ESPIRITISMO Y CRISTIANISMO J. Herculano Pires Libro: El Sentido de la Vida Partimos del sentido religioso del Espiritismo, de su aspecto de consolación y orientación para la vida terrena. Analizamos su posición cara a los problemas fundamentales de la religión, como la existencia de Dios, que el Espiritismo coloca en términos racionales y casi objetivos, y entramos en el terreno de la interpretación filosófica y de la comprobación científica de los fenómenos que prueban la sobrevivencia del alma. Discutimos con los teólogos, los filósofos y los científicos, mostramos la incoherencia de la posición actual de la ciencia cara a sus propios principios y el camino único que le cabe tomar, para la verdadera solución del problema espírita. Analizamos aun la posición filosófica de la Doctrina de los Espíritus, la conclusión a la que sus postulados nos llevan en el terreno complejo de la sociología política y arbitramos una solución para el trabajo social y político de los espíritas, en el mundo de desvalorizaciones en que estamos viviendo. Nos resta ahora, antes de las conclusiones prácticas y de para intentar un resumen del Espiritismo en breves pinceladas, centrarse en algunos puntos de la exégesis teológica, puntos que han servido de arma para el desvió, el camino espirita, muchas almas sensibles e impresionables,
fácilmente confundidas por los sofismas clericales del catolicismo y protestantismo. No escudriñaremos el problema histórico de las acusaciones del satanismo, formuladas por el clero de varias iglesias cristianas, porque como vimos, este problema se resuelve a la luz de los textos sagrados, al mismo tiempo que, hoy en día, está perdiendo sentido en el propio medio clerical. Pero hay otras acusaciones que deben ser estudiadas. Entre ellos, en nuestra opinión, el que niega al Espiritismo la naturaleza de la tercera y última revelación cristiana, eslabón final del conjunto bíblico, obra del Espíritu de la Verdad, del Paráclito, el consolador prometido por Cristo. Desde sus primeras manifestaciones, los espíritus encargados de transmitir a Allan Kardec los principios fundamentales de la nueva doctrina hicieron sentir la estrecha relación existente entre la misma y el cristianismo. El Espíritu de Verdad fue su guía, y ya en El Libro de los Espíritus piedra fundamental de la doctrina, vemos cómo el Espiritismo y El cristianismo se entrañan de tal manera que separarlos equivaldría a producir una doble mutilación. Hay algunos espiritas que dicen lo contrario, y sabemos que incluso entre nosotros, en Brasil, ha habido, desde los albores de la preparación del Espiritismo, elementos que se decían “Espiritas puros", o sea, simplemente espiritas, firmados en los principios de El Libro de los Espíritus, sin ninguna conexión con el Cristianismo. Sin embargo, si nos diéramos al trabajo de leer ese libro, veremos que esa actitud no pasa de uno de los muchos equívocos a que tan fácilmente se entregan los intelectuales, uno de los muchos conceptos erróneos cara a las nuevas doctrinas. El espírita no cristiano puede basarse en cualquier cosa menos en El Libro de los Espíritus, que es un texto cristiano, una continuación natural del Nuevo Testamento, como este lo es del Verbo. En los Estados Unidos y en algunos países de América Central se firmó hace tiempo un movimiento de características regionalistas, que pretendía presentar al Espiritismo como doctrina americana, surgida y propagada en América. Así, se rechazaba la codificación Kardeciana, para tomar como base algunos escasos estudios realizados en América. El espiritismo había nacido, no en París, con el lanzamiento, el 18 de abril de 1857, del Libro de los Espíritus, pero
en Hydesville, en los Estados Unidos, el 31 de marzo de 1948, con la aparición de Fenómenos históricos de la casa de la familia Fox. Se llegó mismo a plantar, en el lugar donde existió la cabaña de las famosas hermanas Fox, un obelisco con las palabras Aquí nació el Neo Espiritualismo. La verdad de los hechos nos muestra, sin embargo, lo contrario. Los fenómenos espíritas ocurrieron en todos los tiempos, y los verificados con las hermanas Fox no fueron ni los primeros ni los últimos. Ni mismo en la época, ellos tuvieron cualquier primacía. Basta recordar los magníficos trabajos de Jonathan Koans y su cámara-espírita, allí mismo, en los Estados Unidos, y el estupendo florecimiento de la mediumnidad en Europa, con la multiplicación de médiums y fenómenos por todo el viejo continente, para que comprendamos que los hechos de la familia Fox alcanzó prominencia debido a las circunstancias particulares, que los destacaron ante la opinión pública y proyectarlos más tarde en el mundo. Ellos constituyeron, sin duda, uno de los medios que utiliza el Espíritu de la Verdad, para la propagación más rápida de los principios espiritistas y el comienzo de la nueva era en la Tierra. Más solamente en Francia, con Allan Kardec, y a través del Libro de los Espíritus, el Espiritismo tomó cuerpo, se estableció como una doctrina filosófica, con conocimientos científicos y consecuencias religiosas, de naturaleza esencialmente cristiana. Afirman los libros de la codificación, lo afirman los espíritus que presidieron la obra de Kardec, que El Espiritismo es obra del Espíritu de Verdad, encargado de preparar en la tierra el advenimiento del Reino de Dios, es decir, de un mundo mejor y más puro, de justicia y verdad imperantes sobre injusticias y mentiras que dominan hoy. Los teólogos de las variadas iglesias cristianas no aceptan esa afirmativa, negando al Espiritismo la naturaleza de proseguimiento del trabajo de Cristo entre los hombres. Para eso alegan varias razones, entre las cuales la más fuerte es la de que el consolador, también llamado Espíritu Santo e incluido en la Santísima Trinidad como tercera persona, ya había venido, después del sacrificio de Jesús, en el Día de Pentecostés, en Jerusalén.
Para aclarar este tema, debemos analizar la propia naturaleza del consolador anunciado por Jesús, según textos evangélicos. Dice el capítulo 14 del Evangelio según Juan: “Si me amas, guarda mis mandamientos, y yo rogare al Padre, y Él te dará otro Consolador, para que permanezca contigo para siempre, el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Mas vosotros lo conoceréis, porque el quedará con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré para vosotros.” Luego ademáis, en el versículo 26 del mismo capítulo: “Más el consolador, que es el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todo lo que yo os tengo dicho.” No capítulo 16 encontramos estos versículos: “Más yo os digo la verdad; a vosotros, os conviene que yo me vaya, porque, si yo no me fuera, no vendría a vosotros el Consolador, mas, si yo me voy, os lo enviare. Y el, cuando viniere, erguirá al mundo del pecado, y de la justicia y del juicio. Si, del pecado, porque no creen en mí. Y de la justicia, porque yo voy para el Padre, y no me veréis más. Del juicio, en fin, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado. Yo tengo aún muchas cosas para deciros, más vosotros no las podéis soportar ahora. Cuando venga, sin embargo, aquel Espíritu de Verdad, él os enseñará todas las verdades, porque no hablará de sí mismo, más dirá todo lo que ha escuchado y os anunciará cosas que están por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo que es mío, y os lo anunciara. Todas cuantas cosas tiene el Padre, son míos. Por eso es que yo os dije que el hará recibir de lo que es mío, y os lo anunciara. " Estas son las palabras de Juan registrando la promesa del Consolador, en la traducción de Padre Figueredo. Como vemos, el Espíritu de Verdad es un enviado de Dios, a pedido del Cristo, para dar proseguimiento a la obra de este en la Tierra. Su naturaleza es espiritual y su función puede ser así dividida:
a) permanecer con los hombres, estando mismo en los hombres, integrado en la propia existencia humana; b) enseñar a los hombres todas las cosas, recordándoles las enseñanzas de Cristo; c) erguir al mundo del pecado, de la justicia y del juicio; d) recibir la revelación de las verdades divinas y proporcionarlas al hombre. Oigamos ahora al propio Kardec, en La Génesis, sobre la venida del Consolador en el Día de Pentecostés: “El Espíritu Santo no realizó, en Pentecostés, lo que Jesús anunciara a respecto del Consolador, el Espíritu de Verdad. De lo contrario, los apóstoles habrían elucidado, en su vida, todo cuanto quedó obscuro en el Evangelio hasta hoy, y cuya interpretación contradictoria dio lugar a las numerosas sectas que dividieron el Cristianismo desde los primeros siglos, en luchas sin treguas, por cuestiones de exegesis, de interpretación, luchas que llegaron a producir grandes mortecinos. Si en la época en que Jesús hablaba a los hombres no se hallaban en estado de comprender las cosas que quedaron por decir, no seria en algunas semanas que ellos podrían adquirir las luces necesarias. Para la comprensión de ciertas partes del Evangelio, con excepción de los preceptos de moral, eran precisos conocimientos que solo el progreso de las ciencias nos daría, y que solo podrían ser obra del tiempo y de muchas generaciones. Si, pues, el nuevo Mesías viniese poco tiempo después de Cristo, habría encontrado el terreno en las mismas condiciones, y no haría más de lo que El hizo. Ahora, desde o Cristo hasta nuestros días, no se produjo ninguna gran revelación, que completase el sentido del Evangelio y elucidase los puntos obscuros, como indicio cierto de que el enviado aun no apareció.” Más adelante, en el mismo primer capítulo de La Génesis, completa Kardec su pensamiento, con las siguientes palabras: “El Espiritismo, lejos de negar o destruir el Evangelio, viene, por el contrario, a confirmar, explicar y desarrollar, por las nuevas leyes de la naturaleza, que revela, todo cuanto Cristo dijo y realizó. Elucida los puntos oscuros de la enseñanza cristiana, de tal suerte, que
aquellos para quien eran ininteligibles ciertas partes del Evangelio, o parecían inadmisibles, ellas se tornan comprensibles, y ellos las admiten, sin dificultad, gracias al auxilio de esta doctrina. Ven mejor su alcance y pueden distinguir entre la realidad y la alegoría. Cristo les parece mayor: El ya no es simplemente un filósofo, más si un Mesías Divino.” A continuación encontramos: “Si se considera, por otro lado, el poder moralizador de Espiritismo, con la finalidad que marca todas las acciones de la vida, por las consecuencias del bien y del mal que hace palpables, la fuerza moral, el coraje, los consuelos que da en aflicciones, por una confianza inalterable en el futuro, por el pensamiento de tener cada uno junto a si los seres a los que amó, la certeza de volver a verlos, la posibilidad de confabular con ellos, la certeza, en definitiva, de que todo lo que se hizo, todo cuánto se ha adquirido en inteligencia, en sabiduría, en la moral, hasta la última hora de la vida, no se pierde; porque todo se aprovecha en el adelantamiento del espíritu, se reconoce que El Espiritismo cumple todas las promesas de Cristo con respecto al Consolador anunciado. Ahora, como es el Espíritu de Verdad que preside el gran movimiento de regeneración, la promesa de su venida se allá así cumplida, porque, de hecho, es el verdadero Consolador. Vemos, dante todos esos argumentos, que la alegación de que el Consolador había venido en el Día do Pentecostés no tiene razón de ser, no encuentra base alguna en el propio texto evangélico. Es, por el contrario, una verdadera negación del Consolador. Ninguna de las tareas señalas por Cristo al Espíritu de Verdad son cumplidas en Pentecostés. Lo que se verifico en aquel día fue apenas el auxilio de lo Alto a los apóstoles aterrorizados, a fin de alentarles la fe y los predispuso a la gran lucha en la predicación de la Buena-Nueva. La venida del Espíritu de Verdad, para quedar con los hombres, se daría más tarde, cuando los tiempos transcurridos hubiesen permitido la madurez necesaria del pensamiento humano, sin el cual ninguna revelación de nuevas verdades, la enseñanza de todas las cosas, no sería posible. ¿Y por qué recordar las enseñanzas de Cristo, en aquella hora, en la que ellas aun hacían eco en el espíritu de los apóstoles? Solo más tarde, después de las que tergiversaciones teológicas, fatalmente ocurrieran, como ocurrieron, sería posible el
restablecimiento anunciado por Cristo, y que hoy de hecho se verifica, a través del Espiritismo. Oigamos aun las palabras de Kardec, esta vez en el capítulo sexto de El Evangelio Según el Espiritismo: “El Espiritismo vino en el tiempo determinado, a cumplir la promesa de Cristo. El Espíritu de Verdad preside su advenimiento, llama a los hombres a la observación de la ley y enseña todas las cosas, haciendo comprender aquello que Jesús solo dijo en parábolas. Vemos así respondidos los ítems que establecimos antes, tratando de las funciones del Consolador. Nos resta decir, que, gracias a los principios del Espiritismo, el Espíritu de Verdad puede, realmente, no apenas permanecer entre los hombres, además integrarse en la carne, en el pensamiento, en el espíritu, en la vida de los hombres, como norma de conducta para todos los que lo reciben y comprenden, como directriz permanente de sus pensamientos y acciones.” En cuanto al ítem “c” de la división que establecemos, y en la que incluimos las palabras del Evangelio “erguir el mundo del pecado, de la justicia y del juicio”, el envuelve, según pensamos, la acción social del Espiritismo, como reformador del mundo, como iniciador de la sociología, según dice Emmanuel. Esa tarea será cumplida por el Espiritismo, también a su tiempo, como vimos en el capítulo anterior. Mismo porque, como dice Eclesiastés, Dios hizo tiempo para todo, y cada cosa ha de llegar a su tiempo, ni antes, ni después. Verificado así que el Espiritismo es de hecho el Consolador prometido por Cristo, no nos debemos perturbar con la oposición de los clérigos, sean ellos católicos o protestantes. La historia nos revela que la iglesia constituida, basada en cánones definitivos, estratificados en sus principios, osificados en sus dogmas de fe y materializados en el interés profesional de sus sacerdotes, no es la primera vez que se recusa a aceptar el cumplimiento de las profecías en que asentó sus propios alicientes. Es el texto sagrado mismo, son los pasajes, los que nos hablan de la manera por la cual la iglesia judaica, ciega en su orgullo, no aceptó en la venida de Cristo el cumplimiento de la anunciación del Mesías.
Lo mismo que la iglesia de la época hizo con relación a Cristo la iglesia de hoy hace, en lo tocante al Espiritismo. Además, las semejanzas históricas son muy profundas. Los judíos se consideraban sentados en la silla de Moisés, y de lo alto de esa catedra anatematizaron al Mesías. Los cristianos de hoy se juzgan sentados en la silla de Pedro, encima de la cual lanzan los rayos de su maldición sobre el Consolador prometido. Más de la misma manera por la cual Cristo respondió a sus acusadores, a través de sus obras, el Espiritismo responde a sus detractores, mostrándoles los frutos de su propagación en la Tierra, frutos de cura y de consuelos para todos los desheredados e infelices, ricos o pobres, donde quiera que se encuentren y a él se dirijan. Seria fastidioso que enumeremos otras varias objeciones teológicas levantadas contra el Espiritismo. La teología es terreno fértil en afirmaciones y contestaciones de toda especie. Nunca, talvez, la imaginación humana haya encontrado campo más vasto, en que mejor se pudiese sentir, para el libre ejercicio de su poder de autocontradicción. Un rápido mirar para la historia escolástica de la Edad Media nos dará la medida de los exagero y de los absurdos a que el pensamiento teológico consiguió llegar, muchos de los cuales aun continúan sustentados, en pleno siglo veinte. Contra la ley de la reencarnación, afirman los teólogos que el Evangelio no la menciona, aunque la naturaleza explícita de las referencias de Jesús al renacimiento de Elías en la persona de Juan el Bautista, el precursor. Cuando citamos el diálogo de Jesús y Nicodemo, uno de los pasajes evangélicos más bellos sobre reencarnación, los teólogos buscan escapar por la tangente de renacimiento del espíritu, olvidando que el texto habla del renacimiento del agua y el espíritu, y que el elemento agua representaba, para los antiguos, la propia materia. Cuando negamos la existencia de penas eternas, por contrariar el principio más elemental de las justicias humanas, cuanto más de Dios, algunos nos responden, frunciendo el ceño, como si nos mirasen desde lo más profundo de las verdades supremas, que no somos capaces de medir la justicia de Dios, que no podemos avaluar su significado y que ella será para siempre un terreno misterioso, vedado a la razón y a la lógica frágil de los hombres. Si evocamos el
verdadero sentido de la palabra griega eón, traducida por eterna, o si recordamos el uso de metáforas en larga escala, la costumbre del lenguaje figurativo, en todo Oriente, especialmente en el pasado, se cierran en el corazón, respondiendo sólo que la eternidad de las penas es el principio indiscutible de la Iglesia. Evidentemente, no se puede ni se debe discutir con los hombres que piensan así, negando el atributo más poderoso de la propia naturaleza pensante de la especie humana. Un ponto, entretanto, que ha sido motivo de grandealboroto, especialmente en los círculos protestantes, es el de la prohibición de la evocación de espíritus por Moisés. El propio Kardec ya trató el asunto, a su tiempo, haciendo notar la incoherencia de aquellos que desean imponer un versículo aislado del texto como ley de alcance general. En su libro De acá para allá, el compañero Romeo del Amaral Camargo, que fue presbítero evangélico, teje consideraciones interesantes al respecto, mostrando que los libros citados para esa condena del Espiritismo, el Levítico y el Deuteronomio, contienen muchas otras condenas y prescribe numerosos castigos que durante mucho tiempo han sido relegados al olvido, por judíos y cristianos. Allí, sin embargo, en medio de toda una montaña de basura abandonada: las leyes civiles del establecido por Moisés - los enemigos del Espiritismo van a buscar un versículo que condena la evocación de los muertos, para luego afirmar, radiantemente, que nuestra doctrina es contraria al texto bíblico. Recuerda al hermano Amaral Camargo que, contra la orden de Moisés, como vemos en I Reyes, capítulo 28, el rey Saúl fue a consultar al espíritu de Samuel, a través de la pitonisa de Endor. Para los protestantes, apegados al texto, también recordaremos que La Biblia no respalda la teoría de la manifestación de Satanás en lugar de los espíritus. Por el contrario, el texto dice claramente que quien se manifestó fue el espíritu de Samuel. La Biblia confirma, pues, de la manera más plena, la realidad de las comunicaciones espiritas. Kardec dice, por cierto, en el libro El Cielo y el Infierno, capítulo XI: "La prohibición de Moisés fue bastante justa, porque la evocación de los muertos no se originó en los sentimientos de respeto, cariño o lástima por ellos, sino más bien un recurso para adivinaciones, como
augurios y presagios explotado por la charlatanería y la superstición. Esas prácticas, al parecer, eran también objeto de negocio, y Moisés, por mucho que hiciese, no pudo desentrañarlos de las costumbres populares”. Y agrega: “Si Moisés prohibió la evocación de los muertos, es que estos podían venir, pues, de lo contrario, la prohibición sería inútil. Ahora, si los muertos podían venir en aquel tiempo, también lo pueden hoy, y si los espíritus de los muertos son los que vienen, no son exclusivamente demonios. Además, Moisés, de ningún modo habla de esos últimos”. Las prohibiciones de Moisés se refieren a la evocación de espíritus para fines condenables. Consulten los textos bíblicos, con ojos para ver, con libertad de ánimo, y se entenderá fácilmente que no hay ligación ninguna entre ellos y el Espiritismo. Además, el episodio informado en el capítulo 11, versículos 26 al 29, del libro de Números, contradice descaradamente la afirmativa de la condenación de la mediumnidad y la comunicación de los espíritus. Vemos allí dos médiums, que no mantenían comercio con los espíritus, para fin adivinatorios o de lucro, Eldad y Medad, súbitamente tomados por un espíritu, en el campo. Un joven, que presenciaba la escena, corre apresurado y comunica el hecho a Josué, ministro de Moisés, que pide a este la prohibición de la comunicación. Moisés, entretanto, responde: “¿Que celos son esos que muestras por mí? Quien dirá que todo el pueblo profetizase y que el Señor le diese su espíritu.” El cofrade Amaral Camargo concluye que Moisés suspiraba por el mediumnismo generalizado. El quería el cumplimiento de la profecía de Daniel, en lo tocante al derramamiento del espíritu del Señor sobre toda la carne, al advenimiento, en fin, del Espíritu de Verdad. Y Kardec ya declaraba, en el libro El Cielo y el Inferno, hace tantas decenas de años:
“Si los que claman injustamente contra los espíritas profundizasen más en el sentido de las palabras bíblicas, reconocerían que nada existe de análogo entre los principios del Espiritismo y lo que pasaba entre los hebreos. La verdad es que el Espiritismo condena todo aquello que motivó la condenación de Moisés. Mas sus adversarios, en el afán de encontrar argumentos para rebatir las nuevas ideas, no se percatan de que tales argumentos son negativos, por ser absolutamente falsos.”