La recriminación y el suicidio Mercedes Cruz Reyes El suicidio es un acto grave para el que debemos tener una amplitud de espíritu y una actitud de comprensión y tolerancia. Sabemos que poner fin a sus días, es interrumpir una evolución que de todos modos tendrá que continuar. Sabemos el riesgo de encontrarse después de esta desencarnación en un estado de turbación más o menos profundo; resumiendo, sabemos que el suicidio no arregla nada, pero al mismo tiempo conocemos la dificultad y el dolor de vivir ciertas existencias. Los espíritus no han dejado de llamar nuestra atención respecto a las verdaderas causas del suicidio. León Denis, en un mensaje de 1989, viene a establecer un diagnóstico espirita sobre este asunto. He aquí sus palabras: “Estamos frente a un problema real que no puede resumirse en una respuesta moral simplista. Dios no prohíbe el suicidio, pues solamente el hombre es responsable ante su muerte, el suicidio no es pues un acto inmoral y no debe ser considerado como una falta. El suicidio es un estado de desamparo enfermizo cuyas causas son a menudo extrañas al sujeto que va a cometer ese acto.
Las principales causas del suicidio son las siguientes: la falta de amor procedente esencialmente de la familia, de los amigos cercanos que no lo son o que ya no lo son más; el decaimiento en el trabajo si el trabajo es envilecedor, repetitivo y vuelve al espíritu esclavo; el sentimiento de inutilidad en una sociedad no igualitaria que no reconoce el valor de un hombre sino su éxito financiero, tratando al otro de «fracasado»: este adjetivo hace mucho mal y mata ; el sentimiento de inferioridad, marcado por el odio social y la negativa de las diferencias, y por último el despertar repentino de una vida anterior ya suicida podría llevar a una neurosis obsesiva que conduce al acto. En realidad, y en la mayoría de los casos, el suicidio es un crimen familiar, social y político. Es pues tiempo de considerar la desesperación como un llamado a la esperanza, es pues tiempo de considerar el suicidio como una enfermedad del alma que se ahoga en el cuerpo social. No comprometáis nunca vuestro porvenir en este campo, pues la ausencia de amor es una enfermedad que acecha a todos los hombres”. No maltratéis aquellos que se equivocan, que no aciertan en su forma de comportarse, están los que siendo padres fracasan en su función educadora, están los que en su misión de amigos, defraudan la amistad con la traición despiadada, están los que en su función de médicos por su poca dedicación a la tarea de curar y sanar, se equivocan por no prestar la debida medicación, enfermando aun más a los que acudieron para que los cure, todos tenemos una labor y una tarea que no siempre efectuamos debidamente, y lejos de emitir la reprobación es un deber el tratar con la dulzura reparadora y animadora, desechando el látigo de la reprimenda rígida, que hace al enfermo lanzarse muchas veces a la desesperación, al suicidio, sin apenas hacer ruido. Procuremos aliviar a los que enferman, o no cumplen bien su cometido, acordémonos del Padre que apiadado de sus criaturas no deja a nadie desamparados dejados a su suerte. El reproche a la ingratitud es una animación para la caída incontrolada en la desesperación, en cambio el amor hace el milagro de animar al enfermo para que de nuevo recobre la salud, y la esperanza en un mañana más esclarecedor y más luminoso. Nadie debe entregarse a la desesperación ella es mala consejera, ni tampoco ofrecer la recriminación a los hermanos desafortunados, siempre hemos de emitir un hilo de esperanza, de luz para que el enfermo se anime y deje de verse como un vicho raro, que no merece la conmiseración.
El suicidio es un acto de cobardía, y no debemos reflejarlo como solución a nuestros problemas, el por el contrario los agrava, nos encierra en la cárcel de la amargura, del fracaso, de la desesperación, lejos de encontrar la muerte el fin con todo, nos pone frente al verdugo de nuestra conciencia haciéndonos sentir de nuevo el mismo mal, más acentuado, menos fácil de solución, agravado por nuestra actitud que nos hace revivir el instante de la muerte y sus efectos dañinos en nuestro organismos periespiritual, que los siente y manifiesta con más intensidad. Amemos la vida, hasta el punto de que si ella no nos serie, nosotros si lo hagamos, ofreciéndole luz y coraje para enfrentarla en toda sus manifestaciones, porque debemos recordar que Dios no nos da una cruz que no podamos portar sobre nuestros hombros, eso nos debe animar a estudiar todas las oportunidades bajo un prisma de ánimo y esperanza, sin creer que todo está perdido, por nuestro mal actuar, todo lo que tenga que ser será, y mucho más si está escrito en el libro de nuestra vida, aquel que comenzamos a escribir y en el cual anotamos nuevos datos conforme la vida se desarrolla sea de luz o de sombras, todo queda escrito y nada se perderá, no esperemos a ser más adultos para comenzar la tarea de nuestra redención la vida pasa deprisa y no podemos esperar a que el tiempo pase sin productividad positiva que nos pueda vivificar el espíritu, que en fin es el que permanece siempre pese a que no nos guste. Nadie muere, solo por esa gran verdad, debemos ser fieles a nuestro organismo físico, tratándolo como es debido, para que al volver al otro lado de la vida, cuando miremos nuestro comportamiento sobre la verdad de la vida, podamos sentir que fuimos fuerte y que pese a todas las contrariedades supimos mantenernos en pie, intentando por todos los medios llegar hasta el fin, no el fin marcado por nosotros, y si el fin que Dios nos señalo para volver a la patria del espíritu. Si tu estas perdido, despreciado por los que te rodean, no dudes en consolarte con Jesús, El, fiel cumplidor de Su tarea Redentora, en su Evangelio de Amor, te da la oportunidad de esclarecerte y de proporcionarte una respuesta acertada para tus pesares, perdona sin dudarlo a aquellos que no te comprenden, piensa que un día tendrán la oportunidad de comprender que los que se equivocan y caen deben ser levantados y nunca recriminados. La recriminación en un mal que muchos sufren y a través del cual se arrojan a la desesperación una puerta
farsa, por la que entramos al foso de las lamentaciones, donde la comprensión de nuestra cobardía, nos lleva a desesperarnos aun más. Frente a la imperfección de aquellos que te rodean, ofrece el ejemplo oportuno, la palabra edificante, la llamada de atención en tu gesto amable, de amor y de ternura, y sentirás un día la alegría y el bienestar de haber servido a la causa de Cristo, con amor y dedicación, y no con el látigo de reproche que puede siempre agravar y generar un mal mayor, del cual aunque tú no lo hayas cometido, influenciado por ti, arrojaste al desespero a tu atribulado hermano, que no supo soportar tu descaro tu recriminación. Es como tratar al enfermo en vez de con la medicina que cura, con el analgésico severo que lo puede empeorar aun más. Acordémonos de la conducta de Jesús ante los pecadores, que era siempre de amor y luz, frente a la pecadora el se dirigió a los que la acusaban, diciéndoles que los que estuviesen libres de culpas le lanzasen la primera piedra. Todos portamos la imperfección, y si queremos comprensión, hemos de ofrecerla, por eso amemos a los débiles y ayudémosles, no desechándoles de nuestro lado, Dios nos ha puesto en la Tierra a todos juntos, para conseguir el mismo fin, que es llegar a El, ofreciéndonos el libre albedrio, para que nunca podamos echar a nadie la culpa de nuestros pesares y desequilibrios. Solo en la amonestación severa, encontraremos el látigo de la desesperación que nos acusará de haber causado males mayores y del cual sentiremos nuestras culpas.
Trabajo realizado por Merchita de su sentir.