GOCES DE LOS BIENES DE LA TIERRA Mercedes Cruz Reyes ¿Tienen derecho todos los hombres a usar de los bienes de la tierra’? (Pregunta 711 del libro de los Espíritus); la respuesta de los espíritus es: Este derecho es consecuencia de la necesidad de vivir. Dios no puede haber impuesto un deber sin haber dado al hombre los medios de cumplirlos. Para excitar al hombre al cumplimiento de su misión y para probarle con la tentación Dios ha dado atractivos a los goces de los bienes materiales. Esta tentación tiene el objeto de desarrollar su razón que debe preservarle de los excesos. Si el hombre no hubiese sido excitado al uso de los bienes de la tierra más que con la mira de su utilidad, su indiferencia hubiera podido comprometer la armonía del universo. Dios le ha dado el atractivo del placer que le solicita al cumplimiento de las miras de la Providencia. Pero por este mismo atractivo, Dios ha querido,
además, probarle con la tentación que le arrastra al abuso, de que su razón ha de preservarle. Los goces tienen límites fijados por la Naturaleza para indicarnos él límite de lo necesario, el hombre con sus excesos llega a la saciedad y ellos mismos se castigan. El hombre que busca en los excesos de todas clases un refinamiento de los goces se hace inferior al bruto; porque este sabe limitarse a la satisfacción de la necesidad. Reniega de la razón que Dios le ha dado por guía, y mientras mayores son sus excesos, más impera en su naturaleza la animalidad que la espiritualidad. Dios ha dado a todos los seres vivientes el instinto de la conservación para concurrir a las miras de la Providencia y por esto Dios les ha dado la necesidad de vivir. La vida, además, es necesaria para el perfeccionamiento de todos los seres, estos lo sienten instintivamente sin darse cuenta de ello. Dios ha proporcionado siempre los medios para vivir, de hecho la tierra produce lo que es necesario a todos sus habitantes; solo lo necesario es útil, lo superfluo no lo es nunca. El hombre ingrato descuida la tierra, por eso esta no produce lo bastante, y con frecuencia acusamos a la Naturaleza de lo que es efecto de la imprevisión. La tierra produciría siempre lo necesario, cuando el hombre supiese contentarse con ello. Si no abastece a todas las necesidades, es porque el hombre emplea en lo superfluo lo que podría darse a lo necesario. El árabe del desierto, siempre encuentra con que vivir; porque no se crea necesidades ficticias; pero cuando la mitad de los productos se malbaratan en satisfacer caprichos no es extraño que al día siguiente no se encuentre nada, sin razón, se quejara cuando se encuentre despropósito en tiempo de escasez. La Naturaleza, por tanto, no es imprevisora. El suelo es el origen primero de donde emanan todos los otros recursos y bienes de la tierra que son todos aquellos de que el hombre puede gozar en este mundo. A ciertos individuos les faltan los medios de subsistencia, a pesar de estar rodeados de abundancia, esto es debido al egoísmo de los hombres que no siempre hacen lo que deben.
Buscad y encontrareis; estas palabras no quieren decir que basta mirar al suelo para encontrar lo que se desea sino que hemos de buscar con ardor y perseverancia, sin desanimarse, no con malicie ante los obstáculos que con mucha frecuencia, son medios de poner a prueba nuestra constancia, paciencia y firmeza. La infelicidad de muchos consiste en que van por un camino que no es el que les ha trazado la Naturaleza, y entonces es cuando les falta inteligencia para llegar al término. Todos tenemos un lugar, pero con la condición de que cada uno ocupe el suyo y no el de otros. La Naturaleza no puede ser responsable de los vicios, de la organización social, de la ambición y del amor propio. La civilización multiplica día a día las necesidades, los orígenes del trabajo y los medios de vivir pero mucho le queda aún por hacer. Cuando el hombre haya redondeado su obra nadie podrá decir que carece de lo necesario a no ser por culpa suya. El prudente conoce él límite de lo necesario por intuición y muchos por experiencias adquiridas a sus espesas. El hombre es insaciable. La Naturaleza ha trazado él límite de sus necesidades por medio de su propia organización; pero los vicios han alterado su constitución y le han creado necesidades que no son reales. Todos los que amontonan bienes terrestres para conseguir los superfluos en perjuicio de los que carecen de lo necesario, desconocen la ley de Dios y un día habrán de responder de las privaciones que hayan hecho sufrir. Él limite de lo necesario y de lo superfluo nada tiene de absoluto. La civilización ha creado necesidades de que carece el salvaje, y los espíritus que han dictado estos preceptos no pretenden que el hombre civilizado deba vivir como el salvaje. La civilización desarrolla el sentido moral, y al mismo tiempo el sentimiento de caridad que induce a los hombres a prestarse mutuo apoyo. Los que viven a expensas de las privaciones de los otros, explotando en provecho suyo los beneficios de la civilización, no tienen de está más que un barniz, como hay gentes que de la religión sola tienen el antifaz. La ley de conservación obliga a atender a las necesidades del cuerpo, pues sin fuerza y salud es imposible trabajar. El bienestar es un deseo Natural en el hombre y Dios no prohibe más que el abuso, éste es contrario a la conservación. No mira como un crimen el que se busque el bienestar si no es adquirida a expensas de otro, y si no ha contribuido a mermar las fuerzas morales y físicas.
La riqueza es una prueba muy resbaladiza, más peligrosa que la miseria por sus consecuencias, por las tentaciones que da y la fascinación que ejerce; es el supremo excitante del orgullo, del egoísmo y de la vida sensual; es el lazo más poderoso que une al hombre a la tierra y que desvía sus pensamientos del cielo, se ve muchas veces que el que pasa de la miseria a la fortuna olvida muy pronto su primera posición, a los que la compartían y a los que le han ayudado, y se vuelve insensible, egoísta y vano. Si la riqueza es el origen de muchos males, de malas pasiones y de muchos crímenes no debe culparse a la cosa, sino al hombre que abusa de ella, como abusa de todos los dones de Dios; con el abuso hace pernicioso lo que podría serle más útil, lo cual es consecuencia del estado de inferioridad del mundo terrestre. El hombre tiene por misión trabajar para la mejoría material del globo; debe desbravarlo, sanearlo, y disponerlo para que un día reciba toda la población que corresponde a su extensión; y para eso es preciso aumentar la producción; si la producción de una comarca es insuficiente, es necesario buscarla más lejos. Por esto mismo las relaciones de pueblo a pueblo se hacen necesarias y para hacerlas más fáciles es necesario destruir los obstáculos materiales que los separan y hacer las comunicaciones más rápidas. Siendo la riqueza el primer medio de ejecución, sin ella no habría grandes trabajos, no habría actividad, no habría estimulante, no habría pesquisas. Con razón, pues, está considerada como un elemento de progreso. Los hombres no son igualmente ricos; porque no son igualmente inteligentes, activos y laboriosos para adquirir, ni sobrios y previsores para conservar. Está demostrado matemáticamente que la fortuna, igualmente repartida, daría a cada uno una parte mínima e insuficiente y que hecha esta repartición el equilibrio se rompería en poco tiempo por la diversidad de caracteres y de aptitudes. Teniendo cada uno apenas lo necesario para vivir el resultado seria: el agotamiento de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y al bienestar de la Humanidad; suponiendo que se diese a cada uno lo necesario, no habría ya el aguijón que empuja a los grandes descubrimientos y a las empresas útiles. Si Dios la concentra en ciertos puntos es para que desde allí se esparza en cantidad suficiente, según las necesidades. Muchos se preguntan porque Dios
la da a personas incapaces de hacerla fructificar para el bien de todos?. Esta es una prueba de la sabiduría y de la bondad de Dios. Con el libre albedrío el hombre en su experiencia aprende a diferenciar el bien del mal; de la practica del bien es resultado de sus esfuerzos y voluntad. No debe ser conducido fatalmente ni al bien, ni al mal pues sin esto sólo seria un instrumento pasivo e irresponsable como los animales. La fortuna es un medio para proveerle moralmente, es un poderoso medio de acción para el progreso, no quiere que quede por mucho tiempo improductivo, y por esto la cambia de puesto incesantemente. Cada uno debe poseerla para ensayarse a servirse de ella y probar el uso que de la misma sabe hacer, como, hay la imposibilidad material de que todos la tengan a un mismo tiempo y como si todos la poseyesen, nadie trabajaría y el mejoramiento del globo sufriría las consecuencias, cada uno la posee a su vez; el que hoy no la tiene, la tuvo ya o la tendrá en otra existencia, y el que la tiene ahora podrá no tenerla mañana. Hay ricos y pobres, la pobreza es para la una la prueba de la paciencia y de la resignación y la riqueza es para los otros la prueba de la caridad y de la abnegación. El origen del mal está en el egoísmo y en el orgullo; los abusos de toda naturaleza cesaran por si mismos cuando los hombres se sometan a la ley de la caridad. El hombre nada puede llevarse al otro mundo de lo que posee materialmente y si se lleva todo lo que es para el alma. Al llegar al otro mundo su colocación esta subordinada a su haber, pero no se paga con oro. No se le tomará cuenta del valor de sus bienes ni de sus títulos, sino de la suma de sus virtudes. No se puede servir a Dios y a Mamón, si pues se siente el alma dominada por la codicia de la carne, deberá darse prisa en sacudir el yugo que la abruma, por que Dios, justo y severo dirá ¡ ¿qué has hecho ecónomo infiel, de los bienes que te he confiado? ¿Cuál es, pues, el mejor empleo de la fortuna? La solución de este problema está en “ Amaos los unos a los otros “ el que animado ama a su prójimo tiene trazada una línea de conducta y su caridad no es fría y egoísta, no reparte a su alrededor lo superfluo de una existencia dorada, sino esa caridad llena de amor que busca a la desdicha y la levanta sin humillarla. El rico ha de dar además de lo superfluo más aun, ha de dar un poco de lo que le es necesario. No rechacemos el llanto por temor de ser engañado hay que buscar el origen del mal, consolar primero informarse después y mirar si el
trabajo, los consejos, el mismo afecto, serán más eficaces que la limosna. Difundamos a nuestro alrededor con la caridad, el amor a Dios, el amor al trabajo el amor al prójimo. La vida es un instante, damos mucha importancia al bienestar de ese instante y descuidamos la estancia en la vida eterna, la verdadera vida la del Espíritu. Muchos se sacrifican día y noche para obtener vienes perecederos y se van vacíos de valores morales que les sirven en el más aya para su paz y confort espiritual, lejos de desligarse del mundo material, se adhieren aun muertos más a el, por el apego a esos vienes materiales que en la mayoría de los casos van a parar a manos extrañas que los destruyen, siendo en el más aya la tortura para sus dueños que quieren llevarse el fruto de un trabajo de sacrificio y abnegación, son muchos los que se esfuerzan en seguir guardándolos creyendo que aun les pertenecen y que pueden hacerlo. Mas tarde cuando logran despertar de esa pesadilla, se lamentan de su equivocación, de su mal dirigida vida fascinados en la lucha por esos vienes y lamentan su tiempo perdido y las consecuencias de esa labor estéril, muchos llenos de débitos, se resienten hasta de crímenes por obtener o defender lo que según ellos les pertenecía. Su amor a los vienes terrestre es una de las mayores trabas para su adelantamiento moral y espiritual, por poseer esos vienes rompieron sus facultades afectivas, concentrándose solo en esos vienes materiales. Su satisfacción muy natural por obtener la fortuna y que Dios aprueba se convirtió en una pasión que absorbió todos los otros sentimientos y paralizó los impulsos del corazón la sórdida avaricia, la prodigalidad exagerada son los agentes de esos infortunados que olvidaron las leyes de Dios, que anima a los hombres poderosos a dar sin ostentación para que los pobres reciban sin bajezas. El hombre nunca debe olvidar, y es que todo viene de Dios y todo vuelve a Dios. Nada le pertenece en la tierra, ni siquiera su pobre cuerpo, somos depositarios y no propietarios; Dios nos ha prestado y debemos devolvérselo, y lo que nos presta es con la condición de que al menos lo superfluo ha de ir a parar a los que no tienen lo necesario El hombre que tiene apego a los bienes de la tierra es como el niño que solo ve el momento presente. El instinto de propiedad ha provocado grandes revoluciones, ensangrentado a los pueblos. Hay hombres inquietos por las posesiones materiales y es porque el hombre aun no ha aprendido a poseer, toda conquista humana el alma debería aprovecharla, como fuerza de elevación.
El hombre ganara su santidad, cuando comprenda que solo posee verdaderamente aquello que se encuentra dentro de él, en el contenido espiritual de su vida, todo lo que se relaciona con el exterior como puede ser; criaturas, paisajes y vienes transitorios, pertenecen a Dios que nos los concederá dé acuerdo con nuestros méritos. El salvador nos dijo: Mi reino no es de este mundo. El Señor no ordena que uno se despoje de lo que posee, para reducirnos a la mendicidad voluntaria, porque vendríamos a ser una carga para la sociedad, esto seria descargarnos de la responsabilidad que la fortuna hace pesar sobre el que la posee. El rico tiene, pues, una misión que puede hacer agradable y provechosa para él; desechar la fortuna cuando Dios se la da, es renunciar al beneficio del bien que puede hacerse administrándola con prudencia. Saber emplear útilmente cuando se tiene, saberla sacrificar cuando sea necesario, es obrar según las miras del Señor. Los espíritus nos dicen: “Sabeos contentar con poco “Si sois pobres, no envidiéis a los ricos porque la fortuna no es necesaria para la felicidad, si sois ricos no olvidéis que estos vienen se os han confiado y que deberéis justificar su empleo como en una cuenta de tutela. No seáis depositarios infieles haciéndolos servir para la satisfacción de vuestro orgullo y de vuestra sensualidad, no os creáis con el derecho de disponer únicamente para vosotros, de lo que solo es un préstamo, y no un donativo. Si no sabéis devolver, no tenéis el derecho de pedir, y acordaos que el que da a los pobres paga la deuda que ha contraído con Dios. Jesús prometio a los humildes y a los pequeños la entrada en el reino celestial, la riqueza y el poder engendran con demasiada frecuencia la soberbia, en cambio una vida laboriosa y oscura es el elemento más seguro para el progreso moral. En la tarea diaria, las tentaciones los deseos y los apetitos malsanos asedian menos al trabajador, el se puede entregar a la meditación y desarrollar su conciencia. El hombre de mundo por el contrario, es absorbido por las ocupaciones frívolas, por la especulación o por el placer. La riqueza nos ata a la tierra con lazos tan numerosos y tan íntimos que rara vez consigue la muerte romperlos y librarnos de ellos. Del amor a los vienes materiales nace la envidia el que la posee, puede despedirse de todo reposo, su vida se convierte en un perpetuo tormento. Los éxitos, la opulencia del prójimo despierta en él ardientes codicias y una fiebre de posesión que le consumen.
El hombre debe ser dueño de su fortuna y no su excavo, deberá mostrarse superior a ella siendo desinteresado y generoso. Cuando no sé esta suficientemente armado para las seducciones de la riqueza, se deberá el Espíritu apartarse de esa prueba peligrosa y buscar una vida sencilla, lejos de los vértigos de la fortuna y de la grandeza, si ocupan un puesto elevado no deberá regocijarse por ello, porque su responsabilidad y sus deberes serán mucho más extensos. Si es colocado en la categoría inferior de la sociedad, que no se avergüence nunca de ello. El papel de los humildes es el más meritorio. El pobre debe ser sagrado para todos, pues pobre fue como Jesús quiso nacer y morir. El trabajo, las privaciones y el sufrimiento desarrollan las fuerzas viriles, del alma, la prosperidad las aminora. La pobreza nos enseña a compadecernos de los males de los demás, haciéndonos conocerlos mejor, nos une a todos los que sufre; da valor a mil cosas hacia las cuales son indiferentes los dichosos. Los que no han conocido sus lecciones ignoran siempre uno de los aspectos más conmovedores de la vida. No envidiemos a los ricos, cuyo esplendor aparente oculta tantas miserias morales. No olvidemos que bajo el silicio de la pobreza se esconden las virtudes más sublimes, la abnegación y el Espíritu de sacrificio. No olvidemos tampoco que con las labores y la sangre, con la inmolación continua de los humildes viven las sociedades, se defienden se renuevan. El más grande en la tierra puede convertirse en uno de los últimos en el espacio y el mendigo puede vestirse un traje resplandeciente. Jesús vino no para que poseamos facilidades efímeras sino para que seamos poseídos por las riquezas imperecibles, no para que nos rodeemos de favores externos, y si, para concentrar en nosotros las adquisiciones definitivas. No nos visito el Cristo, como el donador de beneficios vulgares. Vino a ligarnos la lámpara del corazón a la usina del Amor a Dios convirtiéndonos en luces inextinguibles. El dinero no significa un mal. El apóstol de los gentiles nos esclarece que el amor al dinero es la raíz de toda especie de males. El hombre no puede ser condenado por sus expresiones financieras, más si, por el mal uso de semejantes recursos materiales, es por la obsesión de poseer que el orgullo y la ociosidad, dos fantasmas del infortunio humano se instalan en las almas, abrigándolas a los desvíos de la luz eterna. El dinero que te viene a las manos, por los caminos rectos, que solo tu conciencia puede analizar a la claridad divina, es un amigo que busca tu
orientación saludable y el consejo humanitario. Responderemos ante Dios, por las directrices que le diéramos y ¡hay de nosotros si materializamos esa fuerza benéfica en el sombrío edificio de la iniquidad! Muchas son las madres que abandonan sus hogares dejándolos en manos desconocidas durante muchas horas del día, con el fin de experimentar la mina lucrativa, convirtiendo la marcha evolutiva en corriente inquietante. La verdad aguarda al hombre e interroga ¿qué trajisteis?. El infeliz responderá que reunió ventajas materiales que se esforzó por asegurar la posición tranquila de sí mismo y de los suyos. Y examinando el equipaje, se verifica, casi siempre qué las victorias son derrotas fragosas. No son valores del alma, ni tienen el sello de los bienes eternos. El viajero mira hacia atrás y siente frío. La conciencia inquieta se llena de nubes y la voz del evangelio le suena a los oídos. . ! Pobre de ti, porque tus lucros fueron pérdidas desastrosas ¡¿ y lo que tienes amontonado para quien será?