EXPLICACIONES No mi amigo. Cuando me deshice de mi cuerpo físico, hace casi veinte años, el título de “espirita” no clasificaba mis convicciones. Como le pasa a mucha gente buena, creí más en lo que veía con mis ojos y sentía con mis manos. Leía el Evangelio de Jesús y compelía las impresiones de varios experimentadores de la sobrevivencia, sin embargo, sin objetivos serios de estudio y si en la extravagancia de las torres de la inteligencia que van al jardín del espíritu, gritando inútilmente o picoteando aquí y allá para perturbar el crecimiento de las plantas y dañan su producción. Era un hombre demasiadamente ocupado con la Tierra para devotarme a las revelaciones del Cielo. Mis pensamientos yacían tan vigorosamente encarnados en las preocupaciones mundanas, que ni la fuerza hercúlea de la enfermedad conseguía moverme para las visiones íntimas de la Vida Superior. Aislado en la fortaleza de mi supuesta superioridad intelectual, reía o lloraba en las letras, creyendo, sin embargo, que la fe sería
prerrogativa de criaturas ignorantes y sencillas, indignas de cerebros inmersos en mayores reflexiones. Me quedé entre la duda y la ironía, cuando la Muerte, como alguacil de la Justicia Divina, me convocó a comparecer ante el tribunal de la realidad, antes de lo que suponía, y sólo entonces me interesé por los gigantescos esfuerzos de los hombres de buena voluntad que, en los más diversos climas del Planeta, se dedican hoy a la solución de los inquietantes enigmas del destino y del ser. El túmulo no es apenas la puerta gris. Morir no es terminar. Y, bañado por la luz de la verdad, por la misericordia de Dios, me uní a la inmensa caravana de los que despiertan y trabajan para recuperarse. No se sorprenda, entonces, si continúo mi trabajo de humilde escritor, tratando de orientar mis facultades hacia el bien. Eso es lo que puedo hacer, ya que no tengo la experiencia adecuada para otro trabajo. Usted pregunta por qué me devoto presentemente al Espiritismo con Jesús, cuando fui intérprete de la literatura fescenina, lanzando varios libros picantes, y político apasionado en la corriente partidaria a la que me filie, como defensor de los intereses de mi tierra. Creía que, realmente, erre mucho. Más siempre conseguí equilibrarme en la cuerda tambaleante de las convenciones terrestres y, muchas veces, caí escandalosamente en pleno espectáculo, frente aquel que me aplaudían o me abucheaban. Entretanto, la muerte me constriñó al reajuste preciso. Desperté para un día nuevo y procuro comunicarme con los que aún se encuentran en las sombras de la noche. Admito que podría hacer cosa peor. Si me dejase vencer por la tentación, efectivamente integraría a vasta hilera de los espíritus obstinados en la perversidad que les es propia, cabalgando sobre los hombros de mis desafectos.
Sin embargo, algo maduró dentro de mí. Lo que me dio placer ahora me lleva a sentir repugnancia. La experiencia me mostró la parte inútil de mi vida y, con la adición de la bondad del Señor, volví al campo de mi propia siembra, ya no para empañar el servicio de la naturaleza, sino para colaborar con el bien, a favor de mí mismo. Es por esa razón que aún estoy escribiendo... Convénzase, con todo, de que no poseo más en vaso del corazón la tinta oscura del sarcasmo y este cierto de que me siento excesivamente distante de cualquier milagro de sublimación. Solo soy un hombre... desencarnado, con el sano propósito de regenerarme. Por tanto, inferirás de esta confesión que, bajo ninguna circunstancia, podría inculcarme en la posición de guía espiritual a mis semejantes. La tumba no convierte la carne que ella traga vorazmente en un manto de santidad. Somos después de la muerte lo que fuimos y muchas personas, que andan enmascaradas, encuentran aquí recursos para ser más crueles. En cuanto a mí, doy gracias a Dios por encontrarme en la condición de un pecador arrepentido, golpeándome el pecho y gritando "mea culpa, mea culpa...” Nuestro verdadero guía es Cristo nuestro Señor. Sin Él, sin nuestra aplicación a Sus enseñanzas y ejemplos, invariablemente respiraremos la ceguera ancestral que nos arroja a las profundas espinas del foso. Busquémoslo, ayudémonos unos a otros y tú, que tan generosamente estás interesado en mi renovación, no olvides las ocho letras de luz que brillan sobre su nombre. Ser “espiritista” es continuar con Jesús el apostolado de la redención y que usted continúe con el Maestro, amando y sirviendo, en el
constante estímulo del bien, es todo lo más noble que le puedo desear. Del libro Historias y Anotaciones, obra psicografiado por el médium Francisco Cândido Xavier.