LA FAMILIA Y EL HOGAR Mercedes Cruz Reyes El nido domestico sin ninguna duda es la generosa oportunidad para la procreación digna de nuevos cuerpos físicos, que tanto auxilia a los Espíritus desajustados del Más Allá, afligidos por conseguir olvidar en el organismo de la carne los remordimientos torturantes de su pasado tenebroso. Jesús tuvo la capacidad en el Espíritu para amar a todos los seres, se mantuvo soltero y fue el más sublime amigo, hermano y guía de toda la Humanidad, cuando existe una capacidad como en este caso, acobarda la idea fundamental de constituir familia consanguínea y normalmente egocéntrica, sin que esta actitud represente un aislamiento condenable Durante su desencarnación Jesús no sufrió por la separación de la familia carnal, porque en su vida su corazón estaba liberado de la parentela física. Manifestó muy bien ese gran amor hacia todos, cuando formulo la sibilina indagación a su madre de esta forma: ¿Quién es mi madre, y quienes son mis hermanos?
Cuando la madurez espiritual permite entrever las existencias pasadas, verificamos que nuestro tradicional sentimentalismo humano está en contradicción evidente con las cualidades del heroísmo y liberación del espíritu divino que nos rige por los destinos y caminos del mundo planetario. La evocación de vidas pasadas, con el consecuente avivamiento, sorprende profundamente, ante los dramas exagerados que representa delante del cuerpo físico que sirvieron en el pasado a consecuencia de la rutinaria separación de las familias consanguíneas que habíamos constituido en la Tierra. Verificamos entonces que la muerte física es el fin de un periodo de aprendizaje del espíritu en la carne. La pérdida del cuerpo material no destruye el lazo de amistad ni los odios milenarios del espíritu, porque este es el eterno sobreviviente de todas las muertes. Cuando se comprende la realidad de la vida espiritual, se ríe por las veces que se ha llorado sobre los cuerpos de los familiares terrenos, comprendiendo que solo fueron vestimentas provisorias, que se hubo de devolver periódicamente al guardarropa prosaico del cementerio. Es un llanto milenario que las criaturas de todas las razas entregaron junto a los lechos de los enfermos y sobre los sepulcros carcomidos, en la crasa ignorancia de la realidad espiritual. La muerte es la liberación y la tumba el laboratorio químico que devuelve a la circulación a las moléculas cansadas por el uso. Cuanto mayor es la ignorancia del alma, en lo tocante a la muerte física, tanto más critica y dramática se volverá la hora en donde la criatura debe devolver el cuerpo prestado y reclamado por el almacén de aprovisionamiento de la madre tierra. Los que creen en la reencarnación y son conscientes de la realidad espiritual casi no lloran por los que parten hacia el otro lado de la vida, y tampoco temen a la muerte, porque reconocen en ella la intervención amiga que libera al espíritu, auxiliándolo para que vuelva a iniciar un nuevo camino en el verdadero mundo, que es el Más Allá. Nuestros parientes físicos, a medida que van desencarnando, prosiguen en el Más Allá con las tareas a que nosotros estamos ligados para la felicidad en común. Los que parten con antecedencia, preparan el ambiente feliz para aquellos que se demoran más tiempo en la carne. Delante de esta verdad no hay justificación alguna para los desmayos histéricos, los gritos desgarrados y las clásicas acusaciones escandalosas contra Dios por la partida de nuestros seres queridos.
En la tierra principal motivo del sufrimiento, reside en la gran ignorancia espiritual. Los siglos se acumulan constantemente y los hombres continúan repitiendo las cosas que hace siglos hicieron, prefieren expoliar en nuevas pruebas por la ociosidad de pensar y la indiferencia que prestan al saber. Constantemente las almas terrenales suben y bajan en el mismo grado de evolución a través de innumerables encarnaciones. Hay un acentuado desinterés por parte de la humanidad con respecto a su felicidad espiritual, se sienten invadidos por gran tristeza al comprobar lo lento que ascienden, y se mueve prejuiciosamente por los caminos espinosos de la vida física. Solamente la incesante liberación y renuncia valerosa a las ilusiones de la carne, es realmente lo que nos desata de las cadenas de la vida `planetaria, y que nos ayuda muchísimo en las más variadas desencarnaciones en los ciclos reencarnatorios Aunque estemos encarnados, podemos vivir en parte, el ambiente del astral superior o inferior, al cual iremos a morar después de desencarnados. Los hábitos elevados y cultivados durante la vida física son ejercicios que nos desarrollan la sensibilidad psíquica para que podamos sintonizar más tarde con la esfera del Más Allá, como también es el resultado del entrenamiento de las bajas pasiones, que representan la medida exacta del afincamiento que tengamos en los charcos tenebrosos del astral inferior. A medida que nos vamos liberando de los preconceptos, pasiones y caprichos humanos, también nos desinteresamos por la garantía que ofrece nuestra identidad personal, a través de las formas en el mundo de la materia. Se comprende entonces que todos los seres son hermanos y que el exclusivismo por la familia consanguínea no representa la realidad sobre la verdadera familia, que es la espiritual. Aunque los hombres se diferencien por sus organismos físicos y razas, todos provienen de una sola esencia original, que los creo y los hace hermanos entre si, por más que se quiera contradecir esta afirmación. El hogar tanto puede ser oficina de trabajo para las almas afinizadas desde el pasado remoto, como una oportuna escuela correctiva de caminos espirituales que se renueva entre adversarios al encontrarse encadenados a través de muchos siglos. Procuremos dentro del ámbito familiar aprender las lecciones oportunas que en el se dan, hacer los ejercicios con mucho primor, pues nada más doloroso y
frustrante que obtener el fracaso en la escuela para de nuevo tener que iniciar las tareas en próximas existencias. La vida continua sí, pero de las condiciones en que queremos seguir viviendo depende del hoy, del ahora, pues nunca se nos olvide que estamos construyendo nuestro futuro. Extraído del libro “El Sublime Peregrino” de Ramatis