DIVULGADORA DE LA DOCTRINA ESPIRITA. 2021 ARTÍCULO S
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MERCHITA 2021
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Amalia Domingo Soler Desde que conocemos el Espiritismo, hemos dicho continuamente que esta consoladora y racional doctrina era tan necesaria a las clases desheredadas de este mundo como la luz del Sol a la Tierra, sin cuyo calor fecundante, la naturaleza no podría producir los raudales de vida que nos sirven para satisfacer nuestras necesidades más perentorias y nuestros goces más superfluos. El conocimiento del Espiritismo no hace tanta falta a los ricos como a los pobres; porque los ricos no suelen envidiar; por la sencilla razón de que todo les sobra: podrán aburrirse, podrán fastidiarse y hastiarse de todo; pero no envidiar tan dolorosamente como envidian los pobres las grandezas y superfluidades que disfrutan sólo los ricos. Ya hemos dicho otras veces que nosotros no estudiamos en las bibliotecas: nuestro libro es el mundo y cada ser una de sus hojas. No hace muchos días íbamos con una amiga, y nos detuvimos delante de la verja de un jardín, en cuyo centro se levanta el palacio de un conde.
Nuestras miradas abarcaron con delicia aquel florido conjunto, y en particular nos fijamos en un montecillo cubierto de hortensias color de rosa. Nada más encantador que aquel manto de flores cubriendo la tierra. ¡Parece imposible que en un jardín se pueda cometer un crimen! Porque las flores son la sonrisa de Dios, y esa sonrisa divina debe infiltrarse en el alma, despertando en nuestra mente un sentimiento de amor. Embebidas en nuestra contemplación murmuramos: ¡Cuán hermosa es la naturaleza! Y nos volvimos a mirar a nuestra amiga a ver si participaba de igual admiración; y vimos que entre las dos se había interpuesto una mujer del pueblo vestida pobremente, pero con limpieza. Llevaba colgado del brazo un vestido, en el cual se veía unos cuantos pedazos de pan y algunas patatas.
El rostro de aquella mujer, moreno y enflaquecido, tenía una expresión tan dolorosa y tan desesperada, que causaba lástima e inspiraba miedo. Por ver si se suavizaba un poco la expresión de su semblante contraído, le dijimos: -¡Qué hermosas son las flores! ¡Nos encanta mirarlas! -¡Ay! Señora, contestó la pobre mujer con acento tristemente irritado: es verdad, son muy hermosas; pero ese Dios que dicen que hay, es muy injusto. -¡Injusto! Replicamos nosotras en son de reproche. -Sí, muy injusto, sí señora; contestó la mujer con entonación violenta. Es injusto porque a los ricos les da cosas que no hacen falta y a los pobres los deja sin pan. Esto clama al cielo, señora, y pide justicia. Tengo cuatro hijos, señora, cuatro... que no encuentran donde trabajar. ¡Son las dos de la tarde y mire Ud. lo que les llevo para que maten el hambre! Y nos mostraba el contenido del cesto, con una mirada tan elocuente y un ademán tan trágico, que parecía aquella infeliz la imagen del dolor.
-A los ricos, siguió diciendo la pobre mujer, a esos, después de darles tesoros, les da flores para que recreen la vista; y a los pobres... los deja sin pan. Yo creo que es mentira eso que dicen de que hay un Dios. Ante la desesperación de aquella pobre madre, ante aquella terrible agonía, no supimos que contestar: nuestra amiga nada le dijo; pero sonriendo tristemente le dio una peseta a aquella infeliz, que al verla en su mano exclamó con acento agradecido: -Quiera Dios, señora, que nunca vea Ud. a sus hijos sin pan. Dios le libre de sufrir como yo. ¡Gracias! Lo que Ud. ha hecho es muy bueno; hoy siquiera mis hijos podrán comer. E inclinando la cabeza se alejó, llevando la punta del delantal a sus ojos.
Ves, le dijimos a nuestra amiga, si esta pobre mujer fuera espiritista, no negaría a Dios; comprendería que si hoy sufre la pobreza es porque ayer hizo mal uso de sus quizá cuantiosas riquezas. Se haría cargo de que nadie padece hambre sin haber hecho sufrir a otro igual tormento. Hace falta luz, pero luz a torrentes; de lo contrario, los suicidios se aumentarán cada día, porque las comparaciones son terribles. La pobre mujer tenía razón en lo que decía: miraba las flores, preciosas, encantadoras; pero que se puede vivir sin ellas, y rendida de cansancio, jadeante, se detuvo a mirar aquel edén, (que para ella lo era) comparándolo con el tugurio que probablemente habitaría, donde cuatro seres que ha llevado en su seno la esperaban anhelantes para saciar esa imperiosa necesidad inherente a esta vida. Necesidad que muchas veces conduce al hombre al patíbulo y prostituye a la mujer; por esto es necesario propagar el Espiritismo, para que las muchedumbres hambrientas se resignen con su suerte; para que comprendan que no hay desheredados, que no hay más que seres culpables que sufren un justo castigo o una prueba.
Si la justicia de la Tierra, que es tan imperfecta, tiene sus penitenciarias para los delincuentes, ¿No las tendrá la justicia divina? ¿Les dará a los malvados de ayer la felicidad de hoy? Y a los mártires del infortunio ¿Les dará la desesperación? No, no puede ser así. Es preciso convencernos, aunque no queramos, de que el pobre, el desheredado, el paria de este mundo, es un Espíritu rebelde que tiene que aprender a ser humilde en el seno de la humillación y de la desgracia; pero las religiones, llenas de misterios y de anomalías, en lugar de consolar al hombre, le han hundido en el caos de la desesperación, porque nadie se cree malo; a todos nos parece que somos un dechado de virtudes no comprendiendo las desgracias de este mundo; por consiguiente, no podemos conformarnos con que unos naden en la abundancia y otros se asfixian en la miseria y les falta todo, ¡Hasta la honra!... que, como decía Cervantes, el hombre pobre no tiene derecho ni a ser honrado.
Si nos encontramos en medio de una gran multitud, y algún ser harapiento se coloca cerca de nosotros, al momento se dice: tengamos cuidado. Y se mira de reojo a aquel pobre ser, que no tiene muchas veces más defecto que ser pobre. Por esto no extrañamos ese desbordamiento social que se inicia algunas veces, porque la clase proletaria está muy embrutecida y se ve muy despreciada, y así no es extraño que los pobres no quieran bien a los ricos. La instrucción espirita regenera a la humanidad, no porque los espiritistas en una sola existencia merezcamos que nos beatifiquen o nos canonicen; pero al menos cada ser se resignará con la pequeñez de su Espíritu y no culpará a nadie de su desgracia, ni llamará injusto a Dios. No será entonces la desesperación el patrimonio de los afligidos. ¡Quisiéramos ser elocuentes como Pericles y Demóstenes! ¡Sabios como Sócrates! Bueno como el justo de los justos, el divino Jesús, para que nuestra voz fuera atendida y escuchada; para que los espiritistas todos a una, propagaran la buena nueva.
¡Hace falta la luz! ¡La luz del Espiritismo! ¡La luz de la esperanza! ¡La luz de la verdad! ¡Espiritistas! Compadezcamos a los pobres que se mueren de hambre y de frío. Llevemos la luz a esas inteligencias dormidas en el embrutecimiento y el dolor