para que el trigo el laurel de la paz y la verdad brille en tu bendita cosecha. Y que los hombres, unidos en el mismo suave yugo de hermandad que nos enseñaste, descansen acunados en el sublime canto de tu misericordia y amor.


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