INTOLERANCIA Y FANATISMO Aun mismo en los espíritus gentiles prevalecen algunas presencias de imperfecciones que pueden ser modificadas por el proceso de transformación de los sentimientos anestesiantes y perversos en otros de esencia superior. La intolerancia y el fanatismo, no pocas veces, surgen y se imponen arbitrariamente dando lugar a estados de sufrimiento que pueden ser evitados. Ambos son herencias persistentes de los estados primarios, responsables por los procesos de la evolución. La intolerancia medra como hierva dañina en el jardín de las actividades humanas, como una necesidad de imponerse con sus maneras de ser y comprender, derrapando, casi siempre en tormentoso fanatismo. Hijo del egocentrismo no ultrapasado, el fanatismo es herencia hedienta que atormenta y se atormenta, en razón de desear que todos se sometan a su talante, a su dominación.
Naturalmente, es expresión de prepotencia animal que permanece generando dificultades en los relacionamientos e impedimentos en el esfuerzo de auto iluminación. No apena en la conducta religiosa se encuentran esos dos sicarios que saben disfrazarse, permaneciendo como virus cruel cerrando la posibilidad de crecimiento. El intolerante así como el fanático solamente ven lo que les place, aquello que consideran real y, portadores del narcisismo, mantienen la presunción personal de que, por el hecho de aceptar esa conducta, todas las demás personas están equivocadas cuando piensan de manera diferente. Aunque las personas posean equilibrada formación moral y sean portadoras también de otros sentimientos nobles, cuando les son víctimas, esos morbosos compañeros emocionales pueden comprometer los valores de la gentileza y de la bondad, cuando están contrariados. La intolerancia es una maldad del alma que torna irritadora a la persona que la sufre, impulsándola a la toma de actitudes duras e insensibles en cuanto a los resultados. El fanático, por su vez abrazando el comportamiento que le parece real y superior, también se torna indiferente a los efectos que advengan para aquellos que se movimiento en el área diversa de la suya. De ese modo, auto fascinados, quieren salvar a los demás, imponiendo sus ideas, y cuando no las aceptan, no se compadecen de los males que infligen, disfrazados en mecanismos salvadores. La historia está llena de esos individuos que cometieron crímenes hediondos, unas veces en nombre de la fe religiosa, en otros momentos en nombre del comportamiento político, culturales, deportivos, artísticos de variada denominación. Se acreditan honestos y fieles a los sentimientos que los animan y se esfuerzan para cambiar la estructura de la sociedad, tornándose enemigos del amor y de la compasión, generadores de sufrimientos y amarguras.
El intolerante desenvuelve una cultura capaz de generar males y destrucción a su alrededor, invariablemente vinculados a otros de la misma estirpe, y el fanático se entrega de tal forma a la manera de creer, que solamente es feliz cuando sucumben aquellos que piensan serles opositores, cuando, en realidad, los adversarios son ellos mismos. ******************* La comprensión y el respeto por el prójimo son los opositores de esos infelices comportamientos que se tornan comunes entre las criaturas humanas. Nadie tiene derecho de enyesar las mentes y los sentimientos ajenos en sus fórmulas, exigiendo que se piense conforme les es impuesto. El tiempo de la fe ciega va distante, y a partir del momento que el hombre y la mujer adquirirán la capacidad del libre albedrio, sirviéndose de los tesoros de su conciencia y de su conocimiento, tiene el derecho de comportarse conforme les parezca, desde que su decisión no ocasione embarazos a los demás. Se vive hoy un periodo de descubrimientos y constataciones, igualmente de contestaciones de los viejos paradigmas que se encuentran ultrapasados, y la libertad de conciencia, como de conducta, es una conquista que honra la civilización. Ya no hay como retroceder en esa área, y toda idea que se pretenda imponer sin la valiosa contribución dela lógica y de la razón tiende a perder vigor, después del engañoso periodo de la victoria, desapareciendo en los aborígenes del tiempo. Nadie puede detener el curso del progreso y de la libertad. Todos los títeres que lo intentaron fueron consumidos por el suceder de los días y casi todos aquellos que padecieron las injusticias penosas pudieron disfrutar después de ellos los beneficios de sus ideales, que permanecieron temporalmente aplastados… La intolerancia es tormento de quien la cultiva, y el fanatismo que se le une es el hijo bastardo y peligroso que se mueve favoreciendo la ignorancia y el predominio de la fuerza.
Cuando se es portador de ideas de ennoblecimiento, se posee la visión clara de la realidad y sus propuestas son ofrecidas como forma de desenvolver el progreso, de liberar las conciencias del oscurantismo, ampliando los horizontes de la comprensión humana en torno de la vida, de lo bello, de la harmonía… El idealista legítimo posee la comprensión de que el éxito de su emprendimiento es conseguido con gran esfuerzo, mediante las demostraciones de su legitimidad por el ejemplo de equilibrio de que se hace portador. Cuando impone por cualquier razón, su forma de ser y de comprender, genera conflictos y, en ese caso, crea oposición inevitable. Siempre habrá, sin duda, opositores en el mundo de las ideas nuevas, porque esos que así se comportan están satisfechos en el estado en que se estacionan, y ante los nuevos desafíos se les tornan naturales enemigos, lo que es comprensible. Más serán vencidos por la fuerza embriagadora de los hechos que se imponen, pasado el periodo de lucha y de zumbaría que siempre ocurre. No hay, pues, razón, nunca, para mantener actitudes de intolerancia y de fanatismo, porque la vida es hecha de bendiciones, de equilibrio y de belleza. Cualquier actividad que se presente de diversa manera está obligadas al olvido, a la desintegración. La fuerza del bien y del amor, innata en las propuestas de desenvolvimiento intelecto moral de las criaturas humanas, constituye la dinamo generadora de nuevas energías para facultar su fijación en las mentes y en los corazones a ser informados, pasando a cultivarlas con abnegación y entusiasmo. Ese poder que poseen el bien y el amor es imponderable, porque de naturaleza transcendental, manifestándose de forma suave y noble por todas partes. Mientras la intolerancia y el fanatismo generan guerras, la gentileza y la libertad producen paz, facultando alegría. ***********
Si reflexionamos en torno a aquellos intolerantes y fanáticos que se opusieron a la implantación del reino de Dios en la Tierra, cuando la venida de Jesús, constataremos que fueron consumidos por el vértice del tiempo y su figura hostil desapareció de la Historia o permaneció como hedionda por los crímenes cometidos. No en tanto, la doctrina del amor y de la misericordia presentada por aquel que experimento oprobio, humillación, la muerte y el odio, cada día se expande más, tornándose en la actualidad la mejor psicoterapia y filosofía existencial para proporcionar la paz, la salud y el encantamiento por la vida. Nadie tiene el derecho de enyesar las mentes y los sentimientos ajenos en sus fórmulas, exigiendo que piensen conforme les es impuesto. Mientras la int0lerancia y el fanatismo generan guerras, la gentileza y la libertad producen paz, facultando alegría. DEL LIBRO DE DIVALDO PEREIRA FRANCO “Entrégate a Dios” por el espíritu Joanna de Angelis.